Jorge Luis Borges
El
aprendizaje del escritor
Título original: Borges on Writing
Jorge Luis Borges, 1972
Traducción: Julián Ezquerra
Diseño de cubierta: Eduardo Ruiz
INTRODUCCIÓN
Muchos lectores se han interesado tanto por las complejidades metafísicas de Borges que han olvidado que también tuvo que enfrentar el mismo problema que enfrentan todos los escritores: sobre qué escribir, de qué material hacer uso para escribir. Esta es acaso la tarea fundamental que un escritor debe enfrentar, puesto que marcará su estilo y moldeará su identidad literaria.
Borges escribió acerca de una
amplia gama de temas, pero en su trabajo más reciente ha vuelto a su punto de
origen. Los nuevos cuentos de El Aleph y
otros cuentos[1] y El
informe de Brodie están basados en la experiencia del joven que vivió en
los suburbios de Palermo, en la zona norte de Buenos Aires. En un largo ensayo
autobiográfico publicado en inglés en 1970, Borges describió esta parte de la
ciudad como hecha de «casas bajas y terrenos baldíos. Muchas veces me he
referido a esa zona como barriada. En Palermo vivía gente de familia bien
venida a menos y otra no tan recomendable. Había también un Palermo de
compadritos, famosos por las peleas a cuchillo, pero ese Palermo tardaría en interesarme,
puesto que hacíamos todo lo posible, y con éxito, para ignorarlo».
Esta es la clásica situación del
escritor. Borges, heredero de una línea distinguida de patriotas argentinos,
con sangre inglesa en las venas y héroes militares por ancestros, se encontró,
por motivos ajenos a su voluntad, viviendo en una comunidad decadente donde
todas las crudezas del Nuevo Mundo eran tristemente evidentes. En Palermo, la
guerra entre civilización y barbarie se peleaba todos los días.
Por un tiempo, Borges mantuvo a
Palermo fuera de su conciencia literaria. Casi todo joven escritor rehúye
escribir sobre la vida que lo rodea. Cree que es aburrida o vergonzosa. El
padre es el hastío; la madre, el regaño; el barrio, la decadencia y el tedio.
¿A quién puede interesarle? Por eso el joven escritor a menudo prefiere un tema
exótico y lo presenta de un modo sofisticadamente complejo y oscuro.
En alguna medida, Borges hizo lo
mismo. Aunque escribió algunos cuentos sobre Buenos Aires, se concentró
principalmente en temas literarios. «Vida y muerte le han faltado a mi vida» ha
escrito; también se ha referido a sí mismo como «contaminado de literatura».
Los resultados, en su escritura temprana, eran predecibles. En un momento
determinado, intentó «imitar prolijamente a dos escritores españoles barrocos
del siglo XVII, Quevedo y Saavedra Fajardo, que en su español árido y
severo creaban el mismo tipo de prosa que sir
Thomas Browne en Urne-Buriall. Yo
hacía todo lo posible por escribir latín en español, y el libro se desmoronaba
bajo el peso de sus complejidades y sus juicios sentenciosos». Después intentó
otro enfoque: llenó su obra con tantas expresiones argentinas como pudiera
encontrar y, como dijo, «introduje tantos localismos que muchos de mis
compatriotas casi no lo entendieron».
Y luego, mediante algún proceso
misterioso e inexplicable, aunque con cierta evidencia de madurez, Borges
empezó a dirigir su atención a la vida del Palermo suburbano. Después de los
laberintos y los espejos, la especulación filosófica respecto del tiempo y la
realidad, que ocuparon buena parte de su escritura temprana, Borges volvió cada
vez más a su propio patio trasero, y describió el proceso como estar «volviendo
poco a poco a la cordura, a escribir con cierta lógica tratando de facilitarle
las cosas al lector en vez de intentar deslumbrarlo con pasajes
grandilocuentes». Esto es también relevante para nosotros, en Nueva York,
porque el patio al que se refiere Borges, la ciudad moderna, es también nuestro
patio trasero. Buenos Aires podría ser el prototipo del centro urbano del siglo
veinte, sin historia ni carácter, sin ruinas incas ni aztecas, sin foro romano
ni acrópolis. Como Los Ángeles, Calcuta, San Pablo o Sídney, es una extensión
urbana que clama por que alguien le otorgue expresión.
Pero antes de que Borges pudiera
lidiar con su patio trasero, tuvo que barrer el detritus acumulado. Esto
significa principalmente que tuvo que desarmar el romanticismo del gaucho, en
quien recaía la supuesta representación del carácter argentino. Tuvo que ir más
allá de la dependencia fácil del color local a la que recurrió buena parte de
la literatura gauchesca. Y lo hizo mediante la simple observación: las anchas
pampas se convirtieron para él simplemente en una «distancia desmesurada» donde
«la casa más cercana era una especie de mancha en el horizonte». Los gauchos
pasaron a ser sencillamente peones de campo.
Una vez hecho este trabajo
preliminar, una vez que Borges reveló las cosas tal como eran en el campo, fue
entonces capaz de hacer lo mismo por la ciudad, y en el proceso se convirtió en
su portavoz. Esa es una de las causas de la universalidad de Borges. Sus
observaciones son siempre claras y directas; basta citar algunos fragmentos
para demostrarlo. Aquí está el inicio de «Historia de Rosendo Juárez», escrito
en 1969:
Serían las once de la noche, yo
había entrado en el almacén, que ahora es un bar, en Bolívar y Venezuela.
Nótese la autenticidad: no dice
que el bar estaba en una zona inhóspita o remota de la ciudad; no, está en la
esquina de Bolívar y Venezuela, que es decir en la esquina de Christopher y la
Séptima Avenida, o Wabash y Monroe. El mundo que nos ofrece es un mundo real:
no es una farsa, ni un montón de mitos prematuros, ni retazos de color local.
También adviértase el detalle acerca del bar, que antes fue un almacén. Esto
demuestra que el autor anduvo por la zona lo suficiente para conocer su tema.
Pueden confiar en él.
Con igual economía y competencia
introduce un personaje:
Benjamín Otálora cuenta, hacia
1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos
claros, de reciedumbre vasca;
Muchos de los atributos de la
vida argentina están resumidos aquí, en unas pocas palabras de descripción
física.
El camino abierto por Borges
tiene importancia para lectores y escritores de todas partes. Borges ha
demostrado que un escritor puede enfrentarse a sus experiencias de vida. No hay
nada de qué avergonzarse. Recientemente ha escrito: «He renunciado a las
sorpresas de un estilo barroco; también a las que quiere deparar un final imprevisto.
He preferido, en suma, la preparación de una expectativa a la de un asombro.
Durante muchos años creí que me sería dado alcanzar una buena página mediante
variaciones y novedades; ahora, cumplidos los setenta, creo haber encontrado mi
voz».
Borges es un escritor mundial
porque conoce todas las reglas y conoce cómo y cuándo romperlas. Su vida
literaria ha sido una larga lucha para liberar la palabra, para darle una
vitalidad nueva en una época en la que se ve constantemente amenazada. Borges
es un mago del lenguaje, pero como los mejores prestidigitadores y poetas, nos
hace sentir, cuando el truco es revelado y el poema dicho, que estuvo siempre
ahí, en algún lugar inexpresado dentro nuestro.
Carlos Fuentes ha escrito de
Borges que sin su prosa, hoy no habría novela hispanoamericana moderna. Pero su
influencia se ha extendido más allá de los confines de América Latina: Borges
ha ayudado a escritores del mundo entero. Esa es la razón por la que fue
invitado en la primavera de 1971 a hablar varias veces a los estudiantes
inscriptos en el programa de escritura de la Universidad de Columbia. Su
ceguera le impidió leer el trabajo de los estudiantes, pero con la ayuda de sus
colegas y de su traductor, Norman Thomas di Giovanni, pudo discutir sobre su
propia obra y, a partir del ejemplo, ayudar a otros con las suyas. En cada
ocasión, Borges y di Giovanni se quedaron durante aproximadamente dos horas, y
la audiencia, constituida por estudiantes y profesores, se mantuvo lo más
reducida posible para garantizar cierto grado de intimidad.
A fin de evitar la repetición
innecesaria, se decidió que cada una de estas reuniones fuera principalmente
dedicada a un solo tema: a la escritura de ficción, de poesía y de traducción.
A los presentes se les entregaron copias de uno de los cuentos de Borges, «El
otro duelo», media docena de poemas y varios ejemplos de la obra de Borges
traducidos por di Giovanni y otros. Para el seminario de ficción, di Giovanni
leyó el cuento línea por línea y Borges interrumpió cada vez que quiso hacer
comentarios o discutir sobre asuntos técnicos. Después tuvo lugar una
conversación general y Borges explicó cómo transformó gradualmente su material
en un cuento. Para el encuentro de poesía, se siguió el mismo método: di
Giovanni leyó los poemas lentamente permitiendo los comentarios de Borges. En
el momento de las preguntas, Borges discutió la utilidad de las formas métricas
tradicionales y la necesidad de conocer la propia herencia literaria. El
seminario sobre traducción, naturalmente, involucró a di Giovanni más
íntimamente como participante, quien explicó la manera en que trabajaron juntos
para pasar los cuentos y los poemas de Borges al inglés. Cada una de las tres
ocasiones fue informal. El humor y la modestia de Borges ayudaron a hacerlas agradables,
como lo hicieron el carácter no pretencioso y directo de di Giovanni. Las tres
reuniones, entonces, otorgaron a los estudiantes de Columbia y a sus profesores
la posibilidad de examinar de cerca la obra de un autor mayor con el beneficio
de sus propios comentarios.
El texto de este libro está
basado en las transcripciones de una grabación magnetofónica de las tres
reuniones. La corrección editorial se mantuvo al mínimo con el fin de preservar
el sabor de las ocasiones reales.
Después de la última de sus
visitas a la Facultad de Artes, Borges asistió a una recepción preparada
conjuntamente para él, los estudiantes y los profesores del programa de
escritura. Allí habló en general de la situación del joven escritor, ya sea en
Buenos Aires o en Nueva York, y estos comentarios están incluidos en el
apéndice.
Nueva York, junio 1972
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