miércoles, 8 de junio de 2022

Ha rold Bloom El ángel caído El arco de Ulises. FRAGMENTO.




Ha rold Bloom El ángel caído

El arco de Ulises

# PAIDÓS I I Barcelona • Buenos Aires • México

Título original: Fallen Angels, de Harol Bloom

Originalmente publicado en inglés, en 2007,

por Yale University Press, New Haven & London

Traducción de Alicia Capel Tatjer

Ilustraciones de Mark Podwal

Cubierta de Compañía

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares

del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total

o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos

la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella

mediante alquiler o préstamo públicos.

© 2007 Text by Harold Bloom

© 2007 Illuminations by Mark Podwal

© 2008 de la traducción, Alicia Capel Tatjer

© 2008 de todas las ediciones en castellano,

Ediciones Paidós Ibérica, SA.,

Av Diagonal, 662-664 - 08034 Barcelona

www.paidos.com

ISBN: 978-84-493-2164-1

Depósito legal: B-34274-2008

Impreso en Egedsa

Rois de Corella, 12-16 08205 Sabadell (Barcelona)

Impreso en España — Printed in Spain

EL ÁNGEL CAÍDO


P urante tres mil años nos han obsesionado

las imágenes de ángeles.

Esta larga tradición literaria se originó

en la antigua Persia y continuó en

el judaismo, el cristianismo, el Islam y las

diferentes religiones americanas. Con la

llegada del milenio, aumentó nuestra

obsesión por ellos. Sin embargo, esos

ángeles tan populares eran benignos,

más bien, banales, incluso insípidos. En

la década de 1990 se publicaron numerosos

libros sobre ángeles —sobre cómo

contactar y comunicarse con los ángeles

9

guardianes, sobre la intervención, curación

y medicina angélica, sobre números

y oráculos angélicos—, e incluso aparecieron

«kits de ángeles» (ya se pueden

imaginar). This PresentDarkness (1986) y

su continuación, Piercing the Darkness

(1989), que describen las luchas entre

demonios y ángeles en la ficticia ciudad

universitaria de Ashton, fueron dos de

los libros más vendidos en el denominado

género de ficción cristiana: This Present

Darkness vendió más de dos millones

y medio de ejemplares. El libro de los ángeles,

de Sophy Burnham, publicado por

Bailan tiñe Books en 1990, fue incluido

en la lista de best sellers del New York Times

y se le atribuye el mérito de iniciar el

lucrativo negocio editorial de la angelologia.

Según su editor, el libro «no sólo

10

explica las extraordinarias historias reales

sobre encuentros actuales con ángeles,

sino que también analiza cómo

las diferentes culturas han entendido y

estudiado los ángeles a lo largo de la historia.

¿Qué aspecto tienen los ángeles?

¿A quién visitan? ¿Por qué se les aparecen

más a menudo a los niños que a los

adultos? El libro de los ángeles, un elocuente

relato desde el lugar donde el

cielo y la tierra se encuentran, es una

búsqueda de los misterios y un canto de

alabanza a la vida». El popular Angelspeake:

How to Talk withyour Angels (1995),

de Barbara Mark y Trudy Griswold, proporciona

una guía «práctica» para los

lectores. La década también fue testigo

del estreno de numerosas películas protagonizadas

por ángeles; por nombrar

11

sólo unas cuantas: El cielo sobre Berlín

(Wings of Desire, 1988), The Prophecy

(1995), Michael (1996), Conoces a Joe

Black (Meet Joe Black, 1998) y Dogma

(1999). Se comercializaron también camisetas,

tazas, calendarios, postales, joyas

y gafas de sol con imágenes de ángeles.

La angelmanía tampoco parece

haber disminuido de forma significativa,

tras una búsqueda rápida en Amazon,

desde que hemos dejado atrás el

milenio. Citaré sólo algunos de los libros

más recientes: Contacting YourSpirit

Guide (2005), Angels 101: An Introduction

to Connecting, Working, and Healing with

Angels (2006) y AngelNumbers (2005; una

guía de bolsillo para entender «los significados

angélicos de los números del 0 al

999»).

12

Existe también una obsesión popular

por los ángeles caídos, los demonios y los

diablos, que raramente resultan insípidos.

El más importante de todos ellos,

Satanás, empezó siendo lo que hoy se

denominaría «un personaje literario»

mucho antes de su apoteosis en El paraíso

perdido, de John Milton. Creo que debería

explicar con más exactitud lo que

quiero decir con este inicio, ya que muchas

personas confunden los problemas

de representación literaria con cuestiones

muy diferentes de creencia y no creencia.

Observar, atentamente, que el

culto a los seres divinos está basado en

varios ejemplos distintos, pero relacionados,

de representación literaria puede

provocar una lluvia de insultos. El Yahvé

del escritor J, el primero de los autores

13


hebreos, es sin duda un personaje literario

asombroso, concebido con una hábil

mezcla de gran ironía y auténtico sobrecogimiento.

Probablemente el Jesús del

Evangelio de san Marcos no sea el primer

retrato literario del hijo de María,

pero es sin duda el más influyente. El Alá

del Corán es a todas luces un monologuista

literario, puesto que su voz habla

en todo el libro en un tono que transmite

una personalidad absoluta.

Los demonios son propios de todas las

épocas y de todas las culturas, pero los ángeles

caídos y los diablos surgen, en esencia,

de una serie de tradiciones religiosas

casi continuas que empiezan con el zoroastrismo,

la religión dominante en el

mundo durante los imperios persas, y

que se transmiten al judaismo del exilio

Izquierda: El Diablo por excelencia 15

y de después del exilio. Se produjo una

transferencia ambivalente de ángeles

* malos del judaismo tardío hacia el cristianismo

primitivo y, posteriormente, estas

tres tradiciones angélicas previas volvieron

a experimentar un cambio más bien

ambiguo con el Islam; cambio especialmente

difícil de rastrear porque interfieren

en él los sistemas neoplatónicos y los

alejandrinos, como el hermetismo.

Para la mayoría de nosotros, el ángel

caído por excelencia es Satanás, o el Diablo,

cuya temprana historia literaria no

coincide con su estatus actual como celebridad.

En mi opinión, el libro de Job,

una obra de fecha incierta, forma parte

de manera sorprendente del canon de

la Biblia hebrea, al igual que sorprende

la inclusión en el mismo del Eclesiastés

16

y del Cantar de los Cantares. El libro de

Job empieza cuando un ángel llamado

Satanás, que parece ser el fiscal de Dios

o el acusador del pecado, entra en la

corte divina y hace una apuesta con

Dios. Este Satanás es uno de los «hijos

de Dios» y está bien considerado, aunque

la palabra hebrea «satan» significa

obstructor, alguien que, más que una

fuerza de confrontación, es un agente

bloqueador o un obstáculo. Neil Forsyth

señala en su insuperable libro sobre

Satanás, The OldEnemy (1987), que «la

palabra griega para “obstáculo” es skandalon,

que deriva no sólo en “escándalo”

sino también en “calumnia”».1 Este primer

Satanás o Satanás jobeano parece

1. En inglés, slander («calumnia») tiene la misma

raíz que skandalon. (N. de la t.)

17

el director de la CIA de Dios y no le

trae más que problemas al pobre Job.

Forsyth sigue el camino descendente de

Satanás a través del libro del profeta Zacarías,

en el que Yahvé reprende a Satán

por abusar de su poder pero no lo echa

de su cargo como Acusador.

Así pues, en la Biblia hebrea aparece

la palabra satan pero no aparece en absoluto

el propio Satanás (ángel caído,

diablo yjefe de los demonios). El verdadero

Satanás, que fue crucial para la

cristiandad, no era una idea judía sino

persa, inventada por Zoroastro (Zaratustra)

más de mil años antes de la época

del Jesús histórico. Los demonios,

por supuesto, son universales —todas

las culturas, todas las naciones y todos

los pueblos han tenido demonios desde

18

el principio—, pero Zoroastro fue mucho

más allá de las nociones iranias de

demonios cuando creó a Angra Mainyu,

que más tarde se llamó Ahrimán, el Espíritu

del Mal. Ahrimán, un ser lleno

de maldad, era el hermano gemelo de

Dios, una idea que la cristiandad no

adoptó en su versión de Ahrimán, el Satanás

del Nuevo Testamento. Porque,

después de todo, ¿quién podría haber

engendrado tanto a Dios como a Satanás?

Algunas tradiciones esotéricas

convierten a Satanás en el hermano gemelo

de Cristo; en última instancia, esto

supone volver a la visión de Zoroastro.

Satanás —la mejor mezcla de ángel caído,

demonio y diablo— nos perturba

porque sentimos que nos une a él un

vínculo íntimo. A menudo se culpa a los

19

románticos de haber creado dicho vínculo,

pero creo que éste es más antiguo

que el romanticismo y alude a elementos

muy profundos de nuestro interior,

aunque a los románticos, y a lord Byron

en particular, se les atribuye el mérito de

haber ensalzado dichos elementos.

Sospecho que todos nosotros, quienesquiera

que seamos, tenemos una actitud

extremadamente ambigua ante la

idea de los «ángeles caídos», aunque no

tanto ante la de «diablos», y mucho menos

ante la de «demonios». Cuando alguien

nos llama «diablillo», o «diablo

cojuelo», o incluso «diablesa», no nos lo

tomamos necesariamente como un insulto.

Quizá no nos guste tanto que nos

llamen «demonio», especialmente si hacen

referencia a la intensidad de nues20

tra energía. Pero no conozco a muchos,

ni en la literatura ni en la vida, que no se

sientan halagados cuando se les describe

como un «ángel caído». Los «ángeles

caídos», aunque teológicamente idénticos

a los «diablos», conservan un pathos,

una dignidad y un curioso glamour. De

alguna manera, el adjetivo no anula el

sustantivo; aunque caídos, siguen siendo

ángeles. T. S. Eliot tendía a culpar a

John Milton por ello, y en una ocasión

se refirió al Satanás de Milton como un

héroe de Byron con el pelo rizado. Aunque

ésa era una descripción ridicula del

villano trágico de El paraíso perdido, reflejaba

una identificación cultural que

convenció al siglo xix y que todavía caracteriza

a cierto tipo de vida bohemia.

George Gordon, lord Byron, era y es

21

el ángel caído por excelencia. Las distintas

imitaciones que han hecho de

él, que van de Oscar Wilde a Ernest

Hemingway y Edna St. Vincent Millay,

nunca han podido reemplazarlo. Las hermanas

Bronté, que estaban enamoradas

apasionadamente de la imagen de

Byron, nos ofrecieron una mejor imitación

de él en el Heathcliff de Emily y el

Rochester de Charlotte. Las estrellas

de rock inglesas, aunque no siempre de

manera consciente, a menudo son parodias

del noble lord Byron, y por supuesto

también lo son muchas estrellas de

cine. Byron era extraordinariamente

ambiguo en su narcisismo: incestuoso,

sadomasoquista, homoerótico y fatalmente

funesto para las mujeres. Su gran

carisma emanaba de su propia identifi22

cación como ángel caído: él es Manfred,

Caín, Lara, Childe Harold, todas ellas

versiones del Satanás de Milton. La gran

fama de Byron en Europa y en Norteamérica

se vio enormemente acrecentada

por su heroica muerte a los treinta y

seis años, cuando trataba de liderar a los

rebeldes griegos en su sublevación contra

los turcos. Pero probablemente ni su

muerte, ni su vida ni todos sus poemas

juntos obtuvieron la misma notoriedad

que su popular papel como el más seductor

de todos los ángeles caídos.

En su maravillosa sátira La visión del

juicio, Byron hizo un atractivo retrato de

Satanás:

Cerrando esta espectacular comitiva

un espíritu de aspecto diferente agitaba

23

sus alas como nubarrones sobre una costa

cuya árida playa se cubre con naufragios.

Su frente era como el piélago agitado

con la tempestad; pensamientos

feroces e insondables tallaban

una cólera eterna sobre su rostro

inmortal y donde él miraba

la niebla invadía el espacio.

Es ésta una descripción de un ser bastante

sombrío, aunque no indecoroso y,

como la mayoría de las representaciones

de Satanás que aparecen en las obras de

Byron, se trata del propio Byron. Sus diablos

no son joviales, como Mefistófeles en

Dr. Fausto de Marlowe y el Fausto de Goethe,

pero son siempre nobles, como lord

Byron, quien nunca permitió que sus lectores

olvidaran su alta alcurnia. Por lo ge24

neral los demonios y los diablos no son

precisamente nobles, pero los ángeles caídos

casi nunca son vulgares o plebeyos.

Los ángeles buenos parecen haber confundido

con demasiada frecuencia su

inocencia con ignorancia, aunque los

ángeles caídos parecen haber gozado

de una educación un tanto anticuada y de

una formación adecuada. Byron era un

dandi de la regencia y también un esnob,

y es posible que haya inspirado la tradición

visual en la que los ángeles caídos

tienden a desvestir a los no caídos, que de

todas formas suelen están desnudos.

Como sigo observando, la mayoría de

la gente reacciona de manera dual ante

estos tres entes peligrosos: los ángeles

caídos, los demonios y los diablos. Provocan

en nosotros sentimientos encon25

trados y un tanto ambiguos. Esta mezcla

de gozo y horror es más antigua que el

romanticismo, y más universal que la

tradición occidental. Ibsen, él mismo un

poco trol, nos proporcionó magníficos

ejemplos de trols como Brand, Hedda

Gabler, Solness el constructor y muchos

más, y medio trols con Peer Gynt. Bastante

a su pesar, Ibsen siguió a Shakespeare,

cuyo Puck es sin lugar a dudas un

duende inglés; pero aquellos grandes villanos

—Yago, Macbeth, Edmundo de

El rey Lear— son más diabólicos y gnómicos

de lo que en un principio parece

compatible con el hecho de ser humano.

Sin embargo, ésta es parte de la invención

de Shakespeare de lo humano:

mostrarnos hasta qué punto muchos de

nosotros somos más ángeles caídos que

26

diablos. Hamlet, que es su propio Falstaff,

es también hasta un extremo sorprendente

su propio Yago; y Hamlet se

ha convertido en un paradigma para todos

nosotros. ¿Es Hamlet un ángel caído?

¿Somos nosotros ángeles caídos?

Ambas preguntas pueden ser calificadas

de absurdas, pero tienen repercusiones.

Me imagino que los ángeles no caídos

hablaban (y hablan) hebreo, puesto que

tanto el Talmud como la Cábala insisten

en que Dios habló en hebreo en el momento

de la Creación, y ¿qué lengua

habría enseñado a los ángeles sino hebreo?

Los ángeles caídos son claramente

políglotas, y en ocasiones se han transformado

en seres humanos. Sabemos

que Enoc empezó siendo un mortal y

que después se metamorfoseó en el gran

27

ángel Metatrón, que en las tradiciones

gnósticas y cabalísticas era conocido

como el Yahvé menor, que era más que

un ángel y codirigía junto a Dios. Nuestro

padre Jacob se convirtió en Uriel, el

ángel favorito de Emerson, y más tarde

en el ángel Israel. El temible profeta Elias

subió al cielo en un carro de fuego, y

cuando llegó se transformó en el ángel

Sandalphon. Los franciscanos disidentes

proclamaron que su gran fundador,

Francisco de Asís, no sólo era un santo

sino también el ángel Rhamiel. El proceso

va en ambas direcciones y nos lleva

siempre a Adán, posiblemente superior

a los ángeles cuando empezó, pero con

toda certeza inferior a los ángeles cuando

cayó. Sin embargo, ¿qué posición

ocupa con respecto a los ángeles caídos?

28 Derecha: Los ángeles no caídos hablaban (y hablan) hebreo


El centro de cualquier discusión sobre

ángeles caídos dene que ser Adán,

que es, a mi entender, un ángel caído

mucho más importante que Satanás. Incluso

aunque parezca atrevido, podría

decirse que los ángeles son importantes

sólo si nosotros lo somos, y nosotros somos

(o éramos) Adán. Y para que las feministas

no discrepen, les recuerdo que

jueves, 2 de junio de 2022

EL CANON DEL CUENTO. HAROLD BLOOM. FRAGMENTO.

 



NOTA A LA EDICIÓN

El libro que tiene el lector en sus manos corresponde

a un volumen independiente de la Bloom’s Literary Criticism,

una monumental colección de crítica literaria en

seis volúmenes, editada por la Chelsea House Publishers

y dirigida y presentada por el prestigioso crítico y escritor

Harold Bloom. Esta colección, casi enciclopédica, recoge

el fruto de veinte años de trabajo, y se convierte así en la

primera obra de referencia de la interpretación literaria

contemporánea. Este volumen es uno de los libros de crítica

literaria dedicada al cuento más importantes hasta

ahora publicados, de tal forma que podemos afirmar que

con esta obra el autor ha marcado un verdadero «Canon

del cuento». Bloom no se limita a facilitamos una lista,

una colección de sus cuentistas favoritos, sino que aporta

jugosas reflexiones sobre la narrativa breve, su dinámica

interna propia y única, y su naturaleza ambigua como

género independiente de la épica, de la novela o de la

poesía. Bloom señala, en este sentido, la dificultad que

siempre ha tenido el cuento para alzarse como un género

definible. Los treinta y nueve cuentistas escogidos por

Bloom, tan distintos, responden no obstante a un patrón

común que los hermana; aunque sus cuentos son muy

distintos, todos se basan en una de estas dos tradiciones:

la de Chéjov, por un lado, o la de Poe, Kafka y Borges,

por otro. La ambigüedad del género cuento quizá

nunca se resuelva, pero siempre habrá diálogos internos

entre unos cuentistas y otros, de tal manera que, sostiene

Bloom, «los cuentos se relacionen los unos con los otros

como milagros».

Las traducciones de los fragmentos de los relatos donde

no se indica la edición española disponible son responsabilidad

del traductor. Agradecemos a la librería Tres

rosas amarillas, a la editorial Val demar y a P. F. Amigot,

así como al personal de la Biblioteca Pública Central de

Madrid, su inestimable colaboración en la realización

de esta obra.

Feo. J a v ie r Jim énez

Editor

PREFACIO

Comencé editando antologías de crítica literaria para la

editorial Chelsea House a comienzos de 1984 y el primer

volumen, Edgar Alian Poe: Modem Critical Views, se publicó

en enero de 1985, así que ahora se cumple el vigésimo

aniversario1 de una aventura un tanto quijotesca. Si me

preguntan cuántos libros individuales han formado parte

de este proyecto ya no sería capaz de dar una repuesta

precisa, pues en un período de tiempo tan largo muchos

volúmenes quedan descatalogados, e incluso series enteras

se han interrumpido. Un cálculo aproximado daría más de

un millar de antologías individuales; puede que sea una

cantidad poco sensata para haber sido reunida y presentada

por un solo crítico.

Algunos de estos libros han aparecido en lugares inesperados:

en habitaciones de hotel en Bolonia y Valencia, Coimbra

y Oslo; en puestos de libros de viejo en Fráncfort y Niza; sobre

estanterías de escritores allá donde he ido. Mandé un lote

como respuesta a una petición de una biblioteca universitaria

de Macedonia, y he donado algunos de ellos, también tras

petición, a unos cuantos presidiarios que cumplen cadena per1.

El original de Skort story writers and short stories se publicó en 2005.

petua en cárceles de Estados Unidos. Mil libros a lo largo de

dos décadas pueden llegar a muchas orillas y a muchas vidas;

y a mis setenta y cuatro años estoy un tanto desconcertado por

lo extraño de la empresa, especialmente ahora que ha saltado

de un siglo a otro.

No se puede decir que yo haya refrendado todo ensayo

crítico que se ha reeditado como ponen de manifiesto las

notas de mi editor. Sin embargo, los libros han de reflejar

razonablemente los modos de crítica actuales y las modas

educativas, no todos ellos santos de mi devoción. Pero es que

yo soy un dinosaurio, alegremente bautizado por mí mismo

con el nombre de «Bloom Brontosaurus Bardolator». Yo acepto

únicamente tres criterios de grandeza en la literatura de

imaginación: esplendor estético, poder cognitivo y sabiduría.

Lo que se ha dado ahora en llamar «relevancia» terminará

en el cubo de la basura en menos de una generación, ya que

nuestra sociedad -de forma un tanto tardía- va enmendando

prejuicios e injusticias. Las modas en literatura y en crítica

caducan como piezas típicas de una época determinada. Pero

el mobiliario viejo y bien hecho sobrevive como antigüedad

valiosa, destino que no es el de las exhortaciones imaginativas

e ideológicas mal fabricadas.

El tiempo, que nos va deteriorando hasta que nos destruye,

es aún más despiadado a la hora de arrumbar novelas,

poemas, obras de teatro y cuentos inconsistentes, por

mucha virtud que muestren. Dense un paseo por alguna

biblioteca y fíjense en las obras maestras de hace treinta

años: puede que unos pocos libros olvidados tengan valor,

pero la iniquidad del olvido ha sido el resultado en la mayoría

de los best sellers de la venganza implacable del tiempo.

El otro día un amigo y antiguo alumno me contaba que

el primero de los poetas laureados de América del siglo

XX había sido Joseph Auslander2, que mi todavía buena

2. Joseph Auslander (1897-1965), poeta y novelista norteamericano.

memoria no logra ubicar. Últimamente la señora Felicia

Hemans3 está siendo objeto de estudio y explicada por un

buen número de estudiosas feministas del Romanticismo.

De los poemas de aquella valiente sabia que escribía para

dar de comer a su prole únicamente recuerdo el primer

verso de «Casabianca», y sólo porque Mark Twain añadió

otro de su propia cosecha para hacer un pareado:

The boy stood on the buming deck Eating peanuts by the peck4.

De todas formas, yo no pretendo afirmar la inutilidad

social de la literatura pese a que admiro la grandiosa declaración

de Oscar Wilde: «Todo arte es perfectamente inútil».

Shakespeare podría servir aquí como ejemplo del gran efecto

benéfico que comporta la más alta literatura: si es apreciada

con propiedad puede sanar parte de la violencia que se genera

en cualquier tipo de sociedad. A mi juicio Walt Whitman

es el escritor clave que ha surgido hasta ahora en las Américas

-la del Norte, la Central, la del Sur y la del Caribe- tanto

en inglés, español, portugués, francés, yidis u otras lenguas.

Y Walt Whitman es un sanador, un poeta-profeta que descubrió

su pragmática vocación sirviendo como enfermero

voluntario y sin sueldo en los hospitales de Washington D.

C. durante la Guerra de Secesión. Leer y entender adecuadamente

a Whitman puede ser una educación en la autoconfianza

y en la ciara de la propia conciencia.

La función de la crítica literaria, tal y como yo la concibo

a mi edad cada vez más provecta, consiste principalmente

en reconocimiento y apreciación -en el sentido de Walter

Pater5— que mezcla análisis y valoración. Cuando Pater

3. Felicia Dorotea Browne, de casada Hemans (1793-1835), poetisa inglesa.

4. «El chico estaba en el ardiente muelle / comiendo cacahuetes sin perder

fuelle» (N. del T.).

5. Walter Horatio Pater (1839-1894), escritor e historiador del arte inglés.

hablaba de «el arte por amor al arte» incluía implícitamente

en su declaración lo que D. H. Lawrence quería decir con «el

arte por amor a la vida». Lawrence, el más provocador de los

vitalistas poswhitmanianos, padece hoy en día un eclipse

total en la enseñanza superior de las naciones angloparlantes.

Las feministas lo han proscrito con sus acusaciones de

misoginia, y afirman de él que lo que anhelaba era que las

mujeres renunciaran al placer del sexo. Basándose en esta

suposición los estudiantes pierden la experiencia de leer a

uno de los principales autores del siglo XX, novelista excepcional,

cuentista, poeta, crítico y profeta a un tiempo.

Un proyecto tan vasto como este de Chelsea House Literary

Criticism refleja sin duda los defectos y las virtudes

de su editor. La exhaustividad ha sido uno de los objetivos

perseguidos y he intentado (en la mayoría de las ocasiones)

dejar a un lado mis propias opiniones literarias. Me

apena que el mercado mantenga un volumen tan grande

de libros descatalogados, si bien me consuela el ejemplo

de mi ídolo, el doctor Samuel Johnson, en su Vidas de los

poetas. Los libreros (que eran al mismo tiempo editores

y vendedores) elegían a los poetas, y Johnson fue capaz

de decir exactamente lo que pensaba de cada uno. ¿Quién

recuerda a aquellos ilustres Yalden6, Sprat7, Roscommon8

y Stepney9? Sería desagradable para mí nombrar a sus

equivalentes contemporáneos, pero su nombre es legión.

En esta búsqueda he aprendido sobre todo el concepto

de exhaustividad, que me ha enseñado a escribir para un

público amplio. La crítica literaria es al mismo tiempo un modo

individual y colectivo. Tiene sus titanes como Johnson,

Coleridge, Lessing, Goethe, Hazlitt, Sainte-Beuve, Pater,

Curtius, Valéry, Frye, Empson, Kennneth Burke. Pero la

6. Thomas Yalden (1670-1736).

7. Thomas Sprat (1635-1713).

8. Wentworth Dillon, Conde de Roscommon (1630-1685).

9. George Stepney (1663-1707).

mayoría de los que reproduzco no pueden tener tanta eminencia;

hay que conformarse con lo que hay. A lo largo de

toda una vida leyendo y enseñando se aprende tanto de

tantos que uno no llega a tener muy claro cuáles son sus

deudas intelectuales. Nunca llegaré a conocer a cientos de

aquellos a quienes he reeditado, pero me han ayudado a

ilustrarme en la medida en que he sido capaz de aprender

de alguien que ha sido un huésped de otras mentes.

Harold Bloom

INTRODUCCIÓN

A pesar de que se incluyen aquí comentarios sobre treinta

y nueve maestros del cuento, he de lamentar ausencias

como la de Alice Munro, Saki, Edna O’Brien, A. E.

Coppard, Frank O’Connor, Katherine Mansfield y enormes

figuras anteriores como E. T. A. Hoffmann, Kleist, Tolstoi,

Léskov y Hardy, entre muchos otros.

Frank O’Connor escribió un estudio muy provocador sobre

el cuento, La voz solitaria, que todavía me suscita un útil

desacuerdo. Siempre me sorprende que O’Connor fuera tan

espléndido con Shakespeare a pesar de que La voz solitaria

en ningún momento llegue a ser tan distinguido como

Shakespeare’s Progress, uno de los admirables estudios literarios

sobre el más grande de todos los escritores. Quizás

O’Connor estuviera demasiado cerca del arte del cuento, al

que él veía como la voz solitaria de «grupos de población

sumergida». O’Connor se vio obligado a creer que el cuento se

mantenía por su propia naturaleza alejado de la colectividad:

romántico, individualista e intransigente.

Puedo reconocer a D. H. Lawrence y a James Joyce, a

Hemingway y a Katherine Anne Porter en esa afirmación,

pero no a Hans Christian Andersen, a Turgueniev, a Mark

Twain, a Tolstoi, a Kipling, a Isaac Bábel. La poesía lírica

desde el Renacimiento hasta W. B. Yeats, pasando por

los románticos, emana de la soledad de las alturas, pero los

cuentos tampoco han de reflejar necesariamente ninguna

dialéctica social concreta.

El cuento no tiene a ningún Homero o Shakespeare,

ningún Dickens o Proust: ni siquiera de Turgueniev o

de Chéjov, de Joyce o de Lawrence, Borges o Kafka, de

Flannery O’Connor o Edna O’Brien se puede decir que

dominen la forma. Cuando oigo mencionar el género de la

épica en quien primero pienso es en Homero o en Milton;

y casi todo el mundo a la mención de una obra dramática

en verso responde con Hamlet. ¿Será acaso una mera particularidad

personal el que los cuentos evoquen de forma

inmediata en mí un sentido de multiplicidad mientras

que los poemas líricos me sugieran a Shelley y a Keats?

¿Hay algo más anónimo respecto al cuento que la forma?

Frank O’Connor rechazaría mi pregunta: el individualismo

y la intransigencia a duras penas son compatibles con

el anonimato. Sospecho que existen elementos genéricos

que unen a los cuentos de manera más íntima que los

rasgos comunes de poemas, obras de teatro y novelas.

Y, sin embargo, si me paro a pensar en algunos de mis

cuentistas favoritos del siglo XX, digamos Henry James y D.

H. Lawrence, apenas tengo conciencia de que estén escribiendo

en el mismo género: el extraordinario vitalismo de Lawrence

es expresionista; los matices de James son impresionistas.

Frank O’Connor, fiel a su obsesión crítica, hace balance

de Lawrence diciendo que «huyó de la población sumergida

entre la cual Kabía crecido», pero yo creo que se trata de una

valoración limitada del impulso de Lawrence por escapar a

nuestra condición natural de caídos: «nuestra crucifixión en

el sexo», como él escribió. James permanece en su mundo de

origen al tiempo que mezcla sexualidad y fantasmagoría en

una solución fascinante. Y entonces, ¿qué poseían en común

Lawrence y James como escritores de cuentos?

El Lawrence cuentista derivaba de Thomas Hardy,

mientras que James mezcló a Turgueniev y a Hawthome.

Sin embargo, ni Lawrence ni James era escritores fantásticos

a la manera de Hans Christian Andersen, Poe, Gógol,

Lewis Carroll, Kafka y Borges. Si la tradición principal del

cuento es chejoviana, alterna con el modo kafkiano-borgesiano,

de pesadillas fantasmagóricas. Lawrence y James

cuentan con cualidades reconocibles que son chejovianas,

y ninguno de ellos fue precursor de Borges.

Frank O’Connor concibió el cuento como un arte chejoviano

atestado de «una nueva población sumergida de

médicos, profesores, y a veces sacerdotes». Sin embargo,

cuando leo a Chéjov tengo la impresión de que todo el

mundo está sumergido por la soledad y la falta de comprensión.

Cuando censura a Kipling por tener demasiada

conciencia de grupo, O’Connor no me parece en absoluto

coherente. ¿Acaso para que un cuento perdure ha de versar

sobre la soledad del hombre?

Mark Twain, Thomas Mann, Hemingway, Faulkner y

Scott Fitzgerald sabían todos mucho de soledad, pero difícilmente

me parece que eso sea lo central en ninguno de ellos a

la hora de contar historias. Lawrence nos pidió que confiáramos

en el relato, no en el artista, y las grandes historias muy

raras veces manifiestan un único aspecto del ser humano.

Me pregunto cuál será mi favorita entre todas las historias

comentadas en este volumen. ¿Será «Así se hacía en Odesa»,

de Bábel, o «Tía Dolor de Muelas» de Hans Christian Andersen?

Benia Krik*, de Bábel, y la diablesa Tía Dolor de Muelas

no son otra cosa que voces sumergidas. Acaso los cuentos se

relacionen los unos con los otros sólo como milagros.

Harold Bloom

1. P er scnaj: delcuento «Asi se hacía en Odesa».

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DE SOBREMESA Rayuela: los yerros del salto En colaboración: Dr. Enrico Pugliatti y J. Méndez-Limbrick

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