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domingo, 3 de marzo de 2024

ARIDJIS HOMERO EL HOMBRE QUE AMABA EL SOL FRAGMENTO NOVELA

 


Y al tiempo que nació y salió el Sol,

todos los dioses murieron.

Fr. Bernardino de Sahagún,

“Del principio que tuvieron los dioses”,

Historia General de las Cosas

de la Nueva España.


El Sol, un ojo. Si no un ojo pensante,

un ojo de fuego.

Nadie se ha atrevido a llamarlo un ojo vivo,

una conciencia.

Tomás Tonatiuh, El cuaderno del Sol

La luz es la actividad de lo transparente.

Aristóteles

Pueda haber para mí un lugar en la barca solar.

“Himno al dios sol Ra”,

El libro egipcio de los muertos


1. Crepúsculo

Un disco ardiente le dolía en el pecho. Aún había sol en las bardas. Teresa corría

por el camino con una botella de agua en la mano. El cerro parecía una pirámide

de luz. Los rayos solares bajaban por sus escalones proyectando en el suelo la

sombra de una serpiente dorada. La tarde palpitaba como un pecho de mujer a la

que una mano celeste ha abierto la blusa. Las monarcas danzaban en el ahora el

vals de la luz y de la muerte. Sobre la pirámide de luz volaba la mariposa reina. El

bosque allá abajo se mecía en sus ojos como el castillo de popa de un navío que

se hunde. Tomás dudó si miraba la pirámide acercarse a él o si presenciaba el

desprendimiento de su ser del tiempo y del espacio. No dudó mucho. Como si

fuese otra persona, se vio a sí mismo sentado en una piedra, rodeado de gente

desconocida.

Era jueves, Día de Muertos, y las almas de los difuntos que retornaban al

mundo en forma de mariposas se habían posado en charcos de polvo. Había

pocos árboles en el santuario y los caminos del bosque se habían vuelto públicos.

El hombre que amaba el Sol se llamaba Tomás Martínez Martínez. Pero como

había tantos Martínez en el pueblo, en Santa María, Molinos de Caballero, Tenerías

y Las Pilas, era casi anónimo. En algún pueblo siempre aparecía un Martínez

dueño de una tienda de ropa, una fonda o una ferretería. Por esa causa él había

decidido cambiarse los apellidos y llamarse solamente Tomás Tonatiuh.

Sol redondo y colorado

como una rueda de cobre,

del diario me estás mirando,

del diario me miras pobre.

Sus alumnos de sexto año de primaria habían evocado esa mañana una canción

socialista del año 1935. Él había encontrado la letra en un libro de texto y la había

dado de tarea a su clase, no por el contenido político, sino porque mencionaba al

Sol y todo lo que trataba del Sol era digno de mencionarse.

—Según el Diccionario de la lengua náhuatl o mexicana, el Sol era adorado

como poder soberano, aquel por el cual se vive, ipalnemoani. Tenía un templo

magnífico en Teotihuacan. Se le atribuía la creación del mundo. En las cuatro

edades de la cosmogonía mexicana había un Sol de agua, un Sol de tierra, un Sol

de viento y un Sol de fuego. Ahora vivimos en la era del Quinto Sol, Ollintonatiuh,

Sol de Movimiento, Sol que camina hacia su muerte, Sol que acabará por

terremotos —Tomás mostraba a los colegiales una reproducción de la Piedra de

Sol y una foto de una revista de astronomía—. Porque el mito y la ciencia no están

reñidos. Los hallamos a diario en nuestra imaginación.

—¿Por qué se puso Tonatiuh, maestro? —Jessica lo miró astutamente a través

de sus lentes gruesos.

—Porque hay dos nombres en la vida de un hombre: El que le ponen a uno

cuando nace y el que se pone uno a sí mismo cuando sabe quién es. Con este

segundo nombre espero morir y ser conocido en mi posteridad. En náhuatl

Tonatiuh es el nombre del Sol, “El que va haciendo el día”. En mi caso, Tonatiuh es

“El que va haciendo la vida”.

—No me ha dicho todavía por qué se cambió de nombre, maestro.

—Hay momentos en que el nombre que nos pusieron ya no nos nombra, no

abarca lo que somos ni lo que soñamos ser. De plano, no nos sirve. Pero si nos

llamamos a nosotros mismos lo que creemos ser, entonces nuestro nombre está

vivo, nuestro nombre es nosotros, se inscribe en nuestro cuerpo y andará con

nosotros hasta el fin.

—Si volvieran los aztecas, ¿me sacrificarían? —preguntó Toño.

—Me temo que sí, por tonto.

—Maestro, si nos paráramos en la punta de la montaña más alta del mundo,

¿podríamos ver toda la luz del Sol? —Teresa, con su uniforme blanco, cruzó sus

piernas de adolescente.

—No, porque para ver toda la luz del Sol nuestros ojos tendrían que ser

enormes.

—¿El Sol es un ojo de fuego?

—No sé si tiene la capacidad de mirar, pero tiene la forma de un ojo. Está

compuesto de 92.1% de hidrógeno; 7.8% de helium, 0.1% de elementos pesados

en estado gaseoso. La zona luminosa del Sol es llamada fotosfera.

—¿El Sol tiene corazón?

—El corazón que tú le das, Teresa.

—¿El Sol es un millón de veces más grande que la Luna?

—Tiene un diámetro de 1,392,000 kilómetros. Su masa es 33 mil veces la de la

Tierra.

—Si miro al Sol de frente, ¿me quedaré ciega?

—Los ojos son solares, pero no debes tratar de mirar al Sol sin filtros. Tu vista

puede sufrir daños permanentes.

—¿A qué distancia está la Tierra del Sol?

—A 149,597,870 km.

—¿Para qué sirve el Sol?

—No respondo a más preguntas, el timbre ha sonado —el maestro Tomás

Tonatiuh recogió su material didáctico. Pero no fue a casa, esa tarde subió al cerro

para echar un vistazo a las mariposas. Anduvo horas con los zapatos pesados de

polvo, hasta que accedió a La Puerta. Mas ese año la colonia se había formado en

otra parte y tuvo que bajar por una barranca. Un fuerte destello le pegaba en las

gafas, como si la armadura refulgiera.

Querre-querre, vomitó un grajo agarrado a una rama. Se había comido a una

mariposa y por el pico negro arrojaba un líquido amarillo.

Tomás paseó la vista por esas tierras suyas, tan deforestadas que las

mariposas tenían que posarse en el polvo. Dos taladores bajaban la cuesta,

haciéndose más pequeños, más pequeños hasta convertirse en puntos

insignificantes. Toño, su alumno, jalaba una yegua alazana. Era tan bajo de

estatura que apenas alcanzaba la cabeza del animal. En temporada de monarcas

llevaba a los turistas al santuario. Entonces solía faltar a la escuela.

Todo el cielo amarillo. El cerro parecía ocultar un incendio. La tierra baja,

pintada de sí misma, se tornaba sombría. Bajo la luz dorada un zopilote hurgaba en

las entrañas de un burro muerto. Como un obispo lúgubre clavaba el pico en las

costillas del cuadrúpedo tratando de llegar al corazón.

—Sol solo. Sol sonoro. Sol figurado —murmuró Tomás, mientras una luz

huérfana, que flotaba prístina en el aire, doraba los muslos de los cactos.

—Las mariposas tienen sed —Tomás vació su botella de agua en el polvo. El

líquido desapareció con un breve ahogo, dejando apenas una huella húmeda en la

superficie. Otras mariposas ya se habían emperchado en los troncos y las ramas

de los árboles para pasar la noche.

Tomás, semejante a un alfil en un tablero de ajedrez oscuro, se paró sobre un

peñasco. Desde allí observó los ríos amarillos de la luz encender las nubes negras.

Delirio de colores. Silenciamiento de azules. Bandada de loros atravesando la

noche incipiente.

—Hasta mañana —dijo a las mariposas—. A partir de ahora todo será distinto.

Querre-querre, se quejó el grajo enfermo.

2. Marcelina

—Mamá Marcelina, tuve una pesadilla, soñé que estaba temblando.

—La tierra no está temblando, el que está temblando eres tú.

Adolescente aún, Tomás se removió en el camastro de esa habitación llena de

raspaduras a la que entraba el amanecer por la ventana sin cortinas como una

invasión solar.

—Soñé que un disco ardiente me desgarraba el pecho y que una jarra de agua

se rompía en tus manos.

—Tomás, levántate, tienes clases.

—¿Otra vez iré a la escuela sin desayunar, mamá?

—Lo siento, hijo, sólo tengo los pasteles de miel que hice y no vendí en el

mercado.

—Los comí ayer y anteayer, me aburren.

—Para la comida te haré tacos de pollo. Y sopa de zanahoria.

—Ya me harté del menú lo mismo con lo mismo.

—¿Sabes? Como Plácido no consigue trabajo partirá a los Estados Unidos —

los ojos negros de esa mujer joven se entristecieron fugazmente al dar la noticia.

—¿Cuándo? —preguntó Tomás abrazándose a su cuerpo.

—Pronto.

—¿Cuán pronto? —a Tomás el viaje de su padre no le preocupaba mucho. Al

contrario, con él fuera tendría a su madre para él solo, compartida con su hermano

menor.

—Él te lo dirá —ella se inclinó sobre su hijo. Su perfume barato lo envolvió

como una nube y él quiso arrojarse a su regazo en busca de ese aroma.

—No importa que se vaya, si tú te quedas. Serán buenos tiempos para los dos.

—Y para Martín.

—¿Te llevo a la escuela? —desde el umbral de la puerta, Plácido lo miró con

fijeza, como si lo mirara por primera vez.

—¿Tú? —Tomás, pegado a su madre, miró al piso.

—Yo, por qué no.

—Bueno —Tomás salió a las calles irritadas. Andando detrás de su padre

volteaba a ver a su madre, que lo miraba desde la puerta. Qué bien le sentaba el

color rojo. Maquillada, qué guapa se veía. Ese esmalte azul en las uñas cómo

adornaba sus manos. No cabía duda, Marcelina era su adoración y su mejor

amiga. Los paseos por el cerro con ella eran como paseos de enamorados y no

había para él secreto alguno que no quisiera contárselo enseguida.

Plácido lo dejó en la puerta de la escuela y al acabar las clases, para sorpresa

de Tomás, vino a recogerlo, ayudándolo con la mochila.

—Acompáñame a la peluquería de paisaje.

—Iba a encontrarme con mi madre en el mercado.

—Hoy se quedó en casa.

Caminando se fueron a la plaza. Chon no lo hizo esperar, sentó a Plácido en el

sillón, lo cubrió de champú el pelo y le acarició el cuello como si fuera a degollarlo.

El peluquero era viejo y sus manos temblaban al cortarle el cabello. Tomás, a unos

metros, prefería ver el movimiento de la calle que el trajinar de las tijeras.

—Chon, me voy p’al Norte.

—¿A Aztlán?

—¿Al reino legendario de los aztecas? No.

—Quisiera hallarlo antes de morirme.

—¿Quién?

—Yo —Chon se paró entre dos biombos con pinturas de los volcanes

Iztaccíhuatl y Popocatépetl. Del lado de la Montaña Humeante se atendía a las

mujeres, del lado de la Mujer Blanca a los hombres. Delgadas columnas de luz

pasaban por los agujeros.

—¿Te vas de ilegal?

—No digas eso. Mis documentos son los pies, con ellos cruzaré la frontera.

—Listo.

—¿Tan pronto?

—Servicio expreso.

—¿Cuánto te debo?

—Veinte.

—Chon, te quería pedir un favor. Se trata de un préstamo.

—Estoy muy amolado.

—Gracias de todos modos —al sacar los billetes del bolsillo a Tomás le pareció

que a su padre se le atoraba la mano adentro y que los pesos apañuscados se

resistían a salir.

—Cuando estés allá, me escribes sobre Aztlán.

—Lo haré sin falta —al abandonar la peluquería, Plácido cogió del brazo a

Tomás con sus manos rasposas.

—Ahora acompáñame a comprar unos pantalones, porque estos que traigo

están tan apretados que no puedo agacharme ni separar las piernas por miedo a

que se me descosan. ¿Te apetece una naranja?

—No.

La tienda de ropa estaba en el centro. Su padre sabía exactamente qué

buscaba y no perdió tiempo para comprarse los pantalones. De paso adquirió una

camisa a cuadros de lana.

—Ahora vamos a comer algo. Porque no has comido, ¿verdad?

—No.

—Dile a doña Susana que nos dé buena mesa —pidió Plácido a la muchacha

parada a la entrada.

—Puede decirle usted mismo, allá está ella —la muchacha señaló a una mujer

de pelo blanco y dientes de peineta saliendo de la cocina.

—Cuando voy a un restaurante, si voy a pagar por lo que como, quiero que me

atiendan bien.

—No se preocupe, dígame lo que quiere y se lo sirvo.

—¿Tiene menú del día?

—Se lo digo: Sopa de fideos, pollo en hongos silvestres, ensalada de lechuga y

jitomate, frijoles de olla.

—Tráigalo para dos —ordenó Plácido, sin preguntarle a su hijo si tenía tanto

apetito.

—¿No sería mejor que invitaras a mamá? —preguntó Tomás, aunque estaba

contento porque nunca antes su padre lo había sacado a pasear o a comer.

—Regresaré por ti —le prometió Plácido, mientras la mesera traía la cuenta—.

Me iré de viaje mañana.

—¿Podemos irnos, papá?

—Ahora te llevo con tu madre, veo que la extrañas.

Al llegar a casa, Plácido llamó a Marcelina a la sala y, delante de los hijos, le

hizo varias recomendaciones: —Mujer, no salgas de noche, si hay una urgencia

manda a Tomás. Mujer, duerme con la vela prendida en tu recámara, porque la

noche está llena de espíritus malignos; si te sientes sola o mal pensada llama a los

niños para que te acompañen en la cama. Mujer, no asomes la nariz al mundo

porque te la pueden cortar y qué cuentas me vas a entregar cuando regrese. Mujer,

nadie debe saber que te quedas sola, excepto mi sobrina Hortensia. En la alacena

te dejo provisiones para una semana, y un dinero que ahorré. Gástalo bien. A los

chamacos cómprales pantalones de mezclilla y zapatos de León, para que les

duren. Y cuadernos para la escuela. Te encargo a los críos, cuídalos. Si quieres

escribirme manda las cartas al consulado mexicano de Los Angeles, allá darán

razón de mí. Si no te contesto, no te preocupes, no me habré muerto, soy hueso

duro de roer.

A Tomás, aconsejó: “Hijo, aunque estés jodido no vendas la tierra de nuestros

antepasados. Tampoco abandones a tu madre para irte a la ciudad de vago. Ve por

tu hermano y trátalo con cariño.”

Al recibir su beso en la mejilla, Tomás examinó la cara del padre que iba a

perder. Desde la puerta, Plácido aseguró a la familia: —Me voy por pura necesidad,

por la pinche miseria, pero ahorita regreso.

El ahorita sonó en la cabeza de Tomás como un hasta nunca, a pesar de que

con el diminutivo Plácido quería minimizar el impacto de sus palabras.

Para el viaje, Plácido se llevó dos pasteles de miel, una lata de sardinas y una

botella de agua, y la cabeza llena del sueño americano. Esposa e hijos lo vieron

atravesar a pie la frontera verde del bosque. De vez en cuando él se sacudía el

polvo de los pantalones. Su sombra, como retenida por una red invisible, pareció

quedarse unos segundos detrás de él, separada del cuerpo. Luego se integró a sus

pies. Entonces, madre e hijos empezaron el retorno a la casa vacía.

—¿Viste su sombra? —preguntó Tomás a su madre—. Se le desprendió un

tantito así de los pies. Dicen que en el otro mundo los muertos reconocen a los

vivos por su sombra, ¿es cierto?

Marcelina no contestó. No le importaba lo que podía hallar en el otro mundo,

sino lo que perdía en éste.

—¿Me oíste?

—¿Quieres que te grite mi respuesta? ¿No ves que todo está haciendo agua?

—¿Dónde?

—Aquí dentro.

Tomás no entendió sus palabras, pero su alusión al agua tuvo sentido, porque

al poco tiempo, mientras trapeaba el piso de la cocina, ella se fue de bruces sobre

una cubeta de líquido sucio. Ya no recobró el conocimiento. Murió de una embolia

en un camastro de hospital.

Después de la muerte de su madre, a la que Tomás recordaría con las manos

mojadas, saliendo de la cocina o lavando ropa, tuvo su herencia: un collar de

perlas falsas, dos vestidos, un delantal, un acta de defunción y cincuenta pesos de

ahorros.

viernes, 1 de diciembre de 2023

EFRAÍN HUERTA POEMÍNIMOS


 

Los poemínimos de este volumen son poemas en su mínima expresión. Juegos y sorpresas, bromas y burlas, los Poemínimos le han dado fama a Huerta como poeta juguetón y humorista. Recupera el habla popular para regresar a esa propia habla parte de su inventiva y de su juego.

Efraín Huerta (1914-1982), autor de libros importantes en la poesía en lengua española, de la cual Los hombres del alba es el ejemplo mejor. Poeta, guionista, crítico cinematográfico, activista social, encarnó las apuestas de su época. Sin duda alguna, uno de los poetas mayores de México.

 


 

 

 

Efraín Huerta

 

 Poemínimos

 

 

ePub r1.0

 

 

IbnKhaldun 30.12.14

 

 

 


Título original: Poemínimos

 

Efraín Huerta, 2004

 

Ilustración de portada: Norberto de la Torre

 

Editor digital: IbnKhaldun

 

ePub base r1.2

 

 

 

 


 Amenaza

 

 

 

Bienaventurados

Los poetas

Pobres

Porque

De ellos

Será

El reino

De los

Suelos

 


 Casa «Tórrida»

 

 

 

Quienes

Lo conocieron

Están de acuerdo

En que

Su libro

Debió llamarse

No de fusilamientos

Sino

De refocilamientos

 


 Siniestridad

 

 

 

Nadie tendrá

Derecho

A su neurosis

Mientras

Alguien

Carezca

De su

Cáncer

 


 Propo

 

 

 

Un monumento

Para el

Que

Cometió

Un crimen

Con todas

La de

La ley

 


 Hamacoide

 

 

 

Y todavía

El holgazán

Se preguntaba

¿Será verdad

Tanta Pereza?

 


 Resignación

 

 

 

Buenos

O malos

(Más malos

Que buenos)

Todos mis

Poemas

Son del

Demonio

Público

 


 La ley

 

 

 

Todo

Cabe

En un

Poemínimo

Sabiéndolo

Acomodar

 


 Tránsito

 

 

 

 Pasó, homérico,

Un camión

Con una casa adentro

 

No, no fue así, Salvador

Sino

Pasó, angélico,

Un poeta

Con un poema

Adentro

 


 Lilia Prado [1]

 

 

 

Soy

La mujer

Más

Feliz

De mi vida

 


 Lilia Prado [2]

 

 

 

Si no

Fuera

Por mi

Buena Salud

Ya me habría

Muerto

 


 Lo dicho

 

 

 

Fuera

Del Metro

Todo es

Cuautitlán

 


 Mansa hipérbole

 

 

 

Los lunes, miércoles y viernes

Soy un indigente sexual;

Lo mismo que los martes,

Los jueves y los sábados.

Los domingos descanso.

29 de mayo de 1969

 

 

 


 Tango

 

 

 

Hoy

Amanecí

Dichosamente

Herido

De

Muerte

Natural

 


 Eunice

 

 

 

Día y noche, pero

Más noche que día,

Eunice dialoga y riñe

Con los altos mastines.

Palabras y ladridos,

De arriba abajo,

De abajo arriba.

A una hora cierta

Triunfa green eyes Eunice.

Los hocicos se cierran.

Eunice duerme.

La noche se eterniza.

Salimos de su casa

Con un alba rabiosa

Mordiéndonos las nalgas.

24 de junio de 1969

 

Confianza

 

 

 

Entro sin llamar en la casa

Del espía y del héroe mercenario

En la alcoba de la prostituta

Y del poeta homicidamente célebre.

Nunca me anuncio en la mansión

Del emperador del Reino Idiota

Ni en el Palacio de los Rencorosos.

Pero una noche de verano

Una histérica coronada de capullos

Me dio con la puerta en las narices.

24 de junio de 1969

 

 

 


 Javier Heraud

 

 

 

A sus padres, en Perú

 

 

Come y bebe conmigo.

Con mi mujer, mis hijos

Y mis amigos.

Mira hacia dos palomas:

Es la paloma azul.

La paloma amarilla.

Sus manos son los ríos

Que van a dar

Irremediablemente

Al mar de su agonía.

El río se llamaba

(también murió)

El río Madre de dios.

Pienso que a todos los poetas,

A la hora señalada,

también habrán de darnos

En la madre

—aunque sea la de Dios.

25 de junio de 1969

 

 

 


 Jaime Sabines

 

 

 

Jaime ya no puede con la Muerte:

La de su padre el Mayor,

La de Doña Luz

(«Me ha dejado triste,

tirado todo el día sobre mis sueños»)

Y ahora los veintidós años muertos

De Jaimito

Jaime ya no puede con la Muerte

Ahora Jaime-Tigre-Poeta

Debe poder hasta la muerte con la Vida

26 de junio de 1969

 

 

 


 Lección

 

 

 

El que escribe al último

Escribe mejor

Yo apenas empiezo

30 de junio de 1969

 

 

 


 Caballo

 

 

 

Pido

Permiso

Para

Dormir

Esta

Noche

A

Rienda

Suelta

30 de junio de 1969

 

 

 


 Tótem

 

 

 

Siempre

Amé

Con la

Furia

Silenciosa

De un

Cocodrilo

Aletargado

30 de junio de 1969

 

 

 


 Ay poeta

 

 

 

Primero

Que nada:

Me complace

Enormísimamente

Ser

Un buen

Poeta

De segunda

Del

Tercer

Mundo

30 de junio de 1969

 

 

 


 Horrible muerte

 

 

 

Bestia peluda

La Misantropía

Me dio

De puntapiés

En la

Entrepierna

Morí

Confortado

Con todos

Los auxilios

Espirisexuales

2 de junio de 1969

 

 

 


 Francisco I

 

 

 

Paráfrasis

 

 

Todo

Se ha

Jodido

Menos

El amor

 


 Juramento

 

 

 

Juro

Que

Viviré

Hasta

Mediados

Del 70

Para

Poder

Beberme

A gusto

La

Copa

Del mundo

13 de noviembre de 1969

 

 

 


 Bon voyage

 

 

 

Lo escrito

Escrito

Está

Y al que

No le gustare

Que por un tubo

Se regrese

A la fuente

De gracia

De donde

Procedía

12 junio de 1969

 

 

 


 Viudo infinito

 

 

 

De la melancolía

De Sophia y de Brigitte

De Jacqueline y Soraya

De Marie Laforet

De Ira de Fürstenberg

De mi acelerada mujer

Viudo del alba

De la también

Infinita miseria

De ti

De ustedes

De mí mismo

Y de la Poesía

Claro está

17 de julio de 1969

 

 

EH y AA dicen:

 

 

 

Después

De todo

Todas

Han sido

El Amor

De

Mi

Vida

30 de julio de 1969

 

 

 


 Oración

 

 

 

Sufro

Bonitamente

Líbreme

Dios

De los

Malos

Sufrimientos

20 de agosto de 1969

 

 

 


 Redil

 

 

 

Como

Buena

Oveja

Descarriada

Que soy

Me vendo

Bien

Al mejor

Pastor

20 de agosto de 1969

 

 

 


 Definición

 

 

 

Siempre

Alardeé

De ser

Un

Impecable

Masoquista

Resulta

Que soy

Un

Implacable

Maoísta

21 de agosto de 1969

 

 

 


 Tláloc

 

 

 

Sucede

Que me canso

De ser dios

Sucede

Que me canso

De llover

Sobre mojado

Sucede

Que aquí

Nada sucede

Sino la lluvia

lluvia

lluvia

lluvia

21 de agosto de 1969

 

 

Paseo I

 

 

 

Ahorita

Vengo

Voy a dar

Un paseo

Alrededor

De

Mi

Vida

Ya vine

24 de agosto de 1969

 

 

 


 Paseo II

 

 

 

No

Me tardo

Voy a dar

Una vuelta

Alrededor

De

Mi

Muerte

24 de agosto de 1969

 

 

 


 Horror 69

 

 

 

¡Con

Espanto

Acabo

De

Descubrir

Que

El quetzal

Pertenece

A la

Familia

De los

Trogonidas!

25 de septiembre de 1969

 

 

 


 Humildemente…

 

 

 

Cuando

Me

Lleve

El tren

En medio

De una

Explosión

De júbilo

Exijo

Ser

Velado

(naturalmente)

En la

Humilde

Funeraria

(calles de Rin)

Héroe

De

Nacozari

 

13 de noviembre de 1969

 

 

 


 Recado

 

 

 

A las

Honorables

Autoridades

Marítimas

Celestes

Y terrestres

«No

Se culpe

A nadie

De

Mi

Vida»

7 de enero de 1970

 

 

 


 M. Machado

 

 

 

Paráfrasis

 

 

Para Andrea Huerta

 

 

Polvo

Sudor

Hierro

El

Che

Cabalga

 


 Che

 

 

 

Para Eugenia Huerta

 

 

En

La

Calle

Deben

Pasar

Cosas

Extraordinarias

Por

Ejemplo

La

Revolución

 

 


 Hermafrodisiaco

 

 

 

Hombres

No

Me

Faltan

Mujeres

No

Me

Sobran

Estoy

Completo

 


 Trasplante

 

 

 

No

Doctor Bernard

Yo no lo llamé

Para

Eso

Ocurre

Simplemente

Que

Estoy

Descorazonado

 


 Distancia

 

 

 

Del

Dicho

Al

Lecho

Hay

Mucho

Trecho

 


 Weimar

 

 

 

Como

Dijo

Don Wolfango:

Tengo

Dolor

De muelas

En

El

Corazón

 


 Dos

 

 

 

Me

Gusta

Beber

Dignamente

Acompañado

Es decir

Solo

Y

Mi alma

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