miércoles, 22 de septiembre de 2021

Justine o Los infortunios de la virtud Marqués de Sade. (Fragmento).

 


Justine

o

Los infortunios de la virtud

Marqués de Sade

 

 


 

 

 

 

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A mi buena amiga

 

Sí, Constance, a ti dirijo esta obra; a la vez el ejemplo y el honor de tu sexo, sumando al alma más sensible la mente más justa y la mejor iluminada, sólo a ti corresponde conocer la dulzura de las lágrimas que arranca la Virtud infortunada. Detestando los sofismas del libertinaje y de la irreligión, combatiéndolos incesantemente con tus actos y tus discursos, no temo en absoluto para ti los que ha necesitado en estas memorias el tipo de personajes trazados; el cinismo de algunas plumas (suavizadas sin embargo lo más posible) no te horrorizará más; es el Vicio el que, gimiendo por ser desvelado, se escandaliza así que se le ataca. El proceso de Tartufo fue incoado por unos santurrones; el de Justine será obra de los libertinos. Me inspiran escaso temor: mis razones, desveladas por ti, no serán condenadas; tu opinión basta para mi gloria, y debo, después de haberte gustado, o gustar a todo el mundo, o consolarme de todas las censuras.

La intención de esta novela (no tan novela como parece) es nueva sin duda; el ascendiente de la Virtud sobre el Vicio, la recompensa del bien, el castigo del mal, suele ser el desarrollo normal de todas las obras de este tipo; ¿no es algo demasiado manido?

Pero ofrecer por doquier el Vicio triunfante y la Virtud víctima de sus sacrificios;

mostrar a una desdichada yendo de infortunio en infortunio; juguete de la mal dad; peto de todos los excesos; blanco de los gustos más rbaros y s monstruosos; aturdida por los sofismas mas osados, más retorcidos; víctima de las seducciones s arteras, de los sobornos más irresistibles; teniendo únicamente para oponer a tantos reveses, a tantos males, para rechazar tanta corrupción, un espíritu sensible, una inteligencia natural y mucho valor; arrostrar en una palabra las pinturas s atrevidas, las situaciones más extraordinarias, las máximas más espantosas, las pinceladas más enérgicas, con la única intención de obtener de todo ello una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido: convendremos que era llegar al objetivo por un camino poco transitado hasta ahora.

¿Lo habré conseguido, Constance? ¿Provocará una lágrima de tus ojos mi triunfo? En una palabra, después de haber leído Justine, dirás: «¡Oh, cuán orgullosa de amar la Virtud me siento con estos cuadros del Crimen! ¡Cuán sublime es en las lágrimas! ¡Cómo la embellecen los infortunios!».

¡Oh, Constance! Que se te escapen estas palabras, y mis trabajos serán coronados.

 

EXPLICACION DE LA ESTAMPA

 

La Virtud, entre la Lujuria y la Irreligión. A su izquierda está la Lujuria, bajo la figura de un joven cuya pierna rodea una serpiente, símbolo del autor de nuestros males; aparta con una mano el velo del Pudor, que protegía a la Virtud de las miradas de los profanos, y con la otra, así como con su pie derecho, dirige la caída en la que quiere hacerla sucum- bir. A la derecha está la Irreligión que retiene con fuerza uno de los brazos de la Virtud, mientras que con mano pérfida saca una serpiente de su seno para envenenarla. El abismo del Crimen se entreabre bajo sus pasos. La Virtud, siempre dueña de su conciencia, alza la mirada al Eterno, y parece decir:

 

 

 

 

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¡Quién sabe, cuando el Cielo nos hiere con sus golpes, si la mayor desgracia no es un bien para nosotros!

 

Edipo en casa de Admeto

 

¡Oh amigo mío! La prosperidad del Crimen es como el rayo, cuyos resplandores engañosos sólo embellecen un instante la atmósfera para precipitar en los abismos de la muerte al desdichado que han des- lumbrado.

 

Primera parte

 

La  obra  maestra  de  la  filosofia  sería  desarrollar  los  medios  de  que  se  sirve  la Providencia para alcanzar los fines que se propone sobre el hombre, y trazar, a partir de ahí, unos planes de conducta que puedan  hacer  conocer a ese desdichado  individuo bípedo el modo en que debe avanzar en la espinosa carrera de la vida a fin de prevenir los caprichos extravagantes de esta fatalidad a la que se dan veinte nombres diferentes, sin haber llegado todavía a conocerla ni a definirla.

Si, llenos de respeto por nuestras convenciones sociales, y sin apartarnos jamás de los

diques que nos imponen, ocurre, aun así, que lo encontramos zarzas cuando los malvados sólo  recogen rosas, personas carentes de un fondo  de virtudes lo  bastante probado como para superar tales observaciones ¿no considerarán entonces que es preferible abandonarse al torrente que resistirlo? ¿No dirán que la virtud, por hermosa que sea, se vuelve sin embargo el peor partido que pueda tomarse, si resulta demasiado débil para luchar contra el vacío, y que, en un siglo totalmente corrompido, lo más seguro es actuar como los demás? Algo más instruidos, si se quiere, y abusando de las luces que han adquirido, ¿no dirán con el ángel Jesrad, de Zadig, que no hay mal que por bien no venga, y que pueden, a partir de ahí, entregarse al mal, ya que de hecho sólo es una de las maneras de producir el bien? ¿No añadirán que es indiferente al plan general que tal o cual sea preferentemente bueno o malo; que si el infortunio persigue a la virtud y la prosperidad acompaña al crimen, siendo ambas cosas iguales para los proyectos de la naturaleza, es infinitamente mejor tomar partido entre los malvados, que prosperan, ' que entre los virtuosos, que fracasan? Así pues, es importante prevenir esos peligrosos sofismas de una falsa filosofia; esencial demostrar que los ejemplos de virtud infortunada presentados a un alma corrompida, en la que permanecen sin embargo unos cuantos buenos principios, pueden devolver esta alma al bien con tanta seguridad como si se le hubiera  mostrado  en  el  camino  de  la  virtud  las  palmas  más  brillantes  y  las  más halagüeñas recompensas. Es cruel, sin duda, tener que describir un montón de infortunios abrumando a la mujer dulce y sensible que mejor respeta la virtud, y por otra parte la afluencia de prosperidades sobre quienes aplastan o mortifican a esa misma mujer. Pero si nace, no obstante, un bien del cuadro de esas fatalidades, ¿sentiremos remordimientos

 

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por haberlas ofrecido? ¿Podrá alguien molestarse por haber compuesto unos hechos de los que se derivan para el sensato que lee con provecho la muy útil lección de la sumisión a las órdenes de la Providencia, y la advertencia fatal de que, a menudo, para devolvernos a nuestros deberes, el cielo golpea a nuestro lado al ser que se nos antoja haber cumplido mejor los suyos?

Tales son los sentimientos que dirigirán nuestros trabajos, y en consideración a esos

motivos pedimos indulgencia al lector por los sistemas erróneos que aparecen en boca de varios de nuestros personajes, y por las situaciones a veces algo fuertes que, por amor a la verdad, hemos tenido que colocar ante sus ojos.

martes, 21 de septiembre de 2021

Marqués de Sade HISTORIETAS, CUENTOS Y FÁBULAS

 




Marqués de Sade

Historietas, cuentos y fábulas

Título original: Historiettes, Contes et Fabliaux

Marqués de Sade, 1926

Traducción: Luis Rutiaga


Prólogo

Donatien Alphonse François, marqués de Sade (París, 1740-Charenton, Francia, 1814), es un escritor y filósofo francés. De origen aristocrático, se educó con su tío, el abate de Sade, un erudito libertino y volteriano que ejerció sobre él una gran influencia.

Alumno de la Escuela de Caballería, en 1759 obtuvo el grado de capitán del regimiento de Borgoña y participó en la guerra de los Siete Años. Acabada la contienda, en 1766 contrajo matrimonio con la hija de un magistrado, a la que abandonó cinco años más tarde.

En 1768 fue encarcelado por primera vez acusado de torturas por su criada, aunque fue liberado al poco tiempo por orden real. Juzgado y condenado a muerte por delitos sexuales en 1772, consiguió huir a Génova. Regresó a París en 1777, donde fue detenido a instancias de su suegro y encarcelado en Vincennes.

En 1784 fue trasladado a la Bastilla y en 1789 al hospital psiquiátrico de Charenton, que abandonó en 1790 gracias a un indulto concedido por la Asamblea surgida de la Revolución de 1789.

Participó entonces de manera activa en política, paradójicamente en el bando más moderado. En 1801, a raíz del escándalo suscitado por la publicación de La filosofía del tocador, fue internado de nuevo en el hospital psiquiátrico de Charenton, donde murió.

Escribió la mayor parte de sus obras en sus largos periodos de internamiento. En una de las primeras, el Diálogo entre un sacerdote y un moribundo (1782), manifestó su ateísmo.

Posteriores son Los 120 días de Sodoma (1784), Los crímenes del amor (1788), Historietas, cuentos y fábulas (1788), Justine (1791) y Juliette (1798).

Calificadas de obscenas en su día, la descripción de distintos tipos de perversión sexual constituye su tema principal, aunque no el único: en cierto sentido, Sade puede considerarse un moralista que denuncia en sus trabajos la hipocresía de su época.

Su figura fue reivindicada en el siglo XX por los surrealistas.

Luis Rutiaga


domingo, 19 de septiembre de 2021

PRINCIPIOS NOCTURNOS. Fragmento. Novela. J. MÉNDEZ-LIMBRICK.


 

(PRINCIPIOS NOCTURNOS. Fragmento. Novela. Ganadora del III Premio nacional de narrativa Alberto Cañas, 2020).

"...¡Pero no es novela! Han hecho creer a los ilusos que es novela y los ilusos desean creerlo. Además, es demasiada aburrida. Detendré el tiempo para explicarle —dijo Belfegor, ahora malhumorado.
Y el marqués infernal, mariscal de campo e inspector de los ejércitos diabólicos, inspirador de las artes liberales, señor de los Nigromantes, en un acto de furia literaria por las palabras del ministro de Cultura, detuvo el tiempo y dijo:
—Siré, le explicaré. Pero, antes, le consulto: ¿Ya va entendiendo del juego?
—¿Cuál juego? —pregunté, aterrado, al ver cómo Belfegor detenía en una imagen holográfica en tercera dimensión la actividad en la embajada.
—Ah, ah, ah, hum, no se preocupe por mis hermanos; ellos no se van a enterar. Todo sigue su curso normal; en un nonasegundo, su sire y yo hablaremos. Podría alargar nuestra charla por veinticuatro horas terrenales sin que nadie se entere. Continúo, su señor. Entonces, ¿va entendiendo el juego? Pues, el juego está en: primero, el autobombo; todo es el juego del autobombo, aprovechar cualquier mecanismo publicitario para hacerse oír. Segundo, buscar promotores del autobombo: “Vos alabás lo que yo escribo y decís que soy un genio literario”.
—Siempre será sospechoso cualquier comentario que un amigo haga a la labor de otro amigo; es cierto.
—Es así de sencillo. El poeta Pepe González alaba hasta la saciedad a Antonio Jiménez, porque este último, a su vez, alaba en los periódicos a González —sentenció Belfegor—. Pero, aquí no terminan la envidia y la soberbia de estos grupos. Como apunté: la envidia y el servilismo pululan en el ambiente. ¿Ve a ese escritor un poco pudendo que habla con una mujer?
—¿Con la mujer de vestido blanco?
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—La misma. Pues, ese escritor posee mucho poder en Costa Rica. Es otro Horacio Guerra.
—¿Escribe muy bien?
—Noooo... Aunque, se parece en lo macabro y solo promociona a su grupo literario. Le encanta el ninguneo, como a Pepe González y a Antonio Jiménez. Para él y su grupo, solo son válidas sus reglas y sus conceptos literarios. El que no sigue sus pasos, está perdido; se le cerrarán las puertas en las editoriales. ¡Ah y, aunque es narrador, alaba como en un oratorio a Pepe González! ¡Todos entre ellos se alaban! Y, por supuesto, entre ellos tienen a sus perros falderos.
—¿Perros falderos?
—Pues, sí. Son escritores muy inferiores, demasiado inferiores, incluso inferiores a González, Jiménez y este narrador de capillas, Rubén Garrido, el que está con la mujer de blanco. Ya está en su sangre la verborrea. Y también existen otros perros falderos, que son los periodistas. Solo publicarán en las páginas culturales a sus amigotes escritores, apoyan sin importar si merecen que se les publique y se les haga tanto despliegue periodístico.
—Pero, excelencia, este tipo de comportamiento también se da en México y en Argentina y en cualquier país.
—Es cierto. Sin embargo, en este país se hace en manera enfermiza y lacerante, una y otra vez, desde siempre. El caos es mucho mayor aquí. Yo diría que se hace... ¿Cómo decirlo?... —Belfegor dejó caer el monóculo en su pecho y abrió con desparpajo su ojo, que brilló más que nunca: rojo, encendido, chispeante. Y, al hablar, numerosas y diminutas chispas saltaban de su ojo al monóculo, que parecía un pequeño sol—. Pues, en este país, todo se hace en forma demasiado evidente y vulgar.
—Y, aquí, ¿ningunean?".

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