Publio Virgilio Marón (Andes, actual Pietole, cerca de Mantua, en la Región X, Venetia, hoy Lombardía italiana, 15 de octubre de 70 a. C. – Brundisium, actual Brindisi, 21 de septiembre de 19 a. C.), más conocido por su nomen, Virgilio, fue un poeta romano, autor de la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas. En la obra de Dante Alighieri, La Divina Comedia, fue su guía a través del Infierno y del Purgatorio.
Formado en las escuelas de Mantua, Cremona, Milán, Roma y Nápoles, se mantuvo siempre en contacto con los círculos culturales más notables. Estudió filosofía, matemáticas y retórica, y se interesó por la astrología, medicina, zoología y botánica. De una primera etapa influido por el epicureísmo, evolucionó hacia un platonismo místico, por lo que su producción se considera una de las más perfectas síntesis de las corrientes espirituales de Roma.
Fue el creador de una grandiosa obra en la que se muestra como un fiel reflejo del hombre de su época, con sus ilusiones y sus sufrimientos, a través de una forma de gran perfección estilística.
Hijo de campesinos, Virgilio nació en Andes, una aldea próxima a Mantua, en la región italiana de Venetia et Histria. Recibió una esmerada educación y pudo estudiar retórica y poesía gracias a la protección del político Cayo Mecenas (de éste proviene el término `mecenas` aplicado a quienes protegen y estimulan las artes). Sus primeros años los pasó en su ciudad natal, pero al llegar a la adolescencia se trasladó a Cremona, Milán y Roma para completar su formación. En Roma se introdujo en el círculo de los poetae novi. A esta época pertenecen sus primeras composiciones poéticas, recogidas bajo la denominación de Apéndice Virgiliano.
Llegó a Nápoles en el 48 a. C. para estudiar con el maestro epicúreo Sirón. Por entonces estalló la guerra civil tras el asesinato de César, lo que afectó a Virgilio, quien incluso vio peligrar su patrimonio. Pasó gran parte de su vida en Nápoles y Nola. Fue amigo del poeta Horacio y de Octavio, desde antes de que éste se convirtiera en el emperador Augusto.
Entre el año 42 a. C. y el 39 a. C. escribió las Églogas o Bucólicas, que dejan entrever los deseos de pacificación de Virgilio en unos poemas que exaltan la vida pastoril, a imitación de los Idilios del poeta griego Teócrito. Aunque estilizados e idealizadores de los personajes campesinos, incluyen referencias a hechos y personas de su tiempo. En la famosa égloga IV, se canta la llegada de un niño que traerá una nueva edad dorada a Roma. La cultura posterior encontró aquí un vaticinio del nacimiento de Cristo.
Entre el 36 a. C. y el 29 a. C., compuso, a instancia de Mecenas, las Geórgicas, poema que es un tratado de la agricultura, destinado a proclamar la necesidad de restablecer el mundo campesino tradicional en Italia.
A partir del año 29 a. C., inicia la composición de su obra más ambiciosa, la Eneida, cuya redacción lo ocupó once años, un poema en doce libros que relata las peripecias del troyano Eneas desde su fuga de Troya hasta su victoria militar en Italia. La intención evidente de la obra era la de dotar de una épica a su patria, y vincular su cultura con la tradición griega. Eneas lleva a su padre Anquises sobre sus hombros y su hijo Ascanio de la mano. En Cartago, en la costa de África, se enamora de él la reina Dido, quien se suicida tras la partida del héroe. En Italia, Eneas vence a Turno, rey de rútulos. El hijo de Eneas, Ascanio, funda Alba Longa, ciudad que más tarde se convertiría en Roma. Según Virgilio, los romanos eran descendientes de Ascanio, y por lo tanto del propio Eneas. El estilo de la obra es más refinado que el de los cantos griegos en los que se inspiró.
Había ya escrito la Eneida, cuando realizó un viaje por Asia Menor y Grecia, con el fin de constatar la información que había volcado en su poema más famoso. En Atenas se encontró con Augusto y regresó con él a Italia, ya enfermo. A su llegada a Brindisi, pidió al emperador antes de morir que destruyera la Eneida. Augusto se opuso rotundamente y no cumplió la petición, para gloria de la literatura latina.
La Eneida es un poema épico escrito en latín por Publio Virgilio Marón, más conocido como Virgilio, en el Siglo I adC. La obra fue escrita por encargo del emperador Augusto, con el fin de glorificar, atribuyéndole un origen mítico, el Imperio que con él se iniciaba. Con este fin, Virgilio elabora una reescritura, más que una continuación, de la Ilíada, tomando como punto de partida la guerra de Troya y su destrucción, y colocando la fundación de Roma como un acontecimiento ocurrido a la manera de los legendarios mitos griegos.
Se suele decir que Virgilio, en su lecho de muerte, encargó quemar `La Eneida`, ya fuera porque deseaba desvincularse de la propaganda política de Augusto, o bien porque no consideraba que la obra hubiera alcanzado la perfección que el poeta quería.
La obra consta de casi diez mil hexámetros divididos en doce cantos en los que se relatan la caída de Troya, los viajes de Eneas y el establecimiento definitivo de una colonia troyana en el Lacio.
Resumen de los seis primeros cantos
Eneas, príncipe troyano, huyó de la ciudad tras haber sido quemada por los aqueos. Se llevó a su padre y a su hijo a rastras, y su mujer le seguía a pocos pasos. Pero ella pereció en la oscuridad, y Eneas, desesperado, embarcó con otros supervivientes en busca de una nueva tierra. Su enemistad con Hera le llevó a navegar errante durante mucho tiempo, hasta que fue arrojado a las costas del norte de África, en Cartago. Allí habitaba la reina Dido, que se enamoró de él ,por obra de cupido que le flecho su corazón para que olvidara su difunto marido, y lo retuvo largo tiempo. El reino era hospitalario y todos los troyanos querían quedarse en Cartago, pero Eneas sabía que era en Italia donde debía fundar su imperio. Tras su marcha, Dido se suicidó en una pira con la espada de Eneas. En su camino hasta Italia descenderá a los infiernos, donde su padre, ya muerto, le revela que fundará un imperio floreciente, Roma, hasta la época de Augusto.
Resumen de los seis últimos cantos
Eneas llega al Lacio, donde gobernaba el rey Latino. La hija de Latino, Lavinia, estaba prometida con Turno, el caudillo de los rútulos, pero el oráculo había revelado a Latino que un hombre llegado del mar se desposaría con su hija y crearía un gran imperio en nombre de los latinos. Entonces Turno y Eneas se declararon la guerra y empezaron a batallar durante un buen tiempo. Un día venían aliados de uno y otro día de otro, y la batalla nunca terminaba. Mientras, en el cielo, Venus y Juno ayudaban a unos y a otros sin que Zeus le otorgara la victoria a ninguna. Al final, Eneas mata a Turno en un combate y consigue la mano de Lavinia. Entonces fundarán un reino que algún día se convertirá en Roma..
VIRGILIO
ENEIDA
INTRODUCCIÓN
Virgilio
Quizá
desde comienzos del milenio, el territorio que bordea el lento fluir de las
aguas del Po se vio habitado por grupos celtas que acudían
en sucesivas oleadas de allende los Alpes. Junto al Mincio,
uno de sus afluentes, en Andes, una aldea cerca de Mantua, nació Publio Virgilio Marón (Vergilius) el
15 de octubre del año 70 a. C. A lo largo de esos mil años que preceden a su
nacimiento, los pueblos celtas de la ribera habrían recibido diversas influencias
civilizadoras, y, si en su momento el elemento etrusco tuvo sin duda la fuerza
que destaca Virgilio en su descripción de
Mantua (Eneida, X, 198-203), desde
los tiempos de la Segunda Guerra Púnica habían brotado ya en el territorio
numerosas colonias de latinos que hicieron de la Galia Cisalpina
una región de avanzada cultura y saneada economía agrícola, tal como
era durante el siglo 1 a. C.
Vergilius
es un nombre gentilicio latino bien implantado en el norte y en otras
regiones de Italia, y nos hace pensar que nació el poeta en una de esas
familias latinas instaladas en la campiña del Po ya
tiempo atrás, quizá desde la época de aquellas colonizaciones. Andando el
tiempo y
ya tan tarde como en los últimos años del imperio, sus lectores
habrían corrompido el nombre en Virgilius -de
donde procede el que aún hoy utilizamos para el autor de la Eneida- por una doble vía: de virgo
(dado el tímido carácter que le valió el apodo griego de Parthenias),
o de virga (por
la varita característica de los magos, que esa fama tendría ya entonces nuestro
poeta).
Su
padre, aunque la tradición lo describe como de humilde origen, un alfarero o un
bracero -o las dos cosas- que se habría casado con la hija de su patrón, Magia
Pola, fue probablemente un eques, un terrateniente lo
bastante rico como para preocuparse de que recibiera su hijo la mejor
educación posible y prepararlo así para la carrera forense, camino seguro en
la Roma de entonces hacia la lucha política.
Sus
primeros años debieron de transcurrir, por tanto, en la finca de Andes, entre
las labores del campo que tanto habrán de aparecer en sus obras, confiado tal
vez a un paedagogus que cuidase de su
instrucción primera. En Roma, Pompeyo y Craso desempeñaban el año 70 su primer
consulado compartido en astuta jugada política que, bajo la apariencia de
liquidar la obra de Sila, trataba de asentar el
poder en las manos del partido senatorial. Diez años después formarían el
primer triunvirato con César, primer movimiento de una larga partida que
habría de liquidar el régimen republicano. Así, la vida de Virgilio sigue paso a paso los últimos cuarenta años de esta
agonía, hasta el triunfo definitivo del principado en la persona de Augusto.
Con
diez o doce años se trasladó a Cremona para
comenzar sus estudios. César iniciaba por esas fechas su conquista de la Galia,
y hay quien afirma que leyó Virgilio sus
Comentarios con mayor interés por haber tenido quizá
ocasión de verle personalmente cuando andaba reclutando sus tropas por las
ciudades de la Galia Cisalpina. Aunque era primaria la
educación que recibió en Cremona (es
decir, una enseñanza elemental de lectura, escritura y aritmética), no hay que
perder de vista que era éste el territorio donde habían nacido y comenzado a
escribir parte de los poetae novia; temprano
habría empezado Virgilio a entrar en contacto con
el mundo de la literatura más refinada de su tiempo.
Parece
que recibió la toga viril el año 55, y quiere la tradición que también fuera
éste el año de la muerte de Lucrecio. Siguiendo el camino que le alejaba de su
tierra natal imperceptiblemente, marcha Virgilio a
Milán a continuar los estudios de gramática y literatura que ya habría
comenzado en Cremona. Era Mediolanum
una importante ciudad donde cabe suponer que sería fácil recibir una
adecuada educación para intentar el salto final hacia Roma, donde debió de
instalarse Virgilio el año 54, más o menos.
Su
intención era, como la de todo romano cultivado, estudiar retórica, y parece
que su padre le obligaba a prepararse para una carrera forense y política,
aunque puede que este dato de su biografía no sea otra vez sino el tópico que
hace con frecuencia trabajar a los poetas contra las buenas intenciones de la
familia. Según alguno de sus biógrafos, frecuentó las lecciones de Epidio,
quien fuera también maestro por entonces de Antonio y Octaviano, el futuro
Augusto. Pero era la retórica árida especialidad para un poeta y, por otra
parte, los tiempos en Roma (en el 52 Pompeyo se convirtió ya en consul sine collega) eran ya más de dinero y espada que de discursos. Por
ello no es raro que Virgilio prefiriera dedicarse a
frecuentar los restos de lo que había sido el círculo de Catulo, como muestran
las amistades que por entonces habría empezado a hacer con Asinio Polión,
Alfeno Varo, Cornelio Galo, Helvio Cinna y
otros. A ello habría contribuido decisivamente lo que sus biógrafos describen
como un fracaso en su primera intervención como abogado.
Debía
Virgilio de estar en Roma el año 49, cuando estalló la
guerra entre César y Pompeyo, y éste hubo de cruzar precipitadamente el
Adriático con buena parte del Senado. No es seguro si militó en las armas de
César ni si hubo de dejarlo ya por problemas de salud. Sea como fuere, su
salud, sin duda, no era buena y los acontecimientos políticos de estos años debieron
marcarle profundamente; por todo ello, poco después de Farsalia se marcha a
Nápoles (año 48 a. C.) para estudiar filosofía con el epicúreo Sirón, director
entonces del «jardín», un hermoso círculo de filósofos y artistas que habrían
frecuentado nombres importantes de la Roma de entonces, como Julio César, Manlio Torcuato, Hircio, Pansa, Dolabela, Casio, Ático y Cornelio Galo. De Cremona a
Nápoles, por tanto, parece que Virgilio no
dejó de estar en estrecho contacto con los círculos intelectuales más notables.
No
podemos saber con seguridad si Virgilio escribía
ya por estos años. De ser suyos -cosa que parece dudosa a la moderna crítica-
algunos de los poemas de la Appendix Vergiliana, los habría
escrito por entonces y pueden seguirse en ellos las influencias de aquellos
poetae novi que pretendían poner la poesía romana tras los pasos de Teócrito y
Calímaco; de esa escuela, por tanto, que se conoce como alejandrinista. Virgilio se instaló definitivamente en Nápoles, quizá recibió
en herencia la pequeña finca de Sirón (antes del 41 a.
C.) y, pese a que con el tiempo llegó a tener algunas posesiones en la propia
Roma gracias a la generosidad de sus amigos, se hicieron cada vez más raros sus
viajes a la capital del imperio.
Así
pues, he aquí a Virgilio tranquilamente instalado
en Campania mientras se desarrollaban
los graves acontecimientos de la guerra civil que, primero, pusieron todo el
poder en las manos de C. Julio César, y fueron al cabo la causa de su muerte,
el 15 de marzo del 44. Sin embargo, cuando, tras
las primeras disputas, Marco Antonio y Octaviano forman con Lépido el llamado
Segundo Triunvirato a finales del 43, el
poeta ve cómo su vida es arrastrada en el remolino de las guerras de Roma. Y es
que no podía ser de otra forma: la proscripción y el subsiguiente asesinato de
Cicerón por orden directa de los triúnviros constituían todo un síntoma de que
ni los más hábiles podían quedar al margen de los terribles acontecimientos.
Octaviano tenía que instalar a 100.000 soldados que debían ser licenciados
urgentemente, en evitación de males mayores. Toda Italia se vio afectada por
las confiscaciones de tierras: la propia Campania donde
vivía Virgilio, y también los campos de Cremona, su tierra natal (Mantua uae miserae nimium uicina
Cremonae). Sus propias posesiones fueron confiscadas y hasta su padre debió
instalarse en la finca de Nápoles. Puesto que sus amigos (Asinio Polión, Cornelio Galo y Alfeno Varo) pertenecían al círculo de los
triúnviros, quiere la tradición que Virgilio habría
logrado de Octaviano la devolución de su propiedad: no son, sin embargo,
definitivos los datos que avalar pueden una afirmación como ésta.
Asinio
Polión fue precisamente quien animó a Virgilio a
que compusiera unos poemas según los Idilios de Teócrito, al modo que ya había
intentado M. Valerio Mesala. Las Bucólicas
fueron publicadas poco después del 39, y
su éxito superó con creces los límites de los círculos alejandrinistas, siendo
adaptadas con éxito como mimo para la escena. Virgilio,
según sus biógrafos, las había comenzado a los veintiocho años, y
parece que con ellas se vio de repente lanzado a una fama y una popularidad que
no iban bien con su carácter retraído. Fue a raíz de este éxito cuando Mecenas
puso a Virgilio en contacto con Octaviano, su antiguo
compañero de estudios, arrebatándoselo al círculo de Polión, amigo y aliado de
Marco Antonio.
C.
Mecenas era un eques de ascendencia etrusca, que aparece ya en los días de
Módena (43 a. C.) al lado de Octaviano. Persona de gran
tacto y visión política, su influencia fue decisiva en la Roma que Octaviano
quería modelar y especialmente en lo que se refiere al terreno de la
literatura. Supo rodearse de un círculo de poetas que, a cambio de su amistad y
protección, realizaron toda una campaña en favor de los intereses del futuro princeps.
Virgilio, pues, fue admitido en este
círculo y él mismo con Vario Rufo logró que Mecenas aceptase a Horacio. Sabemos
por una satira (I, 5) de este último
de un famoso viaje a Brindis que realizó Mecenas con lo mejor de su grupo, con
Virgilio, Horacio, Vario Rufo y
Plocio Turca. Por aquellos días (37 a.
C.) debía celebrarse una entrevista en Tarento para reconciliar a Octaviano
con Marco Antonio, y sin duda Mecenas se había propuesto impresionar al futuro
enemigo con toda una corte de artistas.
Podemos
pensar que fue durante el trayecto cuando convenció Mecenas a Virgilio para que compusiera sus Geórgicas, cuatro libros de
poesía didáctica relacionada con la vida del campo. El poema de Lucrecio aún
estaba reciente en todos los lectores del momento, el argumento campesino
(siguiendo los pasos de Hesíodo) no podía disgustar a un autor que se había
criado entre los agricultores de la campiña del Po y,
por lo demás, el momento requería que los poetas cantasen sus mejores versos a
la reconstrucción de Italia, la madre Italia arrasada por las guerras civiles.
El empeño, por tanto, era noble, y Virgilio no
se resistió a la invitación de Mecenas, a quien luego dedicó ardorosamente su
poema. Se dice que debió emplear siete años en su composición y que, en una
lectura ininterrumpida de cuatro días, pudo leérselo a Octaviano a su regreso
de Oriente en el 29 a.C.
No
es extraño que el propio Mecenas intentase a continuación un salto cualitativo
en su programa literario. Había que cantar ahora la figura de quien pronto ya
se llamaría Augusto. Y había precedentes: Furio Bibáculo y Terencio Varrón
habían puesto antes en verso las gestas de César en su conquista de las Galias,
y los antecedentes de una épica nacional se remontaban hasta Ennio, y más
atrás. La idea ronda ya en los primeros versos del libro tercero de las Geórgicas;
Mecenas, sin embargo, no tenía prisa y esperaba el momento oportuno y
la inspiración adecuada.
Por
Macrobio sabemos de una famosa correspondencia epistolar entre Virgilio y el propio Augusto. Era el año 26,
Augusto estaba en Hispania dirigiendo las operaciones contra los
cántabros y desde allí reclamaba ansioso al poeta el resumen o algún fragmento
de su obra. Éste entonces le responde pidiéndole tiempo, que se sentía
enajenado por el trabajo emprendido y «su Eneas» (Aenea
quidem meo, dice el poeta, según su biógrafo nos lo ha transmitido)
precisa aún de estudios más profundos. Podemos afirmar, por tanto, que era
entonces cuando el poeta estaba empezando el trabajo que habría de ocuparle
hasta su muerte, el arma uirumque que
se disponía a cantar para mayor gloria de Roma y su príncipe. No sólo Augusto,
sino toda la ciudad aguardaba el poema con impaciencia, y Propercio pudo
escribir en el 26 que se estaba gestando «algo mayor aún que
la Ilíada».
Más
tarde, sin embargo, Virgilio pudo satisfacer la
curiosidad de Augusto, presentándole en pública lectura los libros II, IV y VI,
quizá los más impresionantes. Es famosa la anécdota que nos cuenta cómo Octavia
perdió el conocimiento al escuchar el panegírico de su hijo Marcelo contenido
en el libro VI. El propio príncipe debió de estremecerse ante la mención de su
sobrino, el joven que ya había escogido como heredero y que acababa de
fallecer (23 a. C.).
En
el año 19 Virgilio había provisionalmente terminado su trabajo
en doce libros. Él mismo se había trazado aún un programa de tres años durante
los que habría de visitar los lugares de Grecia y Asia en los que tantas veces
aparecían sus personajes. A nuestro poeta le gustaba pulir amoroso sus versos
-como lame la osa a sus crías, en comparación ya antigua- y quería una tregua
para terminar definitivamente el poema. Embarcó, por tanto, y en Atenas se
encontró con Augusto que volvía de Asia. Sabemos que estuvieron juntos, sabemos
que el sol abrasador del verano de Mégara hizo que la salud del poeta se
resintiera y sabemos que regresó precipitadamente a Brindis. Murió el 20 de
septiembre y su cuerpo fue trasladado a las proximidades de Nápoles, donde
recibió sepultura. Algún amigo piadoso puso en su tumba el famoso epitafio: Mantua
me genuit...
Antes
de partir para Grecia, y alarmado sin duda por una salud precaria, Virgilio había confiado su Eneida a
dos buenos amigos, Vario Rufo y Plocio Tuca: si algo le ocurría, debían entregar
ese manuscrito inacabado a las llamas. Que aún no estaba terminado el poema.
Augusto, sin embargo, evitó que se cumpliera ese último deseo, y, muy al
contrario, encargó a esos mismos amigos que lo publicasen sin añadir ni una
sola letra, aunque podían suprimir lo que, en su opinión, no sería del gusto
del poeta ya desaparecido. Y así, con sus contradicciones y sus hermosos
versos incompletos, ha llegado la
Eneida hasta nosotros.
Del
físico y la personalidad de Virgilio no
es mucho lo que sabemos. Era, según cuenta Donato, alto y moreno, de aspecto
campesino, y así nos lo confirman los retratos antiguos que de él nos han
llegado, el del mosaico de Hadrumeto y algún busto en mármol quizá de la época
de Augusto. Tenía fama de tímido entre sus
amigos, y es seguro que no le gustaba mostrarse en público y que prefería su
retiro en Campania al ajetreo de la gran ciudad. Quizá también
esto se debió a esa misteriosa enfermedad crónica que el propio Donato menciona
(tuberculosis o no); al fin y a la postre, y en palabras de García Calvo, «tan
sólo la enfermedad es lo que hace al hombre un hombre».
La Eneida
El
centro de la vida de Virgilio, de los veinte a los
cuarenta años, está enmarcado por el Rubicón y por los ecos de la batalla de Accio;
vivió, como hemos comentado, en el torbellino de constantes enfrentamientos
civiles que no llegaron a su final, sino con la muerte de Antonio, el año 30 a. C. Agripa el militar en
una mano, y Mecenas el amigo de las letras en otras, Octaviano decide entonces
comenzar toda una obra de reconstrucción nacional (la «restauración de la
república», decían ellos) que debía contar con una adecuada campaña de
propaganda. Mecenas estaba empeñado en que alguno de sus poetas cantase las
gestas de Octaviano, y parece que probó sin fortuna con Horacio y Propercio,
quienes habrían renunciado de antemano a tan ingente tarea.
También
Virgilio recibió esta propuesta, y parece que se dejó
llevar por el entusiasmo de la victoria y de la paz, y puso manos a la obra. Si
tenemos en cuenta el sangriento pasado que estos poetas habían conocido, no
podemos sorprendernos si dejaron escapar un profundo suspiro cuando se
cerraron en Roma las puertas del templo de Jano, las puertas de la guerra: era
el año 29, y casi durante doscientos años habían estado abiertas,
ensangrentadas.
Tenemos
noticias, sin embargo, que nos aseguran que era ya antigua la intención de Virgilio de componer un poema épico. Afirman sus biógrafos
(Servio, Donato) que ya antes de terminar las Bucólicas trató de cantar reges et proelia, y discuten si pensaba ya
en Eneas o se trataría de una epopeya basada en la historia de los reyes de
Alba. En todo caso, nuestro poeta abandonó pronto este proyecto, bien abrumado
por la tarea, bien simplemente que los tiempos de los neotéricos no animaban
precisamente a los posibles autores de poemas épicos de altos vuelos. Un
segundo dato sostiene esta vieja pretensión: parece que, cuando -en el 45- Julio
César inaugura el templo dedicado a su antepasada Venus Génetrix, Virgilio habría asociado definitivamente los nombres de César
y de Eneas; según Servio, a este César haría referencia el poeta en el libro I
de su Eneida (254-296) y, por tanto, estos versos habrían sido
compuestos, quizá con algún otro fragmento, mucho antes que el resto del poema.
Es
indiscutible, por último, que en el proemio del libro III de
las Geórgicas Virgilio anuncia una futura obra,
comparada en sus versos con un templo, que tendrá a César en el centro y al fondo
las gestas troyanas. Y este César al que se refiere con el entusiasmo de los
días de Accio, es ya Octaviano. Cuando termina su poema campesino, Virgilio se decide al fin a recoger la propuesta de Mecenas.
Era, pues, el año 29, y hemos visto, sin embargo, cómo tres años después nada
puede aún ofrecer a Augusto. ¿Qué obstaculizaba el trabajo del poeta? Quizá su
intención primera estaba experimentando un cambio y su fina intuición poética
le llevaba a desplazar la cámara, colocando al líder en un segundo plano, para
que más destacase la tarea colectiva del pueblo romano, «el pueblo latino y
los padres de Alba y de la alta Roma las murallas». Ahora bien, los días no
eran fáciles, y no es raro pensar que en Virgilio
se fuera enfriando el entusiasmo inicial; si a esto añadimos el que su
amigo Cornelio Galo se quitó la vida el año 27, acusado de
traición hacia la persona de Augusto, ¿no sería posible pensar en un cierto
desengaño político del poeta?
Fuentes:
CAMPS, W A.: An Introduction to Virgil's Aeneid, Oxford,1979 (=1969).
ECHAVE-SUSTAETA,
J. DE: Virgilio y nosotros, Barcelona,
1964. EsPINOSA PÓLIT, A.: Virgilio en
verso castellano, Méjico, 1961. GARCIA CALVO,
A.: Virgilio, Madrid, 1976 (con abundante
bibliografía).
GRIMAL, P.:
Virgile ou la seconde naissance de Rome, París, 1985. GUILLEMIN, A. M.: Virgilio. Poeta, artista y pensador, Buenos
A¡res, 1968.
JACKSON KNIGHT, W F.: Roman Vergil, Harmondsworth, 1966 (=
Londres, 1944, revisada).
MOYA
DEL BAÑO, F. (ed.): Simposio
virgiliano, Murcia, 1984. SYME,
R.: The Roman Revolution, Oxford,1974
(=1939, revisada).
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