Victoria Ocampo
Diálogo
con
Borges
BUENOS AIRES
PRINTED IN ARGENTINA
IMPRESO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que pre¬
viene la ley 11.723, © 1969, Editorial
Sur, calle Viamonte 494, Buenos Aires.
VICTORIA OCAMPO
Antes de hablarme de esta fotografía de sus
antepasados, Borges, dígame cuál es el primer
recuerdo de su infancia,
JORGE LUIS BORGES
No puedo precisar mi primer recuerdo, No sé
si queda de este o del otro lado del río; si me
viene del barrio de Palermo, en Buenos Aires,
o de una quinta del Paso del Molino, en Mon¬
tevideo. Entreveo un cantero y un arco iris.
V. O.
Hablemos de su familia. Usted se refiere a
ella en sus poemas. El álbum que usted me
ha mostrado lleva en las primeras páginas
tres fotografías de mujeres. ¿Quién era Jane
Arnett de Haslam, con un peinetón de carey
y traje de baile?
7
Jane Arnett de Haslam
/. L. B.
Esa niña es una de mis bisabuelas. Había
nacido en Staffordshire. Creo reconocer en
sus rasgos los de Norah, mi hermana. Su
familia era cuáquera.
V. O.
¿Quién era esa Carolina Haslam de Suárez
reflejada en un espejo, esos espejos que lo
alarmaron a usted y que están en sus poemas?
J. L. B.
Mi tía abuela, por el lado de mi padre. Perdió
su fortuna y se dedicó a enseñar el inglés.
Había sido muy linda. Una de sus discípulas
fue Marieta Ayerza, que se acuerda siempre
de Mrs. Suárez. Era una persona que me
impresionaba mucho, no sé por qué.
V. O.
No necesito preguntarle si Fanny Haslam
9
Carolina Haslam de Suárez
de Borges era su abuela inglesa. ¿Hasta qué
punto era inglesa?
J. L. B.
Lo era devotamente. Bajo el influjo de la
obra de Sir Walter Scott, yo, de chico, le
pregunté si tenía sangre escocesa. Me con¬
testó: “Gracias a Dios (thank goodness!)
no tengo ni una gota de sangre escocesa,
irlandesa o galesa”. Cuando estaba murién¬
dose, todos la rodeamos y ella nos dijo: “Soy
una mujer vieja que está muriendo muy,
muy despacio, No hay nada interesante o
patético en lo que me sucedeNos pedía
disculpas por su demora en morir. Leía y
releía a Dickens, pero también a Wells
y Arnold Bennett. En la reserva y en la cor¬
tesía de Ñor ah perdura Francés Haslam.
V, O.
Junto a ella encontramos al coronel Francisco
Borges Lafinur, su marido. ¿Qué sabe usted
n
Fanny Has larri de Borges
Fanny Haslam de Borges (París, 1869-1870).
de este militar y qué parentesco tenía con
Juan Crisóstomo Lafinur?
J. L. B.
Era hijo de Carmen Lafinur, hermana de Juan
Crisóstomo, acaso nuestro primer poeta ro¬
mántico. Nació en la plaza sitiada de Monte¬
video, durante la Guerra Grande, como los
orientales le dicen. A ¡os quince años, militó
en esa plaza, contra los blancos; después, en
Caseros, bajo Urquiza; después, en el Para¬
guay, en Entre Ríos, en la frontera del Sur
y en la del Oeste. Mitre estaba tramando
una revolución; Sarmiento, entonces presi¬
dente, le preguntó a mi abuelo si podía con¬
tar con las fuerzas que estaban a sus órdenes,
en Junín. Borges ¡e contestó: ( y el tango-
milonga me gusta más que el tango-canción,
que me parece deleznable.
V. O.
En este álbum de familia veo un bebé y en
otra foto un niño apoyado al respaldo de
una silla -creo que han de ser su madre y su
padre-; después los veo en otras fotos más
grandecitos: ella con muchos moños en la
cabeza, apoyada en una balaustrada, como se
estilaba en las fotos de esa época; él en un
bote de fotógrafo, remando en un mar de
fotógrafo. ¿Se los puede usted imaginar a
ellos cuando eran niños?
J. L. B.
No> me cuesta mucho trabajo reconocerlos en
esa balaustrada y en esa navegación fotográ¬
fica que, además, habrá correspondido única¬
mente al instante en que se retrataron.
26
remando en un mar de fotógrafo”
Leonor Acevedo de Borges
Leonor Aceveclo
de Borges.
Borges, padre.
V. o.
Mire usted, a esta preciosa mujer vestida de
negro con guante blanco: su madre. ¿Esta
foto fue tomada antes o después de nacer
usted? ¿Recuerda usted a su madre en el es¬
plendor de su juventud?
J. L. B.
Sí, creo recordarla así; sus amigas íntimas
solían decirme: ((Pobre Leonor cita, no, le
debía nada a la belleza”. Creo que mentían.
V. O.
Aquí están su padre y su madre. ¿Qué rasgos
considera usted que ha heredado de esta joven
pareja feliz?
J. L. B.
Ojalá hubiera heredado alguno.
31
Borges, niño. ("¿Qué sería ese libro?'’)
V. o.
¿Teme usted haberlos hecho sufrir en alguna
ocasión?
J. L. B.
Espero no haberlos defraudado demasiado,
pero tengo -como todos los hijos~ muchos
remordimientos. Sobre todo, el remordimien¬
to de haber sido, durante muchos años de
mi vida, muy desdichado y haberlos apenado
por eso.
V. O.
¿A qué jugaba usted a la edad en que se le ve
sentado con un libro en la mano? ¿Qué sería
ese libro?
J. L. B.
En lo que al libro se refiere, me lo puso en
las manos el fotógrafo. En cuanto a los jue-
33
Borges, adolescente
BorgeSj jovencito.
gos, mi hermana Ñor ah era el caudillo. Me
obligaba a escalar el vertiginoso molino de
nuestro jardín de Palermo y a caminar por
paredes muy altas y muy angostas. Yo la
seguía porque no tenía el valor de decirle
que estaba aterrado.
V. O.
¿Así que Norah era para usted una compa¬
ñera de juegos, de travesuras, y, como usted
dicey el caudillo?
J. L. B.
Sí. Ahora es casi otra persona. Su f ir meza,
sin embargo, es la misma y así lo demostró
cuando estuvo, como usted, Victoria, en la
cárcel. Quienes ahora la conocen no podrán
creer que le gustaba mucho lo que los ingle¬
ses llaman practical jokes. Ha dejado la dia¬
blura y la travesura para ingresar en la be¬
nigna secta de los ángeles.
V. o.
Y usted ¿tenía ambiciones? ¿Ya se había
despertado plenamente su vocación de escri¬
tor y de poeta, en su adolescencia?
J. L. B.
Sí, yo siempre supe, de algún modo, que se¬
ría un escritor. En cuanto a mis ambiciones,
no sé si le he dicho alguna vez, Victoria, que
cuando era chico se hablaba mucho de “ratés” -no se usaba la palabra “fracasados” sino la
francesa “ratés”-; yo oía hablar de los “ra¬
tés” y me preguntaba con inquietud: “¿Lle¬
garé yo alguna vez a ser un ‘raté’?” Esa era
mi máxima ambición.
V. O.
Pues usted ha fracasado como “raté”. ¿Cuál
fue su más grande deseo de adolescente:
ser amado o ser famoso?
37
Casa de Carolina Haslam de Suárez, en Paraná, donde murió
el padre de Borges.
J. L. B.
Nunca pensé en ser famoso y no sé si pensé
en ser amado. Yo creía que ser amado hubie¬
ra sido una injusticia: no creía merecer nin¬
gún amor especial, y recuerdo que los cum¬
pleaños me avergonzaban, porque todos me
colmaban de regalos y yo pensaba que no
había hecho nada para merecerlos y que era
una especie de impostor.
V, O,
¿Por qué sentía necesidad de escribir? ¿Qué
lo atraía particularmente en la literatura en
esos años?
J. L. B.
La pregunta inicial es de difícil o imposible
contestación. En cuanto a la segunda, me atra¬
jeron sucesivamente la mitología griega, la
mitología escandinava, el Profeta Velado del
Khorassán, El Hombre de la Máscara de Hie-
39
rro, las novelas de Eduardo Gutiérrez, el Fa¬
cundo, las admirables pesadillas de Wells y
Las Mil y Una Noches, en la versión de Edward
William Lañe. No respondo del orden de esos
amores. Dos amistades de aquel tiempo me
han acompañado hasta ahora: Huckleberry
Finn y el Quijote.
V. O.
¿Es usted, como diría Saint-Exupéry, “du
pays de votre enfance”? ¿Se siente usted
muy marcado por su infancia, como en mayor
o menor grado lo estamos todos, sólo que
unos tienen más conciencia de estarlo que
otros?
J. L. B.
Intimamente soy el mismo de entonces. Ape¬
nas si he aprendido algunas destrezas.
V. O.
Entremos ahora en lo que usted llama ((la
casa primordial de la infancia”. ¿Cuál fue?
40
Casa de Paraná
]. L. B.
Cronológicamentey la primera fue una casa
baja y antigua de la calle Tucumán, entre
Suipacha y Esmeralda. Tenía, como todas,
dos ventanas con su reja de hierro, el zaguán,
la puerta cancel y dos patios. En el primero,
que era de mármol blanco y negro, estaba el
aljibe, con una tortuga en el fondo para pu¬
rificar el agua. En Montevideo, me dicen, el
filtro era un sapo. La gente no pensaba que
la tortuga purificaba e impurificaba el agua
también.
Recuerdo con más precisión la casa de la calle
Serrano, en Palermo. Era una de las pocas
casas de altos que había en esa calle. El resto
de la edificación era de casas bajas y, si se
puede llamar edificación, de terrenos baldíos.
V. O.
La casa de Paraná, donde nació su padre, ¿la
ha visto usted en sueños o en la realidad?
42
Calle Anchorena 1626 (1930-34).
J. L. B.
En sueños y en la realidad, pero como la he
visto muchas veces en una fotografía, creo
que la imagen que tengo es la de la fotogra¬
fía, no la de la casa que vi cuando fui a
Entre Ríos. Como en el caso de tantos ami¬
gos, me entristece pensar si mi recuerdo de
Güiraldes es verdaderamente un recuerdo de
Güiraldes o si lo he reemplazado por el re¬
cuerdo de su fotografía. La fotografía se fija
más fácilmente en la memoria porque está
inmóvil; en cambio, cuando uno ve a una
persona esa persona está cambiando conti¬
nuamente.
V. O.
¿Qué colores, qué sonidos, qué voces recuerda
usted de este jardín de la calle Anchorena
1626 que vemos en esta foto? Ñor ah, su her¬
mana, piensa en colores y en formas. Cuando
era muy jovencita me preguntó una vez:
u¿Qué le gusta más, una rosa o un limón?”
¿En esto se parece usted?
44
Anchorena 1626. (. . . subían por esta escalena . . .)
/. L. B.
No, absolutamente nada. Yo no puedo decir,
como Théophile Gantier, que “je suis quelqu’un
pour qui le monde visible existe”. Yo pienso
más bien de un modo abstracto o afectivo,
pero no en formas o en colores como mi her¬
mana. Yo no sé muy bien si las personas a
quienes trato son rubias o morochas; es ver¬
dad también que mi creciente ceguera ha
colaborado en ese mundo abstracto en que
estoy.
V. O.
¿Quiénes subian por esta escalera de la calle
Anchorena? ¿Recuerda usted?
]. L. B.
Sí, recuerdo a nuestro William Blake (Xul-
Solar), recuerdo a Macedonio Fernández -una
de las personas que más me han impresionado
en la vida, menos por su obra escrita, que
46
El Colegio de Ginebra.
encuentro ahora un poco intrincada e inextri¬
cable, que por su diálogo-; Macedonio Fernán¬
dez fue el mejor conversador que he conocido
en mi vida y -lo cual parece incompatible- el
más lacónico también. Uno podía estar dos o
tres horas con él. Macedonio hacía tres o cua¬
tro observaciones dichas en voz baja y, por
modestia, en tono interrogativo y esas tres o
cuatro tímidas preguntas de Macedonio Fer¬
nández resplandecían después en el recuerdo,
quedaban para siempre en nuestra memoria.
Me acuerdo también de Alvaro Melián Lafi¬
nar, mi primo; y -desde luego- de mis padres.
Creo que no tengo otros recuerdos muy inme¬
diatos de esa época.
V. O.
¿Recordaba usted ya con fervor a su Buenos
Aires cuando era alumno de este colegio de
Ginebra que Ñor ah pintó con techos rojos?
J. L. B.
Sí, pensaba siempre en Buenos Aires. En casa
teníamos algunos libros argentinos: el Facundo,
48
“, . .en que su padre y su madre lo miran a usted y se miran
en usted...”.
La quinta de Adrogue (pintura de Norah Borges).
los tres volúmenes de Ascasubi, el Martín Fie¬
rro, Siluetas Militares de Eduardo Gutiérrez
y el Juan Moreira. Yo estaba muy orgulloso
de que en esa novela se hablara de mi abuelo
Borges aunque, naturalmente, hubiera prefe¬
rido ser nieto de Moreira y no de Borges.
También Misas Herejes que Evaristo Carriego
había dedicado a mi padre. No quiero olvidar
el Lunario Sentimental de Lugones y Las
Montañas del Oro. Leía y releía esos libros,
porque sentía que me ataban a la patria. No
debe deducirse de mis nostalgias que no sin¬
tiera,, y que no siga sintiendo, un gran amor
por la ciudad de Ginebra.
V. O.
Esta instantánea suya y de sus padres en la
avenida Quintana, en que su padre y su ma¬
dre lo miran a usted y se miran en usted,
me figuro, y en que usted los mira a ellos,
¿de qué amistades fue contemporánea?
J. L. B.
La primera visita con la cual usted nos honró,
50
Avenida Quintana 222 (1924-30).
“Al pensar en A drogué, no pienso en el Adrogué actual
deteriorado por el progreso . .
Victoria, fue en esa casa, hoy desaparecida,
de Quintana y Montevideo. En esa casa Ri¬
cardo Güiraldes nos dejó su guitarra cuando,
por penúltima vez, se fue a París con Adelina.
V. O.
Supongo que Adrogué era para usted lo que
San Isidro para mí, ¿no es así? Descríbame
un poco ese lugar donde han veraneado tan¬
tos años.
/. L. B.
Al pensar en Adrogué, no pienso en el Adro¬
gué actual deteriorado por el progreso, por
la radiotelefonía y las motocicletas, sino en
aquel perdido y tranquilo laberinto de quin¬
tas, de plazas, de calles que convergían y
divergían, de jarrones de mamposterja y de
quintas con verjas de fierro. En cualquier lugar
del mundo en que me encuentre, basta el olor
de los eucaliptos para que yo vuelva a ese
Adrogué perdido que ahora sólo existe en mi
memoria y, sin duda, en tantas memorias.
53
“...basta el olor de los eucaliptos para que yo vuelva a
ese A drogué perdido . . ”
Casa posterior de la Avenida Quintana 263.
V. o.
Hábleme de su padre. Me gustaría que usted
me dijera qué literatura le gustaba y cómo
era el hombre, el que usted ha visto y cono¬
cido.
J. L. B.
Era muy inteligente y, como todos los hom¬
bres inteligentes, muy bondadoso. Era discí¬
pulo de Spencer. Alguna vez me dijo que me
fijara bien en los uniformes, en las tropas, en
los cuarteles, en las banderas, en las Iglesias,
en los curas y en las carnicerías, porque todo
eso estaba a punto de desaparecer y yo po¬
dría contar a mis hijos que había sido testigo
de tales cosas. La profecía no se ha cumplido
aún. Era tan modesto que hubiera preferido
ser invisible. Muy orgulloso de su inmediata
sangre sajona, solía bromear sobre ella. Nos¡
dijo con aparente perplejidad: “No sé por que
se habla tanto de los ingleses. ¿Qué son, al
fin y al cabo? Son unos chacareros alemanes”.
55
Los dioses de su idolatría eran Shelley, Keats,
Wordsworth y Swinburne. La realidad de la
poesía, el hecho de que las palabras puedan
ser no sólo un juego de símbolos sino una
magia y una música, me fue revelada por él.
Cuando recito ahora un poema, lo hago, sin
proponérmelo, con la voz de mi padre. Solía
decir que en este país el catecismo ha sido
reemplazado por la historia argentina. Des¬
confiaba del lenguaje; pensaba que muchas
palabras encierran un sofisma. Los enfermos
creen que van a sanar -nos decía-, porque los
llevan a un sanatorio.
En la revista Nosotros pueden buscarse algu¬
nos admirables sonetos suyos, un poco a la
manera de Enrique Banchs. Ha dejado una
novela histórica, El caudillo. Escribió y des¬
truyó varios libros. Dictó en inglés una cáte¬
dra de psicología en el Profesorado de Len¬
guas Vivas, en la calle Esmeralda.
V. 0.
¿En cuál de sus poemas o de sus cuentos ha
soñado al asomarse a este balcón?
56
J. L. B.
No sé. Si el balcón es de nuestra primera
casa en la avenida Quintana, habrá sido en
algún poema. Porque -aunque a mí me gus¬
taban mucho los cuentos- pensaba entonces
que no era digno de escribir cuentos, tarea
demasiado compleja para mí. Ahora, si se
trata de nuestra casa de Anchorena, entonces
habré estado pensando en el cuento uLas
ruinas circulares”. Pasé una semana escribién¬
dolo. Durante esa semana iba a trabajar en
una biblioteca de Almagro, iba al cinemató¬
grafo alguna vez, veía a mis amigos, pero
todo eso era como si ocurriera en un sueño,
porque yo estaba viviendo mientras tanto,
como no he vivido ninguna obra literaria ni
antes ni después, ((Las ruinas circulares”.
V. O.
¿Cree usted que algo de las personas que han
vivido en una casa perdura en ella, que algo
queda como flotando en ella, que todas las casas
57
-en mayor o menor grado- están “haunted”,
“hantées”? ¿Y por qué no existirá esta pala¬
bra “haunted” en español? ¿Es que ningún es¬
pañol o ningún hispanoamericano ha sentido
necesidad de inventarla?
J. L. B.
Estoy plenamente de acuerdo con usted. Creo
que palabras como “haunted”, “uncanny”,
“eerie”, no existen en otros idiomas porque
la gente que los habla no ha sentido nece¬
sidad de inventarlas, como usted dice. En
cambio, tenemos en inglés o en escocés la
palabra ‘uncanny” y en alemán la palabra
análoga “unheimlich” porque esa gente ha
necesitado esas palabras, porque esa gente ha
sentido la presencia de algo sobrenatural y
maligno a la vez. Creo que los idiomas co¬
rresponden a las necesidades de quienes los
hablan, y si a un idioma le falta una palabra
es porque le falta un concepto o, mejor dicho,
un sentimiento.
58
V. o.
Hay también otra palabra intraducibie; por
lo menos yo no le encuentro traducción. A ver
si usted la encuentra: “wistful”.
J. L. B.
Noy no encuentro traducción. Sólo meras
aproximaciones como “nostálgico”, “anhelan¬
te”, pero ninguna de ellas corresponde a
“wistful”. Además, hay algo en el sonido de
esa palabra, en la respiración de esa palabra}
en su entonacióny que corresponde a lo que
significa.
V.
O.
¿Se siente usted wistful al pensar en Adro¬
gué? ¿Lo recuerda usted wistfully?
J. L. B.
Sí. Lo mismo me sucede con otros sitios.
59
Borges a orillas del río
V. o.
¿Ubicaría usted Ja acción de su cuento El
Muerto a orillas de este río uruguayo donde
lo veo a usted retratado?
J. L. B'
Sí, Lo imaginé ahí, pero la historia podría
trasladarse a cualquier frontera y no corres¬
ponde necesariamente a las márgenes del
Arapey.
V. O.
¿Cómo imaginaría en film ese cuento suyo
en que se ha inspirado un productor norte¬
americano? Creo que se va a hacer un film
con El Muerto, ahora.
J. L. B.
Sin exceso de vanidad, creo que puede ha¬
cerse un buen “Western” con ese cuento. Al
61
El mate
ÉgliSl
decir un buen “Western”, no tengo el menor
propósito despectivo. Creo que en un tiempo
en que los escritores han olvidado que una
de sus obligaciones, o una de sus vocaciones,
es lo épico, el “Western” ha salvado lo épico
para el mundo. Es decir, el “Western” ha sa¬
tisfecho en todas las latitudes esa necesidad
de la epopeya que es uno de los rasgos más
nobles del alma humana.
V. O.
¿Sabe usted a quién pertenecía el mate que
vemos en una fotografía de la sala de la ave¬
nida Quintana?
J. L. B.
Sí. Ese mate que tiene, creo, una especie de
trípode de serpientes, lo trajo mi bisabuelo
Suárez de sus campañas en el Perú. Trajo
también una palangana de plata, que colgaba
del arzón del caballo.
V
, o.
Recuerdo perfectamente que Ricardo y Ade¬
lina Güiraldes me llevaron a la casa de la
avenida Quintana -que no se llamaba “aveni¬
da” en esa época, me parece. Era la época de
Proa. Cuénteme algo de su intervención o de
lo que recuerda de aquella revista.
J. L. B.
Inevitablemente voy a repetir una anécdota.
Hacia 1924y Brandan Caraffa me llamó por
teléfono. Me dijo quey con Ricardo Güiraldes
y Pablo Rojas Paz, habían decidido fundar
una revista que representara a la nueva ge¬
neración literaria y que todos habían dicho
que en esa revista no podía faltar yo. Me
sentí comprensiblemente halagado; esa noche
fui al Hotel Fénix en San Martín y Córdoba,
donde se alojaba Güiraldes. Me recibió con
estas palabras: “Brandan me ha dicho que
antenoche se reunieron ustedes para fundar
una revista literaria de jóvenes y que todos
dijeron que en tal revista no podía faltar yo”.
En eso entró Pablo Rojas Paz. Nos saludó y
64
REVISTA DE RENOVACION LITERARIA
Revista “Proa”.
Ñor ah Borges
nos dijo con emoción: “Estoy muy halaga¬
do”. Lo interrumpí y le dije: “Antenoche nos
reunimos los tres y resolvimos que en una
revista literaria de jóvenes, no podía faltar
usted”.
Así, por obra de una estratagema inocente,
Proa surgió. Para el primer número -quinien¬
tos ejemplares en papel pluma, de ciento
veinte páginas-, cada uno entregó la suma,
onerosa para mí, de cincuenta pesos.
V. O.
Ñor ah, que algo tiene de Ofelia en esta fo¬
tografía, ha vivido y crecido junto a usted.
¿Cree usted que en su pintura se refleja al¬
guna característica de los antepasados que
están en el álbum, o que los guerreros se han
convertido en ángeles para ella? ¿Podría No-
rah pintar guerreros y usted describir ángeles?
J. L. B.
No. Creo que los guerreros pintados por Norah
serían mansísimos y benévolos. Y en cuanto a
67
En la vieja rambla de Mar del Plata: Adolfo Bioy Casares,
Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges.
Borges con Silvina Ocampo.
Borges con Adolfo Bioy Casares.
míy me juzgo indigno de tratar de ángeles.
Pero en cuanto a antepasados, creo que en
Norah puede haber algo de los pastores pro¬
testantes del lado inglés de mi familia más
que de los militares argentinos u orientales.
V. O.
Aquí lo veo con mi cuñado Bioy Casares. Le
contaré una anécdota que tal vez no sepa.
Cuando Adolfito era casi un adolescente, su
madre, Marta, preocupada por su naciente
vocación de escritor, me preguntó con quién
podría ponerlo en contacto, quién podría ser
su guíaf un amigo para él. Contesté: Borges.
Por lo visto no me había equivocado. En
aquella época mi hermana Silvia pintaba. Ella
y Norah eran amigas mucho antes de casarse,
Silvia con Adolfito y Norah con Guillermo.
¿Desde cuándo tiene usted amistad con los
Bioy?
J. L. B.
Usted me pregunta algo muy difícil porque
no sé nada de fechas. Lo que sé es que Adol-
70
fito y yo nos hicimos amigos una tarde en
que él me llevó a casa desde esta casa de San
Isidro en que ahora conversamos. Creo que
hemos ejercido una influencia mutua. Siempre
se piensa que el mayor influye más en el
menor, pero creo que si yo le he enseñado
algo a Adolfito, él me ha enseñado mucho
más. No de un modo directo -las cosas que
se enseñan directamente suelen ser inútiles
sino de un modo indirecto. Adolfito me ha
llevado a una mayor sencillez; a un desdén
del barroquismo; en suma, el joven Adolfo
Bioy Casares ha sido un maestro, digamos
clásico, del ya viejo Jorge Luis Borges.
V. O.
¿Cómo se les ocurrió aquello de Bustos
Domecq?
J. L. B.
Yo no quería colaborar con él; me parecía que
una colaboración era imposible, y una ma¬
ñana él me dijo que hiciéramos la prueba: yo
iba a almorzar a casa de él> teníamos dos
horas libres y teníamos ya un argumento.
Empezamos a escribir y poco después, esa
misma mañana, ocurrió el milagro. Empeza¬
mos a escribir de un modo que no se parecía
ni a Bioy ni a Borges. Creamos de algún modo
entre los dos un tercer personaje, Bustos
Domecq -Domecq era el nombre de su bisa¬
buelo, Bustos el de un bisabuelo cordobés,
mío- y lo que ocurrió después es que las
obras de Bustos Domecq no se parecen ni a
lo que Bioy escribe por su cuenta ni a lo que
yo escribo por mi cuenta. Ese personaje exis¬
te, de algún modo. Pero sólo existe cuando
estamos los dos conversando.
V. O.
Esta tapicería de Ñor ah, La Pasión, ¿corres¬
ponde en alguna forma con algo de lo que
usted ha escrito, con algún Jardín de sende¬
ros que se bifurcan?
]. L. B,
No. Corresponde a una época en que Norah
no buscaba la pintura tranquila, angelical;
72
Tapicería de Norah Borges
corresponde a la época en que Norah, bajo
el influjo del expresionismo alemán, era una
dibujante y pintora muy vivida, muy movida
y muy trágica, por inverosímil que esto pa¬
rezca.
V. O.
En un magnifico poema, el de uLos Donesyy,
nombra usted a Groussac. ¿Qué ha significado
para usted? Groussac tenía un espíritu muy
distinto del suyo, y usted dice en este poema:
i(¿Cuál de los dos escribe este poema?" ¿En
qué forma se identifica usted con alguien que
en nada se le parece?
J. L. B.
Creo no parecerme a Groussac, pero querría
que mi prosa se pareciera a la suya. La prosa
de Groussac y la de Alfonso Reyes, nuestro
amigo, son las más admirables de nuestra len¬
gua, las que fluyen mejor. La de Quevedo y
la de Saavedra Fajardo pecan de rigidez. La
de Lugones es demasiado self-conscious.
74
alta de la escalera: Francisco Romero, Eduardo J. Bullrich, Guillermo de Torre, Pedro
Henríquez Ureña, Eduardo Mallea, Norah Borges y Victoria O campo. En la escalera: En¬
rique Bullrich, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Carola Padilla, Ramón Gómez de
la Serna. Detrás de la escalera: Ernest Ansermet. Sentada en la escalera: María Rosa Oliver.
V. o.
He encontrado dos fotografías en que lo vemos
a usted en Sur. Una es la de un Sur que aún
no se había publicado, creo. Fue tomada en
mi casa de Rufino de Elizalde, Estamos en la
escalera. Ahí estaban reunidos Pedro Henríquez
Ureña, Mallea, Ñor ah, María Rosa 01 iver, A n-
sermet, Ramón Gómez de la Serna, Oliverio
Girondo, Eduardo Bullrich, Guillermo de Torre.
¿Recuerda usted el día en que fue tomada esta
foto? Fue casi el de la primera reunión del
Comité de Colaboración de Sur.
/. L. B.
Recuerdo que sentía que ustedes habían co¬
metido un error, un generoso error, al incluir¬
me. También recuerdo, pero no sabría precisar
el tema, una larga conversación con el irónico
y benévolo Pedro Henríquez Ureña.
V. O.
Después hay otra foto, la última, que fue to¬
mada en la calle Tucumán, antes de volver Sur O aq
a la esquina de San Martín y Viamontey a la
casa nueva. Era para festejar no sé qué ani¬
versario de la revista. Ahora, con el Indice
General se festejaron sus 35 años. Esta revis¬
ta que ha durado tanto, tal vez demasiado,
¿cree usted que para algo ha servido?
/. L. B.
Sur es uno de los acontecimientos más im¬
portantes de la cultura argentina. Su influjo
ha sido del todo benéfico. Uno de los mejo¬
res rasgos del alma argentina es la generosa
curiosidad por lo que ocurre no sólo aquí,
sino en cualquier lugar del planeta.
La mo¬
destia de nuestra tradición nos obliga a ser
menos provincianos que los europeos. Tam¬
bién podríamos decir que nuestra tradición
es todo el pasado, más allá de los límites de
un idioma o de una sangre. Creo que todos
los argentinos, aunque no lo sepan o aunque
se resistan a declararlo, tienen con Sur una
inagotable deuda de gratitud.
78
Jorge Luis Borges en “imilla O campo'’, San Isidro, el día
en que se recibió allí a Sir Julián Huxley, director general
de la UNESCO. De izquierda a derecha: El Conde de Sieyes,
Jorge Luis Borges, Condesa Cuevas de Vera, Rafael Alberti,
Antonio López Llausás.
En “Villa Ocampo”, San Isidro, con la actriz Helen Hayes.
De izquierda a derecha: Sra. de X., Victoria Ocampo, Helen
Hayes, Angélica Ocampo, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea.
V. o.
Revolviendo papeles he encontrado otra foto,
que usted no conoce. La voy a incluir en el
libro. Es una foto tomada aquí, en Villa Ocam¬
po, en el hall, cuando vino a Buenos Aires Sir
Julián Huxley, Director General de UNESCO.
Era en la época del dictador. Yo había reci-
bido una carta de Huxley pidiéndome que in¬
vitara a mis amigos escritores, profesores,
científicos, para conocerlos. Así lo hice. Entre
ellos estaba el profesor Houssay. La víspera
de esta reunión casi se quemó la casa. Dos
salas del primer piso quedaron totalmente
destruidas por las llamas. Una de ellas era
la biblioteca donde estaban los libros de mi
padre. En el hall nos tuvimos pues que reunir
y allí se le ve a usted con otros amigos, entre
ellos Rafael Alberti. En el fondo aparece el
retrato de mi bisabuelo Manuel Ocampo,
el amigo de Sarmiento, pintado por Prili-
diano Pueyrredón. Creo que no hubiera des¬
aprobado lo que se dijo esa noche. No sé si
se acordará usted que esa visita a mi casa
le costó a Julián Huxley el que no lo reci¬
biera el dictador. Visitarme y verse con las
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personas que yo invitaba (usted, Houssay,
Mallea, Henríquez Ureña, Romero, etc.) era
un pecado grave, digno de castigo.
/. L. B.
Quizá más justo hubiera sido decir que esa
visita lo salvó a Julián Huxley de una entre¬
vista con el dictador.
V. O.
Tengo otra foto tomada aquí, en Villa Ocam¬
po, cuando vinieron a almorzar usted y Mallea
con la gran actriz norteamericana Helen Hayes.
¿Qué es lo que más le gusta del teatro?
J. L. B.
Prefiero la lectura del teatro al espectáculo
teatral, salvo en el caso de O’Neill. ONeill
leído me parece deleznable; representado, ha
llegado a estremecerme, a conmoverme pro-
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En la Embajada de Francia, Buenos Aires, Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo, Co¬
mendadores de Artes y Letras. De izquierda a derecha: Jorge Luis Borges, S. E. el Sr.
Ministro de Educación y Justicia de la Nación, D. Alberto Rodríguez Galán, Victoria
Ocampo y S. E. el Sr. Embajador de Francia en la Argentina.
fundamente. Al pensar en el teatro hay dos
nombres que acuden inmediatamente a mi
memoria: el nombre de Ibsen, a quien espero
leer alguna vez en el original, y el nombre
de Bernard Shaw. The rest is silence.
V. O.
Y ya que estamos hablando del teatro, dígame
un poco lo que el cinematógrafo ha significado
para usted, si es algo que realmente le gusta
y frecuenta.
J. L. B.
He sido espectador del cinematógrafo, Ahora
soy más bien un oyente, Me gustaría rever
los films de gangsters de Joseph von Sternberg,
aquellos en que Bancroft y Fred Kohler se
mataban sin fin. También he frecuentado Ser
o no ser, El espectro de la rosa, El gran jue¬
go, Una noche en la ópera, Psicosis, Vértigo,
Ninoshka, Amor sin barreras, El coleccionista,
A la hora señalada, Khartoum... Sé que en las
listas lo que más se nota son las omisiones.
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En Londres: Borges y su madre, Leonor Acevedo de Borges
Prefiero, en general, los films americanos o
ingleses.
V. O.
Si pudiera usted soñar otra vez su vida -pues
no sólo se vive la vida, se la sueña-, ¿en qué
época se detendría con preferencia: en la ni¬
ñez, en la adolescencia, en la edad madura?
J. L. B.
Me gustaría detenerme en este día de 1967. Borges, Jorge Luis
Diálogo con Borges Ha escrito Victoria Ocampo en uno de sus libros: “Cuando desde lo alto de la vida
miramos, absortos, el pasado que ha crecido detrás de nosotros y se extiende hasta perderse
de vista; cuando miramos hacia un porvenir forzosa aunque invisiblemente limitado, cada
cosa parece cobrar su valor real. El tiempo no nos permite ya uria equivocación, una
infidelidad a nosotros mismos. Ahora Victoria Ocampo inicia una aventura singular:
se propone suscitar en los demás esa fidelidad implacable con respecto a sí mismos.
Victoria inicia una apacible conversación con Jorge Luis Borges, frente a un grupo de
fotografías que les sirve a ambos de punto de partida para emprender el viaje hacia la
recuperación de una vida, de una ciudad, de una época, “óSe siente usted marcado por
su infancia, como en mayor o en menor grado lo estamos todos, sólo que unos tienen más
conciencia de estarlo que otros?”, pregunta Victoria. Y Borges responde: "Intimamente, soy
el mismo de entonces. Apenas si he aprendido algunas destrezasV La conversación no se
propone, por cierto, enumerar tales destrezas: rebasa el ámbito de lo escuetamente literario,
porque lo que ambos interlocutores desean es encontrar la cifra última que compendia al
individuo íntegro. En su poema Arte poética”, Borges sentenciaba: "A veces en las tardes
una cara / nos mira desde el fondo de un espejo; / el arte debe ser como ese espejo / que
nos revela nuestra propia cara.” Tal es el propósito que encamina el diálogo entre estos
dos grandes escritores argentinos: dar con ese reflejo cuyo fulgor proviene de los rasgos del yo
más verdadero, y también de los rasgos de tantas otras personas fundidos en la histeria
íntima, intransferible, de cada ser humano.