Vidas imaginarias
Schwob Marcel
Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 23 de agosto de 1867 - París, 26 de febrero de 1905) fue un escritor, crítico literario y traductor judío francés, autor de relatos y de ensayos donde combina erudición y experiencia vital. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal, muy próxima al simbolismo.
Hijo de una familia judía acomodada e ilustrada, instalada en Nantes en 1875 (su padre, que llegó a escribir una obra de teatro con Julio Verne, compró allí el diario Le Phare de la Loire), se trasladó a París para seguir sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand, en donde reveló sus dotes como políglota. Fracasó en su intento de ingresar en la Escuela Normal Superior, pero en 1888 obtuvo la licenciatura de letras.
En 1884, descubrió a Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), que será uno de sus modelos y a quien traducirá. Fue también un apasionado del argot, en especial del lenguaje de los coquillards medievales, utilizado por Villon en sus baladas en jerga. Schwob publicó unas series de textos breves, a mitad de camino entre el relato y los poemas en prosa, en los que crea procedimientos literarios que tendrán influencia en autores posteriores. Así, el Libro de Monelle (1894) es precursor de Los alimentos terrestres, de André Gide, y La cruzada de los niños (1896) prefigura de Mientras agonizo, de William Faulkner, lo mismo que Las puertas del paraíso de Jerzy Andrzejewski. Igualmente, Jorge Luis Borges escribió que Vidas imaginarias (1896) fue el punto de partida de su narrativa al tomarlo como modelo para su Historia universal de la infamia.
En 1900, se casó con la actriz Marguerite Moreno, a la que había conocido en 1895. De salud muy delicada, Schwob emprenderá viaje a Jersey y a Samoa, y escribirá un relato del accidentado viaje a la isla polinesia, en donde Stevenson acababa de morir. Falleció poco después de regresar a Francia, a la edad de 37 años. Fue inhumado en el Cementerio de Montparnasse.
RECOPILADOR: DR. ENRICO PUGLIATTI.
***
Marcel Schwob
ESTUDIO PRELIMINAR
"Ayer
Schwob estuvo en casa hasta las dos de la mañana. Me pareció como si tomara
entre sus dedos finos mi cerebro y le diera vueltas, poniéndolo a la luz.
Hablaba de Esquilo, comparándolo con Rodin. Analizaba Los siete contra Tebas y
la rivalidad de Eteocles y Polínices y la manera geométrica, arquitectural, en
que esta obra se halla compuesta: tantos enemigos contra tantos, tantos versos,
diez por ejemplo, para cada jefe. . . De pronto la lámpara se apagó. Encendí
las velas del piano. El rostro de Schwob quedó en la sombra. Siento que ese
muchacho ejercerá en mí una influencia enorme."
Aquel 20 de
marzo de 1891 Jules Renard escucha durante horas a su sereno y meticuloso
encantador, sin ocasión, deseos, ni fuerzas, tal vez, para escapar del
subyugamiento. Pero el acaso llega para librarlo transitoriamente, la sombra
que arrebata el rostro al seductor le da un respiro y en ese respiro entra
justo el reconocimiento de su condición de subyugado; alcanza para eso antes
de que renazca el influjo.
Lo sucedido
aquella noche supone una relación y una situación que se repiten con cada
lectura de Schwob, porque el aura de "encantamiento" que se
desprendía del hombre, ha pasado intacta, cuando no crecida, a lo que escribió.
Es esta cualidad primordial de la obra lo que en seguida percibe el lector y lo
que lo envuelve de punta a cabo, de la primera a la última línea,
placenteramente. Después, cuando "se apaga la lámpara y hay que encender
las velas del piano", no se puede evitar que la curiosidad pique, queremos
desentrañar el misterio, descubrir los elementos de que se compone el embrujo,
saber "qué hay adentro"
Uno de los
primeros que se embarcó en la indagación fue Remy de Gourmont. "El genio
particular de Schwob es una especie de sencillez pavorosamente compleja, que
hace que, mediante la disposición y armonía de una serie de detalles justos y
precisos, sus narraciones den la sensación de un detalle único. La ironía de
estos cuentos y relatos biográficos raramente aparece acentuada (...); por lo
general, es más bien latente, se difunde en sus páginas como una veladura a
primera vista apenas perceptible. Schwob, en el curso de su narración, nunca
siente la necesidad de hacer comprender sus invenciones, no es en modo alguno
explicativo, y ello aguza la impresión de ironía por el contraste natural que
se descubre ante un hecho que nos parece maravilloso o abominable y la brevedad
desdeñosa de un cuento".
Esta estimación
de Remy de Gourmont encierra des claves que nos permiten entrever el mecanismo
por dentro. Una está en lo referido a "la disposición y armonía de una
serie de detalles justos y precisos. . ." Todas las narraciones de Schwob
parecerían estar armadas alrededor de una sucesión breve de estos detalles
"justos y precisos". Irrumpen con calculada intermitencia en el
relato para jugar un papel inusitado, porque así se trate de la narración de un
rasgo –físico o de carácter–, de la mención de la circunstancia en la que
encuadra tal o cual hecho o de la parca indicación de un acontecimiento
cósmico, lo que tienen en común es siempre su índole insólita. Y, sin embargo,
están intercalados en la narración como avales de veracidad y cumplen con su
cometido a la perfección. Casi desmienten lo contado una vez por Merimée:
"Si la elección del detalle es desdichada, ya no hay ilusión. Un marinero
contaba que había visto al fantasma de su capitán, muerto algunos días antes.
–Salía de la gran escotilla con su sombrero de tres picos. . .
–Cuéntale eso a
los soldados –dijo uno de sus compañeros–. Fantasmas se ven con bastante
frecuencia, pero con sombrero de tres picos, nunca. . .".1
Pues bien; los
cuentos "desdeñosamente cortos" de Schwob están atinadamente
salpicados de fantasmas con sombrero de tres picos, sin los cuales todo lo
demás resultaría falaz, o por lo menos improbable.
Acaso fuera ese
su camino para alcanzar a expresar su realidad tal como el admirado Stevenson
había configurado la suya: "El realismo de Stevenson es perfectamente
irreal y (...) por eso es todopoderoso. Stevenson no miró nunca las cosas sino
con los ojos de su imaginación (...). Ya habíamos encontrado en muchos
escritores el poder de realzar la realidad con el color de las palabras; yo no
sé si podría encontrarse fuera de él imágenes que, sin la ayuda de las
palabras, sean más violentas que las imágenes reales (...), son imágenes
irreales, puesto que ningún ojo humano podría verlas en el mundo que conocemos.
Y sin embargo son, hablando con propiedad, la quintaesencia de la
realidad".2
Esto va por los
detalles. Nos queda ahora la segunda clave, la de la tenuidad de la ironía y
la en apariencia improcedente naturalidad, con ribetes de displicencia, con que
se trata lo maravilloso y abominable.
La relación de
atrocidades y maravillas con tono neutro, despojado de todo énfasis, pero
sustentada por una ironía apenas discernible aunque siempre actuante y
sostenida por una cadencia que registra sin alharaca la magnitud de las
emociones, puede ser vista como una variante de aquella "prosa
apasionada" en la que pensó De Quincey, habida cuenta de que "la
pasión puede ser durante mucho tiempo contenida por la meticulosidad y la
ironía", según comentó Pierre Leyris.
Es probable que
el punto de encuentro y de fusión del detalle exacto y desquiciado y de la
prosa cálida y ponderada –parienta del "milagro de una prosa musical sin
ritmo y sin rima, lo bastante dúctil y lo bastante dura como para adaptarse a
los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, los
sobresaltos de la conciencia", ambicionado por Baudelaire– sea el foco del
cual emane el sortilegio.
Pero lo que
importa, para nuestra dicha y regocijo, es que ninguna inspección lo anula ni
recorta, pervive v está cerca, podemos desentendernos de los engranajes
recónditos y disfrutarlo, sin perjuicio de volver a hurgar en sus entrañas,
cuando ya lo hayamos atravesado, para descifrar otras mil explicaciones
posibles.
Los
historiadores de la literatura ubicaron a Schwob en el "simbolismo",
marbete puesto a un momento de la historia de las letras para el cual Hubert
Juin juzgó forzoso encontrar una "definición coherente, exacta y de
aplicación constantemente segura". "Lo que se sabe, con toda evidencia
–explicó– es que entre 1885 y 1900 una cierta poesía agonizaba y que otra, con
tanteos extraños, se esforzaba por nacer. Y nos acostumbramos, para no perder
tiempo, a llamar parnasianos a los moribundos y simbolistas a los innovadores.
Los historiadores puristas introdujeron, en ese instante y en ese lugar,
sutilezas de acomodamiento: hay, dijeron, decadentes que no son simbolistas y
versolibristas que, bien vistos, no son ni decadentes ni simbolistas,
a decir verdad". Fue Bretón
quien en
1911 advino para
1
Merimée, P.: Oeuvres completes, Eludes de littérature russe, t. 1, París, H.
Champion, 1931.
2
Schwob, M.: Spicilége, 1896 (en Jarry, Schwob et Stevenson, por Anne de Latis,
Dosiers acenonétes du Collége de Pataphysique, n° 5).
sentenciar tajante que "a decir
verdad, no hay decadente que no haya sido simbolista o versilibrista y a la
recíproca", 3 dictamen al cual se pliega Juin.
Allí está
Schwob, entre simbolistas y decadentes, más cerca de estos últimos, junto a
ellos, unido a ellos por los rasgos en común que se creyó encontrarles; y está
aquí, sobre todo aquí, en las Vidas imaginarias, solo, magnífico superviviente,
salvado por lo único que cada hombre llega a poseer realmente de sí mismo, sus
rarezas.
Los mecanismos
persuasivos y desconcertantes que arma, figuraciones de ese su fantástico
"sin espectros ni fantasmas", pero con profusión de alucinados
"cuyas alucinaciones bastan para espantarnos" 4, asienta
en su inconmensurable erudición, en esa cultura "un poco talmúdica que de
todo hacía acopio" 5. El principio de esa cultura se remonta a
los más tempranos días de la infancia.
Su padre fue
condiscípulo de Gustave Flaubert, amigo de Théophile Gautier, a quien
admiraba, y aventuró algunas líneas en el Corsaire Satán, la publicación de
Baudelaire. En 1849 incurrió en un vaudeville intitulado Abdallah, que nunca
fue representado ni publicado, en connivencia con otro de sus amigos, Julio
Verne.
En 1882 la
familia Schwob decidió enviar a su hijo a estudiar en París, donde tendría que
vivir con su tío León Cahun, hermano de su madre, Mathilde. Este tío era el muy
docto autor de unos cuantos libros y ocupaba el cargo de bibliotecario en jefe
de la Biblioteca Mazarine, en el Instituto de Francia. Y ese, el Instituto de
Francia, fue el primer alojamiento de Marcel en París.
Pero agregadas
a su educación convencional, que fue esmeradísima, hubo muchas lecturas,
diversas y constantes. Con el tiempo, nada de lo literario le fue extraño.
Llegó a conocer al dedillo y a barajar con deslumbrante soltura las letras
griegas, latinas, medievales y sobre todo, las inglesas, que prefirió. Marcel
Schneider 6 escribió que en Meredith aprendió la paciencia para las
observaciones minuciosas, y que satisfizo su gusto por lo maravilloso y
extraordinario con la lectura de Shakespeare, Poe y los ingleses del siglo XIX,
Stevenson y Swimburne en particular.
Le tocó vivir
el tiempo ya señalado para siempre con "el sobrenombre tan famoso como
peligroso de bélle époque, apodo hasta cierto punto explicable si se acepta que
"de 1880 a 1910 Francia conoció la más grande epidemia de risa de su
historia. Los diarios cómicos se contaban por decenas y Le Rire (La Risa)
tiraba 150.000 ejemplares"7. Se reía en el music-hall, en el
circo, en el café concert...
Levantados y
envueltos por este jolgorio se expandían los Catulle Mendés y los Louis
Veuillot, ovacionados por la gente de orden; y moría sin escándalo Lautreamont
y vivían malamente Verlaine, Rimbaud, Corbiére, Laforgue. . ., sin que se diera
por enterada la "élite poseedora de los secretos de la elegancia y del
buen gusto, dada a lo exquisito y a lo refinado"8.
3
Juin, H.: "Des fanatiques de l'ecriture: les symbolistes", Magazine
Littéraire, n° 52, París, mayo 1971.
4
France, Anatole: Le Temps, 12 de julio de 1891.
5
Juin, H.: Prólogo a Le roi au masque d'or / Vies imaginaires / La croisade des
enfants, París, U.G.E., 1979.
6
Schneider, M.: La littérature fantastique en Franco, París. Fayad, 1964.
7
Carriére, J. C: Humour 1900 (Presentación), París, Edit. Ju. 1963.
8
Juin, H.: "Chiméres fin de siécle". Magazine Littéraire, N° 35,
París, diciembre de 1969.
Hubo dos
mujeres en la vida de Schwob. Una se llamó Louise, y de ella poco y nada se
sabe. Una prostituta, insinúan como al pasar las malas lenguas: una pobre
obrera, afirman con benevolencia las almas rectas. Era, según parece, una
chiquilina pequeña y endeble que abusaba del café y del tabaco, según cuenta
Pierre Champion. Se convirtió en la Monelle del Livre de Monelle y murió
abatida por la pobreza y la tuberculosis a pesar de los muchos cuidados que
Schwob le prodigó. La otra fue Marguerite Moreno, la celebérrima y talentosa
actriz de la Comedia Francesa. Su relación fue larga –se encontraron en enero
de 1895 y se separaron a la muerte de Schwob, diez años después– y poco común–
pues por entonces hizo presa de él una enfermedad de la cual sólo se sabe que
fue extraña y atroz. "A fines de aquel mismo año –refiere su biógrafo, el
ya citado Pierre Champion– fue operado por primera vez. Luego tuvo que
soportar cuatro operaciones más debido a un mal misterioso que los médicos
diagnosticaban de modo diverso. Desde entonces Schwob fue sólo un inválido
condenado a arrastrar una vida lánguida y precaria, mutilado, herido
irreparablemente en su dignidad de hombre. . .". No obstante, contrajeron
matrimonio en Londres en setiembre de 1900. La enfermedad le carcomió cuerpo y
alma. Agriado el carácter, se tornó intratable y poco a poco fue quedando
solo. En octubre de 1901 se embarcó hacia las Samoa, en la estela de su querido
y admirado Stevenson, quien allí había muerto y estaba enterrado y al que los
nativos evocaban con cariño como al "tusitala", "el que cuenta
historias". En marzo de 1902 regresó a París y, sobreponiéndose a los
embates renovados de la enfermedad, continuó viajando y trabajando hasta el 26
de febrero de 1905, fecha de su muerte, a los 37 años de su nacimiento,
acaecido en Chaville, distrito de Versailles, el 23 de agosto de 1867.
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