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martes, 20 de septiembre de 2022

José Maria Eça de Queirós Cuentos completos

 

 


José Maria Eça de Queirós

 Cuentos completos

 

 

 

 

 


José Maria Eça de Queirós, 2016

Traducción: María Tecla Portela Carreiro

Prólogo: Carlos Reis

 

 

 

 

 


 Prólogo

 

 

Cuando en 1874 apareció, en el volumen Brinde aos Senhores Assinantes do Diário de Notícias em 1873, un cuento titulado Singularidades de uma Rapariga Loura («Excentricidades de una chica rubia») a su autor, al joven escritor Eça de Queirós, le faltaba mucho, mucho todavía, para ser la figura destacada que en los años siguientes se impondría en las letras portuguesas. Y a pesar de todo, Eça no era exactamente un desconocido, por lo menos para el público más atento. El mismo Diário de Notícias que brindaba aquel obsequio literario a sus suscriptores (el librito incluía además textos de Mariano Fróis, Oliveira Pires, Gomes Leal y Eduardo Coelho, todos, excepto el penúltimo, hoy prácticamente olvidados) había insertado en sus páginas, casi cuatro años antes, crónicas relatando los episodios más sugestivos de un viaje a Egipto y Palestina; firmaba esas crónicas Eça de Queirós, el mismo que, con poco más de 24 años entonces, había asistido a la inauguración del Canal de Suez, acontecimiento de gran relevancia política y económica, hasta nuestros días. Por esa misma época (más concretamente de abril a julio de 1870) el importante periódico A Revolução de Setembro publicaba, también con firma de Eça, un relato incompleto, titulado A Morte de Jesus («La muerte de Jesús»), cuyo imaginario y escenario eran el resultado precisamente de ese contacto de un viajero ávido de las experiencias nuevas proporcionadas por el mundo mágico de Egipto, de Oriente Medio y de la vida de Cristo. Los restos de un persistente romanticismo, una buena dosis de Renan y el entusiasmo de un joven que apuntaba maneras para la literatura explican, bien combinados, el estilo y el tema de esos relatos casi inaugurales.

Digo relatos casi inaugurales porque la verdad es que el estreno de Eça se había dado algunos años antes, en 1866 y 1867, como folletinista y como periodista propiamente dicho, en las páginas de los periódicos Gazeta de Portugal (con textos que darían lugar al volumen póstumo Prosas bárbaras) y Distrito de Évora. De este último puede incluso decirse que todo cuanto en él se leía resultaba, por completo, del trabajo de Eça, que ejercía de redactor, editor, corresponsal, traductor y todo cuanto fuese menester; y en las páginas de la Gazeta de Portugal es fácil encontrar textos que son, por lo menos embrionariamente (o quizás más que eso), breves narrativas de ficción ya consolidadas.

Es significativo que la vida literaria de este escritor en ciernes —que llegará a ser conocido como el más grande de los novelistas portugueses de todos los tiempos— haya empezado prácticamente por el cuento y también por colaboraciones en prensa. Significativo, pero no original: otros grandes novelistas coetáneos —Flaubert, Clarín, Zola y Machado de Assis, por ejemplo— hicieron del cuento y de la colaboración periodística actividades paralelas a la de novelista e incluso un pretexto para el ejercicio de la escritura, por encima, evidentemente, del beneficio económico y de la notoriedad que así se conseguía. En el caso de Eça de Queirós, y más allá de eso, los primeros cuentos —tanto A Morte de Jesus, como Singularidades de uma Rapariga Loura— esbozan rumbos ficcionales que sus novelas van a confirmar ampliamente.

Los cuentos de Eça —casi todos admirables por el equilibrio y por la precisión narrativa que requiere un género tan difícilpueden leerse desde este punto de vista. Si A Morte de Jesus nos remite a la novela A relíquia («La reliquia», 1887), en Singularidades de uma Rapariga Loura se explaya una crítica de costumbres (e incluso de costumbres femeninas) que O Primo Basílio («El primo Basilio», 1878) va a confirmar; en eso mismo insiste el cuento No Moinho («En el molino»), centrado en una figura femenina con fuerte componente bovarista. En otros casos —por ejemplo: O Tesouro («El tesoro»), O Defunto («El difunto»), o Sir Galahad, este último dejado inédito— es el imaginario medieval, con sus tipos y costumbres a veces tocados por refinamientos bárbaros, lo que fascina al mismo escritor que en A Ilustre Casa de Ramires va a ceder a eso que él mismo llamó, con expresión que no deja de traducir algo de mala conciencia, «el latente y culpado apetito por la novela histórica». Ya Um Poeta Lírico («Un poeta lírico») nos trae la figura de un escritor (el singular Korriscosso) como personaje de ficción, glosando de este modo un motivo que reaparece en las novelas queirosianas. José Matias —uno de los cuentos más extraordinarios del repertorio de Eça y de toda la literatura portuguesa— traza el perfil de un personaje radicalmente amoroso y platónico, cercano, desde el punto de vista de esa idealización afectiva, a lo que era la vivencia del amor en el Fradique Mendes que escribe cartas a Clara. Y en A Catástrofe («La catástrofe») se retoma el obsesivo tema de la invasión de Portugal, no ya (como en la proyectada y abortada novela A Batalha do Caia) de la invasión española de la que se habla en Os Maias, sino de la de un ejército extranjero no identificado. Aun así, Eça prefirió prudentemente dejar en el cajón ese cuento de tonalidades realmente apocalípticas, poco conveniente, por lo demás, para quien, como el autor, era cónsul de Portugal.

Más allá de lo que hemos dicho, y siempre en los términos sintéticos que este prólogo implica, también debemos reseñar que, siendo temáticamente muy diversos, los cuentos de Eça lo son también desde el punto de vista formal, dando muestra, por esa diversidad formal, de una notable depuración técnica. En este aspecto, José Matias es, de nuevo, un caso que merece una atención especial: relato de narrador testimonial (es un amigodel difunto José Matías el que cuenta la historia), se asume casi como narración de segunda persona, ya que el discurso enunciado se dirige a un «tú», o sea al oyente anónimo que acompaña a aquel narrador, en el trayecto que el cortejo fúnebre sigue hasta el cementerio. Ya en Adão e Eva no Paraíso («Adán y Eva en el Paraíso»), el narrador, siendo una entidad no identificada que no pertenece a la historia, imprime a la narración una tonalidad híbrida, combinando el registro del relato bíblico con el del ensayo científico, de coloración darwiniana. De todos los casos, sin embargo, el más interesante es el del cuento Civilização («Civilización»), sobre todo por las consecuencias que tuvo en la ficción queirosiana: se trata aquí de un primer abordaje de temas y de situaciones que en la novela A Cidade e as Serras («La ciudad y las sierras», publicada en 1901, un año después de su muerte) se elaboran de forma circunstanciada, un poco como si el cuento fuese un ejercicio narrativo para profundizar en el momento adecuado.

Lo que así se sugiere también es que el cuento queirosiano no se encierra en un tiempo creativo determinado, en un modelo narrativo estricto o en una única circunstancia de publicación. Eça escribió cuentos a lo largo de toda su vida literaria y los destinó a publicaciones muy diversas: volúmenes colectivos, revistas culturales, periódicos a veces de gran circulación (como era la Gazeta de Notícias de Río de Janeiro), incluso almanaques, como fue el caso de aquel que él mismo organizó, destinado a 1897, y en el que insertó, como prefacio, Adão e Eva no Paraíso.

Señalemos, por fin y a modo de conclusión, que la estética del cuento en Eça constituye una demostración de aquello que en el gran escritor era una constante e irrefrenable vocación narrativa. Lo demuestra el hecho de haberse encontrado esbozos de cuentos como si estuvieran insertos en otros textos queirosianos que, en algunos casos, ni siquiera son textos de ficción. Me refiero aquí no sólo a las crónicas de prensa, sino también a las cartas de éste, que fue también un fino y elegante epistológrafo. Por ejemplo: en una de ellas, con fecha de 19 de septiembre de 1888 y dirigida a Oliveira Martins, Eça se refiere a las agitadas circunstancias en que tomó posesión del consulado en París y no se resiste a la elaboración de un relato en el que sorprende la vivacidad y la concentración de un verdadero cuento; y cuento también viene a ser el relato de la aventura amorosa de aquel Chambray de quien Fradique Mendes habla a Ramalho Ortigão, en una de sus cartas, integrada en A Correspondência de Fradique Mendes («La correspondencia de Fradique Mendes»). Siempre cuentos, por lo tanto; y siempre el talento narrativo de quien decidió su vocación artística contando historias que entonces fascinaban a los lectores y hoy nos siguen encantando. Algunas de esas historias pueden leerse precisamente en este volumen.

Carlos Reis (de la universidad de Coimbra)


miércoles, 11 de noviembre de 2020

Pessoa, sociedad limitada. 44 escritores de la literatura universal.

 


Pessoa, sociedad limitada


Es cierto que cuando entraba en uno de los cafés que frecuentaba, el Martinho, el Brasileira, elegía siempre una mesa grande porque con él se colaban, sigilosos, más de una docena de tipos —seudónimos, heterónimos, ortónimos—, cada uno con su nombre y apellidos, su biografía, su ristra de cuartillas, sus pantalones con raya y sus zapatos negros.

El hombre nación llegaron a llamar, exagerando, a aquel tipo menudo, de inmaculadas camisas blancas y pulcros trajes oscuros cosidos a medida y que con frecuencia olvidaba pagar. El hombre vecindario, el hombre barrio, el hombre comunidad de propietarios que, como un iceberg, daba cobijo bajo su gabardina, abotonada hasta el cuello, a un número de personalidades suficiente para montar un equipo de fútbol: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares, António Mora, Rafael Baldaya… Tantos que cada vez que tomaba una decisión —qué se cena, dónde vamos— debía convocar una junta, una asamblea, un referéndum. Así que a menudo se hacía un lío con cartas o poemas que firmaba con el nombre de otro y de las que luego se desdecía u olvidaba.

Nacido en Lisboa, en 1888, Fernando António Nogueira Pessoa vivió con un miedo insuperable a la locura. Recordaba a la abuela paterna, Dionísia Estrela, y aquellas peroratas terribles cargadas de palabras malsonantes, explosivas, que murmuraba ante los niños: la mirada perdida, vidriosa, el pelo enmarañado, los dedos, afilados como cortaplumas, que les señalaban, acusadores… La abuela perturbada, ida, la abuela loca.

Hay dos o tres retratos de él con su inseparable sombrero de ala, gafas de miope, ojillos vivarachos y un bigotito recortado como un triángulo isósceles. Así, con una pequeña maletita de cuero, caminaba a diario, el paso decidido, por la Lisboa del sol y la neblina, rumbo a su vida tranquila, metódica, ordenada. Profesión, «corresponsal de casas comerciales»: plumillas, tinta, goma de pegar, sellos, impresos…

Se enamoró de una compañera de oficina, Ofelita, a quien dejaba pequeños regalos en el cajón de su escritorio: muñequitos de alambre, algún mueble minúsculo de casa de muñecas, una pulsera. Durante tiempo, pasó a diario, caminando, ante su casa. Y en la acera, se paraba un momento para hacer muecas que ella veía, divertida, desde su ventana. Pero un día no paró, siguió caminando serio, atribulado, con la mirada baja, ¿es que ya no me quieres?... Le contó al día siguiente que había descubierto a sus padres mirando desde otra de las habitaciones de la casa.

El resto fueron empresas ruinosas, inventos absurdos —la carta sin sobre, el anuario internacional— y alcohol de cirrosis. Cuando murió dejó un baúl, como el de la Piquer, lleno hasta arriba de papeles. Un universo que hay que transitar con mapa, o mejor con planisferio. Celeste, por supuesto, como corresponde a los dioses miopes.

Ficha técnica

Nº de páginas:

236

Editorial:

SIRUELA

Idioma:

CASTELLANO

Encuadernación:

Tapa dura

ISBN:

9788416964406

Año de edición:

2017

Plaza de edición:

MADRID

 


viernes, 11 de abril de 2014

José Saramago


José Saramago nació en Azinhaga (Portugal) en 1922. Antes de responder a la llamada de la literatura trabajó en diversos oficios, desde cerrajero o mecánico, hasta editor. En 1947 publicó su primera novela, Tierra de pecado, ahora reeditada en Portugal, coincidiendo con los cincuenta años de su aparición. Pese a las críticas estimulantes que entonces recibió, el autor decidió permanecer sin publicar más de veinte años porque, como él afirma ahora «quizá no tenía nada que decir». Sin embargo, a finales de los sesenta se presentó con dos libros de poemas: Os poemas possiveis y Provavelmente alegría (parte de un ciclo que completaría en 1975 con O ano de 1993). Puede que la demorada publicación de sus textos sea el motivo por el que numerosos críticos lo consideran un «autor tardío». Y quizá sea cierto, aunque ello en modo alguno vaya en contra de una cuestión mucho más importante: Saramago es dueño de un mundo propio, minuciosamente creado, libro a libro, y su obra lleva muchos años situándolo en el primer plano literario de su país. Ya sus primeras publicaciones en prosa -Manual de pintura y caligrafía (1977) y Alzado del suelo (1980),- lo acreditan como un autor de indiscutible originalidad, por su controvertida visión de la historia y de la cultura.
No obstante, la celebridad y el reconocimiento a escala internacional le llegan con la aparición en 1982 de su ya legendaria novela Memorial del convento, a la que siguió El año de la muerte de Ricardo Reis. En esta última, su precisa y sentimental indagación del universo de Fernando Pessoa -a través de uno de sus heterónimos- se convierte casi de inmediato en una obra «de culto», que cruza todas las fronteras. El trabajo narrativo de José Saramago goza desde entonces de una admiración sin límites, que cada nuevo título va confirmando: La balsa de piedra (1986), Historia del cerco de Lisboa (1989), El evangelio según Jesucristo (1991), Casi un objeto (1994), Viaje a Portugal (1995) o Ensayo sobre la ceguera (1996). Todos estos textos -que suscitan tantos elogios como reñidos debates- consagran a José Saramago como una de las principales figuras de la literatura de este siglo.

Distinguido por su labor con numerosos galardones y doctorados honoris causa (por las Universidades de Turín, Sevilla, Manchester, Castilla-La Mancha y Brasilia), José Saramago ha logrado compaginar sus viajes y su labor literaria con su amor a Lisboa y sus estancias en Lanzarote, lugares en los que reside alternativamente y donde lleva adelante su búsqueda artística de todo aquello que la historia no recoge, sustrayéndolo al conocimiento del hombre. Algo que señala con justificada reiteración en Cuadernos de Lanzarote, verdadera autobiografía espiritual donde Saramago subraya las líneas maestras que guían su escritura.

Ha recibido el Premio Camoes, equivalente al Premio Cervantes en los países de lengua portuguesa.

 
***
Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer paso de una `ceguera blanca` que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio.
Ensayo sobre la ceguera es la ficción de un autor que nos alerta sobre la `responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron`. José Saramago traza en este libro una imagen aterradora y conmovedora de los sombríos tiempos que estamos viviendo y se pregunta sobre la posibilidad de sostener la esperanza. El lector conocerá una experiencia imaginativa única. En un mundo donde se cruzan literatura y sabiduría, esta novela nos obliga a parar, cerrar los ojos y `ver`. Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de esta obra que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad. `Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos`, declara uno de los personajes. Tal vez el deseo más profundo del ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, su nombre verdadero.
Fuente:N.N.

domingo, 23 de marzo de 2014

Antonio Lobo Antunes

 

Por Moisés Elías Fuentes

Lobo Antunes, el otro merecedor del Nobel de la literatura portuguesa, ha pasado discretamente al lado del boom de Saramago. Sin embargo, estamos ante un autor de corte faulkneriano, de un público más selecto, pero de una obra que entusiasma. Es siempre una aventura. No hace mucho que salió su última novela y Moisés Elías Fuentes ahonda en ella con rigor.
 
 

 
Nunca supe por qué los relojes se contradecían
en los escaparates de las casas de empeño, tantas
horas diferentes todas seguras de sí mismas, tantos
segundos que se desmienten y acusan...
La obra literaria de Antonio Lobo Antunes (Lisboa, Portugal, 1942) está signada por la aventura del individuo que no ha logrado crearse y recrearse en su propia multiplicidad, y ha debido crearse y recrearse en la multiplicidad de los otros, aun a costa de su miedo, o su odio, a éstos. En la novelística de Lobo Antunes el protagonista diluye su existencia en la existencia del antagonista. Desde su primera novela, Memoria de elefante , editada en 1979, el autor portugués ha procurado no la reconstrucción de mundos, ya sociales o sicológicos, sino la deconstrucción de mundos interiores que se irrealizan en el mundo exterior.
La evolución prosística de Lobo Antunes se dirigió, desde temprano, hacia el desmontaje del discurso narrativo, hasta centrarse en la yuxtaposición tensa y contenida de monólogos interiores, desdoblamientos del ser e incluso escritura inmediata –auténticos guiños de ojo del médico siquiatra que también es el portugués- que invaden todos los ámbitos. De la seguridad de la prosa lineal el novelista ha saltado a las fragilidades del discurso poético y del sueño, que en su caso, irónicamente, parecieran estar aferrados a un realismo violento, exasperado cuanto más se le envuelve en las nebulosas de los sentimientos encontrados y en los discursos superpuestos, como se hace patente en Tratado de las pasiones del alma y en Manual de inquisidores –nótese la insistencia en los títulos racionalistas, en contraste con los contenidos oníricos y denodadamente emotivos-. La realidad deriva del sueño; el logos , de la poesía.
El lector de Lobo Antunes debe seguir los contradictorios procesos mentales de seres desconcertados de sí mismos, para comprender el desarrollo de las historias narradas, porque el mundo de afuera, en la obra del portugués, se observa siempre desde adentro, un adentro marginal, pero no inmóvil. Al ser manifestaciones desesperadas de defensa ante la feroz certidumbre de la realidad real, los procesos mentales de los personajes devienen en una visión paradójica, mezcla de alucinación y lucidez ante lo vivido.
Una mirada superficial a la obra de Lobo Antunes podría hacer pensar en una novelística de anécdotas deshilvanadas y de un lenguaje pretenciosamente anárquico. Sin embargo, la lectura atenta revela historias simétricas que se cohesionan con los conflictos íntimos de los personajes. La visita que hace un hombre, convencido de que Gardel no murió en el accidente de aviación, a su hijo heroinómano en estado de coma, es la base sobre la que se estructura y desestructura la antiheroica peregrinación de La muerte de Carlos Gardel , publicada originalmente en 1994 ( A morte de Carlos Gardel . Traducción de Mario Merlino. Ediciones Siruela. Madrid, 2001); la eliminación de un contrabandista de diamantes en la Angola en guerra de independencia es el hilo conductor del delirante viaje que ocupa Buenas tardes a las cosas de aquí abajo , decimosexta novela del autor, lanzada en el 2003 ( Boa Tarde as Coisas Aquí em Baixo . Traducción de Mario Merlino. Random House Mondadori. Argentina, 2004).
En la obra del portugués, el hombre y la mujer están sesgados por un entorno que los controla y los reprime, en un acto que retoma con violencia los planteamientos del materialismo dialéctico –el ser interior determinado por la influencia de las fuerzas exteriores que conducen al ser social-. Las vidas de Miguéis y Marina en Buenas tardes a las cosas de aquí abajo están marcadas por la presencia de un pecado original que los disecciona de inicio y los deriva en seres a medias. El pecado de Miguéis, de Marina, de Seabra o de Anabela está en la raíz de sus personas: la negritud, la soledad, el mestizaje, la tristeza, la mediocridad económica, el incesto, la prostitución, son pecados porque subrayan a la otredad, insertan desavenencias en el mundo de lo normal, y se vuelven inadmisibles por su carácter autónomo y decididamente individual. La otredad es excéntrica, y todo lo periférico está condenado a morir: Una tarea sencilla, Seabra, la más sencilla que le hayan encargado alguna vez, se encuentra a sí mismo y se mata . Sólo el otro puede matarse a sí mismo, porque la condición excéntrica le da una cruel conciencia de su existir.
Como apuntara antes, lo que domina en Lobo Antunes es el discurso poético. La poesía como antiescritura que desequilibra la naturaleza dual de la novela, que reúne en su esencia a la congruencia racionalista con el desbordamiento imaginativo. En un intento por aprehender el caos y el orden de la Angola en guerra y del Portugal decadente, el oscuro y prescindible agente del Servicio secreto Seabra -¿o Miguéis, o Marina, o tal vez todos sin saberlo?- escribe en la misma hoja todos los reportes, todas las observaciones, todas las reflexiones de las actividades de espionaje y cacería humana que cumple para una entidad no menos oscura, el Gobierno, que se vislumbra como una amenaza confusa, suerte de región del olvido en la que todo erosiona y se borra. Seabra quiere expresarse en una escritura que es todas las escrituras y que por su imposibilidad de concretarse en la realidad, se vuelve indispensable para comprenderla.
Pero si la escritura múltiple y simultánea es imposible, sí es posible la polifonía poética, las voces que se desdicen, se niegan y al tiempo se develan y se complementan. La voz del otro se continúa en mi voz, y el otro es mi yo desconocido. Buenas tardes a las cosas de aquí abajo puede bien leerse como el pentagrama novelado de una sucesión de voces armonizadas por una búsqueda común, aunque estrictamente personal: enmascararse, ocultarse, simularse.
En Buenas tardes a las cosas de aquí abajo Lobo Antunes retorna a un tema básico para su vida, la guerra colonial de Portugal en Angola, en la que participó como médico del ejército, lo que propició su posterior vocación literaria. En aquella guerra el autor ha visto el drama de Angola, consumida por el atraso y el divisionismo de los independentistas, más preocupados por alcanzar el poder que por encontrar su diversidad nacional, y el drama de Portugal, que se ve de golpe limitado a sus fronteras, encerrado en su realidad. A pesar de que mucho hay de biográfico en el texto, Lobo Antunes lo que explora es el pensar y el sentir de un puñado de personajes dispersos, fragmentarios, orillados a la paradoja de ser actores marginales de su propia extinción.
Como Angola y Portugal, los personajes deben destruirse y construirse –deconstruirse- en la intimidad de la incertidumbre individual. Como ambos países, la novela se puebla de hijos sin padres y padres sin hijos, en una anagnórisis irresuelta: sé quién eres, si procedo de ti o procedes de mí, pero ya no puedo reconocerte, porque ya no me reconozco. Nadie sabe de dónde procede, de quiénes desciende, y las presencias del incesto y los licaones es la única irónicamente cierta. El incesto como expresión exasperada de un poder enclaustrado que se devora y se degrada; los licaones, animales de la imaginería supersticiosa pero también perros salvajes, como expresión de las furias oscuras que resurgen en el caos. Incesto y licaones: antropofagias morales y físicas.
Tal vez por esto la novela se advierte impregnada por una secreta y violenta sed de subversión contra el yo íntimo: los protagonistas se sublevan contra lo que son y terminan en inadaptados; la prosa se subleva y se troca en poesía; el novelista se subleva contra la tiranía del logos y se depreda a sí mismo – Fíjese en cómo se puede contar una historia en un minuto, aprenda -; las historias minúsculas se sublevan contra la Historia mayúscula; el lector se subleva contra lo leído y prefiere lo sentido, lo tocado. Me deshago de mí para rehacerme, refundarme.
Sólo en la deconstrucción el individuo puede reencontrar lo que se había negado a ser. Sólo en la deconstrucción del discurso encuentra el escritor sus demonios interiores, su agresiva subjetividad que revisa y reinventa a la objetividad. Sólo en la deconstrucción de la lectura llega el lector a alejarse de la objetividad para revisar y reinventar su oculta subjetividad. La novela como deconstrucción de dos individuos, el escritor y el lector, que únicamente pueden comunicarse desde sus soledades. Buenas tardes a las cosas de aquí abajo quiere hacer emerger un lenguaje razonado del mundo de las experiencias interiores, por naturaleza ilógicas y arbitrarias. Pero si no emerge lo racional, lo ordenado, emerge algo distinto, no menos intenso y veraz, el silencio, igualmente comunicativo, igualmente crítico del mundo exterior, de las cosas reales de aquí abajo, de lo que soy y lo que he sido sin entenderlo, sin entenderme. El silencio pleno de voces como otra forma de la literatura, tal es la propuesta de Antonio Lobo Antunes.

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