domingo, 11 de junio de 2023

PHENOMENA — 1985 — Dario Argento o la alquimia del miedo Salvador Bernabé

 




  PHENOMENA

 

— 1985 —

 

 

Un viaje a Suiza sirvió al cineasta para reponerse de las tenebrosas fatigas de su última incursión cinematográfica. Lejos de mantenerse ocioso, empezó a urdir el perfil de «Phenomena», en el que influyó decisivamente el entorno geográfico en que se encontraba. Esa comunión oportuna con el paisaje tendría consecuencias en la futura filmografía de Argento —«Opera», «La sindrome di Stendhal»—, donde la naturaleza empezó a ser incorporada como una necesidad expresiva, en contraste con la estudiada artificiosidad de sus arquitecturas interiores. El motor argumental del proyecto fue un reportaje periodístico que informaba de la práctica, en los Estados Unidos, de una técnica de identificación criminal basada en el uso de insectos. Interesado, el cineasta decidió ahondar en la materia:

Estudié con detenimiento —explica Argento— el libro del profesor Leclerc ‘Entomología y medicina legal’; en él aprendí que en algunos casos se acude a un entomólogo para resolver cuestiones relacionadas con alguna muerte. Estudiando los insectos que se encuentran en el cuerpo se puede determinar la hora y las circunstancias del crimen”.

Para el papel protagonista. Argento eligió a la debutante Jennifer Connnelly, aconsejado por Leone, que la había utilizado para dar vida al personaje de Elizabeth McGovern niña en «Érase una vez en América». El éxito de la opción debía maravillar al mismísimo Jim Henson, que aprovecharía el influjo de «Phenomena» sobre la joven para hacerle interpretar un nuevo cuento de análoga dirección miciática: «Dentro del laberinto» (1986). Con todo, la película no sería la misma sin la presencia de un actor fetiche del primer cine de Carpenter, Donald Plaseance, en el papel del entomólogo inválido que ayuda a la joven protagonista en su aventura iniciática.

 

 

 

 

 

El gran necrófago en acción

 

 

  Sinopsis

 

 

Una turista danesa (Fiore Argento) queda aislada en medio de un paraje montañoso. La muchacha avista una solitaria casa en cuyo interior alguien se debate violentamente con unas cadenas que terminan por romperse. El enigmático personaje persigue a la joven hasta unas cataratas donde, después de apuñalarla a golpe de tijera, le corta la cabeza. El inspector Geiger (Patrick Bauchau) busca ayuda en el entomólogo inválido John MacGregor (Donald Pleasence), especialista en insectos necrófagos, para analizar los restos de una cabeza hallada en avanzado estado de descomposición. La pericia del científico permite calcular la fecha del crimen, que coincide con la primera de una serie de desapariciones que asolan el lugar. Jennifer Corvino (Jennifer Connelly), hija de un famoso actor norteamericano, llega al colegio Ricardo Wagner, un prestigioso internado femenino. Mrs. Bruckner (Daria Nicolodi), una de las principales profesoras, acompaña a la joven desde el aeropuerto. Durante el viaje. Jennifer manifiesta poseer un raro don de comunicación con los insectos. Sofia (Federica Mastroianni), compañera de habitación de la recién llegada, explica a ésta los rumores sobre un asesino de adolescentes que merodea por los alrededores. Por la noche, Jennifer entra en un estado de sonambulismo, sale de la habitación y es testigo del asesinato de una joven. Poco después, encuentra en su camino un chimpancé, que la conduce hasta la mansión de John MacGregor. El extraño poder de Jennifer con los insectos llama rápidamente la atención del entomólogo, que le suplica que vuelva a visitarle. Los días en el internado no son fáciles para Jennifer, que se siente rechazada por sus compañeras. Sólo experimenta cierta complicidad con Sofía, pero ésta es asesinada. La noche del crimen, una luciérnaga sirve a Jennifer de guía hasta un guante lleno de larvas que el asesino ha perdido. La joven se acerca a la casa de MacGregor para mostrarle su hallazgo. Al día siguiente, ante las constantes humillaciones de sus compañeras, Jennifer provoca una demostración de poder absoluto, atrayendo miles de insectos que envuelven por completo el exterior de la escuela. La joven escapa del cerco médico al que es inmediatamente sometida y se refugia en la casa de su amigo entomólogo. MacGregor idea un plan para detectar al asesino: la joven debe seguir el vuelo de un insecto que vive exclusivamente de cuerpos muertos, el gran necrófago. Éste, al recibir el olor que produce la putrefacción, la conducirá sin demora hasta el lugar en el que se encuentran los cadáveres de las víctimas. La búsqueda se inicia en el lugar en que despareció la turista danesa. Desde allí, Jennifer sigue el vuelo de la mosca necrófaga hasta la casa solitaria donde se cometió el primer crimen. Sorprendida por el agente inmobiliario de la finca, la joven se da a la fuga. Antes de que Jennifer pueda comunicarle el resultado de su aventura. MacGregor es asesinado. El chimpancé persigue al criminal con auténtica rabia, pero éste consigue escapar. Jennifer decide regresar a su país. Ante la imposibilidad de tomar un vuelo aquella misma noche, acepta el ofrecimiento de Mrs. Bruckner de dormir en la mansión de ésta. Allí, la joven descubre que el hijo de la profesora es el responsable de los crímenes, cometidos bajo la complicidad de su protectora madre. Después de una terrorífica huida por los interiores laberínticos de la mansión, Jennifer se enfrenta al hijo monstruoso, que la persigue hasta un lago, donde cientos de insectos acuden milagrosamente en ayuda de la joven. En la orilla, una Jennifer exhausta ve aparecer un coche. Es Morris, un enviado de su padre, que acude en su ayuda. La aparición de Mrs. Bruckner, todavía viva, da un nuevo giro a los acontecimientos: corta la cabeza del recién llegado con una plancha de metal y se dispone a hacer lo mismo con Jennifer. La providencial aparición del chimpancé de MacGregor que, armado con una navaja de afeitar, venga la muerte de su amo, salva la vida a la joven. El chimpancé y Jennifer se abrazan.

 

 

 

 

 

El inspector Geiger prisionero en los siniestros sótanos de Mrs. Bruckner.

 

 

 

  Misterioso asesinato en Suiza

 

 

Difícilmente podíamos imaginar que la densidad claustrofóbica en blanco y rojo con que se cerraba la anterior película de Argento nos llevaría al impresionante paisaje en verde intenso de las primeras imágenes de «Phenomena». Sin embargo, y al margen de la disparidad de espacios y de geografías de ambos films, la consigna fotográfica dominante en «Phenomena» parte de las coordenadas apuntadas en «Tenebrae» por Luciano Tovoli. En «Phenomena» se impone una análoga sujección al naturalismo circundante, del cual Romano Albani extrae una encomiable fuerza plástica, a partir del diálogo contrastado de colores: el blanco del vestido de la protagonista sobre el verde de los prados, o ese mismo vestido blanco en simbólica oposición con el negro del vestido de Mis. Bruckner. El crimen que abre «Phenomena» convoca una situación típica de cuento, en la que el cineasta no escatima crueldades. El érase una vez de una adolescente perdida en el bosque, que busca refugio en una casa de apariencia acogedora donde acecha una perversa criatura es un punto de partida que el espectador reconoce de inmediato, como integrante de una andadura de viajeros tan ilustres como Blancanieves, Pulgarcito, Caperucita Roja o Hansel y Gretel. Este primer crimen posee una vocación fundacional en relación al relato que precede, y por ello se convierte en un ámbito sagrado al que se deberá volver a fin de hacer justicia: un crimen suscrito al imaginario de los cuentos, que necesitará de otro cuento para ser vengado. La debilidad por la belleza turística que inspira el paisaje es neutralizada por el progresivo sentimiento de inquietud y soledad al que la protagonista de este breve primer cuento sin final feliz se ve condenada. La utilización de la música, la larga panorámica ascendente que descubre el paisaje en perpetuo conflicto con el viento, las características particulares que la steadycam contagia al plano, la alternancia de estos mismos planos siguiendo una cadencia elíptica que perturba la razón del tiempo y el espacio, sirven a Argento para dosificar la inminente aparición de lo innombrable, que tiene su límite cenital en el inesperado plano de las cadenas. Algo que debía permanecer encadenado se libera: si, en el cine de terror, el plano subjetivo se asemeja en ocasiones a una página en blanco que el espectador rellena con sus miedos, ¿qué mejor invitado para ocupar el vacío que ese ser insinuado tras las metonímicas cadenas? El inmediato interior de la casa ofrece un ejemplo perfecto de la utilización expresiva que hace Argento de la cámara: la aparente neutralidad del plano —una panorámica de seguimiento de la chica— se convierte, sin corte, en un plano subjetivo de la mirada criminal abalanzándose sobre la joven. Destaca, entonces, la fuerza que el cineasta extrae de las fálicas tijeras que invaden inmediatamente la pantalla, primero clavándose en el suelo y después en la mano de la turista, advirtiendo de su inminente implacabilidad cuando, en la posterior secuencia en la catarata, acaben por acuchillar el cuerpo entero de la víctima. Hay que señalar también, en ese sangriento clímax inaugural, la imaginativa instrumentalización del agua, primero como resonancia dramática de la violencia y, acto seguido, como precisa expresión de la muerte: en muy pocos segundos, Argento nos hace transitar desde las aguas salvajes de la cascada que se traga la cabeza seccionada, hasta el quietismo de esas otras aguas que reflejan el impotente cuerpo decapitado.

 

 

 

 

 

El ojo del giallo.

 

 

  Los viajes de Jennifer

 

 

Y así, Jennifer llegó a Suiza procedente del Nuevo Mundo para pasar su primera e inolvidable noche en el Colegio Ricardo Wagner para señoritas”.

«Phenomena» pone en pie un rite de passage —una niña va a hacerse mujer— tomando las formas del cuento y los excesos del giallo. La idea se halla presente, en mayor o menor medida, en algunos títulos anteriores, pero es en esta ocasión cuando se muestra con mayor solidez. El antropólogo y folklorista francés Arnold van Gennep, en su estudio ya clásico sobre estos característicos ritos, proponía una división del proceso en tres tiempos: separación / transición / incorporación. Durante la fase de transición, también llamada etapa liminal, los novicios entran en un territorio donde todo es posible, un ámbito diferenciado de todo lo aprendido hasta el momento, un lugar mágico que depara las sorpresas más abyectas, las imágenes más terroríficas. Qué mejor lugar que la Transilvania suiza del film, una zona mencionada siempre por los personajes como excepcional, perpetuamente agitada por el Phoen, un viento productor de locura, para asumir el peso de tan singular territorio de paso. A partir de la clausura ritual en ese espacio, la protagonista deberá encarar una sádica cadena de acontecimientos sucios y excesivos: sonambulismo enfermizo, relación antinatural con los insectos, soledad estricta, dolor sin concesiones, una sucesión deformada de figuras paternales que van a ser sistemáticamente eliminadas (MacGregor, inspector Geiger, Morris), la inmersión en un receptáculo con agua podrida por el contagio de cadáveres en descomposición, una Madre Terrible que hace por su hijo monstruoso lo que la madre de Jennifer no hizo por ella… Un muestrario de formas y figuras simbólicas que ilustran un imaginario hiperbólico de la libido, pero también las dudas, miedos y heridas que deben cauterizar para que de su cicatrización nazca la nueva Jennifer Corbino. «Phenomena» es una obra fronteriza en la que cohabitan sin traumatismos el relato policial, el giallo, el cuento de hadas encubierto y el rite de passage. En el fondo se trata de un regreso a las costas de «Suspiria», aunque despojado del artificio plástico technicolorista, y al servicio de una estructura de guión menos hetereodoxa. Si en «Suspiria» Argento elegía para el papel protagonista a Jessica Harper, sugestionado por la similitud que la actriz guardaba con el rostro de la Blancanieves de Disney, en «Phenomena» el cineasta consigue una perfecta encarnación de la heroína del cuento en la hermosa Jennifer Connelly. El film documenta, en un involuntario ejercicio de cinema verité, el intangible paso que va de la niña a la adolescente, a través de una trama de marcada impronta ritual. «Phenomena» nos propone, en su superficie, una historia de detectives cuyas características harían palidecer a los más curtidos componentes de este selecto gremio. Un entomólogo inválido, una adolescente y una mosca se inician en el campo de la investigación criminal, en lo que pudiera ser el piloto de una futura serie de televisión dirigida por David Lynch. La búsqueda de un asesino psicópata al que nunca vemos el rostro, una inusual arma blanca que reclama constante protagonismo en el plano, la debilidad por la violencia gráfica y la paralela investigación policíaca son algunos registros de giallo que se organizan en tomo a tan increíble peripecia detectivesca. Pero lo que verdaderamente cohesiona al film es la voluntad de hacer de «Phenomena» un imposible título Disney, que baraje los cuentos maravillosos con la tradición cinematográfica del terror puro. El influjo de «Blancanieves y los siete enanitos» asoma ya en las secuencias que narran la primera noche de Jennifer en el colegio y sus alrededores. Recordemos que, en el film de Disney, Blancanieves era llevada al bosque por el cazador que debía matarla. Gracias al arrepentimiento final del verdugo, la joven era abandonada a su suerte y se enfrentaba a la oscuridad y a los monstruos del lugar. Del frenesí terrorífico que la invadía pasaba a la calma, al superar sus miedos imaginarios. Contando con la complicidad y guía de los animales del bosque, con los cuales mantenía una comunicación absoluta, la heroína llegaba hasta la confortable casa de los enanitos. Un itinerario similar es el que recorre Jennifer Corbino después de presenciar el crimen y caer de la cornisa. Atrapada todavía en su crisis de sonambulismo, la joven vaga desconcertada por las calles, sube a un auto que está a punto de atropellarla y cae del mismo para ir rodando hasta la espesura del bosque, donde encuentra la paz de la mano de los insectos y la compañía de un chimpancé que la lleva hasta la casa del entomólogo inválido. Este inolvidable personaje, que interpreta Donald Pleasense, tiene el cometido de instruir a la joven siguiendo la función de los ancianos sabios de los cuentos. Dos de sus consejos serán decisivos para la supervivencia de Jennifer. El primero la liberará del encantamiento que suponen sus crisis de sonambulismo, que pueden dejarla a merced del asesino; el segundo, muchas secuencias después, la alertará de la proximidad de ese asesino, al descubrir en el lavabo de la mansión de Mrs. Bruckner la inusual presencia de larvas del necrófago. El tratamiento que el cineasta otorga a las relaciones entre Jennifer y los insectos extrae su fortuna de la fibra mágica de los cuentos: la secuencia en que la joven sigue a la luciérnaga hasta el guante del criminal ilustra a la perfección los resultados de la puesta en marcha de tal sensibilidad. En otros momentos, sin embargo, la naturaleza del insecto es tan revulsiva que genera en el espectador un ambiguo rosario de sensaciones.

 

 

 

 

 

Clase acelerada de entomología criminal.

 

 

  La casa de la bruja

 

 

Uno de los pasos necesarios del ritual del film consiste en llegar al espacio del crimen inaugural, operación que sólo puede llevarse a cabo cuando la heroína consigue canalizar su poder, asumiendo el rol para el cual estaba predestinada, pero no debidamente preparada. El viejo shaman MacGregor le proporciona la última herramienta, el objeto carismático de los cuentos, la varita mágica como él mismo oportunamente la llama, que no es otra cosa que ese insecto superlativo conocido como gran necrófago. Las fuerzas del Mal vuelven a estar representadas por una madre y su hijo monstruoso, fruto de una violación brutal. Como la mayoría de asesinos que pueblan las ficciones de Dario Argento, Mrs. Bruckner lleva una doble vida: es, a la vez, una profesora de carácter benefactor y una ogresa y Madre Terrible que consiente y protege los crímenes y las oscuras perversiones de su cachorro. En Mrs. Bruckner recala la imagen de la bruja de los cuentos que disfraza su maldad para engañar a la heroína. Es su lado amable el que, a la manera de la bruja disfrazada de honorable viejecita en Blancanieves, convence a Jennifer para que la joven acepte pasar la noche en su casa. La llegada de las dos mujeres a la casa está recogida mediante un hermoso plano que, partiendo de ellas, se abre progresivamente para mostrarnos la mansión y, mediante una panorámica, el lago que tanta importancia física y simbólica poseerá en el clímax previo al desenlace. En el interior del hogar de la maestra se produce el clásico protocolo de preguntas y respuestas de los cuentos, que va enrareciendo la atmósfera y afilando el inminente estallido de la violencia:

“—¿Por qué están tapados los espejos?

Ya te dije que no vivo sola, tengo un hijo pequeño. Está muy enfermo. Cubro los espejos por él. No le gusta verse en ellos”.

También podemos descubrir, en el inmediato ofrecimiento de pastillas que Mrs. Bruckner da a la adolescente, una referencia a la manzana envenenada que la bruja regala a Blancanieves, y que ella ingiere después de vencer la desconfianza. La larga secuencia del lavabo, en la que Jennifer intenta vomitar la pastilla, es un episodio clave para la supervivencia de la joven (Argento había llegado a concebir visualmente la mostración del trayecto de la pastilla a través del esófago de la joven pero no pudo llevar a cabo ese reto técnico, que acabó desarrollando en «La sindrome di Stendhal»), El cineasta describe el proceso sin omitir detalle, subrayando el aspecto ritual de ese instante decisivo en que la joven afirma su heroica decisión de luchar contra las fuerzas del infierno. La concepción escenográfica de la casa se alinea con algunos de los anteriores trabajos de Argento, que trataban las arquitecturas bajo un prisma simbólico de definición maternal. La mansión de Mrs. Bruckner es una extensión de su cuerpo dedicada a la protección del hijo monstruoso, pero también un cuerpo de madre por el que Jennifer debe transitar siguiendo una ordalía iniciática, primero hacia dentro y después hacia fuera. El dramatismo ritual se completa con una doble inmersión acuática: un pozo lleno de aguas fecales y restos de cadáveres en el vientre de la casa, y el lago en el que Jennifer se sumerge para huir del monstruo, y del que renacerá debidamente convertida en mujer. La concentración de horrores y violencia a los que se somete a la protagonista en la última parte del film no es un mero capricho sádico. Unas palabras de Bruno Bettelheim (‘Psicoanálisis de los cuentos de hadas’) arrojan luz al respecto, cerrando el mecanismo de cuento que exhibe «Phenomena»:

Tolkien afirma que los aspectos imprescindibles de un cuento de hadas son fantasía, superación, huida y alivio; superación de un profundo desespero, huida de un enorme peligro y, sobre todo, alivio. Al hablar del final feliz, Tolkien acentúa el hecho de que es algo que debemos encontrar en todos los cuentos de hadas completos. Es un cambio alegre y repentino… Por muy fantásticas o terribles que sean las aventuras, el niño, o la persona que las oye, toma aliento, su corazón se dispara y está a punto de llorar, cuando se produce el cambio final”.

Con la inesperada aparición de Mrs. Bruckner decapitando a Morris, la situación para Jennifer se recrudece. La aparición del chimpancé con la navaja vengando a MacGregor pone punto final al cruento proceso tensional, y trae consigo el obligado cambio: el alivio que sigue a la catarsis.

 

 

 

 

 

El profesor MacGregor y su peluda ayudante.

 

 

 


  Cadáveres exquisitos

 

 

—McGregor. Aunque quizás sea éste el film de Argento menos obsesionado por la puesta en crimen como objetivo en sí (el trayecto iniciático de Jennifer es lo que organiza de veras su interés) cabe destacar, al margen del asesinato inicial de la turista, la muerte del entomólogo McGregor. El Phoen, el omnisciente viento al que el entomólogo culpabilizaba de los crímenes del lugar, sirve de efectivo prolegómeno a su muerte. El asesino aprovecha un descuido de Inga, el fiel chimpancé del científico, para introducirse en su casa. Inga queda en el exterior y, consciente del peligro que corre su amo, hará lo indecible para poder llegar hasta él y protegerle. Por una vez, un animal va a estar del lado de la víctima. Argento aboga por una puesta en crimen de sobria adjetivación, que contrasta con el formato de sequenza lunga por el que había optado en situaciones similares con personajes cuya discapacitación les hacía más vulnerables al peligro: Daniel, el ciego de «Suspiria», y Kazanian, el anticuario tullido de «Inferno». McGregor, alarmado por los gritos del chimpancé, baja por el elevador que tiene conectado en la escalera. Al pie de la misma le aguarda una figura familiar en el cine de Argento: una silueta con gabardina y sombrero, que en el clímax del film se revelará como una nueva madre terrible… Atrapado en su silla de ruedas, sometido al movimiento descendente de la plataforma y envuelto en una semioscuridad que no le deja ver. MacGregor no puede evitar el encuentro mortal con la inefable arma blanca —una lanza desmontable— que esgrime su inesperado visitante: un primer plano de la misma entrando ferozmente en cuadro nos permite apreciar el destello de su filo —marca de fábrica del cineasta—, y el inapelable recorrido que culmina en el siguiente plano de McGregor acuchillado. A ese descenso hacia la muerte le sucede la remarcada quietud de la víctima. Por encima de su efecto perturbador, ese instante de inmovilidad sobre el personaje parece querer homenajear al gran actor que lo interpreta: Donald Pleasence.

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