jueves, 15 de septiembre de 2022

Vidas imaginarias Marcel Schwob. LITERATURA DE RESCATE.


 

Vidas imaginarias

 

Schwob Marcel

Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 23 de agosto de 1867 - París, 26 de febrero de 1905) fue un escritor, crítico literario y traductor judío francés, autor de relatos y de ensayos donde combina erudición y experiencia vital. La brevedad de su vida no le impidió desarrollar una obra singular y personal, muy próxima al simbolismo.

Hijo de una familia judía acomodada e ilustrada, instalada en Nantes en 1875 (su padre, que llegó a escribir una obra de teatro con Julio Verne, compró allí el diario Le Phare de la Loire), se trasladó a París para seguir sus estudios en el Liceo Louis-le-Grand, en donde reveló sus dotes como políglota. Fracasó en su intento de ingresar en la Escuela Normal Superior, pero en 1888 obtuvo la licenciatura de letras.

En 1884, descubrió a Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), que será uno de sus modelos y a quien traducirá. Fue también un apasionado del argot, en especial del lenguaje de los coquillards medievales, utilizado por Villon en sus baladas en jerga. Schwob publicó unas series de textos breves, a mitad de camino entre el relato y los poemas en prosa, en los que crea procedimientos literarios que tendrán influencia en autores posteriores. Así, el Libro de Monelle (1894) es precursor de Los alimentos terrestres, de André Gide, y La cruzada de los niños (1896) prefigura de Mientras agonizo, de William Faulkner, lo mismo que Las puertas del paraíso de Jerzy Andrzejewski. Igualmente, Jorge Luis Borges escribió que Vidas imaginarias (1896) fue el punto de partida de su narrativa al tomarlo como modelo para su Historia universal de la infamia.

En 1900, se casó con la actriz Marguerite Moreno, a la que había conocido en 1895. De salud muy delicada, Schwob emprenderá viaje a Jersey y a Samoa, y escribirá un relato del accidentado viaje a la isla polinesia, en donde Stevenson acababa de morir. Falleció poco después de regresar a Francia, a la edad de 37 años. Fue inhumado en el Cementerio de Montparnasse.

RECOPILADOR: DR. ENRICO PUGLIATTI.

***

Marcel Schwob

ESTUDIO PRELIMINAR

 

"Ayer Schwob estuvo en casa hasta las dos de la mañana. Me pareció como si tomara entre sus dedos finos mi cerebro y le diera vueltas, poniéndolo a la luz. Hablaba de Esquilo, comparándolo con Rodin. Analizaba Los siete contra Tebas y la rivalidad de Eteocles y Polínices y la manera geométrica, arqui­tectural, en que esta obra se halla compuesta: tantos enemigos contra tantos, tantos versos, diez por ejemplo, para cada jefe. . . De pronto la lámpara se apagó. En­cendí las velas del piano. El rostro de Schwob quedó en la sombra. Siento que ese muchacho ejercerá en mí una influencia enorme."

Aquel 20 de marzo de 1891 Jules Renard escucha durante horas a su sereno y meticuloso encantador, sin ocasión, deseos, ni fuerzas, tal vez, para escapar del subyugamiento. Pero el acaso llega para librarlo transitoriamente, la sombra que arrebata el rostro al seductor le da un respiro y en ese respiro entra justo el reconocimiento de su condición de subyugado; al­canza para eso antes de que renazca el influjo.

Lo sucedido aquella noche supone una relación y una situación que se repiten con cada lectura de Schwob, porque el aura de "encantamiento" que se desprendía del hombre, ha pasado intacta, cuando no crecida, a lo que escribió. Es esta cualidad primordial de la obra lo que en seguida percibe el lector y lo que lo envuelve de punta a cabo, de la primera a la última línea, placenteramente. Después, cuando "se apaga la lámpara y hay que encender las velas del piano", no se puede evitar que la curiosidad pique, quere­mos desentrañar el misterio, descubrir los elementos de que se compone el embrujo, saber "qué hay adentro"

Uno de los primeros que se embarcó en la indaga­ción fue Remy de Gourmont. "El genio particular de Schwob es una especie de sencillez pavorosamente compleja, que hace que, mediante la disposición y armonía de una serie de detalles justos y precisos, sus narraciones den la sensación de un detalle único. La ironía de estos cuentos y relatos biográficos raramente aparece acentuada (...); por lo general, es más bien latente, se difunde en sus páginas como una veladura a primera vista apenas perceptible. Schwob, en el curso de su narración, nunca siente la necesidad de hacer comprender sus invenciones, no es en modo alguno explicativo, y ello aguza la impresión de ironía por el contraste natural que se descubre ante un hecho que nos parece maravilloso o abominable y la breve­dad desdeñosa de un cuento".

Esta estimación de Remy de Gourmont encierra des claves que nos permiten entrever el mecanismo por dentro. Una está en lo referido a "la disposición y armonía de una serie de detalles justos y precisos. . ." Todas las narraciones de Schwob parecerían estar ar­madas alrededor de una sucesión breve de estos deta­lles "justos y precisos". Irrumpen con calculada in­termitencia en el relato para jugar un papel inusitado, porque así se trate de la narración de un rasgo –fí­sico o de carácter–, de la mención de la circunstancia en la que encuadra tal o cual hecho o de la parca indicación de un acontecimiento cósmico, lo que tienen en común es siempre su índole insólita. Y, sin em­bargo, están intercalados en la narración como avales de veracidad y cumplen con su cometido a la perfección. Casi desmienten lo contado una vez por Merimée: "Si la elección del detalle es desdichada, ya no hay ilusión. Un marinero contaba que había visto al fan­tasma de su capitán, muerto algunos días antes. –Sa­lía de la gran escotilla con su sombrero de tres picos. . .

–Cuéntale eso a los soldados –dijo uno de sus com­pañeros–. Fantasmas se ven con bastante frecuencia, pero con sombrero de tres picos, nunca. . .".1

Pues bien; los cuentos "desdeñosamente cortos" de Schwob están atinadamente salpicados de fantasmas con sombrero de tres picos, sin los cuales todo lo demás resultaría falaz, o por lo menos improbable.

Acaso fuera ese su camino para alcanzar a expre­sar su realidad tal como el admirado Stevenson había configurado la suya: "El realismo de Stevenson es perfectamente irreal y (...) por eso es todopoderoso. Stevenson no miró nunca las cosas sino con los ojos de su imaginación (...). Ya habíamos encontrado en muchos escritores el poder de realzar la realidad con el color de las palabras; yo no sé si podría encon­trarse fuera de él imágenes que, sin la ayuda de las palabras, sean más violentas que las imágenes rea­les (...), son imágenes irreales, puesto que ningún ojo humano podría verlas en el mundo que conocemos. Y sin embargo son, hablando con propiedad, la quin­taesencia de la realidad".2

Esto va por los detalles. Nos queda ahora la se­gunda clave, la de la tenuidad de la ironía y la en apariencia improcedente naturalidad, con ribetes de displicencia, con que se trata lo maravilloso y abomi­nable.

La relación de atrocidades y maravillas con tono neutro, despojado de todo énfasis, pero sustentada por una ironía apenas discernible aunque siempre actuante y sostenida por una cadencia que registra sin alharaca la magnitud de las emociones, puede ser vista como una variante de aquella "prosa apasionada" en la que pensó De Quincey, habida cuenta de que "la pasión puede ser durante mucho tiempo contenida por la me­ticulosidad y la ironía", según comentó Pierre Leyris.

Es probable que el punto de encuentro y de fusión del detalle exacto y desquiciado y de la prosa cálida y ponderada –parienta del "milagro de una prosa musical sin ritmo y sin rima, lo bastante dúctil y lo bastante dura como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación, los sobresaltos de la conciencia", ambicionado por Baudelaire– sea el foco del cual emane el sortilegio.

Pero lo que importa, para nuestra dicha y regocijo, es que ninguna inspección lo anula ni recorta, pervive v está cerca, podemos desentendernos de los engranajes recónditos y disfrutarlo, sin perjuicio de volver a hur­gar en sus entrañas, cuando ya lo hayamos atravesado, para descifrar otras mil explicaciones posibles.

Los historiadores de la literatura ubicaron a Schwob en el "simbolismo", marbete puesto a un momento de la historia de las letras para el cual Hubert Juin juzgó forzoso encontrar una "definición coherente, exacta y de aplicación constantemente segura". "Lo que se sabe, con toda evidencia –explicó– es que entre 1885 y 1900 una cierta poesía agonizaba y que otra, con tanteos extraños, se esforzaba por nacer. Y nos acostumbramos, para no perder tiempo, a llamar par­nasianos a los moribundos y simbolistas a los inno­vadores. Los historiadores puristas introdujeron, en ese instante y en ese lugar, sutilezas de acomodamiento: hay, dijeron, decadentes que no son simbolistas y versolibristas que, bien vistos, no son ni decadentes  ni  sim­bolistas, a decir  verdad". Fue Bretón quien  en  1911 advino para

 

 

 

1 Merimée, P.: Oeuvres completes, Eludes de littérature russe, t. 1, París, H. Champion, 1931.

2 Schwob, M.: Spicilége, 1896 (en Jarry, Schwob et Stevenson, por Anne de Latis, Dosiers acenonétes du Collége de Pataphysique, n° 5).

sentenciar tajante que "a decir verdad, no hay decadente que no haya sido simbolista o versilibrista y a la recíproca", 3 dictamen al cual se pliega Juin.

Allí está Schwob, entre simbolistas y decadentes, más cerca de estos últimos, junto a ellos, unido a ellos por los rasgos en común que se creyó encontrarles; y está aquí, sobre todo aquí, en las Vidas imaginarias, solo, magnífico superviviente, salvado por lo único que cada hombre llega a poseer realmente de sí mismo, sus rarezas.

 

Los mecanismos persuasivos y desconcertantes que arma, figuraciones de ese su fantástico "sin espectros ni fantasmas", pero con profusión de alucinados "cu­yas alucinaciones bastan para espantarnos" 4, asienta en su inconmensurable erudición, en esa cultura "un poco talmúdica que de todo hacía acopio" 5. El principio de esa cultura se remonta a los más tempranos días de la infancia.

Su padre fue condiscípulo de Gustave Flaubert, ami­go de Théophile Gautier, a quien admiraba, y aven­turó algunas líneas en el Corsaire Satán, la publica­ción de Baudelaire. En 1849 incurrió en un vaudeville intitulado Abdallah, que nunca fue representado ni publicado, en connivencia con otro de sus amigos, Julio Verne.

En 1882 la familia Schwob decidió enviar a su hijo a estudiar en París, donde tendría que vivir con su tío León Cahun, hermano de su madre, Mathilde. Este tío era el muy docto autor de unos cuantos libros y ocupaba el cargo de bibliotecario en jefe de la Bi­blioteca Mazarine, en el Instituto de Francia. Y ese, el Instituto de Francia, fue el primer alojamiento de Marcel en París.

Pero agregadas a su educación convencional, que fue esmeradísima, hubo muchas lecturas, diversas y constantes. Con el tiempo, nada de lo literario le fue extraño. Llegó a conocer al dedillo y a barajar con deslumbrante soltura las letras griegas, latinas, me­dievales y sobre todo, las inglesas, que prefirió. Marcel Schneider 6 escribió que en Meredith aprendió la paciencia para las observaciones minuciosas, y que satisfizo su gusto por lo maravilloso y extraordinario con la lectura de Shakespeare, Poe y los ingleses del siglo XIX, Stevenson y Swimburne en particular.

Le tocó vivir el tiempo ya señalado para siempre con "el sobrenombre tan famoso como peligroso de bélle époque, apodo hasta cierto punto explicable si se acepta que "de 1880 a 1910 Francia conoció la más grande epidemia de risa de su historia. Los dia­rios cómicos se contaban por decenas y Le Rire (La Risa) tiraba 150.000 ejemplares"7. Se reía en el mu­sic-hall, en el circo, en el café concert...

Levantados y envueltos por este jolgorio se expan­dían los Catulle Mendés y los Louis Veuillot, ovacio­nados por la gente de orden; y moría sin escándalo Lautreamont y vivían malamente Verlaine, Rimbaud, Corbiére, Laforgue. . ., sin que se diera por enterada la "élite poseedora de los secretos de la elegancia y del buen gusto, dada a lo exquisito y a lo refinado"8.

 

 

 

3 Juin, H.: "Des fanatiques de l'ecriture: les symbolistes", Magazine Littéraire, n° 52, París, mayo 1971.

4 France, Anatole: Le Temps, 12 de julio de 1891.

5 Juin, H.: Prólogo a Le roi au masque d'or / Vies imaginaires / La croisade des enfants, París, U.G.E., 1979.

6 Schneider, M.: La littérature fantastique en Franco, París. Fayad, 1964.

7 Carriére, J. C: Humour 1900 (Presentación), París, Edit. Ju. 1963.

8 Juin, H.: "Chiméres fin de siécle". Magazine Littéraire, N° 35, París, diciembre de 1969.

Hubo dos mujeres en la vida de Schwob. Una se llamó Louise, y de ella poco y nada se sabe. Una prostituta, insinúan como al pasar las malas lenguas: una pobre obrera, afirman con benevolencia las almas rectas. Era, según parece, una chiquilina pequeña y endeble que abusaba del café y del tabaco, según cuenta Pierre Champion. Se convirtió en la Monelle del Livre de Monelle y murió abatida por la pobreza y la tuberculosis a pesar de los muchos cuidados que Schwob le prodigó. La otra fue Marguerite Moreno, la celebérrima y talentosa actriz de la Comedia Francesa. Su relación fue larga –se encontraron en enero de 1895 y se separaron a la muerte de Schwob, diez años des­pués– y poco común– pues por entonces hizo presa de él una enfermedad de la cual sólo se sabe que fue extraña y atroz. "A fines de aquel mismo año –refiere su biógrafo, el ya citado Pierre Champion– fue ope­rado por primera vez. Luego tuvo que soportar cuatro operaciones más debido a un mal misterioso que los mé­dicos diagnosticaban de modo diverso. Desde entonces Schwob fue sólo un inválido condenado a arrastrar una vida lánguida y precaria, mutilado, herido irreparable­mente en su dignidad de hombre. . .". No obstante, con­trajeron matrimonio en Londres en setiembre de 1900. La enfermedad le carcomió cuerpo y alma. Agriado el carácter, se tornó intratable y poco a poco fue que­dando solo. En octubre de 1901 se embarcó hacia las Samoa, en la estela de su querido y admirado Steven­son, quien allí había muerto y estaba enterrado y al que los nativos evocaban con cariño como al "tusitala", "el que cuenta historias". En marzo de 1902 regresó a París y, sobreponiéndose a los embates renovados de la enfermedad, continuó viajando y trabajando hasta el 26 de febrero de 1905, fecha de su muerte, a los 37 años de su nacimiento, acaecido en Chaville, distrito de Versailles, el 23 de agosto de 1867.

 

Julio Pérez Millán

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