lunes, 30 de marzo de 2015

Propuestas narrativas de la nueva literatura centroamericana: la novela policial. Máster Rónald Rivera Rivera


www.revistas.ucr.ac.cr/index.php/pensamiento-actual/article/.../17422

Pensamiento Actual. Universidad de Costa Rica
Volumen 14 - No. 22, 2014. ISSN electrónico: 2215-3586 55 - 63 Filosofía, Artes y Letras 55
Propuestas narrativas de la nueva literatura centroamericana:
la novela policial
Narrative proposals of the new Central American literature: the detective story
Rónald Rivera Rivera
Recibido 01-04-2014 / Aprobado 25-11-2014

Nota:Desde el blog le doy las gracias al máster  Rónald Rivera Rivera, por exponer en su estudio crítico y filológico mis dos novelas: Mariposas Negras para un asesino y El laberinto del verdugo - entre otras - como obras representativas en Centroamérica de las nuevas propuestas narrativas: en especial la novela policíaca. J. Méndez-Limbrick.

Resumen
Este artículo es un acercamiento a una de las principales tendencias de la producción narrativa en la región Centroamericana en
el campo de la novela. Se hace una reflexión sobre el papel que juega el neopolicial dentro de la estética literaria contemporánea
en dicha región y la dificultad de encontrar un consenso en cuanto a la forma de designar esta práctica literaria actual. Además, se
estable la diferencia entre el género policial clásico y las variaciones genéricas que muestra el nuevo policial según se presenta en
el ejercicio literario centroamericano. Se analiza la función que cumple el subgénero policial en una sociedad caracterizada por la
violencia y la impunidad luego de los procesos revolucionarios.
Palabras clave: literatura centroamericana, tendencias narrativas, novela policial, género literario, campo cultural, canon literario.

Abstract

This article is an attempt to shed light on one of the main trends toward writing novels in Central America. It is a reflection on the
role the police sub-genre plays in the contemporary literary aesthetics of the region and the difficulty of finding a consensus on how
to define the current literary practice. The difference between the classical police genre and its generic variations in the new police
novel in Central American Literature is described. The role of the police as a sub-genre in a society characterized by violence and
impunity after the revolutionary processes experienced is analyzed.
Key Words: Central American literature, narrative trends, police novel, literary genre, cultural field, literary canon.
a El máster Rónald Rivera Rivera es profesor e investigador de la Universidad de Costa Rica, en la Sede de Occidente. Departamento
de Filosofía, Artes y Letras. Sección de Filología. Correo electrónico: ronaldrr@hotmail.com

I. Introducción
Entre de los caminos que explora la literatura
latinoamericana contemporánea -sexualidad y
erotismo, reformulación de la memoria histórica,
ensayo narrativo, la narconovela, entre otrasdestaca
la repercusión que ha tenido como expresión
literaria lo que se ha denominado el neopolicial.1
1 Sobre el reciente auge de este subgénero, véase la tesis
de Maestría en Literatura Latinoamericana de José
Gabriel Baltodano Román titulada La novela policial
hispanoamericana contemporánea: un panorama (2013).
Universidad de Costa Rica.
De la misma forma, dentro de las tendencias
narrativas de la literatura centroamericana2 de la
primera década de siglo XXI, la novela policial –o
al menos los recursos poéticos pertenecientes a
esta- ocupa un lugar preponderante dentro de la
producción textual de la región, tanto por la cantidad
de novelas que se han escrito como por la recepción
que han tenido dentro del público centroamericano.
2 Se omite aquí la discusión muy válida acerca de si se debe
hablar de una literatura centroamericana o de las literaturas
en Centroamérica (del Caribe, etc.) y se parte de una
perspectiva regional.

Pensamiento Actual. Volumen 14 - N 56 o. 22, 2014. Universidad de Costa Rica.

En este artículo se reflexiona sobre dicha
producción narrativa, particularmente acerca del
papel que el subgénero de la novela neopolicial -una
de las tendencias más recientes de la producción
textual en la literatura de Centroamérica- juega en
la representatividad de los procesos culturales y
sociales de la región.
Aunque en este estudio se comparan las
producciones literarias de diferentes países,
el criterio que se sigue va más allá del estudio
estrictamente comparativo, pues pretende
incorporar nociones de otros enfoques como el de
campos culturales de Pierre Bourdieu (1995) para
reflexionar sobre este subgénero.

II. Antecedentes. Denominaciones y
categorizaciones
En la segunda parte de la década del 1990
inicia lo que parece perfilarse hacia el siglo XXI
en Centroamérica como un nuevo canon literario
y que ha sido llamado, según quien lo nombre,
con términos como “literatura de posguerra”,
denominación que tiene como referentes tanto el
fin de las guerras en Centroamérica, así como el
fin de la Guerra Fría, la caída del muro de Berlín y
del bloque soviético.
Otra manera en que se ha designado esta
producción literaria es la de “sensibilidad de
posguerra”, como lo hace Beatriz Cortez (2010), sin
referirse específicamente a un periodo determinado
sino a una sensibilidad (no restringida a lo literario)
que ya no cree en utopías ni ideales, característica
estructurante de los proyectos revolucionarios
centroamericanos y su respectiva literatura.
Margarita Rojas (2011) prefiere el término
literatura “de guerra”, en lugar del término
posguerra, debido a la temática urbana y al
tratamiento del tiempo histórico que en su
opinión desarrolla la literatura centroamericana
contemporánea. Asimismo se ha acuñado el
término “literatura del desencanto”, que hace
referencia al sentimiento de fracaso que se generó
luego del final de las luchas revolucionarias en la
región. Igualmente, se encuentran denominaciones
como “literaturas post-nacionales”, según las llama
-por ejemplo- Arturo Arias (2012) quien con este
término intenta explicar la forma en que estas
literaturas pretenden construir una subjetividad
postnacional, la cual difiere de aquella literatura que
sirvió como una forma de estructurar el imaginario
de la nación. Del mismo modo, se halla el término
“literatura posrevolucionaria” según nombra
Seymour Menton (2009) al periodo posterior a la
caída del Muro de Berlín.
Todas estas denominaciones con las que
se ha bautizado la producción literaria reciente
hablan de la diversidad textual en el Istmo, pero
al mismo tiempo dicen mucho sobre la dificultad
que representa para la historiografía establecer
una clasificación dentro del campo literario en
Centroamérica.
Se pueden apreciar igualmente las luchas
que se dan en el campo cultural de la región por
establecer un canon literario, fenómeno que
trasciende el istmo centroamericano, pues en la
década de 1990 se da una serie de luchas en el
campo literario del continente latinoamericano,
que muestra las tensiones existentes por establecer
una nueva propuesta estética luego de la muerte
del Realismo mágico como representación literaria
de lo latinoamericano. En consecuencia, surgen
algunos nuevos escritores que están reclamando
un espacio en el ámbito cultural del continente,
lo cual se expresa en propuestas estéticas como el
manifiesto del Crack en México, liderado por Jorge
Volpi y su arremetida contra el Realismo Mágico,
o la propuesta más urbana y globalizada del grupo
chileno llamado McOndo.3
En medio de este contexto de luchas culturales
del continente, es oportuno preguntarse ¿hacia dónde
va el canon literario en Centroamérica?, ¿cuáles son
las pugnas que se dan en la región?, ¿de qué manera
3 Sobre este tema, véase el libro de Jorge Volpi El Insomnio de
Bolívar (2009), especialmente el capítulo titulado Holograma
de América Latina; también el estudio Nuevos paradigmas en
la narrativa latinoamericana (2005) de Jorge Fornet. En ambos
se encuentra un estudio pormenorizado de este fenómeno.
Filosofía, Artes y Letras 57
y con qué estrategias narrativas se muestran estas
luchas por la representatividad del Istmo?
En la nomenclatura empleada por todos los
críticos es evidente que el hecho histórico de la
guerra ha marcado el devenir cultural de la región
centroamericana, y que la violencia producto de
tales procesos militarizados sigue presente en las
sociedades de diferentes maneras. Los escritores de
la región han cultivado una forma de representación
literaria del fenómeno: el género policial.

III. Algunas tendencias
En el ámbito de la novela, surge recientemente
un deseo de reelaborar o redefinir subgéneros
que en algunos casos no habían sido practicados
antes por los escritores de la región4. Estos
subgéneros sufren una modificación formal de su
estructura clásica para dar cuenta de las realidades
centroamericanas en un periodo marcado por la
práctica económica de tinte neoliberal y por una
sociedad que se hunde en la violencia luego de
los procesos revolucionarios, cuya representación
literaria de ambas características se encuentra en el
espacio de la ciudad centroamericana5.
Se puede apreciar en las novelas de Franz
Galich que Managua se convierte en el escenario de
crímenes, robos y asesinatos, la ciudad es -como la
describe el narrador- “un comal sobre brasas”. En la
misma línea están las novelas de Méndez Limbrick
en las que San José se presenta como una ciudad
que oculta corrupción, prostitución, crimen y que
dista mucho de la ciudad que promueve el discurso
político oficial con el lema de una “San José posible”.
Además de la ciudad como espacio temático
de la novela contemporánea, Magdalena Perkowska
(2010) -en su artículo Historia, Memoria y Literatura-
4 En un artículo titulado “Huellas de ceniza, la primera novela
policíaca de la literatura costarricense”, Óscar Montanaro
establece que esta novela publicada en 1993 es la primera en
su género en Costa Rica.
5 Sobre el tema de la ciudad como elemento representativo de
la literatura contemporánea en América Latina, veáse el libro
de Margarita Rojas La ciudad y la noche: La Nueva Narrativa
Latinoamericana (1993).
señala cuando menos cuatro tendencias en la
diversidad discursiva de la región: por una parte,
está la producción literaria maya como el caso de
la novelas de Luis de Lion, Gaspar Pedro González
y Víctor Montejo, también destaca la literatura del
Caribe centroamericano como una tendencia por
tomar en cuenta, así como la literatura femenina;
aunque para Margarita Rojas la generación vigente
está conformada mayoritariamente por hombres.
Entre lo más reciente en cuanto a
tendencias literarias, se encuentran –junto a
las representaciones del espacio urbano como
escrituras de las sensibilidades de la posguerra- la
nueva novela histórica y el neopolicial, los cuales
ocupan un lugar preponderante en la producción
literaria regional.
Perkowska ve en el florecimiento de la nueva
novela histórica un deseo de reflexionar sobre la
condición irresoluta de la historia centroamericana,
según ella existe un anhelo por redefinir las
“tradiciones inventadas” de la historia nacional
y oficial así como de representar las historias
silenciadas o suprimidas.

IV. La novela policial
Algunos de los elementos que conforman la
poética del relato policial clásico corresponden en
gran medida a los hechos sociales del momento
histórico y al sistema de pensamiento de la época
en que se produce este tipo de novela; así pues, la
supremacía de la lógica del detective como elemento
preponderante en la resolución del enigma tiene
mucho que ver con el pensamiento positivista de
las sociedades en que se escribe este tipo textual.
La poética de la novela policial clásica no
puede dar cuenta -a modo de ver de algunos
escritores- de las circunstancias propias de las
sociedades centroamericanas, ya sea porque esa
lógica no ayuda a entender las sociedades del
Istmo, las cuales se perciben como caóticas; ya
sea porque el estado de corrupción e impunidad
de estas sociedades impide la solución del crimen
al modo de la novela clásica. Por lo tanto, emerge

Pensamiento Actual. Volumen 14 - N 58 o. 22, 2014. Universidad de Costa Rica.

una necesidad de variar algunos de los elementos
constitutivos del policial clásico para acercarlo más
a las circunstancias de la realidad que se quiere
representar en la ficción literaria en Centroamérica.
El personaje del detective sería una de estas
variaciones. Este personaje suele representarse –
en el género clásico- con ciertos atributos que el
resto de las personas no posee, incluso su moral
está por encima de la de los otros. Estas cualidades
especiales (su gran intelecto o capacidad deductiva)
lo llevan a resolver el crimen y restituir el orden
social cada vez que logra solucionar un asesinato.
En contraposición a este héroe investigador,
el detective Henry De Quincey de la novela
Mariposas negras para un asesino (2005), definido
por Ciendua y Moya (2011) como un antihéroe, no
es el típico investigador del policial clásico que tiene
un ayudante, que no se involucra ni tiene nada que
ver con el submundo que investiga. Al contrario, De
Quincey, es putañero, alcohólico, visita los antros
y hoteles en busca de sus amigas prostitutas. Es
un héroe moralmente derrotado. Su lógica se ve
amenazada por su propia sombra: la locura.
También se dice que el policial clásico tiene
como una de sus características que al descubrir
al asesino el detective restituye el orden. Algunos
de los críticos han señalado que la novela policial
centroamericana rompe con este esquema y que,
en realidad, el detective no logra restituir el orden
cuando encuentra al asesino, y en muchos casos
simplemente no lo descubre.

En la novela Mariposas negras para un
asesino al detective no solo le interesa la cuestión
fundamental de toda novela policiaca, es decir,
descubrir la identidad del asesino: un nombre;
sino que también le interesa principalmente saber
por qué lo hace: el motivo. Lo que verdaderamente
desea el detective es comprender las motivaciones
que guían la conducta del delincuente, su interés no
radica estrictamente en atraparlo, más bien quiere
apre(he)nderlo.
La novela inicia con esta interrogante ¿cuál es
el motivo del crimen? Si se logra contestar esto, se
logra instaurar el orden o al menos una explicación
de ese caos. Sin duda el motivo es otro de los
elementos estructurantes de la ficción criminal.
Pero en esta primera novela no se llega a saber. El
crimen es un sinsentido: “Cuando me lo contaron
no tenía sentido”, dice De Quincey. Precisamente
porque no hay un motivo aparente, el crimen se
vuelve una obsesión, un reto. Esta cuestión lleva a
Henry a la locura, no es solo encontrar al asesino
para restituir el orden, es también entender, tratar
de descubrir por qué lo hace: “Y así de primer
momento…no existía motivo para el crimen”.
Si bien tanto el policial clásico como el actual
tienen en común el espacio de la ciudad como
escenario de los crímenes y pesquisas, lo cual es una
manera de identificar al lector con una comunidad y
unos referentes que le son conocidos, se diferencian
en que el policial centroamericano contemporáneo
tiene una predilección por espacios marginales que
se ambientan en general en la noche.
Consecuentemente, el escenario de estas
ficciones es la ciudad, pero la ciudad nocturna,
el espacio y tiempo que albergan todo aquello
que la luz del día no muestra: antros, prostitutas,
comunidad gay, comercio de drogas, tráfico de
blancas, hoteles que funcionan en contubernio con
la policía, torres de apartamentos y condominio,
submundos y subciudades. El viaje por estos
espacios es un viaje de comprensión del otro, un
viaje a las profundidades del ser humano, a sus
deseos reprimidos. La ciudad se transforma de
noche, se oculta de día.
Otro de los rasgos más sobresalientes del
policial clásico es la confianza en el orden jurídico
institucionalizado, cuando el detective finalmente
descifra el enigma y atrapa al asesino se entiende que
este será condenado y castigado. Por el contrario,
el policial centroamericano se caracteriza por su
desconfianza en el orden institucional y en las
personas que lo representan, quienes por lo general se
ven como corruptas; probablemente esto tenga que ver
con el alto índice de impunidad que existe en la región
cuando se trata de aplicar la justicia. Por esta razón, lo
Filosofía, Artes y Letras 59
que en el policial clásico se denomina la restitución del
orden no es un elemento que se logre alcanzar en la
ficción criminal del policial en Centroamérica.
Este breve contraste entre el género clásico
y el contemporáneo sirve para introducir las
características más relevantes de lo que se ha llamado
el neopolicial. A continuación se presenta un análisis
del papel que juega esta producción textual en la
región según la perspectiva de varios autores.
V. El neopolicial en Centroamérica
Tradicionalmente, el relato policial ha sido
clasificado dentro de la crítica literaria como un
subgénero. También se ha considerado como
literatura de masas, definición que no deja de tener
cierto matiz peyorativo o ilegítimo; sin embargo,
en América Latina este género ha contado con
cultores de la talla de Jorge Luis Borges y Bioy
Casares. Igualmente en Centroamérica este tipo
de producción literaria cuenta entre sus filas con
escritores consagrados: Sergio Ramírez y Rodrigo
Rey Rosa son dos buenos ejemplos.
Lo anterior evidencia el lugar que este
género ha venido a ocupar dentro del campo
cultural centroamericano, ya no a modo de un
género menor sino como un tipo de relato que
goza de cierto prestigio dentro de lo que Bordieu
(1995) llama el campo cultural literario. Si se ve el
subgénero policiaco en términos de lo que Bordieu
llama la competencia por la legitimidad, es notorio
que actualmente la novela policiaca es uno de los
tipos de relato que está en pugna por ser reconocido
como un género legítimo dentro del quehacer
literario centroamericano.
Visto de esta manera, el género policiaco
es uno de esos “nuevos posibles” que se renuevan
según las demandas del contexto social. De acuerdo
con Bordieu, un género puede tomar diferentes
formas según las determinaciones externas del
contexto social, y a partir del habitus sociopolítico
de los productores de textos, así como de
ciertos acontecimientos como crisis económicas,
revoluciones y guerras.
Quiere decir que los géneros no son categorías
fijas o inmutables sino que mutan según ciertas
determinaciones externas. Francisco Rodríguez
Cascante6 señala esta categoría es difícil de clasificar
precisamente por la variabilidad genérica, pues cada
una responde a unas condiciones históricas concretas.
Fernández Retamar (citado por Rodríguez),
apunta que esta relación estrecha entre género
y realidad histórica va de la mano con lo que él
llama la función instrumental de la literatura
que es a su vez una característica de la literatura
marginal o híbrida. En su opinión, en la literatura
latinoamericana predomina este tipo de producción
literaria ancilar o marginal como lo son las
crónicas, discursos, memorias, cartas, testimonios
y, -diríamos hoy- la literatura neopolicial.
Ejemplos del auge que este tipo de producción
literaria tiene dentro del ámbito latinoamericano
son las novelas 2666 (2004) de Roberto Bolaño y En
busca de Klingsor (1999) de Jorge Volpi, las cuales
formalmente construyen su ficción alrededor de
una búsqueda de un hombre o de un nombre, y
esto lleva a los personajes por un recorrido histórico
que tienen mucho que ver con el origen del mal.
En Centroamérica, esta producción ha tenido un
gran auge en parte porque va de la mano con una
revisión de las historias oficiales, en parte porque
permite ver desde la perspectiva del detective
aquellos espacios sociales marginados en los que
se desenvuelven los sucesos del crimen.
El auge que el género policial ha mostrado
es significativo no solo en cuanto a su producción
editorial sino también en cuanto al número de
lectores de la región que han desarrollado un gusto
por este tipo de literatura. Este fenómeno se hace
evidente en el hecho de que varios autores han
publicado -o al menos han expresado su intención
de publicar- varias novelas policiacas.
6 En su libro Autobiografía y dialogismo. El género literario
y El río, novelas de caballería. (2003) este autor presenta un
análisis exhaustivo sobre el estudio de la categoría género.

Pensamiento Actual. Volumen 14 - N 60 o. 22, 2014. Universidad de Costa Rica.

Es el caso de Franz Galich con Managua
Sala City (2001), luego Y te diré quién eres (2006)
y Tikal futura (2012), esta última novela de corte
más futurista, pero pensada dentro de una serie
proyectada como un cuarteto al cual Galich no
pudo dar fin debido a su muerte. En Costa Rica
aparece la serie de Méndez Limbrick con Mariposas
negras para un asesino (2005), policial que continúa
en la segunda novela El laberinto del verdugo (2010)
y que se espera concluya con la tercera entrega de
esta trilogía. En El Salvador se presenta el caso de
Castellanos Moya con sus novelas El arma en el
hombre (2001) y La diabla en el espejo (2000), en
las que varían los puntos de vista de los mismos
hechos que se mencionan en ambas novelas pero
contadas por distintos personajes.
Así pues, surgen varias preguntas respecto
de este género: ¿qué características concretas ha
desarrollado el género policiaco para responder a
la realidad histórica centroamericana? y ¿por qué se
ha convertido en un género que hoy goza de cierta
legitimidad en ese espacio de luchas que es el campo
literario centroamericano? Consecuentemente,
valdría la pena preguntarse cómo muta o se
transforma el género policial para dar cuenta de
unas condiciones sociales y culturales particulares
del contexto centroamericano. En otras palabras,
cuál es la relación que hay entre el género policial
y ciertas condiciones sociopolíticas y culturales
propias de Centroamérica.
Varios autores –entre ellos los mismos
escritores- han intentado elaborar una posible
respuesta a esta interrogante al deslindar
algunas características propias del neopolicial
centroamericano. Se han referido, por ejemplo, a
su acercamiento con la novela negra, especialmente
en el interés por construir una literatura más social
que lo que se acostumbra en este tipo de novelas.
En términos de Uriel Quesada (2012),
habría que indagar cuáles son “algunas constantes
temáticas y formales que empiezan a perfilarse”
en la novela policiaca de la región. Según este
autor, la producción policiaca centroamericana
está relacionada con lo que él llama la escuela
norteamericana dura o hard boiled, que se
caracteriza por una línea más social y política.
Para Misha Kokotovic (2012), hay algunos
elementos que han variado dentro de la forma como
se escribe el género policiaco en Centroamérica con
respecto al género policial “clásico”. Por ejemplo,
destaca la falta de fe en la investigación racional
como forma de lograr la justicia en sociedades
corruptas. También menciona como este género
muestra cierta relación con la desilusión profunda
por el desenlace de las luchas armadas y las
experiencias revolucionarias. A esto se refiere
cuando habla de que el policial centroamericano
asume una postura desilusionada. Así mismo señala
la desaparición de la figura del detective en algunos
de los textos del género.
Entre otros rasgos, Kokotovic destaca la
importancia que tienen dentro de esta producción
literaria el hecho de revelar -mediante su ficciónla
corrupción, la violencia y la criminalidad
del orden social. En lo anterior coincide con la
práctica literaria de autores como Dante Liano tal
como sucede en su conocida novela El hombre de
Montserrat (1996) la cual se ha constituido en uno
de los referentes del género en Centroamérica.
También son muy esclarecedoras las
apreciaciones de Dante Barrientos (2009)
acerca de las particularidades del relato policial
centroamericano, en cuanto al papel que juega en
el campo cultural de la región. Tal papel consiste en
encarar la historia, recomponer la memoria a través
de una ficción que pretende llegar a ciertas verdades.
En este sentido se acerca a lo que propone el texto
de Memoria, historia y olvido de Paul Ricoeur el cual
propone indagar sobre ciertos procesos históricos
que han quedado silenciados por la historia oficial.
Otra de las características de este subgénero
es la configuración de un investigador que ejerce
su búsqueda fuera de la institucionalidad; es decir,
fuera del circuito policial, como ocurre en la novela
costarricense Mariposas negras para un asesino
(2005) de Méndez Limbrick en la que el investigador
Filosofía, Artes y Letras 61
Henry de Quincey dirige sus pesquisas sobre el
asesinato de varias mujeres jóvenes, una vez que
ha dejado su puesto dentro del aparato judicial. Esta
búsqueda fuera del aparato institucional alcanza al
lector quien –como acontece en esta novela- debe
finalmente formular una posible solución al enigma.
Un silencio completo; de este modo nombra
Dante Liano a las circunstancias del contexto sociopolitico
centroamericano que han propiciado
el surgimiento del género policial. En palabras
de Liano “En América latina, muchas novelas
policiales han restituido a la memoria colectiva
los hechos del pasado reciente”. También destaca
la impunidad en que han terminado muchas de
las investigaciones “oficiales” sobre los procesos de
violencia que ha sufrido la región, de manera que
no es raro que la literatura se interrogue sobre este
silencio, ni es extraño que el policial se constituya
en la forma apropiada para la pesquisa sobre ese
pasado histórico; es decir, que por medio de la
ficción se intente develar una perspectiva distinta
de la verdad histórica.

VI. Consideraciones finales
Señala Dante Liano que cuando la historia
oficial no puede dar cuenta de la realidad, la literatura
toma su lugar y asume la función de contar los
hechos como realmente fueron, aunque tenga que
hacerlo por medio de la ficción. Lo anterior tiene que
ver mucho con el papel (la función) que la literatura
policiaca cumple en una sociedad que se caracteriza
por su violencia, corrupción e impunidad.
Sobre la pregunta inicial de esta reflexión
acerca de la causa de la relevancia que el neopolicial
ha tomado en la región, se debe decir que este género
ofrece la posibilidad –a través de la investigación
y de las pesquisas- de hacer un recorrido por
aquellos espacios sociales olvidados, silenciados o
no contados por la Historia, entendida aquí como
la historia oficial.
Sin embargo, se debe señalar que este
fenómeno literario que hoy llamamos neopolicial
no se agota en las consideraciones que se han
indicado anteriormente, pues lejos de verse como
un género consolidado es más acertado pensarlo
como inacabado, imperfecto, en construcción,
ya que no todos los escritores centroamericanos
están de acuerdo en que este ejercicio literario sea
calificado de policial.
Por ejemplo, Rodrigo Rey Rosa quien se
ha constituido como uno de los escritores más
reconocidos de la región, muestra en sus textos una
práctica escritural que roza lo policial en la medida
en que se nutre de la violencia social como tema,
pero que se aleja del policial clásico en que su final
no logra lo que Kokotovich llama la restitución del
orden, lo cual se obtiene en el género clásico gracias
a la resolución del crimen por parte del detective.
Al respecto, el periodista Maciek Wisniewski
(2012) refiere que el novelista guatemaltecoestadounidense
Francisco Goldman señala lo
siguiente: “Una novela policiaca, con caso resuelto y
justicia hecha en Guatemala, sería muy inverosímil.
Mentira, daría cierta nausea, incluso si fuera bien
contada, porque siendo novela –y no reportaje–
tendría que crear una sensación de ‘verdad’.
Wisniewski (2012) también recoge en su
artículo las apreciaciones de Rodrigo Rey Rosa
quien indica que si en su país el 98 por ciento de
los crímenes queda sin resolver, el género policiaco
es imposible, pues el género clásico en el que un
investigador dirige una investigación racional que le
permite resolver los crímenes sería poco probable en
el contexto centroamericano. En suma, el grado de
impunidad y corrupción del Istmo hace imposible
para Rey Rosa la producción de ese género tal cual
se practica en otras regiones.
Sin duda esta nueva práctica escritural, que se
ha denominado -a falta de un mejor nombre- novela
negra o neopolicial, trata de representar la violencia
y la impunidad de las sociedades centroamericanas
a partir de algunos recursos literarios que le brinda
la novela policial clásica.

Pensamiento Actual. Volumen 14 - N 62 o. 22, 2014. Universidad de Costa Rica.
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Malcolm Lowry.Bajo el volcán. Novela.


Malcolm Lowry
(Birkenhead, 1909-Ripe, 1957) Escritor británico. Abandonó sus estudios en Cambridge para ser marinero, experiencia que relata en su primera novela, Ultramarina (1934). Residió en EE UU, México y Canadá. Progresivamente alcoholizado, transformó sus obsesiones en materia de una brillante obra literaria, influida por Melville y por Joyce (Bajo el volcán, 1947; Lunar cáustico, 1963; Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, 1968); son notables también sus poemas y su epistolario.
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/l/lowry.htm
***
El Día de Muertos de 1938 es una jornada aciaga para el ex cónsul británico en México, Geoffrey Firmin, un hombre alcohólico, arruinado por los fantasmas de su mente y de su pasado y cuyos oscuros sentimientos de culpabilidad alimentan una soterrada voluntad de autodestrucción. Incapaz de reaccionar al regreso de su ex mujer, Yvonne, el cónsul deja que ella se acerque de nuevo a su hermanastro Hugh, trotamundos implicado en actividades políticas. Y durante las veinticuatro horas en que transcurre la novela, en un México que simboliza al tiempo el paraíso y el infierno terrenales, se suceden alejamientos, malentendidos y encuentros conflictivos, y hasta violentos, con personajes de toda índole. Un funesto augurio un indio moribundo al borde de un camino da la primera señal de alarma. Mientras Geoffrey, cada vez más ensimismado, naufraga lentamente en sus delirios etílicos ante los ojos de Yvonne y Hugh, éstos asisten impotentes a los estragos de su trágica caída.
Fuente: N.N.

Fragmento. Bajo el volcán. Novela.


¡De cuantas maravillas / pueblan el mundo, la mayor, el hombre! / Él en alas del noto entre la bruma / cruza la blanca mar, sin que le asombre / la hinchada ola de rugiente espuma. / Y a la Tierra también, la anciana diosa, / incansable, inmortal, ha domeñado / con sus ágiles mulas, yunta airosa, / que año tras año le hincan el arado.
Él a las aves, cabecitas hueras, / a los monstruos del ponto y a las fieras, / ingenioso y sagaz, las redes tiende, / y nada de sus mallas se defiende. / Para rendir al animal que ronda / libre los campos, con primor se amaña, / y bajo el yugo domador sujeta / al resistente toro de montaña, / al potro hirsuto de cerviz inquieta.
El lenguaje adquirió, y el pensamiento / que corre más que el viento, / y el temple vario en que el vivir estriba / del hombre en la ciudad. Con hábil treta / los flechazos del hielo astuto esquiva / y el chubasco importuno / que no dejan parar a cielo raso. / Su avance no detiene azar alguno, / y no hay dolencia que le salga al paso / que a soslayar no acierte. / De sólo un mal no escapa: de la muerte.

SÓFOCLES, Antígona


Now I blessed the condition of the dog and toad, yea, gladly would I have been in the condition of the dog or horse, for I knew they had no soul to perish under the everlasting weight of Hell or Sin, as mine was like to do. Nay, and though I saw this, felt this, and was broken to pieces with it, yet that wich added to my sorrow was, that I could not find with all my soul that I did desire deliverance.

JOHN BUNYAN, Grace Abounding for the Chief of Sinners


Wer immer strebend sich bemüht, den kónnen wir erlösen.

GOETHE



 I


Dos cadenas montañosas atraviesan la República, aproximadamente de norte a sur, formando entre sí valles y planicies. Ante uno de estos valles, dominado por dos volcanes, se extiende a dos mil metros sobre el nivel del mar, la ciudad de Quauhnáhuac. Queda situada bastante al sur del Trópico de Cáncer; para ser exactos, en el paralelo diecinueve, casi a la misma latitud en que se encuentran, al oeste, en el Pacífico, las islas de Revillagigedo o, mucho más hacia el oeste, el extremo más meridional de Hawai y, hacia el este, el puerto de Tzucox en el litoral atlántico de Yucatán, cerca de la frontera de Honduras Británica o, mucho más hacia el este, en la India, la ciudad de Yuggernaut, en la Bahía de Bengala.
Los muros de la ciudad, construida en una colina, son altos; las calles y veredas, tortuosas y accidentadas; los caminos, sinuosos. Una carretera amplia y hermosa, de estilo norteamericano, entra por el norte y se pierde en estrechas callejuelas para convertirse, al salir, en un sendero de cabras. Quauhnáhuac tiene dieciocho iglesias y cincuenta y siete cantinas. También se enorgullece de su campo de golf, de multitud de espléndidos hoteles y de no menos de cuatrocientas albercas, públicas y particulares, colmadas por la lluvia que incesantemente se precipita de las montañas.
En las afueras de la ciudad, cerca de la estación del ferrocarril, se yergue, en una colina ligeramente más alta, el Hotel Casino de la Selva. Está situado bastante lejos de la carretera principal y lo rodean jardines y terrazas que, en cualquier dirección, dominan un amplio panorama. Aunque palaciego, lo invade cierta atmósfera de desolado esplendor. Porque ya no es un casino. Ni siquiera se pueden apostar a una partida de dados las bebidas que se consumen en el bar. Lo rondan fantasmas de jugadores arruinados. Nadie parece nadar jamás en su espléndida piscina olímpica. Vacíos y funestos están los trampolines. Los frontones, desiertos, invadidos de hierba. Sólo dos campos de tenis se mantienen en buen estado durante la temporada.
Hacia la hora del crepúsculo del Día de Muertos, en noviembre de 1939, dos hombres, vestidos de franela blanca, estaban sentados bebiendo anís en la terraza principal del Casino. Habían jugado primero al tenis, luego al billar, y las raquetas envueltas en fundas impermeables y cautivas en sus prensas —la del doctor, triangular, la del otro, cuadrangular— descansaban frente a ellos en el parapeto. Mientras se acercaban las procesiones que descendían serpeando por la colina detrás del hotel, llegaban hasta ambos los sonidos plañideros de sus cánticos; volviéronse para ver a los dolientes, a los que sólo pudieron distinguir poco después, cuando las melancólicas luces de sus velas comenzaron a girar entre los lejanos haces de los maizales. El doctor Arturo Díaz Vigil acercó la botella de Anís del Mono a M. Jacques Laruelle, que ahora se asomaba, absorto, por encima del parapeto.
Abajo, ligeramente a la derecha, en el gigantesco atardecer encarnado cuyo reflejo sangraba en las piscinas desiertas esparcidas por doquier como otros tantos espejismos, extendíanse la paz y la dulzura de la ciudad. Desde donde estaban sentados, ésta parecía bastante apacible. Sólo escuchando atentamente, como ahora lo hacía M. Laruelle, podía percibirse un sonido confuso y remoto —claro y, sin embargo, inseparable del minúsculo murmullo, del sonsonete de los dolientes— como de un cántico que se elevaba para luego caer, y un pisoteo regular —los estallidos y gritos de la fiesta que había durado todo el día.
M. Laruelle se sirvió otro anís. Estaba bebiendo anís porque le recordaba el ajenjo. Un intenso rubor teñía su rostro y su mano colocada sobre la botella, en cuya etiqueta un demonio encarnado blandía ante sus ojos un tridente, temblaba un poco al asirla.
—Quise persuadirle de que se marchara para se déalcoholiser —dijo el doctor Vigil. Titubeó al emplear la expresión francesa, y prosiguió en su mal inglés—. Pero yo mismo me sentía tan enfermo aquel día, después del baile, que sufría física, realmente. Eso es pésimo porque nosotros los médicos debemos comportarnos como apóstoles. Recuerde que aquel día también usted y yo jugamos al tenis. Pues bien, después busqué al Cónsul en su jardín y le mandé un muchacho para ver si venía unos minutos a tocar a mi puerta; se lo agradecería; si no, que me escribiera una nota si la bebida no lo había matado ya.
M. Laruelle sonrió.
—Pero se han marchado —prosiguió el otro—. Y sí, pensé preguntarle a usted también aquel día si lo habían buscado en casa del Cónsul.
—Estaba en mi casa cuando usted telefoneó, Arturo.
—¡Oh!, ya lo sé, pero pescamos una horrible borrachera esa noche anterior, nos pusimos tan 'perfectamente borrachos'*, que me pareció a mí que el Cónsul se sentía tan mal como yo —el doctor Vigil meneó la cabeza— La enfermedad no se halla sólo en el cuerpo, sino en aquella parte a la que solía llamarse alma, ¡pobre de su amigo! ¡Gastar su dinero en la tierra en esas tragedias continuas!
M. Laruelle terminó su copa. Levantóse y se dirigió al parapeto; apoyando las manos sobre las raquetas, miró hacia abajo, en torno suyo: contempló los abandonados frontones de jai-alai con las paredes cubiertas de hierba, vio las mesas de tenis, muertas, y la fuente, bastante cercana al centro de la avenida del hotel, en donde un campesino había detenido su caballo para darle de beber. Dos americanos, un joven y una chica, iniciaban un tardío partido de ping-pong en la galería del anexo inferior. Cuanto había ocurrido hacía hoy exactamente un año parecía pertenecer ya a una era distinta. Se hubiera podido creer que los horrores del presente lo habían engullido como una gota de agua. Pero no había sido así. Aunque la tragedia estaba transformándose en algo irreal y sin significado, parecía que aún era permitido recordar los días en que la vida personal tenía algún valor y no era una simple errata en algún comunicado. Encendió un cigarrillo. Lejos, a su izquierda, en el nordeste, más allá del valle y de los contrafuertes en forma de terraza de la Sierra Madre Oriental, ambos volcanes, Popocatépetl e Iztaccíhuatl, se erguían majestuosos y nítidos, contra el fondo del crepúsculo. Más cerca, tal vez a unos quince kilómetros, a menor altura que el valle principal, distinguió el pueblo de Tomalín, anidado tras la selva, desde la cual ascendía un tenue velo de humo ilícito: alguien quemaba leña para hacer carbón. Ante sí, del otro lado de la carretera principal, se extendían campos y boscajes entre los cuales serpeaban un río y el camino de Alcapancingo. La atalaya de una prisión se elevaba sobre un bosque entre el río y la carretera que se perdía más adelante, allá donde las colinas purpúreas de un paraíso a lo Doré desaparecían en la distancia. En la ciudad, las luces del único cine de Quauhnáhuac, que construido en una colina se destacaba notablemente, se encendieron de pronto; vacilaron un momento y volvieron a prenderse.
—'No se puede vivir sin amar' —dijo M. Laruelle—. Como ese 'estúpido' lo escribió en mi casa.
—Vamos, 'amigo', despreocúpese —dijo el Dr. Vigil, a su espalda.
—Pero, '¡hombre!' ¡Yvonne volvió! Eso es lo que nunca podré entender. ¡Volvió a su lado! —M. Laruelle regresó a la mesa, en donde se sirvió y bebió un vaso de agua mineral de Tehuacán. Dijo:
—'Salud y pesetas'.
—'Y tiempo para gastarlas' —replicó, absorto, su amigo... M. Laruelle contempló al doctor que, recostado en su silla de playa, bostezaba; observó su rostro, su rostro de mexicano imposiblemente apuesto, moreno e imperturbable, los ojos oscuros de mirada bondadosa, inocentes, como los de aquellos niños oaxaqueños, bellos y ansiosos, que viven en Tehuantepec (sitio ideal en el que las mujeres hacen el trabajo mientras los hombres se bañan todo el día) y las manos pequeñas y finas y sus delicadas muñecas en las que resultaba casi sorprendente ver que despuntaba un vello negro y áspero.
—Dejé de preocuparme hace mucho, Arturo —dijo en inglés, quitándose el cigarrillo de los labios con sus dedos nerviosos y finos, en los cuales tenía conciencia de llevar demasiados anillos—. Lo que encuentro más... —M. Laruelle se percató de que su cigarrillo estaba apagado y se sirvió otro anís.
—'Con permiso' —el doctor Vigil le acercó un encendedor que ardió con tal rapidez, que le pareció como si ya hubiera estado prendido en el bolsillo de donde lo sacó; tal fue la coincidencia entre ademán e ignición. Ofreció la llama a M. Laruelle—. ¿No fue usted nunca aquí a la iglesia de los desheredados —preguntó de súbito—, donde está la Virgen de aquellos que no tienen a nadie?
M. Laruelle negó con la cabeza.
—Ninguno va allí. Sólo los que no tienen a nadie —dijo el doctor pausadamente. Se guardó el encendedor en el bolsillo y miró su reloj, enderezando la muñeca con ágil movimiento—. Allons-nous-en —añadió— 'vamonos' —y se rió perezosamente con una serie de cabeceos que parecían inclinar su cuerpo hacia adelante, hasta que la cabeza descansó entre sus manos. Después se levantó y fue a situarse junto a M. Laruelle en el parapeto, aspirando profundamente—. ¡Ah! Ésta es la hora que me encanta, con el sol que se oculta, cuando todo hombre se pone a cantar y todos los perros a «ladronear».
M. Laruelle se rió. Mientras conversaban, el cielo, hacia el sur, se había cubierto de furor y tempestad; ya los dolientes habían desaparecido de la colina. Adormercidos en la altura, los zopilotes flotaban en el aire sobre sus cabezas.
—Entonces, a las ocho y media; tal vez vaya a pasar un rato en el 'cine'.
—Bueno. Lo veré entonces esta noche en el sitio convenido. Recuerde: sigo sin creer que se vaya mañana —tendió la mano y M. Laruelle, que le guardaba afecto, la estrechó vigorosamente—. Trate de venir en la noche; si no, entienda, por favor, que siempre tendré interés por su salud.
—'Hasta la vista'.
—'Hasta la vista'.
Solo, junto a la carretera por la que hacía cuatro años llegó desde Los Ángeles, hasta el último kilómetro de aquel viaje largo, insensato y hermoso, también M. Laruelle resistíase a creer que se marcharía. La idea del mañana le pareció casi insoportable. Se detuvo indeciso sobre la ruta que seguiría para llegar a casa, cuando el autobús Tomalín-Zócalo, pequeño y repleto, pasó traqueteando a su lado hacia la falda de la colina, rumbo a la barranca, antes de iniciar el ascenso a Quauhnáhuac. Esta noche le repugnaba seguir el mismo camino. Atravesó la calle, con rumbo a la estación. Aunque no iba a marcharse por ferrocarril, ante la idea de la partida, de su inminencia, nuevamente le invadió una abrumadora tristeza y, evitando puerilmente las agujas, siguió por los rieles. Los rayos del sol poniente rebotaban en los tanques de petróleo que se hallaban en el pasto del andén. La estación dormitaba. Las vías estaban desiertas; las señales, levantadas. Poco de cuanto en ella había daba idea de que alguna vez allí llegara un tren, por no decir que de allí saliera.

viernes, 27 de marzo de 2015

Apostillas literarias. Breves ideas sobre la Novela Negra y el Laberinto del Verdugo.

(Foto: en el orden usual, los escritores: Guillermo Fernández, Daniel Quirós, J.Méndez-Limbrick y Carlos Cortés).

Apostillas literarias. Breves ideas sobre la Novela Negra y el Laberinto del Verdugo.
La refundición de la actual novela negra.
Ideas expuestas en la Feria Internacional del Libro. Antigua Aduana. Año: 2014.

Siempre he sido un escéptico a los cánones.  Porque al final: ¿qué es un canon?  Un canon  es – a mi entender – un modelo de características perfectas en el Arte.
Los cánones literarios occidentales se remontan a la época greco-latina y así seguiría el Arte en general durante muchos siglos, mirando a estas dos grandes culturas como modelos.

Sin embargo, hoy por hoy existen zonas grises, zonas en las que el Arte en general – en este caso la Literatura y sus diferentes géneros -  no se pueden clasificar con facilidad. En este caso preciso: la novela negra, la novela policial o gótica.
Quizá los que mejor han entendido este tema o problemática son los académicos Dra Nadina Olmedo y el Dr Osvaldo Di Paolo.

Di Paolo doctor en Literatura y profesor de la Universidad de Austin Peay conjuntamente con la doctora Olmedo, han elaborado toda una teoría sobre la refundición de los géneros literarios (novela negra, gótica y policial) en lo que han llamado muy acertadamente: novela negrótica.

Dice el citado profesor:
“En La novela policial (1968), P. Boileau y T. Narcejac puntualizan la relación entre la novela criminal y de terror, ya que en varias ocasiones ambas utilizan un componente básico —el miedo-delito— como eje de sus sucesos. Para ambos críticos “el miedo provoca la investigación y la investigación hace desaparecer el miedo”. Claro que sus conclusiones son pertinentes a la mitad del siglo XX, en la cual la novela policial clásica predomina en el mercado editorial. En la actualidad, la paulatina transformación de la novela detectivesca clásica en novela negra no siempre incorpora una investigación que valide de manera exclusiva esta aserción.  A su vez, si bien en La novela criminal (1991), Valles Calatrava señala que “hay hechos delictivos en Drácula de Bram Stoker o el Frankenstein de Mary Shelley por ejemplo, o elementos terroríficos en Los crímenes de la calle Morgue, pero tales componentes figuran como un elemento temático no excesivamente relevante, como un aditamento”; hoy en día es posible afirmar que existen textos en los que el miedo y el delito operan como cimientos narrativos constantes, productos de la evolución de la novela negra y de la gótica.

Especialmente en tiempos contemporáneos, estos dos géneros se fusionan homogéneamente para dar origen a la “novela negrótica”, la cual se vale de los elementos inherentes a cada uno—detective, criminal, crimen (en la vertiente negra) y castillos, vampiros, fantasmas, laberintos (en la corriente gótica). Al mismo tiempo, estas dos tendencias bien demarcadas comparten recursos comunes—suspenso, nociones del bien y del mal, asesinos, terror, violencia, peligro, víctimas y victimarios, personajes supernaturales, marginalidad, venganzas, espacios en ruinas y decadentes e identidades dobles— y, en un mismo texto, resaltan su convergencia posmoderna para vociferar los terrores de la sociedad contemporánea. En otras palabras, esta disolución genérica entre el gótico y la novela negra vuelve a coagularse en un negrótico posmoderno. Esta mutación (1) resalta las áreas subterráneas que yacen detrás de las experiencias cotidianas y que preocupan al individuo y al seno social en su conjunto, (2) cuestiona los miedos, creencias y prejuicios que repercuten en la sociedad y (3) presenta una estética sombría producto de la intranquila experiencia colectiva. Para escudriñar estas aseveraciones, este ensayo explora la metamorfosis del vampiro-asesino contemporáneo en El laberinto del verdugo (2009) de Jorge Méndez Limbrick y resaltar la problemática actual de la sociedad costarricense”.
Spanish American Studies
Session:
Metamorfosis: bestias, vampiros y posthumanidad. Universidad de Kentucky, USA.

Más, estos conceptos – de zonas grises y penumbrosas -  no son totalmente de principios del siglo XXI  porque, el genio de la literatura polaca Wietkiewicz, en la primerísima mitad del siglo XX, poseyó conceptos interesantísimos acerca de la novela como género, dice:

“ Por esa misma razón, una novela puede ser cualquier cosa, independientemente de las leyes de la composición, empezando por una aventura psicológica...” No transcribo literalmente el fragmento en mención puesto que,  es demasiado extenso.
Lo importante de la anterior afirmación del escritor polaco es que afirma sin tapujos que en una novela existen y siempre existirán zonas grises en donde lo clasificación es imposible.

Pienso entonces que, lo importante de un texto narrativo no es su clasificación per se,  sino si está bien o mal escrito, y si entretiene  al lector, lo demás sobra.
Sin embargo, retomando la idea de los académicos Olmedo y Di Paolo, en efecto hoy en día se puede percibir una refundición de géneros y en especial en la novela negra y lo que han definido como novela negrótica.

Veamos:
1. En la Novela Negra siempre los  ambientes son oscuros, tenebrosos, no así en la Novela Policíaca. En el Laberinto del Verdugo se da siempre un clima oscuro, incluso la mayoría de las narraciones la acción transcurre en la noche. Es un mundo nocturno.
2. En la Novela Negra  la solución del misterio no es lo importante, sino lo que se desarrolla, lo que se cuenta. En el Laberinto del Verdugo, en efecto, lo importante no es la solución de los crímenes.
3. En ambas corrientes (novela negra y policial)  la violencia está presente. Sin embargo,  pienso que en la Novela Negra, la violencia es una violencia larvada a diferencia de la policial. Este último es un rasgo típico de El laberinto del verdugo: la violencia es una violencia oculta, poco descriptiva.
4. Una zona que se difumina en ambos géneros son los personajes que por lo general son personajes derrotados, de los bajos fondos. En el Laberinto del verdugo, la mayoría de los personajes, chapotean en los bajos fondos.
5. En la Novela Negra es más importante ahondar en la psique humana no así en la novela policíaca que lo importante es resolver el crimen. En El laberinto del verdugo, se hace un extenso cuadro psicológico de Henry de Quincey. Los crímenes se dejan de lado, son un pretexto para contar otras historias, una historia de un San José oculto entre otras.
6. En la Novela Negra se retratan las debilidades humanas. En El laberinto del verdugo, se hace un estudio del por qué de los asesinatos y las flaquezas humanas, principalmente las de don Julián Casasola Brown. Además, existe un amplio análisis de lo ético y lo moral.

Hoy por hoy – vuelvo a repetir- el Arte en general deja a un lado los conceptos clásicos del canon y se refunde o se funde con otros géneros algo impensable varias décadas atrás.

Trilce: escisión del yo en seno del hogar Santiago Vizcaíno Armijos.


ENSAYO
Trilce: escisión del yo en seno del hogar

Trilce: escisión del yo en seno del hogar
Santiago Vizcaíno Armijos

Hay un lugar que yo me sé
en este mundo, nada menos,
adonde nunca llegaremos.
César Vallejo

Ya se ha dicho de Trilce (Lima, 1922) que “es el libro más radical de la poesía escrita en lengua castellana”(1), o que es el libro “aquel donde su poética de vanguardia alcanza cabal realización, aquel que constituye la matriz generadora de lo mejor de su obra”(2). O también que “Trilce es un libro extremo, revolucionario por su exploración de un lenguaje auténtico (…)”.(3) El mismo “indio” Mariátegui apreció la poesía de Vallejo como “una experiencia filosófica” donde se “condensa la actitud espiritual de una raza, de un pueblo”.(4) Y así se podría seguir citando el súmmum crítico que ha atendido a la poética de Trilce. El acervo bibliográfico al que podemos acceder es, pues, inmenso y abruma a aquel que se inicia en el estudio crítico de su obra con el ingenuo afán de plantear una novedad.

Abundan asimismo los estudios estilísticos exhaustivos del lenguaje de renovación expresiva que desarrolla Vallejo en Trilce y con el cual rompe con la tradición inmediatamente anterior: el modernismo. Por ello se lo ha situado, además, como figura totémica de la vanguardia latinoamericana. Hay quienes, por supuesto, discrepan con esta aseveración, y ven en Trilce más bien la figura de la escisión de un orden que va más allá de las tendencias que empezaban a surgir —creacionismo, ultraísmo— o que se encontraban en auge —surrealismo—. Sea lo que fuere, Vallejo surge como una grieta, como una fisura que hay que atender en toda su complejidad, porque dicha renovación estética se lleva a cabo en extrema conjunción con una idea del mundo que lo margina y lo eleva por sobre sus contemporáneos.

Entre Los heraldos negros (1917) y Trilce parece haber una gran distancia que se asienta sobre la base de una necesidad intimista, de autenticidad personal que lo liga con volver al origen, a lo autóctono, que Mariátegui entiende como un “americanismo genuino y esencial” (1995: 205), y que Yurkievich manifiesta dentro de una “posición de desamparo, limítrofe del riesgo” (1997: 151). Estas dos interpretaciones, sin embargo, no se excluyen, sino que muestran una necesidad de autenticidad que solo puede situarlo, tratando él mismo de recuperar el espacio de lo propio, al margen del canon literario de su tiempo. No hay un salto entre Los heraldos negros y Trilce, sino una intensificación de las experiencias anteriores. Aun cuando en el primer poemario ya existe la presencia de muchos elementos trilcianos, en su segunda publicación, además de la experimentación lingüística, aumenta el grado de intensidad poética. Con Trilce se hace completo el divorcio de Vallejo con el modernismo. Las temáticas se vuelven más originales: “(…) los episodios de la infancia se diluyen y pierden su carácter anecdótico; los personajes familiares se universalizan saliendo del mero recuerdo histórico y del sentimentalismo más banal. Se descarnan pues los temas, se abstractizan las nociones, se esencializan los sentimientos”.(5)

Es significativo, desde luego, el largo silencio crítico que sucedió a la publicación de Trilce. Y también el silencio poético que se impone (1922-1937) frente a la incomprensión de sus contemporáneos. Es una labor titánica, desde luego, realizar un estudio prolijo de las diversas miradas críticas que han aparecido después de su muerte (1938), que sería más bien un trabajo monográfico que ya lo han emprendido, entre otros, Giovanni M. Zilio, Marco Martos y Elsa Villanueva(6), y Rafael Gutiérrez Girardot.(7) Una labor minuciosa, abarcadora, que opera desde el nivel estilístico hasta el desmenuzamiento interpretativo de cada poema de un libro fragmentario, hermético, irreverente como Trilce. Sin embargo, coincidimos con Julio Ortega cuando afirma que el poema hermético, por su propia condición, permite de mejor manera el libre ejercicio hermenéutico.

Tatiana Bubnova establece a la memoria como función de la poesía; la vivencia poética concebida como fenómeno de la experiencia personal que se eleva al rango de lo universalmente significativo. En Trilce, en efecto, la experiencia personal condensa la memoria colectiva de la humanidad. Hay, entonces, una actitud ética frente al mundo: “una postura personalizada que pretende alcanzar la ‘realidad’ para afectarla, herirla, cambiarla”.(8) Vallejo es consciente de la necesidad de trastocar los sublimes ideales del romanticismo y el modernismo, aunque todavía pervivan en él sus formas lingüísticas (ritmo, métrica): “Se pavonea con el despliegue transcultural, transhistórico y transgeográfico, con la vistosa mixtura de ingredientes, con la bohemia, la astenia y la neurastenia, con las angustias crepusculares” (Yurkievich, 1997: 147). La experiencia personal, entonces, se corresponde con la búsqueda de formas expresivas que se acomoden al dolor que siente frente al mundo; por ello Trilce es un texto fracturado que muestra la contradicción entre la exaltación romántica del yo y la destitución del sujeto moderno del puesto central de la creación.

En el acto de memoria que ejecuta la poética de Trilce es imposible la “ilusión monarca”, como dice Jean Franco. Vallejo realiza una tarea desmitificadora del ideal armónico de la tradición modernista. De ahí que la fractura frente a lo propio, aunque nazca como ideal de lo auténtico, sea en esencia el rasgo que determina el sentimiento lírico del yo. Dice Guillermo Sucre que “la obra no hace sino expresar una realidad previamente dada, y no que constituye una (otra) realidad”.(9) En efecto, Vallejo recrea el universo en un plano verbal que atraviesa la historia. No solo es en ese sentido el retorno al origen, a lo indígena, como ha dicho Mariátegui, ni tampoco la novedad lingüística —el uso de neologismos, coloquialismos o la ruptura de la lógica sintáctica— lo que legitima la transgresión de la obra de Vallejo, es la falta de impostura, una autenticidad que no necesita de razones extrapoéticas para justificarse, “un lenguaje que crea su propia presencia” (Sucre, 1975: 48).

Sobre la base de estos dos postulados teóricos: por un lado, la condensación poética —a partir de una experiencia personal— de una memoria colectiva, universal, y, por otro, que la poesía no surge como representación de nada ni de nadie, sino que es metáfora del mundo, acto intuitivo de liberación, reivindicamos la experiencia crítica que vemos manifiesta en Trilce, y optamos por una labor interpretativa sobre la base de un texto que por sus condiciones intrínsecas anuncia y enuncia su propia noción de lo objetivo. La ambivalencia de las formas lingüísticas —en el plano morfológico y semántico— que opera al interior de la obra, permite una mayor apertura hacia la exégesis desde la descontrucción de ese orden fragmentario donde cada ejercicio hermenéutico resulta un volver a empezar.

Vallejo se inscribe así en la poesía de la modernidad, poesía crítica del lenguaje mismo donde se pone en cuestión lo que se crea. Así, frente a la evocación de lo familiar del pasado infantil que podría resultar espacio de consolación, el poeta opone la gran desolación que le ha significado el enfrentamiento con el mundo. Dice Sucre: “La crítica del lenguaje, pues, podría resolverse en esta reconciliación: el presente puro de la poesía regenerando la actualidad degradada de la historia” (1975: 57). La poesía de Vallejo duda constantemente del lenguaje que crea, lo pone en entredicho, y por ello funda un enunciado verbal que desequilibra las estructuras lógicas sintácticas. La tarea es, entonces, como plantea Paul Ricoeur: “Cruzar el umbral más allá del cual el lenguaje se sostiene como discurso”.(10) Hay una autonomía semántica del texto que es necesaria advertir y que nos abre a múltiples lecturas.

En Trilce, hay por un lado una evocación ideal del espacio familiar provinciano —una actitud que ya se venía desarrollando en Los heraldos negros—, y, por otro, ese mismo seno se transfigura en espacio de orfandad, de desolación. La idealización de ese pasado infantil, donde la relación con la madre es fundamental, no sirve al yo lírico para contrarrestar la sensación de abandono que ha experimentado al alejarse de él. Este sentimiento paradójico escinde al yo poemático, lo triza. Por ello queremos atender y centrarnos en un punto que ya más o menos hemos delineado líneas arriba: el tema del retorno al hogar.

El tema del hogar es tratado de manera directa en siete de los textos que componen el poemario: III, XXIII, XXVIII, XLVII, LII, LXI y LXV. Dicho leitmotiv “se caracteriza por tener un tono evocativo de la infancia, la familia y está más vinculado a la porción más personal de Los heraldos negros. Temáticamente significa una prolongación, un puente con la estética del primer libro” (Martos y Villanueva, 1989, p. 27). Sin embargo, consideramos que tanto en el poema III como en el número XXVIII es más evidente que la evocación del hogar intensifica la sensación de orfandad y, por tanto, la fragmentación del sujeto. En estas composiciones, la evocación se nutre de la calidez del hogar, pero también manifiesta su distancia; la memoria despierta la orfandad. Es decir que operan dos niveles temporales que marcan la fractura: el tiempo de lo evocado y el tiempo de la evocación. Además, la figura simbólica de la madre no recrea, como podría suponerse, la necesidad psicológica de retorno al espacio de protección infantil, sino que acrecienta la atmósfera dolorosa en su ausencia. De allí que las primeras líneas del poema III digan:


Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da la seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.(11)

La soledad inerme del yo se agudiza desde el primer momento. Sin preámbulo, el poema desnuda la condición existencial de abandono: las personas mayores, símbolo del orden que rige el seno del hogar, se han ido. El tiempo de la infancia se reivindica como espacio primordial en oposición al orden. Quien da las seis es el campanero ciego Santiago, metáfora de Cronos, que impera en el Caos universal anterior al orden definitivo del universo impuesto por Zeus. Santiago, además, figura de la oscuridad sincrética con la del afuera —“y ya está muy oscuro”—, se impone en relación con la ciudad provinciana a la que se alude a lo largo de Trilce. Así, el escenario de la infancia se conjuga con la visión de un universo prístino —el reino de Cronos— donde el orden que se ha impuesto en el mundo moderno está todavía ausente. Retorno al origen, sí, pero para mostrar un yo cuya orfandad es resultado de un orden confuso donde la gran figura, la madre, tampoco aparece. Porque el poeta no ha escogido “mi madre”, sino Madre, lo que universaliza el sentido de orfandad del sujeto poemático.

Pero no es solo el yo lírico el que sufre la soledad del hogar:

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.

Estos tres personajes —que se relacionan directamente con los nombres de los hermanos mayores en orden ascendente de Vallejo—(12) forman parte del marco familiar que rodea al sujeto poemático para acrecentar la idea de un universo pueril atravesado por la ausencia de la madre. Las formas lingüísticas coloquiales como el uso del diminutivo o el apócope de Natividad están imbricadas también con la cosmovisión de un mundo donde las formas lingüísticas no pueden ser más que las del habla. Así, Vallejo se rebela contra el uso de las formas “cultas” que la poesía de la tradición precedente ha impuesto. Y, en ese sentido, no imposta, sino que las inserta en el tejido poético para evocar lo propio de ese espacio de revelación.

Es el yo, además, el que asume una suerte de paternidad frente a los otros huérfanos: “cuidado con ir por ahí”. Y es ese ahí que veda el sujeto, donde han ido sus congéneres “ganguenado —llorando, gimiendo— sus memorias penas” (metáfora del dolor que provoca la memoria que doblega y produce el “gangueo”), el lugar omnímodo del desabrigo. En este párrafo se condensa, pues, el universo familiar campesino; la visión del corral manifiesta la cercanía de los hombres del campo con los animales domésticos. En ello se ve reflejada una cotidianidad que se contrapone con el universo de la ciudad y, en suma, con el orden de la modernidad y la oposición que escinde al sujeto moderno en esa dialéctica de civilización y barbarie.

El monólogo trilciano agudiza las sensaciones de soledad mediante el uso del vocativo y de las formas lexicales coloquiales:

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe de ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

La esperanza está en el mañana, donde se reanudará la norma de lo cotidiano, la libertad propia de los infantes que se solazan en el juego. El ahora produce “pena” y, por ello, debe ser contrarrestado con la promesa del restablecimiento del orden al retorno de los mayores. “Vamos viendo”, “¡el mío es más bonito de todos”, “todo el santo día” y “como debe de ser”, construcciones del habla familiar e infantil, alternadas, se conjugan con otro nivel de reflexión lejano que corresponde al escenario de la evocación desde el que el yo reestablece la memoria de los días pueriles. Los giros caseros, coloquiales, denotan una referencia concreta por medio de la reproducción de lo que podemos reconocer en labios de la madre o de los pequeños, mientras la reflexión del yo que evoca es más compleja, sobre todo al final del poema:

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir.

Así, “obedientes y sin más remedio”, resignados, los niños esperan el regreso como desagravio. ¿Pero cuál es el agravio? No es solo el haberlos dejado solos, abandonados, sino también la subestimación que ejerce el poder del adulto sobre el niño: “como si también nosotros / no pudiésemos partir”. Los “mayores siempre delanteros” afirma esa condición arquetípica desde la ironía: el adverbio más el adjetivo ejecutan una hipérbole que modifica significativamente el sentido de la prosodia. “Siempre delanteros”, siempre más allá de nosotros, adelante, desestimando la capacidad infantil, privándolos del mundo del afuera. Este topos arcádico que sugiere el poema está atravesado por estas construcciones duales: “mayores y menores, padres e hijos, irse y quedarse, atemporalidad del juego y temporalidad marcada por las campanas del ‘ciego Santiago’ (como si el tiempo se encarnase en este ‘santo’ de la oscuridad)” (Ortega, 1991, p. 55). Sin embargo, es el ambiente de oscuridad el que puebla tanto el interior como el exterior del sujeto poemático:

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.

El monólogo del yo se interrumpe abruptamente al final del poema, se produce un giro al darse cuenta que el único solo es él. La pregunta por sus congéneres revela la angustia existencial que produce el abandono. A lo largo del texto, Vallejo se vale del vocativo para darnos la ilusión de una orfandad compartida. Ese dirigirse le permite delimitar el topos de la infancia hasta cierto punto feliz, solo interrumpida por la ausencia de la madre. Sin embargo, el vuelco final extrema dicha ausencia: llama, busca en la oscuridad y reclama lo que es obvio: “No me vayan a haber dejado solo / y el único recluso sea yo”.

El hecho de que este texto haya sido escrito posiblemente en la cárcel no parece ser determinante en la alusión final, porque la referencia directa, que bien podría marcar la fusión del sentimiento doloroso de la privación de la libertad en consonancia con el abandono de la infancia, no produce una transformación semántica en la cosmovisión que hemos advertido en el texto, más bien perturba la posibilidad de una interpretación menos biográfica. La sensación de orfandad que produce la partida de las personas mayores se metaforiza en el dolor del recluso, y no al revés. La fragmentación del sujeto se produce al evocar —desde un cronotopos lejano— un espacio que no logra aplacar el sentimiento de orfandad, más bien lo multiplica.

Por otro lado, en el poema XXVIII, sin duda uno de los más hermosos de las composiciones trilcianas por su intensidad lírica, la voz poética adopta un tono desgarrado que se manifiesta por la constatación del quebrantamiento del hogar propio:

He almorzado solo, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.(13)

Aumenta la tensión lírica frente a la nostalgia de un pasado ya abolido: el de la infancia. El yo poético establece la distancia entre el espacio ajeno donde almuerza, solo, y la evocación de la madre y el padre ahora ausentes. El almuerzo denota no solamente el desarraigo del sujeto que se ve obligado a satisfacerse en solitario, sino el rito del yantar al interior del reducto familiar a través del uso de las metáforas. Así, en la imagen “el facundo ofertorio de los choclos”, ha fundido tres vocablos que condensan el almuerzo familiar en una suerte de celebración eucarística, religiosa. El “ofertorio” —“parte de la misa, en la cual, antes de consagrar, el sacerdote ofrece a Dios la hostia y el vino del cáliz”(14)— recibe el epíteto de facundo —“fácil y desenvuelto en el hablar”(15)—, es decir, caracteriza al nombre con un calificativo de otro orden y, en ese sentido, antropomorfiza el rito cristiano, lo asienta sobre el ambiente íntimo familiar, porque, además, es “ofertorio de los choclos”.

Por un lado, Vallejo introduce un universo de suma sencillez, el del almuerzo, pero el tratamiento del lenguaje complejiza el sentido al juntar múltiples variantes lingüísticas del mismo campo semántico con otros: “Porque el poeta no escoge sus palabras de un diccionario, sino del contexto de la vida en el cual las palabras se sedimentan y se impregnan de valoraciones”.(16) Por ello también, la metáfora “broches mayores del sonido” parece aludir a los hermanos mayores, joyas mayores del bullicio característico del yantar; con lo que el poeta completa el cuadro evocativo de lo que al yo le ha sido negado: “(…) y no he tenido / madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua, (…)”.

Sin embargo, ese yo es obsesivo, vuelve sobre el sentimiento de dolor subjetivo al evocar la ausencia fatal de la madre:

Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.

El sentimiento de orfandad es claro, y se relaciona directamente con el contenido afectivo del poema III, porque la ausencia de la madre acrecienta la soledad que angustia al sujeto poemático. En el primer caso, por el abandono infantil en el seno del hogar y, en el otro, por la muerte de la progenitora. La marginalidad del almuerzo solitario en casa ajena provoca revivir el quebrantamiento de lo propio, inexistente a esta nueva temporalidad. Doble ausencia, entonces: la de la casa ajena y la del topos familiar del yo. El ser se fragmenta, pues, y se niega la posibilidad de satisfacer el hambre: “Cómo iba a almorzar nonada”.

Vallejo opone la carencia de la circunstancia íntima del yo, que ha perdido lo propio, a la realidad familiar del ambiente ajeno: “A la mesa de un buen amigo he almorzado (…)”. La evocación de ese espacio le causa dolor al enfrentarse a su desasimiento. Aun cuando el pretérito perfecto del primer verso del primer párrafo parece corresponderse con el primero del tercero, pertenecen, en el plano de la memoria, a momentos distintos. El pasado de los dos párrafos iniciales es pura evocación del hogar propio, figura de orfandad, que se puebla al evocar el almuerzo en casa del amigo, a partir del párrafo tercero, donde, por oposición, el yo lírico acrecienta su realidad desarraigada. El espacio familiar del amigo le es completamente ajeno: “con su padre recién llegado del mundo, / con sus canas tías que hablan / en tordillo retinte de porcelana, / bisbiseando por todos sus viudos alvéolos; y con cubiertos francos de alegres tiroriros, porque estánse en su casa. Así, qué gracia!”

El padre del “buen amigo” conoce el mundo, ha viajado, es decir, simboliza la figura patriarcal del orden burgués. Por otro lado, la imagen de las tías es en extremo particular, porque sincretiza, otra vez, términos de campos semánticos distintos para calificarlas de forma irónica: Así: “La imagen está hecha de una típica transposición sincrética: ‘con sus canas tías que hablan / en tordillo retinte de porcelana’ sugiere, en efecto, que las tías trasiegan utensilios de porcelana blanca y negra pero también que ellas mismas son como pajarillos algo pintorescos” (Ortega, 1991, p. 152). O también, dicen Martos y Villanueva: “La solidaridad del amigo, cuya familia rodea al poeta (el padre que regresa del trabajo, las canosas y desdentadas tías y hasta el franco sonido de los cubiertos), no logra atemperar la soledad de Vallejo para quien esa felicidad ajena se trastoca en dolor al constatar una vez más su definitivo desarraigo” (1989, p. 170).

En efecto, el yo poético reafirma la actitud pintoresca de la familia burguesa, citadina, pero para acentuar la antítesis con su realidad, a la vez provinciana y anodina: “porque estánse en su casa. Así, qué gracia! / Y me han dolido los cuchillos / de esta mesa en todo el paladar”. El rasgo irónico intensifica una suerte de resentimiento frente al mundo que le ha tocado en suerte; y el uso de la sinestesia degradada o indirecta “doler los cuchillos de esta mesa” desplaza el sentido físico de los cuchillos hacia otro dominio emocional que se hiperboliza: “en todo el paladar”.

El universo ajeno, sin bien no le es hosco, no suple aquel que se evoca, donde la madre es figura señera:

El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la
MADRE,
hace golpe la dura deglusión17; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.

La perspectiva contrastante que ofrece el poema señala la capacidad de la poesía para afincar en lo específico situaciones cotidianas puestas en crisis. La MADRE, con mayúsculas, se instala como núcleo simbólico de lo familiar. Su ausencia, ya universalizada —no solo como experiencia específica del yo—, restablece la angustia de la orfandad, “hace golpe la dura deglusión”. Es decir que el lenguaje poético que produce la experiencia íntima trilciana siempre excede la confesión del drama de lo cotidiano. En ese sentido, no es solo intensa catarsis de un sentimiento de soledad, sino el resultado de un proceso de exploración lingüística que la rebasa. Por eso las transposiciones lingüísticas formales “el dulce, hiel; aceite funéreo, el café” exacerban la condición íntima del yo a la vez que la pueblan de sentidos múltiples; es por este mecanismo que decimos, junto con Guillermo Sucre, que la poesía crea y recrea su propio objeto.

Tanto en el poema III como en el XVIII, el párrafo condensa el dolor acuciante del sujeto poemático; la sensación de orfandad se percibe como desgarradura, como quiebre:

Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria del amor.

Pero es además vuelta al origen: del poema y de la circunstancia vital. En los dos casos —III y XXVIII— el párrafo inicial y el final ejecutan un golpe semántico, muy claro, que desequilibra de entrada y se asienta al final sobre la base emotiva del dolor. Los poemas se van estructurando de manera compleja en el uso de sus formas lingüísticas a medida que avanzan, pero el espacio donde el yo lanza su grito de desamparo se establece al inicio y se refuerza al final.

Ya lo había dicho Vallejo en Contra el secreto profesional: “Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad, de vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana”. (18) Pues Trilce es resultado de esa búsqueda de autenticidad, de lo propio, cuyo componente fundamental es la intensidad con la que el poeta asume su propio dolor para universalizarlo. Esa necesidad que surge como rasgo íntimo permea el campo objetivo de la realidad para ejecutar una fisura, un quiebre que cambiaría la forma de concebir el acto poético en lo posterior. El entramado lírico de Trilce se inscribe así en la poética moderna, donde “las palabras producen una suerte de continuo formal del que emana poco a poco una densidad intelectual o sentimental imposible sin ellas; la palabra es entonces el tiempo denso de una gestación más espiritual, durante la cual el ‘pensamiento’ es preparado, instalado poco a poco en el azar de las palabras”.(19) Así, Vallejo funda de cierta manera la poética moderna hispanoamericana, desequilibra la estructura lingüística donde el orden de lo bello ocupaba el lugar central. Vallejo hace posible que lo fragmentario multiplique el sentido de lo propio, cuya virtud esencial es el quiebre, la fisura por donde se cuelan los sentidos y dinamitan el lenguaje.

NOTAS DE PIE

1. Julio Ortega, en César Vallejo, Trilce, Madrid, Cátedra, 1991, p. 9.
2. Saúl Yurkievich, Suma crítica, México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 146.
3. Jean Franco. César Vallejo. La dialéctica de la poesía y el silencio, Buenos Aires, Sudamericana, 1984, p. 125.
4. José Carlos Mariátegui, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Caracas, Ayacucho, 1995, pp. 206-207.
5. Estilo y poesía en César Vallejo, Lima, Editorial Horizonte, 2002.
6. Las palabras de Trilce, Lima, Seglusa Editores, 1989.
7. César Vallejo y la muerte de Dios, Bogotá, Panamericana Editorial, 2002.
8. Tatiana Bubnova, Poesía como acto de memoria, en Esther Cohen y Ana María Martínez de la Escalera, coordinadoras, De memoria y escritura, México, UNAM, 2002, p. 131.
9. Guillermo Sucre, Poesía hispanoamericana y conciencia del lenguaje, en La máscara y la transparencia, Ensayos sobre Poesía Hispanoamericana, Caracas, Monte Ávila Editores, 1975, p. 36.
10. Paul Ricoeur, Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido, México, Siglo XXI, 2003, p. 13.
11. César Vallejo, Trilce, Madrid, Cátedra, 1991, p. 51-52.
12. No hay que olvidar que César Vallejo fue el menor de 11 hermanos que tuvieron Francisco de Paula Vallejo Benítez y María de los Santos Mendoza Gurrionero.
13. C. Vallejo, Trilce, p. 150.
14. DRAE, 2001, p. 1093.
15. DRAE, p. 699.
16. Valentín Voloshinov (M.M. Bajtin), La palabra en la vida y la palabra en la poesía. Hacia una poética de la sociología, en Hacia una filosofía del acto ético, Puerto Rico, Anthropos, 1997, p. 125.
17. Sic. En Trilce es constante la introducción deliberada o no de erratas ortográficas. En la edición de Cátedra, Julio Ortega aclara: “Para esta edición hemos utilizado como texto base la primera, corrigiendo las erratas más evidentes, y hemos tenido a la vista la segunda (Madrid, 1930). Todo parece indicar que Vallejo no corrigió las erratas de la primera edición cuando autorizó se hiciera la nueva impresión; solo algunas son enmendadas y varias nuevas se añaden por evidente descuido. Hay que deducir que así como el poeta no corrigió personalmente las pruebas de la edición príncipe, tampoco lo hizo con las de ésta” (1991, p. 27).
18. César Vallejo, Contra el secreto profesional, en Escritos en prosa, Buenos Aires, Losada, 1994, p. 73.
19. Roland Barthes, El grado cero de la escritura, México, Siglo XXI, 1989, p. 48
http://www.telegrafo.com.ec/cultura/carton-piedra/item/trilce-escision-del-yo-en-seno-del-hogar.html


***

«Trilce» es uno de los libros más radicales de la poesía escrita en lengua castellana, surgido al comienzo del cambio estético que atraviesan las vanguardias de su tiempo. Dos características definen esencialmente a «Trilce»: «difícil», por su escritura hermética y por la tendencia del poema a borrar sus referentes, y «demandante», porque exige al lenguaje decirlo todo nuevo, como si nada estuviese dicho. Nuestra edición establece el texto fidedigno y más solvente, a la vez que hace la historia crítica y comentada de cada uno de los poemas.





Trilce
César Vallejo


I

Quién hace tánta bulla, y ni deja
testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración
en cuanto será tarde, temprano,
y se aquilatará mejor
el guano, la simple calabrina tesórea
que brinda sin querer,
en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialóidea
grupada.

Un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE LOS MAS SOBERBIOS BEMOLES

Y la península parase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.














II

Tiempo Tiempo.

Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era.

Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.

Mañana Mañana.

       El reposo caliente aún de ser.
Piensa el presente guárdame para
Mañana mañana Mañana mañana.

               Nombre Nombre.

¿Qué se llama cuanto heriza nos?
Se llama Lomismo que padece
nombre nombre nombre nombrE.


III

Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
 y el único recluso sea yo.

                     IV

Rechinan dos carretas contra los martillos
hasta los lagrimales trifurcas,
cuando nunca las hicimos nada.
A aquella otra sí, desamada,
amarguradabajo túnel campero
por lo uno,y sobre duras áljidas
pruebas                   espiritivas.

Tendime en són de tercera parte,
mas la tarde -qué la bamos a hhazer-



se anilla en mi cabeza, furiosamente
a no querer dosificarse en madre. Son
los anillos.
Son los nupciales trópicos ya tascados.
El alejarse, mejor que todo,
rompe a Crisol.

Aquel no haber descolorado
por nada. Lado al lado al destino y llora
y llora. Toda la canción
cuadrada en tres silencios.

Calor. Ovario. Casi transparencia.
Hase llorado todo. Hase entero velado
en plena izquierda.

                      V

Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad,
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!

A ver. Aquello sea sin ser más.
A ver. No trascienda hacia afuera,
y piense en són de no ser escuchado,
y crome y no sea visto.
Y no glise en el gran colapso.

La creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.
Los novios sean novios en eternidad.
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto,
hasta despertar y poner de pie al 1.

Ah grupo bicardiaco.


VI

El traje que vestí mañana
no lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.

A hora que no hay quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.
 
Quedaron de su propiedad,
fratesadas, selladas con su trigueña bondad.

Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
               ¡COMO NO VA A PODER!
Azular y planchar todos los caos.

VII

Rumbé sin novedad por la veteada calle
que yo me sé. Todo sin novedad,
de veras. Y fondeé hada cosas así,
y fui pasado.

Doblé la calle por la que raras
veces se pasa con bien, salida
heroica por la herida de aquella
esquina viva, nada a medias.

Son los grandotes,
el grito aquel, la claridad de careo,
la barreta sumersa en su función de
¡ya!

Cuando la calle está ojerosa de puertas,
y pregona desde descalzos atriles
trasmañanar las salvas en los dobles.

Ahora hormigas minuteras
se adentran dulzoradas, dormitadas, apenas
dispuestas, y se baldan,
quemadas pólvoras, altos de a 1921.

                    VIII

Mañana es otro día, alguna
vez hallarla para el hifalto poder,
entrada eternal.

Mañana algún día,
sería la tienda chapada
con un par de pericardios, pareja
de carnívoros en celo.

Bien puede afincar todo eso.
Pero un mañana sin mañana,
entre los aros de que enviudemos,
margen de espejo habrá
donde traspasaré mí propia frente
hasta perder el eco
y quedar con el frente hacia la espalda.

  IX            

Vusco volvvver de golpe el golpe.
Sus dos hojas anchas, su válvula.
que se abre en suculenta recepción
de multiplicando a multiplicador,
su condición excelente para el placer,
todo avia verdad.

Busco volver de golpe el golpe.
A su halago, enveto bolivarianas fragosidades
a treintidós cables y sus múltiples,
se arrequintan pelo por pelo
soberanos belfos, los dos tomos de la Obra,
y no vivo entonces ausencia,
                ni al tacto.

Fallo bolver de golpe el golpe.
No ensillaremos jamás el toroso Vaveo
de egoísmo y de aquel ludir mortal
de sábana,
desque la mujer esta
          ¡cuánto pesa de general!

Y hembra es el alma de la ausente.
Y hembra es el alma mía.


X

Prístina y última de infundada
ventura, acaba de morir
con alma y todo, octubre habitación y encinta.
De tres meses de ausente y diez de dulce.
Cómo el destino,
mitrado monodáctilo, ríe.

Cómo detrás desahucian juntas
de contrarios. Cómo siempre asoma el guarismo
bajo la línea de todo avatar.
Cómo escotan las ballenas a palomas.
Cómo a su vez éstas dejan el pico
cubicado en tercera ala.
Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas.

Se remolca diez meses hacia la decena,
hacia otro más allá.
Dos quedan por lo menos todavía en pañales.
Y los tres meses de ausencia.
Y los nueve de gestación.

No hay ni una violencia.
El pariente incorporase,
y sentado empavona tranquilas misturas.

XI

He encontrado a una niña
en la calle, y me ha abrazado.
Equis, disertada, quien la halló y la halle,
no la va a recordar.

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle
el talle, mis manos han entrado en su edad
como en par de mal rebocados sepulcros.
Y por la misma desolación marchóse,
delta al sol tenebroso,
trina entre los dos.

"Me he casado",
me dice. Cuando lo que hicimos de niños
en casa de la tía difunta.
                Se ha casado.
                Se ha casado.

Tardes años latitudinales,
qué verdaderas ganas nos ha dado de
jugar a los toros, a las yuntas,
pero todo de engaños, de candor, como fue.

XII

Escapo de una finta, peluza a peluza.
Un proyectil que no sé dónde irá a caer.
Incertidumbre. Tramonto. Cervical coyuntura.

Chasquido de moscón que muere
a mitad de su vuelo y cae a tierra.
¿Qué dice ahora Newton?
Pero, naturalmente, vosotros sois hijos.

Incertidumbre. Talones que no giran.
Carilla en nudo, fabrida
cinco espinas por un lado
y cinco por el otro: Chit! Ya sale.


XIII

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el -vientre de la Sombra,
aunque la Muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!

  XIV
Cual mi explicación.

Esto me lacera de tempranía.

Esa manera de caminar por los trapecios.

Esos corajosos brutos como postizos.

Esa goma que pega el azogue al adentro.

Esas posaderas sentadas para arriba.

Ese no puede ser, sido.

Absurdo.

Demencia.

Pero he venido de Trujillo a Lima.

Pero gano un sueldo de cinco soles.

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