jueves, 23 de septiembre de 2021

MARQUÉS DE SADE CUADERNOS PERSONALES O NOTAS LITERARIAS (1803-1804) . TEXTO COMPLETO.

 

 

D. A. F. de Sade. Correspondencia. Edición y traducción Menene Gras. Barcelona: Anagrama, 1975. 267 p.; 20 cm.; pp. 243-266.

 

 

 

marqués de sade

 

 


Cuadernos personales

o

NOTAS LITERARIAS

(1803-1804)

 

 

[1]

 

«Las bestias feroces que me rodean, inventan cada día una humillación nueva, haciendo mi destino más atroz; infiltran gota a gota en mi corazón el veneno de la adversidad, cuentan mis suspiros con deleite y, antes de cebarse con mi sangre, se bañan con mis lágrimas.»

Palabras de Antonieta en la Conserjería.

 

[2]

 

Las guerras de religión van a devastar Europa una vez más. Boheman, jefe y agente de una nueva secta cristiana depurada, acaba de ser detenido en Suecia, y entre sus papeles se han hallado los proyectos más desastrosos. Se dice que la secta, a la cual pertenecía, pretendía, nada menos, adueñarse de todos los potentados de Europa, así como de sus súbditos. En Arabia se erigen nuevos sectarios que quieren depurar la religión de Mahoma. En China, tienen lugar disturbios más espantosos aún, y siempre motivados por la religión, que desgarran el interior de este vasto imperio. ―Y el origen de todos los males siempre son los dioses.

 

[3]

 

Geoffroy dice en alguna parte que nadie se atreve a alabar lo que puede haber salido de bueno de la pluma de un escritor obsceno, por temor a que, alabando lo bueno, se haga cómplice de lo malo. De lo que se deduce, según este razonamiento, que no había que aplaudir más La Métromanie, porque su actor hizo la Ode a Priape, ni Mérope, porque La Pucelle surgió de la pluma de su divino poeta.

 

[4]

 

De Thou, en su libro cincuenta y dos, cuenta que, al día siguiente de la noche de San Bartolomé, las mujeres de la corte de Catalina de Médicis salieron del Louvre para ir a contemplar los cuerpos desnudos de los hugonotes asesinados y despojados junto a sus muros, Asimismo el 10 de agosto, las mujeres de París fueron también a contemplar los cuerpos de los suizos esparcidos por las Tullerías.

 

[5]

 

Le Suborneur se debe titular: L'Homme dangeureux ou l'Ami du jour.

 

[6]

 

La estima que se debe a los escritores.

 

Maldito sea el escritor a quien es imposible apreciar tras haberlo leído... Ante todo, hay que buscar al hombre honesto en el escritor... ―Esas son palabras que nos dirige el redactor del Journal des Débats del 25 mesidor año XI.

¿Es posible sostener semejante paradoja? El hombre que se atreve a decirnos una cosa parecida ¿ignora pues que el aprecio no es nada más que un sentimiento que depende sólo de nuestro modo de pensar y que jamás apreciamos más que a quien lo comparte? ¿Acaso el hombre de letras debe halagar, por decreto, las opiniones de éste o aquél? Mediante los órganos de su genio y de su corazón, debe escribir lo que uno y otro le dictan, haciendo abstracción de las opiniones individuales. A partir de este momento, ya no puede complacer a todo el mundo. Más bien habría que decir: Maldito sea el escritor llano y vulgar que, sin pretender otra cosa que ensalzar las opiniones de moda, renuncia a la energía que ha recibido de la naturaleza, para no ofrecernos más que el incienso que quema con agrado a los pies del partido que domina. El desdichado, cautivando, subordinando así sus propias opiniones a las que están de moda, jamás tendría el coraje de sacar a su siglo del atolladero en el que, tan a menudo, lo meten las modas absurdas de la opinión. Fijaos el que tuvieron los escritores celebres del siglo XVIII, tan netamente designados por los imbéciles redactores de este periódico vendido al capuchinismo más infecto. Dejemos murmurar en paz a los tontos contra unos talentos que ellos no pueden tener. Es sabido que, en todos los tiempos, esta clase de escolares repugnantes tuvo la manía egoísta de rebajar a su nivel a aquéllos hasta quienes le era imposible elevarse. «El vicio de los espíritus mezquinos», según el amable autor de Enfants de l'Abbaye, «es odiar la superioridad a la que no pueden alcanzar.» Hacen falta tipos originales así en el mundo; a ellos dirigía Gresset estos versos:

 

Los necios están aquí abajo para nuestros menudos placeres.

 

Esos bárbaros dicen que hay que buscar al hombre honesto en el escritor. Lo que yo quiero es que el escritor sea un hombre de genio, cualesquiera que puedan ser sus costumbres y su carácter, porque no es con él con quien deseo vivir, sino con sus obras, y lo único que necesito es que haya verdad en lo que me procura; lo demás es para la sociedad, y hace mucho tiempo que se sabe que el hombre de sociedad raramente es un buen escritor. Diderot, Rousseau y d’Alembert parecen poco menos que imbéciles en sociedad, y sus escritos serán siempre sublimes, a pesar de la torpeza de los señores de los Débats... Por lo demás, está tan de moda pretender juzgar las costumbres de un escritor por sus escritos, esta falsa concepción encuentra hoy tantos partidarios, que casi nadie se atreve a poner a prueba una idea osada: si desgraciadamente, para colmo, a uno se le ocurre enunciar sus pensamientos sobre la religión, he ahí que la turba monacal os aplasta y no deja de haceros pasar por un hombre peligroso. ¡Los sinvergüenzas, de estar en su mano, os quemarían como la Inquisición! Después de esto, ¿cabe todavía sorprenderse de que, para haceros callar, difamen en el acto las costumbres de quienes no han tenido la bajeza de pensar como ellos? Por otra parte, esta injusticia no es nueva: sabemos que antiguamente existían personas bastante imbéciles, o por lo menos tan imbéciles como los Geoffroy y los Joudot de los Débats, para pretender que el autor de la tragedia de Atrée era un hombre malvado, porque llenó una copa con la sangre del hijo de Thyeste.

 

[7]

 

Aprovechad la situación de una tempestad para obligar a vuestro héroe a refugiarse en una caverna, donde acaecen cosas absolutamente extraordinarias.

 

[8]

 

El hombre no puede comprender la eternidad de la materia porque su espíritu es finito, y es ese defecto de su espíritu lo que hizo que inventara dioses. Todo cuanto vemos ha existido desde siempre, pero los límites de nuestro espíritu nos impiden comprender esta gran verdad, y a ello se debe necesariamente la primera idea de un creador en una obra que nosotros creemos finita como nuestro espíritu.

 

 

[9]

 

Epitafio de D.-A.-F. Sade,

arrestado bajo todos los regimenes.

 

Transeúnte,

 Arrodíllate para rezar

 Por el hombre más desdichado.

Nació en el siglo pasado

Y murió en el que vivimos.

El despotismo con su espantosa frente

Nunca dejo de hacerle la guerra

Bajo los reyes, este monstruo odioso

Se apoderó de su vida entera;

Bajo el Terror reaparece

Y pone a Sade al borde del abismo;

Bajo el Consulado renace: Sade vuelve a ser su víctima.

 

 

[10]

 

Frase que debe colocarse en mis Memorias: Los entreactos de mi vida han sido demasiado largos.

 

[11]

 

Los padres de la Iglesia, Séneca, Juvenal, Tácito, Suetonio, Dion Casio, todos han pintado el vicio con los colores más vivos.

 

[12]

 

Es en la Menagiana de La Monnoye donde se encuentran las anécdotas secretas de Príapo sobre Teodora.

 

[13]

 

Mi amiga, a propósito de Les Crimes de l’amour, decía que, en el fondo, algunas veces el teatro ofrecía rasgos igualmente espantosos, pero que la representación era menos peligrosa que la lectura en frío de esas mismas atrocidades, y que, en virtud de esta comparación, creía peligroso mi libro. ―Por lo demás, mi estilo le parecía simple, agradable y nada amanerado.

 

[14]

 

Bonito epígrafe:

 

Por guía tendré, cualquiera que sea mi pintura,

Dos únicos libros: mi corazón y la naturaleza.

 

Poesías de Clothilde de Surville, siglo xv.

 

 

[15]

 

Pasajes de la Biblia: Dios ordenó a las mujeres de los madianitas que se prostituyeran con su pueblo para perpetuarlo; asimismo ordenó al levita de Efraim que expusiera a su mujer a la prostitución con los jóvenes de Baal para preservar a su ministro de toda impureza.

 

 

[16]

 

En la nave de la catedral de Chartres hay un laberinto en piedra negra y blanca, cuyo dibujo puede reproducirse para la realización de un lindo jardín en forma de laberinto.

 

[17]

 

Fui detenido el 15 de ventoso en casa del señor Massé, donde me hallaba para unos asuntos referentes a Les Crimes de l'amour. Fui testigo del registro que se llevó a cabo en su casa. Cuando lo dieron por terminado, me mostraron una orden de comparecencia. Primero fui a la rue des Trois-Frères para ir a buscar las llaves de Saint-Ouen. Encontré a la señora (Quesnet) muy inquieta y excesivamente agitada. Prometió que no me abandonaría. Me llevaron a Saint-Ouen, donde se hizo un registro muy minucioso que obtuvo por todo resultado el secuestro de algunos panfletos, mis tres cuadros y la tapicería de mi boudoir. De allí, me llevaron a la prefectura, donde no logré que me dejasen ir a mi casa con un guardián, tal como pedía. Me tuvieron encerrado dos días y dos noches; aparte de otras atenciones y delicadezas. El 16 fui interrogado dos veces por Moutard, por la mañana, de dos a cuatro, y por la tarde, de ocho a diez. Me remití en todo a la hoja que había preparado por la mañana allí mismo. Moutard me interrogó por tercera vez el 18; me mostraron los manuscritos que habían cogido en casa de Massé: reconocí dos de ellos, y en cuanto a los demás, dije lo que había dicho a propósito de Justine. El séptimo día, la señora todavía no había podido verme. El octavo, me dejaron coger algunos papeles que necesitaba de mi carpeta, y me dijeron que el prefecto, no habiendo querido decidir nada con respecto a mi asunto, lo había vuelto a enviar al ministro de policía. La señora se presentó con B. L., pero no pude verlos. El 25, se me vino a decir y se me escribió que mi asunto terminaría al día siguiente. El 27, la señora me escribió aconsejándome que viera a un defensor. ¡Qué contrariedad! ¿Se puede actuar así con un hombre que sufre? El 28, vi al señor Jaillot, de Versalles, y, al 30, me hicieron salir del miserable cuarto para estar con los demás. El 5 de germinal, volví a ser interrogado; me mostraron una carta que no reconocí. A la vuelta, abracé, de paso, a la señora. De modo que fui interrogado por cuarta vez, al cabo de 120 días. El 11, uno de los detenidos me previno que iba a ser transferido a Pélagie. Efectivamente eso tuvo lugar el 12. El 13, vi a la señora por primera vez en el locutorio de Pélagie, parecía como si temiera algunas confabulaciones por parte de mi familia. Había obtenido el permiso para verme tres veces por década. Observé muchas contradicciones en todo lo que decía, y, a partir de entonces, creí comprender que el sistema de las cifras volvía a emplearse en mí contra como en la Bastilla.

 

 

[18]

 

Libros que deseo.

 

Delphine, de Mme. de Staël.

Histoire naturelle de la femme, suivi d'un Traite d'Hygiène, por J. L. Moreau, 3 vol. in-8.º con 11 láminas, 20 fr.

Histoire des Courtisanes de la Grèce.

Mémoires de Jeanne Vaubernier, comtesse du Barry, con amplios detalles y su declaración entre las dos celosías, tras su condena, 4 vol. in-12, 7 fr. 50 cent. en Petit, librero en el Palais-Royal, o en Le Normand, impresor de los Débats, rue des Prêtres-Saint-Germain-l'Auxerrois, la puerta cochera frente a la iglesia, en el primero por delante, n.º 42.

Poésies de Clotilde du Surville (siglo xv), 1 vol. in-8. º, precio: 4 fr., en Le Normand.

Voyage a file de Ceylan, fait de 1791 à 1800, por Robert Percival, oficial inglés, 2 vo1. in-8.º, 10 f r.

Tableau historique et chronologique de la Révolution, desde el comienzo del reinado de Luis XVI hasta el advenimiento de Bonaparte, in-8 º de 500 páginas, 3fr.

De l'Energie de la matière et de son influence sur le système moral de l'univers, precio: 3fr., 55 céntimos, en Didot, quai des Augustins, n. º 22.

Vie privée des Douze Césars, in-8.', con rostros en forma de medallas, en Garneri, rue Serpente.

Les Dialogues de Vanini.

Traité de la philosophie occulte, por Agrippa o sus Œuvres en 3 vol., in 8. º, 1550.

En Desrait, en la rue Hautefeuillle, junto a la de Saint-André-des-Arts, se encuentran los Contes de Boccacio, con 111 estampas, 10 vol. in-8. º, 12 fr., seguidos de los de la reina Margarita, con 13 estampas, 8 vol. in-8. º, 9 fr.

En Maradan, en la rue Pavée-Saint-André-des-Arts, n. º 16, las obras de Radcliffe, II vol., precio: 26 fr., a saber: Le Château d'Udolphe, la Foret, l'Italien, Julien.

 

[19]

 

Dumas, en el tomo I, página 254, dice: «En la naturaleza hay una tendencia recíproca que invita a todas las moléculas de la materia a aproximarse y unirse». Por consiguiente, el movimiento es inherente a la materia y el supuesto motor inútil.

 

[20]

 

Suplemento a colocar en la página XXX del primer volumen

de Les Crimes de l’amour.

 

La ingeniosa novela de Célestine es la prueba de lo que acabamos de decir. ¡Qué frialdad introduce en los misteriosos acontecimientos que caracterizan dicha obra la necesidad en que se ha creído el autor de esclarecerlos en el desenlace! ¿No habríamos preferido que todo hubiera permanecido velado? ¿Es pues necesario decirlo todo..., en especial, cuando está permitido hacerlo todo? Si queréis divertirme con apariciones, dejadme creer en las apariciones. No temáis que vaya demasiado lejos: mi razón me lo impide, mas como sois vos quien la turbáis, no intentéis pues de ningún modo curarla. Dejadme sentir los dolores de mi herida: he logrado convertirlos en placeres para mí. ¡Cuánta verdad, además, cuanta naturalidad en esta deliciosa composición! ¡Cómo conoce el autor el corazón humano y qué admirable uso hace de sus estudios sobre el hombre! ¡Pues bien, he aquí otra de estas novelas en que la virtud perseguida por el crimen deja en parte triunfar a este último! ¿Qué lector se atreverá, sin embargo, a decir que con un desarrollo semejante (que afortunadamente sólo es censurado por los necios) este libro no haya alcanzado el último objetivo del interés? ¡Ah! vosotros que, desprovistos de alma y de sensibilidad, criticáis fríamente los enérgicos cuadros de este género, vosotros que queréis volvernos a infundir principios que jamás fueron los del arte, ¿habríais, pese a vuestras detestables reflexiones, decid, habríais derramado sobre la adorable heroína de esta novela las lágrimas que os arranca, pese a vosotros mismos, si la perspectiva de una felicidad eterna con Dormeville os hubiera impedido ver a la desdichada Célestine expirando sobre la tumba de la víctima de su delirio, con los labios pegados sobre el pecho sangriento de su infortunado esposo?

 

[21]

 

Nota referente a mi detención

(y a la obra de Justine).

 

Observé que la situación en la que me tenían y las farsas de las que era objeto me obligaban a confundir los acontecimientos verdaderos con los acontecimientos ocasionados por la imbécil maldad de los malvados que me guiaban; lo cual, haciéndome insensible a los que eran tramados, me hacía a la vez insensible a los del destino o de la naturaleza, de modo que, por el interés de mi propio reposo, preferí no prestar fe a nada y desengañarme de todo. De donde se deducía la terrible y peligrosa situación de suponer que me habían engañado al anunciarme la verdad más funesta, antes que creer en esta verdad, en cuanto era para mí una ventaja relegarla al rango de las mentiras que multiplicaban para forzar o dar lugar a ciertas situaciones; y, en verdad, puede decirse que no había en el mundo nada más funesto para mi corazón, ni para mi carácter. Dirigían todo eso contra mi espíritu: estaban en un error, conociéndome como debían conocerme; cometían una necedad, porque debían saber perfectamente que tenía bastante fuerza y filosofía para estar por encima de estos absurdos. Pero el corazón se corrompía, el carácter se agriaba, efectos todos que habían de ser tan perniciosos como nocivos y que no ponían de manifiesto sino la estupidez más grave en estas guarnicionerías bien dignas de los torpes autómatas que las ponían en práctica o las aconsejaban. ¡Qué funestos efectos no produjeron también en mí la negativa de varios libros buenos que yo pedía, así como los obstáculos que se me pusieron para componer buenas obras! Mas, ¿de qué no iban a ser capaces personas que, componiendo cifras y señales y enviándome a Bicêtre, habían sacrificado mi honra y mi reputación?

El sistema de señales y de cifras empleado por estos mezquinos sinvergüenzas tanto en la Bastilla como en mi última detención, seguía corriendo el grave peligro de que me acostumbrara a estar pendiente de los fantasmas favorables a mi esperanza, así como a las hipótesis que la alimentaban. Eso había impreso en mi espíritu el carácter sofistico que se reprocha a mis obras.

Por último, cabe pensar aún ¿cómo es posible ser a tal extremo inconsecuente como para afirmar que si he escrito Justine, fue en la Bastilla, y devolverme a una situación todavía peor que aquélla en la que, según dicen, compuse mi obra? He ahí lo que demuestra de una manera invencible que todo lo que me ha concernido no ha sido más que el producto del fanatismo de los imbéciles devotos y de la grosera imbecilidad de sus cómplices... ¡Oh, cuanta razón tenía Sófocles, cuando decía: «Un esposo, casi siempre halla su perdición en la mujer que toma, o en la familia con la que se alía»!

Tras estas reflexiones, me creo obligado a añadir algunas sobre la obra de Justine, que someto a los estúpidos bárbaros que me han hecho encarcelar por este motivo.

Bastaba un poco de sentido común (Pero, ¿acaso tienen los carceleros?) para convencerse de que no soy ni podía ser el autor de dicho libro. Pero, desgraciadamente, me hallaba en manos de un tropel de imbéciles que sólo saben poner cerrojos en lugar de reflexionar, sustituyendo así la filosofía por la mojigatería, y todo eso por la simple razón de que es mucho más fácil encerrar que reflexionar, y rezar a Dios que ser útil a los hombres. Para que se dé este último caso son necesarias algunas virtudes, mientras que en el primero basta hipocresía.

Teniendo antecedentes de haber sido sospechoso de algunos desenfrenos de imaginación parecidos a los que se encuentran en Justine, pregunto si era posible creer que yo fuera a revelar en una obra escrita de mi puño y letra ciertas ignominias que, necesariamente, harían pensar de nuevo en mí. Soy o no soy culpable de estas ignominias: no hay término medio. Si he podido cometerlas, con toda seguridad las enterraría en las tinieblas más espesas y si tan sólo se me considera sospechoso sin ser culpable de ello, ¿puede ser verosímil que yo las divulgue, cuando esta extravagancia no lograría más que atraer todas las miradas sobre mí? Sería el colmo de la necedad, y odio demasiado a mis verdugos para tener con ellos esta afinidad.

No obstante, existe un motivo más poderoso aún, que convencerá fácilmente, así lo espero, de que no puedo ser el autor de este libro. Que se lea atentamente, y se verá que, por una torpeza imperdonable, mediante un procedimiento bien hecho (como ha ocurrido) para confundir al autor con los sabios y con los locos, con los buenos y los malos, todos los personajes de esta novela están gangrenados de maldad. Sin embargo, yo soy filósofo; todos los que me conocen no dudan que haga alarde y profesión de ello... Y ¿puede admitirse siquiera un instante, a menos que se me crea loco, se puede, repito, suponer siquiera un minuto que yo vaya a podrir con atrocidades e imprecaciones el carácter del que más me honro? ¿Qué diríais de un hombre que fuera expresamente a mojar en el fango el traje que más le gustase y del que se sintiese más vanidoso? ¿Es lógica tal necedad? ¿Se ven cosas semejantes en mis otras obras? Al contrario, todos los malvados que yo describo son devotos, porque todos los devotos son malvados y todos los filósofos personas honestas, porque la mayor parte de las personas honestas son filósofos. Permítaseme hacer sólo una referencia a estas obras de las que hablo. ¿Hay en Aline et Valcour una criatura más inteligente, más virtuosa y más fiel a sus deberes que Léonore? Y, no obstante, ¿existe alguien más filósofo que ella? Por otra parte, ¿existe en el mundo un devoto mayor que mi portugués? Y ¿existe en el mundo mayor malvado? Todos mis caracteres tienen este cariz; jamás me he apartado de este principio. No obstante, repito que en Justine se ve todo lo contrario. Por consiguiente, no es cierto que Justine sea mía. Digo más: es imposible que lo sea. Eso es lo que acabo de demostrar.

Agregaré aún una cosa más fuerte: no puede ser más curioso que toda la turba mojigata, todos los Geoffroy, los Genlis, los Legouvé, los Chateaubriand, los La Harpe, los Luce de Lancival, los Villeterque, que todos esos valientes agentes de la tonsura se hayan echado contra Justine, cuando este libro apoyaba sus teorías. Aunque hubieran pagado por tener una obra tan bien hecha como ésta para denigrar a la filosofía, no lo habrían conseguido. Y juro por lo que más quiero en el mundo que jamás me perdonaría haber servido a unos individuos que desprecio tan prodigiosamente.

Por consiguiente, se comete el mayor error del mundo atribuyéndome un libro... un libro que va contra todos mis principios y del que todo prueba que no puedo ser autor, y más aún, haciendo tanto ruido por una obra que no es, tomándola por el lado bueno, más que el último exceso de una imaginación corrompida, de cuyos delirios se irrita imbécilmente a todas las cabezas exaltándosela así.

Ofendido por esta acusación, acabo de escribir dos obras de cuatro volúmenes cada una, en las que he derribado, destruido e invertido de arriba a abajo los insidiosos sofismas de Justine. Pero como allá arriba está escrito, según nuestro amigo Jacques el fatalista, que las personas de letras deben ser eternamente las víctimas de la necedad y de la estupidez, guardan mis obras, retardan su publicación (quizá incluso la impedirán) mientras que se multiplica la de Justine. ¡Bravo, amigos míos! dejaríais de ser consecuentes si no os opusierais al bien y no favorecierais el mal. Hemos tenido ocasión de sublevarnos por lo contrario, estaba escrito allá arriba que los abusos más violentos regirían siempre nuestra Francia y que tanto tiempo como su suelo existiera sobre el globo, se reconocería en él por sus abusos.

 

[22]

 

«El colmo del dolor, a mi entender, es ser vencido por enemigos.» (Carta de Voltaire a Helvétius.)

 

[23]

 

Proyecto de una novela en forma epistolar.

 

Clémence, joven inocente, víctima de las trampas que se le tienden.

Théodorine, mujer corrompida y que colabora en la perdición de Clémence.

Delville, hombre inmoral que se entiende con Théodorine para la seducción de Clémence.

M. de Gocour, hombre honesto a inteligente que combate los sistemas de Delville y se opone tanto como puede a las maldades de este joven.

Mme. de Roseville, mujer razonable y virtuosa, se entiende con M. de Gocour con el mismo objeto.

 

Esbozo de la correspondencia de esta novela en forma epistolar.

 

Clémence se confía a Théodorine que a su vez la engaña, finge ser virtuosa ante ella y, mostrándose tal cual es a Delville, su antiguo amante, traiciona a cada momento a esta joven. M. de Gocour ha descubierto la funesta intriga y hace todo lo que puede para impedirla. Se entiende con Mme. de Roseville con este objeto. Los acontecimientos inmorales se escribirán entre Delville y Théodorine, los consejos y las confidencias, ya sea de Clémence a Théodorine, ya sea de Clémence a Mme. de Roseville, pues esta última es víctima del engaño de Théodorine. El desenlace será indicado por M. de Gocour a Mme. de Roseville; ambos se han conocido en casa de los padres de Clémence, pero han tenido escasas relaciones durante la acción. M. de Gocour, al final, explica a Mme. de Roseville todas las desdichas de las que Clémence habrá sido víctima debido a las instigaciones de Delville y de Théodorine. Pero hace falta una intriga en todo eso, y no veo otra que la de dar un amante a Clémence, que Théodorine le arrebatará por maldad, mientras que, en el mismo principio, Delville tratará de conseguir a Clémence, y la obtendrá con el fin de perderla. Ahora, lo que hace falta a estas atrocidades es un motivo, y no veo otro que el de hacer que Théodorine sea parienta de Clémence, cuya perdición o muerte la enriquecería pudiendo casarse con Delville, el cual no había jugado a ser el amante de Clémence más que para perderla y hacerla morir de amargura.

 

Vestidos y edades de los personajes.

 

Clémence, 16 años, hermosa, crédula, ingenua, franca y con aire de naturalidad.

Su amante, 20 años, etc. (está por crear).

Théodorine, 32 años, mucho talento, mucha maldad, estilo paradójico, jugando con todas las virtudes, y sabiendo adornarse con ellas en el momento preciso.

Delville, astuto, malvado, 35 años, con un espíritu semejante al de Théodorine, a la que sirve únicamente por espíritu de bellaquería.

M. de Gocour, filósofo, sensible, elocuente, muy prudente, con excelentes principios, 45 años.

Mme. de Roseville, 40 años, conserva su belleza, de costumbres y principios muy severos.

Clémence debe ser huérfana y, por así decirlo, debe haber sido confiada a los cuidados de Théodorine, su tía, de modo que heredaría de ella si ésta muriera; ella es su tía, su tutora, su carabina, etc., y abusa de todo ello para perder a la desdichada niña.

 

[24]

 

En cierta ocasión, reproche a mi amiga que olvidara mis gustos con respecto a algo que me ofrecía y no me gustaba: Cometéis un error, me dijo, al reprocharme que olvido vuestros gustos; lo que es absolutamente seguro, es que jamás olvidaré el que vos tenéis por mí.

 

9 brumario (31 de octubre) 1801, en Pélagie.

 

[25]

 

Pensamientos extraídos de la novela de Delphine.

 

«Los cuidados de la vida doméstica tienen un encanto singular en las mujeres. La más arrebatadora de todas, aquella cuyo comportamiento y hermosura es más ejemplar, no desdeña estas atenciones buenas y simples, que tan grato es volver a encontrar en su interior.»

 

 

« ¡Qué no daría yo para reencontrar estas impresiones que vierten de pronto tanto encanto y serenidad en el corazón! ¿Qué puede inspirarnos el poder de la razón? El coraje, la resignación, la paciencia... Sentimientos de duelo, cortejo del infortunio, ¡la más leve esperanza hace más bien que todos vosotros! »

 

 

«La, vejez rara vez es agradable, porque es la etapa de la vida en la que ya no es posible ocultar ningún defecto. Todos los recursos para causar sensación han desaparecido; sólo queda la realidad de los sentimientos y de las virtudes. La mayor parte de los caracteres naufragan antes de llegar al final de la vida, y, a menudo, en los hombres mayores sólo se ven almas envilecidas y turbadas, habitando aún como fantasmas amenazadores en cuerpos medio arruinados. Pero cuando una vida noble ha preparado la vejez, lo que ésta evoca ya no es la decadencia, sino los primeros días de la inmortalidad. »

 

[26]

 

Basta un mal sueño para decolorar todas las ideas del día siguiente.

 

[27]

 

Le Mennegaud que robó mi episodio de Aline, y al que yo denuncio en una nota, acaba de ser acusado de estafas infames en el tribunal correccional, y condenado a la cárcel así como a la restitución. (Ved el Journal des Débats del 4 ventoso año XII.)

 

[28]

 

Zirza, hermoso nombre a utilizar.

 

[29]

 

Carta a M. d'Argental, 1763: «No siempre es preciso, según Voltaire, que Melpomène camine sobre zancos. Los versos más simples son muy bien recibidos, sobre todo cuando se hallan en un fragmento en el que los hay bastante fuertes: Racine nos lo prueba a cada instante. Una tragedia carecería de toda naturalidad si no hubiera muchas de tales expresiones simples, que no tienen nada de bajo ni de excesivamente familiar».

Esta nota me servirá para el prefacio de Jeanne.

 

[30]

 

Cuánto le gustaría Voltaire al periodista Geoffroy, ya que este dijo: « ¡Los periódicos son la peste de la literatura! ».

 

[31]

 

Sobre mis obras

 

[a]

 

El nuevo plan adoptado, ya sea para el entrelazamiento de los Crimes de l'amour, como para la confección de los volúmenes bajo el título de Le Boccace français, exige retocar dos novelas cortas la que llama Les Inconvénients de la pitié y la titulada La Cruauté fraternelle, sobre cuyos temas ya he trabajado, pero el resultado es demasiado triste para que puedan formar parte de esta recopilación. Por consiguiente, habrá que rehacerlas. Seguidamente, tengo tres novelas divertidas por hacer, que deberán colocarse, una tras Dorgeville, otra tras La Comtesse de Sancerre y la tercera tras Eugénie de Franval. Y, finalmente, una erótica para ser incluida en el Boccace junto a La Fleur de châtaignier. En cuanto a La Comtesse de Thélème habrá que rehacerla y suavizarla definitivamente, para no tener que recuperar de la policía la que se halla bajo este título y que es mala.

 

En total:

 

1.    Retocar Les Inconvénients de la pitié. Eróticas sin palabras.

2.    Ídem La Cruauté  fraternelle.

3.    Hacer una novela corta divertida para los Crimes de l'amour (sin erotismo).

4.    Ídem divertida para la misma obra (sin erotismo).

5.    Ídem para los Crimes de l'amour (sin erotismo).

6.    Una nueva para el Boccace (erótica sin palabras).

7.    Rehacer Madame de Thélème en el género del erotismo simple, sin palabras.

 

En total, 4 por hacer y 3 por retocar (en mi cartera hallaréis el catálogo).

 

[b]

 

He aquí los volúmenes que me quedan por pacer imprimir:

Les Crimes de l’amour, dos volúmenes de más, compuestos por las nuevas novelas que agrego………………………………………………………………………………….......2

Le Boccace  français, compuesto de 12 novelas cortas……………………………… 2

Mi Théâtre…………………………………………………………………………………...2

Le Portefeuille d'un homme de lettres……………………………………………………2

Conrad ou le jaloux en délire……………………………………………………………...4

Marcel ou le Cordelier……………………………………………………………………...4

Total.................16

 

Los cuales, a 30 fr. el volumen con un tiraje de 2.000, dan un fondo de dos mil luises o 48.000 fr., y teniendo eso en cuenta puedo pedir perfectamente 20.000 para comprar una casa de campo.

 

[c]

 

Mi catálogo general será pues:

Aline et Valcour………………………………………………………………………..6 vol.

Les Crimes de l’amour………………………………………………………………..6  "

Le Boccace  français………………………………………………………………… 2  "

Le Portefeuille d'un homme de lettres………………………………………………3  "

Conrad………………………………………………………………………………… 4  "

Marcel…………………………………………………………………………………..4  "

Mes Confessions……………………………………………………………………...2  "

Mon Théâtre…………………………………………………………………………...2  "

Réfutation de Fénelon. ………………………………………………………………1  "

  Total...................30 vol.

 

Todo tiene que hacerse en un mismo formato in-12, con un solo grabado en la portada de cada volumen y mi retrato en las Confessions ―El retrato de Fénelon delante de su refutación.

 

[d]

 

Tema de Madame de Thélème rehecho

(Boccace, por retocar, erótica).

 

Se tratará de los crímenes de Joseph Le Bon, diputado de la Convención en Arras. Mme. de Thélème va a implorarle el perdón para su marido. Le Bon se enamora de ella. Una doncella es la mediadora de toda la intriga; ésta denuncia la emigración del marido y de su hija. Le Bon, que ve en todo eso dos pretextos para su pasión, primero arruina a la madre, manda venir a la hija, abusa de ambas, hace guillotinar al marido y a la mujer, y hace de la hija su amante oficial. Podrán incluirse muchos detalles de la anterior, pero no habrá nada de obscenidad, la atrocidad se atribuirá absolutamente a la del personaje, será muy real y no habrá nada que parezca ser fruto de vuestra invención. Además estará escrita pura e ingeniosamente y con el único objeto de hacer detestables dos crímenes de este tiempo.

 

[e]

 

La Cruauté fraternelle

(Boccace, por retocar, erótica)

 

La Cruauté fraternelle destinada a la misma recopilación, aproximadamente con el mismo fondo que la anterior. El amante seguirá siendo el hijo de aquel que encuentra a la joven, pero la modista tras seducirla la prostituye con uno de sus hermanos que estaba enamorado de ella, y es por celos que el otro la hace encerrar en la cárcel de la que ella se escapa.

 

[f]

 

Les Inconvénients de la pitié

(Boccace, por retocar, erótica)

 

Les Inconvénients de la pitié, siguen siendo para la misma recopilación. Durante los disturbios ocasionados por la Revolución, M. du Closel, padre de dos hermosos niños, un muchacho de 14 años y una niña de 15, acoge por compasión en su casa a un monje que ha quebrantado los votos debido a las circunstancias. Le hospeda en su casa, confiándole la administración de sus negocios y la educación de sus hijos. El padre Casimir, que toma el nombre de Desmarets, tan pronto como ocupa su puesto roba a su patrón, corrompe a los niños............................................................................[1]

la joven muere en el parto. Du Closel en cuanto se entera quiere castigar severamente a Desmarets, pero éste que, sin que su patrón lo haya advertido, se ha hecho miembro de un comité revolucionario, hace guillotinar a du Closel y goza de los restos de su fortuna.

 

[g]

 

Atrappez-moi toujours de même

(Boccace, por hacer, erótica)

 

Lo creo terminado. Si lo está, servirá. Este es más o menos el proyecto..................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................[2]

― No estáis habituados a ello. ― ¡Vamos, vamos! ¡Paz! dice el libertino, os permito que me engañéis cuando ello ocurra de esta manera.

 

[h]

 

Aveuglement vaut mieux que lumière,

novela italiana

(Crimes de l’amour,

por hacer, sin erotismo)

 

Una divertida carente de erotismo, para ir detrás de Dorgeville. ― Un marido, muy impaciente por conocer el comportamiento de su mujer, propone al confesor de la dicha mujer cederle su puesto[3], con el fin de saber por la propia boca de su esposa el modo en que se comporta. El confesor acepta, pero como precisamente era él quien se acostaba con esta mujer, le previene. Ella confiesa que tiene un galán; le nombra[4] al prior del convento que estaba realmente enamorado de esta mujer. Para que se consume el crimen proyectado por el confesor, éste hace ver que cede, por una noche, su amante al prior. Éste acude a la cita; el marido le asesina; el confesor da orden de que lo persigan; el marido huye y el confesor queda en posesión de la mujer.

 

[i]

 

L'Ane sacristain

ou le jugement de Salomon

(Crimes de l’amour,

por hacer, sin erotismo)

 

Una ídem para ir detrás de La Comtesse de Sancerre. Carente de erotismo. ―El dueño de un castillo controlaba rigurosamente las ocupaciones de todos los que habitaban en su casa, así como de que todos los criados y animales tuvieran un empleo escrupuloso. Por la mañana, distribuía el trabajo y se enfadaba mucho cuando alguna cosa no estaba en su sitio. Un día se da cuenta de que Jean, cuyo deber era ir todas las mañanas a buscar agua al río como un asno, no cumplía su tarea. Pregunta dónde está Jean, y le responden que está ayudando a misa en el castillo. Se enfada, grita, va a quejarse a su hijo de que no se hace nada de lo que ordena. El hijo examina la cuestión, luego, tras haber observado inteligentemente que es preciso realizar ambos servicios: «Padre mío, dice, no hay nada más fácil de solucionar: Jean puede hacer muy bien el servicio del asno a ir a buscar el agua sobre sus hombros... y el asno ayudará a la misa».

 

[j]

 

Crimes de l’amour

(por hacer, sin erotismo)

 

Una ídem y de nuevo carente de erotismo, para ir detrás de Eugénie de Franval. Ésta debe ser la más pura y más divertida.

 

[k]

 

Véase pues de que se componen los seis volúmenes de los Crimes de l’amour:

1er volumen. ― L'Idée sur les romans. Juliette et Raunai. La Fine Mouche (el título ha sido cambiado). La Double épreuve.

2º volumen. ― Miss Henriette Stralson. Les Reliques. Faxelange. Le Président mystifié.

3er volumen. ― Florville et Courval. Le Cocu de lui-même. Rodrigue. La Prude.

4º volumen. ― Laurence et Antonio. Monsieur d'Esclaponville. Ernestine. Aveuglement vaut mieux que lumière.

5º volumen. ― Dorgeville. L'Ane sacristain ou le nouveau Salomon. La Comtesse de Sancerre. Una por hacer.

6º volumen. ― Eugénie de Franval. Le Mari prêtre. La Châtelaine de Longeville.

 

[l]

 

Le Boccace français, en dos volúmenes:

1er volumen. ― Madame de Thélème (largo)……… (mediano). La [Tribade] convertie (mediano). Le Curé de Prato (mediano). La Fleur de châtaignier (corto). Il y a place pour deux (corto).

2º volumen. ― La Cruauté fraternelle (largo). Les Inconvénients de la pitié (mediano). Le Mari corrigé (mediano). Soit fait ainsi qu'il est requis (corto). L'Instituteur philosophe (corto). Attrapez-moi toujours de même (corto).

 

[32]

 

Comida muy irritante

 

Sopa de caldo de veinticuatro gurriatos, con arroz y azafrán;

Pastel hecho de albóndigas con carne de palomo picada, y una guarnición de alcachofas;

Crema de vainilla;

Trufas a la provenzal;

Una pava guarnecida con trufas;

Huevos con salsa;

Picadillo de perdiz relleno de trufas y vino cocido;

Vino blanco;

Compota al ámbar.

 

 

[33]

 

[Fantasmas, 1802][5]

 

Ser quimérico y vano, cuyo solo nombre ha hecho correr más sangre sobre la superficie del globo como ninguna guerra política lo haya hecho jamás: ¡Retorna a la nada, de donde la loca esperanza de los hombres y su ridículo temor osaron, por desgracia, hacer salir! Apareciste sólo para suplicio del género humano. ¡Cuántos crímenes se hubiera ahorrado la tierra, si se hubiese degollado al primer imbécil que se le ocurrió hablar de ti! Muéstrate, si es que existes; sobre todo, no soportes que una débil criatura se atreva a insultarte, a desafiarte, a burlarse de ti, como yo lo hago; que ose negar tus maravillas y reírse de tu existencia, ¡vil fabricante de pretendidos milagros! Haz solamente uno, para probarnos que existes. Muéstrate, no en una zarza ardiente, como se dice, te apareciste al bueno de Moisés; no sobre una montaña, como te mostraste al vil leproso que se decía tu hijo, sino junto al astro del que te sirves para alumbrar a los hombres: que a sus ojos, tu mano parezca guiarlo. Este acto universal, decisivo; no te debe costar más que todos los prestigios ocultos que, según dicen, realizas todos los días. Tu gloria depende de él; atrévete a hacerlo o deja entonces de extrañarte de que todos los buenos espíritus nieguen tu poder y se sustraigan a tus pretendidos impulsos, a las fábulas, en una palabra, que cuentan de ti aquellos que se ceban como cerdos predicándonos tu fastidiosa existencia y que semejantes a esos sacerdotes del paganismo alimentados con las víctimas inmoladas en los altares, exaltan a su ídolo sólo para multiplicar los holocaustos.

Sacerdotes del falso dios que cantó Fénelon: erais felices, en ese tiempo, incitando desde la sombra a los ciudadanos a la rebelión. A pesar del horror que la Iglesia afirma tener por la sangre, guiabais a los frenéticos que derramaban la de vuestros compatriotas, trepando a los árboles para dirigir vuestros golpes con menor peligro. Tal era por entonces vuestra única manera de predicar la doctrina de Cristo, dios de paz; pero desde que os cubren de oro por servirlo, contentos de no tener que arriesgar más vuestros días por su causa, es mediante bajezas y sofismas que defendéis su quimera. ¡Ah!, si ella pudiera desvanecerse junto con vosotros para siempre, y que jamás volvieran a ser pronunciadas las palabras Dios y religión! Entonces los hombres pacíficos, sin más preocupación en adelante que su felicidad, comprenderán que la moral que la funda no necesita de fábulas para afirmarla; y que se deshonra y marchita a las virtudes sacrificándolas sobre los altares de un Dios ridículo y vano, que pulveriza el más ligero examen de la razón.

¡Desvanécete entonces, repugnante quimera! ¡Retorna a las tinieblas donde naciste; no vuelvas a ensuciar la memoria de los hombres; que tu execrable nombre no sea pronunciado más que en la blasfemia, y que sea librado al último suplicio el pérfido impostor que quisiera, en el porvenir, reimplantarte sobre la tierra! Sobre todo, no hagas más estremecer de felicidad ni gritar de alegría a los obispos cebados con cien mil libras de renta: este milagro no iguala al que te propongo, y si debes mostrarnos uno, que al menos sea digno de tu gloria. ¿Por qué ocultarte a los que te desean? ¿Temes su espanto o su venganza? ¡Ah, monstruo, cuanto la mereces! ¿Valía la pena que los crearas para luego hundirlos, como tú haces, en un abismo de desdicha? ¿Es acaso con atrocidades que debes evidenciar tu poder? Y tu mano que los aplasta, ¿no debe, en consecuencia, ser maldecida por ellos, execrable fantasma? ¡Haces bien en esconderte!, las imprecaciones lloverían sobre ti, si alguna vez tu espantoso rostro se mostrara a los hombres; ¡los desgraciados, sublevados por la obra, harían polvo al obrero!

Débiles y absurdos mortales enceguecidos por el error y el fanatismo, abandonad las peligrosas ilusiones en las que os sumerge la superstición tonsurada; reflexionad en el poderoso interés que ella tiene al ofreceros un Dios, en el valimiento que semejantes mentiras le otorgan sobre vuestros bienes y vuestros espíritus, y entonces veréis que semejantes bribones no pueden anunciar sino una quimera, e inversamente, que un fantasma tan degradante sólo puede estar precedido por bandidos. Si vuestro corazón necesita de un culto, que se lo ofrezca a los objetos palpables de sus pasiones: una cosa real os compensará al menos, de ese homenaje natural. ¿Pero qué podéis experimentar después de dos o tres horas de mística deificada? ¡Una fría nada, un vacío abominable que, no habiendo suministrado nada a vuestros sentidos, los deja necesariamente en el mismo estado que si hubierais adorado sueños y sombras!... En efecto, ¿cómo nuestros sentidos materiales pueden atarse a otra cosa que a la misma esencia de la cual están formados? Y vuestros adoradores de Dios, con su frívola espiritualidad que nada realiza, ¿no se asemejan todos acaso a Don Quijote tomando molinos por gigantes?

Execrable aborto, debería abandonarte aquí a ti mismo, librarte al desprecio que tú solo inspiras, y dejar de combatirte otra vez en los ensueños de Fénelon. Pero he prometido cumplir mi tarea; mantendré mi palabra, feliz si mis esfuerzos llegan a desarraigarte del corazón de tus imbéciles sectarios y pueden, poniendo un poco de razón en lugar de tus mentiras, terminar de destruir tus altares, para volver a sumergirlos para siempre en los abismos de la nada.



[1] Dos líneas tachadas, evidentemente por una mano ajena. (Nota del Ed.)

[2] Ocho líneas tachadas, seguramente por una mano ajena. (Nota del Ed.)

[3] Construcción ambigua: debe entenderse el puesto del confesor. (Nota del Ed.)

[4] Construcción también ambigua: el nombre del prior se lo da a su marido. (Nota del Ed.)

[5] Hacia fines de abril de 1802, un Te Deum solemne celebraba en Notre Dame la promulgación del Concordato. Fue hacia esa época, según toda posibilidad, que la pasión antirreligiosa del marqués, exacerbada por el renacimiento de la fe, le inspire el deseo de reunir en una obra metódica la suma de los argumentos que su ateísmo le había dictado desde el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo hasta la Historia de Juliette. De dicha obra, Refutación de Fénelon −mencionada en el catálogo general de 1803-1804− no conoceríamos hoy más que el título, si los Cuadernos personales del marqués no nos hubieran proporcionado el fragmento titulado Fantômes, el cual –juzgándolo por la frase siguiente– parecería el preámbulo de tal obra: Execrable aborto, exclama Sade al dirigirse a Dios, debería abandonarte aquí a ti mismo, librarte al desprecio que tú sólo inspiras, y dejar de combatirte otra vez en los ensueños de Fénelon. Pero he prometido cumplir mi tarea; mantendré mi palabra, etc. Es de destacar que este trozo, de una admirable energía, ofrece notable semejanza con algunos pasajes de un episodio de Los cantos de Maldoror, donde el Conde de Lautréamont interpela al Creador. (Nota de Mario Pellegrini). [Véase: Sade. Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Compilación, versión y notas de Mario Pellegrini. Barcelona: Argonauta, 1980. Pp. 51-56 y 84.]

 

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