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jueves, 15 de noviembre de 2012

Jorge Cuesta: poeta de LOS CONTEMPORÁNEOS.




La mala fama de Jorge Cuesta*

Octavio Paz afirmaba que la poesía del veracruzano era menos valiosa que “sus ideas”, lo que proporcionó una injusta sombra en torno a un autor para quien el lenguaje es la única materia constitutiva del poema.
I. Los sonetos
La mala fama que precede a la poesía de Jorge Cuesta se debe sobre todo a la mala opinión que Octavio Paz tenía de ella. Paz argumentaba, subrepticiamente, que la poesía de Cuesta era menos valiosa que sus “ideas”, contenidas, la mayor parte de ellas, en el ámbito deslumbrante y gaseoso de su “conversación”. Esto ha condenado lo mejor de Cuesta a un olvido que ha durado ya sesenta y ocho años —en septiembre de 1942, a un mes de su misteriosa muerte, la revista Letras de México publicó Canto a un dios mineral, que es tenido como el mejor —y sin duda el más extenso— de los poemas de Cuesta.
La opinión de Paz sobre los Contemporáneos, incluidos Villaurrutia y Gorostiza, está desde luego sujeta a una polémica y es difícil de explicar fuera del campo de lo subjetivo. Paz les debía a los Contemporáneos más de lo que estaba dispuesto a reconocer, y en algunos de ellos encontraba murallas insalvables para el desarrollo de su propia poesía. Es verdad que a Cuesta y a Villaurrutia les dedicó páginas admirables (en Xavier Villaurrutia en persona y en obra, 1978, Fondo de Cultura Económica; y en el apartado “Contemporáneos” de México en la obra de Octavio Paz, tomo II, Fondo de Cultura Económica, 1987), que remataba con la ambigüedad implacable de su magisterio retórico. A lo largo de su vida, Paz dio varios ejemplos de cómo se puede ensalzar la obra de un poeta haciéndolo añicos. Son inolvidables, en este sentido, sus juicios sobre López Velarde, a quien eleva a la condición de padre de la poesía mexicana moderna al tiempo que lo considera, al final de “El camino de la pasión”, un “gran poeta menor”; o su aseveración de que lo mejor de Gorostiza se encuentra, no en su poesía, sino en los archivos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde Gorostiza desempeñó una labor tan meritoria como secreta.
La sombra que Paz tendío sobre la literatura mexicana del siglo xx no nos impidió contrastar la poesía de Villaurrutia, Gorostiza o Pellicer, y apeciarla en su justa medida; pero sí pospuso la valoración de la poesía de Cuesta (para no hablar de casos parecidos, como el de Gilberto Owen o el de Enrique González Rojo). A Cuesta, de nuevo por iniciativa de Paz, se le erigió un monumento como la conciencia crítica del grupo de Contemporáneos, y con ello se le negó el lugar que debería ocupar como uno de los poetas más rigurosos de la literatura mexicana de la primera mitad del siglo XX.
La originalidad de Cuesta se encuentra no sólo en los contenidos de sus poemas sino en la elección del soneto como modelo de renovación poética. El soneto era una modalidad muerta con los poetas modernistas de finales del XIX y principios del XX. Cuesta lo entendió, efectivamente, como un anacronismo y una limitante —castigo torturado de la forma que se correspondía con una personalidad tormentosa e inflexible como la suya. Los sonetos de Cuesta son el lugar adecuado para llevar a cabo un prueba. Cuesta se ciñe al soneto para quebrantar sus bases y ligamentos y generar, a partir de ello, su propia versión del barroco. Su revisión de la poesía de los siglos de oro, que se da a través del tamiz del soneto, es un anticipo del neobarroco latinoamericano de la década de los ochenta y un punto de contacto con las preocupaciones de un poeta contemporáneo suyo, José Lezama Lima. Por otro lado, su lectura de Mallarmé le sirvió para enmarcar las evoluciones de una belleza fugitiva y totalmente reacia a las interpretaciones de la crítica.
Cuesta era un poeta puro, con Gorostiza, el más puro de su generación, precisamente por la resistencia que opuso en su poesía a las interpretaciones sociales, históricas y estéticas del poema. Sus sonetos parecen no fluir, como si se tratara de ensayos marmóreos sobre el comportamiento azaroso de la belleza. Nacidos de una línea rotunda, casi siempre un verso endecasílabo perfecto, éstos se van desarrollando, o complicando, a medida que esa línea progresa y se diluye en el contenedor del soneto. Cito un poema, aunque podría citar otros, que tiene mucho de autorretrato (el autorretrato, en Cuesta, es casi siempre una anticipación de su propia muerte):
Soñaba hallarme en el placer que aflora;
pero vive sin mí, pues pronto pasa.
Soy el que ocultamente se retrasa
y se substrae a lo que se devora.
Dividido de mí quien se enamora
y cuyo amor midió la vida escasa,
soy el residuo estéril de su brasa
y me gana la muerte desde ahora.
La reflexión en los sonetos de Cuesta se desplaza entre paredes muy estrechas, casi siempre recubiertas de las lunas de un espejo. Mirándose a sí mismo, medita sobre el proceso de la vida, la muerte y el tiempo que contiene a ambas instancias. Son admirables los últimos dos versos de la primera estrofa: “Soy el que ocultamente se retrasa/ y se substrae a lo que se devora”. Los poemas de Cuesta son soliloquios donde el cuerpo, antes que la conciencia, se expone a los designios de los elementos, y la conciencia desdoblada observa este lento proceso de saturación y enriquecimiento —en el sentido mineralógico del término.
El motivo del vaso, que dio origen en Muerte sin fin de Gorostiza a una reflexión sobre la forma, reaparece en los sonetos de Cuesta como una reflexión sobre los valores cualitativos de la forma por encima del sentido que la contiene o restringe.
Junto a mi pecho te hace más ligera
la enhiesta flama que alza tu desvelo.
Tus plantas de aire se aman en mi suelo
y te me vuelves casi compañera.
Estás dentro de mí cómoda y viva
—linfa obediente que se ajusta
                              [al vaso—.
Mas la angustia de ti se me derriba,
se me aniquila el gesto del abrazo.
Y te pido un amor que me cohiba
porque sujeta más con menos lazo.
[“Signo fenecido”]
“Signo fenecido” es un poema de amor autobiográfico, uno de los pocos que se encuentran en la bibliografía de Cuesta. Es evidente la estela de Quevedo en el último verso, y la mediación de Gorostiza en la médula ósea del soneto. Los sonetos de Cuesta también son vehículos propicios para el diálogo. Diálogo con la tradición, por un lado, y diálogo con los demás miembros del grupo de Contemporáneos. En los sonetos de Cuesta aparecen los motivos de la mano y el espejo (Villaurrutia); el viaje y el exilio (Owen); el vaso, el tiempo y la muerte (Gorostiza). Son sustancias, en general, de lo que fue y que no ha sido. Son engaños para la mente y ejercicios preparatorios de algo mucho más amplio y menos restringido.
II. Como si fuera un sueño de la roca
Canto a un dios mineral es el equivalente, en Cuesta, a Muerte sin fin de Gorostiza. No sólo porque se trata de su poema más largo y evidente en su despliegue prosódico, sino porque se trata de la consumación de toda su poesía y la encarnación de su poética.
Deudor de las poéticas modernas, Canto a un dios mineral es un poema que se piensa a sí mismo. Su naturaleza autorreflejante se despoja de un primer atisbo de conciencia lírica, para posteriormente autoerigirse como una columna de humo sólido en el azul del cielo: “Capto la seña de una mano, y veo/ que hay una libertad en mi deseo;/ ni dura ni reposa”, así comienza el poema. El yo del poeta, a cuyas costillas todo este monumento se levanta, no volverá a aparecer en cada una de las treinta y seis estrofas subsiguientes. El resto es un devenir que sucede en el marco de una sensibilidad atenta a las evoluciones minerales del mundo, reducido a una pura forma —la roca, la nube y la espuma son motivos recurrentes, todos ellos aliados a la retórica del vaso que se forma, como quería Gorostiza, por el agua que lo colma.
“Estudio en cristal” (1936) de Enrique González Rojo, Canto a un dios mineral (1938-1942) yMuerte sin fin (1939)1 deben leerse, cada uno en la medida de su propia derrota, como poemas sobre la forma y la poesía. En su Museo poético, ya Salvador Elizondo se había referido a ellos tres como “el ala intelectualista de los Contemporáneos” 2.
En Cuesta, la reflexión sobre la forma lo lleva a pensar la existencia y el constante diapasón de vida y muerte en el que la existencia transcurre. Esa oscilación —sístole y diástole representada por la combinación de versos dodecasílabos y octosílabos o bien, endecasílabos y heptasílabos— es lo que marca el ritmo del poema. Canto a un dios mineral representa los latidos de un poema orgánico que respira, en el mismo sentido en el que la materia respira y está viva: “en su entraña ya vibra, densa y plena,/ cuando allí late aún, y honda resuena/ en las eternas rocas”.
Todo sucede adentro de espacios constreñidos, pasadizos mínimos donde la luz y la sombra se intercalan, y nada escapa a la certeza de que el sentido no puede buscarse más allá de las paredes transparentes de la forma que lo apresa:
Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.
III. La trascendencia del sentido
Sería un error decir que Cuesta es un poeta secreto o un poeta para poetas, cuando en realidad la mayoría de los poetas que conforman la tradición de la poesía mexicana son poetas secretos y poetas para poetas. Nuestra falta de criterio a la hora de juzgar obedece sobre todo a modas pasajeras y factores propios de nuestra idiosincrasia. La instauración del canon de nuestra poesía ha dependido en gran medida de una figura dictatorial que se erige sobre las demás conciencias como rectora del gusto cada treinta años más o menos. El interregno en el que nos encontramos ahora nos hace pensar todavía en López Velarde como el padre inmaduro de nuestra poesía moderna y en Jorge Cuesta como un poeta ambivalente y fallido. ¿Cuántos años harán falta todavía para que comencemos a pensar la poesía mexicana como una tradición plural, que por razones también de idiosincrasia se ha negado a trascender el cerco de su propia tradición e idioma?
Cuesta no es un poeta fallido sino un poeta imperfecto. Gorostiza en Muerte sin fin también lo es.Canto a un dios mineral y Muerte sin fin, ambos poemas de largo aliento, están hechos de subidas y caídas, momentos de gran belleza y fallas en su evolución sonora. Estas fallas deben entenderse en un sentido geológico —son fisuras producto de la enorme tensión generada hacia el interior del poema. Gorostiza ha calado hondo entre los lectores y los críticos. La estela de Cuesta se resiste a ser seguida en sus evoluciones precisamente por el carácter más acusadamente marmóreo de sus construcciones en verso. Los poemas de Cuesta están detenidos y más que detenidos en el espacio tiempo de su creación y lectura, están inmersos en sí mismos. En el carácter hermético de su poesía muchos han querido ver la influencia de su temperamento científico, que lo llevó a estudiar los efectos de ciertas sustancias químicas sobre su propio cuerpo. Salvador Elizondo, uno de los mejores lectores de poesía que hubo en el México de mediados de siglo, definió el Canto a un dios mineral de Cuesta en los términos de un poema sobre los estados y las transformaciones de la materia. Esta interpretación acabaría de ser correcta si se agrega que a esta meditación sobre la materia la permea un acusado empuje filosófico existencial: Cuesta piensa la materia con el mismo enfoque e intensidad con que piensa el ser. Decir “Cuesta piensa...” no es más que eso, un decir, porque Canto a un dios mineral está despojado de esa instancia lírica que en poesía nos lleva a decir que el autor piensa, dice, siente o reflexiona. En Canto a un dios mineral el poema se piensa a sí mismo o, mejor dicho, el poema se refleja a sí mismo. Y en esa misma medida, el poema se cierra sobre sí mismo.
Después de la lectura de los sonetos y del Canto a un dios mineral, quiero pensar que Cuesta concebía la poesía como un arte hecho de palabras, que aspiraba al sentido pero que iba más allá de las barreras impuestas por esa aspiración a ser leído. Esta concepción de la poesía quizá no descendía tanto de la poética de Valéry, que entendía la poesía como un arte cercano a la exactitud de las matemáticas, sino de la tradición romántica alemana, que entendía el poema como nostalgia de la poesía. Para los románticos alemanes, y también para Cuesta, el poeta es un agente que trabaja con potencias que lo exceden. El lenguaje es la potencia principal, y la única materia constitutiva del poema.
Canto a un dios mineral es un poema sobre los estados de la materia; pero la materia principal de la que trata el poema son las palabras mismas. Si la materia inerte en realidad está viva, las palabras también están vivas y dicen no lo que el poeta quiere decir, sino lo que las palabras quieren decir en el momento de entrar en contacto —o en colisión— unas con otras. Al abolir el yo y darle la preeminencia al material de que está constituido, el poema también se priva de toda historicidad o narratividad ajena al devenir de su discurso. El poema no sólo estaría rotando sobre su propio eje, sino diciéndose a sí mismo en ausencia de la figura del poeta que lo rubrica más allá de los márgenes restrictivos del sentido.
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1 Sigo el criterio cronológico establecido por José Luis Martínez en su artículo “El momento literario de los Contemporáneos” (Letras Libres, marzo, 2000, p. 62).
2 Museo poético, 2002, p. 36. *Este ensayo forma parte del libro Viaje al país de la errata, de próxima aparición.
Gabriel Bernal Granados

sábado, 3 de noviembre de 2012

El "boom", influencia y aire fresco para los autores españoles




sábado, 03/11/12 - 12:10

Pepe Donoso
García Márquez




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Los autores del "boom" latinoamericano han tenido mucha influencia en los escritores actuales españoles, incluso en los más consagrados, como reconoce Antonio Muñoz Molina, pero sobre todo, supusieron una corriente de aire fresco para España.
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Julio Cortázar
Carlos Fuentes
Redacción Cultura, 3 nov.- Los autores del "boom" latinoamericano han tenido mucha influencia en los escritores actuales españoles, incluso en los más consagrados, como reconoce Antonio Muñoz Molina, pero sobre todo, supusieron una corriente de aire fresco para España.La llegada del "boom" fue "una revolución total para lectores y para escritores. Me acuerdo perfectamente de descubrir 'Cien años de soledad' con quince años, en una edición del Círculo de Lectores, y quedarme entusiasmado y sobrecogido", recuerda Muñoz Molina en declaraciones a Efe."Después vinieron los demás, los más conocidos y los menos, Vargas Llosa y Onetti, y desde luego Borges, Bioy etc. Creo que trajeron, simplemente, una nueva forma de contar, una relación más libre con el idioma. Siempre lo he comparado a la llegada de la influencia de Rubén Darío a principios del siglo XX", asegura el autor de "El jinete polaco".Para Javier Marías "fue una corriente de aire fresco y la demostración de que se podía escribir en español de una forma menos academicista de lo habitual en España".Ello, pese a las excepciones de autores como Juan Benet, cuya "Volverás a Región", de 1967, "tuvo para los escritores que entonces éramos jóvenes tanta importancia como 'Cien años de soledad', aunque de manera distinta, claro", resalta Marías."Creo que los españoles de mi edad nos educamos en la literatura de nuestra lengua a través del 'boom'", opina Rosa Montero.La madrileña recuerda que los escritores contemporáneos españoles se leían muy poco, salvo excepciones y el "boom" le hizo descubrir, con diecisiete o dieciocho años, "que había una literatura

poderosísima escrita en español, una narrativa tan importante como la más importante del mundo"."Me hizo creer en nuestra lengua y sentirme orgullosa de mi cultura", afirma convencida.Aunque no todos los escritores tienen una visión negativa de lo que se hacía en España en aquellos primeros años del "boom".Es el caso de Luis Goytisolo, que considera que "desde un punto de vista de la creación literaria, el momento que atravesaba España nada tenía de mortecino". Solo hay que pensar, añade, "en los nombres de novelistas y poetas que afloraron durante ese periodo".Goytisolo resalta que el "boom", que despertó un indudable interés en toda España. Un fenómeno literario del que salieron nombres destacables de la literatura en español y obras que ocupan por derecho propio un lugar preeminente en la historia de la literatura.Marías, tras pasar una época de amor por "Cien años de soledad", se decanta ahora por "Crónica de una muerte anunciada" o "El amor en los tiempos del cólera", de Gabriel García Márquez y "Tres tristes tigres", de Guillermo Cabrera Infante.Cita también los cuentos de Julio Cortázar -"no así 'Rayuela', que siempre me pareció una tontada sobrevalorada", precisa-; "La ciudad y los perros" y "Conversación en la catedral", de Vargas LLosa, además de Onetti, Rulfo y Lezama Lima, en general.Mientras que Muñoz Molina ha ido pasando de Vargas Llosa, García Márquez y Alejo Carpentier a Borges, Bioy y Onetti, o Manuel Puig, a quien se cita mucho menos."Con el tiempo García Márquez dejó de gustarme, y me pasó lo mismo con el último Carpentier, el de 'La Consagración de la primavera', que era un panfleto terrible", afirma.A Montero le "noquearon" "Conversación en la Catedral" y "Cien años de soledad"."Después me privó Cortazar. Y luego el padre de todos, Borges, que no es estrictamente del 'boom' pero que es el gran antecesor. El tiempo ha ido desluciendo algunos. Siguen siendo enormes Borges, que, como dicen los rioplatenses, cada día escribe mejor, y desde luego Vargas Llosa", recuerda la escritora.En la preferencia por Borges coincide Goytisolo, que también destaca la obra de Juan Rulfo, García Márquez y Vargas Llosa.Muñoz Molina explica que Vargas Llosa influyó mucho en su concepción del oficio de escritor y en la idea de la construcción de la novela.Aunque los que más huella dejaron en él, "con mucha diferencia", fueron Borges y Onetti. "A los dos les debo una parte muy grande de lo que soy como escritor", afirma.En el lado opuesto Goytisolo, que niega tener influencias de los autores del 'boom', y Marías, que se ha fijado más en la literatura extranjera, sobre todo inglesa y francesa."Admiré mucho las obras de esos autores, pero no puedo decir que me influyeran gran cosa en mis propias novelas. Quizá porque resultaban tan originales, cada uno en su estilo, que cualquier posible influjo estaba condenado a convertirse en imitación o remedo. Como así fue, de hecho, con los autores que sí se dejaron influir por ellos", comenta Marías.(Agencia EFE)

miércoles, 16 de mayo de 2012

El escritor mexicano Carlos Fuentes entre la alegría y la tragedia


http://mexico.cnn.com/entretenimiento/2012/05/15/el-escritor-mexicano-carlos-fuentes-entre-la-alegria-y-la-tragedia

El escritor mexicano Carlos Fuentes entre la alegría y la tragedia

Tras la desgracia de perder a dos de sus hijos, el escritor no dejó de escribir y enaltecer el nombre de México en todo el mundo
Martes, 15 de mayo de 2012 a las 21:06
José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Leonora Carrington, durante un evento en honor a esta última (Quién/Archivo).
José Luis Cuevas, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Leonora Carrington, durante un evento en honor a esta última (Quién/Archivo).
Lo más importante
  • Carlos Fuentes dijo durante una entrevista que "a los 15 años pasé el año más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres"
  • El escritor tuvo una vida social activa hacia finales de la década de los 40 y principios de los 50
  • Fuentes decidió convertirse en escritor exactamente a los 21 años cuando vio a Thomas Mann cenando en Suiza
  • El escritor perdió a dos de sus hijos, cuando Carlos tenía 25 y Natasha, a los 30 años de edad

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(CNNMéxico) — Carlos Fuentes, el “dandy de las fiestas”, como era conocido en los años 50 decidió ser escritor a los 21 años, se casó dos veces y tuvo tres hijos, dos de ellos murieron, pero el escritor mexicano aprendió otras cosas en la estimulante escuela de la vida.
El escritor vivió en Estados Unidos y Chile, entre otros países, de niño tuvo que estudiar en distintos colegios debido a que su padre era diplomático, por lo que nació el 11 de noviembre de 1928 en la ciudad de Panamá.
"A los 15 años pasé el año más maravilloso, al descubrir a Borges, el tango y las mujeres", le confió el escritor hace algunos años a Maya Jaggi, periodista cultural del diario británico The Guardian, citó el sitioQuién.com.
Entre las amistades más destacadas de su adolescencia están la de Roberto Torreti, con quien compartió la pasión por la lectura y las primeras inquietudes por escribir historias que tecleaban juntos en una máquina Royal portátil.
Sin duda esta relación inspiró en Fuentes el ideal de una amistad afectiva e intelectual que buscaría a lo largo de su vida, destaca el artículo de Quién.com.
"Carlos y yo asistíamos sin inmutarnos, desde un extremo de la cancha, a las carreras de nuestros compañeros que en el extremo opuesto se disputaban el balón. Apoyados en los postes del arco, hablábamos de lo humano y lo divino [...] sobre todo debatíamos el futuro de Europa", escribió para la revista mexicana Nexos el chileno Torreti, quien ahora es un destacado filósofo en su país, recordando esa intensa amistad entre adolescentes que el novelista mexicano ha evocado en algunos libros.
Después de muchos años de vida gitana, la familia Fuentes regresó a residir en México a finales de 1944, gracias a que su padre fue designado para dirigir la Secretaría de Relaciones Exteriores.
"Cuando era muy jovencito, Carlos Fuentes aparecía fotografiado en Social, la revista que se publicó en México desde los años 30. Lo invitaban a todas las embajadas porque era muy bien parecido y muy bien educado. Las hijas de los embajadores lo invitaban e incluso recuerdo que salió con la hija del embajador de China, una chica guapísima. Era un partidazo", explica Guadalupe Loaeza, una escritora que, entre otras cosas, ha documentado sobre aquella intensa vida social de la época alemanista.
A pesar de haber residido la mayor parte de su vida en el extranjero, México no era una tierra extraña para Fuentes porque durante su infancia y adolescencia él y su hermana pasaban los veranos en las casas de sus abuelas.
"Eran mujeres muy distintas. Una era del Golfo de México y la otra del Pacífico. Una era hija de alemanes, la otra descendía de mercaderes de Santander y de indios yaquis", comentó el escritor al diario español El País, recordando a doña Emilia Boettiger de Fuentes, veracruzana, y a doña Emilia Rivas de Macías, sonorense radicada en Mazatlán, Sinaloa.
Hacia finales de la década de los 40 y principios de los 50, él ya tenía una activa vida social. De acuerdo con Guadalupe Loaeza, "vivió intensamente el periodo alemanista, cuando había muchos centros nocturnos y estaba de moda Acapulco. Carlos Fuentes se divertía con toda esa gente en una sociedad muy elitista, muy esnob, en la que había nuevas fortunas. Por ahí andaban los O'Farrill, los Escandón, etcétera".
Según el propio Carlos Fuentes, él decidió convertirse en escritor exactamente a los 21 años cuando vio a Thomas Mann, el legendario Premio Nobel de Literatura alemán, cenando en Suiza.
Su primer libro, Los días enmascarados, lo publicó en 1954, pero no fue sino con La región más transparente, su segunda obra, publicada en 1958, que igualó el éxito que ya tenía en sus relaciones sociales.
Además de eso, Fuentes mantenía la imagen de un dandy, siempre impecable, bien vestido y cosmopolita.
"Claro que se podía decir que era amado por las mujeres y envidiado por los hombres. Todo mundo decía que era muy guapo y muy agradable. Llamaba mucho la atención porque era un hombre bien vestido. Por ejemplo, usaba lino blanco en primavera", dijo la escritora Elena Poniatowska, quien conoció a Fuentes desde 1951.
Hacia principios de los años 60, Fuentes había dejado atrás el ambiente del jet-set que había retratado en La región más transparente y ya era una figura central en la vida cultural, en donde era requerido para conferencias, cocteles, exposiciones y fiestas de artistas e intelectuales.
Cuando María de la Concepción Macedo Guzmán se casó con el escritor mexicano, ella era un rostro identificado por el público del cine mexicano y su nombre artístico era bien conocido como Rita Macedo.
Bella, talentosa y con fama, Rita se divorció de Luis de Llano Palmer, un pionero de la televisión y padre de sus hijos Luis y Julissa, y se casó con Fuentes en 1958.
A la Rita de aquellos años el novelista la describió como "una bellísima actriz de perfil mestizo, morena, de grandes ojos rasgados y pómulos altos".
En 1962, Rita apenas pudo filmar solo una escena de El ángel exterminador, de Buñuel, porque su médico le advirtió que tenía un embarazo de alto riesgo. Tuvo que guardar reposo absoluto y a los pocos meses nació Cecilia. La Fuentecita la llamó Buñuel.
"...al abrazarla por primera vez yo sentí que mi cuerpo y el de ella se expresaban libremente. Padre e hija distintos, pero ambos dueños, gracias a la hermosura de un instante", escribió muchos años después el novelista en su libro En esto creo.
Los años siguientes no fueron sencillos para el matrimonio. Él continuaba escribiendo a un ritmo impresionante y ella buscaba seguir con sus proyectos como actriz y atender a su pequeña y a sus otros hijos, finalmente vino el divorcio en 1969.
Cada quien siguió sus carreras exitosas. Pero la vida de Rita tuvo un final trágico cuando le diagnosticaron cáncer y ella decidió terminar con su vida en 1993, a los 67 años de edad, según informó la prensa de la época. Sin embargo, la familia informó que el fallecimiento se debió a causas naturales.
En un curioso y trágico juego del destino, Macedo no sería la única mujer amada por Fuentes que se quitaría la vida. La actriz estadounidense Jean Seberg, con quien mantuvo un romance fugaz, puso punto final a su vida ingiriendo una sobredosis de barbitúricos después de ocho tentativas de suicidio.
Para Fuentes, el principio de la década de los 70 estuvo marcado por una gran pérdida, la de su padre, en 1971, pero también por un encuentro fundamental con la periodista Silvia Lemus. Y en 1972 la pareja decidió casarse.
"Si todas las mujeres que he querido se resumen en una sola, la única mujer que he querido para siempre las resume a todas las demás. Ellas son estrellas. Silvia es la galaxia misma", escribe Fuentes en el libro En esto creo sobre la mujer que representa el amor de su vida.
Al año siguiente de su unión nació Carlos, en París. Con él se repetiría la historia del escritor, que nació lejos de México y creció en distintas naciones. Lo mismo ocurriría con Natasha, nacida en Washington en 1974, el mismo año en que Fuentes fue nombrado embajador en Francia.
Sin embargo, la tragedia se presentó el 5 de mayo de 1999 cuando el hijo del escritor, Carlos Fuentes Lemus, falleció en un penthouse del hotel Camino Real de Puerto Vallarta por un infarto pulmonar a los 25 años.
"La muerte de Carlos dejó en mí y en su madre la realidad de cuanto es indestructible. Vivía ya en nosotros y no lo sabíamos", reflexionó en uno de sus libros el escritor.
Seis años después, Natasha sería el centro de otra tragedia en la vida del escritor.
24 de agosto de 2005. Hacia la media tarde de ese día llegó una información desconcertante a las redacciones de los diarios que se editan en la ciudad de México: el cuerpo sin vida de "la hija de Carlos Fuentes" había sido encontrado en una vecindad ubicada cerca del Centro Histórico.
A los pocos minutos se reportó que era la hija de un homónimo del escritor, pero otras fuentes desmintieron esta versión.
En menos de una hora la información quedó confirmada, la Presidencia de la República emitió un comunicado en el que el presidente Vicente Fox dio el pésame al escritor y a su esposa.
"Natasha siempre habitará en nuestro recuerdo", decía del documento, y en los días siguientes la mayoría de los medios de comunicación informaron sobre el fallecimiento de Natasha sin dar detalles debido a decisiones editoriales internas.
El único medio de comunicación que abundó sobre las causas de la muerte de Natasha, de 30 años, fue el semanario Proceso que detalló que la hija del escritor fue hallada en una vecindad de la Colonia Morelos, cerca del barrio de Tepito, en el centro de la ciudad de México.
"Con síntomas de congestión visceral generalizada había ingresado al Semefo en la delegación Venustiano Carranza en calidad de indigente", publicó Proceso.
El escritor y su esposa no perdieron la energía ante los duros embates de la vida de los años recientes.
Sin embargo, este martes alrededor de las 12:30 horas locales el escritor falleció a los 83 años en un hospital de la Ciudad de México.
"Mi destino fue encontrar a Silvia (su esposa) y convertir el mío en el suyo", llegó a escribir Fuentes, un hombre que deja un legado enriquecedor en la cultura universal

Carlos Fuentes. "Mi sistema de juventud es trabajar mucho.


''Mi sistema de juventud es trabajar mucho'': Fuentes

     
''Un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente'' Carlos Fuentes.NTX
  • El escritor mexicano habla de sus proyectos para el diario El País
  • El escritor fallecido ayer era un asiduo en los medios de comunicación, lo mismo escribiendo que siendo entrevistado. Aquí sus últimas palabras
GUADALAJARA, JALISCO (16/MAY/2012) - Justo un día antes de la muerte del escritor Carlos Fuentes, quien falleció ayer a los 83 años, se publicó una entrevista en el diario español El País, donde el autor de "Aura" habló de sus proyectos como el motor de su sistema de juventud, el cual consiste en "trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, "El baile del centenario", que empiezo a escribirlo el lunes en México".

En la entrevista señaló: "Miedos literarios no tengo ninguno. Siempre he sabido muy bien lo que quiero hacer y me levanto y lo hago. Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo".

En las preguntas, que Fuentes respondió en Argentina al reportero Francisco Peregil, comentó sobre sus conocidos mayores que él: "Soy muy amigo de Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada".

El autor dijo que "un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente".

En esta entrevista destacó que su último libro presentaría a "Federico en su balcón, Nietzsche aparece resucitado en un balcón a las cinco de la mañana y yo inicio con él una conversación. Y la que voy a empezar, El Baile del Centenario, termina una trilogía de la Edad Romántica, que cubre desde la celebración del centenario de la Independencia en septiembre de 1910, que lo organiza Porfirio Díaz, y la celebración del fin del Centenario en 1920, que la organiza Álvaro Obregón con José Vasconcelos, de manera que cubre diez años de la vida de México. Tengo ya muchos capítulos, notas y personajes. Hay una mujer que me interesa mucho, que no quiere decir nada de su pasado y se va descubriendo poco a poco, hasta que llega al mar y se libera".

En su última columna escrita para el grupo Reforma y publicada el pasado martes, Fuentes reflexionó sobre Francia en el texto titulado Viva el socialismo. Pero... (2). En la colaboración cuestionó: "Nadie ha explicado la continuidad de la historia de Francia mejor que Francois Mitterrand. Nunca fui partidario de Charles De Gaulle, explicó una vez. Pero siempre rehusé ser su enemigo, afirmó. ¿Por qué? porque existía. Porque sus actos lo creaban, convencido de que él era Francia, a la cual, añade Mitterrand, De Gaulle quería con un amor visceral, exclusivo. Es más: De Gaulle afirmaba la presencia francesa en todos los frentes a la vez. Exigía admiración y lealtad. Un viejo chiste propone que De Gaulle, ante su gabinete, decidió un día invadir la Unión Soviética".

Los candidatos a la Presidencia de México también fueron criticados por el ganador del Premio Cervantes 1987. Consideró en los primeros días de este mes que Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Josefina Vázquez Mota, del Partido de Acción Nacional (PAN); y Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), "son mediocres y poco interesantes. No están ofreciendo ninguna novedad, sólo nos dan retórica".

Además, el pasado 14 de mayo Carlos Fuentes fue designado Doctor Honoris Causa de la Universidad de las Islas Baleares, a propuesta del Departamento de Filología Española, Moderna y Clásica. En un comunicado, la casa de estudios dio a conocer el nombramiento y celebró la obra literaria extensa y muy premiada del autor de "La región más transparente".

CRÍTICO DE LOS PRESIDENCIABLES
“Son mediocres y poco interesantes”


“Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI); Josefina Vázquez Mota, del Partido de Acción Nacional (PAN); y Andrés Manuel López Obrador, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), son mediocres y poco interesantes.

No están ofreciendo ninguna novedad, sólo nos dan retórica.

México es un ejemplo de sociedad pujante. Tenemos 50 millones de personas menores de 30 años y ningún candidato está hablando de ellos.

Este señor –Peña Nieto– tiene derecho a no leerme. Lo que no tiene derecho es a ser Presidente de México a partir de la ignorancia, eso es lo grave”, dijo Carlos Fuentes al ser cuestionado por periodistas luego del tropiezo de Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde al ser cuestionado sobre los tres libros que han marcado su vida, el candidato del PRI respondió que “algunas partes de la Biblia” y la novela La silla del águila, obra de Fuentes cuya autoría atribuyó a Enrique Krauze

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