lunes, 12 de diciembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires


 (En la gráfica: Borges y Juan Rulfo).
Prob. Lunes 12 de diciembre de 1966. Clase Nº 24

Sigurd the Volsung, por William Morris.                                                                                  Vida de Robert Louis Stevenson.


En las historias de la literatura y en las biografías de Morris, se lee que la obra capital de Morris fue Sigfrido de los Volsungos.  Este libro, más extenso que el Beowulf, se publicó en 1876. Por aquellos años se pensaba que el género más gustado de la litera-tura era la novela. La idea de escribir en pleno siglo XIX un poe-ma épico es bastante audaz. Milton había escrito El Paraíso Per-dido, pero lo hizo en el siglo XVII. El único contemporáneo de Morris que pensó en algo parecido fue el poeta francés Hugo en La leyenda de los siglos.  Pero esta leyenda es, más que una epo-peya, que un poema épico, una serie de relatos. Morris no creía en la necesidad de que el poeta inventara argumentos nuevos. Creía que los argumentos en que podían tratarse las pasiones esenciales de la humanidad ya habían sido encontrados y que ca-da nuevo poeta podía darles su entonación particular. Morris ha-bía indagado mucho en el estudio de la literatura escandinava medieval, que él juzgaba como la flor de la antigua cultura ger-mánica, y allí había encontrado la historia de Sigfrido. Él tradu-jo la Saga de los Volsungos, obra en prosa del siglo XIII compues-ta en Islandia. Hay una versión anterior de la misma historia que ha alcanzado mayor fama, que es el Cantar de los Nibelungos alemán, que data del siglo XII pero que es, contrariamente a la cronología, una versión posterior de la misma historia. Porque en la primera se conserva el carácter mitológico y épico de la his-toria. En cambio en el Cantar de los Nibelungos, compuesto en Austria, de lo épico se ha pasado a lo romántico, y la versifica-ción ya tiene un carácter latino, se trata de estrofas rimadas. Es raro que en Inglaterra se perdiera la antigua materia germana y se conservara el verso germano, y así tenemos en el siglo XIV en Inglaterra el poema aliterativo de Langland.  En Alemania se conserva la tradición germánica pero se toman las nuevas formas estróficas que han llegado del sur, el verso con un número deter-minado de sílabas y rimados, no aliterados.
La historia de Sigfrido era conocida por toda la gente germa-na. En el Beowulf se alude a ella, aunque el autor del Beowulf prefirió otra historia para su epopeya del siglo VIII. Morris se ba-só en la versión escandinava, no en la alemana. Por eso su héroe se llama Sigurd y no Sigfrid o Sigfrido. Se conservan los nombres escandinavos en general. Es verdad que él escribió en versos pa-reados, pero en versos que no excluyen el empleo frecuente de la aliteración germánica. El poema, muy extenso, se titula Sigurd the Volsung. El personaje central no es el héroe sino Brunilda,  aunque la historia continúa más allá de su muerte. Utiliza los elementos míticos que la versión alemana ignoraba, y así tene-mos al principio y al final de la historia al dios Odín. La historia es complicada y larga. Hay en ella elementos antiguos y bárba-ros. Por ejemplo, Sigurd mata a un dragón que guarda un teso-ro, y luego se baña en la sangre caliente del dragón. Y ese baño lo hace invulnerable, salvo en un lugar de su espalda en el cual cae la hoja de un árbol. Y por ahí Sigurd puede morir. Esto nos recuerda el talón de Aquiles.
Sigurd es el más valiente de los hombres, rey de Borgoña y amigo de Gunnar, rey de los Países Bajos. Gunnar ha oído ha-blar de una doncella, cuya versión moderna conocemos en los cuentos de la bella durmiente. Esa doncella ha sido sometida a un sueño mágico y duerme en una isla lejana de Islandia rodea-da por una muralla de fuego. Y ella sólo se entregará al hombre que pueda atravesar la muralla de fuego. Sigurd acompaña a su amigo Gunnar y llegan a la muralla, y Gunnar no se atreve a pe-netrar en ella. Entonces Sigurd, por artes mágicas, toma el aspec-to de Gunnar. Va a ayudar a su amigo, venda los ojos de su ca-ballo y lo obliga a atravesar la muralla de fuego. Llega a un pa-lacio y allí está Brunilda durmiendo. La besa, la despierta y le di-ce que él es el héroe predestinado a esa proeza. Ella se enamora de él y le da su anillo. Pasa tres noches con ella, pero como no quiere ser desleal a su amigo interpone su espada entre él y ella. Ella le pregunta por qué lo hace, y él le responde que si no lo ha-ce ambos sufrirán de mala suerte. Este episodio de la espada en-tre el hombre y la mujer lo encontraremos en un cuento de Las Mil y Una Noches.
Luego de pasar tres noches juntos, él se despide de ella. Se entiende que él volverá a buscarla. Le dice que su nombre es Gunnar porque no quiere traicionar a su amigo. Y ella le da su anillo, y luego ella se desposa con Gunnar, que la lleva a su tie-rra. Y Sigurd, por una obra mágica, olvida durante un tiempo lo que ha ocurrido y se casa con la hermana de Gunnar, que se lla-ma Gudrun, y hay una rivalidad entre Brunilda y Gudrun. En-tonces Gudrun ha llegado a conocer la verdad de la historia, y cuando Brunilda le dice que su marido es el rey más noble, ya que ha atravesado la muralla de fuego y la ha conquistado, ella le muestra el anillo que le ha dado a Sigurd, y Brunilda comprende el engaño. Brunilda comprende en ese momento que ella no está enamorada de Gunnar, está enamorada del hombre que ha atra-vesado la muralla de fuego, y ese hombre es Sigurd. Y sabe tam-bién que hay un lugar en la espalda de Sigurd que lo hace vulne-rable. Y ella se vale de un tercero para que éste asesine a Sigurd. Cuando ella oye el grito que él da cuando lo matan, ella se ríe con una risa cruel. Una vez muerto Sigurd, ella comprende que ella ha matado al hombre que quiere, llama a su marido y le dice que levante una alta pira funeraria. Y luego ella se hiere de muerte y pide que la extiendan al lado de Sigurd, con la espada entre los dos, como antes. Es como si ella quisiera volver al pasado.
Ella dice que cuando Sigurd haya muerto su alma subirá al Paraíso de Odín. Este paraíso está iluminado por espadas, y ella dice que lo seguirá a ese paraíso: "yaceremos juntos los dos y no habrá una espada entre nosotros". La historia continúa, se entre-vera con la muerte de Atila, y el poema concluye con la vengan-za de Gudrun.  Luego vuelve a perderse el tesoro de los Nibe-lungos, que es el que ha causado toda esta historia trágica.
Pensar todo esto en el siglo XIX fue algo ambicioso. Algunos críticos contemporáneos dicen que Sigurd es una de las obras ca-pitales del siglo XIX. Pero la verdad es que por alguna razón que ignoramos, la epopeya en verso es algo ajeno, por momentos, a nuestras exigencias literarias. La obra de Morris obtuvo lo que los franceses llaman "un éxito de estima". El defecto de que ado-lecía Morris era la lentitud: las descripciones de batallas, la muer-te del dragón, son un poco lánguidas. Después de la muerte de Brunilda el poema decae. Con esto dejamos la obra de Morris.
Vamos a hablar ahora de Robert Louis Stevenson. Nace en Edimburgo en 1850 y muere en 1894. Su vida fue una vida trági-ca, porque vivió huyendo de la tuberculosis, que era una enfer-medad incurable. Esto lo llevó de Edimburgo a Londres, de Londres a Francia, de Francia a los Estados Unidos, y murió en una isla del Pacífico. Stevenson ejecutó una vasta tarea literaria. Sus obras abarcan unos doce o catorce volúmenes. Escribió, en-tre ellos, un famoso libro para niños, La Isla del Tesoro.  Escri-bió también fábulas, una novela policial, El comprador de nau-fragios.  La gente piensa en Stevenson como autor de La Isla del Tesoro , obra para niños, y lo tiene un poco en menos. Olvida que fue un admirable poeta, y que además es uno de los maestros de la prosa inglesa.
Los padres y los abuelos de Stevenson habían sido construc-tores de faros, y en la obra de Stevenson encontramos un traba-jo bastante técnico sobre la construcción de faros.  Hay un poe-ma suyo en el cual él parece considerar que su tarea de escritor, esa tarea por la cual el linaje de los Stevenson es famosa, era en algún modo inferior a la obra de sus padres y abuelos. En ese poema habla de "las torres y las lámparas que encendimos".  Un poco como nuestro Lugones cuando en ese poema a los mayo-res dice: "Que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido / por es-tos cuatro siglos que en ella hemos servido" Como si sus mayo-res, los de la Independencia, fueran más importantes que él, Leo-poldo Lugones. 
En el poema, Stevenson habla de un linaje arduo que al final se sacó de las manos el polvo de granito, y que en su declinación jugó como un niño con papeles. Ese niño es él, y ese juego es su admirable obra literaria. Stevenson comenzó los estudios de abogacía, y luego sabemos que su vida pasó por una etapa oscu-ra. Stevenson en Edimburgo frecuentó la sociedad de ladrones, de mujeres de mala vida, pero al decir "mujeres de mala vida" y "ladrones" debemos pensar en una ciudad esencialmente purita-na. Edimburgo fue, junto con Ginebra, una de las dos capitales del calvinismo en Europa. Ese mismo ambiente era un ambiente que tenía conciencia de sus culpas, era un ambiente de pecado-res que se sabían pecadores. Y esto lo vemos en el famoso relato El extraño caso del Doctor Jekylly el Señor Hyde,  sobre el cual volveremos.
A Stevenson empezó por interesarle la pintura. Stevenson consultó a un médico. Éste le dijo que estaba tuberculoso y que fuera al sur, pensaba que el sur de Francia podía ser benéfico pa-ra su salud. Escribió un artículo corto sobre el sur en el cual re-fiere este hecho. Luego pasa a Londres, que debe haber sido pa-ra él una ciudad fantástica. El artículo se llamaba "Ordenado ha-cia el sur".  Y en Londres escribió sus Nuevas Mil y Una No-ches.  Tendremos que hablar de un cuento en especial, "El Club de los Suicidas". Igual que en Las Mil y Una Noches tenemos a un califa llamado Harún el Ortodoxo,  que disfrazado recorre las calles de Bagdad, aquí, en Las Nuevas Mil y Una Noches de Stevenson, tenemos al príncipe Florizel de Bohemia, que recorre disfrazado las calles de Londres.
Luego Stevenson va a Francia y se dedica a la pintura, en la que no logra mayor fortuna, y con su hermano llegan a un ho-tel, creo que en Suiza,  en una noche de invierno, y adentro hay un grupo de gitanas sentadas junto a la chimenea. Y en vez de es-tar solas, hay también una muchacha joven, una señora mayor —que después resulta ser la madre de la niña. Y entonces Steven-son le dice a su hermano: "¿Ves esa mujer?" Y su hermano le di-ce: "¿A la muchacha?" "No, no —dice Stevenson—, la mayor, la que está a la derecha, voy a casarme con ella". El hermano se ríe, piensa que se trata de una broma. Entran al hotel. Se hace amigo de esa señora, que se llama Fanny Osbourne, y que le dice que sólo se queda unos días allí, ya que tiene que volver a los Esta-dos Unidos, tiene que volver a San Francisco, California. Ste-venson no le dice nada, pero él ya ha tomado la decisión de ca-sarse con ella. No se escriben, pero al cabo de un año Stevenson se embarca como inmigrante, llega a los Estados Unidos, atra-viesa el vasto continente, trabaja como minero en un lugar. Lue-go llega a San Francisco. Allí está la señora, que es viuda, y él le propone que se casen, y ella acepta. Mientras tanto, Stevenson vive de colaboraciones literarias. Esas colaboraciones estaban es-critas en una prosa admirable, aunque no llamaban la atención del público.
Después Stevenson vuelve a Escocia, y para distraer los días lluviosos, tan frecuentes en Escocia, dibuja con tiza en el suelo un mapa. Ese mapa tiene forma triangular, hay colinas, hay ba-hías, hay golfos. Y su hijastro, Lloyd Osbourne,  que luego co-laboraría con él en The Wrecker , le dice que le cuente sobre la is-la del tesoro. Cada mañana, él escribe un capítulo de La Isla del Tesoro y luego se lo lee a su hijastro. Creo que consta de veinti-cuatro capítulos,  no estoy seguro. Es la obra más famosa, aun-que no la mejor.
Stevenson intenta el teatro también, pero el teatro fue en el siglo XIX un género inferior. Escribir para el teatro era como es-cribir para la televisión ahora, o para el cine. Escribe en colabo-ración con W. E. Henley, editor de El Observador, varias obras de teatro. Hay una que se titula La vida doble. 
Stevenson conoció la ciudad de San Francisco. La ha descri-to admirablemente. Luego los médicos le dicen que California no lo salvará, que es necesario que él viaje por el Pacífico. Ste-venson entendía mucho de marinería, y viaja en un velero por el Pacífico. Y finalmente se radica en un lugar llamado Vailima,  y allí se hace amigo del rey de la isla. Y aquí ocurre una cosa que tiene algo de mágico, y es que Stevenson había publicado unos años antes El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y había un padre, un jesuíta francés, que había expuesto su vida en la lepro-sería de la región, el padre Damien. Y un pastor protestante con el cual cenó una noche Stevenson, llamado por esas cosas Dr. Hyde, le descubrió ciertas irregularidades, digamos, en la vida del padre Damien, y por razones sectarias lo atacó. Vale decir que Stevenson escribió una carta en la cual elogia la labor del pa-dre Damien, y dice que el deber de todos los hombres era arro-jar una capa sobre su culpa, y que lo que había hecho el otro ata-cando su memoria era una bajeza. Es una de las páginas más elo-cuentes de Stevenson. 
Stevenson muere cuando ya empezaba la discordia entre los africanos del sur y los ingleses, y Stevenson creyó que los holan-deses tenían razón, y que el deber de Inglaterra era retirarse. Y publicó en el Times una carta diciendo esto, lo cual lo hizo muy impopular. Pero a Stevenson no le importaba eso. Stevenson no era un hombre religioso, pero tenía un gran sentido ético. Creía, por ejemplo, que uno de los deberes de la literatura era el de no publicar nada que pudiera deprimir a los lectores. Esto fue como un sacrificio de parte de Stevenson, ya que Stevenson poseía una gran fuerza trágica. Pero le interesaba sobre todo lo heroico. Hay un artículo de Stevenson titulado "Polvo y Sombra"  en el cual dice que no sabemos si existe o si no existe Dios, pero sabe-mos que hay una sola ley moral en el Universo. Empieza descri-biendo lo extraordinarios que son lo hombres: "¡Qué raro —di-ce— que la superficie del planeta esté poblada por seres bípedos, ambulantes, capaces de reproducirse, y que esos seres tengan un sentido moral!" Él cree que esa ley moral rige a todo el Univer-so. Dice por ejemplo que nada sabemos de las abejas o de las hormigas. Sin embargo, las abejas y las hormigas forman repúbli-cas, y podemos conjeturar que para una abeja y para una hormi-ga hay algo prohibido, algo que no debe hacer. Y luego él ascien-de a los hombres, y dice: "Pensemos en la vida de un marinero —aquella vida de la cual el Dr. Johnson dijo que tenía la digni-dad del peligro—, pensemos en la dureza de su vida, pensemos que él vive expuesto a las tempestades, jugándose la vida. Que luego pasa unos días en el puerto, emborrachándose en compa-ñía de mujeres de lo último. Sin embargo ese marinero —dice— está listo a jugarse la vida por un compañero". Luego agrega que él no cree ni en el castigo ni en la recompensa. Él cree que el hombre muere con su cuerpo, que la muerte corporal es la muer-te del alma. Y se anticipa al argumento que dice: "De una lección cualquiera nada bueno puede esperarse. Si nos dan un golpe en la cabeza no mejoramos, y si morimos no hay que suponer que algo surge de nuestra corrupción". Y Stevenson dice lo mismo, pero dice que a pesar de todo eso no hay hombre que no sepa ín-timamente cuándo ha obrado bien y cuándo ha obrado mal.
Hay otro ensayo de Stevenson, del cual querría hablar, sobre la prosa.  Stevenson dice que la prosa es un arte más complejo que el verso. Tenemos una prueba de ello en el hecho de que la prosa es posterior al verso. En el verso, cada verso —dice Ste-venson— crea una expectativa y luego la satisface. Por ejemplo, si decimos: "Oh, dulces prendas por mí mal halladas, / dulces y alegres cuando Dios quería, / conmigo estáis en la memoria mía, / y con ella en mi muerte conjuradas"  El oído espera ya el "conjuradas" que rima con "halladas" Pero la tarea del prosista es mucho más difícil —dice Stevenson—, porque la tarea del prosista consiste en crear una expectativa en cada párrafo; el pá-rrafo tiene que ser eufónico. Luego, defraudar esta expectativa, pero defraudarla de un modo que sea eufónico también. Así, Stevenson analiza un pasaje de Macaulay para demostrar que desde el punto de vista de la prosa es un pasaje pobre, porque hay sonidos que se repiten demasiadas veces. Y luego analiza un pasaje de Milton en el cual descubre un sólo error, pero que en todo lo demás, en el manejo de las vocales y de las consonantes, es admirable.
Mientras tanto, Stevenson sigue en correspondencia con sus amigos de Inglaterra, y como él es un escocés, está lleno de la nostalgia de Edimburgo. Hay un poema al cementerio de Edim-burgo. Desde ese destierro en el Pacífico, él manda todos sus li-bros a Londres. Allí sus libros se publican, le valen una gran fa-ma, le traen dinero. Pero él vive como un desterrado en su isla, y los aborígenes lo llaman "Tusitala", "el narrador de cuentos", "el narrador de historias". De modo que Stevenson, sin duda, aprendió también el idioma del país. Allí él vivió con su hijastro, con su mujer, y recibió alguna visita. Una de las personas que lo visitó fue Kipling. Kipling dijo que él podía pasar un examen en toda la obra de Stevenson, que si le mencionaban un personaje secundario o episodio de su obra, él lo reconocería inmediata-mente.
Stevenson era un hombre de marcado tipo escocés: alto, muy delgado, sin mayor fuerza física, pero con un gran [espíritu]. Una vez se encontraba en un café de París y oyó a un francés de-cir que los ingleses eran cobardes. En ese momento Stevenson se sintió inglés: en ese momento, puesto que creyó que el francés lo decía por él. Entonces se levantó y le dio una bofetada al francés. Y el francés le dijo: "Señor, usted me ha dado una bofetada". Y Stevenson le dijo: "Así parece". Stevenson fue siempre un gran amigo de Francia. Tiene artículos sobre poetas franceses, y ar-tículos admirativos sobre la novela de Dumas, sobre Verne, so-bre Baudelaire.
La bibliografía sobre Stevenson es muy extensa. Hay un li-bro de Chesterton sobre Stevenson, publicado a principios de si-glo.  Hay otro libro, el de Stephen Gwynn,  hombre de letras irlandés, publicado en la colección "Hombres de letras ingle-ses. 
En la próxima clase trataremos un tema que fue caro a Ste-venson: el tema de la esquizofrenia. Veremos eso y una de las historias de Las Nuevas Mil y Una Noches, y algo de la poesía de Stevenson.

domingo, 11 de diciembre de 2016

RAFAEL ALBERTI. OBRA: EL ADEFESIO. LITERATURA DE RESCATE.


Una joven es encerrada en un pueblo tradicional andaluz, bajo la tutela de su tía, la matriarca, y otras dos familiares, mayores, para evitar que sea cortejada por Castor. Cuando le hacen creer que él se ha ahorcado se suicida. Escrita en prosa y verso, con aires populares, se aprecia la influencia de `Bernarda Alba`.
Fuente: N.N.
(Fragmento)

EL ADEFESIO
RAFAEL ALBERTI

(Fábula del Amor
y
Las Viejas)
(En tres actos)

1944


Estrenada por la compañía de
Margarita Xirgú  en  el teatro
Avenida de Buenos Aires, el día
8 de junio de 1944.


PERSONAJES DEL PRIMER ACTO

GORGO.......    Margarita Xirgú
UVA.........    Amelia de la Torre
AULAGA.......    Teresa León
ALTEA........    Isabel Pradas
BIÓN........    Edmundo Barbero
ÁNIMAS.......    María Gómez

La fábula sucede en cualquier año de estos últimos setenta y en uno de esos pueblos fanáticos caídos entre las serranías del sur de España, cruzados de reminiscencias musulmanas


PRIMER ACTO

Sala de una casa rica. Puertas laterales. Puerta al fondo. Un gran espejo portátil.  UVA y AULAGA arreglan a BÍÓN, mendigo  pelirrojo, subido en un taburete, al centro de la escena, UVA, de rodillas, le remienda un pernil del pantalón. AULAGA, en lo alto de una silla, le peina y tijeretea las espesas barbas. Es de noche. Silencio.

UVA.
Aulaga.
AULAGA.
Uva.
UVA.
Cuida no distraerte.
AULAGA.
¿Por qué me lo repites tanto?
UVA.
Ahora, por las barbas,
BIÓN.
¡Me clavó usted la aguja, verderol!
UVA.
¡Calla! ¿No oyes?
(Silencio, suspendiendo un instante la tarea.)
UVA.
Mucho tarda Gorgo en volver.
AULAGA.
Se levantó amarilla, de pronto.
UVA.
Y  yo diría que le rechinaban los dientes.
AULAGA.
Y  que de un ojo iba a escapársele un relámpago.
BIÓN.
Se le había empingorotado una ceja.
UVA.
Te he dicho que te calles, o te hilvano la pierna al pantalón.
BIÓN.
¡Una ceja, una ceja!
AULAGA (cortándole las barbas de un tijeretazo).
¡Vamos! Por meticón y charlatán, te quedaste sin barbas.
BIÓN (enfurecido).
¡Doña Aulaga! ¡Pero doña Aulaga!
AULAGA.
¡Chsss Silencio, silencio, que la vuelve.
(Golpes secos de bastón en el suelo. Iluminada por una palmatoria, doña GORGO aparece en el marco de la puerta del fondo.
Trae barbas de hombre. Aire de abatimiento.)
UVA, AULAGA Y BIÓN (santiguándose).
¡Cruz, cruz, cruz!
GORCO (irguiéndose).
¡Halconera! ¡Mozcorra! ¡Pelandusca! ¡Que tiemblen desde hoy los de esta casal ¡Los que me conocéis y los que nunca me hayan visto! ¡Los que se muevan cerca, bajo la punta de este palo, y los que se hallen lejos! ¡Ay de los que se hallen lejos! Ahora empiezo a ser Gorgo. (Apaga la palmatoria. Gritando:)   ¡Ánimas, Ánimas, Ánimas!
BIÓN (espantado, desde lo alto del taburete).
¡Gorgo, Gorgo, doña Gorgo!
AULAGA Y UVA (consternadas).
¡Cruz santa,
cruz fuerte,
yo te convido
para la hora de mi muerte!
BIÓN.
¿Pero cómo aparece con mis barbas  la señora?
GORGO (levantando el bastón).
¿Con tus barbas, Bión? ¿Con tus barbazas piojosas? ¡Fuera de aquí, perturbador de vírgenes!
BIÓN (cayendo del taburete, suplicante).
¡Toca, mosca,
grillos para tus pies
y freno para tu boca!
GORCO.
¡Ánimas, Ánimas, Ánimas!
(Entra ÁNIMAS, cayendo de rodillas.)
ÁNIMAS.
Rata muerta, gato enfermo
líbrame, Dios mío, del estafermo!
GORGO.
Tira ese jirón con cerdas, ese harapo indecente a la basura.
BIÓN.
¡Pero mis barbas, doña Gorgo, mis cerdas..., las que me honraban esta cara y este humilde pelaje!
GORCO.
¡A la basura, Ánimas! ¡A la calle! ¡Por el balcón o por el hueco de la escalera! ¡Pronto! Basta ya de ensalmos y conjuros, que te lo manda tu señora.
BIÓN
¡Mis barbas! ¡Mis barbas! Bión no saldrá vivo sin sus barbas. ¡Muérdago!
GORCO.
¡Largo, largo! (Empujándolo con ÁNIMAS hacia la puerta lateral izquierda.) Aquí ya no hay más barbas que las mías. (Tirando por la puerta, con un gesto de asco, las del mendigo.) ¡Puaf!  ¡Se acabaron para siempre los hombres en esta casa! (Cierra dando un portazo.) Así. (Se sienta, abatida.) ¡Dios! ¡Dios de Dios! ¡Por qué ibas tú a advertírmelo? No, yo no lo merecía. Me has hecho víctima de mi propia confianza. Yo, yo misma me clavé esta venda en los ojos.
(Mientras UVA solloza, bajo, en un sillón, AULAGA, de pie, parece ausente, abstraída, en un extremo de la sala.) Has castigado mi ceguera, mi buena fe, mi falta de dominio, de energía, Porque tú me pensaste autoritaria, dura, capaz de contener a un toro con una sola sílaba, de levantar un muro con sólo una mirada. Pero hasta que hoy me heriste, me golpeaste en las pupilas, me vareaste como a un olivo, no me chascó en la sangre el látigo del mando, ni el trueno del poder me reventó en la lengua. ¡Dios! ¡Dios de Dios! (Quitandose  las barbas y contemplándolas.) Gracias por este símbolo, por este emblema de la autoridad que has colgado en mi cara y
que sin yo saber su don guardaba desde hace tanto tiempo.
UVA (interrumpiendo los sollozos).
¡Ay, las suyas sí que eran hermosas, suaves y desmayadas como un sauce!
GORGO.
No insinuarás con eso que las mías parecen de maíz.
UVA.
Pero sus barbas eran verdaderas  ¡ay!
GORGO.
Y estas mías son de santo... Reliquias, Uva, reliquias... Suaves barbas que dieron majestad a la cara de alguien que voló de este mundo.
UVA (sollozando otra vez).
Yo quiero las de él, las de Bión.
GORGO.
Púas como las de ese retepuerco brotan en seguida.
UVA.
¿Púas? Ortigas, cardos, agujas de chumbera parecen ésas con que nos has salido.
GORGO.
No pongas peros ni critiques a un difunto adorado... y que fue amigo tuyo.
UVA.
¿Amigo mío y con barbas? Yo no he visto de cerca más que las de Bión.
GORGO.
Amigo tuyo y de Aulaga. De las dos. (Se pone las barbas nuevamente t iniciando un paseo por la sala,) A ver, Aulaga, Mira. ¿Pero qué te sucede? ¡Vamos! ¿Tanto miedo me tienes? ¿Tanto terror te causo ya?
(Gritándote.) ¡Aulaga! ¿No me oyes? Despierta! ¡Dios! ¡Dios de Dios!
AULAGA (lejana, como en sueño).
Gorgo, Gorgo, Gorgoja.., ¿Pero eres tú. Gorgoja?
GORGO.
¡No, no! Mírame bien. Estás ciega. Abre los ojos. (Zamarreándola,) Así, grandes. Como de vaca, Recapacita. (Va y viene ante ella, con aire de hombre.) Ya no soy Gorgo ahora. Piensa, piensa. (Levantándole a UVA la cara,) Y tú, Uva, también. Tenéis que conocerlo, no lo habéis olvidado. Mirad, mirad. (Se sienta, siempre con aire de hombre, cruzando la pierna, y en actitud pensativa.) «¡El olivar, el olivar! Me saquean estos miserables. Me arruinan. ¡No puedo más, no puedo más! ¡Reviento!» ¿Quién sufría, quién se desesperaba de este modo? (Se pasea, las manos a la espalda,  dando saltitos y diciendo  rápido:) «Sancta Maria, Sancta Dei Genitrix, Sancta   Virgo  Virginum,   Mater   Christi, Mater   Divinae   Gratiae...»   Uva,   Aulaga, acordaos.
AULAGA (con asombro)
¡Gorgo, Gorgo!
GORGO.
¡Más, más, más!
UVA.
Ya veo, ya veo, Gorgo.
GORCO.
Pensad, amigas mías,.. Miradme bien ahora..., Adivinad ahora... (Sentándose y desvaneciendo la voz) Hija, hijita. Altea... (Como agonizante y buscando a tientas  a alguien.) Ven... Me marcho lejos... lejos..., con tu madre... Pero ahí tienes a Gorgo... (Ahogándose.) A Gorgo... (Al doblar la cabeza como muerta y desprendérsele el bastón.) Obedécele.
AULAGA Y UVA.
¡Don Dino! ¡Don Diño! Don Diño!
ÁNIMAS
¿Pero qué es esto? ¡Ay! ¿Qué es lo que ven mis ojos, ciega de mí? ¡Pero si es mi señor, mi pobre amo don Dino, tal y como quedó cuando se lo llevaron los ángeles!
(Arrodillándose.) ¡Señor, señora, amo mío, dueña mía!
(UVA y AULAGA, a cada lado, con tono de responsorio.)
UVA.
Fue vara dura de virtudes.
AULAGA.
Pupila alerta, vigilante.
UVA.
Fue ceño adusto, concentrado.
AULAGA.
Brazo potente, justiciero.
UVA.
Bondad,
AULAGA
Amor.
UVA.
Sonrisa.
AULAGA.
Luz.
ÁNIMAS
¡Don Dino! ¡Mi bienhechor! ¡El padre de mi niña! Ay, corro por ella, que tendrá
un gran consuelo en besarlo! (Sale, gritando.) ¡Altea! ¡Altea!
GORGO (despertando con un gruñido malicioso).
Sí, sí, don Dino, Din, Dinito, mi difunto hermano.   El  mismo,  exactamente.   ¡Qué bien lo habéis reconocido! ¡Claro! ¡Como que son sus mismas barbas! Ni pelo más ni pelo menos. Las que tenía en la mañana de su muerte. (Se las quita.) Pero ahora vuelvo a ser vuestra Gorgo. No os asustéis de mí, hijitas. (Siempre con un gruñidito   semiburlón.)    ...Vuestra    Gorgo, vuestra   Gorgoja,  vuestra   Gorgojilla, la única amiga que tenéis en el pueblo, en este empecatado pueblo de libidinosos... perturbadores  de  inocencias...., ¡de  borrachines! ¡Ja, ja!
UVA (mientras GORGO trae una botella y tres copas).
¿Perturbadores? ¿Libidinosos? (Con mala intención.) No lo dirás por ese pobre retepuerco... a quien también proteges tú.
GORGO.
Vamos, Uva, mi Uvita de gato, mi dulce Uvita de perro...Rabiosilla.. Una copita de aguardiente, y santas paces. ¿Sí? Es bueno para el flato. (Ofreciéndole a AULAGA.) ¿Aulaga?
AULAGA.
No, Gorgojilla, no. Ya tú sabes que me salen alambres, que me convierto en puercoespín.
UVA.
Pues si Aulaga no bebe, yo tampoco.
GORG.
¿Me están llamando borrachona mis dos comadrejillas? Cuando la sangre le tirita a una por las noches...  Porque noto, de pronto, que se me enfría en las venas. Y necesito fuego, hijas, lumbre... y humo, humo...
AULAGA.
Bebo, Gorgoja.
UVA.
Pues yo, ahora, no.
GORGO (llenando con su copa la de AULAGA y sentándose).
Gracias, Aulaga. (Beben las dos.)
AULAGA.
Esa tiene la culpa de que ya empiecen a salirme espinas negras por los poros.
UVA.
¿Esa? Yo no soy ésa.
GORGO.
Esa, ésa, ésa.
UVA.
Uva.
GORGO.
De orzuelo.
UVA.
Envidiosas.
AULAGA Y GORGO.
¡Ja, ja!
UVA.
Fue queriendo, adrede.
AULAGA.
¿Qué ponzoña mascullas?
UVA.
... porque te reventaba...
AULAGA.
¿A mí, a mí?
UVA.
...porque os extasiaba, os arrebataba a las dos.
GORGO.
¿A mí? ¿El zarrapastroso? ¿El retemporcado?
UVA.
No sé si a ti tanto como a ésta.
AULAGA.
¿Esta, ésta? Me llamo Aulaga
UVA.
¡Esta!
GORGO.
¡Uva!
UVA.
... por eso, haciéndote la distraída, le cortastes las
barbas de un tijeretazo... y tú lo echaste de la casa.
GORGO (amenazante)
Sí, sí. ¡Y que otra vez se atreva a estampar su pezuña en esa puerta! ¡Que lo intente!
UVA (llorosa)
¡Ay, tan bueno, tan desgraciado, tan hermoso!
GORGO (con fingido cariño).
Pero Uva, mi pobre Uvita de pájaro, mi Uvita de cabra, ¿qué sabes tú de eso?
UVA.
Tenías celos... Los teníais las dos,., porque él me prefería. No digo yo que me quisiera más... Pero me prefería, eso sí.
AULAGA.
¿Preferirte? ¿Quererte? Ni a ti. ni a mí, ni a Gorgo. ¡A las tres, a las tres por igual!
UVA.
Pero yo he sido la más abnegada. ¿Quién se atrevió a espulgarlo cuando empezamos a protegerlo?
GORGO.
¿Espulgarlo? Pues, ¿y las uñas que traía? ¿Quién se las cercenó de raíz?
AULAGA.
Con la mano del almirez le tuve que romper el barro de una oreja. Y, después, he sido siempre su barbero. Tarea meritoria, no me lo negaréis.
UVA.
Sí, pero mis sacrificios, mis sacrificios... ¡Si supierais! Sufro, sufro por él más que Gorgo y que tú.
GORGO (temblándote la copa en los labios).
¡Más que Aulaga y que yo! Mirad la santa. La mártir. ¡La sublime!
AULAGA.
¡Conque padeces por Bión más que nosotras juntas!
GORGO.
Eso quiere decir, Uvita, que lo... ¡Vamos, que te sacrificas por él demasiado a espaldas mías!
AULAGA.
... que lo ves, que lo has visto sin que Gorgo  ni yo sepamos nada.
GORGO.
Confiesa, Uva. Habla.
AULAGA.
¿Es que la niña tiene miedo?
GORGO.
Responde. Lo has visto. Ahora voy
comprendiendo tu llantina y esa locura por sus pelos.
AULAGA.
¡Quién   lo   diría,   Uva!   (Levantándose.)
¡Quién, quién, quién!
GORCO (gritando alrededor de UVA).
Lo has visto. Lo has visto. Lo has visto. (Deteniéndose, seca,) ¿Y qué más. Uva? ¿Y qué más?
AULAGA (girando en sentido contrario).
¡Lo vio! ¡Lo vio!
GORGO.
¿Y dónde, dónde, dónde?
AULAGA.
¡La muy Uva de perro!
GORGO.
En tu casa no fue, porque sería demasiado.
AULAGA.
¡Hambrienta!
GORGO.
En el comedor de los pobres... ¡No, no! Tengo la llave en mi bolsillo..., salgo la última... (Más lenta y encogida.) En esta casa... en el jardín... en la torre... (Pausa.) ¡Ah! ¡Dios! ¡Dios de Dios! ¡La cochera! ¡Aulaga, la cochera! ¡Allí, allí! ¡Por la puerta caída que da al campo! ¡Ladra. Uva, confiesa! ¡Aúlla que sí, anda, aúlla que sí!
UVA
¡No, no!
AULAGA.
Revienta la verdad, reviéntala.
UVA.
Ni con el pensamiento. ¡Nunca! ¡Soy flor, soy flor!
GORGO.
¡Flor, flor! ¡Entre el estiércol de las cuadras!
UVA.
¡Rosa sin mancha! ¡Nardo limpio!
AULAGA.
¡Bestia, fiera montuna! Voy a arañarte, mentirosa. ¡Corre! Voy a arrancarte, a retorcerte los cabellos.
(UVA huye por la sala, perseguida por AULAGA y GORGO,)
UVA.
¡Yo no tengo sobrino, Aulaga, Aulaga!
GORGO (alzando el palo).
Trae para acá esa frente. Verás qué chispas salta el hueso.
UVA.
¡No tengo a nadie! ¡Sola! ¡Sola!
GORGO.
¡Uva de perro! ¡Uva de gato!
AULAGA.
¡Corre!
UVA.
¡Matadme!    ¡Matadme!    ¡Furias,   furias! ¡Arpías!
(Entra ÁNIMAS, deteniéndose, jadeantes, las tres viejas.)
GORGO (con tono suave).
¿Qué quieres, Ánimas? ¿Y Altea?
ÁNIMAS.
¿Que qué quiero, señora? (Excitada.) Usted, sí, sí, usted, usted lo sabe... ¿Quién sino usted puede saberlo? Debió de habérmelo advertido.
GORGO.
¿Cómo has tardado tanto, Ánimas?
ÁNIMAS.
¡Señora, ay, mi señora! Cuando se llora dentro de una torre no se oye el llanto en los jardines.
GORGO.
Pero quien busca con ahínco no perdona rincón.
ÁNIMAS.
Así lo hice, mi señora, hasta que la encontré..., digo, hasta que la oí..., porque sólo la oí.,. ¡Ay, pobre niña mía!
GORGO.
¿La oíste? ¿Es cierto que la oíste? ¿Es que quizá se atrevió a hablarte?
ÁNIMAS.
Señora, sólo usted sabe lo que pasa.   Pero si es buena, compasiva, si no tiene cosido el corazón con un hilo de acero, haga que su sobrina, que esa preciosa niña mía no pierda ojos tan hermosos.
GORGO (tristemente, pero mirando con una tenue burla a UVA y AULAGA).
¡Hermosos!  ¡Hermosos! Son la primera vez que lloran de verdad.
ÁNIMAS.
Se quedarán sin luz, ciegos, encerrados en esa torre oscura.
(En una breve pausa de ÁNIMAS, AULAGA y UVA se miran largamente.)
GORGO (hundida de cabeza.) Ciegos... en una torre..., ciegos..., ciegos...
ÁNIMAS.
Yo que la crié, yo que la sostuve sus primeros pasos, que le puse la primera flor en el pelo, que la llevé al monte de las Cruces, que la enseñé a injertar los rosales y a hacer biznagas de jazmines. .   ¡Por compasión, señora, levántele esa pena y líbremela de esa prisión donde me la ha encerrado, que le juro que Ánimas la volverá a su amor, a la obediencia, al respeto que le debe!
GORGO.
Su amor..., su amor...
ÁNIMAS.
Sólo el que usted le tiene podrá abrirle la puerta.
GORGO.
Había pensado. Ánimas...
Pero no... Aquí tienes la llave.
ÁNIMAS (besándola).
¡Oh, señora!
(Inicia la salida.)
GORGO.
Ábrela y íráemela en seguida pues le tengo que hablar de algunas cosas (Sale ÁNIMAS, GORGO se vuelve, grave, hacia UVA y AULAGA, pero de pronto corre hacia la puerta, gritando:) ¡Ánimas! ¡Ánimas! (Esta aparece, temblorosa.) Viste a Altea con su mejor vestido, con aquel que entre todas le bordamos cuando fue reina de la vendimia.
ÁNIMAS.
La vestiré, señora.
(Se va. UVA ha vuelto a sentarse acongojada,
con un gesto de llanto, y AULAGA a quedarse como en éxtasis en un extremo de la escena.)
GORGO.
¡Amor, a mí! ¡Amor! ¿Habéis oído, hijas? Vamos, Uva, no llores más por eso. Yo si que ahora debiera estar muriéndome. Gorgojiila te quiere y te perdona, como Aulaga también. Aulaga, Uva: venid conmigo al centro de la sala. Os necesito, ¿Qué haría yo en este trance sin mis comadrejillas? Va a llegar mi sobrina. Ahora sí que lo sabréis todo, ¡Dios! ¡Dios de Dios! AULAGA.
Gorgo. Gorgo. Estoy atenta. Espero...
UVA.
¿Oué has dicho? ¿Qué dijiste?
GORGO.
¡Hombres!
UVA.
No me remuevas, Gorgo, Ya sé, ya sé bastante.
GORGO.
No me dejéis. Sostenedme, Ayudadme. Necesito ser fuerte, tener palabra y gesto de varón, ser mi difunto hermano, tío y padre a la vez en este horrible trago que me espera.
AULAGA.
¡Hombres!
UVA.
¡Amor! ¡Amor!
GORGO.
El espejo. Corredlo acá. Al centro. Quiero echarla en su fondo. Que ella se diga adiós antes de hundirla en el recuerdo de este instante. (Retrocediendo, como sonámbula, y mirándose, mientras AULAGA y UVA van rodando el espejo lentamente.)

¿Quién está dentro de ti?
¿Qué me devuelves, cristal?
Devuélveme lo que fui.
Lo que ayer tu cristal vio
—¿qué me devuelves, cristal?—
en tu cristal se perdió.
¿Quién está dentro de ti,
muerta, cristal, sino yo?

Y ahora, enfrente, tres sillas. Así. (Dando unos pasos.) Uno, dos, tres, cuatro, cinco... A una buena distancia del espejo, que la veamos toda. A ver, siéntate, Aulaga. Y tú. Uva, a mi izquierda. (Se sienta entre las dos.)
AULAGA.
Esto parece un santo tribunal, Gorgo.
GORGO.
Ni más ni menos, hija   El día del juicio. Un muerto me ha nombrado juez de esta triste causa, que deseo fallar con vuestra ayuda. Miradme. (Se cuelga las barbas) ¿Sabré desempeñar mi papel dignamente? (Mirando al cielo) Hermano mío, sólo me serviré de ellas si siento debilitarse mi energía. (Desaparece un instante por la derecha,  volviendo sin las  barbas.)  ¡Ah, Uva! Pon ese gran sillón junto al espejo. Y tú, Aulaga, acerca esa mesilla. Ya está, ¡Ah, no! (Yendo a buscarla.) Falta la campanilla de plata. Bien, bien. Sentaos junto
A mí. Ahora, ya podemos llamar, (Tocando la campanilla.) ¡Ánimas!
(Acompañada por ÁNIMAS, entra ALTEA, en un lujoso traje popular de campesina, coronada de pámpanos. ÁNIMAS, sin atreverse a avanzar, queda en el quicio de la puerta.)
ALTEA (arrodillándose ante GORGO)
¡Perdón, tía, perdón si por mis pocos años te ocasioné algún sufrimiento, faltando a la obediencia, al  amor,  al  respeto  que siempre te he tenido!
GORGO (con dulzura).
Levántate, hija, A la reina de la hermosura nada tiene que perdonar una vieja.
ALTEA.
Gracias, tía.
GORGO (después de indicar a ÁNIMAS que se vaya).
Estás h ermosa, Altea. ¿Te has mirado al espejo, has vuelto a contemplarte de diosa de los campos?
ALTEA (con emoción y desconcierto).
¡Tía!
GORGO.
Vamos, mírate, hija. Queremos estas viejas disfrutar contigo de tu juventud. Ese cristal va a recibirte orgulloso.
ALTEA (indecisa, confusa).
Yo sólo quiero complacerte...
GORGO.
Uva. Aulaga... Tranquilízate, Altea... Llevadla hasta el espejo para que se recree.
UVA (tomándolaide una mano.)
¡Niña!
AULAGA (de los hombros)
¡Qué mujer ya! Da gloria.
UVA.
Tan chiquita que eras...
ALTEA
Ya sé que me queréis... casi tanto como tía Gorgo.
UVA.
Estás maciza, hija.
AULAGA.
Redonda y fresca, como un jarro de oro.
(ALTEA sonríe, dulce.)
GORGO.
No seas humilde, sobrina, y menos con ese aire de árbol fuerte, lozano, Alégrate y ufánate, como lo estoy yo de ti. Ríete. (Levantándose y yendo hacia ella) No, si tú no eres triste. Gústate, préciate de tu belleza, de la flor de tus años. (ALTEA se ríe tenuemente.) Más, más. Si no ofendes a nadie por recrearte en tu hermosura. Mírate bien en el  espejo. ¿Ves? ¿Quién más sumiso, servidor, obediente? El no te añade nada, ni te lo quita tampoco. Te devuelve sólo lo tuyo. (Alzándole los brazos,) Mira qué brazos, hija, ¿Crees tú que el cristal miente? Mira qué ojos..., qué mejillas..., qué boca .., qué racimo de pelo...  (Se lo suelta.) Tocadlo, Aulaga, Uva.
AULAGA (suspirando).
¡Oh!
UVA (nostálgica).
¡Oué suavidad! ¡Qué brillo!
GORGO.
Puedes vanagloriarte de tus hombros...
¡Y qué garganta, niña! ¿Has visto cuello
como el tuyo en estos pueblos de la tierra? No, no me bajes los ojos,.. Te repito que no seas modesta, ¿Te he educado yo así? Tú sola eres la dueña de lo que está ahí dentro.
ALTEA.
Nunca me vi despacio, tía.
GORGO.
Mentirosilla.  ¿Vas  a  engañarme  ahora? ¡Vamos!
ALTEA.
Estoy contenta de gustarte.
GORGO.
Gustarme..., gustarme... ¿Pues a quién si no, preciosa? Si tuvieras a alguien más que a mí... Pero él cerró los ojos, se nos fue
un día, cuando apenas la flor apuntaba en la rama. Ahora has abierto, hija. Y estoy aquí para tu cuidado. Soy algo así como tu jardinera. Es sólo a mí a quien tienes que agradar.
ALTEA.
Sí, sí, tía.
GORGO.
Pero toca, Aulaga. ¡Qué talle!
UVA.
¡Y qué espalda! Se me duerme la mano...
GORGO.
Pues, ¿y ese busto, amigas? Alguna vez leí que las magnolias... Pero aquí, no... Limones luneros... ¡Qué fragancia! Eres toda un jardín.
ALTEA (al olerla UVA).
Es la alhucema fresca que mete Ánimas entre mi ropa.
GORGO.
¡La alhucema de Ánimas! Aroma de tu sangre, de tu carne de flor. Y si ese cristal  llegara a ver... Pero eso, sobrina, son secretos reservados para espejos más íntimos.
ALTEA (pudorosa).
Tía, por Dios, que están Aulaga y Uva.
UVA.
No seas vanidosilla, que nosotras hemos tenido también nuestro mayo.
GORGO.
Mira, se ha puesto de amapola.
ALTEA.
Me moriré, si no merezco tu perdón.
GORGO.
Vamos, ponte contenta, Altea. Si yo no estoy enfadada, Lo que sucede... Claro... ser tu padre sin serlo... Educarte... Cuidarte... Procurar que hagas sólo lo que a él hubiera alegrado, envanecido...
ALTEA.
Yo nunca quise hacerte mal, tía Gorgo.
GORGO.
¡Hacerme mal! ¿Y por qué piensas eso, hija mía? Me gustaría saberlo. Siéntate. (ALTEA se sienta. Después de contemplarla un instante.) ¡Lástima no sea un trono! Lo que realmente mereces. Pero voy a sentarme yo también. ¡Hacerme mal! (Con ella se sienta AULAGA y UVA.) Claro que si las celosías no dieran a la calle, seguramente, sobrina, no se te habría ocurrido lo que me has dicho ahora. ¡Hacerme mal! (Pausa breve.) ¿Qué se ve, niña, desde la azotea? ¿Lo has visto bien? Contéstame.
ALTEA (con extrañeza).
El campo, tía... El monte de las Cruces...
GORGO.
¿Y alguna cosa más?
ALTEA.
El cielo, tía.
GORGO.
¿Y qué se ve desde la galería del jardín?
ALTEA.
Los árboles.,., las flores..., las tapias...
GORGO.
¿Tan sólo eso?
ALTEA.
Los pájaros, el cielo...
GORGO.
¿Y tras las celosías del salón bajo. Altea?
ALTEA.
La calle.
GORGO.
¿La calle nada más? (ALTEA guarda silencio. GORGO se levanta.) ¿Nada más? Poca cosa, sobrina. ¿Estás segura  tú? ¿Nada más que la calle?
ALTEA.
La plaza..., con la fuente...
GORGO.
¿Y nada más?
ALTEA
... la iglesia.
GORGO.
¿Eso tan sólo? Porque la calle se ha hecho para andarla, para que la gente suba y baje por ella. ¿No es verdad, sobrina?
ALTEA.
Tía, yo te he querido siempre, sino que yo... ¡Qué pena tengo, tía!
GORGO.
Y  las celosías, para ver sin ser vista lo que sube y baja por la calle.
ALTEA.
Tía, tía, te lo suplico.
GORGO.
Y  para hablar también con el que sube y baja por la calle.
ALTEA (cayendo de rodillas).
¡Perdón, perdón!
GORGO.
¡Hacerme mal! Y el que sube y baja por la calle, el que la ronda por la noche, ¿verdad. Altea, que tiene que ser alto, delgado, moreno, con los ojos seguramente echando llamas...?
ALTEA.
Nunca me hiciste llorar, tía.
GORGO.
Pero si no quiero que llores. No soy ninguna arpía, ningún monstruo feroz en acecho de tu garganta. No temas nada, hija. (Levantándola.) Sosiégate.
UVA.
Por nosotras, puedes hablar tranquila, con toda confianza.
GORGO.
¿Lo estás oyendo? Aulaga, no te ausentes.
AULAGA (que se había distraído).
Sí, sí, somos igual que Gorgo. Habla, habla sin miedo.
GORGO.
De modo que es moreno..., oliváceo... Con los ojos... ¿De qué color quedamos que tenía los ojos? (ALTEA se calla, GORGO, con acento más duro.) Negros..,, pero como tizones encendidos... ¿No? (ALTEA asiente con la cabeza.) Y es esbelto, juncal, como buen caballista... Gran jinete, claro, el más gallardo de estos montes, (La zamarra por los hombros, al par que ALTEA, como un pelele, vuelve a mover afirmativamente la cabeza) ¿ Y se llama? Eso es lo que no sé, lo que todavía no me has dicho, sobrina.
UVA.
Pero lo va a decir, estoy segura.
AULAGA.
Tía Gorgo tiene que saberlo. Es por tu bien, hija. ¿A qué martirizarla?
GORGO.
Lo dirá.
UVA.
¿Y qué motivo hay para callarlo? Yo te ayudo, lucero. Y Aulaga. Verás como entre las dos te lo traemos a los labios, ¿Es quizá Lino el de doña Márgara, la del Huerto de los Limones?
GORGO
¿Es?
(ALTEA, siempre con la cabeza, niega débilmente.)
AULAGA.
Será Leoncio, el más chico de los Olmedo.
GORGO.
¿Es?
(ALTEA, lo mismo.)
UVA.
¿Blas,  el   más   mozo  de   los  del   Pino Grande?
GORGO.
¿Es?
(ALTEA niega en silencio.)
AULAGA.
¿Hernán, el de los Zorzales? ¿Bornos, el de Viña Hermosa?
GORGO (amenazante con su bastón).
¿Es, es, es?
ALTEA.
¡Tía, tía, por favor!
UVA.
Pues son los más ricos, hija, los principales en veinte leguas a la redonda.
GORGO (desabrochándole de un tirón la chaquetilla).
¿Será algún piojoso, algún tiñoso del barrio de las liendres? Vamos, niña, responde o te dirá este palo lo que desde hace rato estás ya mereciendo.
UVA.
Le dará vergüenza, Gorgoja, porque quién sabe si no será el barbero de la esquina.
AULAGA (riendo).
O Frasco, el esquilador, que no tiene cejas.
GORGO.
¿El esquilador?  ¡Qué más quisiera este lagarto  muerto!   Es  mucha  honra  para ella. ¿Sabéis de quién se ha enamorado? Os lo voy a decir en secreto.
(Apiñadas las tres oyen algo de GORGO, prorrumpiendo en una carcajada, tapadas, con un gesto de asco, las narices.)
UVA.
¡Uf! ¡Será posible, Gorgojilla?
AULAGA,
Es asqueroso, niña. ¡Con un oficio semejante!.
GORGO.
Pues sí, pues sí, de ése, de ese mismo.
UVA.
No seré yo madrina de tu boda. ¡Puaf!
AULAGA.
Ni le daría yo un beso sin antes taponarme las narices.
LAS TRES.—¡Ja, ja, ja, ja!
(Como tres sombras, como tres rebujos siniestros, riendo, burlonas, hirientes, van y vienen alrededor de ALTEA, que llora bajo, cubierta la cara por sus cabellos.)
GORGO.
Te repito que no me llores, escoba. Destápate la cara, ¿o es que con esas greñas quieres barrer el suelo?
UVA
Parece un pejesapo.
AULACA.
¡La reina de la vendimia!
GORGO.
¿La reina? ¡Del muladar!  ¡Del basurero! ¡Se acabaron las diosas de la hermosura! ¡Fuera adornos, colgajos, colorines! (Le va arrancando el traje a tirones.) ¡Qué te habías figurado! ¡La reina! Vas a vestir ahora las ropas que mereces. Tráelas, Uva, Están en la alacena de mi alcoba. ¡La reina! ¡Y con pajes secretos que le hacen la ronda a media noche! O confiesas quién es, o te desnudo y salto a arañazos la sangre, Dilo, dilo...
ALTEA.
No puedo, tía; no puedo. Mátame... Sórbeme las venas... Arrástrame por los cabellos...
GORGO.
¡No! Te enterraré en vida, entre cuatro paredes, y ya no saldrás más, ni a la misa del alba.
ALTEA.
Entiérrame en la tierra..., viva ... con los ojos abiertos... Pero no me lo pidas... No puedo... Es imposible... Se me hace un nudo en la garganta.
GORGO.
¿Que no puedes? ¿Que no tienes valor? ¡Vas a ver! ¡Vas a ver si eso es cierto, sobrina!
(Ha vuelto UVA trayendo un traje negro
de vieja, largo, triste, irrisorio.)
GORGO.
Aulaga, ayuda a Uva. Colgadle entre las dos esas nuevas prendas... de diosa. Encerrádmela   en   ellas.   (Iniciando   la  salida por la derecha.) Aprisionadla bien. ¡Dios! ¡Dios  de Dios!  (Mientras las dos viejas visten a  ALTEA  silenciosamente,  dentro, con ligeras pausas, se oye gritar a GORGO:)
 ¡Sí! ¡Sí! Aquí me tienes... Te obedezco... En seguida... ¡Sí! ¡Ya estoy! (Tapada la cara con un lienzo negro que le cae hasta la cintura, siempre con su bastón, vuelve GORGO a la sala, girando lenta y tristemente alrededor de ALTEA.).

Alma que vela en lo alto.
No me dejes de la mano.
Alma que sufre en lo alto.
No me des nunca descanso.
Alma que alumbra en lo alto.
No me abandone tu rayo.

sábado, 10 de diciembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires



(En la gráfica: dos gigantes latinoamericanos: Borges y el maestro Octavio Paz).
Viernes 9 de diciembre de 1966.  Clase Nº 23

"The Tune of Seven Towers", "The Sailing of the Sword"                                             y The Earthly Paradise, de William Morris.                                                                        Las sagas de Islandia. Historia de Gunnar.


Proseguiremos hoy con el estudio de la obra de William Morris. Ahora, antes de considerar las dos grandes obras de él, podría-mos leer alguno de los poemas de su primer libro, La defensa de Ginebra.
¿Alguno de ustedes no querría repetir lo que hicimos la otra vez, leer no un fragmento sino un poema breve del libro?
Podemos ver un poema que se llama "La melodía de siete to-rres".  Es un poema claro, esencialmente musical, aunque tiene argumento. Hay una mujer que podemos suponer muy linda, que se llama "fair Yoland of the flowers", "la hermosa Yolanda de las flores", y que lleva a los caballeros —todo esto ocurre en una vaga época medieval— a un castillo en el que mueren, y que los mata, sin duda por artes mágicas.

(PASA UN ALUMNO Y EMPIEZA LA LECTURA DEL POEMA)

No one goes there now:
For what is left to fetch away
From the desolate battlements all arow,
And the lead roof heavy and grey?
"Therefore" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers" 

No one walks there now;
Except in the white moonlight
The white ghosts walk in a row;
If one could see it, an awful sight,
"Listen!" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers."

But none can see them now,
Though they sit by the side of the moat,
Feet half in the water, there in a row,
Long hair in the wind afloat.
"Therefore" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers."

If any will go to it now,
He must go to it all alone,
Its gates will not open to any row
Of glittering spears —will you go alone?
"Listen!" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers". 

Las estrofas terminan en estribillo, "This is the tune of Seven Towers". Es un poema casi puramente musical y decorativo: "Oíd, dijo la hermosa Yolanda de las flores, esta es la melodía de las siete torres". Pero al mismo tiempo hay algo ominoso y terri-ble. La hechicera le propone a un caballero que vaya solo, para morir, se entiende.

"Be my love go there now,
To fetch me my coif away,
My coif and my kirtle, with pearls arow,
Oliver, go to-day!"
"Therefore" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers."

I am unhappy now,
I cannot tell you why;
If you go, the priests and I in a row
Will pray that you may not die.
"Listen!" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers."

If you will go for me now,
 I will kiss your mouth at last;
(She sayeth inwardly.)
(The graves stand grey in a row,)
Oliver, hold me fast!
"Therefore" said fair Yoland of the flowers,
"This is the tune of Seven Towers "  

Estos poemas corresponden a la juventud de Morris. Des-pués veremos las obras de su madurez, el ciclo de cuentos, The Earthly Paradise, El Paraíso terrenal, y una epopeya, Sigurd the Volsung. Pero éstas las escribió luego, una es del año 68 a 70, y la otra es del año 76. Y luego vinieron otros poemas menos im-portantes, para convertir a la gente al socialismo.
Ahora leeremos otro poema, "The Sailing of the Sword".  El "Sword" es una nave que lleva a tres guerreros, creo que a las cruzadas, que dejan a tres hermanas y les dicen que van a volver. Hay un tema que siempre se repite, un verso, "When the Sword went out to sea". Hay aliteración. Una de las hermanas habla. Ha sido abandonada, porque puedo adelantar que el caballero volverá, pero volverá con una mujer espléndida a su lado.

(EL ALUMNO COMIENZA LA LECTURA DEL POEMA) 

"Across the empty garden-beds,
When the Sword went out to sea;
I scarcely saw my sisters's heads
Bowed each beside a tree.
I could not see the castle leads,
When the Sword went out to sea.

Alicia wore a scarlet gown,
When the Sword went out to sea;
But Ursula's was russet brown:
For the mist we could not see
The scarlet roofs of the good town,
When the Sword went out to sea,

Green holly in Alicia's hand,
When the Sword went out to sea;
With sere oak-leaves did Ursula stand-
O! yet alas for me!
I did but bear a peel'd white wand,
When the Sword went out to sea, 

O, russet brown and scarlet bright,
When the Sword went out to sea;
My sisters wore; I wore but white:
Red, brown, and white, are three;
Three damozels; each had a knight
When the Sword went out to sea,

Sir Robert shouted loud, and said,
When the Sword went out to sea;
"Alicia, while I see thy head,
What shall I bring for thee?"
"O, my sweet lord, a ruby red"
The Sword went out to sea.

Sir Miles said, while the sails hung down,
When the Sword went out to sea;
"O, Ursula! While I see the town
What shall I bring for thee?"
"Dear knight, bring back a falcon brown:"
The Sword went out to sea.

But my Roland, no word he said
When the Sword went out to sea;
But only turned away his head,
A quick shriek came from me:
"Come back, dear lord, to your white maid"
The Sword went out to sea, 

The hot sun bit the garden beds,
When the Sword came back from sea;
Beneath an apple tree our heads
Stretched out toward the sea;
Grey gleam'd the thirsty castle leads,
When the Sword came back from sea.

Lord Robert brought a ruby red,
When the Sword came back from sea;
He kissed Alicia on the head
"I am come back to thee
'Tis time, sweet love, that we were wed,
Now the Sword is back from sea!"

Sir Miles he bore a falcon brown,
When the Sword came back from sea;
His arms went round tall Ursula's gown,
"What joy, O love, but thee?
Let us be wed in the good town,
Now the Sword is back from sea!"

My heart grew sick, no more afraid,
When the Sword came back from sea;
Upon the deck a tall white maid
Sat on Lord Roland's knee;
His chin was press'd upon her head,
When the Sword came back from sea! 

Las dos hermanas mayores reciben un regalo. A través de las estrofas, se ve que él está empezando a olvidarla. Ella está vesti-da de rojo. Luego, de pardo. Esto prefigura o profetiza que algo va a ocurrir. El nombre de la nave es "Sword", y quiere decir "es-pada". Al fin, cuando él vuelve, vuelve con una doncella blanca, y ella estaba vestida de blanco al principio. Ustedes ven que éste es un poema como un cuadro, además de la música de los versos.
Bueno, como ustedes ven, Morris empezó haciendo poemas pictóricos, musicales, vagamente medievales. Pero luego fueron pasando los años, él se dedicó a sus otras actividades de arquitec-tura, de decoración, de tipografía, y él planeó una gran obra. Y esa gran obra —yo creo que es la más importante de las suyas— se llamó El Paraíso Terrenal, y se publicó en dos o tres volúme-nes desde el año 68 al año 70. Ahora, a Morris le habían intere-sado siempre los cuentos, pero Morris creía que los mejores cuentos ya habían sido inventados, que un escritor no tenía que inventar nuevos cuentos. Que la verdadera labor del poeta —y él tenía un concepto épico de la poesía— era repetir o recrear las historias antiguas. Esto puede parecernos raro en lo que se refie-re a la literatura, pero los pintores, por ejemplo, no lo han enten-dido así. Casi podríamos decir que durante siglos los pintores han repetido la misma historia, la historia de la Pasión por ejem-plo. ¿Cuántas crucifixiones hay en la pintura? Y en cuanto a la escultura, exactamente lo mismo. ¿Cuántos escultores han he-cho estatuas ecuestres? Y la historia de la guerra de Troya ha si-do referida muchas veces, y las Metamorfosis de Ovidio vuelven a contar mitos que los lectores ya conocían. Y Morris, al prome-diar el siglo XIX, pensó que ya existían los cuentos esenciales y que su tarea era reimaginarlos, recrearlos, contarlos de nuevo. Y además él admiraba a Chaucer, que tampoco había inventado ar-gumentos, sino que había tomado argumentos italianos, france-ses, latinos, algunos de fuente desconocida pero que sin duda existió, como la historia del vendedor de bulas. Entonces Morris se propuso escribir una serie de cuentos como los Cuentos de Canterbury, y los situó en la misma época, en el siglo XIV. Aho-ra, este libro, que consta de veinticuatro cuentos y que Morris pudo terminar en unos tres años, está escrito como una imita-ción de Chaucer. Pero al mismo tiempo —y esto los críticos no parecen haberlo notado— como una suerte de desafío a Chau-cer, no sólo en lo que se refiere a las fuentes sino al lenguaje. Por-que Chaucer busca, según ustedes saben, un inglés en el cual abundan muchas palabras latinas. Esta intención de Chaucer es lógica, puesto que con la invasión normanda Inglaterra se llenó de palabras latinas. En cambio Morris —Morris, que tradujo el Beowulf— estaba enamorándose de la literatura escandinava, y quiso que el inglés volviera, dentro de lo posible, a su primitiva raíz germánica. Entonces él escribió El Paraíso Terrenal.
Estoy pensando que Chaucer pudo haber hecho algo pareci-do si hubiera querido, salvo que Chaucer estaba atraído por el sur, por el Mediterráneo, por la tradición latina. Tradición que Morris ciertamente no desdeñó, ya que la mitad de los cuentos de El Paraíso Terrenal son de fuente helénica. Hay once que son de fuente helénica, hay otro que es de fuente árabe, ya que Mo-rris lo tomó del libro medieval de Las Mil y una Noches, que fue compilado en Egipto aunque sus fuentes son más antiguas, son hindúes o persas. Chaucer había encontrado un marco para sus cuentos, la idea de la famosa caminata al santuario de Becket,  y Morris necesitaba todo un marco, necesitaba un pretexto para que se contaran muchos cuentos. Entonces él inventó una histo-ria, inventó una historia más romántica —diremos— que la de Chaucer. Porque entre Chaucer, del siglo XIV, y Morris, del si-glo XIX, habían ocurrido muchas cosas. Entre otras, el movi-miento romántico. Y además Inglaterra había redescubierto su raíz germánica, que había olvidado. Creo que Carlyle, al hablar de Shakespeare, lo llama "nuestro Guillermo sajón" Esto hubie-ra sorprendido a Shakespeare, pues Shakespeare no pensó nun-ca en la raíz sajona de Inglaterra. Cuando Shakespeare pensaba en el pasado inglés, pensó más bien en la historia inglesa poste-rior a la conquista normanda, o si no en el pasado celta de Ingla-terra. Y hasta que no escribió Hamlet, se sentía tan lejos de to-do aquello que, fuera de Yorick, el bufón —creado para siempre en aquel diálogo de Hamlet con la calavera— y los dos cortesa-nos Rosencrantz y Guildenstern, todo eso viene de otros países. Los soldados que aparecen en la primera escena de Hamlet tie-nen nombres españoles, se llaman Francisco y Barnardo. La no-via de Hamlet se llama Ofelia; su hermano se llama Laertes, el nombre del padre de Ulises. Es decir, lo germano estaba muy le-jos de Shakespeare. Sin duda estaba en su sangre, y en buena par-te de su vocabulario, pero no tenía mayor conciencia de ello. Él buscó casi todos sus argumentos en Grecia, Roma, en Macbeth lo buscó en Escocia, en Hamlet lo buscó en un argumento da-nés. En cambio Morris tenía una conciencia de lo germánico, y sobre todo de lo escandinavo, del pasado inglés. Y así él inventó este argumento. El toma el siglo XIV, la época de Chaucer, y en esa época hay una peste que está arrasando a Europa y especial-mente a Inglaterra: la peste negra. Entonces él imagina a un gru-po de caballeros que quieren huir de la muerte. Entre ellos hay un bretón, también hay un noruego, un caballero alemán —pe-ro éste muere antes de llegar al fin de la aventura—. Estos caba-lleros resuelven buscar el Paraíso Terrenal, el paraíso de hom-bres inmortales. Al Paraíso Terrenal solía situárselo —hay un poema anglosajón que tiene este título— en el Oriente. Pero los celtas lo habían situado en el Occidente, hacia la puesta del sol, en el confín de los mares desconocidos que lindaban con América, no descubierta entonces. Los celtas imaginaron toda suerte de maravillas, por ejemplo islas en las que lebreles de bronce perseguían a los ciervos de plata o de oro, islas sobre las cuales pendía como un arco iris un río, un río que no se volcaba, con naves y con peces, islas rodeadas por murallas de fuego, y entre esas islas una que sería el Paraíso Terrenal.
Esos caballeros del siglo XIV resuelven buscar las islas biena-venturadas, las islas del Paraíso Terrenal, y salen de Londres. Y al salir de Londres pasan por la aduana, y en la aduana hay un señor que está escribiendo. Y no se nos dice su nombre, pero se nos da a entender que ese señor era Chaucer, que fue vista de aduana. Así que Chaucer aparece silenciosamente en el poema, así como Shakespeare aparece y no dice una palabra en la nove-la Orlando de Virginia Woolf. En esa novela hay una fiesta en un palacio, y hay un hombre que está mirando y observando todo y no dice nada, porque tanto Morris como Virginia Woolf no se creyeron capaces de crear palabras dignas de estar en la boca de Chaucer o de Shakespeare.
Luego la nave que lleva a los aventureros se hace a la mar, y se cruzan con otro barco. En ese barco hay un rey, uno de los reyes de Inglaterra que va a pelear contra Francia en la larga Gue-rra de los Cien Años. Y el rey invita a los caballeros a subir a su barco, y él está en la cubierta, rodeado de caballeros, solo y de-sarmado. Entonces les pregunta quiénes son. Uno le dice que es bretón, el otro que es noruego, y el rey les pregunta qué fin per-siguen, y ellos le dicen que van a buscar la inmortalidad. Y al rey no le parece absurda esta aventura. El rey cree que puede existir un Paraíso Terrenal, pero al mismo tiempo comprende que él es un hombre viejo, que su destino no es la inmortalidad, que su destino es la batalla y la muerte. Y entonces les desea buena suer-te, les dice que ellos tienen mejor destino que el suyo, que a él lo único que le queda es morir entre las cuatro paredes de un lugar de batalla.  Les dice que sigan. Luego él piensa que él es un rey, y que ellos son desconocidos, pero ellos —quizás está dentro de la fe de la época— llegarán a ser inmortales. "Y quizá —dice— puede ocurrir que yo, un rey, seré recordado por una sola cosa, seré recordado porque una mañana, antes que atravesaran el mar, ustedes conversaron conmigo." Y luego piensa que, a pesar de que ellos verosímilmente serán inmortales, y él será olvidado y morirá como todos los reyes y todos los hombres, él tiene que regalarles algo. Es una manera de demostrar su superioridad. Él es un rey. Él le da a uno un cuerno, al bretón, y dice: "Para que recuerdes esta mañana. Y a ti, noruego, te doy este anillo, para que me recuerdes a mí, que soy de la sangre de Odín".  Porque ustedes recordarán que los reyes de Inglaterra creían ser descen-dientes de Odín.
Luego ellos se despiden del rey y emprenden el viaje. El via-je dura muchos años. Los navegantes desembarcan en islas mara-villosas, pero envejecen. Y así llegan a una ciudad desconocida en una isla, donde se quedan hasta el fin de sus días. Esa isla está ha-bitada por griegos que han conservado el culto de los antiguos dioses. El padre del noruego ha sido miembro de la escolta escan-dinava del emperador de Bizancio, de modo que él sabe griego — esa famosa escolta de los emperadores de Bizancio, hecha de sue-cos, de noruegos, de daneses,  a la cual se incorporaron muchos sajones después de la conquista normanda a Inglaterra, en el año 1066. Es raro pensar que en las calles de Constantinopla fueron idiomas familiares. En las calles de Constantinopla se hablaron el antiguo danés y, al promediar el siglo XI, el anglosajón.
La ciudad de la isla está gobernada por griegos. Reciben amablemente a los viajeros, y aquí ya tenemos el marco que ne-cesitaba Morris: los mayores de la ciudad proponen a los nave-gantes que todos se encontrarán dos veces al mes y entonces se contarán cuentos. Los cuentos que los isleños cuentan son todos mitos griegos. Allí están las historias de Eros, de Perseo, todos tomados de la mitología griega. Y los otros cuentan historias de origen diverso, entre ellos una historia islandesa que Morris ha-bía traducido al inglés. Se titula "Los amantes de Gudrun". Hay una historia árabe, una historia que el padre le había contado al hijo del noruego, tomada de Las Mil y Una Noches. Hay otras historias escandinavas y persas. Se cuentan así, a lo largo del año, veinticuatro cuentos. Morris ha tomado los metros de la obra de Chaucer. Hay además, como en los cuentos de Chaucer, interva-los entre los doce cuentos de los navegantes y los doce cuentos de los griegos. En esos intervalos se va describiendo el cambio de las estaciones, y por una convención —Morris no buscaba el rea-lismo, desde luego— los paisajes que se describen son paisajes de Inglaterra que corresponden a la primavera, al verano, al otoño, al invierno.
Al fin habla el poeta, y el poeta dice que él ha contado esos cuentos, esos cuentos que no son suyos, pero que él los ha re-creado para su tiempo y que, sin duda, otros los contarán des-pués como los contaron antes de él. Luego dice que él no puede cantar sobre el Cielo o el Infierno  —sin duda estaba pensando en Dante al decir esto—, que él no puede hacer que la muerte pa-rezca una cosa baladí, que él no puede detener el curso del tiem-po, que lo arrastrará a él como arrastrará a los lectores. Vemos que no tiene ninguna fe en otro mundo. Dice que él es simple-mente "el ocioso cantor de un día vacío". Luego él habla con su libro y le dice al libro que si en alguna parte se encuentra con Chaucer, que lo salude y que en su nombre le diga: "¡Oh, Maes-tro!, ¡Oh, tú, grande de lengua y de corazón!"  Y así el libro ter-mina de un modo melancólico.
Este libro está lleno de invenciones fantásticas: hay un aque-larre, por ejemplo, y hay un rey de los demonios que cabalga so-bre un caballo de fuego esculpido y cambiante, de modo que en cada momento las facciones del rey y de su cabalgadura tienen una forma precisa, pero esa forma sólo dura un instante. 
Antes de publicar este libro, Morris publicó otro poema ex-tenso que se titula "La vida y la muerte de Jasón".  Sin duda te-nía que ser uno de los cuentos griegos de El Paraíso Terrenal, pe-ro ese cuento fue tan extenso que Morris lo publicó aparte. Uno de los rasgos notables de ese poema anterior al El Paraíso Terre-nal, es que en las primeras páginas aparecen los centauros de Thessalia. Nos parece imposible que un poeta del siglo XIX hable de centauros, porque nosotros y él descreemos de los centauros.
Es extraordinario ver cómo Morris prepara al centauro. Pri-mero habla de la selva de Thessalia, luego habla de los leones y de los lobos de esa selva, y luego nos dice que "los centauros de ojos vivos disparan allí sus flechas".  Él empieza por esa parte del cuerpo en que se nota más la vida, los ojos.  Después tene-mos a un esclavo que espera a un centauro. Y de igual modo que Dante en la Divina Comedia se muestra trémulo, no porque fue-ra cobarde sino porque tiene que comunicar a sus lectores que el Infierno es un lugar terrible, así el esclavo siente una especie de horror cuando, en medio de la selva —que es una selva espesa—, siente los cascos del centauro que se aproximan a él.  Luego el centauro se acerca y Morris hace que el centauro tenga una guir-nalda de flores en la parte en que lo humano cesa y empieza lo equino.  Morris no nos dice que hay algo terrible con el escla-vo, pero nos muestra al esclavo que cae de rodillas ante el mons-truo.  Luego el centauro habla, habla con palabras humanas, y esto el esclavo lo siente como terrible también, porque el centau-ro es mitad hombre, mitad caballo. En este largo poema, que concluye con la muerte de Medea, todo está contado de modo que, mientras leemos el poema, creemos en él o, como diría Co-leridge, cuando habla del drama de Shakespeare, "suspendemos voluntariamente nuestra incredulidad si no creemos".
Morris publica desde el 68 al 70 su Paraíso Terrenal. Este poema es reconocido por todos sus contemporáneos —aún por aquellos que estaban lejos de él— como un gran poema. Pero él, mientras tanto, había iniciado una biblioteca de sagas.  Son no-velas compuestas en su mayor parte en Islandia durante la Edad Media. Morris se hizo amigo de un islandés, Eírik Magnússon, y entre los dos tradujeron varias partes de las novelas. Esto se ha-ría después en los países escandinavos y en Alemania. En Alema-nia hay una colección famosa, la Biblioteca Thule, nombre que los romanos daban a unas islas que algunos han identificado con las islas Shetland, pero que en general se identifican con Islandia. Morris emprende su peregrinación a Islandia y traduce grandes poemas al inglés, y entre esos poemas está la Odisea. Yo voy a recordar los dos primeros versos de la Odisea de Pope y los dos primeros de la Odisea de Morris. Pope lo hizo en un inglés lati-no, en un sonoro inglés, y los versos dicen así:

The man, for wisdom's various arts renown'd,
Long exercis'd in woes, oh muse! resound

Al hombre famoso por las diversas artes de la sabiduría,
Largamente ejercitado en pesares, ¡oh musa, resuena!, ¡oh musa, canta!

Pero Morris quiso limitar, dentro de lo posible, su vocabula-rio a palabras germánicas. Entonces, fuera de la palabra "musa", que tuvo que retener, tenemos estos extraños versos:

Tell me, o Muse, of the shifty, the man who wandered afar,
after the holy burg, Troytown, he had wasted with war

Háblame musa del astuto, el hombre que erró muy lejos,
después de haber destrozado con guerra la ciudadela sagrada.

Morris tradujo también la Eneida y el Beowulf. Tradujo las sagas. Las versiones de las sagas son admirables, porque en su versión de la Odisea sentimos cierta incongruencia entre el he-cho de que Morris está traduciendo una epopeya griega y el in-glés germánico que usa. En cambio, no sentimos ninguna incon-gruencia en el hecho de que Morris traduzca con palabras ger-mánicas cuentos y novelas escandinavos medievales.
Voy a recordar un episodio de las sagas. La palabra "saga" tiene que ver con sagen, "decir" en alemán. Son cuentos, relatos. Empezaron siendo orales y luego fueron escritas, pero como te-nían un origen oral, estaba prohibido al narrador entrar en la conciencia de los héroes. Él no podía contar lo que un héroe so-ñó; no podía decir que una persona odiaba o quería: eso era en-trometerse en la mente de los personajes. Sólo podía contar lo que los personajes hacían y obraban. Las sagas están contadas como reales, y si abundan en hechos fantásticos es porque los narradores y los oyentes creían en ellos. Aparecen en las sagas cincuenta o sesenta personajes, todos personajes históricos, per-sonajes que vivieron y murieron en Islandia y que fueron famo-sos por su valentía o por sus cualidades. El episodio que voy a recordar es éste: hay una mujer muy linda, con cabellos largos y rubios que le llegan a la cintura.  Esa mujer ejecuta un acto mez-quino y el marido le da una bofetada. Y el narrador no nos dice qué sintió ella, porque eso le está vedado por las reglas de su ar-te. Y luego pasan doscientas o trescientas páginas y nosotros nos hemos olvidado de la bofetada. Y el marido que le ha dado la bo-fetada, también. Y luego él está sitiado en su casa y lo atacan. Y el primero que lo ataca logra escalar la torre. Y Gunnar, el mari-do, desde adentro, lo mata, lo hiere de un lanzazo. El hombre cae al suelo, los compañeros lo rodean. No sabemos nada sobre el carácter del hombre, y uno de sus compañeros le pregunta: "¿Está Gunnar en la casa?" Y el hombre —y esto nos revela que es valiente— muere con una broma en los labios. Dice: "Él, no sé, pero está su lanza", y muere con esa broma. Luego los otros han rodeado la casa, siguen atacando a Gunnar, él se defiende a flechazos. Está con su perro y su mujer. Ya han matado a los otros. Pero él sigue defendiéndose con las flechas, y una de las flechas de los que rodean la casa rompe la cuerda del arco de Gunnar. Gunnar necesita otra cuerda, la necesita inmediatamen-te y le pide a su mujer —se ha hablado muchas veces de su larga y rubia cabellera— que le teja una cuerda con su pelo. 
"Téjeme una cuerda con tu pelo" —le dice a Hallgerd.
"¿Es cuestión de vida o muerte? —pregunta ella.
"Sí" —responde Gunnar.
"Entonces recuerdo esa bofetada que me diste una vez y te veré morir" —dice Hallgerd.
Así Gunnar murió, vencido por muchos, y también mataron a Samr, su perro, pero antes el perro mató a un hombre.
El narrador no nos había dicho que Hallgerd guardase ren-cor a su marido; ahora lo sabemos bruscamente, como suelen re-velarse las cosas en la realidad.

viernes, 9 de diciembre de 2016

BORGES PROFESOR. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires


Miércoles 7 de diciembre de 1966. Clase Nº 22

Vida de William Morris. Los tres temas dignos de la poesía.                                 El Rey Arturo y el mito del regreso del héroe.                                              Intereses de Morris. Morris y Chaucer.                                                               "The Defence of Guenevere".


Hoy hablaremos de un compañero de Rossetti que participó asi-mismo en la Pre-Raphaelite Brotherhood, en la Hermandad Pre-rrafaelista. Es el poeta William Morris. Sus fechas son 1834 y 1896. Fue muy amigo de Rossetti, de Burne-Jones, de Swinbur-ne, de Hunt y de otros miembros del grupo. Morris fue un hom-bre esencialmente distinto de Rossetti. Sólo se parecieron en el hecho de que ambos fueron grandes poetas. Pero Rossetti, como ya hemos visto, era un hombre neurótico que llevó una vida trá-gica, a quien le ocurrieron hechos trágicos. Básteme recordar el suicidio de su mujer, su soledad final, su retiro final, y más vero-símilmente su propio suicidio. Dicen además que Rossetti no fue nunca a Italia —insistía en ser inglés— y que oralmente, nunca por escrito, abundaba en el cockney, el slang de Londres. Y sin embargo se sintió encerrado en Inglaterra, aunque en Italia sin duda se hubiera sentido desterrado de Londres, una ciudad que él quería mucho.
En cambio, la vida de Morris es la vida de un hombre casi in-creíblemente activo, interesado en muchas cosas. Y no a la ma-nera de un hombre como Goethe, por ejemplo, sino interesado prácticamente, activamente y aun comercialmente. Y si William Morris no hubiera ejercido el arte de la poesía, se lo recordaría todavía por sus muchas y enérgicas actividades en otros campos.
El apellido "Morris" es un apellido galense. El hecho parece no ser importante, pero luego veremos que hay algo paradójico en esta circunstancia, ya que William Morris acabó escribiendo en un inglés casi puramente sajón —dentro de lo que era posible hacer en el siglo XIX— e introdujo —o quiso introducir— voces escandinavas en el inglés literario de su tiempo. Morris pertene-cía a una familia de lo que llamaríamos hoy la clase media.
Morris nació en las cercanías de Londres, estudió arquitec-tura y dibujo, y luego se dedicó a la pintura. Pero la mente de Morris era demasiado curiosa para detenerse mucho tiempo en una actividad. Se educó en Oxford, fue uno de los colaborado-res del Oxford's Magazine, donde publicó poemas y cuentos.  Y según Andrew Lang, el ilustre crítico y helenista escocés, esas primeras producciones, hechas casi al azar de la pluma, escritas casi con indiferencia, como quien se abandona a un placer y no como quien ejecuta una labor escrupulosa, se cuentan entre las más felices suyas. Ya veremos algunas hoy. Aquí he traído un ejemplar de su primer libro, The Defence of Guenevere, La de-fensa de Ginebra.  Ginebra es —"Genoveva" sería otra forma del nombre, supongo— la mujer del rey Arturo, y una versión de sus amores con Lancelote es lo que llevó a Paolo y Frances-ca, según imagina Dante, a cometer su pecado. Es decir, William Morris empieza sus poemas con los temas de lo que se llamó en la Edad Media la "matière de Bretagne". Hay unos versos de un poeta francés cuyo nombre he olvidado que afirman que hay tres temas dignos del poeta,  y que esos temas son: "la matière de France" —es decir la historia de Rolando, de Carlomagno, de sus pares, la batalla de Roncesvalles —. Luego "la matière de Bretagne": la historia del rey Arturo, que combatió contra los sajones a principios del siglo VI y a quien se atribuyeron después muchas de las hazañas de Carlomagno, de suerte que el rey Ar-turo en la leyenda fue siendo, como Carlomagno casi lo fuera, una suerte de rey universal. Y le atribuyen asimismo la inven-ción de la mesa redonda, una mesa hecha para que no hubiera ca-becera, para que no hubiera ninguna primacía entre quienes la rodeaban, y que se adaptaba mágicamente al número de comen-sales: se achicaba cuando eran seis y podía agrandarse para hos-pedar cómodamente a sesentaitantos caballeros. Luego, también forman parte de la leyenda de la "matière de Bretagne" las histo-rias relativas al Santo Grial, es decir, a la copa que contenía el vi-no que tomó Jesús durante la Ultima Cena. Y en esa misma co-pa —la palabra "grial" está relacionada con la palabra "cráter", que también tiene la forma de una copa—, en esa misma copa Jo-sé de Arimatea habría recogido la sangre de Cristo. En otras ver-siones de la leyenda, el Grial no es una copa, es una piedra pre-ciosa sobrenatural que los ángeles traen desde el Cielo. Y los ca-balleros del rey Arturo se dedican a la busca del Santo Grial. Lancelote pudo haber alcanzado esa copa, pero él no mereció al-canzarla porque él había pecado con la mujer de su rey. Y así es que un hijo suyo, Sir Galahad, el Galeotto  de los famosos ver-sos de Dante, fue el que llega a poseer la copa. En cuanto al rey Arturo, se le atribuyen doce batallas contra los sajones. Él habría sido vencido en la última. Esto llevó inevitablemente en el siglo XIX a la identificación del rey Arturo con un mito solar: el nú-mero doce es el número de los meses. Y en la última batalla él habría sido derrotado, herido y llevado por tres mujeres enluta-das en un esquife negro a la isla mágica de Avalón,  y durante mucho tiempo se creyó que iba a volver para socorrer a su pue-blo. Lo mismo se dijo en Noruega de Olaf,  a quien se llamó Rex perpetuas Norvegiae. La misma creencia de que iba a volver la encontramos en Portugal. Pero ahí el personaje es el rey Don Se-bastián, vencido por los moros en la batalla de Alcazarquivir,  y que volverá algún día. Y es curioso que esa creencia mística, el sebastianismo, la idea de un rey que volverá, se encuentra asi-mismo en el Brasil: hubo a fines del siglo pasado un tal Antonio Conselheiro entre los "jagunços", los gauchos del norte del Bra-sil, que también dijo que volvería Sebastián.
Todo esto, la "matière de Bretagne", forma un conjunto de leyendas que no fueron ignoradas por Shakespeare y fueron tra-tadas por William Morris y por su ilustre contemporáneo Tennyson, aquel Tennyson amigo de Browning, de quien no tendremos tiempo de hablar.
Había una tercera materia permitida a los poetas de la Edad Media. El verso dice "de France, de Bretagne et de Romme la grant".  Pero la materia de Roma no era solamente la historia romana, sino —porque Eneas era troyano— la historia de Tro-ya, la historia de Alejandro Magno. A Alejandro Magno se le atribuye el deseo de conquistar el Paraíso, después de haber con-quistado la Tierra. Y en la leyenda Alejandro llega a una alta mu-ralla, y desde la muralla dejan caer un grano de polvo, y enton-ces Alejandro comprende que ese grano de polvo es él, es la ma-teria a que quedará reducido finalmente —corresponde a los seis pies de tierra que el rey sajón promete al rey noruego en la ba-talla de Stamford Bridge— y renuncia a la conquista del Paraíso.
Pero volvamos a William Morris. A William Morris le tocó la época victoriana, y lo que se llamó la Revolución Industrial. Es decir, en parte, el hecho de que la artesanía comenzó a desapare-cer y a ser reemplazada por los productos de las fábricas. Y esto preocupó a William Morris, la idea de que se perdía la artesanía, es decir lo ejecutado con amor, y se reemplazaba por los produc-tos impersonales y comerciales de las fábricas. Es curioso que al gobierno inglés también le haya preocupado esto. Esto lo vemos en el caso de Lockwood Kipling,  padre de Kipling y amigo de Burne-Jones y de William Morris, a quien el gobierno británico envió a la India para que defendiera la artesanía hindú contra la inundación de productos comerciales de la misma Inglaterra. Lockwood Kipling fue por lo demás un excelente dibujante.
Morris se interesa, pues, en la artesanía y en los gremios. Pe-ro no tanto en el sentido de que los obreros ganaran más —aun-que esto le interesó— sino en el sentido de que a los obreros les interesara personalmente su labor y la tuvieran como una espe-cie de obra de amor. Y así William Morris fue uno de los padres del socialismo en Inglaterra y uno de los primeros miembros de la "Fabian Society", de la Sociedad Fabiana, a la que perteneció Bernard Shaw, que fue discípulo suyo. La sociedad tomó ese nombre de Sociedad Fabiana porque durante las Guerras Púni-cas hubo un general al que le dieron el nombre de Fabius Cunc-tator  —era un romano—, "Fabio el demorador", pues creía que la mejor manera de vencer a los enemigos de su patria era a la manera de nuestros montoneros cuando guerrearon contra los generales de la independencia, o lo que hacen las guerrillas, o lo que hicieron los "boers" en Sudáfrica. Esto es, no ofrecer bata-lla, sino cansar a los ejércitos organizados contra los cuales lu-chaban llevándolos de un lugar a otro: cansándolos, llevándolos a lugares de malos pastos para los caballos, eso que los irlande-ses hicieron con Essex.  Entonces se funda esta sociedad socia-lista en Londres, porque los miembros de esa sociedad no creían en la revolución, creían que el socialismo debía ir imponiéndose poco a poco, sin actos forzosos.
En parte esto ha ocurrido. Estuve hace unos años en Lon-dres. Tuvieron que hacerme una pequeña operación, y cuando le pregunté al médico cuáles eran sus honorarios, me contestó que tenía que firmar un documento, simplemente, que él era un mé-dico encargado de atender y, en caso necesario, de operar a las personas que lo necesitaran dentro de cierto radio de Londres. Y que él era un empleado del gobierno. De modo que sólo corrie-ron a cuenta mía los remedios. Un pobre puede hacerse atender por el cirujano del rey.
De modo que tenemos a Morris como socialista, como uno de los padres del socialismo inglés. Además, habló muchas veces en Hyde Park para convencer a las gentes de las ventajas del so-cialismo. Dicen sus biógrafos que lo hacía con escaso tino, que una vez entró en conversación con un obrero y le dijo: "Yo he sido criado, he nacido como un caballero. Pero ahora, como us-ted ve, yo converso con personas de todas las clases". Lo cual no podía halagar al interlocutor.
Morris era —lo diré de paso— un hombre robusto, de barba rojiza, y alguien le preguntó si él era el capitán Fulano, el capitán de un barco que se llamaba, poéticamente, "Sirena". Y a él le gus-tó mucho que lo tomaran por el capitán de un barco. Luego a Morris le interesaron también las artes decorativas, las artes del carpintero, del ebanista, y fundó una firma para la decoración: Morris & Marshall, para la decoración de las casas. Y aún se en-cuentran en Inglaterra "Morris chairs", sillas de Morris, que fue-ron diseñadas y acaso ejecutadas por él, porque le interesaba el trabajo manual, le gustaba.  Siendo un escritor, le interesaba tam-bién la tipografía, y fundó la Kelmscott Press.  Yo tengo en casa algunos volúmenes de la Saga Library, que él fundó, de la Biblio-teca de las Sagas, en la que fue publicando su traducción —hecha por él en colaboración con Eírik Magnússon— de las sagas de Is-landia,  que tradujo a un inglés un poco arcaico. Luego él publi-có también una edición de Chaucer.  Chaucer fue uno de sus ídolos. Hay un libro de él que está dedicado a Chaucer. Le dice al libro que si él se encuentra personalmente con Chaucer —ha-bla con su libro como Ovidio lo hizo con alguno de los suyos— lo salude en su nombre y le diga: "O, master, who is great of heart and tongue", "Oh, maestro, grande de lengua y de corazón".  Llegó a sentir una suerte de amistad personal por Chaucer.
De modo que ahí tenemos a Morris como innovador políti-co —el socialismo era una novedad entonces—, como innovador en las artes decorativas —él edificó y dibujó muchas casas, su propia casa también, the red house, la casa roja, edificada en las cercanías de Londres, cerca del Támesis—. Y luego le interesó la tipografía también, y dibujó lo que se llama la "familia de letras". Dibujó letras latinas y letras góticas, que en inglés no se llaman así sino "black letters" "letras negras". Y tuvo, a pesar de ser un hombre esencialmente moderno, una pasión por la Edad Media. Le interesaban los instrumentos medievales de música —esos instrumentos de los cuales Morpurgo,  creo, tiene una colección en Buenos Aires—, y cuando estaba muriéndose pidió que le to-caran antiguas músicas medievales inglesas en esos instrumentos.
Una de las personas que lo quiso más fue el entonces joven Bernard Shaw, hombre no muy dado a la pasión de la amistad. Cuando William Morris murió, honrado y famoso, en el año 1896, Bernard Shaw publicó un artículo que se ha conservado, en el cual decía lo contrario de todo lo que dijeron los contem-poráneos de él: "Inglaterra y el mundo han perdido a un gran hombre" y dijo que un hombre como Morris no podía perder-se con nuestra propia m uerte, que la muerte corporal de Morris era un accidente, que Morris seguía siendo para él un amigo, un personaje viviente.
Hay un hecho en la vida de Morris que debe destacarse, y es un viaje que él emprendió, creo que hacia 1870 —tengo escasa memoria para las fechas— a Islandia. Mejor dicho, una peregri-nación a Islandia. Los amigos le propusieron un viaje a Roma, y él dijo que "no hay nada en Roma que yo no pueda ver en Lon-dres, pero yo quiero emprender una peregrinación a Islandia". Porque él creía que la cultura germánica, la cultura, digamos, de Alemania, de los Países Bajos, de Austria, de los países escandi-navos, de Inglaterra, de la parte flamenca de Bélgica, había llega-do a su culminación en Islandia, y que él, como inglés, tenía el deber de emprender una peregrinación a esa pequeña isla perdi-da, casi en los confines del círculo ártico, que produjo tan admi-rable prosa y tan admirable poesía.
Creo que ahora un viaje a Islandia es algo no demasiado he-roico, es uno de los países frecuentados por el turismo. Pero en-tonces no ocurría así, y Morris tuvo que viajar a caballo por las serranías. Morris tomaba el té con el agua que sale de los geisers, de las altas columnas de aguas termales que salen en Islandia. Y Morris visitó, por ejemplo, el lugar en que se había guarecido el prófugo Grettir,  y todos los lugares celebrados en las sagas his-tóricas de Islandia. Morris tradujo asimismo el Beowulf al in-glés,  y Andrew Lang escribió que la traducción merecía la cu-riosidad del lector, ya que estaba escrita en un inglés ligeramen-te más arcaico que el anglosajón del siglo VIII. Y [Morris] escri-bió un poema, Sigurd the Volsung,  en el que toma el argumen-to de la Volsungasaga,  el argumento que Wagner tomaría para sus dramas musicales, para El anillo de los Nibelungos.
Rossetti, a quien no le interesaban absolutamente lo germá-nico ni lo escandinavo, dijo que él no podía interesarse en la his-toria de un hombre hermano de un dragón, y rehusó leer el li-bro. Y esto no impidió que Morris siguiera siendo amigo suyo, aunque Morris era a veces un hombre de temperamento violen-to. He dicho que Morris empezó dedicándose a la poesía como un pasatiempo, y publicó cuentos, y después largas novelas es-critas en una prosa ociosa, novelas cuyos títulos ya son poemas: The Wood at the World's End, El bosque en el fin del mundo,  Story of the Glittering Plain,  La historia de la llanura resplande-ciente, etc. Y además de esos libros puramente fantásticos, que ocurren en una vaga época prehistórica y desde luego germáni-ca, escribió dos novelas para convertir a la gente al socialismo. Una, John Ball's Dream  El sueño de John Ball. John Ball fue uno de los compañeros de Tyler, uno de los que en el siglo XIV capitanearon una rebelión de los siervos, de los campesinos de Inglaterra, y llegaron a quemar palacios y residencias episcopa-les.  De modo que el sueño de John Ball es el sueño de la Ingla-terra que este rebelde obligado del siglo XIV hubiera podido so-ñar. El otro libro se titula News from Nowhere  Noticias de Nowhere. "Nowhere" es la traducción sajona de "utopía", y sig-nifica lo mismo, que no está en ninguna parte. Noticias de nin-guna parte, en las cuales escribe el mundo feliz que producirá — según él creía entonces— un régimen socialista universal. Y lue-go él publicó folletos a favor de la reforma de la arquitectura, de la mueblería. Él ejecutó además de sus óleos, que se han conser-vado, grabados en madera, dibujos; edificó y amuebló muchas casas. Tenía una suerte de actividad sobrehumana.  Y comercial-mente le fue bien porque era un buen hombre de negocios tam-bién. Es decir, lo contrario de Rossetti, el que estaba como per-dido en el infierno de Londres, como dijo Chesterton.
Los primeros poemas los publicó Morris en el Oxford and Cambridge Magazine, una revista escrita por estudiantes y para estudiantes. Y uno de sus compañeros oyó esos poemas y le dijo: "Topsy —porque así lo llamaban sus amigos, no sé por qué—, you are a great poet", "eres un gran poeta". Y él dijo: "Bueno, si lo que yo escribo es poesía, esto no me cuesta nada, no tengo más que pensarlo y dejar que los poemas se escriban". Y duran-te toda su vida él guardó esa maravillosa facilidad. Se habla de un día en el que compuso —voy a verificar la fecha— cuatrocientos o quinientos versos pareados.
Cuando escribió El Paraíso Terrenal, The Earthly Paradise, quizás su obra más importante,  y la epopeya Sigurd el Volsun-go, escribía centenares de versos todos los días. De noche reunía a su familia, los leía, aceptaba las correcciones, las modificacio-nes que éstos le sugerían, y al día siguiente retomaba la labor, y mientras tanto estaba entregado también a tejer tapicería. Dijo que un hombre incapaz de tejer con una mano y de escribir una epopeya con la otra no podía entregarse ni a la tapicería ni a la poesía. Y según parece, no se trata de una mera jactancia, sino de un hecho verdadero.
Vamos a ver ahora un episodio que primero referiré, sin du-da reformándolo al referirlo, de su primer libro.  De este episo-dio dijo Andrew Lang que tenía una bizarrerie, palabra francesa difícilmente traducible que era nueva en la lengua inglesa. Esto nos recuerda la generosa carta que Víctor Hugo escribió a Bau-delaire cuando éste publicó Les Fleurs du Mal:  "Usted ha dado un nuevo merecimiento al cielo del arte". Y algo parecido dijo Andrew Lang de los primeros poemas de Morris.
Morris supone, imagina, en este poema, a un caballero medie-val. Este caballero está muriendo, ha cerrado los ojos para morir, está muriendo en su amplia cama, y al pie de la cama hay una ven-tana. Y por esa ventana él ve su río y los bosques, sus bosques. Y de pronto él sabe que debe abrir los ojos, y entonces los abre y ve "a great God's ángel", un gran ángel de Dios. Y ese ángel, ese gran hálito, ese fuerte ángel, está contra la luz. Y la luz lo ilumina y ha-ce que sus palabras parezcan órdenes de Dios. El ángel tiene en la mano dos telas, cada una de ellas sostenida por una vara. Y una de las telas, la de color más vivo, es roja, escarlata. Y la otra, un poco menos viva, es larga y azul. El ángel le dice al moribundo que debe elegir una de las dos. El poeta nos dice que "no man could tell the better of the two", nadie pudo haber dicho cuál era la mejor de las dos. Y el ángel le dice que su destino inmortal de-pende de esta elección, él no puede equivocarse. Y si él elige "the wrong colour", se irá al Infierno, y si él elige correctamente, al Cielo. Y el hombre está media hora. Sabe que su suerte depende de ese capricho, de ese acto al parecer caprichoso, y al cabo de es-tar temblando media hora dice: "Que Dios me ayude, el azul es el color del Cielo". Y el ángel le dice "El rojo", y el hombre sabe que se ha condenado para siempre. Y entonces él les dice a todos los hombres, a los muertos y a los vivos —porque él está solo con el ángel—: "Ah, Christ! if only I had known, known, known", "¡Cristo! Si yo lo hubiera sabido, sabido, sabido". Y se entiende que muere y su alma va al Infierno. Es decir que pierde su alma, como el género humano se pierde porque Adán y Eva comieron una fruta perdida en el misterioso Jardín.
Y ahora que yo he referido [el argumento] —y esto lo hago, no porque crea que lo hago mejor que el texto, sino para que us-tedes puedan seguirlo bien—, ahora yo le pediría a alguna de us-tedes que leyera este pasaje del poema. La vez pasada conté con una excelente lectora, espero que esté aquí, o que alguna otra quiera tomar su lugar. Y en cuanto a la lectura, sólo le pido que sea lenta, expresiva, para que ustedes puedan ir siguiendo las pa-labras y oyendo la música, que es tan importante en el verso.
A ver, yo me he animado a hablar todo este tiempo. ¿Cuál de ustedes se anima?
(PASA UNA ALUMNA)

Asistiremos a la agonía de un caballero medieval.

(LEE LA ALUMNA)

But, knowing now that they would have her speak,
She threw her wet hair backward from her brow,

Her hand close to her mouth touching her cheek,
As though she had had there a shameful blow,
And feeling it shameful to feel ought but shame
All through her heart, yet felt her cheeks burned so,

She must a little touch it; like one lame
She walked away from Gauwaine, with her head
Still lifted up; and on her cheek of flame

The tears dried quick; she stopped at last and said:
'O knights and lords, it seems but little skill
To talk of well-known things past now and dead.

'God wot I ought to say, I have done ill,
And pray you all forgiveness heartily!
Because you must be right such great lords —still

'Listen, suppose your time were come to die,
And you were quite alone and very weak;
Yea, laid a dying while very mightily

The wind was ruffling up the narrow streak
Of river through your broad lands running well:
Suppose a hush should come, then some one speak:

'"One of those cloths is heaven, and one is hell,
Now choose one cloth for ever, which they be,
I will not tell you, you must somehow tell.

O sea,

Oye, supón que ha llegado la hora de tu muerte,
y tú estuvieras muy solo y muy débil; y estarías muriendo mientras

el viento está agitando la alameda,
esta agitando la corriente del río que atraviesa bien tus amplias tierras;
imagínate que hubiera un silencio,

—"Hush" es una palabra difícil de traducir—

y que entonces alguien hablaría:

Es decir, yo me equivoqué: el ángel habla antes de ser visto por el moribundo.

Una de las telas es el Cielo, y la otra el Infierno,
elige para siempre un color, cualquiera de los dos,
yo no te lo diré, tú de algún modo tienes que decirlo.

(SIGUE LEYENDO LA ALUMNA)

'"Of your own strength and mightiness, here, see!"
Yea, yea, my lord, and you to open your eyes,
At foot of your familiar bed to see

‘A great God's angel standing, with such dyes,
Not known on earth, on his great wings, and hands,
Held out two ways, light from the inner skies

'Showing him well, and making his commands
Seem to be God's commands, moreover, too,
Holding within his hands the cloths on wands;

‘And one of these strange choosing cloths was blue,
Wavy and long, and one cut short and red;
No man could tell the better of the two.

‘After a shivering half hour you said,
"God help! Heaven's colour, the blue;" and he said, "hell."
Perhaps you then would roll upon your bed,

'And cry to all good men that loved you well,
"Ah Christ! If only I had known, known, known;"
Lancelot went away, then I could tell,

'Like wisest man how all things would be, moan,
And roll and hurt myself, and long to die,
And yet fear much to die for what we sown.

Es decir:

"Tú tienes que decirlo sabiéndolo por tu propia fuerza y por tu propio poderío,
Sí, sí, mi señor —Morris usa palabras anticuadas— que tú abrieras los ojos
y al pie de tu cama familiar verías
un gran ángel de Dios de pie, y con tales matices desconocidos
en la Tierra en sus grandes alas y manos"

Es un ángel muy real, muy fuerte.

"Y los brazos extendidos, y la luz desde los cielos ulteriores mostrándolo bien."

El ángel no es un ángel nebuloso, es un ángel muy vivido.

"Y eso hacía que sus órdenes parecieran de Dios
Y teniendo en sus manos las telas sobre varas

Y una de esas extrañas telas para elegir era azul,
ondeada y larga y la otra breve y roja"

Él hace que el color más vívido corresponda a la tela más corta, un equilibrio.

"Nadie podía decir cuál era la mejor de las dos"

Luego de una media hora, más que temblorosa, trémula, dice:

"Dios me salve, el color del cielo es el azul." Y el ángel dice: "Infierno".
Entonces tú te revolverías sobre tu lecho,

Y dirías, invitarías a todos los hombres buenos que te quie-ren:
"Ah, Christ! If only I had known, known, known."

Las sílabas finales se acentúan un poco, como en Rossetti.

En la próxima clase veremos los libros más importantes de Morris, El Paraíso Terrenal y otros.

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