Iowa,
1965-1967
En aquellos
años la narrativa latinoamericana era poco difundida en Estados Unidos. Había
muy pocas traducciones de las obras que se estaban escribiendo. La poesía, en
cambio, era mucho más accesible y valorada. De modo que cuando mi padre propuso
a la Universidad de Iowa hacer un curso sobre narrativa latinoamericana contemporánea, sus colegas lo miraron sorprendidos.
Fui el primero
en hablar de literatura latinoamericana. Me preguntaron por qué quería enseñar
«Spanish literature» y no «Spanish poetry» y les dije: «I will show you».
Insistí y me salí con la mía.
Consiguió, no
sin dificultad, todos los libros que quería enseñar. Fue el primero en nombrar
a Sábato, a Cortázar y a Borges en esa universidad.
Creó dos talleres literarios, un seminario sobre Proust y otro sobre escritura,
al que no asistieron demasiados alumnos, aunque entre ellos estuvo el escritor
John Wideman, hoy autor de una decena de destacadas novelas.
Años después,
en un seminario de homenaje a los setenta años de mi padre, John Wideman
recordó lo definitorio que fueron para él estos talleres y lo sorprendente que
José Donoso era como profesor. Destacó especialmente
sus técnicas y las formas que sugería a sus alumnos para acercarse a la
literatura:
Describiré una
típica clase. Ésta funcionaba como una pequeña democracia. Pepe se mantenía muy
quieto y alerta. No existía la jerarquía, la razón por la que estábamos ahí se
debía a que éramos todos escritores, nadie tenía asignado un rol privilegiado.
Pienso que tanto como aprender a escribir, Pepe nos
enseñó a leer, desde muchas perspectivas.
Se entregaban
los manuscritos y éstos eran estudiados minuciosamente por el profesor y por el
resto de los alumnos. Cada clase era una sorpresa, pues estaba dedicada al
escritor cuyo trabajo se estaba discutiendo, se entablaba un diálogo de dos o
más horas sobre ese texto. El regalo de Pepe fue proveernos
de ese entorno, de ese encuentro.
Otro ángulo
particular era que el manuscrito sometido a discusión en el taller no tenía
firma, ninguna referencia. Durante el debate los lectores siempre tenían la
última palabra. Pepe, de alguna manera, reproducía para nosotros la situación
como de hecho son leídos los manuscritos en el mundo, pues cuando uno escribe
un libro no puede viajar para explicar cómo debe
leerse. Así que en este taller de escritura, los manuscritos debían hablar por
sí mismos, todas las respuestas a las preguntas debían estar en sus páginas.
A mi padre
siempre le gustó ser profesor. Disfrutaba especialmente enseñar a apreciar la
lectura, a descifrarla, a interpretar el mundo escondido detrás de cada novela
particular y única. Cuando vuelve definitivamente a Chile,
en 1980, creará nuevamente un taller literario que funcionará de ese mismo modo
y que motivará a toda una generación a escribir y a publicar sus trabajos.
Iowa era
entonces un lugar de gran efervescencia intelectual, confluyendo importantes
escritores y personalidades del mundo literario a través de conferencias y
seminarios. Eran profesores de la universidad autores como Nelson Algren y Vance Bourjaily; el novelista irlandés Bill Murria, el filipino
Ben Santos y con quien fueron grandes amigos, Kurt Vonnegut Jr., autor de obras
tan populares como Mother Night (Madre
noche), Cat’s Cradle (Cuna de gato), Slaughterhouse Five (Matadero cinco).
Su fama crecía
cada vez más. Su taller era el más popular y concurrido, y de él salieron
grandes escritores, como John Irving (El mundo según Garp), Gail Godwin (The
Old Woman), John Casey (An American Romance) y
Nicholas Meyer (Elemental, Doctor Freud).
Una noche
fueron invitados a una fiesta organizada por Jane y Kurt Vonnegut en honor a
Saul Bellow —autor de Herzog y futuro Premio Nobel—,
quien dictaba una conferencia en la universidad. La fiesta resultó muy animada,
se compartió el amor por la literatura, la amistad,
la comida y la bebida.
Entre los invitados
estaba Nelson Algren con su mujer, Betty. Algren, que despertó mucha curiosidad
y entusiasmo por su bullado romance unos años antes con Simone de Beauvoir y
por la dedicatoria que ella le había hecho en su libro más famoso, Los mandarines, hizo que todos estuvieran pendientes de sus
palabras. Algren hablaba románticamente sobre la pobreza y dijo que prefería a los pobres latinoamericanos porque
«tenían dignidad».
Mi padre, en
total desacuerdo, le alegó que ninguna miseria podía ser digna. A Nelson Algren
no pareció importarle nada su molestia y siguió hablando como si nada. Pero mi
madre, a pesar de las advertencias que mi padre le había hecho antes de llegar
a la fiesta y de exigirle que no fuera a tocar el tema de la Simone de Beauvoir, de todas formas lo hizo y lo recuerda así:
Mi tentación
fue más grande que mis buenos propósitos y le pregunté a Algren por ella. Con
tino, como «al pasar», a propósito de algo muy pertinente según yo. «¡A
propósito de nada!», me dijo Pepe más tarde, entre furioso y divertido por el
resultado de mi indiscreción. Algren me contestó sin inmutarse y habló de ella
con gran entusiasmo y admiración: «Beauvoir is quite
a guy... we had great times together, I showed her the electric chair and
everything... yea, Beauvoir is quite a guy...» («La Beauvoir es una chica
estupenda... lo pasamos muy bien juntos, yo le mostré la silla eléctrica y
todo... sí, la Beauvoir es una chica estupenda»).
A la fiesta
llegaron también Gail Godwin, con aspecto de femme fatale,
y John Irving, dos de las figuras más importantes de
la narrativa norteamericana de los ochenta. También estaban entre el grupo que
rodeaba a Saul Bellow, Lenny y Paul Schrader. Lenny era alumno de mi padre y
Paul estudiaba cine (luego sería uno de los más renombrados directores
cinematográficos, sus películas Taxi Driver y American Gigolo lo consagraron como guionista y director).
Era una época
llena de inquietudes, nuevas ideas y grandes
amistades que dejaría huellas para siempre. En una carta a su suegro, fechada
el 22 de enero de 1966, le cuenta:
Hay proyectos
cada dos minutos... no sé cuál de todos resultará. Espero que los más
grandiosos, porque algunos, de veras, son realmente grandiosos y muy
interesantes. Pero como usted siempre se ríe de mí porque vivo haciendo proyectos,
aunque no puede negar que algunos por lo menos me
resultan, no le voy a contar nada hasta que haya algún resultado.
Este semestre
será más lo que voy a enseñar que lo que voy a escribir. Tengo que hacer un
seminario sobre la novela latinoamericana en traducción al inglés, que será
interesante, pero que significa bastante trabajo de investigación. En fin, no
puedo quejarme. Pocos la tendrán tan buena como yo.
Además, me voy a enseñar a mí mismo Coronación, lo que es buena
propaganda. Ha estado nevando y el lago está helado y todo alrededor es blanco.
Por entonces
comienza a tomar forma en su cabeza un proyecto que le ofrece a la Universidad
de Iowa: un taller literario latinoamericano, para el cual pretende becar a
quince novelistas de la región con cinco mil dólares, además de gastos de viaje. El propósito es que dejen de hacer
trabajos para subsistir y puedan instalarse en Iowa dedicados exclusivamente a
la escritura. El primer año trabajarían bajo su dirección y, luego, bajo la de
otros escritores.
Si resulta el
proyecto latinoamericano, yo tendría a mi cargo el primer taller, con un sueldo
de quince mil dólares al año por lo menos. Además, casi con seguridad tendría que hacer un viaje por toda Latinoamérica dando
a conocer el proyecto, «feeling around» y haciendo listas de las posibles
personas interesadas en venir y otra con los posibles profesores. Estoy muy
contento, significará que podremos ahorrar bastante dinero, lo que nos
asegurará un pasar más o menos discreto para los años venideros y no ser nunca
más un «príncipe consorte», como sé que algunas malas
lenguas han dicho de mí. Significará, creo, unos cuantos años de ausencia de
Chile... pero en este momento no quiero, o por lo menos no tengo interés en
volver a Chile a seguir arrastrándome en una vida miserable, llena de
sobresaltos sobre el mañana. Estoy en el momento más productivo de mi vida.
Buenas o malas, el año pasado escribí y terminé dos novelas. No me puedo quejar.
Con tanta actividad, la escritura de El
obsceno pájaro de la noche se le hace cada vez más complicada. Mi madre,
mientras tanto, ha encontrado qué hacer. Toma cursos de literatura, filosofía y
religión. Su gran capacidad para las relaciones sociales le permite crearse un
mundo propio y ser querida por todos. En un libro muy posterior, el famoso
escritor John Irving, entonces alumno, recuerda a mi
madre paseando por los jardines de la universidad y confiesa haber sentido una
especie de amor platónico por ella.
En esta época
nace también su larga amistad con Jane, la mujer de Kurt Vonnegut, a quien
acompañará más tarde en sus últimos días, durante una estadía en Washington.
Mi madre
escribe:
Pepe anda como
león enjaulado con El pájaro royéndole el alma y no
puede llegar a escribir. Es tanto lo que se muere por
hacerlo que va de nuevo a tratar de organizarse empezando ahora con las tres
semanas de vacaciones que va a tener. Pepe siente que se le secó con tanto
tiempo, cuatro años, de no poder escribirlo y lo ha dejado, al menos por el
momento, aunque es lo único que quiere hacer.
Los
tratamientos de fertilidad continúan y aprovechan la estadía en Iowa para consultar a algunos especialistas.
El doctor aquí
ha pedido que le den a María Pilar la píldora del doctor sueco, y parece que
aunque es difícil conseguirla se la van a dar, quizás. Este hecho me friega
bastante porque va a ser desagradable viajar en el verano por Latinoamérica con
una mujer en las primeras etapas de preñez, es sabido que la píldora sueca
produce nacimientos múltiples: trillizos lo menos, a
veces hasta cuatrillizos, y no me veo volviendo a Chile con cuatro Donositos
llenándome los brazos.
Para mi madre
la preocupación de su posible esterilidad tiene una connotación más dolorosa,
pero trata de restarle importancia, al menos frente a sus padres.
Si no tengo
guagua ahora, me voy a Extremadura, de donde salieron los Donoso, y adopto allí
una niñita, y luego a Castilla la Vieja, de donde
salieron los Serrano, y adopto un niñito y ya... me dejo de tanta complicación.
Mi padre
decide dejar de lado El obsceno pájaro de la noche
para escribir Este domingo. Lo termina un año más
tarde, en 1966. Es una historia en la que pensaba desde hacía mucho tiempo,
basada, en parte, en las ansias caritativas de su madre que la hacían ir a las
poblaciones más pobres de Chile, con objeto de
proteger y sentirse necesitada.
Logra terminar
este libro entre su estadía en Iowa y su viaje a Cuernavaca, México, donde van
a pasar dos meses de vacaciones una vez terminado el primer semestre
universitario, y posteriormente en las vacaciones de Navidad. Inmediatamente,
la editorial de Alfred Knopf la compra. Entusiastas informes de sus lectores la
encuentran superior a Coronación.
Aprovecha de
saldar cuentas con la Editorial Zig-Zag por el adelanto del viaje a Italia, a
quienes envía una carta el 19 de marzo de 1966:
Tengo en mi
poder copia del contrato por Tres metros
de cuerda y
un título posterior, El obsceno pájaro de la noche. Pues bien, no voy a
escribir Tres metros de cuerda y probablemente tampoco nunca
terminaré El obsceno pájaro de la noche. Siento que se me secó
finalmente, luego de tantos años de angustias de no poder escribirlo, o de
poder hacerlo sólo a ratos.
Les ofrezco a
cambio mi novela Este domingo, que ya ha sido
aceptada por Alfred Knopf Inc.
Finalmente, la
novela será publicada por la Editorial Zig-Zag en castellano, y en inglés por
la Editorial Alfred A. Knopf.
Ese mismo día,
agitado, le escribe a su padre:
Esto no es una
carta, es una nota apuradísima y urgentísima. Es necesario que en la próxima
media hora después de recibir esta carta, usted, papá, lleve Este domingo a los derechos de autor en la Universidad de
Chile, y la inscriba como propiedad mía. En caso de que legalmente no lo pueda
hacer, mi suegro tiene un poder notarial mío, para ocuparse de todos mis
asuntos, y entonces que lo haga él.
Es necesario
hacer esto porque, aunque quiero que esto sea secreto, los señores de Zig-Zag
están urdiendo cosas siniestras.
Le ruego
entonces que hable con la Georgina Durán, y que me inscriba los derechos de Este domingo como míos, en la sección Derechos de Autor en la
Biblioteca Nacional.
Un abrazo y
apúrese.
Pepe
Alberto Pérez,
un gran amigo desde la infancia, recibe una carta de
mi madre:
A partir del
24 de mayo, más o menos, nos vamos a México, donde Donoso piensa darle a una
nueva órbita. En México sale también este año una «nouvelle» que escribió a
principios del año pasado y que se llama Ríe
el eterno lacayo.
Como verás, después de un bloqueo de cinco años, los aires foráneos lo
fertilizaron a tal extremo que en un año escribió dos
libros, así que con tan bello antecedente volvemos por unos tres meses estas
vacaciones a México para luego volver a Iowa.
La nouvelle que estaba escribiendo terminará siendo El lugar sin límites, comenzada un tiempo antes en México,
durante su estadía en la casa de Carlos Fuentes.
Mientras pasan
sus vacaciones en Cuernavaca, son visitados por mis abuelos maternos y alteran
el ambiente ya bastante frágil en ese momento. Mi
padre está sintiendo toda clase de temores y su visión del mundo es
apocalíptica, como suele ocurrir cada vez que terminaba un libro.
Estoy en
pésimo estado. Tal vez la úlcera, tal vez María Pilar parlanchina ayer en la
mañana es lo que me tiene de pésimo humor y hace imposible concentrarme. De
pronto, estoy entero dudando de todo, la literatura
especialmente. ¿Vale la pena? ¿Es lo que quiero? ¿No es la gran farándula ante
mí mismo? What the hell! ¿Y mi matrimonio vale la pena?
¿Quiero a
María Pilar? ¿No es una cárcel para mí? ¿No es ella la que me está destruyendo
poco a poco, no soy yo el que la está dejando que me destruya?
¿O me estoy
destruyendo yo a través de ella?
Estoy
desesperado, con ganas de irme a alguna parte donde
no haya responsabilidad por mi tiempo, de nada, de nadie, donde no oiga la
máquina, donde no la oiga a ella, estoy desesperado por un blow-off salvaje.
Eso es lo que me tiene la úlcera en tan mal estado.
Es lo que me
hace odiar y detestarlo todo, esta casa, María Pilar, mis suegros, mi
literatura, mi trabajo, mis amigos, todo, absolutamente todo. Lo ideal sería
decirle a Carlos Fuentes: «Vamos...», y parrandear
una semana: volver con la salud hecha polvo, con un hangover feroz, pero
repuesto espiritualmente, daría mi vida por hacerlo así. Creo que volver a Iowa
va a ser sumamente difícil desde este punto de vista, y ya me estoy comenzando
a atemorizar.
El trabajo
durante el semestre en Iowa se le hace muy pesado y los dolores de úlcera lo
torturan. Los médicos lo revisan y las radiografías
indican que la úlcera está cerrada y que son las cicatrices las que le producen
el dolor que siente. Lo tratan con tranquilizantes.
Resultado,
ando como zombi, se puede caer la casa encima de mí, puede haber guerra
atómica, asesinato del Papa, lo que sea, y yo plácido y sonriente como un buda.
Estoy muy aburrido con esta invalidez, y a veces sueño con algo paradisíaco, como comerme una naranja o tomar una coca-cola helada.
Tengo cuarenta y un años. Estoy entrando en lo que puede y debe ser la fase más
productiva de mi vida, en que crearé, probablemente, todo aquello sobre lo cual
estará basado mi nombre y mi seguridad futura, y es necesario pelear contra la
enfermedad, contra la escasez de medios, contra todas las torpezas de la vida,
para aprovechar esta década de riqueza que se me está
abriendo.
La guerra de
Vietnam es la arista desagradable de Estados Unidos en ese momento. Pero en un
ambiente universitario como en el que viven, casi no existen personas a favor
de la política exterior de Johnson, de modo que todos marchan en protestas y
hay muchos activistas. Por supuesto, mi padre se da cuenta de que viven en un
mundo muy distinto del americano medio, proguerra de
Vietnam; aquel que no oye razones, pues todo le suena a comunismo. El hecho de
vivir en un país donde exista tal fermento de protesta, lo hace odiar su
política exterior, pero no a Estados Unidos ni a su gente. Por el contrario, mi
madre es apasionadamente politiquera y vibra con todo lo que está pasando.
Para escribir
con tranquilidad, mi padre decide pasar otra
temporada en México, en Guanajuato. Viven durante cuatro meses en una casa
increíble, una mansión dejada por opulentos mineros al abandonar las minas de
plata de esa región.
De vuelta en
Iowa persiste la imperiosa necesidad de encontrar el tiempo para retomar El obsceno pájaro de la noche. Un día, mi madre lo
sorprendió con cajas llenas de papeles, en dirección a la biblioteca de la universidad. Eran los diarios que él escribía desde
1951 y las cartas de amor entre ellos. Iba a vender todo para irse a vivir a
Europa. Estos cuadernos, que se conservan hasta hoy en la universidad, darán,
treinta y cinco años más tarde, mucho de que hablar al ser revelados por un
periodista de manera sensacionalista y poco académica.
Con la venta
de todo ese material, mi padre compró los pasajes que
los llevarán a Europa, donde sus vidas darán otro vuelco.
El 20 de mayo
de 1967 parten rumbo a Europa. Entonces escribe a Alberto Pérez:
Llego a
Madrid, de modo que si estás allá nos veremos y, como dice la divina Gabriela,
«hablaremos por una eternidad». Nuestro plan: tenemos plata como para vivir un
año y medio, más o menos, en España sin trabajar, yo escribiendo y terminando mi mágnum opus El
obsceno pájaro de la noche.
Pensamos hacer
nuestra vida alternando temporadas de sólo escribir en España, con temporadas
de trabajar y rellenar las faltriqueras en USA. Chile is out. Probablemente for
ever. Vendimos nuestra casa de Los Dominicos, con eso compraremos algo
permanente allá. Con la plata de los libros y de las traducciones de María
Pilar, y las temporadas de enseñanza en USA, y
teniendo casa, nos será fácil hacer nuestra vida en Europa. Adoptaremos una
niñita. Capaz que le pongamos Monserrat y le digamos «la Monsy», para que en
Chile nos encuentren ridículos y siúticos.
No nos
conformamos, eso sí, con pasar la vida separados de una de las poquísimas
personas que queremos de verdad. Eres el único amigo (fuera de algunos
profesionales, como Carlos Fuentes) que tengo. El
único con quien me sé comunicar enteramente. Y verás, lejos de los terrores
chilenos, floreceremos los tres. Además, podemos casar a tu hijo Albertito a
temprana edad con la Monsy, que será una catalana que mande fuerza para que lo
dome. Y así, poco a poco, nosotros iremos adoptando más y más niñitas, para
írselas entregando núbiles a tus hijos, que emigrarán
en masa a nuestra vera.
Te queremos,
como siempre, los dos.
Pepe
El destino
hará que esta niña, que seré yo, se llame Pilar, sea madrileña y termine
entregándose, no núbil, en Chile, a su primo hermano Cristóbal Donoso, creando
así un lazo sanguíneo directo de mi descendencia con mi padre.
Saben que
quieren vivir en Europa pero no dónde, piensan en Mallorca, pues una tía de mi madre vive ahí y les conseguiría una casa, o bien
en algún pueblo que sea barato y cerca de Madrid o de Barcelona. Piensan en
Aranjuez, melancólico y otoñal, decadente, pero mi padre teme que sea demasiado
muerto. Le escribe nuevamente a Alberto Pérez sobre las alternativas de
destino.
Quizás
Salamanca sería posible, y hay vida de pueblo y es todo baratísimo. Me atrae la
idea de tomar cursos, dicen que en letras es lo
mejorcito de España. ¿Qué otro sitio se te ocurre, que se avenga con nuestra
bolsa y nuestros gustos, un tanto tiesos y académicos? Tanto María Pilar como
yo vamos a tomar cursos. ¿Te das cuenta de que me conozco toda la poesía
inglesa del mundo, pero que a Lope y Calderón no los ubico para nada y que el Quijote lo
he leído a regañadientes...? Y uno se puede ir a
pasar sendos week-ends a Madrid a frivolear un poco de vez en cuando, o a
Lisboa.
Lisboa será la
decisión final que tomen. A mis padres les parecía un destino romántico y
también el lugar que mejor se adecuaba a su situación económica.
Ahora tengo
que dar la gran novela que los críticos me reclaman y que pienso que no tengo
por qué escribir, pero que tengo tantas ganas de escribir
que no me atrevo, y ahora tengo el tiempo y la plata; básicamente, de
conferencias, ahorros, comiendo mucho hamburger steak, y por la Universidad de
Iowa que me compró en unos buenos miles de dólares mis manuscritos y mi
carteggio. Y voy a tener que hacerlo, o enfrentarme con la posibilidad de
hacerlo.
De manera que
listos para dejar Estados Unidos, preparando la partida y definiendo bien qué hacer, la nostalgia de Chile renace en él ante la
perspectiva cada vez más lejana de volver. El tiempo que lleva sin ver a sus
padres, a la Nana, a sus sobrinos lo entristece. Sabe que lo difícil no es ir,
lo difícil es volver a salir, es desprenderse una vez más de todas las cosas
que tendría que dejar atrás para seguir viviendo la vida que lleva.
Así escribe a
sus padres en abril de 1967:
Aunque todos
los días hablamos de ustedes y de mi Nana y los echamos de menos, las
posibilidades de verlos de nuevo en un futuro más o menos cercano se alejan y
se alejan cada vez más.
¿No hay
posibilidades de que ustedes vayan a Europa a vernos?
Nosotros ya
preparando el viaje a Europa. Es una lástima que resulte complicado mandar
cosas a Chile, porque acabamos de regalar muchas
cosas que quizás hubieran sido útiles allá. Me acuerdo de otros tiempos, de las
maletas que llegaban de Europa, de los canastos inmensos llenos de cosas que
nos parecían maravillosas, y es una experiencia que, yo creo, azuzó mi
Wanderlust. Me gustaría que mis sobrinos también la tuvieran. Las etiquetas en
las maletas de mi abuelita, esos baúles de mi tía Raquel Echaurren, los
maletones de mí tía Clara y de mi tía Tránsito —estoy
viendo Valparaíso—. La Palisse escrito con tinta.
Yo he
trabajado mucho este año, me han tocado alumnos que son unos linces, hay seis
que están terminando novelas, y estoy absolutamente agotado, y sobre todo
frustrado por no haber escrito nada mío.
Este domingo sale aquí en el otoño y Kurt Vonnegut, que es
probablemente el más conocido de los escritores, me
va a hacer la crítica para el New York
Times.
Le ha encantado el libro, de modo que tengo esperanzas de que le vaya mejor que
a Coronación.
Bueno, mis
viejos queridos, hay tanto que contar, que mejor no seguir, tanto que echar de
menos, tanto que esperar, sobre todo volver a verlos.
Mi madre, a su
vez, escribe a sus padres:
Aunque si no
cambiamos de planes, lo que como dolorosamente saben
por experiencia es muy posible, partiremos en un barco de carga desde Nueva
York hacia Lisboa los primeros días de junio.
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