sábado, 23 de julio de 2016

FERVOR DE BUENOS AIRES (1923) Jorge Luis Borges. (Poesía Completa). Primera entrega.


FERVOR DE BUENOS AIRES
  (1923)
Jorge Luis Borges. (Poesía Completa).
LA RECOLETA

  Convencidos de caducidad
  por tantas nobles certidumbres del polvo,
  nos demoramos y bajamos la voz
  entre las lentas filas de panteones,
  cuya retórica de sombra y de mármol
  promete o prefigura la deseable
  dignidad de haber muerto.
  Bellos son los sepulcros,
  el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
  la conjunción del mármol y de la flor
  y las plazuelas con frescura de patio
  y los muchos ayeres de la historia
  hoy detenida y única.
  Equivocamos esa paz con la muerte
  y creemos anhelar nuestro fin
  y anhelamos el sueño y la indiferencia.
  Vibrante en las espadas y en la pasión
  y dormida en la hiedra,
  sólo la vida existe.
  El espacio y el tiempo son formas suyas,
  son instrumentos mágicos del alma,
  y cuando ésta se apague,
  se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
  como al cesar la luz
  caduca el simulacro de los espejos
  que ya la tarde fue apagando.
  Sombra benigna de los árboles,
  viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
  alma que se dispersa en otras almas,
  fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
  milagro incomprensible,
  aunque su imaginaria repetición
  infame con horror nuestros días.
  Estas cosas pensé en la Recoleta,
  en el lugar de mi ceniza.

  EL SUR

  Desde uno de tus patios haber mirado
  las antiguas estrellas,
  desde el banco de sombra haber mirado
  esas luces dispersas,
  que mi ignorancia no ha aprendido a nombrar
  ni a ordenar en constelaciones,
  haber sentido el círculo del agua
  en el secreto aljibe,
  el olor del jazmín y la madreselva,
  el silencio del pájaro dormido,
  el arco del zaguán, la humedad
  –esas cosas, acaso, son el poema.

  CALLE DESCONOCIDA*

  Penumbra de la paloma
  llamaron los hebreos a la iniciación de la tarde
  cuando la sombra no entorpece los pasos
  y la venida de la noche se advierte
  como una música esperada y antigua,
  como un grato declive.
  En esa hora en que la luz
  tiene una finura de arena,
  di con una calle ignorada,
  abierta en noble anchura de terraza,
  cuyas cornisas y paredes mostraban
  colores tenues como el mismo cielo
  que conmovía el fondo.
  Todo –la medianía de las casas,
  las modestas balaustradas y llamadores,
  tal vez una esperanza de niña en los balcones–
  entró en mi vano corazón
  con limpidez de lágrima.
  Quizá esa hora de la tarde de plata
  diera su ternura a la calle,
  haciéndola tan real como un verso
  olvidado y recuperado.
  Sólo después reflexioné
  que aquella calle de la tarde era ajena,
  que toda casa es un candelabro
  donde las vidas de los hombres arden
  como velas aisladas,
  que todo inmeditado paso nuestro
  camina sobre Gólgotas.

  LA PLAZA SAN MARTÍN

  A Macedonio Fernández

  En busca de la tarde
  fui apurando en vano las calles.
  Ya estaban los zaguanes entorpecidos de sombra.
  Con fino bruñimiento de caoba
  la tarde entera se había remansado en la plaza,
  serena y sazonada,
  bienhechora y sutil como una lámpara,
  clara como una frente,
  grave como ademán de hombre enlutado.
  Todo sentir se aquieta
  bajo la absolución de los árboles
  –jacarandás, acacias–
  cuyas piadosas curvas
  atenúan la rigidez de la imposible estatua
  y en cuya red se exalta
  la gloria de las luces equidistantes
  del leve azul y de la tierra rojiza.
  ¡Qué bien se ve la tarde
  desde el fácil sosiego de los bancos!
  Abajo
  el puerto anhela latitudes lejanas
  y la honda plaza igualadora de almas
  se abre como la muerte, como el sueño.

  EL TRUCO*

  Cuarenta naipes han desplazado la vida.
  Pintados talismanes de cartón
  nos hacen olvidar nuestros destinos
  y una creación risueña
  va poblando el tiempo robado
  con las floridas travesuras
  de una mitología casera.
  En los lindes de la mesa
  la vida de los otros se detiene.
  Adentro hay un extraño país:
  las aventuras del envido y del quiero,
  la autoridad del as de espadas,
  como don Juan Manuel, omnipotente,
  y el siete de oros tintineando esperanza.
  Una lentitud cimarrona
  va demorando las palabras
  y como las alternativas del juego
  se repiten y se repiten,
  los jugadores de esta noche
  copian antiguas bazas:
  hecho que resucita un poco, muy poco,
  a las generaciones de los mayores
  que legaron al tiempo de Buenos Aires
  los mismos versos y las mismas diabluras.

  UN PATIO

  Con la tarde
  se cansaron los dos o tres colores del patio.
  Esta noche, la luna, el claro círculo,
  no domina su espacio.
  Patio, cielo encauzado.
  El patio es el declive
  por el cual se derrama el cielo en la casa.
  Serena,
  la eternidad espera en la encrucijada de estrellas.
  Grato es vivir en la amistad oscura
  de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

  INSCRIPCIÓN SEPULCRAL

  Para mi bisabuelo

  el coronel Isidoro Suárez

  Dilató su valor sobre los Andes.
  Contrastó montañas y ejércitos.
  La audacia fue costumbre de su espada.
  Impuso en la llanura de Junín
  término venturoso a la batalla
  y a las lanzas del Perú dio sangre española.
  Escribió su censo de hazañas
  en prosa rígida como los clarines belísonos.
  Eligió el honroso destierro.
  Ahora es un poco de ceniza y de gloria.

  LA ROSA

  A Judith Machado

  La rosa,
  la inmarcesible rosa que no canto,
  la que es peso y fragancia,
  la del negro jardín en la alta noche,
  la de cualquier jardín y cualquier tarde,
  la rosa que resurge de la tenue
  ceniza por el arte de la alquimia,
  la rosa de los persas y de Ariosto,
  la que siempre está sola,
  la que siempre es la rosa de las rosas,
  la joven flor platónica,
  la ardiente y ciega rosa que no canto,
  la rosa inalcanzable.

  BARRIO RECUPERADO

  Nadie vio la hermosura de las calles
  hasta que pavoroso en clamor
  se derrumbó el cielo verdoso
  en abatimiento de agua y de sombra.
  El temporal fue unánime
  y aborrecible a las miradas fue el mundo,
  pero cuando un arco bendijo
  con los colores del perdón la tarde,
  y un olor a tierra mojada
  alentó los jardines,
  nos echamos a caminar por las calles
  como por una recuperada heredad,
  y en los cristales hubo generosidades de sol
  y en las hojas lucientes
  dijo su trémula inmortalidad el estío.

  SALA VACÍA

  Los muebles de caoba perpetúan
  entre la indecisión del brocado
  su tertulia de siempre.
  Los daguerrotipos
  mienten su falsa cercanía
  de tiempo detenido en un espejo
  y ante nuestro examen se pierden
  como fechas inútiles
  de borrosos aniversarios.
  Desde hace largo tiempo
  sus angustiadas voces nos buscan
  y ahora apenas están
  en las mañanas iniciales de nuestra infancia.
  La luz del día de hoy
  exalta los cristales de la ventana
  desde la calle de clamor y de vértigo
  y arrincona y apaga la voz lacia
  de los antepasados.

  ROSAS*

  En la sala tranquila
  cuyo reloj austero derrama
  un tiempo ya sin aventuras ni asombro
  sobre la decente blancura
  que amortaja la pasión roja de la caoba,
  alguien, como reproche cariñoso,
  pronunció el nombre familiar y temido.
  La imagen del tirano
  abarrotó el instante,
  no clara como un mármol en la tarde,
  sino grande y umbría
  como la sombra de una montaña remota
  y conjeturas y memorias
  sucedieron a la mención eventual
  como un eco insondable.
  Famosamente infame
  su nombre fue desolación en las casas,
  idolátrico amor en el gauchaje
  y horror del tajo en la garganta.
  Hoy el olvido borra su censo de muertes,
  porque son venales las muertes
  si las pensamos como parte del Tiempo,
  esa inmortalidad infatigable
  que anonada con silenciosa culpa las razas
  y en cuya herida siempre abierta
  que el último dios habrá de restañar el último día,
  cabe toda la sangre derramada.
  No sé si Rosas
  fue sólo un ávido puñal como los abuelos decían;
  creo que fue como tú y yo
  un hecho entre los hechos
  que vivió en la zozobra cotidiana
  y dirigió para exaltaciones y penas
  la incertidumbre de otros.
  Ahora el mar es una larga separación
  entre la ceniza y la patria.
  Ya toda vida, por humilde que sea,
  puede pisar su nada y su noche.
  Ya Dios lo habrá olvidado
  y es menos una injuria que una piedad
  demorar su infinita disolución
  con limosnas de odio.

  FINAL DE AÑO

  Ni el pormenor simbólico
  de reemplazar un tres por un dos
  ni esa metáfora baldía
  que convoca un lapso que muere y otro que surge
  ni el cumplimiento de un proceso astronómico
  aturden y socavan
  la altiplanicie de esta noche
  y nos obligan a esperar
  las doce irreparables campanadas.
  La causa verdadera
  es la sospecha general y borrosa
  del enigma del Tiempo;
  es el asombro ante el milagro
  de que a despecho de infinitos azares,
  de que a despecho de que somos
  las gotas del río de Heráclito,
  perdure algo en nosotros:
  inmóvil,
  algo que no encontró lo que buscaba.

  CARNICERÍA

  Más vil que un lupanar,
  la carnicería infama la calle.
  Sobre el dintel
  una ciega cabeza de vaca
  preside el aquelarre
  de carne charra y mármoles finales
  con la remota majestad de un ídolo.

  ARRABAL

  A Guillermo de Torre

  El arrabal es el reflejo de nuestro tedio.
  Mis pasos claudicaron
  cuando iban a pisar el horizonte
  y quedé entre las casas,
  cuadriculadas en manzanas
  diferentes e iguales
  como si fueran todas ellas
  monótonos recuerdos repetidos
  de una sola manzana.
  El pastito precario,
  desesperadamente esperanzado,
  salpicaba las piedras de la calle
  y divisé en la hondura
  los naipes de colores del poniente
  y sentí Buenos Aires.
  Esta ciudad que yo creí mi pasado
  es mi porvenir, mi presente;
  los años que he vivido en Europa son ilusorios,
  yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.

  REMORDIMIENTO POR CUALQUIER MUERTE

  Libre de la memoria y de la esperanza,
  ilimitado, abstracto, casi futuro,
  el muerto no es un muerto: es la muerte.
  Como el Dios de los místicos
  de Quien deben negarse todos los predicados,
  el muerto ubicuamente ajeno
  no es sino la perdición y ausencia del mundo.
  Todo se lo robamos,
  no le dejamos ni un color ni una sílaba:
  aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
  allí la acera donde acechó su esperanza.
  Aun lo que pensamos
  podría estar pensándolo él;
  nos hemos repartido como ladrones
  el caudal de las noches y de los días.

  JARDÍN

  Zanjones,
  sierras ásperas,
  médanos,
  sitiados por jadeantes singladuras
  y por las leguas de temporal y de arena
  que desde el fondo del desierto se agolpan.
  En un declive está el jardín.
  Cada arbolito es una selva de hojas.
  Lo asedian vanamente
  los estériles cerros silenciosos
  que apresuran la noche con su sombra
  y el triste mar de inútiles verdores.
  Todo el jardín es una luz apacible
  que ilumina la tarde.
  El jardincito es como un día de fiesta
  en la pobreza de la tierra.
  Yacimientos del Chubut, 1922


  INSCRIPCIÓN EN CUALQUIER SEPULCRO

  No arriesgue el mármol temerario
  gárrulas transgresiones al todopoder del olvido,
  enumerando con prolijidad
  el nombre, la opinión, los acontecimientos, la patria.
  Tanto abalorio bien adjudicado está a la tiniebla
  y el mármol no hable lo que callan los hombres.
  Lo esencial de la vida fenecida
  –la trémula esperanza,
  el milagro implacable del dolor y el asombro del goce–
  siempre perdurará.
  Ciegamente reclama duración el alma arbitraria
  cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,
  cuando tú mismo eres el espejo y la réplica
  de quienes no alcanzaron tu tiempo
  y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.

  LA VUELTA

  Al cabo de los años del destierro
  volví a la casa de mi infancia
  y todavía me es ajeno su ámbito.
  Mis manos han tocado los árboles
  como quien acaricia a alguien que duerme
  y he repetido antiguos caminos
  como si recobrara un verso olvidado
  y vi al desparramarse la tarde
  la frágil luna nueva
  que se arrimó al amparo sombrío
  de la palmera de hojas altas,
  como a su nido el pájaro.
  ¡Qué caterva de cielos
  abarcará entre sus paredes el patio,
  cuánto heroico poniente
  militará en la hondura de la calle
  y cuánta quebradiza luna nueva
  infundirá al jardín su ternura,
  antes que me reconozca la casa
  y de nuevo sea un hábito!



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

LOS PLACERES DE LA LITERATURA LATINA PIERRE GRIMAL FRAGMENTO

 CAPÍTULO I La primera poesía La literatura latina comenzó con la poesía, que debutó al mismo tiempo que la epopeya y el teatro. Hay múltipl...

Páginas