Preguntas a Borges
MVLL: Discúlpeme usted, Jorge
Luis Borges, pero lo único que se me ocurre para comenzar esta entrevista es
una pregunta convencional: ¿cuál es la razón de su visita a Francia?
JLB: Fui invitado a dos congresos
por el Congreso por la Libertad de la Cultura, en Berlín. Fui invitado también
por la deutsche Regierung, por el
gobierno alemán, y luego mi gira continuó y estuve en Holanda, en la ciudad de
Ámsterdam, que tenía muchas ganas de conocer. Luego, mi secretaria María Esther
Vásquez y yo seguimos por Inglaterra, Escocia, Suecia, Dinamarca y ahora estoy
en París. El sábado iremos a Madrid, donde permaneceremos una semana. Luego,
volveremos a la patria. Todo esto habrá durado poco más de dos meses.
MVLL: Tengo entendido que asistió
al coloquio que se ha celebrado recientemente en Berlín entre escritores
alemanes y latinoamericanos. ¿Quiere darme su impresión de este encuentro?
JLB: Bueno, este encuentro fue
agradable en el sentido de que pude conversar con muchos colegas míos. Pero en
cuanto a los resultados de esos congresos, creo que son puramente negativos. Y,
además, parece que nuestra época nos obliga a ello, yo tuve que expresar mi
sorpresa —no exenta de melancolía— de que en una reunión de escritores se
hablara tan poco de literatura y tanto de política, un tema que me es más bien,
bueno, digamos tedioso. Pero, desde luego, agradezco haber sido invitado a ese
congreso, ya que para un hombre sin mayores posibilidades económicas como yo,
esto me ha permitido conocer países que no conocía, llevar en mi memoria muchas
imágenes inolvidables de ciudades de distintos países. Pero, en general, creo
que los congresos literarios vienen a ser como una forma de turismo, ¿no?, lo
cual, desde luego, no es del todo desagradable.
MVLL: En los últimos años, su
obra ha alcanzado una audiencia excepcional aquí, en Francia. La Historia universal de la infamia y la Historia de la eternidad se han
publicado en libros de bolsillo, y se han vendido millares de ejemplares en
pocas semanas. Además de L’Herne,
otras dos revistas literarias preparan números especiales dedicados a su obra.
Y ya vio usted que en el Instituto de Altos Estudios de América Latina tuvieron
que colocar parlantes hasta en la calle, para las personas que no pudieron
entrar al auditorio a escuchar su conferencia. ¿Qué impresión le ha causado
todo esto?
JLB: Una impresión de sorpresa.
Una gran sorpresa. Imagínese, yo soy un hombre de sesenta y cinco años, y he
publicado muchos libros, pero al principio esos libros fueron escritos para mí,
y para un pequeño grupo de amigos. Recuerdo mi sorpresa y mi alegría cuando
supe, hace muchos años, que de mi libro Historia
de la eternidad se habían vendido en un año hasta treinta y siete
ejemplares. Yo hubiera querido agradecer personalmente a cada uno de los
compradores, o presentarles mis excusas. También es verdad que treinta y siete
compradores son imaginables, es decir son treinta y siete personas que tienen
rasgos personales, y biografía, domicilio, estado civil, etcétera. En cambio,
si uno llega a vender mil o dos mil ejemplares, ya eso es tan abstracto que es
como si uno no hubiera vendido ninguno. Ahora, el hecho es que en Francia han
sido extraordinariamente generosos, generosos hasta la injusticia conmigo. Una
publicación como L’Herne, por
ejemplo, es algo que me ha colmado de gratitud y al mismo tiempo me ha abrumado
un poco. Me he sentido indigno de una atención tan inteligente, tan perspicaz,
tan minuciosa y, le repito, tan generosa conmigo. Veo que en Francia hay mucha
gente que conoce mi «obra» (uso esta palabra entre comillas) mucho mejor que
yo. A veces, y en estos días me han hecho preguntas sobre tal o cual personaje:
«¿Por qué John Vincent Moon vaciló antes de contestar?». Y luego, al cabo de un
rato, he recapacitado y me he dado cuenta que John Vincent Moon es protagonista
de un cuento mío y he tenido que inventar una respuesta cualquiera para no
confesar que me he olvidado totalmente del cuento y que no sé exactamente las
razones de tal o cual circunstancia. Todo eso me alegra y, al mismo tiempo, me
produce como un ligero y agradable vértigo.
MVLL: ¿Qué ha significado en su
formación la cultura francesa? ¿Algún escritor francés ha ejercido una
influencia decisiva en usted?
JLB: Bueno, desde luego. Yo hice
todo mi bachillerato en Ginebra, durante la Primera Guerra Mundial. Es decir,
que durante muchos años el francés fue, no diré el idioma en el que yo soñaba o
en el que sacaba cuentas, porque nunca llegué a tanto, pero sí un idioma
cotidiano para mí. Y, desde luego, la cultura francesa ha influido en mí, como
ha influido en la cultura de todos los americanos del sur, quizá más que en la
cultura de los españoles. Pero hay algunos autores que yo quisiera destacar
especialmente y esos autores son Montaigne, Flaubert —quizá Flaubert más que
ningún otro—, y luego un autor personalmente desagradable a través de lo que
uno puede juzgar por sus libros, pero la verdad es que trataba de ser
desagradable y lo consiguió: Léon Bloy. Sobre todo me interesa en Léon Bloy esa
idea suya, esa idea que los cabalistas y el místico sueco Swedenborg tuvieron
pero que sin duda él sacó de sí mismo, la idea del universo como una suerte de
escritura, como una criptografía de la divinidad. Y en cuanto a la poesía, creo
que usted me encontrará bastante pompier,
bastante vieux jouer, rococó, porque
mis preferencias en lo que se refiere a poesía francesa siguen siendo La Chanson de Roland, la obra de Hugo,
la obra de Verlaine y —pero ya en un plano menor—, la obra de poetas como
Paul-Jean Toulet, el de Les Contrerimes.
Pero hay sin duda muchos autores que no nombro que han influido en mí. Es
posible que en algún poema mío haya algún eco de la voz de ciertos poemas
épicos de Apollinaire, eso no me sorprendería. Pero si tuviera que elegir un
autor (aunque no hay absolutamente ninguna razón para elegir un autor y descartar
los otros), ese autor francés sería siempre Flaubert.
MVLL: Se suele distinguir dos
Flaubert: el realista de Madame Bovary y La educación sentimental, y el de las
grandes construcciones históricas, Salambó
y La tentación de San Antonio. ¿Cuál
de los dos prefiere?
JLB: Bueno, creo que tendría que
referirme a un tercer Flaubert, que es un poco los dos que usted ha citado.
Creo que uno de los libros que yo he leído y releído más en mi vida es el
inconcluso Bouvard y Pécuchet. Pero
estoy muy orgulloso, porque en mi biblioteca, en Buenos Aires, tengo una editio princeps de Salambó y otra de La
tentación. He conseguido eso en Buenos Aires y aquí me dicen que se trata
de libros inhallables, ¿no? Y en Buenos Aires no sé qué feliz azar me ha puesto
esos libros entre las manos. Y me conmueve pensar que yo estoy viendo
exactamente lo que Flaubert vio alguna vez, esa primera edición que siempre
emociona tanto a un autor.
MVLL: Usted ha escrito poemas,
cuentos y ensayos. ¿Tiene predilección por alguno de esos géneros?
JLB: Ahora, al término de mi
carrera literaria, tengo la impresión que he cultivado un solo género: la
poesía. Salvo que mi poesía se ha expresado muchas veces en prosa y no en
verso. Pero como hace unos diez años que he perdido la vista, y a mí me gusta
mucho vigilar, revisar lo que escribo, ahora me he vuelto a las formas
regulares del verso. Ya que un soneto, por ejemplo, puede componerse en la
calle, en el subterráneo, paseando por los corredores de la Biblioteca
Nacional, y la rima tiene una virtud mnemónica que usted conoce. Es decir, uno
puede trabajar y pulir un soneto mentalmente y luego, cuando el soneto está más
o menos maduro, entonces lo dicto, dejo pasar unos diez o doce días, y luego lo
retomo, lo modifico, lo corrijo, hasta que llega un momento en que ese soneto
ya puede publicarse sin mayor deshonra para el autor.
MVLL: Para terminar, le voy a
hacer otra pregunta convencional: si tuviera que pasar el resto de sus días en
una isla desierta con cinco libros, ¿cuáles elegiría?
JLB: Es una pregunta difícil,
porque cinco es poco o es demasiado. Además, no sé si se trata de cinco libros
o de cinco volúmenes.
MVLL: Digamos, cinco volúmenes.
JLB: ¿Cinco volúmenes? Bueno, yo
creo que llevaría la Historia de la
declinación y caída del Imperio romano de Gibbon. No creo que llevaría
ninguna novela, sino más bien un libro de historia. Bueno, vamos a suponer que
eso sea en una edición de dos volúmenes. Luego, me gustaría llevar algún libro
que no comprendiera del todo, para poder leerlo y releerlo, digamos la Introducción a la filosofía de las
Matemáticas de Russell, o algún libro de Henri Poincaré. Me gustaría llevar
eso también. Ya tenemos tres volúmenes. Luego, podría llevar un volumen
cualquiera, elegido al azar, de una enciclopedia. Ahí ya podría haber muchas
lecturas. Sobre todo, no de una enciclopedia actual, porque las enciclopedias
actuales son libros de consulta, sino de una enciclopedia publicada hacia 1910
o 1911, algún volumen de Brockhaus, o de Mayer, o de la Encyclopædia Britannica, es decir, cuando las enciclopedias eran
todavía libros de lectura. Tenemos cuatro. Y luego, para el último, voy a hacer
una trampa, voy a llevar un libro que es una biblioteca, es decir, llevaría la
Biblia. Y en cuanto a la poesía, que está ausente en este catálogo, eso me
obligaría a encargarme yo, y entonces no leería versos. Además, mi memoria está
tan poblada de versos que creo que no necesito libros. Yo mismo soy una especie
de antología de muchas literaturas. Yo, que recuerdo mal las circunstancias de
mi propia vida, puedo decirle indefinidamente y tediosamente versos en latín,
en español, en inglés, en inglés antiguo, en francés, en italiano, en
portugués. No sé si he contestado bien a su pregunta.
MVLL: Sí, muy bien, Jorge Luis
Borges. Muchas gracias.
París, noviembre de 1963
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