domingo, 1 de agosto de 2021

CICERON. LA INVENCIÓN RETÓRICA. FRAGMENTO.



Fuente:
CICERÓN
LA INVENCIÓN
RETÓRICA
INTRODUCCIÓN, TRADUCCIÓN Y NOTAS DE
SALVADOR NÚÑEZ
&
EDITORIAL GREDOS
Asesores para la sección latina: José Ja v ier I so y José L uis M o r a l e jo .
Según las normas de la B. C. G ., la traducción de esta obra ha sido
revisada por J u a n M.a N ú ñ e z G o n z á l e z .
© EDITORIAL GREDOS, S. A.
Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1997.
*** 
2. «La in v e n c ió n r e t ó r ic a »
Cuando Cicerón se puso a la tarea de redactar el ambicioso
tratado que iba a ser La invención retórica, intentó reflejar
el estado de los conocimientos retóricos de la época
conservando una cierta independencia frente a las fuentes
griegas y procurando adaptar los contenidos a la realidad social
y cultura! romana. Aunque había planeado discutir las
cinco partes de la retórica, es un estudio de la inuentio sola,
esto es, de los varios tipos de causas y argumentos que deben
usarse en cada ocasión. Al contrario que la Retórica a
Herenio, las introducciones de ambos libros analizan también
ciertos principios generales sobre !a naturaleza e historia
de la retórica. Más interesante aún es el hecho de que ya
en esta primera obra el autor muestra un marcado interés
por los estudios filosóficos, cuyas enseñanzas intentará llevar
a la doctrina retórica. Así, es evidente que Cicerón se
esfuerza por dar algo más que los manuales tradicionales de
retórica cuando define su posición respecto a cuestiones
teóricas generales como la relación entre filosofía y retórica,
el origen de ésta y su función en la sociedad o la conveniencia
de distinguir entre la buena y la mala elocuencia. Siguiendo
sin duda a Filón, que había reintroducido el estudio
de la elocuencia en el programa de la Academia, Cicerón
asigna a la retórica una función subordinada con respecto a la
filosofía, moderatrix omnium rerum (I 4, 5), concepción que
constituirá uno de los rasgos más característicos de su doctrina
sobre la elocuencia; también se encuentran huellas del
escepticismo y probabilismo de la Academia en la introducción
del libro segundo (II 3, 10). Pero en la obra no sólo es
visible el influjo de Filón. Como veremos más adelanfe, se
ha querido ver en ella el reflejo de ciertas opiniones del estoico
Posidonio; en cualquier caso el influjo del estoicismo
es particularmente importante en determinadas partes de su
obra. Es evidente también un buen conocimiento de la tradición
peripatética, al menos secundario, tal como ésta había
sido recogida y divulgada en la teoría retórica helenística.
El testimonio directo más importante en tomo a La invención
retórica lo ofrece el mismo Cicerón. El año 55, en la
dedicatoria a su hermano Quinto de su gran tratado retórico
De oratore, afirma que uno de los motivos que le habían inducido
a escribir ese diálogo fue que los ensayos de su primera
juventud, «esbozos todavía incompletos y toscos, escapados
de sus cuadernos de apuntes escolares, eran poco
dignos de su edad y de la experiencia que había adquirido a
lo largo de su vida con la práctica forense» (De orat. I 2, 5).
A partir de estas palabras, referidas muy probablemente a
La invención retórica, muchos han sostenido la tesis de que
esta obra no sería sino la redacción por escrito de los apuntes
escolares (commentarioli) que el joven Cicerón tomó a
sus maestros griegos en tomo a los años 91-89, cuando
contaba entre 15 y 17 años (puer aut adulescentulus), y que
su carácter de esbozos toscos (incohata ac rudia), indignos
de la situación personal del orador el año 55, habría sido
efectivamente uno de ios motivos que le indujeron a redactar
su gran diálogo De oratore, que en cierto sentido podría
ser considerado como el sustituto de esta obra juvenil9.
También Quintiliano (III 6, 58), probablemente recordando
las mencionadas palabras de Cicerón, se refiere oca*
sionalmente a estos libros, a los que consideraba una obra
9 Cf. F. M a r x , Incerti Auctoris De ratione dicendi ad C. Herennium
libri IV, Leipzig, 1894 (= Hildesheim, 1966), Prolegomena, pág. 78.
inmadura y juvenil. Ya en época más reciente se ha insistido
también en los defectos e incoherencias presentes en La invención
retórica, una obra que sería demasiado prolija, poco
práctica y poco romana, contradictoria y repetitiva, en la que
Cicerón habría mostrado una excesiva simpatía por la dialéctica
y se habría detenido en cuestiones irrelevantes para
la teoría retórica10, hasta llegar a la tesis de F. Marx de que
La invención retórica no sería sino la traducción al latín de
las lecciones de alguno de los maestros griegos empleados
en casa de Craso tal como las habría ido dictando a los alumnos
que allí recibían enseñanzas. A este material Cicerón
habría añadido posteriormente aquellas partes, como los proemios,
que evidentemente no pueden proceder de esas lecciones,
de la misma forma en que años después reconocerá haber
hecho con algunas otras de sus obras11.
La impresión que provoca el tratado retórico no coincide,
sin embargo, con este juicio. Por un lado, no es absolutamente
seguro que las citadas palabras de Cicerón se refieran
expresamente a La invención retórica, que en modo alguno
puede considerarse un commentariolus. Es cierto que al ca10
Cf. C. B io n e , Ip iü antichi trattati di arte retorica in lingua latina.
Intorno a la «Rhetorica ad Herennium» e al Trattato ciceroniano «De
inuentione», Pisa, 1910 (=Roma, 1965).
11 Cf. Cartas a Atico XVI 6, 4, donde Cicerón habla de un uolumen
prooemiorum. Sin embargo, es difícil suponer que casi cuarenta años antes
ya tuviera en mente la confección de una obra de esas características. Cf.
P. G i u f f r i d a , «I due proemi del De Inventione», Lanx satura T. Terzaghi
oblata, Génova, 1.963, págs. 113-216. Por otra parte, la tesis de que La invención
retórica es realmente el ars de un maestro griego traducida al latín
por Cicerón resulta difícil de compaginar con la redacción actual del
texto. Es cierto que parte del material empleado en La invención retórica
puede proceder de sus apuntes escolares. Pero si esos libros a los que se
refiere hubieran sido realmente obra de otra persona, como pretende Marx,
su defensa habría sido mucho más fácil, pues, aun reconociendo su imperfección,
en ningún momento niega que sean suyos.
recer aún de toda experiencia de la vida práctica, Cicerón
sólo había podido recoger una enseñanza teórica de tipo escolar.
Aunque las fuentes directas de este tratado son en su
mayoría desconocidas, Cicerón debió de utilizar una amplia
y variada producción retórica griega, porque si bien sigue
en muchos puntos fielmente la doctrina de Hermágoras, en
otros muchos casos polemiza con él. Puesto que es poco probable
que Cicerón llegara a conocer la Rétorica a Herenio ’2,
escrita verosímilmente por esa misma fecha y con la que
coincide tanto en la terminología como en muchos aspectos
de la doctrina, es posible que esas coincidencias se deban al
hecho de que ambos autores usaran una misma fuente o estudiaran
en un mismo ambiente; de hecho, Cicerón en muchas
ocasiones corrige y completa los puntos de vista del
desconocido autor. En todo caso, aun reconociendo los defectos
que todo trabajo primerizo comporta, no es menos
cierto que la obra presenta notables cualidades y que no merece
una valoración tan negativa como la que sobre ella expresó
el propio Cicerónl3. Es preferible, por lo tanto, creer a
Cicerón cuando dice que su objetivo con esta obra fue recoger
las enseñanzas de los rétores más importantes de su
época, a muchos de los cuales menciona explícitamente. Pa12
Son sin embargo muchos los autores que piensan que Cicerón conocía
el manual dedicado a Herenio; entre otros, y aún recientemente, K.
Kumaniecki, Cicerone e la crisi, pág. 71; también L. L a u r a n d , De M.
Tulli Ciceronis studiis rhetoricis, París, 1907, comparte esta opinión; sobre
las relaciones entre ambos tratados retóricos, cf. nuestra Introducción
a la Ret. a Her (B. C. G., núm. 244).
13 También es posible que este rechazo del propio autor se deba a la
actitud de distanciamiento que Cicerón intenta mostrar con respecto a su
producción anterior en los años en que redacta el De oratore, en especial
todo aquello que pudiera revelar alguna relación con la ideología política
popular, su inicial asianismo y sus concepciones retóricas cercanas a las
de los rhetores Latini.
ra ello, Cicerón habría reunido todo el material retórico que
pudo encontrar y, tras estudiarlo y analizarlo a fondo, adoptó
lo que le pareció mejor de cada autor, añadiendo incluso
sus opiniones personales en aquellos puntos en que no se
mostraba de acuerdo con la tradición.
La fecha de redacción
Tan discutida como las características de la obra es la
fecha de su redacción. De aceptar literalmente el testimonio
de Cicerón, que dice haberlos escrito siendo puer aut adulescentulus,
esto supondría que los commentarioli a los que
se refiere el De oratore habrían sido escritos en tomo al 91,
cuando el futuro orador contaba entre 15 y 17 años, e implicaría
que la teoría retórica contenida en esta obra derivaría
en su mayor parte de los maestros existentes en casa de Craso.
Ya hemos hecho referencia a la costumbre de los escritores
antiguos de no mencionar en sus escritos a autores vivos
l4. Cuando Cicerón recuerda en I 4, 5 a los oradores más
distinguidos por su elocuencia y virtud sólo cita a Catón,
Lelio, Escipión el joven y los Gracos; en un contexto similar,
el auctor ad Herennium (IV 4, 7) había añadido a esos
mismos oradores los nombres de Galba, Porcina, Craso y
Antonio; de todos éstos, el último en morir había sido Antonio,
ejecutado por los partidarios de Mario el año 87. Cicerón
menciona en II 37, 111 el consulado de Craso del año
94, fallecido el 91, y en II 42, 122 se refiere, aunque sin
mencionarla explícitamente, a la famosa causa Curiana, en
la que este orador había actuado como abogado de una de
las partes. Por otro lado, en todo el tratado no hay referencia
alguna a Antonio. Por consiguiente, podría concluirse que la
14 Cf. nuestra Introducción a la Retórica a Herenio (B. C. G., núm. 244).
obra habría sido escrita antes del 87, en una fecha en que
Antonio estaba todavía vivo. Si la redacción de la obra fuera
realmente anterior al año 91, como las palabras de Cicerón
en el De oratore parecen implicar, las referencias a Craso
significarían que Cicerón habría completado el texto una vez
muerto éste, en tanto qué la ausencia de referencias a Antonio
situaría la obra antes del 87. De acuerdo con esto, para
los partidarios de la datación alta, el tono y las doctrinas
contenidas en la obra pertenecerían por completo al final de
los años 90 y sería efectivamente una obra escrita entre el
paso de lapueritia a la adulescentia'5.
Además, y al contrario de lo que ocurre en la Retórica a
Herenio, la ausencia en esta obra de alusiones a la realidad
histórica y social más inmediata, en particular a la guerra social
entre Roma y sus confederados itálicos o a la guerra
civil entre Mario y Sila, vendría a corroborar la conclusión
de Marx de que el autor habría recopilado antes del año 91
sus apuntes de clase, a los que habría añadido, en un momento
indeterminado, pero en cualquier caso bastante posterior,
los proemios y todas aquellas partes que no pueden
ser en absoluto obra de un muchacho. En esta misma línea,
sugiere Kennedy16 que probablemente Cicerón continuó trabajando
en su tratado hasta que tuvo que interrumpirlo bien
para cumplir el servicio militar, bien cuando otros estudios
como los jurídicos con Escévola o los filosóficos con Filón
lo alejaron definitivamente de su incompleto tratado.
Naturalmente, cabe también la posibilidad de que Cicerón
hubiera escrito esta obra más adelante, sirviéndose de
15 Ke n n e d y , Art o f Rhetoric, pág. 109, piensa que de haber escrito su
obra algo más tarde probablemente hubiera incluido tanto a Craso como a
Antonio, a los que sí menciona en su primer discurso, el Pro Quinctio del
año 81.
16 Cf. Ke n n e d y , Art o f Rhetoric, pág. 110.
los cuadernos de notas juveniles que le habrían servido como
base para la redacción definitiva. Y si bien es cierto que
La invención retórica contiene escasas alusiones a acontecimientos
contemporáneos17 y no incluye referencias de actualidad,
presenta sin embargo características que la distancian
considerablemente de las que le atribuye Marx en su análisis.
Ya hemos mencionado la notable influencia de diferentes
doctrinas filosóficas, influencias que no comenzaron hasta
que Cicerón tuvo más de veinte años y hubo seguido las
lecciones de Fedro, Filón y Diodoto. Por otra parte, una fecha
tan temprana como la propuesta por Marx haría de la
obra un trabajo realmente precoz, lo cual, sin ser incompatible
con lo que sabemos de otros escritores en la Antigüedad,
es poco verosímil. Ya hemos señalado también su interés en
la época en que redacta el De oratore por alejar de su vida
toda actividad pasada que pudiera parecer poco apropiada a
sus nuevas relaciones políticas optimates. Una obra como La
invención retórica, que por su doctrina e intenciones puede
incluirse plenamente en la corriente de los rhetores Latini y
que sigue el modelo de un Antonio antes que el de un Craso,
poco podía agradar a sus compañeros políticos del 45.
Por otra parte, los años en que se situaría la redacción
definitiva de la obra, entre el 88 y el 87, fueron demasiado
agitados como para que Cicerón tuviera tranquilidad y tiempo
suficiente para dedicarlo a la redacción del manual. Por
el contrario, entre el 86 y el 83 Roma conoció un periodo de
17 Aun así, muchos de los exempla que presenta se refieren de cerca a
problemas políticos de relevancia en la época: la cuestión de la maiestas
es mencionada en II 17, 52; en I 49, 92 cita la ley judicial de Cepión; a la
causa Curiana se refiere en II 42, 122. Aunque evidentemente las alusiones
políticas son más escasas que en la Retórica a Herenio, es significativo
que todas ellas estén en la misma dirección ideológica filopopular; cf.
Michiíl, Rhétorique etphilosophie, pág. 73.
tranquilidad que Cicerón dedicó plenamente al estudio y en
el cual encontraría lógico la redacción de este ambicioso
tratado. En cuanto a la ausencia de referencias contemporáneas,
es posible que se deba tanto a la natural prudencia de
Cicerón como a la delicada situación política del momento.
Aunque también la fecha de redacción de la Retórica a
Herenio es desconocida, en la hipótesis más probable de que
hubiera sido redactada a finales de la década del 80, la ausencia
de referencias mutuas entre esta obra y La invención
retórica apunta más bien a una redacción aproximadamente
contemporánea. De ahí que autores como Bader, Weidner,
Leeman, Michel o Achard18 fijen la composición de la obra
entre el 85 y el 8319. Además, esta datación tardía presenta
la ventaja de explicar el estado inconcluso de la obra. En
18 Cf. F. B a d e r , De Ciceronis rhetoricorum libris, Greifswald, 1869,
pág. 30; R. W e i d n e r , Prólogo a su edición de 1878, págs. IV-V; A. D.
L e em a n , Orationis ratio, págs. 119-122; A. M i c h e l , Rhétorique et philosophie,
pág. 72; G. A c h a r d , Introduction a su edición de 1994, págs. 6-8.
Otros autores se muestran partidarios incluso de una datación aún más
tardía basándose en las relaciones entre ambos tratados. Así, K a y s e r , edición
de la Rhetorica ad Herenium, praef. XI, y L. L a u r a n d , De M. Tulli
studiis rhetoricis, págs. 65-66, que ven en la Retórica a Herenio una de las
fuentes utilizadas por Cicerón para redactar La invención retórica, le asignan
una fecha posterior al manual dedicado a Herenio, en los últimos años
de la década del 80.
19 R. P h i l ip s o n , «Ciceroniana I: De Inventione», Neue Jahrbücher
für Philologie 133 (1886), 417-425, la retrasa hasta su regreso de Asia el
año 77, basándose en ciertos paralelos entre los proemios de La invención
retórica y las doctrinas atribuidas a Posidonio, al que Cicerón habría conocido
durante su viaje a Grecia; sin embargo, no sólo es poco seguro su
principal argumento de la influencia de Posidonio sino que es difícil admitir
que Cicerón, aun exagerando para justificar las imperfecciones de su
trabajo juvenil, pudiese referirse a sí mismo como puer aut adulescentulus
a los ventiocho años, cuando ya había comenzado verdaderamente su carrera
oratoria.
efecto, la brusca interrupción del tratado después de haber
expuesto tan sólo la parte dedicada a la invención, que ha
sido interpretada de diferentes maneras, podría deberse, como
recientemente ha sugerido Achard20, al hecho de que
Cicerón se viera impedido de terminarla por las circunstancias
políticas, particularmente el reinicio de la guerra civil
tras la llegada a Italia de Sila el año 83, el mismo motivo
que impidió seguramente la publicación de otras obras como
la Retórica a Herenio. El periodo del 84-83 sería así el
más probable para la redacción completa del texto conservado,
que Cicerón habría llevado a cabo completando y ordenando
los materiales recogidos en sus años escolares y
añadiéndoles los prefacios y aquellas partes más estrictamente
filosóficas que sólo pudo conocer durante la década
del 80. Sin embargo, la llegada de Sila a Roma, del que en
principio Cicerón no tenía nada que temer, no parece ser un
motivo suficiente como para interrumpir la redacción del
tratado. Más plausible resulta, por tanto, la suposición de
Weidner de que Cicerón dejó de trabajar en esta materia
cuando el año 82 entró en la vida pública y comenzó a dedicarse
a la oratoria. Tampoco puede olvidarse su precipitada
partida de Roma tras su intervención en la causa de Roscio
Amerino y que, aproximadamente por esa época, la redacción
de manuales generales de retórica dejó de ser necesaria
cuando el año 81, en plena restauración silana, se abrió una
escuela de retórica latina que no encontró esta vez el impedimento
de los censores. En conclusión, puede decirse que
es con toda seguridad entre el 91 y el 81, y muy probablemente
a finales de los años 80, cuando Cicerón llevó a cabo
la redacción del texto que hoy día conservamos.
20 Cf. A c h a r d , Introduction, págs. 8-10.
El título de la obra
El título tradicional con que se conoce a esta obra, De
iuentione, está extraído probablemente de la última frase del
libro segundo (II 69, 178), pero es poco probable que fuera
el que utilizara realmente Cicerón21. Uno de los más antiguos
manuscritos conservados, el Herbipolitanus de Würzburg,
termina el libro primero con las siguientes palabras: explicit
líber primus rhetoricae. Quintiliano, que menciona
varias veces la obra, se refiere a ella de distintas maneras. En
II 14, 4 señala expresamente que Cicerón utilizó para estos libros
un título en griego, pero unas veces cita simplemente
rhetorici (II 15, 6; III 1, 20), otras libri rhetorici (III 6, 50).
De manera similar, dice Jerónimo refiriéndose a esta obra de
Cicerón: lege rhetoricos eius22. El testimonio de Prisciano
también es contradictorio, pues una vez menciona in primo
rhetoricorum (Gram. Lat. II 81, 13, Keil), pero en 469, 8 y
545, 2 utiliza el término griego rhetoricon. Todo esto parece
sugerir que Cicerón utilizaría bien el título griego de Rhetorice,
como propone A. Euxner23, bien el de rhetoricon libri24.
Rhetoríca, en latín, presentan por el contrario los manuscritos
medievales más importantes. Finalmente, Julio Víctor (R. L.
M. 429, 12, Halm) se refiere a él como in secundo artis rhetoricae;
y con el título de artis rhetoricae libri lo edita Weidner,
basándose también en el testimonio de Quintiliano (II 17,
21 Sobre la cuestión en general cf. W. H a e l l i n c k , «M. Tullium Ciceronem
libros de inventione inscripsisse rhetoricos», en Commentatianes in
honorem W. Studemund, Estrasburgo, 1889, págs. 333-354.
22 J e r ó n im o , Adv. Rufln. I 16 (Patrol. Lat., vol. 23, col. 409, M ig n e ) .
23 Cf. A. E u x n e r , Blátter bayer. Gymn. 16(1880), 1.
24 Cf. J. T o l k i e h n , «Der Titel der rhetorischen Jugendschrift Ciceros
», Berlín, philol Wochenschrift 38(1918), 1195-1200.
2 y III 6, 64). Una solución de compromiso consiste en poner
como título de la obra el de Rhetorici libri, que es el mejor
atestiguado, y añadirle qui uoeantur de inuentione, como hace
Stroebel en su edición de Leipzig para la editorial Teubner.
Por nuestra parte, nos ha parecido preferible mantener el título
tradicional con el que es más conocido.
Los proemios
La invención retórica está dividida en dos libros en los
que, junto a nociones genéricas preliminares y referencias
ocasionales a la historia de la retórica, se incluye la información
más completa que poseemos en tomo a la inventio,
entendida en sentido amplio, presente también en la Retórica
a Herenio, como la obtención y preparación de los argumentos
adecuados a los diferentes tipos de causas. En el tratado
de Cicerón, sin embargo, la división en libros se corresponde
mejor con la división lógica, pues el libro primero
presenta los principios generales de la invención y el tratamiento
de las diversas partes del discurso, mientras que el
segundo expone las formas de la argumentación y las series
de argumentos apropiados para las distintas categorías que
la teoría de las stáseis determinaba para el género judicial y
de los que hay que servirse en la confirmatio y reprehensio.
El libro segundo termina con unas muy breves observaciones
relativas a los géneros deliberativo y demostrativo en
aquellos aspectos que son específicamente diferentes del
judicial (II 52, 157-59, 178).
Ambos libros van precedidos de unas introducciones que
en opinión de Marx25 fueron añadidas posteriormente, dada
25 Cf. M a r x , Prolegomena, pág. 79. La opinión de Marx fue recogida
por W . K r o l l , «M. Tullius Cicero. Rhetorische Schriften», Real Enkykl.
la aparente falta de cohesión que presentan con el resto de la
obra. La diferencia de tono con el resto de la obra es posible,
sin embargo, que proceda de la época en que Cicerón
había dejado las enseñanzas de los rétores escolares para
entrar en contacto con los estudios filosóficos. También se
ha sugerido que fueran la obra de algún rétor helenístico26;
tampoco es imposible que lo que aparece recogido en ellos
refleje el aprendizaje de Cicerón con Diodoto, Fedro y sobre
todo Filón27, en especial en todo aquello que se refiere a
la insuficiencia de la retórica como ciencia que años después
aparecerá en el libro primero del De oratore.
El libro I comienza con una laus eloquentiae2*, reelaboración
de un viejo topos sobre los beneficios de la elocuencia
y de la palabra, que lleva a Cicerón a concluir que lo que
exige el interés de la ciudad no es la sapientia ni la eloquentia
por separado sino la unión de ambas (I 1, 1 y 4, 5).
Tras una reconstrucción imaginaria de la historia de la elocuencia,
en la que destaca la aparición de un sabio que logra
reunir en comunidades a los hombres mediante el poder de
su palabra, las dos ideas capitales de este prólogo, que el hombre
sólo alcanza su verdadera condición humana a partir del
momento en que vive en una ciudad cuyas leyes y disciplina
acepta y que nada salvo la elocuencia inspirada por la sabiklass.
Altertumsw. 29 (1939), 1091-1103, y K. B a r w i c k , «Die Vorrede
zum zweiten Buch der rhetorischen Jugendschrift Ciceros und zum vierten
Buch des Auctor ad Herennium», Philologus 105 (1961), 307-314.
26 Cf. K. B a r w i c k , Die Vorrede zum zweiten Buch y Das rednerische
Bildungsideal Ciceros, (Abhandlungen der sachs. Akademie der Wissensschaften
zu Leipzig, Phil. hist. Kl. Bd. 54, Hf. 3), Berlín, 1963, págs. 21-25.
27 Cf. C. L e v y , Cicero Academicus: recherches sur les Académiques
et sur la philosophie cicéronienne, Roma-París, 1992, págs. 98-104.
28 No es éste el único sitio donde Cicerón elogia la elocuencia o la sabiduría;
cf. también De orat. I 8, 30-34; II 8, 33-34; De nat. deor. II 148; y
De leg. I 22, 58.
duría moderadora puede lograr esto, reaparecerán constantemente
en el resto de las obras de Cicerón y constituirán el
principio básico de su pensamiento sobre la educación humanística.
Aunque este primer prooemium no contiene referencia
alguna a un tipo determinado de filosofía, se ha querido
ver su origen en Gorgias29, en Isócrates y, su elogio de
la superioridad del lógos30, en Antíoco y los estoicos31, en
Posidonio32 y en Filón y la filosofía académica33. Dada la
temprana adscripción ideológica de Cicerón al eclecticismo,
es muy posible que elementos de todas estas corrientes filosóficas
se encuentren presentes en este prólogo.
La introducción del libro II, que podría ser definida como
el credo de un ecléctico, es característica tanto de Cicerón
como de la época y muestra ya un método que seguiría
en el futuro en sus obras filosóficas y retóricas. Partiendo de
una célebre anécdota relativa al pintor Zeuxis, Cicerón (4-5)
29 C f A. M i c h e l , Rhétorique etphilosophie, págs. 85-90.
30 Uno de los textos más célebres de Isócrates es el elogio del lógos
que se encuentra en el Discurso a Nicocles (5-9), retomado en la Antidosis
(253-257) y que reproduce ciertas afirmaciones del Elogio de Helena de
Gorgias. Cf. L. Laurand, De M. Tulli studiis rhetoricis, pág. 26; H. M.
Hubbell, The influence o f Isócrates on Cicero, Dionysius and Aristides,
New Haven, 1913, pág. 29; F. Solmsen, «Drei Rekonstruktionen zurantiken
Rhetorik und Poetik», Hermes 67 (1932), 151-154; K. Barwick, Das
rednerische Bildungsideal Ciceros (Abhandlungen der sáchs. Akademie der
Wissensschaften zu Leipzig, Phil. hist. Kl. Bd. 54, Hf. 3), Berlín, 1963, págs.
21-24; R. W. Müller, «Die Wertung der Bildungsdisziplinen bei Cicero»,
Klio 433-45 (1965), 84 ss.
31 Cf. W. K r o l l , «Cicero und die Rhetorik», Neue Jahrbücher klass.
Altertum 6 (1903), 681-689.
32 Cf. R. P h i l i p s o n , Ciceroniana I: «De Inventione», págs. 417 ss., y
H. K. S c h u l t e , Orator. Untersuchungen líber das ciceronianische Bildungsideal,
Frankfurt, 1935, págs. 55 ss.
33 Cf. H. v o n A r n im , Leben und Werke des Dio von Prusa, Berlín,
1898, p á g s. 97 ss.; P. G iu f f r id a , I due prooemi del «De Inventione»,
p á g s . 145 ss.; y C. L év y , Cicero Academicus, pág s. 98-104.
presenta su método de trabajo consistente en reunir todo el
material retórico y elegir de él lo que le parecía mejor en cada
caso. La última parte del prólogo (6-8) incluye un breve
bosquejo de la historia de la retórica comenzando con Tisias
y pasando por las escuelas de Isócrates y Aristóteles, cuyas
obras, al menos las del estagirita, asegura haber consultado;
termina Cicerón (9-10) asegurando que este proceder de no
afirmar nada de manera temeraria o arrogante lo mantendrá
in hoc tempore et in omni uita34, un eclecticismo que le conducirá
a buscar tanto entre los rétores como entre los filósofos
aquello que más le interese.
Esta propedéutica, que es platónica en principio, no puede
sin embargo proceder directamente del Banquete y del
Fedón, pues refleja un platonismo más bien no ortodoxo35;
por otra parte la importancia que Cicerón atribuye a los rétores
helenísticos, en especial a los procedentes de la tradición
de Isócrates y Aristóteles, es difícilmente compatible
con la actitud de Filón; sea cual sea la actitud adoptada por
éste ante la retórica, parece a priori inconcebible que el sucesor
de Platón haya podido considerarse heredero de los
rétores. La defensa e ilustración del rechazo de la arrogantia
y de la temeritas que caracteriza la convicción de ser el
único poseedor de la verdad, si bien no parece estar en contradicción
con las teorías de la nueva Academia, parece más
34 Esta afirmación probaría que al escribir este prólogo estaba ya Cicerón
familiarizado con el escepticismo académico de Filón. Se ha señalado,
sin embargo, el diferente papel de la filosofía (sapientia) en ambos prólogos:
mientras que en el primero sirve para señalar los límites de la retórica,
en este segundo sólo es utilizada como criterio epistemológico; cf. K.
B a r w ic k , Die Vorrede zum zweiten Buch, págs. 3 0 7 -3 1 0 .
35 Puede recordarse que, para Platón, el pintor, esto es, el artista de la
imitación, está situado en la República en la escala más baja de la jerarquía
del saber; cf. P l a t ó n , Rep. 597d-e, y E. K e ü l s , «Plato on Painting»,
Amer. Journ. Philol. 95 (1974), 100-127.
bien una síntesis propia de Cicerón, dominado por el espíritu
de la nueva Academia pero en la que integra elementos
tomados de la tradición de los rétores, en especial de Apolonio
Molón. También es posible que salvo la última parte,
todo el prólogo del libro II, que parece la obra de un rétor
más maduro, proceda de Hermágoras, la fuente última tanto
de la Retórica a Herenio como de esta obra36.
La disposición de La invención retórica es muy simple.
Si en ella se encuentran incoherencias, repeticiones o equívocos,
se deben probablemente a la limitada experiencia del
escritor o al deseo de incluir todas las materias que discute.
A diferencia del autor de la Retórica a Herenio, que no cita
ningún autor griego, Cicerón es bastante más explícito a este
respecto, aunque no siempre resulta creíble en todo lo que
dice. Su afirmación (II 2, 4) de que reunió cuanta información
pudo de los autores de artes retóricas es discutible y resulta
demasiado vaga. No cabe duda, sin embargo, de que
las influencias presentes en el tratado de Cicerón son tan
variadas o más que las observadas a propósito de la Retórica
a Herenio, y en modo alguno puede darse crédito a la
tesis de que se trata de unos simples cuadernos de apuntes
escolares. Es cierto que por su edad Cicerón cita más una
doctrina aprendida en los manuales y a través de las enseñanzas
de sus maestros que una realmente elaborada y practicada
por él mismo, por lo que es difícil diferenciar la parte
que corresponde a la aportación personal con la que él mismo
dice haber contribuido (II 3, 8)37 y lo que deriva de sus
anónimos maestros en casa de Craso o de los rétores y filósofos
con los que entró en contacto más adelante.
36 Cf. K. B a r w ic k , Die Vorrede zum zweiten Buch, págs. 308-310.
37 La afirmación, por otra parte, resulta bastante convencional, pues se
encuentra también en la Retórica a Herenio (II 31, 50; IV 56, 69).
En su exposición de la doctrina retórica relativa a la
inuentio, Cicerón sigue un orden rigurosamente lógico, sin
digresiones e interrupciones. En ocasiones entra en polémica
con otros rétores, desea desentrañar las cuestiones, por
complejas que sean, acostumbra a dar explicaciones históricas
e incluye largas ejemplifícaciones, en parte de origen
escolar y progimnástico, en parte derivadas de fuentes literarias,
que por lo general menciona. Todo esto hace que el
tamaño de los libros sea considerable y que en modo alguno
puedan ser comparados con el libro primero de la Retórica
a Herenio, del cual se diferencia especialmente por sus continuas
referencias a doctrinas que allí no son tratadas o son
sólo mencionadas de manera muy resumida.
Es bastante probable que a la obra le falte al menos un
par de libros, que habrían contenido los preceptos y ejemplos
de la elocución, así como un sumario de informaciones
más o menos genéricas sobre la dispositio, la memoria y la
pronuntiatio. De la existencia de estas partes no hay referencia
alguna en las obras posteriores de Cicerón ni en las
citas de Quintiliano o en las de sus dos comentaristas, por lo
que puede concluirse que nunca llegaron a ser escritas.
3

lunes, 5 de julio de 2021

CANTO XXII. DANTE. LA DIVINA COMEDIA. INFIERNO. ANOTACIONES.


  

[L1]En efecto, Dante participó en las correrías militares de los florentinos por tierras de Arezzo, tras la batalla de Campaldino en 1289.

 [L2]Se trata de un dicho popular. «In chiesa coi santi e in taverna coi ghiotto­ni», que invita a adaptarse a todo tipo de circunstancias, como ahora a la com­pañía de los demonios.

 [L3]Era creencia vulgar de la época que los delfines avisaban a los marineros de la cercanía de una borrasca.

 [L4]Ciampolo de Navarra, de quien apenas sabemos más que lo que el mismo Dante relata.

 [L5]El rey Teobaldo de Navarra reinó de 1253 a 1270.

 [L6]Fray Gomita de Cerdeña, vicario de Ugolino Visconti, fue juez de la ciu­dad sarda de Gallura de 1275 a 1296, donde se dejó corromper por los enemi­gos pisanos del Visconti, a los que había puesto en prisión.

 [L7]Miguel Zanque, también sardo, casó con una hija de Branca Doria, el cual le mató a traición (Infierno, XXXIII, 137).

 [L8]Cuando algún condenado sale a la superficie y ve que no hay demonios cerca avisa a los otros para que salgan.

CANTO XXII

 

Caballeros he visto alzar el campo,

comenzar el combate, o la revista,

y alguna vez huir para salvarse;                                            3

 

en vuestra tierra he visto exploradores,

¡Oh aretinos! y he visto las mesnadas,                                  5[L1] 

hacer torneos y correr las justas,                                           6

 

ora con trompas, y ora con campanas,

con tambores, y hogueras en castillos,

con cosas propias y también ajenas;                                      9

 

mas nunca con tan rara cornamusa,

moverse caballeros ni pendones,

ni nave al ver una estrella o la tierra.                                     12

 

Caminábamos con los diez demonios,

¡fiera compaña!, mas en la taberna

con borrachos, con santos en la iglesia.                                15[L2] 

 

Mas a la pez volvía la mirada,

por ver lo que la bolsa contenía

y a la gente que adentro estaba ardiendo.                            18

 

Cual los delfines hacen sus señales                                       19[L3] 

con el arco del lomo al marinero,

que le preparan a que el leño salve,                                      21

 

por aliviar su pena, de este modo

enseñaban la espalda algunos de ellos,

escondiéndose en menos que hace el rayo.                           24

 

Y como al borde del agua de un charco

hay renacuajos con el morro fuera,

con el tronco y las ancas escondidas,                                               27

 

se encontraban así los pecadores;

mas, como se acercaba Barbatiesa,

bajo el hervor volvieron a meterse.                                       30

 

Yo vi, y el corazón se me acongoja,

que uno esperaba, así como sucede                                      32[L4] 

que una rana se queda y otra salta;                                       33

 

Y Arañaperros, que a su lado estaba,

le agarró por el pelo empegotado

y le sacó cual si fuese una nutria.                                          36

 

Ya de todos el nombre conocía,

pues lo aprendí cuando fueron nombrados,

y atento estuve cuando se llamaban.                                    39

 

«Ahora, Berrugas, puedes ya clavarle

los garfios en la espalda y desollarlo»

gritaban todos juntos los malditos.                                       42

 

Y yo: «Maestro, intenta, si es que puedes,

saber quién es aquel desventurado,

llegado a manos de sus enemigos.»                                      45

 

Y junto a él se aproximó mi guía;

preguntó de dónde era, y él repuso:

«Fui nacido en el reino de Navarra.                                      48

 

Criado de un señor me hizo mi madre,

que me había engendrado de un bellaco,

destructor de si mismo y de sus cosas.                                 51

 

Después fui de la corte de Teobaldo:                                               52[L5] 

allí me puse a hacer baratertas;

y en este caldo estoy rindiendo cuentas.»                            54

 

Y Colmilludo a cuya boca asoman,

tal jabalí, un colmillo a cada lado,

le hizo sentir cómo uno descosía.                                         57

 

Cayó el ratón entre malvados gatos;

mas le agarró en sus brazos Barbatiesa,

y dijo: « Estaros quietos un momento.»                               60

 

Y volviendo la cara a mi maestro

«Pregunta ‑dijo‑ aún, si más deseas

de él saber, antes que esos lo destrocen».                             63

 

El guía entonces: «De los otros reos,

di ahora si de algún latino sabes

que esté bajo la pez.» Y él: «Hace poco                               66

 

a uno dejé que fue de allí vecino.

¡Si estuviese con él aún recubierto

no temería tridentes ni garras!»                                            69

 

Y el Salido: «Esperamos ya bastante»,

dijo, y cogióle el brazo con el gancho,

tal que se llevó un trozo desgarrado.                                    72

 

También quiso agarrarle Ponzoñoso

piernas abajo; mas el decurión

miró a su alrededor con mala cara.                                       75

 

Cuando estuvieron algo más calmados,

a aquel que aún contemplaba sus heridas

le preguntó mi guía sin tardanza:                                          78

 

«¿Y quién es ése a quien enhoramala

dejaste, has dicho, por salir a flote?»

Y aquél repuso: «Fue el fraile Gomita,                                 81[L6] 

 

el de Gallura, vaso de mil fraudes;

que apresó a los rivales de su amo,

consiguiendo que todos lo alabasen.                                    84

 

Cogió el dinero, y soltóles de plano,

como dice; y fue en otros menesteres,

no chico, mas eximio baratero.                                             87

 

Trata con él maese Miguel Zanque                                       88[L7] 

de Logodoro; y hablan Cerdeña

sin que sus lenguas nunca se fatiguen.                                  90

 

¡Ay de mí! ved que aquél rechina el diente:

más te diría pero tengo miedo

que a rascarme la tiña se aparezcan.»                                               93

 

Y vuelto hacia el Tartaja el gran preboste,

cuyos ojos herirle amenazaban,

dijo: « Hazte a un lado, pájaro malvado.»                            96

 

«Si queréis conocerles o escucharles

‑volvió a empezar el preso temeroso-

­haré venir toscanos o lombardos;                                          99

 

pero quietos estén los Malasgarras

para que éstos no teman su venganza,

y yo, siguiendo en este mismo sitio,                                     102

 

por uno que soy yo, haré venir siete

cuando les silbe, como acostumbramos

hacer cuando del fondo sale alguno.»                                              105[L8] 

 

Malchucho en ese instante alzó el hocico,

moviendo la cabeza, y dijo: «Ved

qué malicia pensó para escaparse.»                                       108

 

Mas él, que muchos trucos conocía

respondió: «¿Malicioso soy acaso,

cuando busco a los míos más tristeza?»                                111

 

No se aguantó Aligacho, y, al contrario

de los otros, le dijo: «Si te tiras,

yo no iré tras de ti con buen galope,                                     114

 

mas batiré sobre la pez las alas;

deja la orilla y corre tras la roca;

ya veremos si tú nos aventajas.»                                           117

 

Oh tú que lees, oirás un nuevo juego:

todos al otro lado se volvieron,

y el primero aquel que era más contrario.                             120

 

Aprovechó su tiempo el de Navarra;

fijó la planta en tierra, y en un punto

dio un salto y se escapó de su preboste.                               123

 

Y por esto, culpables se sintieron,

más aquel que fue causa del desastre,

que se marchó gritando: «Ya te tengo.»                               126

 

Mas de poco valió, pues que al miedoso

no alcanzaron las alas: se hundió éste,

y aquél alzó volando arriba el pecho.                                               129

 

No de otro modo el ánade de golpe,

cuando el halcón se acerca, se sumerge,

y éste, roto y cansado, se remonta.                                       132

 

Airado Patasfrías por la broma,

volando atrás, lo cogió, deseando

que aquél huyese para armar camorra;                                  135

 

y al desaparecer el baratero,

volvió las garras a su camarada,

tal que con él se enzarzó sobre el foso.                                 138

 

Fue el otro gavilán bien amaestrado,

sujetándole bien, y ambos cayeron

en la mitad de aquel pantano hirviente.                                141

 

Los separó el calor a toda prisa,

pero era muy difícil remontarse,

pues tenían las alas pegajosas.                                              144

 

Barbatiesa, enfadado cual los otros,

a cuatro hizo volar a la otra parte,

todos con grafios y muy prestamente.                                              147

 

Por un lado y por otro descendieron:

echaron garfios a los atrapados,

que cocidos estaban en la costra,                                          150

y asi enredados los abandonamos

 [L1]En efecto, Dante participó en las correrías militares de los florentinos por tierras de Arezzo, tras la batalla de Campaldino en 1289.

 [L2]Se trata de un dicho popular. «In chiesa coi santi e in taverna coi ghiotto­ni», que invita a adaptarse a todo tipo de circunstancias, como ahora a la com­pañía de los demonios.

 [L3]Era creencia vulgar de la época que los delfines avisaban a los marineros de la cercanía de una borrasca.

 [L4]Ciampolo de Navarra, de quien apenas sabemos más que lo que el mismo Dante relata.

 [L5]El rey Teobaldo de Navarra reinó de 1253 a 1270.

 [L6]Fray Gomita de Cerdeña, vicario de Ugolino Visconti, fue juez de la ciu­dad sarda de Gallura de 1275 a 1296, donde se dejó corromper por los enemi­gos pisanos del Visconti, a los que había puesto en prisión.

 [L7]Miguel Zanque, también sardo, casó con una hija de Branca Doria, el cual le mató a traición (Infierno, XXXIII, 137).

 [L8]Cuando algún condenado sale a la superficie y ve que no hay demonios cerca avisa a los otros para que salgan.

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