domingo, 30 de noviembre de 2014

Enrique Amorim.



Narrador uruguayo cuya obra es muy extensa y variada estéticamente, pero que es recordado por una clásica novela rural: La carreta.

Nació en Salto y se le identifica con los temas del gaucho, el campo y la pampa, a los que estuvo ligado desde niño y que en los años treinta ocupaba una posición central en la literatura de la región. Pero hay otras facetas en su obra: el novelista urbano, el escritor comprometido, el realista, psicológico y poético, por citar algunas.

Hijo de estancieros, nació en el mismo pueblo que Horacio Quiroga y, como él, fue un escritor de las dos orillas del Río de la Plata. Después de llegar en 1916 a la provincia de Buenos Aires, comienza a escribir poesía y cuentos. La publicación de La carreta (Buenos Aires, 1929, primera edición, definitiva, Buenos Aires, 1952) y, cinco años después, de El paisano, señalan el inicio del primer ciclo significativo de su producción y el apogeo de su fama. El segundo ciclo es de transición, pues intenta fórmulas y temas nuevos para él: la novela psicológica (La edad despareja, 1938), policiaca (El asesino desvelado, 1945) y política (Nueve lunas sobre Neuquén, 1946). Es un periodo dominado por su creciente participación en las cuestiones ideológicas propias del momento. En 1950 se inscribe en el Partido Comunista y sufre persecución del gobierno de Perón, por lo que busca refugio en Salto.

La tercera etapa es una especie de síntesis de las anteriores porque retorna a los temas del campo, pero les añade sus preocupaciones sociopolíticas, como lo demuestran Corral abierto (1956), Los montaraces (1957) y otras novelas que siguió publicando hasta el año de su muerte. Amorim representa la vertiente telúrica de la novela realista hispanoamericana, con una tendencia esencialmente tradicional en cuanto a técnica narrativa. El hecho de que permaneciese fiel durante tanto tiempo a esos ideales, cuando la novela marchaba ya en otras direcciones, quizá ayude a explicar porqué un autor, que escribía aun pasado el medio siglo, resulta ahora tan alejado de nuestros gustos.

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Enrique Amorim (1900-1960), quien con El asesino desvelado de 1945 logró ser el único uruguayo incluido en la mítica colección El Séptimo Círculo, cuando era dirigida por Borges y Bioy Casares. Sin lugar a dudas que fue la amistad de Amorim con los directores editoriales la que determinó su inclusión, ya que la novela no posee méritos propios que justifiquen su publicación en esa serie.Esta novela registra la aventura de un argentino que se evade de Francia durante la ocupación alemana. En alta mar se enamora de una extraña mujer, hija del inventor de la `hulla invisible`. Tal es el principio de este relato, después , en rauda sucesión, ocurren un casamiento comprometedor, audiciones de discos misteriosos, remitidos por enemigos, coartadas inéditas en la historia del crimen. Diestramente, a través de los laberintos de una mentalidad torturada, nos conduce hasta la inolvidable revelación.

Fuente: N.N.
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Fragmento de la novela: “El asesino desvelado”.



ENRIQUE AMORIN
EL ASESINO DESVELADO

Editorial Huemul
Buenos Aires – República Argentina – junio de 1981

CAPÍTULO PRIMERO

"De Tito Hassam puede asegurarse que se condujo como un hombre normal durante su permanencia en Francia, allá por el año 1942. Soportó los riesgos y las privaciones con absoluta entereza; pero, según sus declaraciones, dormía penosamente, con el sueño resquebrajado. Sin razones de salud que podrían justificar el turbio reposo, al despertarse pasaba largas horas analizando la permanencia de sus fugaces huéspedes nocturnos. Se sentía "abandonado de la mano de Alá"   -eran sus palabras- desde la penosa evasión de París, al día siguiente de la visita de Hitler a la Tour Eiffel.
Dormía muy mal, con los oídos destrozados, no por el fragor de los cañones y el tableteo de las ametralladoras, sino por la dañina voz de los receptores de radio clandestinos. Europa lo devolvió a América con el sentido auditivo hiperestesiado de tanto campear noticias fidedignas. Trasnochado, insomne, partió rumbo a Buenos Aires y, en el camino, cargó con una mujer que imaginaba un delicado cadáver recogido en el campo de batalla.
Y ¡qué mala suerte la suya! A los 42 años, con buena salud y un físico agraciado, -piel mate, frente alta, ojos de lince, boca sensual-, el destino le deparó una de esas mujeres de hermosura espectacular, agresiva y beligerante de la cabeza a los pies.
Pero dejemos para más adelante las señas de la extranjera. Ya nos veremos obligados a no eludirla y, sobre todo, a contar el memorable encuentro en Madeira. Hablemos por ahora de Tito, Tito Hassam, xilógrafo de familia árabe, nacido en la calle Tres Sargentos de Buenos Aires -los padres importaron tejidos-, con justa nombradía en los ambientes artísticos del París de anteguerra y, por supuesto, perfectamente desconocido en su patria.
Hassam llevaba tres noches en blanco. No porque no durmiese, sino porque soñaba que no dormía. Una forma atroz del insomnio. Soñaba que padecía largas vigilias, dilatadas en paseos por el cuarto. Se levantaba con los huesos molidos, y no bien se veía reflejado en el espejo del lavatorio, le entraban ganas de tirarse nuevamente en la cama.
Cuando entró en el vestíbulo del cine Ambassador, su sistema nervioso se acomodó, de pronto, como una batería que empieza a recibir la carga con perfecta regularidad. Gracias al piso cubierto de gruesa alfombra, detalle éste que suele pasar inadvertido para los enfermos del sistema nervioso. Existe una importante relación entre el hombre y el suelo. Así, recuperada la calma, tranquilizado, en pocos minutos se convenció de la importancia que tendría aquella noche en el resto de su vida.
Sabía muy bien que en la gestación de cualquier aventura, además de la absoluta confianza en sí mismo, es necesario no tropezar con objetos inanimados que en una u otra forma se opongan a nuestros designios.
La alfombra espesa puso en sordina las cuerdas de sus nervios.
Se acercó a la taquilla y con marcada violencia pidió que le vendiesen una butaca, punta de banco, en la quinta fila del pullman. De antemano había estudiado aquella situación estratégica. Cuando el taquillero le contestó que lamentaba no poder complacerlo, levantó la voz y protestó:
-¡Claro, claro! ¡Se necesita ofrecer propina! ¡No hay ¡otra forma de contentar al público! ¡Qué asco, qué vergüenza!
El taquillero murmuró algunas excusas en voz baja: "No es posible contentar a todo el mundo... Usted comprenderá… Pero vamos a ver qué podemos hacer por usted".
Hassam creyó que había llegado el momento de hacer el escándalo, de vociferar agarrado a los barrotes de la taquilla.
-¡Y apúrese, que usted está aquí para servir al público y nada más!
La simulada indignación hizo blanco en el más robusto de los taquilleros que, en actitud belicosa, articulando esas confusas frases que muchas veces         -suelen oírse y no se toman en cuenta, abandonó su puesto y salió al vestíbulo. Algunos peatones callejeros entraron a presenciar el altercado, dispuestos a no perder una escena de la vida real en el recinto de la ficción. Un oficial de policía avanzó decidido a intervenir. Y como los uniformes tienen extraño poder atractivo, los noctámbulos ociosos, en desordenada balumba, irrumpieron en el vestíbulo. Ya entre ellos se comunicaban las más peregrinas versiones: Que habían aplaudido a Hitler, que alguien silbó á Fiorello La Guardia, que un sujeto gritó "¡Viva Francia!", que se pretendía interrumpir la proyección, que alguien se propasó con una señora.
Uno de los curiosos, en broma, o en serio (en tales momentos es difícil conocer la medida del buen humor), un sujeto con quevedos de oro, señores éstos que siempre tienen a mano las tarjetas de visita, tendió su diminuto distintivo por arriba del hombro del oficial, ofreciéndose para declarar en su favor.
-¡Tiene razón, tiene! -dijo el comedido- ¡Son más abusadores, son! ¡Los mejores asientos para el que los corrompe con la propina! ¡Tome mi tarjeta, tome!
Los ánimos se apaciguaron cuando intervino el empresario con el aire persuasivo del que tiene mucho que perder y mucho que ganar. "No se moleste. Yo le daré lo que pide". Mientras el oficial despejaba el vestíbulo, el provocador Hassam trepaba de tres en tres peldaños la escalinata lateral que conduce al pullman. Al subir, fue murmurando por lo bajo, entre suspirando las palabras alteradas por la prisa y el esfuerzo:
-¡Estupenda coartada! Yo creo que ninguno de estos tipos se olvidara de mí. Una coartada perfecta. ¡Con intervención policial! ¡Magnífico!
Entregó el billete y se dejó conducir hasta el asiento solicitado. Introdujo la moneda en la mano del acomodador, como, si presionase en el interruptor de una lámpara, y la luz se apagó al segundo.
Ya sentado, se fue quitando el sobretodo con economía de movimientos, y mientras la linterna encandilaba a otros espectadores, aprovechó para levantarse rápidamente y abandonar la sala. Al bajar la escalinata, en cabeza y sonándose las narices para que el pañuelo ocultase un tanto su rostro, se le ocurrió calarse los lentes ahumados y renquear por si alguien reconocía en él al irascible sujeto del altercado. Como la taquilla se hallaba bajo la escalinata, era difícil que le viesen abandonar el local. Se dirigió a la izquierda, perdiéndose entre el gentío, contento de verse reincorporado al tumulto de la calle.
Anduvo de prisa con el cuerpo penetrado por el frío de la noche. El insomnio produce escalofríos, pero también oleadas de calor no bien el paso se hace pronunciadamente enérgico. Cuando Tito Hassam llegó a la esquina de Florida y Tucumán buscó su automóvil en la fila de vehículos estacionados, tratando de esquivar al cuidador. Lo evitó, luego de una silenciosa maniobra. Nada de acelerar el motor ni dar portazos, ni encender las luces. Cuando el cuidador se acercó a recoger la propina, dejó caer la moneda en la mano callosa, ocultando el rostro. Y en pocos minutos, más exactamente en siete minutos -porque es de suma importancia contarlos en el presente caso-, nuestro hombre corría velozmente por Esmeralda, en dirección a Retiro. Aprovechó la breve pausa que le ordenó un agente de tránsito para sacar de la guantera su viejo Colt calibre 34 y colocarlo en el bolsillo trasero del pantalón, con las consiguientes dificultades.
Dieron las 10 en el reloj de la Torre de los Ingleses. Las campanadas lo impulsaron por Leandro Alem, buscando a la derecha el letrero luminoso del "Albatros Bar". Sabía que bajo la recova se balanceaba el llamativo pájaro luminoso que guiaba a marinos y noctámbulos.
Lo divisó desde lejos y trató de estacionar el coche en algún sitio oscuro, al amparo de uno de los pilares de la recova. Su viejo automóvil, de carrocería francesa -un auténtico modelo de Kellner, faux-cabriolet-, resultaba comprometedor por singularizarse demasiado. De cuatro plazas, nadie podía creerlo tan amplio a simple vista. Más bien parecía de dos asientos. Las personas que viajaban atrás pasaban inadvertidas. Pero en el coche persistía una presunta y remota elegancia, a pesar de que las líneas de la carrocería distaban bastante del gusto aerodinámico.
Al bajar del automóvil, palpó el revólver para experimentar la sensación reconfortante de un objeto inanimado a su disposición. Dos pasos más adelante, y las puertas de resorte del bar espetaron a tres marineros resueltamente borrachos. Tres marineros griegos que se insultaban en seis idiomas. Hassam conocía el griego de los barcos y las tratorías de los puertos italianos. Uno de los marineros amenazó de muerte al menos borracho de los tres porque le reclamaba cien dracmas.
Con el enjambre de voces aguardentosas y de soeces insultos, avanza por entre las mesas, tratando de afinar el oído mientras se aproxima al mostrador y se sienta, mejor dicho, cae en la silla con un peso de plomo colgado de las piernas.
A pesar del murmullo, del rumor y de los gritos repentinos que lanzan los mozos al reclamar las bebidas, puede distinguir las voces del barman. El cajero le resulta el menos expresivo y por lo tanto el más sospechoso. Gente extranjera, desechos de la vieja Europa, turba amontonada, oliente a café y tabaco ordinario.
Tito busca tenazmente una voz, tan sólo una voz en la ruidosa colmena de Buenos Aires. Está seguro de que un día, una noche, ¡O la tarde menos pensada, le saldrá al cruce, pues sus oídos están dispuestos a oírla, preparados para no confundirla con ninguna otra.
Es una voz particularísima de brusco acento nasal, grave y autoritaria, tal vez por su inflexión extranjera. Una voz de mando que emerge de un disco de fono-postal, de un siniestro disco negro que gira en sus pesadillas y en los dilatados insomnios.
Al sentarse, oyó una vez más el anónimo, fatigando una terrible amenaza. La púa recogía el hilo del siniestro mensaje. "¡Gloria!... ¡Sigo en el "Albatros"!... ¡Debes responder a nuestro llamado! Sabes que hay amenaza de muerte... ¡No escaparás!... Ven a verme. Sigo en el "Albatros"... Sigo en el "Albatros"... Sigo en el "Albatros"... "
En sus oídos sonaba la frase como si la púa se hubiese atascado. Tres discos había recibido Gloria en una semana. Y no sabía explicar la posible procedencia. Juraba y perjuraba que nada tenía que ver con aquella voz asomada a su vida con impresionante terquedad. Hassam escuchaba los discos, a veces solo. Cuando Gloria estaba presente él observaba las alteraciones de su rostro. Del disco mágico se alzaba un invisible personaje capaz de trastornar al marido menos celoso. A ella se le demudaba el semblante. "Le tiemblan los músculos de la cara -pensaba Hassam- como si, burlona y sarcástica, contuviese la risa o el llanto. Sus facciones se alteran. Sufre, padece, oculta un drama cuyas raíces están en un pasado tormentoso. ¿Por qué tanta emoción si nada tiene que ver con los anónimos? ¿Acaso teme a alguien?"
Hassam se considera una buena persona y se deja llevar por su natural inclinación a mirar la vida con desinterés. Evoca, entonces, toda su existencia anterior al encuentro con la misteriosa mujer que le acompaña.
El mozo se acerca y le sirve rebosando la medida de estaño. Hassam toma en sus manos la botella y le ruega que calcule la cantidad de whiskies que contiene y la deje sobre la mesa para poder servirse a su gusto. Paga la consumición a tiempo que mira la botella con mirada confidencial. Con otra botella en las manos, una de ésas en las que navegan su viaje sin fin los barquichuelos de yeso con mástiles de pino trabajado, contemplando el clásico navío de los presidiarios, lo sorprendió Gloria en la cabina, la víspera del arribo a Madeira.
La botella de whisky aviva en ese instante el memorable encuentro. Para entregarse al recuerdo, debe vaciar el contenido y ver de nuevo el mi-núsculo navío surcar el espacio limitado.
Bebe de un trago el primer vaso. Luego otro. La bebida va dando lugar al imaginario navío.
El oído se aligera con el aguardiente. Esto sólo lo saben los insomnes. Envuelto en la neblina del alcohol, echa a andar su pasado escrutando las palabras desperdigadas en el "Albatros Bar". De un momento a otro surgirá como un fantasma la voz de los anónimos...

CAPÍTULO II

En la línea ecuatorial el invierno se presenta solapado, alevoso. Sale de pronto como un lobo de un cubil.
Hassam recuerda la noche en que una mujer de extraordinaria belleza irrumpió en su cabina sin mediar el golpe de nudillos en la puerta. Se hizo presente como una ráfaga invernal. El viento que acompañaba a la desconocida heló sus manos. La miró, atontado, sin articular palabra, paralizado por su hermosura. Pocas veces en su vida le fue dada la fortuna de contemplar a una mujer de tan armoniosas formas. Su figura, enmarcada en la puerta de tableros que cerró con estrépito, resultaba plásticamente perfecta. Su estampa componía a maravilla contra los maderos de la cabina, la cara de perfil, los cabellos caídos cubriéndole la sien izquierda y parte de la mejilla, el hombro en escorzo, el cuello grácil. Inmovilizada por el miedo o el pudor, le recordaba a las modelos del atelier con todos los rigores de la composición:
-Usted puede salvarme, señor -dijo la desconocida con la mirada en el vacío-. Desde la partida de Lisboa he observado el pasaje, oculta en mi camarote, sin ser vista. Es usted el único capaz de comprenderme. Usted parece reacio al trato con el capitán... Él no me permite viajar en paz. Espera mi retribución por ocultarme. Me llamo Gloria, soy francesa, de Blois. Mi origen, alemán. Mi apellido, Liber. Tengo 26 años. He sido modelo de pintores. De Mariano Andreu, de Van Dongen, de Guillaume. Vengo huyendo. Escapé de un trance atroz, del que no puedo hablar. Le ruego que si nos permiten desembarcar en Madeira, me acompañe a tierra.
A medida que hablaba, su rostro iba despejándose, hasta ponerse radiante, cuando una ráfaga de viento marino, como un tajo en el cielo, desgarró las nubes permitiendo el lucimiento de un sol esplendoroso. El limpio raudal entró por el ojo de buey a tiempo que una claridad mental excitaba la imaginación del grabador. Fue un doble relámpago flamígero el que los unió. Hassam contaba días negros, lamentándose el abandono voluntario de una excelente compañera, cierta modelo francesa capaz de soportar la gloria y el infortunio. La abandonó cobardemente en un hotel de Montparnasse. Le faltó coraje para traerla consigo, no supo solucionar con naturalidad el problema sentimental que tantos artistas tenían resuelto. Había dejado escapar la ocasión que no se debe desdeñar, porque aquella muchacha conocía la clave de todos los sueños. Él necesitaba a su lado a un ser que contrariase sus mezquinas costumbres, a un ser lo suficientemente decidido para retorcer el pescuezo al despreciable burgués que a veces mal disimulaba.
Como el balance de su vida sentimental era desastroso, se abandonó al fácil encanto de la desconocida.
El barco crujía azotado por el desabrido temporal del mediodía. Esas borrascas con el sol en el cenit, oculto entre nubarrones, que nos toman en plena digestión a la hora más impropia para la prueba marina. Nunca había leído descripciones de tempestades desatadas a las doce del día. Y el navío soportaba en esos momentos el castigo de un disfrazado viento nocturno, de un viento trasnochado. La espantosa belleza de las tormentas, todas aquellas que se recuerdan a la vejez en tertulias dignas del cine, se produjeron siempre a altas horas de la noche o a la madrugada, como los suicidios, los estupros, los crímenes. Hassam recibió la visita de Gloria Líber a esa hora en que el barco huele a brea, transpira alquitrán y resinas excitados por el calor. La mujer soportaba la luz cenital, corriendo el riesgo de no verse favorecida por las medias tintas. Los vaivenes del temporal inusitado perjudicaban a su belleza. ¡Con qué placer, con qué fruición recordaba su primera entrevista con la Líber!
-Es la única hora que el capitán me deja libre. Su acecho acabará por dañarme -dijo ella en forma dramática y convincente. Un mechón de lacio cabello le cubría la mejilla derecha.
-No piense mal de mí. No soy una aventurera dominada por el capitán de un barco. En mala hora le pedí protección. Juega conmigo a los naipes y me presta libros de su biblioteca. Nada más. Pero impone que viaje escondida. Me amenaza con hacerme bajar en el primer puerto por no sé qué deficiencias en mi pasaporte. Usted puede salvarme. Es el único hombre soltero entre el pasaje de este grasiento Ville Fleury. ¿Me puede ayudar? ¿Tiene coraje? ¿Le sobra un poco de valor después de la huída de París? ¿Verdad que daba miedo aquel éxodo bajo la metralla?
La entrevista se perfilaba como un largo monólogo de Gloria. En realidad, Hassam le respondía afirmativamente porque él creía oír a la modelo abandonada en "La Coupole". Aquello que no supo emprender en tierra firme -tierra ardiendo-, lo desdeñado por cobardía, humanizaba su complacencia. Sí, debía ponerse a sus órdenes. Le rogó que esperase un momento. Ordenaría sus maderas, buriles y dibujos y saldrían a pasear juntos por la cubierta, y, si era necesario, enfrentada al capitán del Ville Fleury.
Hicieron un primer paseo por el deck a la caída de la tarde. Los pasajeros más inquietos se hallaban en la cabina del telegrafista, oyendo los noticiosos que irradiaban Berlín, Londres y Nueva York. Se reunían los desaprensivos del pasaje, simples curiosos, presuntos neutrales o que no temían exponerse a ser juzgados como agentes de espionaje. En cambio, aquellos que viajaban bien pagados por el Servicio Internacional de los países en guerra simulaban olímpica indiferencia, cansancio bélico, incredulidad...
Monsieur Hassam y mademoiselle Líber, los cuellos protegidos por espesas bufandas de lana, hablaban acodados a la borda con la mirada fija en el oleaje, siempre distinto, igual siempre. El mar, en ese momento, dominaba al barco. En los cristales se posaba una arena impalpable, de procedencia africana. Soplaría el simún. Al pasarse las manos por la frente, ella notó el salitre y la arenisca que endurecían las hebras de su pelo rubio. Él se lamió los labios, acosado por una sed repentina. Comunicó la sensación y ambos sonrieron mirándose la boca. En ese instante Gloria vio que el capitán del barco se dirigía hacia ellos. Con voz velada y misteriosa se lo advirtió a Hassam. El tono íntimo infundió en el ánimo de él la inequívoca condición de amante que acababa de otorgarle la extraña pasajera.
Le contestó en voz baja aun, posesionado de su papel.
-Las cartas están tiradas. No se aflija usted. Tranquilícese. El resto corre por mi cuenta.
Sí, Gloria estaba tranquila, completamente serena. El capitán, un hombre que frisaba en los cincuenta -nariz pronunciadamente aguileña-, tenía la complexión del marino, pero algo en él lo hacía falso, ambiguo, artificial. El curtido de la piel, la pigmentación de sus mejillas, no eran las del hombre de mar. Las ropas, demasiado elegantes...
Pasó de largo, sin saludarles siquiera, apenas soslayando una hosca mirada de hombre de tierra firme. "Los marinos no miran con esa teatralidad de mesa de tahúres", pensó Hassam.
-¡Qué hombre más raro! ¡Un aguilucho en el mar! -comentó cuando el capitán estuvo lejos-. La guerra, ¿habrá transformado a estos hombres en seres maliciosos, prevenidos? No parece un marino de verdad... ¿A usted no le hace la misma impresión?
Gloria Líber prefería no hablar demasiado del capitán.
-Tal vez... No todos son lobos de mar -contestó en tono burlón.
-Parece un capitán de pega. Usa los galones demasiado brillantes. Y he observado que sube las escaleras en una forma chambona. Es el marino más terrestre que he visto en mi vida.
-¡Oh, no tanto, Tito, usted exagera! ¿Qué quiere que sea? ¿Una especie de Simbad?
-Se ha dejado la barba para disminuir las proporciones de la nariz y adoptar mayor prestancia... ¡Y esa barba es de las crecidas en el sanatorio... o en el presidio!
Entre "sanatorio" y "presidio" hizo una pausa intencionada. Gloria se quedó mirándolo. La sombra de una sospecha cruzó por su imaginación.
-Le interesa demasiado la gente de a bordo -comentó-. Desconfianza o recelo. ¡Vaya uno a saberlo!
Le entretenía saberse confundido, tomado por lo que no era, suscitar sospechas entre la tripulación. Ya estaba acostumbrado a dudar de todo el mundo, a ver espías delante y detrás, a investigar en los desconocidos, a padecer desconcierto a cada paso. En el trance del capitán del Ville Fleury, ya se mostraba suspicaz, de puro temperamento deportista.
-No se inquiete usted, Gloria. Me importa tres pepinos lo que haga o deje de hacer, lo que sea o deje de ser ese sujeto disfrazado de capitán o ese capitán que pretende intrigarnos. Esperemos. ¡Verá cómo el lobo de mar se marea!
Rió dando rienda suelta a una franca familiaridad. Ella lanzó una mirada investigadora para desentrañar el rostro tornadizo del grabador. Se le acercó, como si pretendiese leer en sus pupilas. La proximidad de la desconocida le resultaba molesta. Ésta, en voz baja, entre persuasiva y familiar, fue diciéndole por lo bajo:
-¡Qué alivio, Dios mío! Ahora puedo confiar en alguien. He viajado como una delincuente, escapando del camarote a medianoche. Aguardando la salida del sol para esconderme. Creía que todos los pasajeros eran siniestros. Así me lo dio a entender el capitán. Pues ahora, que se guarde su barba venerable. Prefiero recuperar mi profesión de modelo para un artista argentino.
No. No tenía el desparpajo de la aventurera, porque hablaba sin ninguna seguridad con frases entrecortadas, tajeadas de miedo. No pretendía conquistar a un pasajero cualquiera aprovechando la soledad. Tenía un aire huérfano, nada ficticio.
Tito Hassam daba crédito a sus palabras por una razón muy personal. Mientras la mujer hablaba, veía en ella a otra insistente mujer de la misma edad y condición que expresaba idénticas ideas. La confundía con la ausente, aquella tierna francesita de Montparnasse que soñó atravesar el mar, y que el artista Hassam había defraudado exponiéndola a la metralla del invasor. También ella tenía la costumbre de hablar en voz baja con frases cortas y suspiradas deformando las palabras infantilmente, pequeña variante que todavía no se le había ocurrido a la desconocida.
Las huellas del amor incumplido se prolongan hacia el primer ser que nos brinda cariño. Él volvía a padecer la ausencia de las ternuras que le ofreciera la modelo parisiense. Eran esquirlas metidas en su carne como residuos de una explosión.
-Volvamos cada uno a su respectiva cabina -dijo Gloria al separarse.
La conversación se había prolongado. Ambos se sentían humedecidos por la brisa crepuscular, aprendiza del viento nocturno.
-Hace frío, estoy toda húmeda -prosiguió-. Mi cuerpo reclama mantas y calor... ¡Qué lástima! ¡Quizá nunca podamos estar unidos junto al fuego!
Hassam, por toda respuesta, la tomó por el brazo y le preguntó:
-¿Comerá con él?
-No -respondió con firmeza-. Y para ahorrarle a usted el más mínimo disgusto, le prometo cortar relaciones con el capitán. Desde esta tarde -lo miró profundamente- seré su protegida.
-No me tome usted en forma tan paternal, Gloria. Tengo algunos años más que usted, pero...
Sacaron los cálculos. Evidentemente, Tito podía ser su padre.
Ella se tornó pensativa, pero un poco teatrales su actitud y su gesto produjeron una reacción desfavorable en el ánimo de Hassam.
-¿Cómo era su padre?
Ella habló del señor Líber, inventor, fabricante, hombre de empresa, cuya vida resultaba misteriosa desde el comienzo de la guerra, vale decir, desde que empezó a padecer los más atroces vejámenes y las más injustificadas persecuciones, para reincorporarse, de pronto, a la vida normal, sin dar explicaciones, sin la menor queja, sin una sola palabra de censura. Entraba y salía de los campos de concentración en forma sospechosa.
-El sufrimiento de mi padre no se relacionaba con el destino de mi madre. Poco le importaban nuestras penurias. Usted sabe que ese aspecto de la vida se anula con la fiebre bélica. Mi padre era un inventor y algo más... Guardaba un precioso secreto: podía aprovechar las vibraciones del sonido y transformarlas en energía, en fuerza motriz. Creía revolucionar la mecánica moderna.
Tito Hassam frunció el entrecejo demostrando asombro.
-Sí, era una realidad. Yo he visto funcionar la primera transformadora de energía en el pequeño taller que teníamos en Passy. Mi padre trabajaba al borde de las vías. Cuando se cruzaban dos trenes a un tiempo, el fragor hacía andar el mecanismo veinte minutos. Había contratado el ruido de varias fábricas de París. "La hulla invisible, la hulla invisible", repetía con aire iluminado. Pretendió arrendar el estruendo de un taller metalúrgico, y lo tomaron por loco. Yo sé que su idea no es nada descabellada. Mi padre trabajaba en el invento desde el año catorce. Se le ocurrió la idea al oír el tableteo de las ametralladoras. Pero no quiero..., no puedo hablar más de estas cosas. ¡Por favor, no me deje hablar más! Es un peligro para mí.
Hassam fue prudente. En premio a su discreción, manifestada como si se sintiese ofendido, Gloria le transmitió algunos sutiles entretelones del asunto.
-Mi padre confiaba en mí, tan sólo en mí. Los planos estuvieron en mis manos durante un tiempo. Me daba miedo ser depositaria de tal responsabilidad. Me dijo que sólo se los entregase a la persona que se presentara con este anillo.
Gloria sacó de su cartera un anillo de oro con una calavera cincelada.
-Me entregaron este anillo, les di los planos. Según Laval, unos minutos después el emisario murió carbonizado entre los escombros provocados por una bomba. Todavía veo la escena en todos sus detalles. Era un depósito de vinos. Oleadas de coñac invadían la calle, ríos de licores inflamados. Allí quedaron los planos del invento. Mi padre aseguraba que eran los únicos.
Gloria hizo un silencio lleno de gestos teatrales.
-Dicen que mi padre murió loco en un campo de concentración. Yo estoy segura de que es una mentira su muerte y la del emisario carbonizado. No sé... no sé... ¡No me haga usted hablar más, por favor!
Hassam estaba impresionado. No se atrevía a pronunciar una sola palabra. El oleaje del mar acunaba una frase de la desconocida: "La hulla invisible".
Pero la presencia corporal y rotunda de la espléndida mujer impedía el fantaseo. Estaba demasiado presente, era demasiado real para eludirla. La miró primero en los ojos, luego en los hombros y, por fin, fijó la vista en las manos. "Los dedos parecen garras", -pensó en ese instante-. "Esta mujer es distinta a todas".
-No sé si me persiguen, si alguien está encargado de seguirme. Creen que llevo el invento conmigo. Tomé el primer barco que pude porque hay dinero a mi nombre en un banco de Buenos Aires. Lo he sabido por una carta de mi madre. Y no me pregunte más, absolutamente nada más, porque yo no podré responderle a una sola de sus preguntas.
Y desapareció por el tubo de la escalera que descendía a las cabinas.
Desde aquella tarde, el capitán del Ville Fleury vivió aislado en su puente de comando. El segundo capitán dijo que la salud de su superior era delicada. Le excusó en el salón comedor y en la mesa de baraja francesa. Uno de los telegrafistas le dijo a Hassam que el capitán se había afeitado las barbas.
Hasta el arribo a Madeira contados pasajeros alcanzaron a verlo. Algunos, Tito Hassam entre ellos, lo buscaron en los días de tempestad y en el entrevero de conversaciones sobre la conducta desconcertante de los que emigraban de Europa. Al árabe Hassam -a pesar de su nacionalidad argentina, el pasaje lo veía como árabe, lo vigilaba como árabe, lo escuchaba como se oye a un oriental trasplantado que se expresa con la piel oscura de su raza-, el árabe Hassam, grabador, artista plástico, daba particular importancia a los rasgos humanos. Le inquietaba la presencia física del capitán: desde su indumentaria hasta su descomunal nariz aguileña. Un día lo sorprendió de perfil tras los cristales de la cabina. Un rostro extraño -aguilucho disecado, resultaba con las mejillas desprovistas de barba-. Aquélla fue la última vez que vio al capitán. Y ahora lo recordaba vagamente entre las turbonadas del alcohol, en un bar de Buenos Aires.
* * *
Se dejó llevar luego por la corriente de los recuerdos, deteniéndose en los pueriles detalles de su encuentro con la Líber.
Pero el episodio de su casamiento en Madeira le llenaba de gozo. A pesar del riesgo que corrió, era el momento estelar de su existencia. Entre sorbo y sorbo, volvía sobre los pasos perdidos, reconstruyendo el pasado.
Bajaron a tierra. Treparon la montaña y comieron debajo de un toldo anaranjado que más bien acrecentaba la tibieza cuando el sol dejaba caer rápidas pinceladas de calor. Almorzando en una terraza de vecina vegetación lujuriosa, rica en fragancias inéditas. ¡Oh tierra de Madeira, inolvidable, recordada en un bar cargado de voces aguardentosas, de agrios olores entremezclados!
Desde aquella terraza se divisaba la hermosa bahía limpia de embarcaciones con la grasienta presencia del Ville Fleury que, inmóvil en la rada, era escamoteado por súbitas nieblas, internándose caprichosamente en el mar o surgiendo de entre las montañas.
A veces, la visibilidad se tornaba dificultosa, como si mirasen a través de un cristal empañado. Las largas pestañas de Gloria recogían diminutas gotas de vapor y era un pretexto feliz para acercarse a su rostro. La charla se hizo confidencial, favorecidos por la atmósfera propicia, libremente expuestos a las influencias climatéricas.
El amor suele irrumpir impetuoso cuando la niebla aísla a las personas colocándolas como entre los bastidores de un vasto escenario de farsa. De pronto, las palabras adquieren categoría sobrenatural, sobre todo cuando el sol esgrime su alfanje y parte en dos las densas nubes, a la par que el ramaje humedecido.
Gloria y Tito se expusieron a los cambios atmosféricos y recibieron su influjo.
Fue en ese trance que el argentino prometió ayudarla, invocando el pabellón de su patria. Se lo comunicó en voz baja, casi en secreto, envolviendo sus palabras en la sordina de la niebla.
Gloria Líber sabía que una mujer soltera tropieza a cada instante con serios inconvenientes. Casada, podía entrar al país de su marido y defender su condición. Ella no se atrevía a insinuar semejante arreglo. Pero al abandonar la terraza del hotel descubrió que alguien los había estado espiando. Unas ramas se agitaron dejando caer la breve llovizna de la huída. Descendieron de la montaña por la pendiente, utilizando un vehículo sin ruedas, tosco trineo tropical.
El Ville Fleury permaneció en la rada tres semanas, incomunicado, esperando órdenes para zarpar y sin saber hacia dónde debían dirigirse. En las forzadas vacaciones, Gloria conquistó un nombre. En el Registro Civil de Madeira se puede leer: Gloria Líber, 26, francesa, y Tito Hassam, 42, argentino, contrajeron enlace el 25 de julio de 1942.
Hassam juró solemnemente -un extraño ademán de indudable origen árabe rubricó el pacto-, juró no hacer la más mínima averiguación sobre el pasado de su mujer. Vale decir, en términos contrarios, que desde ese mismo instante viviría obsesionado con el pasado de Gloria Líber, hermosa francesa; al parecer, hija de un inventor alemán; al parecer de 26 años, huérfana, al parecer...
Cuando el Ville Fleury enfiló hacia el Sur y ya volaba solitaria la inevitable gaviota ganadora de la maratón marina, Gloria y Tito formaban la pareja más feliz del barco. Tanto, que casi no les importaban las penurias del oscurecimiento obligado ni la dirección que llevaba el navío, ni el puerto al que arribarían. Si escaseaban los alimentos, Hassam dejaba de comer su parte para ofrecérsela a Gloria, y en las tediosas tardes invernales, le enseñaba a dibujar. Gloria se interesaba por la técnica y la destreza de su marido, que en pocos días hizo más de cien apuntes de su cabeza y una docena de xilografías.
Al parecer, ella iba poco a poco enamorándose del árabe argentino que Dios y Alá le habían puesto sobre un barco donde navegaban dudosos refugiados. Casada, legalizados sus pasaportes, dejaban de ser sospechosos. Madame Hassam, un nombre redondo, de grave enunciación.
El pasaje, curado de espanto, no reparaba en los signos extraños que generalmente preocupan a los supersticiosos. Los cambios de nombre en la vida del mar tienen profunda significación. Y un capitán que se afeita y desaparece por injustificados motivos sobre un barco que en épocas de paz surcaba los mares con otro nombre, se sumaba a innumerables agorerías. Ville Fleury podía leerse en los botes salvavidas. Y todos ignoraban el nombre primitivo. Pero no así la leyenda marina con los riesgos fatídicos que persiguen a las embarcaciones rebautizadas.

martes, 25 de noviembre de 2014

Jorge Guillén. Poeta de la Generación del 27 española.


LULA GÓMEZ.
Dentro de la colección dirigida por José Caballero Bonald de los mejores poetas del siglo XX en castellano, pone a la venta una antología de los poemas del vallisoletano Jorge Guillén (1893-1984), una de las voces más personales de España, según Rafael Alberti.

El literato, perteneciente a la generación del 27, es considerado el máximo representante español de la poesía pura, que él mismo define como "matemática y química y lo que permanece en un poema después de haber eliminado todo aquello que no es poético".

Su primera poesía se da a conocer a través de la Revista de Occidente, donde se publica la primera edición de Cántico, con 75 poemas, que crecería hasta las 334 composiciones de la cuarta y última edición (1950). Se trata de una obra vitalista y entusiasta que exalta la perfección del universo: "El mundo está bien hecho", dice Guillén.

Las guerras, dictaduras, injusticias, muerte y tiranías de mediados del siglo pasado marcan un giro en la visión del mundo del poeta que, a pesar de mantener su espíritu inicial, se tiñe más amargo y melancólico. Esa actitud se refleja en Clamor, que lleva como subtítulo 'Tiempo de historia' y que a su vez se subdivide en Maremágnum (1957), Que van a dar la mar (1960), Y a la altura de las circunstancias (1963). Por el contrario, en Homenaje (1967) vuelve al enfoque de primera poesía con versos dedicados a la cultura, el amor y la amistad.

Sus últimos trabajos fueron Y otros poemas (1973) y Final (1981), en donde, según el propio autor, aclara toda su obra. En su último libro las reflexiones sobre el mundo le llevan a consagrar su fe en la poesía, en la libertad y en la paz, para acabar su obra con un contundente: "Paz, queramos paz".

En 1977, un año después de recibir el Premio Cervantes, regresa de Estados Unidos a España. Vuelve del exilio al que le condenó la Guerra Civil. "Estalló entonces el acontecimiento / después de cuarenta años implacables, / a los cuarenta en punto de la Historia. / El exilio voluntario había concluido".

Como crítico, el poeta prologó Obras completas de Federico García Lorca y de Pedro Salinas, y estudió a Gonzalo de Berceo, Góngora, san Juan de la Cruz y Gustavo Adolfo Bécquer. Destacan sus ensayos Federico en persona y Semblanza y epistolario. Fue traductor de Paul Valéry, Paul Claudel y Jean Cassou.

El prólogo de la antología que se vende mañana junto con EL PAÍS es del escritor Mario Hernández.

http://elpais.com/diario/2009/03/10/cultura/1236639607_850215.html

Manuel Altolaguirre. Poeta de la Generación del 27 española. Rocío Huerta.



Rocío Huerta.
En el siglo XX ha habido muchos poetas-impresores. En España Juan Ramón Jiménez, Bergamín, Max Aub, pero sobre todo, Manuel Altolaguirre. Probablemente el más desconocido de la Generación del 27, en su no demasiado longeva vida (falleció a los 54 años en un accidente de tráfico cuando regresaba del Festival de Cine de San Sebastián, en 1959), fue además de poeta, editor, impresor, dramaturgo durante la Guerra Civil, crítico literario y cineasta (guionista y productor). La Residencia de Estudiantes publica ahora una retrospectiva de su obra y legado en formato de álbum de fotos acompañado por una completísima biografía a cargo del profesor James Valender.

Posiblemente, apunta Valender, esta multiplicidad de oficios que le ocupaban y su inmensa labor editorial haya ido en detrimento de su reconocimiento como poeta, “por otra parte él se quitaba importancia a sí mismo, es un ejemplo de humildad y de generosidad, ya que se encargó de la impresión y edición de las obras de sus contemporáneos”. Cernuda decía que era un poeta injustamente poco valorado, y Jorge Guillén declaró que, de todos los del 27, Altolaguirre es el que tiene una mayor biografía. Juan Manuel Bonet coincide con Valender en que ser impresor sí que le perjudicó: “En España no se soporta que alguien haga bien más de una actividad”, sentencia el crítico.

Cernuda decía que era un poeta injustamente poco valorado, y Jorge Guillén declaró que, de todos los del 27, Altolaguirre es el que tiene una mayor biografía
El volumen dedicado a Altolaguirre, el cuarto de la colección, es un viaje por el arte y el mundo de la imprenta, la revista literaria, la Residencia de Estudiantes, la Guerra en el exilio en México y Cuba, los veranos con Salvador Dalí y Gala y un mosaico de los fotogramas de Subida al cielo, que co-dirigió con Buñuel, y que capta los valores más plásticos y visuales de la película. El álbum es el fruto de siete años de trabajo, puesto que la recopilación de las fotografías ha requerido una importante labor de investigación. La mayoría de ellas proceden del archivo personal de Paloma Altolaguirre, hija del poeta, que vive en México, pero también se ha aprovechado el legado que había en la Residencia. “Un equipo de investigadores de la institución se ha dedicado a buscar archivos y materiales, sobre todo en España y también en México y Cuba. Aunque yo haya escrito el texto", explica Valender, "siento que este es un libro de equipo, porque he visto desde dentro la labor de muchas personas para homenajear a este editor desinteresado que gastó tanto tiempo en editar obra ajena”.

A pesar de ser un experto en la Generación del 27, y tener un profundo conocimiento de la vida y obra del poeta malagueño, a Valender sigue sorprendiéndole por los aspectos más personales del editor: “Hay un extraño ritmo en la vida de Altolaguirre. Salinas lo llamó el don Juan de las imprentas. Era una persona impulsiva, con mucho entusiasmo, pero también muy sensible a las presiones del momento”, explica el biógrafo refiriéndose a unas fotografías inéditas del poeta repartiendo propaganda republicana. Como los de su generación, Altolaguirre se sentía muy republicano y siempre se sintió comprometido de sobremanera con el momento sociopolítico. “Fotos como estas, que siempre están invitando a reconsiderar lugares comunes, recuerdan que Altolaguirre era una especie de ángel que vivía en las nubes… Pero a la hora de la guerra tuvo una postura muy clara”.

Su obra maestra, que es su primer poemario, Las islas invitadas, justifica el talento del autor. Juan Manuel Bonet considera que solo “por su limpieza twenties, por su felicidad de expresión en esta obra que describe sus playas geométricas con insectos y fragatas, ya habría que leer a Altolaguirre”. Pero hay muchas más razones para seguir leyendo a este “poeta de gran pureza, y también de gran hondura”, tan considerado por algunos y un poco olvidado por muchos al que, sostiene Bonet, le pudo perjudicar el ser simpático, “ese Manolito Altolaguirre, peyorativo para algunos”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/06/07/actualidad/1339096540_714915.html

sábado, 22 de noviembre de 2014

Luis Cernuda Bidon. Poeta. Sevilla 1902-México 1963.

 Ciudad de México, Educación, Escritores, Fotografía, México.

Cuatro instantes con Margarita Michelena
A 100 años: dos cartas.
Luis Cernuda, el amigo de Octavio Paz


Autor: Fred Álvarez Palafox (*)

“…Tú justificas mi existencia
si no te conozco no he vivido
si muero sin conocerte, no muero,  porque no he vivido…

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz…”

Luis Cernuda
* Su tumba se encuentra en la fosa 48, fila 4, sector C. Está abandonada en el Panteón Jardín de la Ciudad de México; debería estar en Sevilla, con todo respeto.

* En la lápida dice: “Luis Cernuda Bidon. Poeta. Sevilla 1902-México 1963″.

Ceernuda

Hoy martes 5 de noviembre se conmemora el 50 aniversario luctuoso del poeta Luis Cernuda Bridón. Nació en Sevilla el 21 de septiembre de 1902 y murió  de un infarto la mañana del 5 de noviembre de 1963 en la casa de su amiga Concha Méndez,  en la calle Tres Cruces 11 en  Coyoacán, Distrito Federal.  Al lado de donde quedó inmóvil estaba una máquina de escribir y un libro –Novelas y cuentos- de Emilia Pardo Bazán. Dentro del ejemplar había dos marcadores de página -uno con el David de Miguel Ángel y otro con el retrato de Francisco I por Tiziano- que desvelaban en qué página había quedado interrumpida la lectura.

Eva Díaz Pérez escribió en El Mundo (03/11/2013) que “el cuerpo del poeta estaba en el suelo, vestido aún con su batín, el pijama, las zapatillas y al lado, la pipa y unas cerillas. La muerte lo había sorprendido intentando fumar. En la máquina de escribir había frases por terminar, anotaciones sobre el teatro de los hermanos Álvarez Quintero….”

Un día antes había ido al cine. Vio el filme Divorcio a la italiana, de Pietro Germi, con Marcello Mastroianni, y le gustó tanto que durante el almuerzo propuso a Paloma Altolaguirre –hija de Concha Méndez y del poeta Manuel Altolaguirre- volver a verla con ella. Luego se retiró a su habitación como hacía todas las tardes.

Quizá por ser una persona poco amigable y difícil, el poeta fue enterrado con el acompañamiento de muy pocos amigos. Alí Chumacero comentó en su momento que él fue uno de los pocos que asistieron al Panteón Jardín.

“–Yo conocí mucho a Luis Cernuda, porque estuve encargado de la primera edición de su poesía completa para el Fondo de Cultura Económica: La realidad y el deseo. Corregimos juntos las pruebas. Fue una edición bastante bien hecha. Ahora sé que han hecho una edición en España que todavía no conozco. Él era un hombre muy huraño, muy extraño. No se llevaba con los españoles. Peleaba con todos. Cuando murió, aquí en México, fuimos a su entierro 17 personas. (…) Yo hice la observación en el camposanto y me dijeron: ‘No, es que toda la gente fue a (la funeraria) Gayosso. Por eso no vienen’. Pero cuando a un muerto no lo acompañan más que 17 personas, eso quiere decir que no es precisamente un personaje muy popular”. (Proceso, no.1651, 22 de junio de 2008).

El Ateneo de Madrid le rendirá un justo homenaje presentando el libro “Leve es la parte de la vida que como dioses rescatan los poetas (poemas para Luis Cernuda)”, editado por la revista Áurea. En la obra participan poetas como Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Colinas, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre, Andrés Trapiello, Luis Alberto de Cuenca, Pablo García Baena, Luis Antonio de Villena, Juan Gelman y la Premio Nobel Herta Müller, entre otros. Además, en este volumen se encuentra un manuscrito inédito de Cernuda con los borradores del “Soliloquio del farero” y dibujos y fotografías suyas, de igual forma inéditas.

A la vez, se proyectarán imágenes del madrileño de “Los placeres prohibidos” y se podrá escuchar su voz grabada; los asistentes al Ateneo podrán recorrer la etapa madrileña del poeta y su vinculación con el Ateneo, que solía frecuentar con sus amigos de la denominada Generación del 27, como Federico García Lorca y Vicente Aleixandre.

El día ocho de noviembre, también en Sevilla -su ciudad natal- será la presentación del libro; ahí se dieron cita más de 40 poetas; un día después, el sábado nueve se leerán poemas en las calles Acetres, frente a la casa donde nació y creció el poeta.

¡Maravilloso! Lástima que estemos tan lejos de la madre Patria. Quizá vaya a depositar una flor a su tumba en el Panteón Jardín.

Pero Cernuda no murió de amor, murió él, bueno una parte de él, ya que él vive cada vez que leemos su poesía:

“No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos….”
Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara….”



Luis Cernuda llegó a México exiliado y para quedarse. Nació en Sevilla en 1902 y vivió allí hasta 1928; después todo fue exilio eterno, pero siempre pensando en volver a Sevilla. Inició sus estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla, donde conoció a Pedro Salinas, que fue su profesor. Ya en los años veinte se trasladó a la ciudad de Madrid, donde entró en contacto con los ambientes literarios de lo que luego se llamará Generación del 27.

Durante un año trabajó como lector de español en la Universidad de Toulouse. Cuando se proclamó la República se mostró dispuesto a colaborar con todo lo que fuera buscar una España más tolerante, liberal y culta. Durante la Guerra Civil participó en el II Congreso de Intelectuales Antifascistas de Valencia, y en 1938 fue a dar unas conferencias a Inglaterra, de donde ya no regresó a España, iniciando un triste exilio después de la guerra civil. Fue profesor de Literatura en Glasgow, Cambridge, Londres, Estados Unidos y  llegó a establecerse en México en noviembre de 1952, con 500 dólares en la bolsa; antes había estado de vacaciones; la primera vez fue verano de 1949. El poeta entonces vivía y trabajaba “bien” en Mount Holyoke, un colegio para mujeres en Massachusetts, Nueva Inglaterra.

En ese tiempo Cernuda vivió en México en varios lugares; durante el primer año vivió en un departamento en la calle Madrid pero luego, hacia finales de 1953, animado por su amigo Manuel Altolaguirre (quien entonces vivía con su segunda esposa, María Luisa Gómez Mena), Cernuda fue a vivir a casa de Concha Méndez y su hija, Paloma Altolaguirre, en Coyoacán. Con algunas breves interrupciones, ésta había de ser su casa durante los once años que le quedaban de vida. Dichos años resultaron ser un período muy fructífero, aunque más productivo, tal vez, en trabajos críticos que en poesía.

En nuestro país se reencontró con amigos españoles como Altolaguirre, Méndez, José Moreno Villa, Ramón Gaya y Emilio Prados, a quienes no había visto desde su salida de España, en plena Guerra Civil, en febrero de 1938.

Fortaleció su amistad con Octavio Paz e hizo relación con el pintor Manuel Rodríguez Lozano, los músicos Salvador Moreno e Ignacio Guerrero, y el poeta Enrique Asúnsolo y Guadalupe Dueñas.

El apoyo de Octavio Paz. En 1954 y gracias a la intervención de Octavio Paz, Luis Cernuda entró a trabajar como profesor en la UNAM, a la vez que como becario en El Colegio de México. Paz fue el padrino y ayudó a Cernuda sin condición. Le solicitó a su amigo Alfonso Reyes, entonces presidente de El Colegio de México, que acogiera  a su amigo Luis y éste le concedió  una beca, misma que le fue con cedida de inmediato por 450 pesos mensuales –de entonces- y para justificarla lo consideró “investigador independiente”.

Para mantener la beca, Cernuda propuso y el Colegio aceptó un estudio sobre poesía inglesa del siglo XIX. Y cuatro años después, en 1958, Alfonso Reyes decide por problemas de salud darle carácter honorario a su cargo de presidente del COLMEX y crear el puesto de director, para el que se escogió a Daniel Cosío Villegas. A él se dirigió don Alfonso en diciembre de ese mismo año  para “hacerle tres súplicas”, una de las cuales era sostenerle la beca a Luis Cernuda, “que vive muy pobremente” y “es cumplido en su trabajo”.

Cernuda ya había empezado también a escribir en la prensa mexicana, notablemente en las dos principales revistas de esa época: México en la Cultura y Universidad de México. No es casual que el fruto destacado de su labor de estos años son dos libros de crítica literaria: Estudios sobre poesía española contemporánea (1957) y Pensamiento poético en la lírica inglesa (Siglo XIX) (1958). Al publicarse en España, el primero causó verdadero asombro y consternación por la dureza con que el sevillano enjuició a varios de sus contemporáneos, sobretodo a sus maestros Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas. Hay una carta muy dura de Pedro Salinas en contra de Cernuda.

Un año después –el 27 de diciembre de 1959- muere Alfonso Reyes y en agosto de 1961 Daniel Cosío le cancela la beca al poeta español. En  una entrevista con Enrique Krauze  le habla de ese asunto.

Discusión pública. Al fallecer Cernuda, apareció en la Revista de la Universidad (julio de 1964) un artículo en el que Octavio Paz afirmaba del poeta español que “a la muerte de Reyes, el nuevo director (del Colmex) lo despidió sin mucha ceremonia”. Entonces Cosío Villegas envió una carta de respuesta a Paz, la que apareció en el número de octubre de la misma publicación y tachaba de “falsa de toda falsedad la acusación” de que hubiera quitado el apoyo económico a Cernuda, pues argüía la existencia de una carta de éste en la que anunciaba que iría a Estados Unidos como profesor visitante de una universidad “que no nombra”, lo que motivó que le suspendieran la beca.

En el mismo número de Revista de la Universidad, Octavio Paz contestó con un texto fulminante: “Por lo visto Cernuda no fue despedido por El Colegio de México. Me alegra saberlo. Mis noticias eran otras y uno de mis informantes fue el mismo Cernuda. Como el poeta muerto era todo menos un mentiroso (y como tampoco lo es el señor Cosío Villegas) no hay más remedio que atribuir el incidente a un equívoco: Cernuda creyó que con frías y correctas maneras burocráticas, se le quería despedir y se alejó voluntariamente. La actitud del Director debe haber contribuido a esa impresión del poeta. No es un misterio que el señor Cosío Villegas, por afectación anglicista o inclinación natural, es un témpano en el trato con sus semejantes y que ha hecho de la impertinencia y el desdén, ya que no un estilo, un hábito. Cernuda tenía fama de susceptible; Cosío Villegas la tiene de intratable: todo se explica”.

Octavio Paz, dice Enríquez Perea, retiró ese texto de sus Obras completas. Quizá, porque de alguna manera lo que decía de Cosío Villegas era el autorretrato del Octavio Paz endiosado de sus últimos años. (Fuente: Revista Contralínea, Junio 2a quincena de 2007).

El escritor y biógrafo de Cernuda, Antonio Rivero Taravillo escribe también sobre el tema en Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963, Ed. Tusquets.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Los amantes ocultos en los sonetos de amor de Federico García Lorca.


LIBROS
Los amantes ocultos en los sonetos de amor de Federico García Lorca. 
¿Quién inspiró los «Sonetos del Amor Oscuro»? No hay una pista única, sino un conjunto inextricable de nombres y experiencias. En los versos del poeta, la historia se refleja en infinitos espejos
ISABEL M. REVERTE / MADRID

Los amantes ocultos en los sonetos de amor de Federico García Lorca (y 2)
FUNDACIÓN FEDERICO GARCÍA LORCA
El poeta y Rafael R. Rapún, en Madrid, en 1935


Lorca: la historia oculta de los sonetos de amor (1)
Si el hombre pudiera decir lo que ama
Agustín Penón tenía razón. El investigador que llegó a Granada en 1955 en busca de la historia de Federico García Lorca dijo que había luchado contra tres gigantes gladiadores: el miedo de la gente a contar lo que sabía, el olvido de las cosas por el paso del tiempo y la fantasía que impregna todo lo que hay a su paso y convierte lo real en invención. Estos enormes gladiadores han estado siempre cerca de Federico García Lorca y de su obra.

Tras la euforia que provocó la publicación — en ABC en 1984— de los sonetos y por fin las innumerables publicaciones de sus obras completas, el interés de muchos se centró en buscar el significado de cada palabra y a los posibles destinatarios de los «Sonetos del Amor Oscuro».

El soneto
Federico García Lorca (Granada 5 de junio de 1898 — 17 o 18 de agosto de 1936) dominaba como nadie la técnica del soneto, dos cuartetos de endecasílabos y dos tercetos. Los dos primeros con planteamiento y nudo y los tercetos como reflexión y desenlace. Y el amor como asunto primordial. Apasionado y solo, el que desgarra el corazón sin esperanza, aunque a veces tenga un viso de alegría.

Los poetas de la generación el 27 —y los del 36— se dedicaban con entusiasmo a la escritura de sonetos. Herederos de Shakespeare, Petrarca, Gracilazo, Góngora o Rubén Darío, reivindicaban los sonetos como el perfecto vehículo de expresión literaria.

Tras su viaje a Nueva York, García Lorca volvió liberado de muchos fantasmas y complejos. Y además ya era un autor de éxito, como dramaturgo y poeta. A partir de entonces se vuelve más explícita su homosexualidad. Ya la ha asumido y no le asusta.

Un estudiante de Minas, Rafael R. Rapún, secretario de La Barraca
A principios de los años treinta se sabe en Madrid que está enamorado de un joven estudiante de Minas y secretario de la compañía teatral «La Barraca». Una carta que conserva la Fundación García Lorca y firmada por Rafael Rodríguez Rapún confirma que existe una relación amorosa. Pero Rapún —tres R, como le llamaba Lorca— es heterosexual y muchas veces le es infiel con mujeres. Tiene 23 años.
El director de escena Cipriano Rivas Cheriff, con quien estrena la actriz Margarita Xirgu las obras del poeta, cuenta en el diario «Excelsior», en 1957, sus memorias desde el exilio. En uno de esos artículos habla de las confidencias que le hace García Lorca en Barcelona en otoño de 1935, donde han estrenado con gran éxito de Yerma.

Memoria de Rivas Cherif
Según cuenta Rivas Cherif, quien amaba y era amado por Manuel Azaña, una mañana encuentra a Lorca destrozado por una infidelidad más de Rodríguez Rapún. Le abre su corazón y le dice que está desesperado por su íntima tragedia que poco a poco iba asumiendo y defendía: el amor sin límites, libre y sin barreras, el que expresaba tan claramente Walt Whitman, el poeta a quien había descubierto en Nueva York y a quien después dedicó su famosa oda.

Sabemos que la compañía viajó a Valencia en noviembre de 1935, y que el poeta se alojó en el hotel Victoria de esa ciudad. En unas cuartillas escritas a mano por el poeta aparecen los sonetos. Algunos son solamente borradores.

Rapún es seguro destinatario de algunos sonetos
Amante del poeta, parece seguro que Rapún es el destinatario del «Soneto gongorino en el que el poeta manda a su amor una paloma». Un escritor valenciano, Juan Gil-Albert, le había regalado a Lorca una paloma y el poeta escribió ese soneto. «En la biblioteca personal de mi tío Federico hay un libro de Gil Albert dedicado, donde dice: «A mi palomo con cariño». Puede que Gil Albert inspirase ese soneto», dice Montesinos... O Rapún.
Hace unos meses ha aparecido otro posible amor de última hora: Juan Ramírez de Lucas, especialista en arte, arquitectura y cerámicas, y colaborador del ABC desde 1957 hasta 1998. El escritor Manuel Francisco Reina, autor de la novela «Los amores oscuros», defiende que Ramírez de Lucas es el destinatario de todos los sonetos y dice saber que «Lorca quiso que Juan le acompañase a Valencia».

El poeta Antonio Hernández apoya la tesis de Reina. Muy amigo de Luis Rosales, dice que le habló de un amor de última hora, crítico de arte en ABC. Hernández está a punto de publicar «Nueva York después de muerto», un libro sobre sus conversaciones lorquianas con Rosales.

Familiar de Ramírez de Lucas
Pero un familiar de Ramírez de Lucas lo desmiente: «Es imposible, Juan conoció a García Lorca en febrero o marzo de 1936. Según los diarios que custodia la familia, sí fueron amantes clandestinos porque Ramírez de Lucas era menor de edad en 1936. Pero en esos documentos no se habla de la obra lorquiana».

Los papeles inéditos de Ramírez de Lucas guardan la verdad
Al parecer, Juan Ramírez de Lucas dejó a su familia unos diarios, una carta de Lorca, un romance y un dibujo. Todo habla de sus amores con el poeta granadino, documentos que muy pocos han visto. A varias personas que sí han tenido acceso a ellos, sin embargo, no les cuadra la angustia que desprende buena parte de los sonetos con el tono feliz que reflejan los papeles de Ramírez de Lucas en los que habla de su relación con el poeta.
Sólo uno de los investigadores de la vida, obra y muerte de García Lorca le ha mencionado: Agustín Penón. Nadie más. Luego Gibson siguió el rastro abierto por Penón, sin éxito. Ninguna foto, ninguna mención a este amor que Ramírez de Lucas ocultó hasta su muerte. Que sepamos, hasta la fecha. Por razones que desconocemos, la familia se niega a dar a conocer los manuscritos. Desgraciadamente, hasta que no vean la luz y se investiguen no se podrá decir la última palabra sobre el asunto. Juan Ramírez de Lucas murió en Madrid a los 93 años, en 2010.

Sin embargo, a Rafael Rodríguez Rapún le conocía todo el mundo cercano a Lorca en aquellos tiempos de la República. Uno de los poemas de «Poeta en Nueva York», titulado «Danza de la muerte», se lo dedica a Rapún.


La angustiosa relación con Rapún cuadra con el clima de los sonetos
Rafael Rodríguez Rapún nació en junio de 1912. Luis Sáenz de la Calzada, actor estudiantil, y muy amigo de Rapún, habla de esa presencia en su libro La Barraca. «Mi padre le quería muchísimo —dice su hija, Margarita Saenz de la Calzada—. Pero nunca comentó en casa nada relativo a la homosexualidad de Federico y sus relaciones con Rapún, por cierto heterosexual y a menudo infiel. Le parecía que eso era algo propio de la esfera íntima de cada uno. Una de las cosas que más enfurecieron a mi padre fue leer en el ABC que Gonzalo Fernández de la Mora, ministro de Franco, decía que Federico García Lorca había muerto víctima de un oscuro crimen pasional (sic)».
Se lo pidió Xirgu
El dramaturgo Rivas Cherif sostiene en otro artículo publicado también en el diario «Excelsior», en 1957, que Margarita Xirgu le pide poco antes de partir hacia América que busque cualquier trabajo para Rapún en su compañía teatral porque, si no, «Federico no viajaría con nosotros a México». Fue en 1935. Pero según cuenta Ramírez de Lucas, el viaje tambien lo proyectó con él en 1936.

Ese viaje estaba programado para el otoño de 1936 y Federico fue asesinado en agosto de ese año.

Rapún se entrenó como artillero en Lorca, Murcia, y murió en 1937
Rafael Rodríguez Rapún estaba estudiando Ingeniería y Derecho en 1936. Su sobrina Sofía Rodríguez cuenta que «cuando comenzó la guerra, tanto él como mi padre, Tomás Rodríguez Rapún, participaron en la defensa de Madrid, como milicianos, antes de ir ambos a formarse como oficiales a las escuelas populares de guerra. Rafael lo hizo en la de Lorca, Murcia, que era la de artillería, de la que salió como teniente a defender el frente norte de las tropas de Franco. Murió en Bárcena de Pie de Concha, cerca de Reinosa, el 19 de agosto de 1937, un año después de la desaparición de García Lorca en Víznar, Granada. Está enterrado en el cementerio de Ciriego, cerca de Santander.
Y otro amor, desde 1931. Eduardo Rodríguez Valdivieso, heterosexual enamorado de García Lorca —¿amor literario?—. Estuvo con varias veces en en la Huerta de San Vicente en julio de 1936.

Se conocieron en una fiesta de disfraces en 1931. Eduardo Rodríguez Valdivieso también ocultó su amistad con el poeta. Hasta que, en los años noventa, entregó su archivo a Fuentevaqueros. Entonces se conocieron las cartas que le había escrito García Lorca, tan líricas y explícitas como los sonetos. Un Romancero Gitano ilustrado por el poeta y dedicado. También quería hacerle actor y llevarle con él fuera de Granada, como a Rafael R. Rapún y a Juan Ramírez de Lucas.

¿Quién se habría ido con él si no le hubieran asesinado en agosto de 1936? Nunca lo sabremos.

Conclusión
Mario Hernández opina: «Me pregunto si conduce a algo penetrar en la más cerrada intimidad de un ser humano para hacer esas preguntas; y, sobre todo, ¿qué verdad nos proporciona? La prensa quiere nombres, hechos de bulto. El espíritu de las personas está hecho de retazos, voliciones cambiantes, sueños incumplidos. ¿Cómo pensar que el espíritu de un gran poeta, capaz de dar forma acabada a lo que todos sentimos, sea traducible en fechas, actos delimitados, perfiles concretos?»

«Nunca estaremos en la verdad de lo que es un soneto amoroso»
«En cuanto a las personas amadas a las que se dirigió —continúa Hernández— me temo que, por muchos nombres que añadamos, nunca estaremos en la verdad de lo que es un soneto amoroso escrito por un poeta empapado de una tradición, que viene de Petrarca, de Garcilaso, de Lope, de Quevedo y... de Rubén Darío, entre otros muchos. Todos esos ecos mueven cada una de las palabras del poeta, y no solo sus vivencias, deseos o recuerdos íntimos. Es una mezcla inextricable. En el epistolario, se pueden hallar pistas e ideas».
Los enormes gladiadores que citaba Penón, el miedo, el olvido y la fantasía que planean por encima de la vida y la obra del poeta impiden saber mucho más de su angustia, su pasión, alegría y goce. De aquel poeta que defendía a todos a los que sólo saludaba el aire, que diría Ángel Ganivet.

Los protagonistas
Rafael R. Rapún
Destinatario casi seguro de algunos sonetos, era secretario de La Barraca. Sus infidelidades con mujeres llenaban de angustia al poeta y no cabe duda de que el tono de los sonetos es angustioso
Juan Ramírez de Lucas
Amor de última hora, probablemente del año 1936, no conocemos sus documentos lorquianos, pero es muy difícil aceptar que sea el destinatario de todos los poemas
Eduardo R. Valdivieso
Conoce a García Lorca desde 1931 y lo trata hasta sus últimos días. Hasta los años noventa no se supo de su relación con el poeta, que le dedicó un «Romancero gitano»

martes, 18 de noviembre de 2014

Cristina Piña: evocación de Manuel Mujica Láinez por María González Rouco.









Cristina Piña: evocación de Manuel Mujica Láinez
por María González Rouco
(En la gráfica en el orden usual: Borges, Sabato y Manuel Mujica Làinez).

Cristina Piña, nacida en Buenos Aires en 1949, es poeta, critica literaria y docente universitaria. Ha publicado tres libros de poemas: Oficio de mascaras (Botella al mar, 1979; Primer Premio Concurso Isidoro R. Steinberg); Para que el ojo cante (Torre Agüero, 1983) y En desmedida sombra (Torres Agüero, 1987). En 1988, su colección de poemas Pie de guerra mereció el Tercer Premio del Concurso de Poesía del diario La Nación. Ha publicado dos libros de ensayo: La palabra como destino. Un acercamiento a la poesía de Alejandra Pizarnik (Botella al Mar; 1981) y Marco Denevi: la soledad y sus disfraces (Universidad de Belgrano, 1983; Primera Mención Premio Coca-Cola en las Artes y las Letras, Categoría Crítica Literaria) y el Estudio preliminar a las Páginas de Olga Orozco (Celtia, 1984); asimismo, numerosos artículos y reseñas en diarios, revistas y volumenes colectivos del país y del exterior.



En 1982 mereció la Beca Fulbright para asistir durante cuatro meses al Programa Internacional de Escritores (IWP) de la Universidad de Iowa, U.S.A. Desde 1974 ejerce la docencia universitaria y, entre 1984 y 1986, fue Decana de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Durante cinco años ha sido becaria del CONICET. Es colaboradora de diversas revistas y periódicos (La Gaceta de Tucumán, Clarín, La Nación), desde 1987 conduce el programa La escritura que se emite de lunes a viernes por Radio Municipal y está a cargo de la columna de literatura en la audición Antes de Medianoche que se emite semanalmente por ATC.

Nos conocimos cuando, al leer una nota suya, descubrí que compartíamos un mismo interés: la obra de Manuel Mujica Láinez, tema de mi Tesis de Licenciatura. Al cumplirse el quinto aniversario de la muerte del escritor, lo evocamos en este diálogo.

- ¿Cuándo empezó a estudiar exhaustivamente la obra de Manuel Mujica Lainez?

- En rigor, mi primer trabajo sobre su obra se publicó en 1974, pero se trata de un amor adolescente: el primer libro que me compré con mi primer sueldo -tendría diecisiete años- fue La casa, porque a los quince o dieciséis había descubierto Misteriosa Buenos Aires y Aquí vivieron en la biblioteca de mis padres. Por supuesto, después leí toda su obra anterior y, año tras año, los libros que fue publicando.

Cuando terminé la Facultad y empecé mi labor periodística, hice notas de diversa extensión sobre sus libros sucesivos, pero sólo en 1984, tras la muerte de Manucho, inicié el estudio sistemático de su obra.

- ¿Podría dar un motivo de su elección?

- Bueno, ante todo, porque soy fiel a mis amores juveniles, no por una mera cuestión de apego al pasado, sino porque creo que, cuando un autor nos impresiona en ese periodo tan receptivo que es la adolescencia, es por razones realmente importantes. Esas razones son las que he querido desentrañar en diversos artículos.

- ¿Qué aspectos destaca en su narrativa?

- Tras haberlo leído mucho, haber escrito bastante sobre él y ,sobre todo, haber reflexionado largamente acerca de su producción, creo que lo que me impulsó a ahondar en su literatura es la singular articulación que ésta presenta entre la riqueza de los mundos imaginarios y un retrato a la vez revelador, implacable, ideologizado e idealizante de la clase alta argentina. También, por su capacidad para crear personajes inolvidables, de singularísima humanidad -tan pequeños y tan grandes como cualquiera de nosotros-, para reconstruir atmósferas y estilos de vida perdidos para siempre e imbricar, con una soltura envidiable y muy poco común, el humor mas desopilante con una ternura ultima que siempre me ha conmovido. Por fin, porque hay momentos en su prosa en que el lenguaje alcanza una perfección y una densidad casi únicas.

- ¿Cuál es la situación actual de los estudios sobre el particular en todo el país? Cuando escribí mi Tesis, en 1984, sólo disponía del libro de Carsuzan y el de Jorge Cruz; no creo que la bibliografía abarque otros volúmenes aún.

- Diría que la situación actual es pobrísima. Si dejamos de lado seis o siete locos que creemos que prácticamente está todo por decir sobre su obra, la gran mayoría de los críticos e investigadores la han archivado como algo exótico y demodée. Y esto básicamente por prejuicios ideológicos; como Mujica Láinez era una de las expresiones mas transparentes de una determinada ideología literaria y social, se lo desdeña. También, quizás, porque se confunde con el escritor al "personaje" publico que el mismo creó -con sus boutades, su dandysmo, su actitud constante de epater les bourgeois, su deliberada frivolidad (que, como él sabiamente señalaba, no es lo mismo que superficialidad, ya que el frívolo puede ser inteligente, mientras que el superficial es irredimiblemente idiota).

Sociedad e historia

- Creo que Mujica Láinez es el retratista de una clase social. ¿Diría que la ve con orgullo, compasión, ironía?

- Sí, coincido con usted en que retrató como nadie a la clase alta argentina. En cuanto a su enfoque de ella, para mi conjuga una profunda admiración y respeto por su originaria misión histórica, con una mezcla de disgusto y compasión ante su fracaso. Sin duda, hay ironia en su manera de representar a muchos personajes, pero creo que predomina una especie de melancolía ante su incapacidad para estar a la altura de la historia. Al respecto, es importante tener en claro que Mujica Láinez, si bien es un duro critico de su clase, no pone en evidencia sus defectos a partir del rechazo de su ideología o de su función central en la construcción del país, tampoco a partir de la propuesta de una ideología, sino que su critica es esencialmente un reproche por haber malogrado, a causa de su superficialidad y su ceguera, el proyecto del 80.

- El abordaje de temas históricos es una constante en la obra. ¿Tiende a buscar una identidad? ¿Ve usted algún otro propósito?

- Primeramente, creo que es preciso discriminar dos tipos diferentes de reconstrucciones históricas: las de la historia argentina y las de la historia universal. En el caso de las primeras, y como lo he señalado en diversos artículos, creo que Mujica Láinez intenta recuperar e ilustrar el espíritu de la clase alta argentina, a la cual asocia íntimamente con el que considera su espacio propio: la ciudad de Buenos Aires. Por una hipóstasis congruente con su ideología -liberal en lo económico, conservadora en lo político y estetizante en lo artístico- la identifica con el pais y sus habitantes, por lo cual los libros pertenecientes a la "saga porteña" pueden leerse como un intento por captar la identidad nacional y analizar las razones que han llevado al cambio en la configuración socioeconómica y política del pais.

- ¿Qué sucede con reconstrucciones como Bomarzo o El Unicornio?

- En el caso de las reconstrucciones que se abren a partir de Bomarzo, Mujica Láinez deja de lado la pregunta por la identidad nacional y toda injerencia en el debate sobre los rasgos constitutivos del país, para centrarse en una supuesta esencia universal del hombre, al cual retrata en diferentes recortes temporales. Al respecto, es interesante señalar que tal captación esencialista de lo humano determina el parentesco psicológico de personajes históricamente tan alejados como los de las novelas como Sergio y El unicornio.

Flaubert, Proust y un proyecto narrativo

- ¿CuáI es la importancia de Manucho en la literatura de nuestro siglo?

- Sin restarle un ápice de su importancia capital dentro del ámbito de la literatura argentina, no creo que a Mujica Lainez pueda considerárselo un autor de incidencia internacional. Ahora bien, dentro de la literatura argentina de este siglo, creo que ocupa un lugar equivalente al de un Proust en la literatura francesa en tanto es el ultimo representante sobresaliente de un proyecto narrativo que alcanzó su punto maximo de apogeo en el siglo XIX: aquel que entiende la novela como un reflejo especular y totalizador de la realidad tanto social como subjetiva.

- ¿Marca el fin de una etapa?

- Sería quien cierra una determinada manera de narrar, superada a partir de los profundos cambios operados en el siglo XX en los diversos campos del conocimiento y la experiencia, los cuales generaron, en el arte contemporáneo, nuevos códigos de representación y de tratamiento del lenguaje. Acerca de este, Mujica Láinez todavía lo trabaja desde la perspectiva de una "escritura artesanal", asociada a la doctrina del "arte por el arte" que plantea un Flaubert, por ejemplo.

- Independientemente de cuanto usted expone, debemos señalar su importancia como evocador de un estamento.

- Por cierto. Creo que es un cronista privilegiado de nuestra clase alta, y la lectura de su "saga porteña" nos enseña más sobre la visión del mundo y del pais de dicho grupo social, que veinticinco volúmenes de historia o de sociologia. Y no solamente por lo que cuenta, sino por la manera en que lo cuenta y por la forma en que articula sus grandes temas: el tiempo, la decadencia, el arte como única manera de perduración mas allá del "ultraje de los años". Y ello porque, hasta en sus críticas mas virulentas, Mujica Láinez es un representante de dicho estamento social, al que entendió como pocos.

Daniel Defoe. Robinson Crusoe. Novela.


Defoe, Daniel (c. 1660-1731), novelista y periodista inglés cuya obra refleja su variada experiencia en muchos países y en muchos aspectos de la vida. Además de ser un brillante periodista y novelista, Defoe fue un autor prolífico que escribió más de 500 libros, panfletos y opúsculos.
Defoe nació en Londres alrededor de 1660, hijo de un pequeño comerciante llamado Foe.
Defoe, enemigo de Jacobo II, participó activamente en 1685 en la fallida sublevación dirigida por el duque de Monmouth contra el rey.
Entre 1704 y 1713 redactó la mayor parte de los artículos de un diario de noticias titulado The Review, cuyos análisis y opiniones eran a menudo independientes pero por lo general favorables a la política del Gobierno. Defoe defendió ardientemente la unión con Escocia, y sus tareas como agente secreto implicaron probablemente otras actividades en pro de esa unión, que se alcanzó en 1707. En 1709 escribió una Historia de la unión.
La primera y más famosa novela de Defoe, Vida y extraordinarias y portentosas aventuras de Robinsón Crusoe de York, navegante, se publicó en 1719, cuando su autor contaba ya casi 60 años. Este relato ficticio sobre un náufrago se basaba en las aventuras de un marino, Alexander Selkirk, que había sido abandonado en una isla del archipiélago Juan Fernández, frente a las costas de Chile. Esta novela, llena de detalles sobre las ingeniosas ideas de Robinsón para sobrellevar los rigores de la isla, se ha convertido en un clásico de la literatura infantil. Defoe siguió escribiendo novelas: Memorias de un caballero (1720), Vida, aventuras y piratería del célebre capitán Singleton (1720) y Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders (1722), -las aventuras de una prostituta londinense- que está considerada como una de las grandes novelas inglesas. En esta última obra Defoe mostró su conocimiento de la naturaleza humana y su interés por los motivos que conducen a determinados comportamientos. También reflejó su preocupación por los pobres. Entre sus otros escritos de importancia cabe destacar Diario del año de la peste (1722), El Coronel Jack (1722), Lady Roxana o la cortesana afortunada (1724), Un viaje por toda la isla de Gran Bretaña (1724-1727), Historias de piratas (1724-1728) y El perfecto comerciante inglés (1725-1727).
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La más famosa novela de Daniel Defoe, publicada en 1719 y considerada la primera novela inglesa. Es una autobiografía ficticia de Crusoe. El título completo es La vida y aventuras sorprendentes de Robinson Crusoe de York, marinero... escrito por él mismo.
Entre las ocho obras que escribió Daniel Defoe, Robinson Crusoe es la que se ha destacado como un clásico de la novela de aventuras en la literatura universal.
En ella, Defoe recoge el relato de un marino escocés llamado Alejandro Selkirk, quien como piloto en un galeón inglés durante un viaje y debido a las numerosas discusiones con su capitán, decide ser desembarcado en la tierra más próxima con su equipaje.
Así llegó Selkirk a la isla Más a Tierra (ahora Robinson Crusoe) del archipiélago de Juan Fernández y permaneció en ella cuatro años y medio, hasta que fue rescatado por el navío Duke.
En la novela, a la entretenida y minuciosa descripción de la vida de un náufrago abandonado en una isla solitaria, Defoe añade un fondo trascendente, con toda una concepción del hombre ante la vida, ante el mundo y ante Dios.

Fuente:N.N.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Michel Houellebecq. Las partículas elementales. Novela


Michel Thomas (Saint Pierre, Isla de Reunión, 26 de febrero de 1955), conocido como Michel Houellebecq, es poeta, novelista y ensayista francés. Sus novelas Las partículas elementales y Plataforma son hitos de la nueva narrativa francesa de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Ambas le otorgaron consideración literaria pero también dieron lugar al llamado «fenómeno Houllebecq», que provocó numerosos y apasionados debates en la prensa internacional. Desde hace algún tiempo reside en el Cabo de Gata (Almería, España).

Hijo de padres atípicos que, al parecer, se desentendieron de él desde muy pequeño, pasó su infancia y adolescencia con su abuela paterna, de la cual adoptó su apellido como pseudónimo. De este hecho biográfico nacen algunos de sus temas recurrentes en su obra, como su fijación en las miserias afectivas del hombre contemporáneo. En 1980 se licencia como ingeniero agrónomo. Trabajó un tiempo como informático, experiencia que quedará reflejada en su primera novela.

Con la publicación en 1994 de Extension du domaine de la lutte, que se llegó a comparar con El extranjero de Camus, pasó del anonimato total a convertirse, gracias exclusivamente al boca a boca, en autor de uno de los libros más vendidos del año. La obra fue traducida a numerosas lenguas (entre ellas el español, con el título Ampliación del campo de batalla) y le dio a conocer al gran público. Algunos críticos, cogidos a contrapié, creyeron que su éxito sería flor de un día, pero ese vaticinio se disipó de golpe con la publicación de su segunda novela, Les Particules élémentaires, considerado el mejor libro francés de 1998 por la revista Lire y galardonada con el Premio Novembre. Ese mismo año obtuvo además el Premio Nacional de las Letras para jóvenes talentos. Su tercera novela, Plataforme le convirtió definitivamente en estrella mediática, no solo por traducirse a más de 25 lenguas sino por ser objeto de una agria polémica en torno a su supuesta islamofobia y por su visión amoral de la explotación sexual del Tercer Mundo.

A causa de la presión mediática, dejó Francia y vivió en Irlanda durante algunos años. Después se instaló en el sur de España, donde reside actualmente.


Sus obras y opiniones, muy críticas con el pensamiento políticamente correcto y con los restos de mayo del 68, le puso en el punto de mira de algunos medios, que lo acusaron de misógino, decadente y reaccionario, lo cual solo hizo que aumentar su popularidad y sus ventas. Por si fueran pocos los reproches, debido a algún pasaje de Plataforma, donde aparece el tema del terrorismo islamista, se le sumó el de islamófobo. Como no se puede denunciar a nadie por lo que opine un personaje de ficción, la oportunidad para sus detractores vino a raíz de una entrevista en la revista literaria Lire, publicada en septiembre de 2001, en las que afirmó que «la religión más idiota del mundo es el Islam» y que «cuando lees el Corán se te cae el alma a los pies». Fue entonces denunciado por varias agrupaciones islámicas y de derechos humanos por injuria racial e incitación al odio religioso. El juicio, celebrado en París en octubre de 2002, dividió a la comunidad intelectual internacional entre defensores y detractores de la libertad de expresión, que recordó al caso Rushdie. Fue absuelto de todos los cargos: el juez argumentó en la sentencia que las críticas a la religión son perfectamente legítimas en un Estado laico. Adorado por sus incondicionales (Fernando Arrabal le considera el mejor escritor francés vivo) y denostado como pornógrafo, misógino y racista por sus variados oponentes (desde puritanos religiosos a notables izquierdistas), que no por ello logran evitar que cada nuevo libro suyo cope los suplementos literarios, que se vendan por millones y que se traduzcan a numerosas lenguas.
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Obras

` 1991 - Contre le monde, contre la vie, biografía de H.P. Lovecraft.
` 1991 - Rester vivant.
` 1992 - La Poursuite du bonheur, poemas.
` 1994 - Extension du domaine de la lutte (Ampliación del campo de batalla, Anagrama, Madrid, 1999), novela.
` 1996 - Le Sens du combat, poemas.
` 1998 - Interventions (El mundo como supermercado, Anagrama, Barcelona, 2000), selección de textos críticos y de crónicas.
` 1998 - Les Particules élémentaires (Las partículas elementales, Anagrama, Barcelona, 1999), novela.
` 1999 - Renaissance (Renacimiento, Acuarela Libros, Madrid, 2001), poemas.
` 2000 - Lanzarote (Lanzarote, Anagrama, Barcelona, 2003), novela.
` 2001 - Plataforme (Plataforma, Anagrama, Barcelona, 2002), novela.
` 2005 - La Possibilité d`une île (La posibilidad de una isla, Alfaguara, Madrid, 2005), novela.

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Las partículas elementales
Michel Houellebecq
Título original: Les particules élementaires
Trad. Encarna Castejón
Círculo de Lectores, 1998
A veces tengo la impresión de que la ciencia-ficción está perdiendo sitio como género independiente absorbida por una corriente de la literatura general que ha abandonado la recreación del pasado, aunque sea inmediato, para ambientar sus ficciones en el mismo filo del futuro.

En este sentido, Las partículas elementales se sitúa en un tiempo indeterminado, en la Francia de hoy mismo y también de pasado mañana, para hacer un diagnóstico de las sociedades europeas de principios de siglo que más parece una autopsia. La tesis de Michel Houellebecq, que alcanza su conclusión lógica en el inesperado capítulo final, es que Fukuyama tenía razón: hemos alcanzado el fin de la historia, la civilización occidental está agotada y nada tiene que ofrecer salvo artículos de consumo, ni sus ciudadanos otra alternativa que suscribirse a canales televisivos de pago o peregrinar a las áreas comerciales para combatir el aburrimiento.

Houellebecq, que es junto con Daniel Pennac la nueva estrella de las letras francesas, posee la rara capacidad de condensar en una novela los temores, esperanzas y frustraciones de la generación a la que pertenece con una eficacia que docenas de textos de sociología combinados no poseen y sin caer en efectismos fáciles. La peripecia de los dos hermanastros protagonistas apenas presenta estridencias, sus vidas se deslizan hacia el fracaso desde el mismo principio y ninguno de los dos, a pesar de las diferentes maneras de comportarse, evita que la soledad absoluta y la falta de objetivos sean sus últimos compañeros. Mientras van envejeciendo y adoptando distintos estilos de vida, estos miembros de la clase media-alta francesa nos permitirán asistir al abatimiento de los supuestamente privilegiados, su vacío, la crisis de las relaciones personales e incluso, al tiempo que se evidencia el ocaso del pensamiento burgués, mostrar la ridiculez de los sistemas que se le han planteado y plantean todavía como alternativa.

Las partículas elementales dista de ser una lectura cómoda. Plantea su tesis y la defiende con una solvencia que a más de uno le hará revolverse en el asiento. Tampoco ofrece asideros para esquivar el naufragio. Izquierdas, derechas, utopías, es igual: hay palos para todos. La sensación de callejón sin salida que provoca el libro puede resultar agobiante y el único pero que le encuentro es la falta de un toque de humor que suavice el trago. Porque si bien el último capítulo supone un insospechado final feliz, la forma en que se presenta (y que hace que nos demos cuenta de que todo el libro es ciencia-ficción y encima hard. Tiembla, Benford) contribuye a incrementar su impacto.

Como sólo consiguen las grandes novelas, ésta cambia la perspectiva del mundo de quienes la leen. Algo extremadamente valioso, una especie de equivalente adulto del descubrimiento de que los Reyes Magos son los padres. Y no menos puñetero.

Ramón Muñoz .

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Fragmento y prólogo a este edición.
Michel Houellebecq

Las partículas elementales





Título original: Les particules élémentaires, Flammarion, Paris, 1998

 PRÓLOGO

 Este libro es, ante todo, la historia de un hombre que vivió la mayor parte de su vida en Europa Occidental, durante la segunda mitad del siglo XX. Aunque por lo general estuvo solo, mantuvo de vez en cuando relaciones con otros hombres. Vivió en tiempos de agitación y desdicha. El país que le vio nacer se inclinaba lenta pero inexorablemente hacia la zona económica de los países medio pobres; acechados a menudo por la miseria, los hombres de su generación se pasaron además la vida en medio de la soledad y la amargura. Los sentimientos de amor, ternura y fraternidad humana habían desaparecido en gran medida; en sus relaciones mutuas, sus contemporáneos casi siempre daban muestras de indiferencia, e incluso de crueldad.
 En el momento de su desaparición, Michel Djerzinski era unánimemente considerado un biólogo de primer orden, y se pensaba seriamente en él para el Premio Nobel; su verdadera importancia no saldría a la luz hasta un poco más tarde.
 En la época en la que vivió Djerzinski, casi todos consideraban que la filosofía estaba desprovista de cualquier importancia práctica, incluso de objeto. En realidad, la visión del mundo adoptada con mayor frecuencia en un momento dado por los miembros de una sociedad determina su economía, su política y sus costumbres.
 Las mutaciones metafísicas —es decir, las transiciones radicales y globales de la visión del mundo adoptada por la mayoría— son raras en la historia de la humanidad. Como ejemplo, se puede citar la aparición del cristianismo.
 En cuanto se produce una mutación metafísica, se desarrolla sin encontrar resistencia hasta sus últimas consecuencias. Barre sin ni siquiera prestarles atención los sistemas económicos y políticos, los juicios estéticos, las jerarquías sociales. No hay fuerza humana que pueda interrumpir su curso..., salvo la aparición de una nueva mutación metafísica.
 No se puede decir que las mutaciones metafísicas afecten especialmente a las sociedades debilitadas, ya en declive. Cuando apareció el cristianismo, el Imperio romano estaba en la cúspide de su poder; perfectamente organizado, dominaba el universo conocido; su superioridad técnica y militar no tenía parangón; aun así, tampoco tenía la menor oportunidad. Cuando apareció la ciencia moderna, el cristianismo medieval constituía un sistema completo de comprensión del hombre y el universo; servía de base al gobierno de los pueblos, producía conocimientos y obras, decidía tanto la paz como la guerra, organizaba la producción y la distribución de los bienes; nada de todo esto iba a impedir que se viniera abajo.
 Michel Djerzinski no fue ni el primero ni el principal artífice de esta tercera mutación metafísica, en muchos sentidos la más radical, que iba a inaugurar un nuevo período en la historia del mundo; pero, a causa de ciertas circunstancias muy particulares, fue mientras vivió uno de los artífices más conscientes, más lúcidos.

 Hoy vivimos en un reino completamente nuevo,
 Y la mezcla de circunstancias envuelve nuestros cuerpos,
 Baña nuestros cuerpos, En un halo de júbilo.
 Lo que los hombres de antaño presintieron a veces a través de la música,
 Nosotros lo llevamos a la práctica cada día.
 Lo que para ellos pertenecía al campo de lo inaccesible y de lo absoluto,
 Nosotros lo consideramos algo sencillo y conocido.
 Sin embargo, no despreciamos a esos hombres;
 Sabemos lo que debemos a sus sueños,
 Sabemos que no seríamos nada sin la mezcla de dolor y alegría que fue su historia,
 Sabemos que llevaban nuestra imagen dentro cuando atravesaban el odio y el miedo, cuando chocaban en la oscuridad,
 Cuando escribían, poco a poco, su historia.
 Sabemos que no habrían sido, que ni siquiera podrían haber sido, sin guardar en el fondo de su corazón esa esperanza,
 Ni siquiera podrían haber existido sin su sueño.
 Ahora que vivimos en la luz,
 Ahora que vivimos en las cercanías inmediatas de la luz
 Y que la luz baña nuestros cuerpos,
 Envuelve nuestros cuerpos,
 En un halo de júbilo,
 Ahora que nos hemos establecido en las cercanías inmediatas del río,
 En tardes inagotables
 Ahora que la luz en torno a nuestros cuerpos se ha vuelto palpable,
 Ahora que hemos llegado a nuestro destino
 Y que hemos dejado atrás el universo de la separación,
 El universo mental de la separación,
 Para bañarnos en la alegría inmóvil y fecunda
 De una nueva ley,
 Hoy,
 Por primera vez,
 Podemos contar el final del antiguo reino.

Primera parte

El reino perdido

1

 El 1 de julio de 1998 caía en miércoles. Así que con toda lógica, aunque fuese poco habitual, Djerzinski organizó su copa de despedida un martes por la tarde. Entre las cubetas de congelación de embriones y un poco aplastado por su volumen, un refrigerador Brandt albergaba las botellas de champán; por lo general servía para conservar los productos químicos corrientes.
 Cuatro botellas para quince; era un poco justo. Por lo demás, todo era un poco justo; las motivaciones que los reunían eran superficiales; una palabra torpe, una mirada de reojo y el grupo corría el riesgo de dispersarse, de que cada cual saliera corriendo hacia su coche. Estaban en una habitación climatizada del sótano, embaldosada en blanco, decorada con un poster de lagos alemanes. Nadie había propuesto que hicieran fotos. Un joven investigador llegado a principios del año, un barbudo de aspecto estúpido, se eclipsó al cabo de unos minutos con la excusa de tener problemas de garaje. Un malestar cada vez más perceptible se extendió entre los invitados; las vacaciones llegarían pronto. Algunos iban a la casa familiar, otros hacían turismo verde.
 Las palabras cruzadas restallaban lentamente en el aire. Se separaron deprisa.

 A las siete y media, todo había terminado. Djerzinski atravesó el aparcamiento en compañía de una colega de largo pelo negro, piel muy blanca y senos voluminosos. Era un poco mayor que él; estaba claro que le sucedería en la dirección de la unidad de investigación. La mayor parte de sus publicaciones trataban sobre el gen DAF3 de la drosofila; era soltera.
 Delante de su Toyota le tendió la mano a la investigadora, sonriendo (hacía unos segundos que preveía hacer ese gesto, acompañar el apretón de una sonrisa, y se preparaba mentalmente). Las palmas se unieron, sacudiéndose con suavidad. Pensó, un poco tarde, que a ese apretón le faltaba calidez; teniendo en cuenta las circunstancias podrían haberse besado, como hacen los ministros o algunos cantantes.
 Consumado el adiós, él se quedó en el coche durante cinco minutos que le parecieron largos. ¿Por qué no arrancaba ella? ¿Se masturbaba escuchando a Brahms? ¿Pensaba, por el contrario, en su carrera, en sus nuevas responsabilidades y, de ser así, se alegraba? Por fin, el Golf de la genética salió del aparcamiento; estaba solo de nuevo. El día había sido estupendo, y todavía hacía calor. En aquellas semanas de comienzos de verano, todo parecía petrificado en una radiante inmovilidad; sin embargo, Djerzinski era consciente de ello, los días ya habían empezado a acortarse.

 Había trabajado en un entorno privilegiado, pensó, arrancando a su vez. A la pregunta «¿Cree que al vivir en Palaiseau disfruta de un entorno privilegiado?», el 63% de los habitantes contestaban «Sí». Era comprensible; los edificios eran bajos, separados por una extensión de césped. Varios hipermercados permitían hacer la compra con facilidad; la idea de calidad de vida no parecía excesiva cuando se aplicaba a Palaiseau.
 Hacia París, la autopista del sur estaba desierta. Tenía la impresión de estar en una película de ciencia ficción neozelandesa que había visto en sus años de estudiante: el último hombre sobre la Tierra, tras la desaparición de cualquier tipo de vida. Algo en la atmósfera evocaba un apocalipsis seco.
 Hacía unos diez años que Djerzinski vivía en la rue Frémicourt; se había acostumbrado a ella, el barrio era tranquilo. En 1993, sintió necesidad de compañía; algo que le diera la bienvenida al volver cada tarde. Eligió un canario blanco, un animal tímido. Cantaba, sobre todo por las mañanas; sin embargo, no parecía feliz; pero ¿puede ser feliz un canario? La alegría es una emoción intensa y profunda, un sentimiento exaltante de plenitud experimentado por toda la conciencia; se puede comparar con la embriaguez, con el arrebato, con el éxtasis. Una vez sacó al pájaro de la jaula. Aterrorizado, éste se cagó en el sofá antes de lanzarse contra los hierros de la jaula, en busca de la puerta de entrada.
 Volvió a intentarlo un mes más tarde. Esta vez, el pobre animal se cayó por la ventana; amortiguando lo mejor que pudo la caída, el pájaro consiguió posarse en un balcón del edificio de enfrente, cinco pisos más abajo. Michel tuvo que esperar a que volviera su ocupante, confiando ansiosamente en que no tuviera gato. Resultó que la chica era redactora de 20 Ans, vivía sola y regresaba tarde. No tenía gato.
 Había caído la noche; Michel recuperó al animalito, que temblaba de frío y de miedo, acurrucado contra la pared de hormigón. Se cruzó de nuevo con la redactora varias veces, casi siempre al sacar la basura. Ella inclinaba la cabeza, probablemente como signo de reconocimiento; él hacía lo mismo. Al fin y al cabo, el incidente le había permitido establecer una relación de vecindad; en ese sentido, estaba bien.
 Por las ventanas podía ver una docena de edificios, es decir, unos trescientos apartamentos. En general, cuando volvía por la tarde, el canario empezaba a silbar y gorjear, cosa que duraba de cinco a diez minutos; después él le cambiaba el alpiste, la arenilla y el agua. Sin embargo, esa tarde le recibió el silencio. Se acercó a la jaula: el pájaro estaba muerto. Su cuerpecillo blanco, ya frío, yacía de costado sobre el fondo de arenilla.
 Cenó una bandeja de lubina al hinojo de Monoprix Gourmet, que acompañó con un mediocre Valdepeñas. Tras alguna vacilación depositó el cadáver del pájaro en una bolsa de plástico, la lastró con una botella de cerveza y lo tiró todo al colector de basura. ¿Qué más podía hacer? ¿Decir una misa?
 Nunca había sabido adonde iba a parar ese colector, con su exigua entrada (aunque suficiente para dejar pasar el cuerpo de un canario).
 No obstante, soñó con gigantescos cubos de basura llenos de filtros de café, de raviolis en salsa y de órganos sexuales cortados. Gusanos gigantes, tan grandes como el pájaro y provistos de pico, atacaban su cadáver. Le arrancaban las patas, le despedazaban las tripas, le reventaban los globos oculares. Se levantó por la noche, temblando; apenas era la una y media de la madrugada. Se tomó tres sedantes. Así terminó su primera velada en libertad.

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