CARTILLA ELECTRÓNICA DEL ESCRITOR J MÉNDEZ-LIMBRICK. Premio Nacional de Narrativa Alberto Cañas 2020. Premio Nacional Aquileo j. Echeverría novela 2010. Premio Editorial Costa Rica 2009. Premio UNA-Palabra 2004.
lunes, 1 de septiembre de 2014
Mario Bellatín. De la vanidad a la agonía. Novela: Salón de belleza.
Mario Bellatín nació en Ciudad de México el 23 de julio de 1960. Es hijo de padres peruanos, estudió en el seminario Santo Toribio de Mogrovejo y se graduó en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Lima. En 1987 recibió una beca para estudiar guión cinematográfico en la Escuela Internacional de Cine Latinoamericano de San Antonio de los Baños. A su regreso a México fue director del Área de Literatura y Humanidades de la Universidad del Claustro de Sor Juana y miembro del Sistema Nacional de Creadores de México.
Fue finalista para el Premio Medicis por mejor novela extranjera publicada en Francia en el 2000, y recibió el Premio Xavier Villaurrutia por su novela Flores.
Bellatín es un autor que se ha convertido en poco tiempo en una figura de culto cuya obra ha sido traducida a varios idiomas. Los argumentos de sus libros tienden a un absurdo lleno de ironía y crueldad. Ha realizado además, proyectos donde lo literario se comunica con otras manifestaciones culturales y artísticas, relacionadas con el performance y el happening.
La peculiar novedad de este escritor estriba en los tensos y calculados silencios de su prosa. El espacio vacío es muy importante en su obra.
Una peste extraña fulmina paulatinamente a los habitantes de una gran ciudad. Rechazados por sus semejantes, algunos enfermos no tienen siquiera un lugar donde terminar sus dias. Un peluquero, que hasta entonces ha regentado con grandes esfuerzos un célebre salón de belleza, decide dar refugio a los moribundos.
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De la vanidad a la agonía:
el grotesco de Bajtín en Salón de belleza de Mario Bellatin
Lulú Rubio
Maestra en Literatura Iberoamericana
Universidad Nacional Autónoma de México
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Resumen: Se analiza la novela “Salón de belleza” de Mario Bellatin observando cómo se construyen tanto la historia como sus espacios: por un lado guardando correspondencia entre la realidad y la fantasía -vanidad (el salón de belleza) y por el otro oscilando entre la realidad y la agonía (el Moridero), partiendo del sistema de imágenes en torno al concepto de “carnaval” y de la concepción estética del “grotesco” que Mijail Bajtín desarrolla en su obra “La Cultura Popular en la Edad Media y en el Renacimiento”. La aproximación a esta novela de tema gay propone la hipótesis de que es necesaria la creación de espacios alternativos para trascender una realidad cotidiana a la que no se quiere pertenecer, siempre en la búsqueda del lugar ideal para una total expresión de la libertad. Búsqueda que puede transitar incluso por la muerte.
Palabras clave: Salón de belleza, Bellatin, Narrativa Latinoamericana Contemporánea, Literatura Gay, Bajtín.
Abstract: The novel “Beauty Salon”, by Mario Bellatin is analyzed dissecting history’s components and the “spaces” where it is revealed. On the one hand it is described the correspondence between reality and fantasy - vanity, the world of the beauty salon typifying the latter. On the other, this work shows how the novel oscillates between reality and agony (Moridero), using a string of images featuring the concepts of the carnival and the grotesque which Mikhail Bakhtin develops in his work, “Popular culture of the Middle Ages and the Renaissance”. The hypothesis that this paper takes to the gay issue is that it is necessary to create alternative spaces in order to transcend the conventions of an ordinary life, and to have a place that welcomes the freedom of expression.
Key Words: Beauty Salon, Bellatin, Contemporary Latin American Narrative, Gay Literature, Bakhtin.
Dentro de la última narrativa latinoamericana destaca la producción de Mario Bellatin (México, 1960), quien en 2001 ganó el premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores y en 2002 recibió la beca de la Fundación Guggenheim. Bellatin actualmente dirige la Escuela Dinámica de Escritores en la Ciudad de México. Sus novelas cortas, descontextualizadas, en medio de un aura de crueldad y perversión, constituyen una propuesta original. Su novela Salón de belleza (publicada por primera vez en 1994), motivo del presente trabajo, es la que más éxito ha alcanzado, tanto de crítica como de público. En el año 2000 fue nominada al premio Médicis por la mejor novela extranjera publicada en Francia y en 2001 fue llevada al escenario en la ciudad de México por Circo Raus, una compañía mexicana de circo de cámara.
La aproximación que haremos a Salón de belleza será observando cómo se construyen tanto la historia como sus espacios: por un lado guardando correspondencia entre la realidad y la fantasía (el salón de belleza) y por el otro oscilando entre la realidad y la agonía (el Moridero), partiendo del sistema de imágenes en torno al concepto de “carnaval” y de la concepción estética del “grotesco” que Mijail Bajtín (1999) desarrolla en su obra La Cultura Popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Descubriremos que existe un intersticio muy breve entre la vanidad y la agonía, que en un instante se funden vida y muerte. Y que esta agonía sólo podrá ser trascendida, al menos temporalmente, a través de la ficción.
A grandes rasgos, Salón de belleza trata de un estilista gay que pone todo su entusiasmo en la creación de su salón, el cual comparte con otros estilistas. El salón está cuidadosamente decorado con espejos y grandes acuarios con una gran variedad de peces de colores. El color, la fantasía y los tiempos felices enmarcan esta etapa en la vida del protagonista. Más adelante, el mismo personaje convierte el salón en el llamado “Moridero”, una especie de clínica o de albergue clandestino que sólo recibe a enfermos terminales de una enfermedad desconocida. Ahora, la ausencia de color, la muerte y los tiempos de agonía caracterizan al escenario en esta fase de la novela y a la propia vida del protagonista.
Las acciones en la novela ocurren en la periferia de una ciudad desconocida, en un escenario urbano que envuelve a los personajes en un ambiente degradado y anónimo. El anonimato podría delinear la historia: en una ciudad sin nombre, personas sin nombre desarrollan una actividad clandestina.
Salón de belleza es también una historia de amor, de vanidad y de peces. Un recurso importante a lo largo de toda la trama serán precisamente los peces. Su relevancia radica en que se presentan como metáfora de la vida del protagonista. Del mismo modo, se puede establecer un paralelismo entre los peces y todos los personajes. Dentro de la idea de teatralidad, también podemos pensar en los acuarios como en un libreto o guión. Curiosamente lo que se lee en el agua es reflejo de situaciones en el exterior. El ánimo del protagonista determinará su atención hacia los peces. Un acuario descuidado es señal de su propio abandono, una pecera vacía es un salón ausente de clientas, la muerte de los peces es la muerte de aquel muchacho diferente, los peces aferrados a la vida son las mujeres que visitaban al salón o algunos huéspedes, los peces infectados con hongos son los enfermos terminales, la ternura o crueldad con los peces es la misma para los huéspedes del llamado Moridero. Este paralelismo estará presente en los dos espacios principales de la novela: en el salón de belleza y en el Moridero.
Por otro lado, sin tratarse de un documento de crítica social, Mario Bellatin en Salón de belleza también traza a una sociedad a la que no se quiere pertenecer, ataca a algunas de sus actitudes y ventila los problemas de toda gran urbe: maltrato en hospitales, prostitución, drogadicción. Cabe resaltar la ironía con la que se refiere a las instituciones de beneficencia, asimismo la bondad cristiana resulta cruel.
El narrador es el personaje protagónico, también podríamos pensar en él como en un gran director de teatro. La teatralidad juega un papel preponderante en toda la trama de la novela. Nuestro director y protagonista toma grandes decisiones, consigo mismo y con los demás, ya sean personas o peces. Sin embargo, es voluble, caprichoso: lo que le gusta un día, después ya no. Se cansa pronto de las cosas que le atraen. Siguiendo un orden progresivo en la novela, podemos ver cómo han sido estas decisiones. En un inicio, de adolescente, abandona a su madre enferma, quien muere a los pocos años por un tumor maligno, para irse al norte del país sin nombre, con el único propósito de darle un sentido de realidad a su personal elección homoerótica. Una vez inmerso en su realidad homosexual, a los seis años de haber partido hacia el norte, toma otra gran decisión: la creación del salón de belleza. Es ahora cuando la fantasía envolverá al espacio y a los personajes. Ingresamos dentro de un gran teatro de ficción. El escenario es todo belleza y perfección: peces de colores en grandes acuarios, espejos. Se respira vida, esperanza, vanidad. La vanidad se origina en el propio narrador y actor principal, la transmite a las clientas y se sublima al engalanar su propia condición gay con un vestuario y actitudes femeninas, a lo drag queen [1].
Se vive en un aura onírica, en una realidad alterna a lo que ofrece el mundo afuera. El panorama visual es amplio y abierto a todas direcciones, lleno de luz y color:
Lo más importante era la decoración del salón de belleza. […] Desde el primer momento pensé en tener peceras de grandes proporciones. Lo que buscaba era que las clientas tuvieran la sensación de encontrarse sumergidas en un agua cristalina mientras eran tratadas, para luego salir rejuvenecidas y bellas a la superficie. (Bellatin, 1996: 21)
En esta época de esplendor la ficción también se propaga más allá de los magníficos acuarios y de los límites del salón de belleza, llega hasta la ciudad: a los “Baños Turcos”, o cuando los estilistas, travestidos, van en busca del placer que guardan las noches mágicas en sus calles, discos o cines. Son tiempos de felicidad, juventud efímera, vida disipada, desorden, locura, irresponsabilidad.
Remitiéndonos a Bajtín (1999), claramente nos estamos adentrando en espacios de características carnavalescas (aunque en un sentido reducido en cuanto a las dimensiones físicas) cuando hablamos del salón, el baño turco, las discos o los cines en las circunstancias específicas de la novela. El salón de belleza es el prototipo de esta clase de lugar, ya que ofrece un mundo paralelo y diferente al mundo y a las reglas de lo cotidiano, de los otros. Las leyes que operan dentro del salón son las leyes de la libertad y la felicidad: tanto para los estilistas a quienes se les presenta la libertad de ser abiertamente gay, sin la represión del exterior, y que libremente se visten y se comportan como les place, como para las clientas que espontáneamente dejan afuera su realidad de todos los días y entran en busca de la esperanza feliz de recuperar un fragmento de la juventud perdida y de la belleza de otros años, a través de la transformación con un corte de pelo o con un cambio de tinte o maquillaje. Cada visita les proporciona un motivo de júbilo a sus vidas desgastadas:
Otra situación similar la encontraba con algunas de las clientas que visitaban en las buenas épocas el salón de belleza. La mayoría eran mujeres viejas o acabadas por la vida. Sin embargo, debajo de aquellos cutis gastados era visible una larga agonía que se vestía de esperanza en cada una de las visitas. (Bellatin, 1996: 24)
Sin embargo, pensar en una libertad real y absoluta dentro de estos espacios, también podría llegar a ser aventurado. Con relación a esto, Umberto Eco (1998) menciona que:
Bajtín tenía razón cuando veía esa manifestación como un impulso profundo hacia la liberación y la subversión en el carnaval medieval. La ideología hiperbajtiniana del carnaval como una liberación real, sin embargo, puede estar equivocada. (12)
Aquí Umberto Eco nos ofrece la alternativa de dudar sobre la libertad global y real en el espacio carnavalesco, es decir, dentro del contexto de la vida cotidiana, fuera del ámbito creativo, como puede ser la literatura y el cine. Por otra parte, Bajtín (1999) menciona que el carnaval no posee fronteras espaciales, sin embargo, en el caso de Salón de belleza sí se presentan límites físicos: las puertas y paredes del salón, de los baños turcos o del cine con programa porno. Otro límite, este sí de acuerdo a las reglas del carnaval, es el límite del tiempo. Se vive un tiempo afuera del tiempo. En estos sitios la fuga de la vida ordinaria es temporal y transitoria, dura mientras se permanezca dentro de la cápsula que forman dichas puertas y paredes.
Con relación a estos límites de tiempo y espacio, Eco (1998) agrega:
Si bien el carnaval antiguo religioso estaba limitado en el tiempo, el carnaval moderno multitudinario está limitado en el espacio: está reservado a ciertos lugares, ciertas calles, o enmarcado en la pantalla de la televisión. (17)
De modo que las características de los espacios que se presentan en la novela, en cuanto a sus límites físicos, parecen obedecer más a la descripción de un carnaval moderno.
En los tiempos en que funcionaba el salón de belleza, se alude a una época de disipación, de locura, de irresponsabilidad, de diversión, de felicidad. Se puede pensar que fueron momentos festivos, de humor carnavalesco. Al analizar este humor festivo observamos que posee un carácter universal, en el sentido globalizador, puesto que todos los ocupantes del salón, o de los demás sitios, están invitados a celebrar y a gozar de la felicidad y la belleza. En el caso del salón, el ambiente y el humor festivos, carnavalescos, los proporcionan los mismos estilistas, vestidos alegremente con atuendos femeninos y con actitudes propias de este género. De esta manera todos, clientas y estilistas, dejan de lado su identidad cotidiana y por momentos adquieren otra imagen o, en el caso de los últimos, hasta otra personalidad y otro nombre, portando un disfraz propio de un carnaval o de una fiesta, para después unirse en la celebración por el cambio, la transformación y la belleza.
Por otro lado, el vestirse de mujer es lo que les da a los estilistas un mayor acercamiento con las clientas, una mayor intimidad, otra manera de socializar más fluidamente que en otras circunstancias. Se establece una comunicación especial, más humana, propia del ambiente de carnaval:
[…] no veía las horas de que llegara uno de los tres días de la semana que habíamos señalado para salir a la calle vestidos de mujeres. También adoptamos la costumbre de vestirnos así para atender a las clientas. Me pareció que de ese modo se creaba un ambiente más íntimo en el salón. Las clientas se sentirían más a gusto. De esta forma podrían contarnos sus vidas, sus secretos. (Bellatin, 1996: 35)
El carácter universal, totalizador, de estos espacios también se puede apreciar en el hecho de que dentro de sus fronteras parece imperar un ambiente de igualdad. El mejor ejemplo lo representan los “Baños Turcos” que se mencionan en la novela: todos visten igual, con un par de toallas, todos exhiben la misma desnudez:
Luego de que me desvestía delante de sus ojos, con un gesto mecánico el empleado estiraba sus brazos para recibir mis ropas. […] Antes de hacerlo me entregaba dos toallas raídas, pero limpias. Yo me cubría con una los genitales y me colgaba la otra de los hombros. (Bellatin, 1996:16)
Siguiendo la misma concepción de Bajtín (1999) a este respecto, Leo Bersani (2001) hablaría del baño de vapor como un espacio ideal, de oportunidad para el sexo anónimo, casual; de un lugar donde se presenta un desprendimiento de la personalidad favorable al ligue ideal, ya que todos llevan un uniforme común, la toalla, que comunica poco sobre la personalidad y que propicia más fácilmente la intimidad con el cuerpo desconocido, el contacto con el otro.
Al portar todos el mismo atuendo y descubrir la misma desnudez, de pronto se borra toda relación de jerarquía, lo que no sucede en el mundo externo, donde la ropa y los accesorios nos remiten a una posición económica o social, a una postura religiosa o a cualquier otra tendencia. En el baño de vapor lo que menos interesa del otro es quién es o cuál es su posición social, lo importante es que está ahí, dispuesto a relacionarse, a socializar, o bien a entregarse al placer, desde una situación de igualdad, intimidad, proximidad y confianza. Se confían los unos a los otros su desnudez, aunada a su belleza o a su imperfección, entre las nubes de vapor que disimulan el entorno y los cuerpos:
El caso es que estos Baños son distintos, porque a diferencia de los que frecuentaba el padre de mi amigo aquí todos los usuarios saben a lo que van. Una vez que se está cubierto sólo por las toallas, el terreno es todo de uno. […] De allí en adelante cualquier cosa puede ocurrir. (Bellatin, 1996: 16-17)
En cualquier caso, abandonar el umbral de las puertas del salón de belleza o de los “Baños Turcos” equivaldrá a volver a la realidad oficial, pública, al mundo del que se quiere escapar. Es regresar a la sociedad y a la estructura de las que no se quiere ser parte.
Sin ofrecer demasiados detalles, casi desde las primeras líneas de la novela, el narrador nos anuncia la transformación que sufrirá el salón de belleza para convertirse en el denominado Moridero, un lugar destinado a la muerte. Este cambio tan extremo parece obedecer, una vez más, a una elección caprichosa del protagonista, motivado quizá por la compasión que le despertaron algunos de sus compañeros heridos (atacados en las calles por la Banda de los Matacabros o por asaltantes) que no tenían adónde recurrir y que recibía esporádicamente. El primer huésped formal del Moridero fue uno de los amigos más cercanos de uno de los muchachos que trabajaban en el salón, quien había sido abandonado, al borde de la muerte, debajo de uno de los puentes que cruzan el río que recorre la ciudad anónima. El joven murió al mes de internado a causa de un mal desconocido y sin cura.
En esta etapa la ficción del salón de belleza se disuelve en una existencia atroz. Constatamos que la frontera entre la vanidad y la agonía es en extremo cercana. La agonía cobrará importancia y el teatro será de horror, representando fielmente la comunión con la muerte. El escenario cambiará radicalmente: de peces alegres de colores a peces pardos en acuarios descuidados, sin espejos:
Como ya he dicho, se trata de peces resistentes y a pesar de los mínimos cuidados se han mantenido de una forma más o menos regular: muriendo algunos y naciendo otros de vez en cuando. Pero el agua ya no está cristalina. Ha adquirido un tono verdoso que ha terminado por empañar las paredes del acuario. (Bellatin, 1996: 24)
La atmósfera es de enfermedad, desesperanza, agonía. El personaje protagónico también está invadido por el mal sin nombre:
Ahora, cuando yo también estoy atacado por el mal, sólo quedan los acuarios vacíos. Todos menos uno, que trato a toda costa de mantener con algo de vida en el interior. (Bellatin, 1996: 13)
La perspectiva visual ahora será limitada, es una visión de abajo hacia arriba, desde los marginados. Lo que se observa en primer plano es abrumador y lo abarca todo: es mirar a través del lente de la pesadilla. Se muestra un espacio comprometido, estrecho, sofocante. Parece no existir salida a esa prisión sin rejas: el Moridero y su invitación a una agonía compartida a causa de una afección incurable.
El Moridero, como un delirio febril en agonía, ofrece un desfile de personajes siniestros: los enfermos y los peces pardos, todos igualmente grises y oscuros por su falta de identidad e individualidad definida. Los desahuciados poseen un origen y un nombre desconocidos. Todos terminarán en la fosa común. Aquellos personajes festivos, coloridos, fantásticos, así como los peces multicolor de la primera etapa del salón de belleza, ahora son seres que abruman con su presencia inevitablemente agonizante:
[…] ya casi no individualizo a los huéspedes. He llegado a un estado en que todos son iguales para mí. […] todos no son más que cuerpos en trance hacia la desaparición. (Bellatin, 1996: 21)
Esta agonía no está situada en la imaginación o en la fantasía, está cohesionada íntimamente con la vigilia. El narrador que conoció lo que era la ensoñación y la ilusión etérea en un principio, en la época de esplendor del salón de belleza, hoy es un personaje que no sueña porque no duerme. Está alerta a su propia agonía y a la de los demás. La atmósfera de agonía la complementan la angustia, la paranoia, el delirio de acoso y persecución (de instituciones de beneficencia y vecinos) y por supuesto el miedo a morir. Existe tristeza, soledad, falta de afecto. Los personajes están rodeados de inmundicia.
Es ahora época de lenta enfermedad para todos los ocupantes del Moridero, y además de orden y responsabilidad para el protagonista. El Moridero está más cerca de la realidad a causa de la agonía y de la muerte, sin embargo, sigue siendo un espacio con reglas y características propias, al margen de la vida exterior. Por ejemplo, es un lugar que fue creado para albergar solamente a los enfermos terminales, de sexo masculino, que no tuvieran adónde ir. Es un sitio destinado para los olvidados, para personas expulsadas de la sociedad:
Uno de los momentos de crisis por los que pasó el Moridero, fue cuando tuve que vérmelas con mujeres que pedían alojamiento para morir. […] Algunas traían en sus brazos a sus pequeños hijos también atacados por el mal. Pero yo desde el primer momento me mostré inflexible. […] Nunca acepté a nadie que no fuera de sexo masculino. (Bellatin, 1996: 27)
Por otra parte, esta vida de ambiente desolado y marginado, que refleja las miserias humanas, parece presentar rasgos tanto del grotesco romántico como del realismo grotesco, de acuerdo con la concepción estética que maneja Bajtín (1999). En primer lugar, por el lado del grotesco romántico, el sistema de imágenes que se presenta en el Moridero posee, entre otras características, un sentido mayormente subjetivo, individual, en contraposición con la visión carnavalesca y colectiva del salón de belleza. Coincidiendo con Bajtín, se trataría de:
[…] un grotesco de cámara, una especie de carnaval que el individuo representa en soledad, con la conciencia agudizada de su aislamiento. (Bajtín, 1999: 40)
Mario Bellatin (1996) dibuja una ausencia total de ilusiones. Nuestro narrador constata su juventud perdida, sus límites y su muerte cercana. La soledad, el aislamiento y la falta de afecto son absolutos, sobre todo al final de la novela:
Nunca nadie vino por mí. […] Sigo solitario como siempre. Sin ninguna clase de retribución afectiva. Sin nadie que venga a llorarme la enfermedad. (47)
Además, aparecen otras características del grotesco romántico como: el sentido que adquiere lo terrible y la predilección por los escenarios nocturnos. En el Moridero lo terrible parece no alcanzar salida, es de dimensiones trágicas. Y el ambiente escénico, como ya se comentó anteriormente, es de tono lúgubre, sombrío, ausente de luz y color.
En segundo lugar, por el lado del realismo grotesco, observamos que el sistema de imágenes que se muestra en la etapa del Moridero también posee rasgos propios de esta concepción estética. Como parte integral de la concepción estética del realismo grotesco, se encuentra un sistema de imágenes del mundo material y corporal característico que posee dos rasgos indispensables: el sentido de evolución y la ambivalencia. La imagen grotesca principalmente está referida a un fenómeno en evolución, en proceso de cambio, a una transformación incompleta, y asimismo, presenta la ambivalencia, el comienzo y el fin de la metamorfosis. Así podríamos incluir escenas como el coito y el despedazamiento corporal, principio y fin, lo que nace y lo que muere. Por otro lado, la degradación, también con su carácter ambivalente de negación y afirmación, juega un papel preponderante en el sistema de imágenes del realismo grotesco.
De esta manera encontramos que el sistema de imágenes del Moridero también posee características del realismo grotesco, como son el sentido de evolución, la ambivalencia y la degradación, principalmente en los planos material y corporal. Este sistema de imágenes del mundo material y corporal en la novela resulta fundamental, ya que parece ser precisamente el mecanismo que podría cerrar el ciclo entre la vanidad y la agonía, entre la vida y la muerte.
Las imágenes del cuerpo de los personajes dentro del Moridero muestran el deterioro consecuente de una enfermedad incurable y anónima. Son moribundos que gimen, gritan, se quejan, despiden mal olor, poseen un cuerpo degradado y están imposibilitados. La degradación de sus cuerpos sigue una lenta evolución hacia la muerte. Así, la imagen grotesca del cuerpo en esta parte de Salón de belleza representa un proceso de cambio, una transformación incompleta entre vida y muerte:
[…] Actualmente mi cuerpo destrozado, esquelético, lleno de llagas y de ampollas, me impide seguir frecuentando ese lugar. (Bellatin, 1996: 17)
Aparentemente podría tratarse de una degradación del cuerpo en un solo sentido, el negativo, como se presentaría en el grotesco romántico, donde se pierde el sentido regenerador de dicha degradación. Sin embargo, no hay que perder de vista el sentido ambivalente de la degradación del realismo grotesco, que es lo que aquí parece presentarse (aunque claro, siempre puede abrirse otra posibilidad de interpretación): la negación del cuerpo a causa de la enfermedad es lo que lo aproxima a lo inferior, a la tierra, a la agonía y finalmente a la muerte, sin embargo, en el caso del protagonista, poco antes de que lo llame la muerte, se sugiere un retorno a la vida, en su sentido más amplio, al menos temporal, como también ocurre en las peceras donde continuamente la vida sucede a la muerte. Aquí hallaríamos el sentido regenerador de la degradación.
Así, en Salón de belleza la muerte no se percibe solamente en un sentido trágico, como único desenlace. Esto lo podemos apreciar claramente en el hecho de que en todo momento en la novela, aun en las circunstancias más angustiantes por causa de la agonía y de la muerte, existe un referente hacia la vida. Como mencionamos anteriormente, el mejor ejemplo lo hallamos en las peceras, donde, incluso en la etapa en que se hallaban descuidadas y con especies poco llamativas, siempre hay algún ejemplar con vida. Los peces mueren y nacen constantemente, como recordando el sentido de la existencia. Lo mismo pasa con las mujeres que visitan el salón de belleza, quienes se aferran a la vida, o con algunos de los desahuciados que no se rinden ante la muerte:
A veces, cuando nadie me ve, introduzco la cabeza en la pecera e incluso llego a tocar el agua con la punta de la nariz. Aspiro profundamente y siento que de aquel cubículo emana aún algo de vida. A pesar del olor del agua estancada, puedo sentir allí algo de frescura. Y lo que me sorprende es lo fiel que se ha mostrado esta última camada de peces. Pese al poco tiempo dedicado a su crianza, se aferran de una manera extraña a la vida. (Bellatin, 1996: 24)
Acercándonos a la última parte de la novela, observamos que nuestro protagonista comienza a planear un posible retorno al salón de belleza. El mencionado referente hacia la vida es lo que podría darle sentido a esta intención del narrador de abandonar el Moridero y volver a los tiempos de esplendor de su salón, al menos temporalmente, porque sabemos que está invadido por el mal incurable y que su muerte se aproxima de cualquier modo. O si no ¿qué otro sentido, además de buscar una muerte digna, tendría el tomarse tanto trabajo y molestias, en su condición, para reconstruir el salón de belleza sólo para él?
Así, el personaje protagónico podría ver su camino hacia la muerte, transitando previamente de nuevo por el salón de belleza, en un sentido positivo, como posible senda de salvación. Es un trance temporal, revitalizador, que lo devolverá a los tiempos de feliz inconsciencia, a la vanidad absoluta, a la vida. La degradación en esta etapa de la novela es, entonces, regeneradora: a un mismo tiempo niega y afirma, da muerte y da vida, al menos temporalmente. De este modo, el círculo ambivalente de vida y muerte del realismo grotesco se cierra.
Las últimas páginas de la novela nos muestran a un narrador que, aunque capaz de grandes decisiones como director de su propia vida en toda la trama, es libre hasta un límite cercano, el de su muerte. Su vida entonces comienza a hacerse pasiva. Es prisionero de él mismo, un personaje trágico. No vive, subsiste en la espera de su desenlace fatal. Esta espera es agonía lenta, sin reposo. Sin embargo, no deja de ser una existencia con un sentido humano y con la esperanza de modificar sus últimos momentos.
En este punto cabe comentar cómo se ha modificado el elemento narrativo del tiempo. El tiempo de la vanidad y la fantasía del salón de belleza, etéreo e impalpable, fue intercambiado en el Moridero por el tiempo de la agonía: un tiempo presente, donde no hay un antes o un después, es un sólo tiempo largo, desesperadamente eterno. Asimismo, al final de la novela aumenta la tensión narrativa dentro de una estructura circular, ya que la historia inicia y sugiere terminar en un mismo punto, en el salón de belleza. Lo mismo sucede en los acuarios: se regresa a las mismas especies del principio, quizá dentro de una idea de eterno retorno, que hace presentir un tiempo aún más angustiante. Sin embargo, es aquí donde también se está proponiendo la alternativa, temporal, a la agonía, se está haciendo alusión al ciclo vida - muerte - vida.
Casi al concluir, la luz de la ficción, previa a la muerte, será quien salve al protagonista, provisoriamente, de la agonía en que está sumido. El pensar nuevamente en el salón y sus fascinantes acuarios, pensar en un posible futuro, suaviza la soledad del narrador y le da esperanza a una nueva vida transitoria. Nuestro relator planea un final absolutamente teatral, protagónico, él será el único actor en escena:
Para ese entonces, en el salón estarían las nuevas peceras junto a los flamantes implementos para la belleza. No habría clientas, el único cliente del salón sería yo. Yo solo, muriéndome en medio del decorado. (Bellatin, 1996: 52)
Entonces, las únicas vías de escape, de evasión a su agonía, son el retorno temporal a la fantasía del salón y el encuentro con su propia muerte. Una muerte digna en medio del pasado esplendor del salón de belleza.
Pasando a otros elementos, es importante resaltar lo que sucede entre las dos dimensiones principales de la novela, entre el salón de belleza y el Moridero: es un espacio muy breve el que separa la vanidad de la agonía, es un intersticio soportado por la dualidad, un sistema bipolar de oposiciones. En un extremo del eje tenemos al salón de belleza y en el otro al Moridero, formándose parejas antagónicas como: vanidad - abandono, esperanza - agonía, vida - muerte, belleza - enfermedad, compañía - soledad, razón - sin razón, exterior - interior, femenino (el salón) - masculino (el Moridero), peces de colores - peces pardos. Parece estar tan cerca la vanidad de la agonía que de súbito se podrían confundir vida y muerte, en una imagen característica del realismo grotesco.
Para concluir, de acuerdo con el eje principal del análisis de la novela, se puede afirmar que estas vidas y escenarios decadentes de la realidad gay que se nos presenta pueden ser trascendidos. La agonía de los bajos fondos parece tener una opción, ver una luz, la luz de la ficción, al menos temporalmente. Existe una alternativa en el más profundo sentido estético del realismo grotesco, donde en un mismo instante pueden coexistir muerte y vida.
De la vanidad en el salón de belleza, con su fuga transitoria del mundo de los otros y donde imperan las leyes carnavalescas de la libertad y de la felicidad, la libertad de ser quien se es, ya sea una mujer vieja o un gay, a la agonía en el Moridero, con su realidad grotesca, se vive una evolución ambivalente hacia lo inferior para luego retomar el placer por la fantasía y el retorno provisorio a la vida.
Notas:
[1] Aquí encontramos el ideal de personaje masculino travestido que se conoce como drag queen en el ámbito gay. La máxima reina de la fiesta, del desfile o del carnaval.
Bibliografía:
Bajtín, Mijail (1999): La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Alianza Editorial, Madrid.
Bellatin, Mario (1996): Salón de belleza y El efecto invernadero. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Ediciones del Equilibrista, México.
Bersani, Leo, La sociabilidad y el ligue: psicoanálisis y sexualidad gay. Conferencia impartida el 28 de abril de 2001 en la Universidad Nacional Autónoma de México, jornada organizada por el Programa Universitario de Estudios de Género y la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.
Eco, Umberto, (1998): “Los marcos de la libertad cómica” en Sebeok, T.A. (Ed.), ¡Carnaval! Fondo de Cultura Económica, México.
domingo, 31 de agosto de 2014
Luis Andrés Caicedo Estela. Novela: Que viva la música.
Luis Andrés Caicedo Estela (Santiago de Cali, Colombia, 29 de septiembre de 1951 – ibídem, 4 de marzo de 1977) fue un escritor colombiano nacido en Cali, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida. A pesar de su prematura muerte, su obra es considerada como una de las más originales de la literatura colombiana. Caicedo lideró diferentes movimientos culturales en la ciudad vallecaucana como el grupo literario los Dialogantes, el Cineclub de Cali y la revista Ojo al Cine. En 1970 ganó el I Concurso Literario de Cuento de Caracas con su obra `Los dientes de caperucita`, lo que le abriría las puertas a un reconocimiento intelectual. En su obra ¡Que viva la música! es en donde asegura que vivir más de 25 años era una vergüenza, lo que es visto por muchos como la razón principal de su suicidio el 4 de marzo de 1977 cuando tenía tan sólo 25 años de edad y había recibido una copia del libro editado por una editorial argentina.
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La obra de Caicedo hace relevancia a la sociedad urbana y sus problemas sociales, principalmente con respecto al mundo actual. Contrario a la escuela literaria del realismo mágico, la obra de Caicedo se inspira completamente en la realidad social, lo que ha hecho que algunos estudiosos le den la importancia como alternativa en Latinoamérica a figuras prominentes como la de Gabriel García Márquez. Especialmente el periodista, escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet sigue la obra de Caicedo, al cual llama ` el primer enemigo de Macondo`. A pesar de su fama en Colombia, Caicedo es poco conocido en América Latina, seguramente debido a su temprana muerte. Sin embargo, la permanente organización de su producción literaria y la influencia que tiene en nuevas generaciones de escritores como Rafael Chaparro, Efraím Medina, Octavio Escobar Giraldo y Ricardo Abdahllah, hacen que cada vez más cobre gran valor el aporte literario del `escritor con cara de estrella del pop`, como lo llama el chileno Alberto Fuguet.
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La mayoría de sus escritos han sido publicados póstumamente. Gracias a la labor editorial de algunos de sus amigos, han salido a la luz libros que recopilan sus cuentos y guiones para teatro, así como sus ensayos críticos sobre cine. Así mismo, han sido publicadas algunas cartas que envió a su madre, hermanas y amigos, las cuales permiten evidenciar sus turbulentos estados emocionales.
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Esta es una novela de iniciación. Es la invitación a una fiesta sin sosiego, donde su protagonista dejará que el mundo baje hasta el pozo sin fondo de sus propios excesos. Pero con felicidad. Hay un pacto secreto con la muerte en esta danza de María del Carmen Huerta, la bella y joven rubia que, sin importar que proceda de una familia acomodada, se entrega por completo a la música y la decadencia. Pero es la muerte dulce de las celebraciones: el paisaje, los afectos, la noche, la niñez que huye, la adolescencia triunfal, el rock and roll, los Rolling Stones, la salsa, Ricardo Ray, Bobby Cruz, las drogas, Cali (o Kali, según la ortografía de la narradora). Es, asimismo, una iniciación al descubrimiento de una ciudad colombiana (única, mágica e irrepetible), que comienza por el cielo del Norte, con su Avenida Sexta, su parque Versalles y sus parajes mágicos, hasta llegar al infierno del Sur con su caseta Panamericana, su río Pance, sus barrios más allá de Miraflores, su cordillera de los Andes alada y los refugios de la salsa y el sexo en los límites finales de la calle quince.
Fuente: N.N.
sábado, 30 de agosto de 2014
Paúl Benavidez Vílchez. Oficio de ciegos. Poesía.
OFICIO DE CIEGOS: OFICIO DE JUGLARES.
Oficio de ciegos es un poemario de Paul Benavides Vilchez publicado el presente año por la Editorial Arboleda Ediciones.
El libro consta de tres secciones o acápites:
I- LA HORA DE TODOS. II- FUEGO LUNAR. III- DOBLE VIDA.
Oficio de ciegos, es un libro de las interrogantes. El poeta desde la primera hasta la última página se pregunta acerca de: la vida, su razón de ser y sobre el destino del hombre. Pero, ante todo el poeta se cuestiona si es válido el oficio de ser poeta, de ser artista.
Oficio de ciegos es una dualidad constante en las tres secciones. El escritor interroga y se interroga acerca de la existencia y del ser y, va de lo general a lo particular. Es decir, en el primer acápite La HORA DE TODOS, el poeta se manifiesta como un poeta juglaresco, vaticinador del futuro no muy lejano. En esta primera sección extrapola su “Yo” lìrico y subjetivo en un “Yo” de todos. Y ya en el primer poema del libro titulado PATRIA nos abre el canto con un sentimiento de nuestro devenir històrico.
“La patria es la sangre de Juan Rafael Mora,
es mancha en la arena del tiempo
que no termina de secarse en Puntarenas”.
Y ese es el verdadero Oficio de ciegos, el verdadero oficio del poeta: lo solidario, el despertar a los otros, a que no olvidemos quiènes somos.
Igual sucede con el poema Breviario de campaña electoral. En este poema el poeta de nuevo con fina ironía en algunos momentos nos habla de la doble moral de los polìticos corruptos.
Con el poema “Yo el supremo” (que cabe hacer la advertencia es el tìtulo de una gran novela del escritor paraguayo, Roa Bastos) de nuevo el poeta nos da su visión del mundo, de nuestra sociedad. El acicate está ahí y el verso es el làtigo flagelante y perturbador cuando se nos pregunta: ¿ qué es el poder?
¿Para què sirve el poder? Y entonces, la verdad se arrincona, no se deja ver, mirar por el polìtico:
“solo se oirá el sonido de la cicuta arder
en la lengua de Sócrates,
porque de nada sirvió la verdad...”
Es en estas páginas del poemario el autor, increpa al lector y con voz dura advierte:
“A ellos les digo que huyan,
antes que los toque indecente la mentira”.
Entonces, el poeta se vuelve “el guía”, el sacerdote que le abre el camino al Hombre entre tanto vicio y podredumbre de la ciudad y, el tono del poema o de los poemas se hace elocuente, lleno de bravura.
Insinúa un futuro maloliente si no despertamos de nuestra modorra, de nuestra abulia. Porque, el futuro, ¿ existe el futuro? O, ¿es acaso una invención del hombre? ¿Existe la esperanza en el buen hombre?
Y esta visión casi apocalíptica y milenaria del político se une una visión de la “polis”, de nuestra ciudad como sinónimo de enfermedad y la ciudad deja de ser algo bueno para convertirse en algo malo. Esto anterior se ve plasmado en el poema: “El ocaso de los dioses”.
Sin embargo, a toda esta “barbarie” y esta corrupción y corruptela de los polìticos y la polis, existe un símbolo recurrente en todo el libro: la figura del niño. ¿Qué es el niño? El niño es la esperanza, es el renuevo – y quizà un poco- este oficio de cantar, este oficio de aeda y de ciego.
¡Ah los niños de las calles!
....
En oficios plebeyos,
Repartidos en plazas,
Y calles aledañas.
Crecidos.
Es interesante que el autor, en el libro tambièn tenga presente que el artista en general cuando se rebela ante la corrupciòn de los polìticos o ante lo que no debe-ser, levante la voz y esa voz en muchas ocasiones es mancillada, es escondida. Y que mayor ejemplo para lo anterior que el poema: Metafísica de Heriberto Padilla, un poema revelador y violento.
En el segundo acápite: FUEGO LUNAR.
El poeta se vuelve más cadencioso, màs intimista y se proyecta hacia dentro con poemas referenciales de otros textos y de otros escritores.
Es el hipertexto poético que como una pupila totalizadora nos señala con el verbo, con la palabra que muchas cosas que dirá, ya fueron dichas y que el Arte en general es recurrente, es un círculo vicioso que se repite una y otra vez en sus temáticas.
Una realidad ambivalente y presente en Oficio de ciegos.
En: UNA ABUELA, AFUERA, AMANECER, CARNAVAL, todo es ambivalencia y todo es y no es. El “destino” del hombre es incierto que posa y pasa de generaciòn en generaciòn., “detrás del abuelo y delante del padre” como se asegura en HIJO DEL HOMBRE.
Porque el mundo es dual, es doble, se desdobla en imágenes como DOS FUEGOS como la poesía y la poética de Oficio de ciegos, que se devora a sí misma en la orgía de la palabra.
El caos y una visión apocalíptica.
Anoto tambièn que, el poemario en general posee un carácter pesimista porque ni el mismo OFICIO DE CIEGOS, es en apariencia suficiente para “salvar” o redimir al hombre de su espíritu insano:
“Se olvidaron en la boca, nuestros nombres,
volaron como pájaros”.
Sin embargo, no todo está perdido y, en el poema VIDA BREVE, se dice que:
Cómo reposa el odio en el alma. Lo recojo y abono.
Hago una flor.
Después en el libro se hará referencia – como señalé- a otros autores en un juego de hipertextos como en los poemas de: LEZAMANÍA, Dylan Thomas, Pessoa, etc.
Por ser un poemario tan extenso, he deseado solo hablar de estas dos secciones del libro ya mencionadas. Un libro de poesía de 100 páginas –algo poco visto en la Literatura Nacional-, un libro delirante, y hago la advertencia: no fácil de leer pero que a la vez, solo nos habla de la gran capacidad de su autor, de su vitalidad poética, del dominio del lenguaje. Poesía de conceptos, intelectual, de un lirismo contenido como la buena poesía.
Oficio de ciegos es un libro de: la duda, de la existencia, de la negación del hombre pero, tambièn de la esperanza. Es un libro de vivencias, elegíaco en algunas ocasiones y de premoniciones.
Oficio de ciegos es un libro donde los elementos terrestres -como la lluvia- nos purifican por fuera y por dentro de esa maldad innata en el Hombre.
Pero, tambièn el hombre como la palabra, el verbo, la poesía si ha muerto posee la capacidad que como un Làzaro de resucitar. Porque la vida es un duro aprendizaje, no màs. Porque, la vida es un largo viaje que compartimos con los otros, no hay de otra. Porque, la vida, ¿què es la vida? ¡Una sucesión de recuerdos!
Oficio de ciegos, es un libro impactante y difícil. No es poesía escrita después de una resaca o inflada por la llama del alcohol. Por el contrario, Oficio de ciegos, nos muestra a un poeta con dominio del lenguaje, con una poesía de reflexiòn doliente y lacerante, en donde se confunde el discurso poético con la anécdota.
Oficio de ciegos, es un poemario de honda cavilación, de leer con cuidado, de reflexionar cada palabra, cada verso, cada poema. Es una poesía del detenerse y la cogitación.
Cuando uno lee un poemario como el de Paul Benavides Vílchez siento envidia pero, envidia de la buena de cuánto me hubiera gustado escribir un poemario como Oficio de ciegos porque, como lo dije en un post que publiqué hace varios meses en mi blog acerca de la poesía vs la narrativa:
DIEZ RAZONES DEL POR QUÉ SIGO SIENDO UN FANÁTICO DE LA POESÍA.
1. Porque de todos los géneros literarios, el primero fue la poesía, la poesía es la cuna del lenguaje.
2. Porque de todos los géneros literarios es el más difícil para su cre...ación. Un poema sirve o no sirve. No se le pueden hacer remiendos o quitarle partes y añadir otras como se puede hacer con otros géneros literarios.
3. Porque la Poesía, es el chispazo intuitivo. El poema nace de la oscuridad como la partícula diminuta que se agigante hasta constituir el mismo Universo.
4. Porque un poema no se “planea” llega y punto. En la narrativa, el escritor puede planear y quitar escenas, en el poema no se puede.
5. La Poesía es la cima de la montaña, sus sirvientes son la narrativa, el cuento, la dramaturgia. Pueden existir fugas poéticas en los diferentes géneros literarios como en la novela pero, la poesía como género máximo del lenguaje, no acepta ni admite en ella otros géneros.
6. El poeta es el orfebre de la palabra, su relojero máximo.
7. Porque la Poesía es la esencia del lenguaje. No minimizo la labor del narrador pero, lo que el narrador lo escribe en 100 páginas, el poeta lo dice en una página.
8. En la Poesía no existen horarios. La caza del poema se puede dar en cualquier momento. No así con la narrativa en donde preferentemente el escritor ocupa un horario para su labor y creación.
9. La fina sensibilidad del poeta disiente y se aparta a la del narrador.
10. Y, por último, ante la Poesía todos los géneros palidecen y parecen plebeyos.
Salud y larga vida al poeta Paul Benavides Vílchez.
viernes, 29 de agosto de 2014
Ricardo Piglia. Novela policíaca: Plata quemada.
Esta novela cuenta una historia real. Se trata de un caso de la crónica policial que tuvo como escenarios Buenos Aires y Montevideo en 1965. En septiembre de ese año una banda asalta un banco en San Fernando, província de Buenos Aires. También participan varios políticos y policías que se harán con su parte del botín una vez que el robo haya funcionado. El plan se cumple. Sin embargo, en la huida, los maleantes deciden traicionar a sus socios y escapar con toda la plata. La policía no lo va a permitir.
Ricardo Piglia tuvo acceso a materiales confidenciales. El ritmo de Plata quemada es implacable, no da tregua ni concede nada. Es dura y conmovedora, deslumbrante y verdadera.
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Esta Plata quemada, título de la novela de Ricardo Piglia, fue publicada por primera vez en Buenos Aires en 1997, siendo ganadora, no sin briosa polémica, del Premio Planeta Argentina, siempre con derecho a la duda como tantos otros premios de diferentes autores de esta editorial, no por intranscendente calidad de las obras premiadas, sino por la perplejidad de si es honesta o deshonesta la decisión del jurado correspondiente. De aquí que la concesión del citado premio a Ricardo Piglia despertara una polémica que terminó en juicio, iniciativa del arquitecto y escritor Gustavo Nielsen que quedó finalista con El amor enfermo. La denuncia a tan afamado autor no fue debida a la calidad de la novela premiada, que nadie puso en duda, sino en la conexión que tenía Piglia con la editorial.
Pero independientemente de estas polémicas que continúan produciéndose, para jolgorio y deterioro sobre la credibilidad literaria editorial, esta novela policial es publicada en España por primera vez finales del año 2000 en Anagrama, con la suma hasta finales del pasado año de seis ediciones. Lo que sin trucos y componendas de editoriales y jurados degenerados, garantiza la calidad de esta narración de género policíaco, que comenzó a escribir Piglia en 1968 figurando en el número 47 de la lista seleccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles de los mejores 100 libros en lengua de Cervantes de los últimos 25 años, continuando viva, trepidante y emocional hasta el filo del infarto, por la densidad y lo expuesto en su trama, cuyo contenido fue tomado de un hecho real transcurrido entre Buenos Aires y Montevideo.
La historia de esta delirante novela policiaca y social está sacada del asalto a un banco de San Fernando (Argentina) en 1965. El escritor investigó el caso, pudiendo acceder a toda la documentación confidencial y periodística de aquellas fechas, de un suceso que conmovió a la sociedad produciendo abundancia de noticias sobre el macabro fenómeno social del emocional acontecimiento. Tras esa laboriosa búsqueda documental la pluma de Piglia logró darle vida y esplendor literario semejante a una tragedia griega contemporánea. Lo que con el tiempo transcurrido se ha convertido en una de las excelentes novelas del género policíaco Latinoamericano, fruto de limpio e implacable ritmo narrativo lleno de diálogos envolventes entre los personajes, esclavos, al fin de cuentas de sus peliagudas circunstancias sociales. Comparable historia que se puede semejar por la temática A sangre fría de Truman Capote.
La narración elaborada literariamente desde la una auténtica realidad documental, como expongo, sigue el ejemplar modelo del clásico realismo narrativo de la obra maestra de Capote. La historia de la aventura siniestra se inicia en septiembre de 1965 con un preparado y bien planificado asalto a un banco en San Fernando, provincia de Buenos Aires. En tan estudiado propósito además del equipo de ladrones profesionales, participaron desde un segundo plano, elementos políticos, los cuales, según lo acordado, por facilitar información y estrategia para el asalto al furgón de seguridad portador de los caudales, se llevarían su parte del botín, algo que “pese al mutismo de los jefes policiales, trascendió surgiendo pistas firmes que llevarían a los investigadores hacia los contactos políticos de la banda” Aquí las suposiciones para emprender las investigaciones. En la segunda secuencia, sin embargo, se medita durante la huida tras el atraco, cuando los maleantes deciden traicionar a los socios y escapar con todo el dinero.
Pero la operación se complica y los resultados no se suceden como tenían calculado, no obstante los delincuentes logran no sin apuros y coste económico, saltar a Uruguay con ayuda de cómplices. El comisario Silva que asume el delicado y peligroso asunto de detener a esa banda de atracadores, avisa de que se trata de “unos sujetos peligrosos, antisociales, homosexuales y drogadictos”, nada que ver con grupos del peronismo sino delincuentes comunes, psicópatas y asesinos con frondosos prontuarios”, dispuestos a todo, sin contemplaciones. Logrado cruzar al país vecino tras una vertiginosa y alucinante persecución y ser localizados, pero dos de ellos consiguen hacerse fuertes en un apartamento, bien provistos de armamentos diverso y numeroso, comida para bastante tiempo, y lo más tenebroso, droga en cantidades alucinantes para una feroz y suicida resistencia.
Aquí la narración logra llenar la mayor tensión de la historia al rebozar esta trepidante historia de miedos y locuras envuelta en un peligroso proceso, riesgos y ansiedades provocados por la desesperación donde los dos atracadores, muestran su alto grado la demencia con tan enloquecida resistencia, que los mantiene bajo la desesperación y la euforia, alimentada por la droga para no desfallecer, protagonizando los más las inverosímiles desafíos endemoniados con todas las consecuencias. Una exposición que reconstruye las relaciones entre los protagonistas, sus temores y motivaciones, reacciones frente al miedo y la traición, entre ellos mismos que los lleva a provocar sorprendentes monólogos y recuerdos de tiempos vividos en la desgraciada niñez y adolescencia, que marcó sino y destino de sus vidas hasta convertirlas en tragedia. Exposición que aprisiona al lector por la desazón que se manifiesta. Narrada con estilo y conciencia propio de Ricardo Piglia, que ejerce presión incluso en el lector, necesitando éste de toda concentración para no dejar escapar detalle alguno, de tan excelente narración conmovedora a extremos palpitantes y emocionales.
Temas: ricardo, piglia, autor, trepidante, y, delirante, novela, policíaca, plata, quemada, sociedad, publica,
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Capítulo Primero de esta novela.Sinopsis
Plata Quemada
Planeta
RICARDO PIGLIA
PLANETA
Esta novela recibió el
Premio Planeta de Novela 1997 (Argentina)
otorgado por el siguiente Jurado:
Mario Benedetti
María Esther de Miguel
Tomás Eloy Martínez
Augusto Roa Bastos
Guillermo Schavelzon
¿Qué es robar un banco
comparado con fundarlo?
BERTOLT BRECHT
UNO
LOS llaman los mellizos porque son inseparables. Pero no son hermanos, ni son parecidos. Difícil incluso encontrar dos tipos tan diferentes. Tienen en común el modo de mirar, los ojos claros, quietos, una fijeza extraviada en la mirada recelosa. Dorda es pesado, tranquilo, con cara rubicunda y sonrisa fácil. Brignone es flaco, ágil, liviano, tiene el pelo negro y la piel muy pálida como si hubiera pasado en la cárcel más tiempo del que realmente pasó.
Salieron del subte en la estación Bulnes y se detuvieron frente a la vidriera de una casa de fotografías para asegurarse de que nadie los seguía. Eran llamativos, extravagantes, parecían una pareja de boxeadores o una pareja de empleados de una empresa de pompas fúnebres. Iban vestidos con .elegancia, de oscuro, con traje cruzado, el pelo corto, las manos muy cuidadas. La tarde estaba tranquila, una de esas tardes limpias de primavera, con una luz blanca y transparente. La gente se alejaba de las oficinas y volvía a su casa, con aire reconcentrado.
Esperaron que cambiara la luz del semáforo y cruzaron la Avenida Santa Fe hacia Arenales. Habían tomado el subte en Constitución y habían hecho una serie de combinaciones, vigilando que nadie los siguiera. Dorda era muy supersticioso, estaba siempre viendo signos negativos y tenía múltiples cábalas que le complicaban la vida. Le gustaba andar en subte, moverse bajo la luz amarilla de los andenes y de los túneles, subir a los vagones vacíos y dejarse llevar. Cuando estaba en peligro (y siempre estaba en peligro) se sentía seguro y protegido viajando en las entrañas de la ciudad. Era fácil sacarse de encima a los pesquisas. Bastaba quedarse a último momento en el andén vacío y dejar que el tren sé fuera para confirmar que estaba a salvo.
Brignone trataba de calmarlo.
—Va a salir bien, está todo controlado.
—No me gusta que haya tanta gente metida.
—Si algo te tiene que pasar, va a pasar igual aunque no haya nadie. Si te cae la malaria, no hay quien te salve. Te parás a comprar cigarrillos, te desvías un minuto y perdiste.
—¿Y para qué quieren juntamos ahora?
Un asalto primero hay que programarlo y después hay que moverse rápido para impedir las filtraciones. Rápido quiere decir dos días, tres días, desde que se tiene la primera información hasta que se encuentra un aguantadero en otro país. Hay que pagar siempre, poner plata pero también jugarse al riesgo de que el entregador le venda el dato a otro grupo.
Iban a una posta, los mellizos, en un departamento de la calle Arenales. Un lugar limpio, en un barrio seguro, contra la cortada que daba a la fábrica de cerveza. Lo habían alquilado par«tener un centro de operaciones desde el cual organizar los movimientos.
“Es un bulín en un barrio bacán, sólo una guarida para armar el tute y esperar", les había dicho Malito cuando los contrató. Los mellizos eran de la pesada, tipos de acción, y Malito se había jugado por ellos, y les dio toda la información. Pero siempre desconfiado, eso sí, Malito, cuidadoso al mango con las medidas de seguridad, con los controles, un enfermo, nunca se dejaba ver. Era el hombre invisible, era el cerebro mágico, actuaba a distancia, tenía circuitos y contactos y conexiones raras, "la loca Mala", como le decía el loco Dorda. Porque se llama nomás Malito, ése era su apellido. En Devoto había conocido a un cana que se llamaba Verdugo, eso es peor. Llamarse Verdugo, llamarse Esclavo, había uno que se llamaba Battilana, con esos apellidos, mejor llamarse Malito. Los otros tenían sobrenombre (Brignone era el Nene, Dorda era el Gaucho Rubio) pero Malito era su propio seudónimo. Cara de ratón, ojitos pegados a la nariz, nada de mentón, pelo colorado, muy sereno, manos de mujer, inteligentísimo, sabía de motores, de caños, armaba una bomba en dos minutos, movía los deditos así, ajustando el reloj, los frasquitos con la nitro, todo sin mirar, como un ciego, moviendo las manos como un pianista y era capaz de hacer volar una comisaría.
Malito era el jefe y había hecho los planes y había armado los contactos con los políticos y los canas que le habían pasado los datos, los planos, los detalles y a quienes tenían que entregarles la mitad del paquete. Había muchos metidos en ese negocio pero Malito pensaba que ellos tenían diez o doce horas de ventaja, que podían dejarlos a todos pagando, rajarse con toda la mosca y cruzar al Uruguay.
Esa tarde se habían dividido en dos grupos. Los mellizos se fueron al depto de Arenales para repasar con cuidado todos los pasos de la operación. Mientras, Malito alquiló una pieza en un hotel enfrente del lugar donde pensaba realizar el asalto. Desde la ventana del hotel veía la plaza de San Femando y el edificio del Banco de la Provincia y trataba de imaginar cómo iban a ser los movimientos, el cronometraje de la acción, la salida a contramano y el ritmo del tráfico.
La camioneta rural IKA propiedad del tesorero iba a marchar hacia la izquierda, siguiendo la dirección de las agujas del reloj, y había que entrar de frente y pararla antes de que cruzara el portón de entrada a la Municipalidad. La dirección del tránsito los obligaba a dar vuelta toda la plaza y cortarles el paso a mitad de camino. Tenían que matar al chofer y a todos los custodios antes de que atinaran a defenderse porque sólo tenían a favor la sorpresa.
Algunos testigos aseguran haber visto a Malito en el hotel con una mujer. Pero otros dicen que sólo vieron a dos tipos y que no había ninguna mujer. Uno de los dos era un flaquito nervioso, que se inyectaba a cada rato, el Chueco Bazán, que estaba realmente esa tarde, con Malito, en la pieza del hotel en San Femando vigilando el movimiento del banco desde la ventana que daba a la calle. Después del asalto la policía allanó el lugar y en el baño encontraron las jeringas y una cuchara y los cristales abandonados. La policía supuso que el Chueco era el joven que bajó al bar y pidió un calentador de alcohol. Los testigos se contradicen como siempre sucede, pero todos coinciden en que el chico parecía un actor y que tenía una mirada extraviada. De ahí infieren que él era el que se inyectaba heroína antes del asalto y el que habría pedido la carucita para calentar la droga. Enseguida los testigos empezaron a llamarlo "El Pibe" y después hubo alguna confusión entre Bazán y Brignone y varios aseguraron que los dos eran uno, al que todos llamaban "El Pibe". Un flaco muy nervioso, que llevaba la pistola en la zurda, con el caño hacia el cielo, como si fuera un tira de civil. La gente en situaciones como esa siente que se le llena la sangre de adrenalina y se emociona y se obnubila porque ha presenciado un hecho a la vez claro y confuso. Algunos vieron un auto que se cruzaba frente a la rural IKA y se oyó un estruendo y un tipo en el suelo pataleaba al morir.
Tal vez pensaron refugiarse en el hotel después del asalto si no alcanzaban a escapar. Lo más seguí o es que había dos tipos controlando el Banco desde el hotel y otros tres que llegaron en un Chevrolet 400 "preparado", según todas la versiones. Rápido como una bala, el auto. Tal vez uno de los malandras era mecánico y lo había afinado y lo dejó hecho una seda, al sedán, con el motor a más de 5.000 resoluciones.
San Femando es un suburbio residencial de Buenos Aires, con calles quietas y arboladas, poblado de grandes mansiones de principio de siglo que han sido transformadas en colegios o están abandonadas sobre las altas barrancas que dan al río.
La plaza estaba quieta bajo la luz blanca de la primavera.
Mientras Malito y el Chueco Bazán pasaban la tarde y la noche de la víspera en el hotel de San Femando, el resto de la gavilla se encerró en el departamento de la calle Arenales. Habían levantado un auto en la provincia y lo habían guardado en el garaje del sótano y después por la escalera de servicio subieron con los equipos y los fierros y se quedaron ahí, con las persianas bajas, a esperar órdenes y dejar pasar las horas.
No hay nada peor que el día antes, cuando ya todo está listo y sólo falta salir a la calle y apretar, porque uno se pone vidente, ve visiones, cualquier cosa parece una señal de mala suerte, un buchón que caza movimientos raros y le pasa el dato a la policía y te arman una emboscada al llegar, por eso si uno tiene “mala fariña” (dice Dorda) hay que levantar todo, volver a empezar, dejar que venga el mes que viene.
La entrega era siempre el 28 de cada mes, a las tres de la tarde: la guita se movía del Banco de la Provincia al edificio de la Municipalidad. Un vagón de plata, casi seiscientos mil dólares, que daban la vuelta a la manzana, siguiendo la línea de la plaza de izquierda a derecha, en total eran siete minutos desde que aparecían con el dinero en la puerta del banco, la subían a la camioneta IKA, y la entraban en el edificio de la Intendencia por el portón del fondo.
—Te digo una cosa, hermanito —le sonrió a Dorda, el Nene Brignone—, nunca estuviste metido en una cosa tan "científica" como esta, tenemos todo bajo control.
Dorda lo miraba, desconfiado, y tomaba cerveza del pico de la botella, tendido en el sofá, en mangas de camisa y sin zapatos, de cara a la tele que brillaba sin sonido, en el living que daba a la calle Arenales. El departamento era silencioso, era nuevo, estaba limpio, los papeles en orden. Lo había alquilado el chofer de la banda, el Cuervo Mereles para su “novia” dijo y en el barrio todos pensaban que Mereles era un hacendado de la provincia de Buenos Aires que mantenía a la chica y a su familia. Ahora la familia de la novia se había ido a pasear a Mar del Plata y el depto se convirtió en lo que Malito llamaba su base de operaciones.
Tenían que andar con cuidado esa noche, no hacerse ver, no hablar con nadie, estar tranquilos. Había un teléfono, abajo, en el segundo subsuelo del edificio y desde allí cada dos o tres horas se comunicaban con la pieza del hotel en San Femando. Malito les había dicho: —Usen siempre el teléfono del garage, no llamen nunca con el fono de la casa.
Tenía varias obsesiones, Malito: el teléfono era una. Según él, todos los teléfonos de la ciudad estaban pinchados. Pero tenía otros rayes, la loca Mala, según el revirado de Dorda. No podía ver la luz del sol, no podía ver mucha gente junta, todo el tiempo se estaba lavando las manos con alcohol puro. Le gustaba la sensación fresca y seca del alcohol en la piel. El padre era médico, decían, los médicos se lavan las manos con alcohol, hasta el codo, al terminar las visitas, y a él le quedó la costumbre.
—Todos los gérmenes —explicaba Malito— se trasmiten por las manos, por las uñas. Si la gente no se diera la mano, moriría el diez por ciento menos de la población, que mueren por los bichos.
Los muertos por la violencia (según él) eran menos de la mitad de los muertos por enfermedades contagiosas y nadie llevaba preso a los médicos (se reía Malito). A veces se imaginaba a las mujeres y los chicos por la calle con guantes de cirujano y caretas antigérmenes, iodos enmascarados en la ciudad, para evitar las enfermedades y el contacto.
Malito venía de Rosario, había estudiado hasta cuarto año de Ingeniería y a veces se hacía llamar el Ingeniero aunque todos en secreto le decían el Rayado. Porque era loco pero también a causa de las marcas que tenía en el cuerpo, como costurones, porque le habían dado unos azotes, en una comisaría de Turdera, con el fleje de una cama, un bruto de la policía de la provincia. Malito lo fue a buscar y se lo levantó una noche, cuando el tipo bajaba de un colectivo en Varela, y lo ahogó en una zanja. Lo hizo arrodillar y le hundió la cara en el barro y dicen que le bajó los pantalones y lo violó mientras el cana se sacudía con la cabeza enterrada en el agua. Dicen, nunca se sabe. Un tipo simpático, Malito, entrador, un poco taimado. Hay pocos como él en este ambiente. Siempre logra que los otros hagan lo que él quiere como si fuera idea de ellos.
Por otro lado nunca nadie vio a un tipo con la suerte de Malito. Tenía un Dios aparte. Un halo de perfección que hacía que todos quisieran trabajar con él. Por eso había armado en dos días el asalto al camión pagador de la Municipalidad de San Fernando. Un asunto grosso, que no es un chiche (según el Chueco Bazán), con más de medio palo en juego.
Había un teléfono entonces, en una caja de madera, abajo, en el garaje del depto de la calle Arenales y desde ahí le hablaron a Malito, la noche antes.
Malito concebía el asalto como una operación militar y les había dado instrucciones estrictas y los complotados revisaban ahora por última vez el plan.
El Cuervo Mereles, un flaco de ojos saltones, tenía una hoja con un plano de la plaza y estaba terminando de definir los detalles principales.
—Tenemos cuatro minutos. El camión viene desde el banco y tiene que dar la vuelta a la plaza por acá. ¿Es así o no?
El entregador era un cantor de tangos que se hacía llamar Fontán Reyes; había llegado último al bulo de la calle Arenales, nervioso, pálido, y se había sentado en un costado. Después de la pregunta del Cuervo, todos se quedaron en silencio y lo miraron. Entonces, Reyes se levantó y se acercó a la mesa.
—El camión viene con las ventanillas abiertas —dijo.
Había que hacer todo a la luz del día, a las tres y diez de la tarde, en el centro de San Fernando. El dinero de los sueldos salía del Banco y era llevado al edificio de la Municipalidad que estaba a doscientos metros. Por la dirección del tránsito, el camión pagador tenía que dar toda la vuelta a la plaza.
—Tarda, término medio, entre siete y diez minutos, según el tráfico.
—¿Y cuántos son los custodios? —dijo el Nene.
—Dos policías acá y acá. Un policía en el camión son tres.
Estaba nervioso Reyes. Muerto de miedo, en realidad (según declaró más tarde). Fontán Reyes, era su nombre artístico, su verdadero nombre es Atir Ornar Nocito y tiene treinta y nueve años, había cantado en la orquesta de Juan Sánchez Gorio y había actuado en radio y en televisión, incluso llegó a grabar un disco con dos tangos, "Esta noche de copas" y "Noche de locura", acompañado por el pianista Osvaldo Manzi. Su momento de mayor gloria fue en los carnavales del 60, cuando debutó con Héctor Varela como el sucesor de Argentino Ledesma. Enseguida empezó a tener problemas con las drogas. En junio viajó a Chile formando dúo con Raúl Lavié pero al mes se le terminó la voz y quedó afónico. Demasiada cocaína, pensaban todos. Lo cierto es que tuvo que volver y empezó a andar en la malaria y terminó cantando en una cantina de Almagro acompañado con guitarras. Últimamente había tenido algunos bolos en festivales, bailes de clubes y recorridas por piringundines del Gran Buenos Aires.
La suerte es rara, la precisa llega cuando nadie la espera. Una noche, en un boliche, lo buscaron para pasarle un dato y como en un sueño se enteró de un movimiento muy grosso de plata, supo que podía sacarse la grande y se jugó. Llamó a Malito. Quería entrar y salir Fontán Reyes, pero esa tarde en el depto de Arenales sintió que se estaba quedando pegado, no sabía cómo irse, tenía miedo, el cantor, miedo de todo (en especial, dijo, del Gaucho Dorda, un chiflado, un subnormal), que lo maten antes de darle su parte, que lo entreguen, que la policía lo esté usando de pichi. Está desesperado, en la lona, quiere zafar. Su ilusión es dar el golpe de su vida, cobrar y levantar vuelo, empezar de nuevo, en otro lado (cambiar de nombre, cambiar de país), piensa poner, con esa plata, un restorán argentino en Nueva York y trabajar con la clientela latina. Una vez pasó por Manhattan con Juan Sánchez Gorio e hicieron capote en el Charlie de la calle 53 West, un restorán que regenteaba un cubano loco por el tango. Necesitaba la plata para instalarse porque el cubano le había prometido ayudarlo si llegaba a Nueva York con capital, pero todo era cada vez más peligroso porque se había tenido que mezclar con estos tipos que parecían alucinados, como si estuvieran siempre pichicateados. Se reían por cualquier cosa y no dormían nunca. Tipos pesados, asesinos, les gusta matar por matar, no se podía confiar.
Su tío, Niño Nocito, era un puntero del peronismo proscripto de la Zona Norte, dirigente de la Unión Popular y presidente interino del Concejo Deliberante de San Femando. Unos días antes ocasionalmente surtió había presenciado una reunión de la comisión de finanzas y se había enterado de todo. Esa noche fue a escuchar cantar a su sobrino a un boliche de mala muerte en Serrano y Honduras y a la segunda botella de vino ya empezó a farolear.
—Fontán... hay por lo menos cinco millones.
Necesitaban contratar una gavilla de toda confianza, un grupo de profesionales que se hiciera cargo de la operación. Reyes tenía que garantizar que su tío estuviera cubierto.
—Nadie tiene que saber que yo estoy en esto. Nadie —dijo Nocito. Tampoco quería saber quién se iba a ocupar del trabajo. Sólo quería la mitad de la mitad, es decir, quería limpio setenta y cinco mil dólares (según sus cálculos).
Fontán Reyes los tenía que esperar en una casa en Martínez donde se iban a refugiar enseguida del asalto. Calcularon que en media hora estaría todo listo.
—Si no llegamos en media hora —dijo el Cuervo Mereles— quiere decir que vamos al segundo retén.
Fontán Reyes no sabía dónde quedaba el segundo retén y tampoco sabía qué quería decir esa palabra. Malito había aprendido el sistema con Nando Heguilein, un ex integrante Je la Alianza Libertadora Nacionalista, del que se hizo amigo una vez que estuvo preso en Sierra Chica. Una estructura celular impide las caídas en cadena y te da tiempo para escapar (dice Nando). Hay que tener siempre cubierta la retirada.
—¿Y entonces? —dijo Fontán Reyes—. ¿Si no llegan?
—Entonces —dijo el Gaucho Rubio—, escondéte Catalina.
—Quiere decir que hubo algún problema —dijo Mereles. Fontán Reyes vio las armas amontonadas sobre la mesa y por primera vez se dio cuenta de que se había jugado todo a cara o ceca. Hasta entonces había servido de tapadera a algunos trabajos sucios de sus amigos. Los había escondido, después de un asalto, en su casa en Olivos, había cruzado merca a Montevideo y había vendido algunos "ravioles" en los boliches del bajo. Trabajo liviano, pero esta vez era distinto. Había fierros, iba a haber muertos, él era un cómplice directo. Claro que se arriesgaba por un paquete.
—Por lo bajo —le había dicho su tío— es un millón de mangos por cabeza.
Con cien mil dólares podía abrir el boliche en Nueva York. Un lugar para retirarse y vivir tranquilo.
—¿Tenés esta noche dónde ir? —le preguntó Mereles y Fontán Reyes se sobresaltó.
Los iba a esperar en un lugar que nadie conocía y los iba a llamar por teléfono.
—La operación debe durar seis minutos —insistió el Nene—. Más de eso es muy peligroso porque hay dos comisarías en un radio de veinte cuadras.
—La clave —dijo Fontán Reyes— es que no haya filtraciones.
—Hablás como si fueras plomero —dijo Dorda.
En eso se abrió la puerta y una muchacha rubia, casi una nena, vestida con mini y una blusita floreada entró en la pieza. Estaba descalza y se abrazó a Mereles.
—¿Tenés, papi? —dijo.
Mereles le acercó un vidrio con cocaína y la muchacha se fue a un costado y empezó a picarla sobre el espejito con una gillette. Después la calentó con un encendedor mientras tarareaba “Yesterday" de Paul McCartney. Tenía un billete de cincuenta pesos enrollado como un cucurucho y se lo puso en la nariz y aspiró con un ronquido suave. Dorda la miró de reojo y se dio cuenta de que la nena no usaba corpiño, se le veían las tetitas bajo la blusa liviana. r—Tarda, término medio, diez minutos, según el tránsito.
—Vienen dos custodios y un cana —recitó Brignone.
—Hay que matarlos a todos —dijo Dorda de golpe—. Si dejás testigos te encanastan porque son todos guanacos.
La vida de la chica había cambiado de pronto y seguía la rosca con la seguridad de que otra oportunidad como esa no se le iba a dar en la vida. Se llamaba Blanca Galeano. En enero había viajado sola a Mar del Plata a visitar a una amiga y a festejar porque había pegado los exámenes de diciembre del tercer año del Normal 1. Una tarde en la rambla había conocido a Mereles, un tipo flaco y elegante que paraba en el Hotel Provincial. Mereles se presentó como el hijo de un hacendado de la provincia de Buenos Aires, y Blanquita le creyó. Tenía quince años recién cumplidos y cuando supo quién era el Cuervo Mereles y a qué se dedicaba, ya no le importó. (Al contrario, le gustó más, se calentó como loca con el pistolero que la llenaba de regalos y le hacía todos los gustos.) Empezó a vivir con él y los tipos de la banda la miraban como si fueran perros hambrientos. Una vez había visto en un potrero una jauría de perros muertos de hambre atados a una cadena que se abalanzaban sobre todo lo que se movía y se trenzaban entre ellos y aliara tuvo la misma impresión. Cuando Mereles los soltara se le iban a venir encima. Y alguna vez, tarde o temprano, iba a pasar. Se los imaginó que la miraban mientras ella se paseaba desnuda, con tacos altos, y después se vio encamada con el Nene como a veces la incitaba Mereles. Querés que lo traiga, le decía el degenerado y elle: se calentaba. Le gustaba el morochito, tan pálido, parecía tener la edad de ella. Pero era bufarrón (según el Cuervo). O te gusta el grandote, le decía Mereles, mirá que es en un gaucho bruto y Blanca se reía, se le tiraba encima. "Dame" decía. "Papito." Desnuda, con tacos altos, se paseaba la Nena, él la paraba contra el espejo, ella se apoyaba en la banqueta, se sacaba el gusto.
No quería enterarse de lo que estaban planeando y se volvió a la pieza. Estaban tramando algo pesado (porque algo siempre tramaban cuando se juntaban a hablar en voz baja y se pasaban los días sin salir de la casa). Tenía que estudiar porque debía dos materias y quería terminar el secundario. Iba a estar con Mereles unos meses, como una vacación y después todo iba a volver a ser como antes. "Tenés que aprovechar ahora que sos joven", le dijo su madre cuando empezó a llevar plata. El padre, don Antonio Galeano, vivía en babia, no sabía nada, trabajaba en Obras Sanitarias, en el edificio que parecía un palacio, en Río Bamba y Córdoba. La que se malició todo enseguida fue su mamá, se quejaba siempre de su padre, que no ganaba más que para vivir con lo justo, y en cuanto se enteró, empezó a quedarse sola con la nena para que le contara. Las hijas hacen siempre lo que las madres quieren. Y cuando lo conoció a Mereles la madre sintió los ojos de degenerado del Cuervo en las tetas y se empezó a reír. La nena la miró y ella supo que también podía tener celos de su madre. “Parecen hermanas", dijo Mereles, "permítame que le dé un besito".
—Claro querido—dijo la madre—, me tenés que cuidar a Blanquita, mirá que si el padre se entera...
—¿Se entera de qué?
De que era casado. Casado y separado y siempre con negras baratas que sacaba de los cabarutes del bajo.
La Nena se tiró en la cama con el libro de matemáticas y empezó a pensar en cualquier cosa. Mereles le había prometido llevarla a Brasil a ver el carnaval. Del otro lado de la puerta habían bajado la voz y no se oía nada hasta que al rato le llegaron unas risas.
Dorda parecía un poco ido y era un derrotista y veía todo negro y siempre hacía chistes catastróficos y por eso al final todos se divertían con él.
—Nos van a encerrar en la salida de la plaza y vamos a quedar enganchados y nos van a matar como a cachirlas.
—No seas yeta, Gaucho —dijo el Cuervo—, que va a manejar papá y te va a sacar por la vereda esquivando a los canas.
Dorda se empezó a reír, le daba risa la visión del auto saliendo a contramano por la vereda hacia la plaza en medio de los tiros y los muertos.
jueves, 28 de agosto de 2014
Fernando del Paso Morante. Novela: Noticias del imperio.
Fernando del Paso Morante (Ciudad de México, 1 de abril de 1935) es un escritor, dibujante, pintor, diplomático y académico mexicano.
Como primera aspiración tuvo ser médico, sin embargo, como uno de sus personajes, Palinuro, sufrió por la sangre y terminó efectuando estudios de Economía y literatura en la UNAM. Ha trabajado como publicista, locutor y periodista, además de ser dibujante y pintor. Fue un conocido amigo del escritor francés Maurice Blanchot.
En 1955 comienza a trabajar como escritor de textos para varias agencias publicitarias. Es la época en que, influido por William Faulkner, James Joyce, Juan Rulfo y Lewis Carroll, del Paso empieza Sonetos de lo diario, libro que publicará en 1958.
Para terminar José Trigo, recibe la beca del Centro Mexicano de Escritores en 1965. Al año siguiente publica la novela, que recibe el Premio Xavier Villaurrutia.1 Se demoró 7 años en finalizar esta obra y le ocurrirá lo mismo en con sus dos siguientes obras.
Becado por la fundación Ford, del Paso viaja a Iowa en 1969 para participar en el `International Writing Program`, en donde reside 3 años.
En 1971 se muda nuevamente, esta vez a Londres, debido a que recibe la Beca Guggenheim, que se le volverá a otorgar en 1981.
Es aquí en donde comienza a trabajar en su siguiente novela, misma que publica en 1977. Palinuro de México obtiene el Premio Rómulo Gallegos 1982. Durante su estancia en Londres, a la par de sus proyectos literarios, trabaja como productor de programas de radio, escritor y locutor en la BBC.
Después de vivir 14 años en la capital británica, se traslada en 1985 a París donde se desempeña como consejero cultural en la embajada de México —cargo que ejercerá 3 años—, a la vez que trabaja en Radio France Internationale como escritor y productor. Ese mismo año Palinuro de México se tradujo al francés, recibe el reconocimiento de la crítica francesa y el Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia. En 1986 gana el premio Radio Nacional de España al mejor programa en español de carácter literario por su Carta a Juan Rulfo.
En 1988 publica Noticias del Imperio, que se cuenta entre las `nuevas novelas históricas` escritas en América Latina. Basada en la vida de los emperadores Maximiliano I de México y su consorte Carlota de México, esta novela enciclopédica no se conforma con una descripción monológica de `lo que sucedió`. Al contrario, del Paso mismo insiste en ofrecer, de forma historiográfica, todas las versiones posibles de los incidentes importantes en la vida de los protagonistas y de la intervención francesa en México. Esta obra tuvo decisiva influencia en otras de generaciones posteriores, sobre todo en escritores cubanos como Leonardo Padura en La novela de mi vida y sobre todo influencia testilística en Fernando Velázquez Medina y su novela experimental Última rumba en La Habana.
En 1989 es nombrado cónsul general de México en París, cargo en el que permanece hasta 1992.
En 1992 regresa a México y asume el cargo de director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara. En esta ciudad comienza a trabajar en su siguiente novela, en la que explora el género de la literatura de suspenso, y que se publica en 1995: Linda 67.
En mayo del 2007 la citada universidad le hace un homenaje público al nombrar a la mayor de sus bibliotecas, ubicada en el Centro Universitario de la Ciénega, como Biblioteca Mediateca Fernando del Paso.
Entre los reconocimientos que ha obtenido, además de los ya citados, destacan: el premio Novela México 1975, Mazatlán de Literatura 1988, Nacional de Lingüística y Literatura 1991,2 y Premio FIL de Literatura 2007. En 1993 fue nombrado Creador Emérito. En octubre de 2006, fue elegida miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.3 Es miembro honorario del Seminario de Cultura Mexicana.4 El 12 de febrero de 1996 ingresó a El Colegio Nacional con el discurso `Yo soy un hombre de letras`, el cual fue contestado por el doctor Miguel León-Portilla.5
Además de su labor literaria, Fernando del Paso ha incursionado en el dibujo y la pintura: ha presentado sus obras en Londres, Madrid, París y varias ciudades de Estados Unidos. En la ciudad de México ha expuesto en el Museo de Arte Moderno y el Museo de Arte Carrillo Gil, y en Guadalajara, en el Instituto Cultural Cabañas y en el Ex Convento del Carmen. El día 5 de diciembre de 2013 es distinguido con el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara.
***
Todo el mundo escuchó y fue testigo de la injusticia que cometía, en 1862, el Emperador Napoleón III con la nación mexicana. Los franceses intentaron, por mediación de una ínfima minoría, someter a los ciudadanos mexicanos que a valor de sangre, tierras e ideales, recién habían conseguido un apretado triunfo contra el Clero y la vertiente conservadurista, después de la Guerra de Reforma. El presidente Benito Juarez aún no tocaba con su espalda la silla presidencial, cuando una vez más se vio obligado a huir en su carroza. Los mexicanos recibieron la noticia en el año de 1863: Un príncipe de la Gloriosa Casa de Habsburgo sería colocado a la cabeza del poder por medio de la mano francesa y la unión de esta con las armas conservadoras. El Archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo llegaría a México para convertirse en Emperador, del triste y efímero Segundo Imperio Mexicano. A los mexicanos ni siquiera les importó. Bastante tenían con su batalla diaria contra la vida, la escases y el infortunio que les habían acarreado décadas de guerras fratricidas. O al menos eso parecía.
Fernando Del Paso nos regala esta novela trágica, triste, irónica y conmovedora, donde la protagonista es la viuda María Carlota Amelia de Sajonia-Coburgo, princesa de los belgas y duquesa de Lombardo-Veneto. El ritmo vertiginoso con que lleva sus letras y sus memorias es suficiente para hacer que el lector contenga el aire en sus pulmones unas cuantas veces al pasarlas. Y cada uno de sus capítulos es un resumén de la trágica existencia de esta noble mujer, incansable defensora de sus pueblos, que se fusionaba con la sangre que le acogía allá donde iba.
Fuente: N.N.
Como primera aspiración tuvo ser médico, sin embargo, como uno de sus personajes, Palinuro, sufrió por la sangre y terminó efectuando estudios de Economía y literatura en la UNAM. Ha trabajado como publicista, locutor y periodista, además de ser dibujante y pintor. Fue un conocido amigo del escritor francés Maurice Blanchot.
En 1955 comienza a trabajar como escritor de textos para varias agencias publicitarias. Es la época en que, influido por William Faulkner, James Joyce, Juan Rulfo y Lewis Carroll, del Paso empieza Sonetos de lo diario, libro que publicará en 1958.
Para terminar José Trigo, recibe la beca del Centro Mexicano de Escritores en 1965. Al año siguiente publica la novela, que recibe el Premio Xavier Villaurrutia.1 Se demoró 7 años en finalizar esta obra y le ocurrirá lo mismo en con sus dos siguientes obras.
Becado por la fundación Ford, del Paso viaja a Iowa en 1969 para participar en el `International Writing Program`, en donde reside 3 años.
En 1971 se muda nuevamente, esta vez a Londres, debido a que recibe la Beca Guggenheim, que se le volverá a otorgar en 1981.
Es aquí en donde comienza a trabajar en su siguiente novela, misma que publica en 1977. Palinuro de México obtiene el Premio Rómulo Gallegos 1982. Durante su estancia en Londres, a la par de sus proyectos literarios, trabaja como productor de programas de radio, escritor y locutor en la BBC.
Después de vivir 14 años en la capital británica, se traslada en 1985 a París donde se desempeña como consejero cultural en la embajada de México —cargo que ejercerá 3 años—, a la vez que trabaja en Radio France Internationale como escritor y productor. Ese mismo año Palinuro de México se tradujo al francés, recibe el reconocimiento de la crítica francesa y el Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia. En 1986 gana el premio Radio Nacional de España al mejor programa en español de carácter literario por su Carta a Juan Rulfo.
En 1988 publica Noticias del Imperio, que se cuenta entre las `nuevas novelas históricas` escritas en América Latina. Basada en la vida de los emperadores Maximiliano I de México y su consorte Carlota de México, esta novela enciclopédica no se conforma con una descripción monológica de `lo que sucedió`. Al contrario, del Paso mismo insiste en ofrecer, de forma historiográfica, todas las versiones posibles de los incidentes importantes en la vida de los protagonistas y de la intervención francesa en México. Esta obra tuvo decisiva influencia en otras de generaciones posteriores, sobre todo en escritores cubanos como Leonardo Padura en La novela de mi vida y sobre todo influencia testilística en Fernando Velázquez Medina y su novela experimental Última rumba en La Habana.
En 1989 es nombrado cónsul general de México en París, cargo en el que permanece hasta 1992.
En 1992 regresa a México y asume el cargo de director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara. En esta ciudad comienza a trabajar en su siguiente novela, en la que explora el género de la literatura de suspenso, y que se publica en 1995: Linda 67.
En mayo del 2007 la citada universidad le hace un homenaje público al nombrar a la mayor de sus bibliotecas, ubicada en el Centro Universitario de la Ciénega, como Biblioteca Mediateca Fernando del Paso.
Entre los reconocimientos que ha obtenido, además de los ya citados, destacan: el premio Novela México 1975, Mazatlán de Literatura 1988, Nacional de Lingüística y Literatura 1991,2 y Premio FIL de Literatura 2007. En 1993 fue nombrado Creador Emérito. En octubre de 2006, fue elegida miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.3 Es miembro honorario del Seminario de Cultura Mexicana.4 El 12 de febrero de 1996 ingresó a El Colegio Nacional con el discurso `Yo soy un hombre de letras`, el cual fue contestado por el doctor Miguel León-Portilla.5
Además de su labor literaria, Fernando del Paso ha incursionado en el dibujo y la pintura: ha presentado sus obras en Londres, Madrid, París y varias ciudades de Estados Unidos. En la ciudad de México ha expuesto en el Museo de Arte Moderno y el Museo de Arte Carrillo Gil, y en Guadalajara, en el Instituto Cultural Cabañas y en el Ex Convento del Carmen. El día 5 de diciembre de 2013 es distinguido con el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara.
***
Todo el mundo escuchó y fue testigo de la injusticia que cometía, en 1862, el Emperador Napoleón III con la nación mexicana. Los franceses intentaron, por mediación de una ínfima minoría, someter a los ciudadanos mexicanos que a valor de sangre, tierras e ideales, recién habían conseguido un apretado triunfo contra el Clero y la vertiente conservadurista, después de la Guerra de Reforma. El presidente Benito Juarez aún no tocaba con su espalda la silla presidencial, cuando una vez más se vio obligado a huir en su carroza. Los mexicanos recibieron la noticia en el año de 1863: Un príncipe de la Gloriosa Casa de Habsburgo sería colocado a la cabeza del poder por medio de la mano francesa y la unión de esta con las armas conservadoras. El Archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo llegaría a México para convertirse en Emperador, del triste y efímero Segundo Imperio Mexicano. A los mexicanos ni siquiera les importó. Bastante tenían con su batalla diaria contra la vida, la escases y el infortunio que les habían acarreado décadas de guerras fratricidas. O al menos eso parecía.
Fernando Del Paso nos regala esta novela trágica, triste, irónica y conmovedora, donde la protagonista es la viuda María Carlota Amelia de Sajonia-Coburgo, princesa de los belgas y duquesa de Lombardo-Veneto. El ritmo vertiginoso con que lleva sus letras y sus memorias es suficiente para hacer que el lector contenga el aire en sus pulmones unas cuantas veces al pasarlas. Y cada uno de sus capítulos es un resumén de la trágica existencia de esta noble mujer, incansable defensora de sus pueblos, que se fusionaba con la sangre que le acogía allá donde iba.
Fuente: N.N.
martes, 26 de agosto de 2014
Mempo Giardinelli. Novela: "Luna caliente".
Mempo Giardinelli es un escritor argentino, cuya obra ha sido muy bien recibida por la crítica y los lectores de diferentes culturas.
Nació en Resistencia, Chaco, República Argentina. Vivió en Buenos Aires entre 1969 y 1976, estuvo exiliado en México entre 1976 y 1984, y cuando regresó fundó y dirigió la revista `Puro Cuento` (1986-1992). Actualmente reside en Resistencia.
Su obra ha sido traducida a veinte idiomas y ha recibido numerosos galardones literarios en todo el mundo, entre ellos el Premio Rómulo Gallegos 1993.
Es autor de varias novelas, libros de cuentos y ensayos, y escribe regularmente en diarios y revistas de la Argentina, España, Chile y otros países. Ha publicado artículos, ensayos y cuentos en medios de comunicación de casi todo el mundo.
Ha dictado cursos, seminarios y talleres, y ha dado lecturas en más de un centenar de universidades y academias de América y Europa.
Es frecuentemente invitado a integrar jurados de importantes premios literarios internacionales y ha participado como invitado especial en las Ferias Internacionales del Libro de Buenos Aires, Bogotá, Caracas, Frankfurt, Guadalajara, La Habana, Madrid, Milán, Montevideo, Porto Alegre y Santiago.
Es miembro del Consejo Asesor de la Comisión Provincial de la Memoria, de la Provincia de Buenos Aires. Y del Consejo de Administración de la Organización No Gubernamental Poder Ciudadano, capítulo argentino de Transparency International.
En 1996 donó su biblioteca personal de 10.000 volúmenes para la creación de una fundación, con sede en el Chaco, dedicada al fomento del libro y la lectura, y a la docencia e investigación en Pedagogía de la Lectura. Esta fundación ha creado y sostiene diversos programas culturales, educativos y solidarios: www.fundamgiardinelli.org.ar
LUNA CALIENTE. NOVELA.
Luna caliente narra una historia de obsesión, de sexo y de crímenes situada en un contexto inusual como marco de novela negra: la Argentina de 1977, sometida a la dictadura militar, donde la lucha antisubversiva y la tortura están a la orden del día. Desde las primeras páginas, el autor nos sumerge de lleno en una atmósfera febril, con personajes dotados de una tremenda realidad y, a la par, de una dimensión casi teratológica, que se adentran por caminos de brutalidad y cinismo.
Fuente: N.N.
domingo, 24 de agosto de 2014
Elena Garro. Novela: Los recuerdos del porvenir.
Hija de padre español y madre mexicana, Elena Garro Navarro, nació en el estado de Puebla el 11 de diciembre de 1916. Pasó su infancia en la Ciudad de México. Durante la Guerra Cristera, su familia se trasladó a Iguala, en el estado de Guerrero.
Siendo joven viajó a la Ciudad de México para estudiar literatura, coreografía y teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí conoció a Octavio Paz, con quien se casó en 1937, y quien le impidió continuar sus estudios universitarios. Elena lo acompañó a España ese mismo año, regresando en 1938. Tuvieron una hija, Helena, y finalmente se divorciaron en 1959. La sombra de Octavio Paz era muy alargada, y Elena no tuvo durante su vida el reconocimiento merecido.
Los recuerdos del porvenir.
Siendo joven viajó a la Ciudad de México para estudiar literatura, coreografía y teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí conoció a Octavio Paz, con quien se casó en 1937, y quien le impidió continuar sus estudios universitarios. Elena lo acompañó a España ese mismo año, regresando en 1938. Tuvieron una hija, Helena, y finalmente se divorciaron en 1959. La sombra de Octavio Paz era muy alargada, y Elena no tuvo durante su vida el reconocimiento merecido.
Los recuerdos del porvenir.
Algunos críticos la consideran la segunda escritora mexicana más importante, tras Sor Juana Inés de la Cruz. Otros la señalan como precursora del realismo mágico, al haber publicado su novela Los recuerdos del porvenir cuatro años antes que Gabriel García Márquez sus Cien años de soledad.
La obra, considerada por los críticos como la novela que inauguró el realismo mágico, narra la amarga historia de los hermanos Moncada. El siniestro general Francisco Rosas se enamora de una bella y misteriosa mujer llamada Julia. Su obsesión crece cuando esta le abandona. Entonces Isabel Moncada se entrega a él presa del miedo y la admiración sin intuir el drama.
Según Octavio Paz, se trata de `una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea`. Sobre su autora, Elena Garro, Jorge Luis Borges afirmó que era `la Tolstoi mexicana`.
sábado, 23 de agosto de 2014
Carlos Fuentes. Ensayo. El espejo enterrado. (Fragmento).
CARLOS FUENTES.
El Espejo Enterrado
Sinopsis
Este ensayo del gran autor mexicano fue concebido originalmente como guión para un programa de televisión y más tarde se convirtió en un ensayo indispensable para mirar y analizar con lucidez la historia a partir del descubrimiento de América. El encuentro de dos mundos, como ha sido llamado, también revistió el carácter de una cruenta conquista militar y del nacimiento de una nueva cultura con raíz aborigen y española. El autor reflexiona sobre las magníficas civilizaciones prehispánicas, sobre los soldados y sacerdotes que llegaron a América, sobre la conquista y la colonización, para finalmente fijar la mirada en el presente. A lo largo de esta crónica va surgiendo la imagen de un vasto mundo cultural hispánico, en el cual los pueblos de América y España pueden reconocer una identidad, una historia y un destino comunes.
EL ESPEJO ENTERRADO
REFLEXIONES SOBRE ESPAÑA Y AMÉRICA
CARLOS FUENTES
INTRODUCCIÓN
EL 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón desembarcó en una pequeña isla del hemisferio occidental. La hazaña del navegante fue un triunfo de la hipótesis sobre los hechos: la evidencia indicaba que la Tierra era plana; la hipótesis, que era redonda. Colón apostó a la hipótesis: puesto que la Tierra es redonda, se puede llegar al Oriente navegando hacia el Occidente. Pero se equivocó en su geografía. Creyó que había llegado a Asia. Su deseo era alcanzar las fabulosas tierras de Cipango (Japón) y Catay (China), reduciendo la ruta europea alrededor de la costa de África, hasta el extremo sur del Cabo de Buena Esperanza y luego hacia el este hasta el Océano Índico y las islas de las especias.
No fue la primera ni la última desorientación occidental. En estas islas, que él llamó “las Indias”, Colón estableció las primeras poblaciones europeas en el Nuevo Mundo. Construyó las primeras iglesias; ahí se celebraron las primeras misas cristianas. Pero el navegante encontró un espacio donde la inmensa riqueza asiática con que había soñado estaba ausente. Colón tuvo que inventar el descubrimiento de grandes riquezas en bosques, perlas y oro, y enviar esta información a España. De otra manera, su protectora, la reina Isabel, podría haber pensado que su inversión (y su fe) en este marinero genovés de imaginación febril había sido un error.
Pero Colón, más que oro, le ofreció a Europa una visión de la Edad de Oro restaurada: éstas eran las tierras de Utopía, el tiempo feliz del hombre natural. Colón había descubierto el paraíso terrenal y el buen salvaje que lo habitaba. ¿Por qué, entonces, se vio obligado a negar inmediatamente su propio descubrimiento, a atacar a los hombres a los cuales acababa de describir como “muy mansos y sin saber que sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas”, darles caza, esclavizarles y aun enviarlos a España encadenados?
Al principio Colón dio un paso atrás hacia la Edad Dorada. Pero muy pronto, a través de sus propios actos, el paraíso terrenal fue destruido y los buenos salvajes de la víspera fueron vistos como “buenos para les mandar y les hazer trabajar y sembrar y hazer todo lo otro que fuera menester”.
Desde entonces, el continente americano ha vivido entre el sueño y la realidad, ha vivido el divorcio entre la buena sociedad que deseamos y la sociedad imperfecta en la que realmente vivimos. Hemos persistido en la esperanza utópica porque fuimos fundados por la utopía, porque la memoria de la sociedad feliz está en el origen mismo de América, y también al final del camino, como meta y realización de nuestras esperanzas.
Quinientos años después de Colón, se nos pidió celebrar el quinto centenario de su viaje, sin duda uno de los grandes acontecimientos de la historia humana, un hecho que en sí mismo anunció el advenimiento de la Edad Moderna y la unidad geográfica del planeta. Pero muchos de nosotros, en las comunidades hispanohablantes de las Américas, nos preguntamos: ¿tenemos realmente algo que celebrar?
Un vistazo a lo que ocurre en las repúblicas latinoamericanas al finalizar el siglo XX nos llevaría a responder negativamente. En Caracas o en la Ciudad de México, en Lima o en Río de Janeiro, el quinto centenario del “descubrimiento de América” nos sorprendió en un estado de profunda crisis. Inflación, desempleo, la carga excesiva de la deuda externa. Pobreza e ignorancia crecientes; abrupto descenso del poder adquisitivo y de los niveles de vida. Un sentimiento de frustración, de ilusiones perdidas y esperanzas quebrantadas. Frágiles democracias, amenazadas por la explosión social.
Yo creo, sin embargo, que a pesar de todos nuestros males económicos y políticos, sí tenemos algo que celebrar. La actual crisis que recorre a Latinoamérica ha demostrado la fragilidad de nuestros sistemas políticos y económicos. La mayor parte ha caído estrepitosamente. Pero la crisis también reveló algo que permaneció en pie, algo de lo que no habíamos estado totalmente conscientes durante las décadas precedentes del auge económico y el fervor político. Algo que en medio de todas nuestras desgracias permaneció en pie: nuestra herencia cultural. Lo que hemos creado con la mayor alegría, la mayor gravedad y el riesgo mayor. La cultura que hemos sido capaces de crear durante los pasados quinientos años, como descendientes de indios, negros y europeos, en el Nuevo Mundo.
La crisis que nos empobreció también puso en nuestras manos la riqueza de la cultura, y nos obligó a darnos cuenta de que no existe un solo latinoamericano, desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, que no sea heredero legítimo de todos y cada uno de los aspectos de nuestra tradición cultural. Es esto lo que deseo explorar en este libro. Esa tradición que se extiende de las piedras de Chichén Itzá y Machu Picchu a las modernas influencias indígenas en la pintura y la arquitectura. Del barroco de la era colonial a la literatura contemporánea de Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. Y de la múltiple presencia europea en el hemisferio —ibérica, y a través de Iberia, mediterránea, romana, griega y también árabe y judía— a la singular y sufriente presencia negra africana. De las cuevas de Altamira a los grafitos de Los Ángeles. Y de los primerísimos inmigrantes a través del estrecho de Bering, al más reciente trabajador indocumentado que anoche cruzó la frontera entre México y los Estados Unidos.
Pocas culturas del mundo poseen una riqueza y continuidad comparables. En ella, nosotros, los hispanoamericanos, podemos identificarnos e identificar a nuestros hermanos y hermanas en este continente. Por ello resulta tan dramática nuestra incapacidad para establecer una identidad política y económica comparable. Sospecho que esto ha sido así porque, con demasiada frecuencia, hemos buscado o impuesto modelos de desarrollo sin mucha relación con nuestra realidad cultural. Pero es por ello, también, que el redescubrimiento de los valores culturales pueda darnos, quizás, con esfuerzo y un poco de suerte, la visión necesaria de las coincidencias entre la cultura, la economía y la política. Acaso ésta es nuestra misión en el siglo XXI.
Éste es un libro dedicado, en consecuencia, a la búsqueda de la continuidad cultural que pueda informar y trascender la desunión económica y la fragmentación política del mundo hispánico. El tema es tan complejo como polémico, y trataré de ser ecuánime en su discusión. Pero también seré apasionado, porque el tema me concierne íntimamente como hombre, como escritor y como ciudadano, de México, en la América Latina, y escribiendo la lengua castellana.
Buscando una luz que me guiase a través de la noche dividida del alma cultural, política y económica del mundo de habla española, la encontré en el sitio de las antiguas ruinas totonacas de El Tajín, en Veracruz, México. Veracruz es el estado natal de mi familia. Ha sido el puerto de ingreso para el cambio, y al mismo tiempo el hogar perdurable de la identidad mexicana. Los conquistadores españoles, franceses y norteamericanos han entrado a México a través de Veracruz. Pero las más antiguas culturas, los olmecas al sur del puerto, desde hace 3,500 años, y los totonacas al norte, con una antigüedad de 1,500 años, también tienen sus raíces aquí.
En las tumbas de sus sitios religiosos se han encontrado espejos enterrados cuyo propósito, ostensiblemente, era guiar a los muertos en su viaje al inframundo. Cóncavos, opacos, pulidos, contienen la centella de luz nacida en medio de la oscuridad. Pero el espejo enterrado no es sólo parte de la imaginación indígena americana. El poeta mexicano-catalán Ramón Xirau ha titulado uno de sus libros L'Espil Soterrat—El espejo enterrado—, recuperando una antigua tradición mediterránea no demasiado lejana de la de los más antiguos pobladores indígenas de las Américas. Un espejo: un espejo que mira de las Américas al Mediterráneo, y del Mediterráneo a las Américas. Éste es el sentido y el ritmo mismo de este libro.
En esta orilla, los espejos de pirita negra encontrados en la pirámide de El Tajín en Veracruz, un asombroso sitio cuyo nombre significa “relámpago”. En la Pirámide de los Nichos, que se levanta a una altura de 25 metros sobre una base de 1,225 metros cuadrados, 365 ventanas se abren hacia el mundo, simbolizando, desde luego, los días del año solar. Creado en la piedra, El Tajín es un espejo del tiempo. En la otra orilla, el Caballero de los Espejos creado por Miguel de Cervantes, le da batalla a Don Quijote, tratando de curarlo de su locura. El viejo hidalgo tiene un espejo en su mente, y en él se refleja todo lo que Don Quijote ha leído y que, pobre loco, considera fiel reflejo de la verdad.
No muy lejos, en el Museo del Prado en Madrid, el pintor Velázquez se pinta pintando lo que realmente está pintando, como si hubiese creado un espejo. Pero en el fondo mismo de su tela, otro espejo refleja a los verdaderos testigos de la obra de arte: tú y yo.
Acaso el espejo de Velázquez también refleje, en la orilla española, el espejo humeante del dios azteca de la noche, Tezcatlipoca, en el momento en que visita a la serpiente emplumada, Quetzalcóatl, el dios de la paz y de la creación, ofreciéndole el regalo de un espejo. Al verse reflejado, el dios bueno se identifica con la humanidad y cae aterrado: el espejo le ha arrebatado su divinidad.
¿Encontrará Quetzalcóatl su verdadera naturaleza, tanto humana como divina, en la casa de los espejos, el templo circular del viento en la pirámide tolteca de Teotihuacan, o en el cruel espejo social de Los caprichos de Goya, donde la vanidad es ridiculizada y la sociedad no puede engañarse a sí misma cuando se mira en el espejo de la verdad?: ¿Creías que eras un galán? Mira, en realidad eres un mico.
Los espejos simbolizan la realidad, el Sol, la Tierra y sus cuatro direcciones, la superficie y la hondura terrenales, y todos los hombres y mujeres que la habitamos. Enterrados en escondrijos a lo largo de las Américas, los espejos cuelgan ahora de los cuerpos de los más humildes celebrantes en el altiplano peruano o en los carnavales indios de México, donde el pueblo baila vestido con tijeras o reflejando el mundo en los fragmentos de vidrio de sus tocados. El espejo salva una identidad más preciosa que el oro que los indígenas le dieron, en canje, a los europeos.
¿Acaso no tenían razón? ¿No es el espejo tanto un reflejo de la realidad como un proyecto de la imaginación?
viernes, 22 de agosto de 2014
Rodolfo Enrique Fogwill (Buenos Aires, 1941), Los pichiciegos. Novela.
Los pichiciegos. Es una hermosa novela que revela otra mirada de una guerra en la que los jovenes fueron la carne de cañón. Fogwill lo deja bien claro, con un estilo especial de demostrar que nadie escapa a su destino.
Esta quinta edición de Los Pichiciegos es fiel a los borradores que, mimeografiados en el Hospital Albert Einstein de São Paulo, circularon entre críticos y editores antes de la rendición argentina de junio de 1982. La primera publicación se distribuyó después de la asunción del gobierno civil y fue elogiada por su realismo y pacifismo pese a que el autor hizo imprimir la advertencia de que se trataba de un experimento de ficción, compuesto antes de los primeros testimonios de los combatientes y que no era una novela contra la guerra y la literatura.
La obra debió esperar doce años para que la crítica reconociera su propuesta: en el curso de su ensayo sobre verdad e historia en el cine, publicado en 1994, la profesora Beatriz Sarlo anuncia su relectura de Los Pichiciegos observando que la novela no quiere demostrar nada y sus personajes no están en condiciones ideológicas ni discursivas para reflexionar. Los pichis carecen absolutamente de futuro, caminan hacia la muerte, y en consecuencia, sólo pueden razonar en términos de estrategias de supervivencia" y concluye su extenso análisis afirmando que "la novela de Fogwill produce esta verdad de la guerra en Malvinas".
En 1983 se publicó por primera vez esta novela ambientada en la guerra de Malvinas; escrita durante 1982, antes de que salieran a la luz los detalles más ominosos de esa trama político-militar, el manuscrito circuló entre intelectuales y escritores. Fogwill no sólo ha dado así uno de los relatos más potentes sobre la última dictadura militar argentina, sino que ha mostrado, una vez más, la lucidez casi predictiva de la ficción y la literatura.
Análisis
Antes de comenzar a comentar el libro vale contextualizarlo: año 1982, plena guerra de Malvinas entre Argentina y el Reino Unido -sucedida entre el 2 de abril y el 14 de junio-. Pensar que los borradores de este libro fueron escritos en plena guerra cuando muchos todavía ni siquiera intuían las trágicas consecuencias del conflicto lo hace, cuanto menos, revelador. El autor afirma que "sólo se trata de un experimento de ficción compuesto antes de los primeros testimonios de los combatientes y que no era una novela contra la guerra, sino contra las modalidades dominantes de concebir la guerra y la literatura".
Más allá de un gran ejercicio literario 'Los Pichiciegos' -lo quiera o no- es una novela que proyecta el conflicto desde el mismo conflicto, deja puertas abiertas hacia las consecuencias de la guerra y pinta a ésta de cuerpo entero: despiadada, brutal trágica y extrema.
De lectura rápida y muy bien narrada, trata sobre un grupo de soldados -los pichis- que se confinan en una "pichicera" -especie de cueva subterranea- para evitar cualquier participación activa en el conflicto. En la "pichicera" tienen casi todo para sobrevivir: calor, provisiones, refugio; pero también puede ser esta el lugar justo para encontrar la muerte por desertores o por que no, por mera casualidad.
"Es notable -dijo García-, los tipos mueren, pero los relojes siguen andando..." Y quizá de eso se trate todo 'Los Pichiciegos': de aprender a vivir y valorar ese instinto de supervivencia.
La analogía que marca el punto de partida de la narración y la idea en que gira la historia es por demás interesante: "El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura -un caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba..." La escritura de Fogwill en este libro es precisa y justa, lo cual genera un realismo aún mayor ante situaciones extremas.
"Era una mañana gris, cielo de cinc..." Por momentos, en plena lectura de la novela uno puede sentir la alienación de estos soldados; el frío al que fueron sometidos; las mismas bombas parecen caer casi al lado nuestro, delante del libro que por momentos tiembla de miedo en nuestras manos.
Entre bombardeos, ovejas, poco sexo y mucha muerte. Entre descripciones escalofriantes y una mínima cuota de humanidad que trasciende fronteras. 'Los Pichiciegos' se transforma en una lectura casi obligada en busca de humanizar los actos de guerra, suprimirlos definitivamente y tratar de comprender de que se trata todo eso.
El narrador en Los pichiciegos de Fogwill
El narrador de "Los pichiciegos" es un narrador indirecto, en tanto está reproduciendo lo que dice un testigo de los hechos. Esta condición hace que, más allá de la propia construcción del relato, mucho de esa narración se base en una creencia: en creer o no en lo que este testigo presencial le está contando. La historia inicial está mediada por la escritura y por una grabación de voz que, durante las “sesiones”, hace que la historia tenga a su vez un tono de negociación: el escritor que necesita un relato valedero sobre un acontecimiento histórico reciente para su libro, y un testigo-protagonista que puede dárselo.
El narrador propiamente dicho aparece tardíamente, y esto hace que su aparición parezca una intromisión que, justamente por ser tardía, desautomatiza en gran parte el relato y hace que el lector se cuestione la figura propia del narrador y replantee lo leído hasta el momento: “Viterbo seguía hablando”, dice el relato todavía reproducido, “ya había convencido a todos de que no mentía, que era verdad”. “ – ¿Y vos Quiquito”, aparece el narrador, “creés que yo creo esto que me contás? Vos anotálo que para eso servís. Anotá, pensá bien, después sacá tus conclusiones – me dijo. Y yo seguí anotando.”
Anotar, como queda expuesto en esta primera aparición, es, junto con creer, una de las acciones principales del narrador. Pero el objetivo último que persigue con estas acciones es llegar a saber.
Yo anoto. Creer o no creer no es lo importante ahora- sugerí.
Claro – dijo él – a vos lo único que te calienta es anotar. Sí, – reconocí – anotar y saber.” (P, 80) – Yo anotar no… a mí ¡saber! – dijo mi voz grabada en la cassette.” (P, 89) Todo al fin de cuentas para el narrador se centra en eso, y justamente entre saber y creer se van a producir tensiones. Saber no es tan sencillo como anotar (tarea autómata), ni tan sencillo como creer (tarea fideísta). Vemos durante el relato que llegar al conocimiento pasa por otro lado, que no basta con creer o no creer, con haber anotado o no lo que este testigo cuenta. Hay algo que, indefectiblemente, al narrador se le escapa: “ – ¿Entendés?
- Sí – respondí convencido.
No. ¡No me entendés! Seguro a vos alguna vez habrán estado a punto de boletearte, fuiste preso, tuviste dolores en una muela, o se te murió tu viejo. Entonces, vos, por eso, te pensás que sabés. Pero vos no sabés. Vos no sabés.
Esta dificultad para saber radica en gran parte en la diferencia que existe entre el lugar de enunciación de los hechos y el lugar adonde esos hechos transcurrieron. La distancia abismal que separa la guerra de Malvinas con las “sesiones” hace que al narrador se le dificulte este objetivo primordial de saber: “- Pensá en la mierda pegada contra la ropa. Pensá en la oscuridad y pensá en la luz que cuando te asomás te hace doler los ojos. Eso – me insistía – no tiene nada que ver con lo que pasa aquí – y señalaba la ventana.
El fracaso del narrador es intentar llegar a un entendimiento pleno, a una historia total mediante el testimonio del sobreviviente. Siempre va a haber un conocimiento que se le escapa. Quiquito le dice al narrador cuando piensa en ir a Gualeguay para conocer a los padres del Turco (otro de los pichiciegos): “- ¿Sabés a cuántos viejos tendrías que conocer?” El conocimiento que se va produciendo en este narrador es precisamente el de la imposibilidad de un entendimiento pleno, y esta conciencia es un recorrido que se produce en el libro, que va de la convicción del entendimiento a la duda:
¡No entedés un carajo! ¿No viste ahora? ¡Les ofrecen trabajo a los vueltos! ¡Trabajo! Sí- volví a decir. Entendía. Debe ser muy aburrido escribir – comentó Sí, más o menos. Como todo. Si vos volverías a nacer, qué serías ¿Harías igual? Sí… – grabó mi voz- todo igual… – Después, recuerdo que dudé.”
Sobre el final del relato al narrador no le queda más que anotar y creer en lo que le dice el testigo. La historia pasa a ser un testimonio individual con la voz propia de quien se lo está contando. En su incapacidad de saber al narrador no le queda más que la escritura de esta historia parcial, que si bien poderosa, resignada de una visión totalizadora de los hechos.
Del autor
Rodolfo Enrique Fogwill (Buenos Aires, 1941). es sociólogo, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Su obra se comienza a conocer en la decada del ochenta. Ha publicado cinco volumenes de relatos, cuatro novelas y tres libros de poemas. En el perido de transicion democratica argentina tuvo una significativa actividad editorial y politico – cultural.
Sus ensayos y críticas han provocado hasta hoy día, a pesar de los veinte años transcurridos de aquellos acontecimientos, polemicas en los medios culturales argentinos. Entre sus publicaciones se encuentran: Cuentos de marineros en la Pampa, La expereincia sensible y Entre otro orden de cosas. Fogwill es considerado uno de los más brillantes autores argentinos contemporáneos.
Fuentes
Libro "Los pichiciegos". Editorial Cubana "Arte y literaura"
FOGWILL, Rodolfo Enrique; “Los Pichy-cyegos”, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983
Biblioteca Municipal Raúl Gómez García.Baracoa
Categoría: Literatura
http://www.ecured.cu/index.php/Los_pichiciegos
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