domingo, 5 de febrero de 2017

Élmer Mendoza LA PRUEBA DEL ÁCIDO.


Vuelve el detective Edgar «el Zurdo» Mendieta, protagonista de la novela Balas de plata, ahora encargado de investigar el asesinato de una bailarina de striptease llamada Mayra Cabral de Melo: el Zurdo nunca la vio bailar, pero la había conocido meses atrás y le había dejado un buen recuerdo. Sus pesquisas lo llevarán a introducirse en el mundo del narco, que responde a la guerra que le ha declarado el gobierno mexicano. El país es un polvorín. El detective tendrá contacto con oscuros políticos y visitará una reserva de caza donde el padre del presidente de Estados Unidos acaba de sufrir un atentado. Junto a la agente Gris Toledo, su ayudante, que no pasa precisamente por su mejor momento, el Zurdo se enfrentará al FBI, al contrabando de armas y a extraños coleccionistas de objetos de rockeros. En su camino se cruzará de nuevo Samantha Valdés, que se ha convertido en jefa del Cártel del Pacífico. Y poco a poco, mientras lucha por librarse de sus demonios interiores, Mendieta vislumbrará las claves del asesinato de Mayra. Fuente: n.n.

Élmer Mendoza
LA PRUEBA DEL ÁCIDO
Edgar «el Zurdo» Mendieta - 02
Título original: La prueba del ácido
Élmer Mendoza, 2010
Para Leonor
 Hay una salpicadura de sangre en el origen de todo lo que es humano.
Guido Ceronetti, El silencio del cuerpo

¿Será tarea del escritor traer más miedo a este mundo?
Rubem Fonseca, Novela Negra

El miedo es lo que arma al asesino.
Patrizia Cavalli, Yo casi siempre duermo
 Uno
Ante una noche que crecía, Mayra Cabral de Melo se rindió, percibió que ese varón que abría la portezuela y la obligaba a bajar sería el último en su vida; que Dios, a pesar de su gran poder, no alteraría su destino; y que en algo, tal vez en todo, se había equivocado. Trastabilló. ¿Para cuántas cosas sirve un hombre? La ciudad era un frío ciclorama a su espalda. Para todo y para nada. El tipo, un enamorado de dos meses a quien últimamente evitaba, la conducía por la cintura con brusquedad castrense. Ay, Dios, después de tantos momentos especiales. Recordó que de niña había querido ser bombero, policía, enfermera, médico, futbolista, actriz, cantante, bailarina. Lo máximo del barrio y del país. La reina. Sí. Pero quemó su juventud como una nave llena de serpientes: noche tras noche, cuando el fuego más cala y envenena. Cuando asumes todos los nombres. En ese momento nada tenía sentido, lejos del sueño y de su espacio, tras ese gran almacén de granos, entre hierbas chaparras que no la lastimaban, con falda corta y blusa strapless, llevada por ese hombre alto con el que había bromeado y atendido invitados; y con quien se había acostado tantas veces, menos la última semana a pesar de su insistencia.
Sin embargo, minutos antes, cuando él la incitara ofreciéndole una cantidad exorbitante, ella consintió y le hizo un par de caricias que él rechazó irónicamente: porque no lo hacía con muertas. Vamos, mi vida, tranquilo, ¿te hago lo que tanto te gusta? Lo digo en serio. ¿De qué hablas?, ¿qué dices en serio? No hubo respuesta. ¿Hice algo mal, mi amor, mi osito de peluche? Si es así, ¿me perdonas? Él no se volvió a verla.
No terminó la carta a su madre ni le mandó el dinero. Pagó la luz, el agua y el teléfono. Fue al súper, el sábado pidió cita con el ginecólogo y la pedicura para el lunes, ¿y los mazatlecos? Olvidó, primera vez que le pasaba, el cumpleaños de Yhajaira, su compañera de casa. Nadie se burla de mí y menos una puta pendeja. Varias veces pensó comprar gas pimienta sin decidirse, ¿para qué? No era una ciudad de peligro extremo y en ese momento ni su bolso llevaba. Habían dejado en él los dieciocho mil dólares que su macho le había obsequiado para que no fuera a trabajar desde el viernes, la carta inconclusa, su crema relajante, sus pastillas para dormir y mucho más. Todo quedaría en poder de ese desgraciado, quien si la había acercado a personas importantes no era para tanto. ¿Por qué no guardé el dinero en casa? Por prisa. No quise ofenderte. ¡Cállate! Te hice millonaria, ¿qué más querías? Los hierbajos le rozaban las piernas pero ya no los sentía. Que no me amenazaras, mi rey, que no me intimidaras con tu ira cuando no quería estar contigo. Dejó pendiente hablar con. Escuchó el disparo y fue eso: la noche que crecía de súbito. Quedó de cara al cielo, hacia la luna blancuzca. El asesino se dio tiempo, un sujeto alto, algo grueso, pelo corto, no para cerrarle los ojos, sí para bajarle la blusa y cortarle un pezón oscuro.
Por la cercana carretera circulaba el olvido.
 Dos
Dos de la mañana. Edgar «el Zurdo» Mendieta se incorporó haciendo un ruido extraño al jalar aire con la boca. Sentía que buscaba en una cueva oscura que era su estómago y daba consigo mismo disminuido, asustado, sin pasado o futuro. Eso sentía. Moriré primero que Mick Jagger, especuló. En la tele ofrecían aparatos para ejercicios físicos. El cabrón se hizo vegetariano y se la pasa ingiriendo omega seis y calcio mejorado. La apagó. ¿Quién soy?, ¿quién dice que hago lo correcto?, ¿qué valgo?, ¿en qué punto de mi vida me equivoqué?, ¿vale la pena vivir? Un idiota sin amor, sin éxito, con una profesión vilipendiada; un pendejo de 43 años viviendo solo, en casa de su hermano, sin padre y lo que es peor: sin madre; un desgraciado sin un maldito divorcio porque jamás me casé, sin un padrinazgo de bautizo o primera comunión; un imbécil destinado a morir primero que ese puñetero de Jagger que ahora es Sir e incordia a Keith Richards. Se sentó en la cama. Dormía con camiseta blanca y blúmer. Encendió la luz. El aire acondicionado era silencioso. Sobre el buró La casa de los budas dichosos, de João Ubaldo Ribeiro, con un separador a la mitad. Se escuchaba un ladrido. Soy un fracasado, continuó, un pobre infeliz sin más futuro que ser un desgraciado nadie, porque un don nadie es demasiado. La pistola en el carro. Se puso de pie. Salió de la habitación. Hay cosas que no tienen remedio. Traspuso la puerta hacia la cochera, abrió el Jetta y tomó la Beretta de la guantera. No me explico por qué he vivido tanto, ¿realmente vale la pena que gente como yo viva más de la cuenta?, ¿qué es más de la cuenta? Pues eso, que pasen años y años y uno no dé pie con bola, que después de los 18 ya no sepas para qué naciste, qué debes hacer y te pases los días dándole la vuelta a la vuelta. Una persona así no merece vivir, una persona así no tiene por qué gastar oxígeno. Revisó cargador y tiro montado. Del interior del carro tomó un cigarrillo y lo encendió. En ese momento reparó en el perro que ladraba. Pinche sabandija, seguro se está mordiendo la cola. Fue hasta el cancel y salió a la calle. La luna era grande y rojiza y el perro le ladraba. Estás jodido, pinche animal. Le habló en voz baja. ¿Qué haces ladrándole a la luna? Igual que yo, estás fuera del mundo; igual que yo, haces puras pendejadas; ni modo perrito, ¿te matas tú o me mato yo?, porque, ¿no es lo que he estado haciendo toda mi vida, ladrándole a la luna, clavado en la Biblia? No me vengan con que es poético ladrarle a la luna, poéticos son mis huevos y no les ladra nadie. El perro, que se hallaba en el pequeño jardín de la casa de enfrente, conocía al Zurdo; caminó hacia la reja moviendo la cola. ¿Quieres ser primero? Qué cabrón me saliste, pinche can. Vio su sombra y la de la 92FS en su mano. El perro, atento, hizo un gañido. ¿Qué connivencia es esta, pinche alimaña?, ¿terco en encabezar? Advirtió su silueta y se fijó bien en ella, alzó el arma y vio su sombra moverse sobre la calle; la colocó en su sien y así caminó hasta que se perdió en la cochera. Unos segundos después salió sin la pistola y con un nuevo cigarro. A ver, cabrón, tú que todo lo sabes y lo que no, lo inventas, ¿por qué he pensado lo que he pensado?, ¿qué se desató en mí?, ¿qué pinche aminoácido, anfetamina o célula se encabritó que me ha puesto delirante? Cruzó la calle hasta llegar al perro y le acarició la testa. ¿Qué provoca que un hombre que no es suicida considere que ésta no es una posibilidad deleznable? El perro movía la cola. Sonrió. Está bien, animal, mañana veré al doctor Parra, le pediré cita para ti pero me vas a prometer algo: no le harás el menor caso; si te gusta ladrarle a la luna, pues ládrale, cabrón, total, ¿qué puedes perder? Fumó, el perro lo observaba. ¿Quieres un cigarro? Te pasaste, pinche animal: eres un costal de vicios. Aplastó la colilla en el pavimento. Bueno, trata de descansar, mañana será otro día; y regresó a su casa sin mirar la luna que se había puesto blancuzca.
 Tres
Nadie sabía quién era realmente McGiver. Unos decían que era inglés, otros que alemán. Nunca dijeron que fuera iraní o argentino. Había nacido en la Col Pop 56 años atrás y se dedicaba al contrabando. ¿Necesitaba usted un cargamento de fusiles AK-47, otro de Barret 50, una flotilla de helicópteros?, ¿le urgía un Dom Pérignon del 54, una confesión de Nicole Kidman o el diamante de Elizabeth Taylor? Leo McGiver era su hombre; aceptaba encargos de los buenos, de los malos y de los peores, y se le podía ubicar con cierta facilidad en la ciudad de México. Le gustaban los bares de lujo, la media luz y una mujer sonriendo y sin palabras. Los bares de ahora están diseñados para sonreír, beber y practicar la eterna gestualidad del galanteo, no para conversar. Cuando alguien intentaba dar su opinión, la enmudecía. Sonríe, mi Lady, es lo único que quiero de ti. Ahora disfrutaba en el Jazz del hotel San Luis, en Culiacán, sexualmente saciado; estaba, entre otras cosas, para obtener apoyo de una banda de narcos y cerrar un extraño negocio que le había requerido días de suma atención. No se negó porque el trato fue con un antiguo conocido, quizá el único paisano con el que mantenía relaciones cordiales y el único que sabía su historia. Lo menos que debía hacer era cumplir como correspondía. Me cae bien mi amigo, un loco que inventó la imprenta de tipos móviles. La morena de lentes de contacto verdes sonreía y bebía a sorbos pausados un ruso blanco. ¿Sabes lo que es la imprenta de tipos móviles? Negó con la cabeza. Pues él la inventó; un cabrón bien hecho que está loco. La morena afirmó sin emitir palabra; si alguna cosa comprendió en un rápido entrenamiento fue que el cliente es el que manda y si este imbécil la quería en silencio ya encontraría la ocasión de hablar.
Sumaban dos horas juntos y McGiver se estaba pasando de copas. ¿Por qué la gente toma vodka como si fuera agua? Ha inventado otros instrumentos, por ejemplo, la pluma fuente, ¿has escrito con pluma fuente? Ella negó de nuevo. La inventó una noche que no tenía qué hacer; así, sin un plan preconcebido, y aquí vive, en esta ciudad donde todo cambia tan rápido. Era de esos que al departir miraba a los ojos y la chica lo percibió a los tres minutos de acompañarlo. Salud por mi amigo y sus inventos. McGiver acabó su resto, la joven dio un pequeño sorbo y preparó el vaso del hombre. Sin embargo, ahora se le pasó la mano, no en alguna invención, que no tengo la menor idea de lo que estará urdiendo en estos días, sino por la pieza que me encargó y que gracias a mis contactos en Europa pude conseguir después de increíbles dolores de cabeza y viajes surrealistas. Bebió. Si te digo que está loco es que está loco; pero no es esa locura de hospital y camisa de fuerza, no, su locura lo induce a pretender tratos absurdos y hasta descabellados, ¿entiendes? La chica afirmó. Un hombre no puede desear cosas tan disparatadas, ¿tienes idea de adónde puede llegar la humanidad con tipos así? Ella negó. Al caos más inverosímil, al desmadre universal; es algo que no quiero ver. Sus deseos, sencillamente son inconcebibles, si te revelara lo que me mandó a encontrar te sorprenderías, algo de insospechado valor porque no reparó en gastos, ¿sabes quién es Jeff Beck? La chica volvió a negar. Lo imaginaba, ¿has visto una película llamada Blow-up? Tampoco. Hizo un gesto de que comprendía y bebió. Lástima que no se pueda fumar aquí, con el alcohol se me antoja un cigarrillo, ah, y lo que te digo: se necesita estar más loco que una cabra para invertir en cosas como ésta; mañana le voy a entregar su preciado tesoro que rastreé como idiota en Bruselas y Turín, para al final encontrarlo en Lisboa, en el segundo piso de una casa en el barrio de Santa Catarina, ¿sabes dónde está Lisboa? Ella miró el techo.
Señor, necesito tratar algo con usted. Hey hey hey, nada, estamos muy bien, no rompas el encanto, sólo eso te pido. Seré breve. Nada nada, salud, ella se fastidió. Minutos después el contrabandista preguntó por su mesero. La chica hizo señas a un joven que se acercó. La cuenta. Como eran los últimos, la tenía preparada. No acostumbro traer efectivo encima, ¿puede agregar lo de la señorita y proporcionárselo? Tres mil, expresó ella y volvió a sonreír. Qué sean cuatro mil, realmente eres una compañera encantadora, ¿cuál es tu nombre? Lo expresó sin pronunciarlo. ¿Con dobles? Afirmó. Sonrieron. McGiver rubricó el voucher y se puso de pie. Pídame un taxi. Afuera hay, señor. ¿Puedo decirle lo bien que la pasé? El contrabandista negó con el índice y se marchó con el cuerpo flojo. La chica lo siguió con rostro ceñudo. De un rincón surgió el Muerto, un joven alerta que se sentó con ella, justo en la silla de McGiver. Intercambiaron gestos, ella, de desaliento; él, de amor. Se pusieron de pie y salieron.
 Cuatro
Mendieta leía el periódico en su escritorio. Gris Toledo se limaba las uñas. Bebían, ella, Coca-Cola de dieta; él, café. Los agentes se diluían por los pasillos luego de recibir sus órdenes. Sonó el celular con la conocida fanfarria del séptimo de caballería que tanto motiva en los hipódromos del mundo. Aquí Mendieta. ¿Por qué hablas así? ¿Cómo? Raro, como si te hubieras tragado una letra. Te dije que tanta cogedera te iba a afectar, cabrón, te estás quedando sordo. No inventes Zurdo, de verdad te oí diferente, además el médico soy yo. ¿Qué onda? Pues nada, voy a estar fuera de circulación un rato. No me digas. En cuanto me desocupe, te llamo. ¿Cómo son sus ojos? Grandes y brillantes, lo más hermoso que haya visto en mi miserable vida. No te vayas a quedar sordo, ¿eh? Sordos los topos y. Colgó. Es Montaño, ¿verdad? Musitó Gris. En su viaje matutino. Qué tipo más nefasto. Agente Toledo, mientras usted sea harina de otro costal, que le valga madre. Claro que no, si lo sorprendo con una menor lo refundo en el bote al pinche sátiro, ¿qué se está creyendo? ¿Estás celosa? Nomás eso me faltaba. Jefe, ni de broma, ese tipo a mí no me toca un pelo ni aunque lo vuelvan a parir. El Zurdo sonrió. No todo es culpa de él, un par de veces he visto cómo se le resbalan las morritas. Pues le repito: me entero de que se acuesta con una menor y no se la va a acabar. Entró Ortega con el periódico abierto. ¿Vieron la declaración del presidente? Es lo que estoy leyendo. ¿Está loco o qué? Le está declarando la guerra al narco, ¿sabes cuántos policías pueden morir? Todos. El tipo no sabe lo que dice. Lo bueno es que dice algo, ¿se imaginan un presidente mudo? Intervino Gris. Algo así como un policía vegetariano. Sería lo último. No me gusta ese rollo. Tranquilo, todos lo hacen y al final no pasa nada. Pues sí, pero este necesita legitimarse, ya ves lo que comentan. Tampoco pierdas el sueño por eso, si hicieron fraude también ya ocurrió antes. En este país la originalidad es un milagro. Algo me dice que esta vez será diferente. Que la lengua se te haga chicharrón. Oye, ¿qué onda con el caso de la chica sin tetas, traen un pinche salivero y yo, ni enterado, ¿quién es? A nosotros que nos esculquen, lo único que hemos escuchado son chismes y que al parecer es de familia poderosa. Poderosa es poco, manifestó Gris, según se oye, silenciaron a la prensa, si se fijaron nada se publicó sobre el caso. ¿Tú crees que la prensa se preste a eso? No en nuestro país, papá. Claro, ni en nuestra época.
Angelita, la esbelta secretaria, se asomó. Buenos días, ¿se cayeron de la cama? ¿Qué comentario es ese, Angelita? Es que pocas veces los veo tan temprano. Usted llegó tarde, que es diferente, y como es lunes ni las gallinas ponen. Sonrió. Viene filoso, ¿eh, jefe?, lo llama el comandante, a ver si es tan felón con él. Risas.
¿Y qué chingados hago yo en Madrid? Mendieta y Briseño se miraron sin parpadear. El comandante lo había requerido para informarle que el caso de la chica sin tetas se suspendía. No nos fue asignado. Lo sé, pero no quiero comentarios de pasillo, suficiente tenemos con el promedio de muertos diarios; estamos a punto de alcanzar a Tijuana y a Ciudad Juárez en el ranking nacional. No estaría mal un trofeo, imagine un AK-47 en miniatura sobre un pedestal dorado en su escritorio, conozco un compa que se haría rico con ese negocio. No es cosa de burlas, Mendieta, y me cae de a madre tu comentario. El Zurdo sonrió, hizo un gesto y lo dejó en paz. Y en relación con esa señora, nada, ¿entendiste? Hazlo saber a los demás; ah, tenemos una invitación de la DEA para un curso de investigación sobre el combate a la delincuencia organizada. Debe ser para Pineda, le acercó la carta. Es para ti, ahí lo dice muy claro: Mr. Edgar Mendieta. Leyó el contenido, luego expresó que se metieran su curso por donde les cupiera. Con los gringos, entre más lejos mejor, mi comandante, y con los de la DEA, ni a las canicas. Lo miró con reproche. También tenemos una invitación de Madrid.
Antes de reunirse con Gris llamó al doctor Parra. A las ocho en mi consultorio. ¿No puede ser antes? Me siento raro, se me acabaron los deseos y como si tuviera un hoyo en el cuerpo; desperté en la madrugada pensando que mi vida era una mierda, hasta fui a buscar mi pistola. Llama en dos horas para ver si te puedo atender.
Se oyó la fanfarria de la caballería y respondió. Era Ger. Ya sé que no le gusta que lo moleste pero ahora fue necesario, ¿va a venir a comer? No puedo, debemos resolver el asesinato de una chica a la que le cortaron las tetas. Santo Dios, ¿me lo jura? Con la mano en el corazón. Dios mío, qué crueldad, ¿adónde iremos a parar con esta violencia? No tengo idea, lo único que te aseguro es que estamos ahora con eso y es terrible. No le quito más su tiempo, fíjese que acaba de telefonear el gringo, dice que le urge hablar con usted. Mendieta se había negado a conversar con el hijo de Susana Luján, pero el chico era tenaz y marcaba una vez al día. Si vuelve a llamar, dile que ando de viaje, que a la vuelta seguro le contesto. Ay Zurdo, no entiendo su negativa, siempre me pregunta cómo es usted, qué le gusta, cómo viste, cuánto mide; cuando le conté que le encantaban las playeras negras se puso contento. Dile que regreso en diez días. Cortó. Sólo pensar que su hermano Enrique tuviera razón le aterraba, si se parecía a él no era su culpa, ¿o sí? Hay gente que no nace para ser padre y de esos soy yo.
Jefe, lo encontró Gris; reportan un S-26 por la carretera libre a Mazatlán, la gente de Ortega se adelantó.
Llegaron resueltos al lugar de los hechos. Ortega observaba el espacio balizado por su gente y un practicante de forense enviado por Montaño anotaba sus apreciaciones en una libreta. El cadáver, cubierto, se hallaba entre un bledal alejado unos ocho metros de un almacén de semillas para siembra. Mendieta se adelantó decidido, le descubrió la cara pero se detuvo en seco. ¿Eres poli? No pareces. Te ves algo mustio, ¿te sientes desubicado? ¿Eres el Zurdo? La mujer tenía los ojos abiertos y la belleza de su rostro, aunque con rigor mortis, era inclemente. El Zurdo permaneció impactado: Los policías tienen un aire cruel que los explica, en cambio tú te ves tan normal, ¿haces mucho ejercicio? La encontraron tal cual, informó Ortega, la mataron de un tiro, tenemos el casquillo, le rebanaron un pezón; encontramos huellas de zapatos rudos y de las zapatillas de ella. Paralizado. En el caso de la intocable, ¿fue pezón o la chichi completa? Zurdo, ¿te sientes bien?, porque estás amarillo. Sin embargo, no pudo evitar sus ojos: uno de color miel, el otro verde. El forense se acercó. ¡Eres zurdo! Yo también. La temperatura del cuerpo indica que probablemente lleva de seis a siete horas muerta y tiene piquetes de hormigas, informó. En la morgue buscaremos una muestra de semen.
Las hormigas se ensañaron, añadió el perito, aunque no veo demasiadas. El tiro le salió por la oreja izquierda y la mataron aquí. Gris Toledo observaba detenidamente, siguiendo su inteligencia espacial: zapatos rudos, ¿de explorador? Nuevos, ¿un narco se la escabechó? Tal vez, sólo que ellos usan botas vaqueras. Una agente del ministerio público tomaba fotos e intercambiaba impresiones con Gris. Botas grandes, como de soldado, ¿se atrevería una mujer a usar botas de hombre para despistar? Los pasos son amplios. El Zurdo se alejó, los rizos de Mayra Cabral de Melo lucían revueltos. Debaixo dos caracóis dos seus cabelos, uma história pra contar. Recordó la canción de Roberto Carlos. Bien, cuando tengan los informes completos me los pasan, Gris te espero en el carro. Ortega lo alcanzó. Zurdo, tú conocías a esa morra, se te ve a un kilómetro. Claro que no, sólo que es tan linda que es una lástima que haya muerto. No te hagas pendejo, papá, hasta uno de mis hombres sabe quién es. Lo dejó con la palabra en la boca. De acuerdo, amigo, si necesitas a alguien con quién tratar el asunto, soy el primero de la lista. Sonó el celular de Ortega. ¿Qué pasó, Pineda? Escuchó. Vamos para allá, ¿crees que haya empezado la guerra? Dos muertos en la Obregón, cerca del entronque con La Primavera.
El Zurdo se metió al Jetta, lo encendió, sintió el aire acondicionado y después, el suave ritmo de Peter Frampton en Baby, I love your way. Hay recuerdos que hacen futuro mientras otros lo destruyen. ¿De verdad te gusta esa música? Eres el poli más romántico que he conocido, recordó sus labios apabullantes, su voz quebrada, su acento brasileño. Creo que los portugueses le dicen «pimba». Se abrió la puerta del copiloto pero no fue Gris quien se sentó: Daniel Quiroz, el reportero más sagaz de la ciudad, sonreía. ¿Qué haces aquí mi Zurdo? Chupándome el dedo, ya te extrañaba. Fui primero con Pineda. Ya me enteré que están enamorados, ¿cuándo es la boda? ¿Ya identificaron a la chava? Ya. Eso me dijeron los polis, trabajaba en el Alexa, ¿tienes diarrea? Porque estás muy pálido. Cuál pálido, pinche Quiroz, estoy bien. Ah, ¿a poco eras su cliente?, es una debilidad que no te conocía, mi Zurdo. ¿Quieres callarte? Se volvió al periodista con la cara descompuesta. Por una desgraciada vez cierra el pico, pinche Quiroz. Ay cabrón, te di en la llaga. ¿Sabes qué? Mejor bájate, no vaya a ser que te rompa la madre. No quieras verte en esa, Zurdo: «Policía agrede a reportero indefenso», imagínate. Mendieta intentó distraerse en la carretera atascada de camiones que llegaban a la ciudad llenos de mercaderías, en los curiosos que pretendían traspasar la cinta amarilla. Gris interrogaba a dos trabajadores del almacén que negaban constantemente.
Sé que era brasileña, que era exclusiva del Alexa y que acostarse con ella costaba un huevo y la mitad de otro, ¿qué sabes tú, mi Zurdo? Nada, y sólo por esta vez, si me tienes aprecio, no preguntes más y bájate. Quiroz lo contempló: Te duele tanto que jamás encontrarás al culpable. No se movió. Lo encontraré, ya verás, así se esconda en el vientre de su puta madre.
Jefe, no hay gran cosa; los muchachos dicen que era bailarina del Alexa y Ortega piensa que usted la conocía. Llamé al velador y me dio la dirección del gerente en la colonia Las Vegas, ¿vamos con él o al negocio? Gris Toledo cerró la puerta del Jetta y guardó sus preguntas para después. Mendieta simplemente siguió las indicaciones de su compañera. Meses antes había conocido a Mayra Cabral de Melo, en Mazatlán, y habían hecho clic: ¿Eres poli? No tienes cara, te ves tan inocente, tan dulce, como que no rompes un plato y todos los tienes rotos; pero tienes bonitos ojos, un poco tristes pero expresivos; de ahora en adelante me sentiré protegida por la ley; debes venir a ver mi show al Alexa, no es solamente el tubo o la iluminación o toda esa calentura colectiva que se despierta; es la danza, la belleza del cuerpo insinuando cositas; además hay una tradición que debo mantener, ¿cuándo has visto una brasilera que no baile? Traemos la danza en el cuerpo y desde niñas empezamos a afinar, a encontrarle un sitio y un movimiento a cada emoción como si fuera un conjuro. Digamos que expreso la dicha de vivir, si algunos van con otra idea espero que salgan cuando menos desconcertados. No, no me gusta beber, pero podemos conversar, comer, pasear, algo de vino si es preciso; a los brasileros nos gusta la cerveza pero a mí me hincha el estómago y prefiero otra cosa; vine a trabajar, no te puedo contar pero tienes razón, fue una fiesta particular; casi aciertas, eran tan notables que no pocos quisieron que me fuera con ellos, no me atreví, es un aspecto delicado y a veces es mejor dejarlo como se acordó, si alguien insiste, se atiende posteriormente y hasta ahora nadie me ha buscado. Lo entiendo, no creas, la vida es algo más que bailar. De verdad tienes bonitos ojos. Claro que puedes hablar de los míos, aunque te costará ser original.
Alonso Carvajal, de 38 años, recibió la noticia en su casa de Las Vegas en short y camiseta. Soñoliento. Su esposa en su trabajo y sus hijos en la escuela. Pobre muchacha, era nuestra estrella. Mayra Cabral de Melo, ¿era brasileña? Gris Toledo, con voz dura. Mendieta observaba asumiendo el papel de viudo. Eso decía. ¿Por qué lo duda? Las chicas son astutas y de todas partes, si mienten no es asunto nuestro. Claro, para ustedes con que sepan mover el trasero es suficiente. El Zurdo la miró. Es un trabajo como cualquiera. No me diga, sin embargo, ahora no hablemos de eso; ¿desde cuándo bailaba Mayra en el Alexa? Más o menos cuatro meses, por cierto, las tres últimas noches faltó. ¿Qué hacen si faltan? Averiguamos, pero a Mayra no la hallamos, ni su compañera de casa, que tampoco trabajó, supo de ella hasta ayer. ¿Cómo se llama esa compañera? Yolanda Estrada, baila como Yhajaira, vivían juntas. ¿Dónde? Zaragoza 2516-B, cerca del Casino de la Cultura. El Zurdo marcó a la jefatura: Robles, localiza a Terminator, que vayan él y el Camello. Le pasó nombre y dirección. Que estén con la morra hasta que lleguemos y que me mantengan informado. Mayra se hacía llamar Roxana. ¿Cuántas chicas bailan en su congal? Varía, ahora una docena. ¿Quiénes tienen relación directa con ellas, además de usted? Elisa Calderón, mi asistente, vigila que lleguen a tiempo y si se van con alguien toma nota, además las coordina a la hora de la pasarela. Óscar Olivas, el cantinero, a quien le decimos el Fantasma, y los meseros, sobre todo con José Escamilla, el encargado de vender los privados. Les contó que tenía 14 meses en el puesto, que al principio no le gustaba pero que ya le había tomado el modo. Era el primer asesinato que sufrían. ¿Cómo contrató a Mayra? Llegó en un grupo de Veracruz, hay un circuito en que las chicas van de ciudad en ciudad, se mueven cada tres o cuatro meses. O sea que estaba por irse. Quería quedarse, tenía buenos clientes y como le digo, era el atractivo principal, creo que lo iba a conseguir. ¿Cómo? Pues… Dudó. Uno de sus clientes es socio. ¿Y se llama? Luis Ángel Meraz. Gris miró de soslayo al Zurdo. ¿El político? Ni más ni menos; si no es mucho pedir, cuando vayan con él no mencionen mi nombre. Quiero una lista de sus clientes ahora mismo. Es algo que no podemos. Fue lo que alcanzó a decir antes de que el Zurdo le cayera apretándole la cara. Esa lista, pendejo, ¿estás sordo? La queremos ahora y agrega al resto de los socios. Está bien. El Zurdo se sentó: como que no rompes un plato y todos los tienes rotos. Gris lo miró azorada. ¿Y bien? Al principio salía con una docena, más o menos, al final sabíamos que se veía con dos o tres. ¿Quiénes? Me va a costar el puesto. Si te embotello te va a costar la virginidad, cabrón, amenazó Mendieta, que poco a poco se trasmutaba de viudo a villano. Miguel de Cervantes. El Zurdo se levantó como fiera, puso de pie al tipo que era grueso y de estatura regular y le atizó un rodillazo en la entrepierna. Ugg. No quieras vernos la cara, imbécil, ese nombre es de escritor. Les juro que así me dijo que se llamaba, es un ingeniero que instala invernaderos, vive en La Primavera y es español. Uno que escribió Don Quijote. Lo aventó al sillón. Por favor, no tienen que usar conmigo ese método, estoy cooperando, estoy diciendo lo que sé, y conozco a Cervantes, en la prepa me obligaron a leer El licenciado Vidriera. ¿Los otros? El licenciado Meraz, que ya mencioné, que fue presidente del PRI y diputado, y el Richie Bernal, de quien ustedes deben saber más que yo. Gris anotó. Desconozco sus domicilios. ¿Los del principio? No recuerdo sus nombres, fue cuando recién llegó; pediré a Elisa que les llame y se los pase. Necesitamos su dirección y teléfono: debe declarar. Vive en Las Quintas, por el bulevar Sinaloa. Anotó los datos. Estos señores, ¿iban por Mayra? No, llamaban y nosotros la enviábamos, es parte del trabajo de Elisa. ¿Adónde? A hoteles, casas, a la playa, es lo usual; con Cervantes siempre a su domicilio, por eso sabemos dónde vive. ¿Y los demás? Al licenciado Meraz a casas que él fijaba de antemano y Bernal la recogía aquí o la mandábamos a alguna fiesta privada; esto de las fiestas era un buen negocio para Mayra, hasta en Mazatlán tenía clientes; si mal no recuerdo, el fin de semana debía ir allá. Mendieta se puso pálido de nuevo pero nadie reparó en ello. ¿Eso también lo acuerda Elisa Calderón? Así es, últimamente se había quejado de que Mayra concertaba ella misma sus compromisos y de que se tomaba días de descanso sin autorización. ¿Quiénes son los mazatlecos? Eso nomás lo sabe Elisa. ¿Y los socios? Aparte de Meraz, Bernardo Almada, que vive en Estados Unidos, y el licenciado Rodrigo Cabrera, a quien ustedes deben conocer. Claro, el ex procurador de justicia. Othoniel Ramírez es el apoderado legal del grupo. Además de Meraz, ¿los otros se aclientaban con las chicas? A Almada nunca lo he visto, Cabrera pocas veces, ninguna con Roxana; el que es frecuente es Ramírez. ¿También con Mayra? Nunca, eran terrenos de Meraz. Dijiste que había faltado tres días, ¿tienes idea de adónde fue? No, anoche Elisa tampoco sabía y estaba enojada; Yhajaira nos informó ayer que en la mañana había descansado unas horas en su casa.
Transcurridos treinta y cinco minutos recibieron la llamada de Terminator. ¿Qué onda, mi Termi? Nada, mi Zurdo, que ya tenemos la información que solicitó, estamos en el lugar de los hechos y hay una mujer joven con un tiro en el corazón. Órale. Alguien no está de acuerdo en que las viejas sean mayoría, mi Zurdo, ¿cómo la ve? Primera pista, mi Termi: el cabrón sabe de estadísticas.

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