domingo, 31 de agosto de 2014

Luis Andrés Caicedo Estela. Novela: Que viva la música.


Luis Andrés Caicedo Estela (Santiago de Cali, Colombia, 29 de septiembre de 1951 – ibídem, 4 de marzo de 1977) fue un escritor colombiano nacido en Cali, ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida. A pesar de su prematura muerte, su obra es considerada como una de las más originales de la literatura colombiana. Caicedo lideró diferentes movimientos culturales en la ciudad vallecaucana como el grupo literario los Dialogantes, el Cineclub de Cali y la revista Ojo al Cine. En 1970 ganó el I Concurso Literario de Cuento de Caracas con su obra `Los dientes de caperucita`, lo que le abriría las puertas a un reconocimiento intelectual. En su obra ¡Que viva la música! es en donde asegura que vivir más de 25 años era una vergüenza, lo que es visto por muchos como la razón principal de su suicidio el 4 de marzo de 1977 cuando tenía tan sólo 25 años de edad y había recibido una copia del libro editado por una editorial argentina.
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La obra de Caicedo hace relevancia a la sociedad urbana y sus problemas sociales, principalmente con respecto al mundo actual. Contrario a la escuela literaria del realismo mágico, la obra de Caicedo se inspira completamente en la realidad social, lo que ha hecho que algunos estudiosos le den la importancia como alternativa en Latinoamérica a figuras prominentes como la de Gabriel García Márquez. Especialmente el periodista, escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet sigue la obra de Caicedo, al cual llama ` el primer enemigo de Macondo`. A pesar de su fama en Colombia, Caicedo es poco conocido en América Latina, seguramente debido a su temprana muerte. Sin embargo, la permanente organización de su producción literaria y la influencia que tiene en nuevas generaciones de escritores como Rafael Chaparro, Efraím Medina, Octavio Escobar Giraldo y Ricardo Abdahllah, hacen que cada vez más cobre gran valor el aporte literario del `escritor con cara de estrella del pop`, como lo llama el chileno Alberto Fuguet.
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La mayoría de sus escritos han sido publicados póstumamente. Gracias a la labor editorial de algunos de sus amigos, han salido a la luz libros que recopilan sus cuentos y guiones para teatro, así como sus ensayos críticos sobre cine. Así mismo, han sido publicadas algunas cartas que envió a su madre, hermanas y amigos, las cuales permiten evidenciar sus turbulentos estados emocionales.
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Esta es una novela de iniciación. Es la invitación a una fiesta sin sosiego, donde su protagonista dejará que el mundo baje hasta el pozo sin fondo de sus propios excesos. Pero con felicidad. Hay un pacto secreto con la muerte en esta danza de María del Carmen Huerta, la bella y joven rubia que, sin importar que proceda de una familia acomodada, se entrega por completo a la música y la decadencia. Pero es la muerte dulce de las celebraciones: el paisaje, los afectos, la noche, la niñez que huye, la adolescencia triunfal, el rock and roll, los Rolling Stones, la salsa, Ricardo Ray, Bobby Cruz, las drogas, Cali (o Kali, según la ortografía de la narradora). Es, asimismo, una iniciación al descubrimiento de una ciudad colombiana (única, mágica e irrepetible), que comienza por el cielo del Norte, con su Avenida Sexta, su parque Versalles y sus parajes mágicos, hasta llegar al infierno del Sur con su caseta Panamericana, su río Pance, sus barrios más allá de Miraflores, su cordillera de los Andes alada y los refugios de la salsa y el sexo en los límites finales de la calle quince.
Fuente: N.N.

sábado, 30 de agosto de 2014

Paúl Benavidez Vílchez. Oficio de ciegos. Poesía.


OFICIO DE CIEGOS: OFICIO DE JUGLARES.

Oficio de ciegos es un poemario de Paul Benavides Vilchez publicado el presente año por la Editorial Arboleda Ediciones.
El libro consta de tres secciones o acápites: 
I- LA HORA DE TODOS. II- FUEGO LUNAR. III- DOBLE VIDA.

Oficio de ciegos, es un libro de las interrogantes. El poeta desde la primera hasta la última página se pregunta acerca de: la vida, su razón de ser y sobre el destino del hombre. Pero, ante todo el poeta se cuestiona si es válido el oficio de ser poeta, de ser artista.
Oficio de ciegos es una dualidad constante en las tres secciones. El escritor interroga y se interroga acerca de la existencia y del ser y, va de lo general a lo particular. Es decir, en el primer acápite La HORA DE TODOS, el poeta se manifiesta como un poeta juglaresco, vaticinador del futuro no muy lejano. En esta primera sección extrapola su “Yo” lìrico y subjetivo en un “Yo” de todos. Y ya en el primer poema del libro titulado PATRIA nos abre el canto con un sentimiento de nuestro devenir històrico.

“La patria es la sangre de Juan Rafael Mora,
es mancha en la arena del tiempo
que no termina de secarse en Puntarenas”.

Y ese es el verdadero Oficio de ciegos, el verdadero oficio del poeta: lo solidario, el despertar a los otros, a que no olvidemos quiènes somos.

Igual sucede con el poema Breviario de campaña electoral. En este poema el poeta de nuevo con fina ironía en algunos momentos nos habla de la doble moral de los polìticos corruptos.
Con el poema “Yo el supremo” (que cabe hacer la advertencia es el tìtulo de una gran novela del escritor paraguayo, Roa Bastos) de nuevo el poeta nos da su visión del mundo, de nuestra sociedad. El acicate está ahí y el verso es el làtigo flagelante y perturbador cuando se nos pregunta: ¿ qué es el poder?

¿Para què sirve el poder? Y entonces, la verdad se arrincona, no se deja ver, mirar por el polìtico:
“solo se oirá el sonido de la cicuta arder
en la lengua de Sócrates,
porque de nada sirvió la verdad...”

Es en estas páginas del poemario el autor, increpa al lector y con voz dura advierte:
“A ellos les digo que huyan,
antes que los toque indecente la mentira”.

Entonces, el poeta se vuelve “el guía”, el sacerdote que le abre el camino al Hombre entre tanto vicio y podredumbre de la ciudad y, el tono del poema o de los poemas se hace elocuente, lleno de bravura.
Insinúa un futuro maloliente si no despertamos de nuestra modorra, de nuestra abulia. Porque, el futuro, ¿ existe el futuro? O, ¿es acaso una invención del hombre? ¿Existe la esperanza en el buen hombre?
Y esta visión casi apocalíptica y milenaria del político se une una visión de la “polis”, de nuestra ciudad como sinónimo de enfermedad y la ciudad deja de ser algo bueno para convertirse en algo malo. Esto anterior se ve plasmado en el poema: “El ocaso de los dioses”.

Sin embargo, a toda esta “barbarie” y esta corrupción y corruptela de los polìticos y la polis, existe un símbolo recurrente en todo el libro: la figura del niño. ¿Qué es el niño? El niño es la esperanza, es el renuevo – y quizà un poco- este oficio de cantar, este oficio de aeda y de ciego.

¡Ah los niños de las calles!
....
En oficios plebeyos,
Repartidos en plazas,
Y calles aledañas.
Crecidos.

Es interesante que el autor, en el libro tambièn tenga presente que el artista en general cuando se rebela ante la corrupciòn de los polìticos o ante lo que no debe-ser, levante la voz y esa voz en muchas ocasiones es mancillada, es escondida. Y que mayor ejemplo para lo anterior que el poema: Metafísica de Heriberto Padilla, un poema revelador y violento.

En el segundo acápite: FUEGO LUNAR.
El poeta se vuelve más cadencioso, màs intimista y se proyecta hacia dentro con poemas referenciales de otros textos y de otros escritores.
Es el hipertexto poético que como una pupila totalizadora nos señala con el verbo, con la palabra que muchas cosas que dirá, ya fueron dichas y que el Arte en general es recurrente, es un círculo vicioso que se repite una y otra vez en sus temáticas.

Una realidad ambivalente y presente en Oficio de ciegos.
En: UNA ABUELA, AFUERA, AMANECER, CARNAVAL, todo es ambivalencia y todo es y no es. El “destino” del hombre es incierto que posa y pasa de generaciòn en generaciòn., “detrás del abuelo y delante del padre” como se asegura en HIJO DEL HOMBRE.
Porque el mundo es dual, es doble, se desdobla en imágenes como DOS FUEGOS como la poesía y la poética de Oficio de ciegos, que se devora a sí misma en la orgía de la palabra.

El caos y una visión apocalíptica.
Anoto tambièn que, el poemario en general posee un carácter pesimista porque ni el mismo OFICIO DE CIEGOS, es en apariencia suficiente para “salvar” o redimir al hombre de su espíritu insano:

“Se olvidaron en la boca, nuestros nombres,
volaron como pájaros”.
Sin embargo, no todo está perdido y, en el poema VIDA BREVE, se dice que:

Cómo reposa el odio en el alma. Lo recojo y abono.
Hago una flor.
Después en el libro se hará referencia – como señalé- a otros autores en un juego de hipertextos como en los poemas de: LEZAMANÍA, Dylan Thomas, Pessoa, etc.

Por ser un poemario tan extenso, he deseado solo hablar de estas dos secciones del libro ya mencionadas. Un libro de poesía de 100 páginas –algo poco visto en la Literatura Nacional-, un libro delirante, y hago la advertencia: no fácil de leer pero que a la vez, solo nos habla de la gran capacidad de su autor, de su vitalidad poética, del dominio del lenguaje. Poesía de conceptos, intelectual, de un lirismo contenido como la buena poesía.

Oficio de ciegos es un libro de: la duda, de la existencia, de la negación del hombre pero, tambièn de la esperanza. Es un libro de vivencias, elegíaco en algunas ocasiones y de premoniciones.
Oficio de ciegos es un libro donde los elementos terrestres -como la lluvia- nos purifican por fuera y por dentro de esa maldad innata en el Hombre.
Pero, tambièn el hombre como la palabra, el verbo, la poesía si ha muerto posee la capacidad que como un Làzaro de resucitar. Porque la vida es un duro aprendizaje, no màs. Porque, la vida es un largo viaje que compartimos con los otros, no hay de otra. Porque, la vida, ¿què es la vida? ¡Una sucesión de recuerdos!
Oficio de ciegos, es un libro impactante y difícil. No es poesía escrita después de una resaca o inflada por la llama del alcohol. Por el contrario, Oficio de ciegos, nos muestra a un poeta con dominio del lenguaje, con una poesía de reflexiòn doliente y lacerante, en donde se confunde el discurso poético con la anécdota.
Oficio de ciegos, es un poemario de honda cavilación, de leer con cuidado, de reflexionar cada palabra, cada verso, cada poema. Es una poesía del detenerse y la cogitación.
Cuando uno lee un poemario como el de Paul Benavides Vílchez siento envidia pero, envidia de la buena de cuánto me hubiera gustado escribir un poemario como Oficio de ciegos porque, como lo dije en un post que publiqué hace varios meses en mi blog acerca de la poesía vs la narrativa:

DIEZ RAZONES DEL POR QUÉ SIGO SIENDO UN FANÁTICO DE LA POESÍA.
1. Porque de todos los géneros literarios, el primero fue la poesía, la poesía es la cuna del lenguaje.
2. Porque de todos los géneros literarios es el más difícil para su cre...ación. Un poema sirve o no sirve. No se le pueden hacer remiendos o quitarle partes y añadir otras como se puede hacer con otros géneros literarios.
3. Porque la Poesía, es el chispazo intuitivo. El poema nace de la oscuridad como la partícula diminuta que se agigante hasta constituir el mismo Universo.
4. Porque un poema no se “planea” llega y punto. En la narrativa, el escritor puede planear y quitar escenas, en el poema no se puede.
5. La Poesía es la cima de la montaña, sus sirvientes son la narrativa, el cuento, la dramaturgia. Pueden existir fugas poéticas en los diferentes géneros literarios como en la novela pero, la poesía como género máximo del lenguaje, no acepta ni admite en ella otros géneros.
6. El poeta es el orfebre de la palabra, su relojero máximo.
7. Porque la Poesía es la esencia del lenguaje. No minimizo la labor del narrador pero, lo que el narrador lo escribe en 100 páginas, el poeta lo dice en una página.
8. En la Poesía no existen horarios. La caza del poema se puede dar en cualquier momento. No así con la narrativa en donde preferentemente el escritor ocupa un horario para su labor y creación.
9. La fina sensibilidad del poeta disiente y se aparta a la del narrador.
10. Y, por último, ante la Poesía todos los géneros palidecen y parecen plebeyos.

Salud y larga vida al poeta Paul Benavides Vílchez.

viernes, 29 de agosto de 2014

Ricardo Piglia. Novela policíaca: Plata quemada.



Esta novela cuenta una historia real. Se trata de un caso de la crónica policial que tuvo como escenarios Buenos Aires y Montevideo en 1965. En septiembre de ese año una banda asalta un banco en San Fernando, província de Buenos Aires. También participan varios políticos y policías que se harán con su parte del botín una vez que el robo haya funcionado. El plan se cumple. Sin embargo, en la huida, los maleantes deciden traicionar a sus socios y escapar con toda la plata. La policía no lo va a permitir.
Ricardo Piglia tuvo acceso a materiales confidenciales. El ritmo de Plata quemada es implacable, no da tregua ni concede nada. Es dura y conmovedora, deslumbrante y verdadera.
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Esta Plata quemada, título de la novela de Ricardo Piglia, fue publicada por primera vez en Buenos Aires en 1997, siendo ganadora, no sin briosa polémica, del Premio Planeta Argentina, siempre con derecho a la duda como tantos otros premios de diferentes autores de esta editorial, no por intranscendente calidad de las obras premiadas, sino por la perplejidad de si es honesta o deshonesta la decisión del jurado correspondiente. De aquí que la concesión del citado premio a Ricardo Piglia despertara una polémica que terminó en juicio, iniciativa del arquitecto y escritor Gustavo Nielsen que quedó finalista con El amor enfermo. La denuncia a tan afamado autor no fue debida a la calidad de la novela premiada, que nadie puso en duda, sino en la conexión que tenía Piglia con la editorial.

Pero independientemente de estas polémicas que continúan produciéndose, para jolgorio y deterioro sobre la credibilidad literaria editorial, esta novela policial es publicada en España por primera vez finales del año 2000 en Anagrama, con la suma hasta finales del pasado año de seis ediciones. Lo que sin trucos y componendas de editoriales y jurados degenerados, garantiza la calidad de esta narración de género policíaco, que comenzó a escribir Piglia en 1968 figurando en el número 47 de la lista seleccionada en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles de los mejores 100 libros en lengua de Cervantes de los últimos 25 años, continuando viva, trepidante y emocional hasta el filo del infarto, por la densidad y lo expuesto en su trama, cuyo contenido fue tomado de un hecho real transcurrido entre Buenos Aires y Montevideo.

La historia de esta delirante novela policiaca y social está sacada del asalto a un banco de San Fernando (Argentina) en 1965. El escritor investigó el caso, pudiendo acceder a toda la documentación confidencial y periodística de aquellas fechas, de un suceso que conmovió a la sociedad produciendo abundancia de noticias sobre el macabro fenómeno social del emocional acontecimiento. Tras esa laboriosa búsqueda documental la pluma de Piglia logró darle vida y esplendor literario semejante a una tragedia griega contemporánea. Lo que con el tiempo transcurrido se ha convertido en una de las excelentes novelas del género policíaco Latinoamericano, fruto de limpio e implacable ritmo narrativo lleno de diálogos envolventes entre los personajes, esclavos, al fin de cuentas de sus peliagudas circunstancias sociales. Comparable historia que se puede semejar por la temática A sangre fría de Truman Capote.

La narración elaborada literariamente desde la una auténtica realidad documental, como expongo, sigue el ejemplar modelo del clásico realismo narrativo de la obra maestra de Capote. La historia de la aventura siniestra se inicia en septiembre de 1965 con un preparado y bien planificado asalto a un banco en San Fernando, provincia de Buenos Aires. En tan estudiado propósito además del equipo de ladrones profesionales, participaron desde un segundo plano, elementos políticos, los cuales, según lo acordado, por facilitar información y estrategia para el asalto al furgón de seguridad portador de los caudales, se llevarían su parte del botín, algo que “pese al mutismo de los jefes policiales, trascendió surgiendo pistas firmes que llevarían a los investigadores hacia los contactos políticos de la banda” Aquí las suposiciones para emprender las investigaciones. En la segunda secuencia, sin embargo, se medita durante la huida tras el atraco, cuando los maleantes deciden traicionar a los socios y escapar con todo el dinero.

Pero la operación se complica y los resultados no se suceden como tenían calculado, no obstante los delincuentes logran no sin apuros y coste económico, saltar a Uruguay con ayuda de cómplices. El comisario Silva que asume el delicado y peligroso asunto de detener a esa banda de atracadores, avisa de que se trata de “unos sujetos peligrosos, antisociales, homosexuales y drogadictos”, nada que ver con grupos del peronismo sino delincuentes comunes, psicópatas y asesinos con frondosos prontuarios”, dispuestos a todo, sin contemplaciones. Logrado cruzar al país vecino tras una vertiginosa y alucinante persecución y ser localizados, pero dos de ellos consiguen hacerse fuertes en un apartamento, bien provistos de armamentos diverso y numeroso, comida para bastante tiempo, y lo más tenebroso, droga en cantidades alucinantes para una feroz y suicida resistencia.

Aquí la narración logra llenar la mayor tensión de la historia al rebozar esta trepidante historia de miedos y locuras envuelta en un peligroso proceso, riesgos y ansiedades provocados por la desesperación donde los dos atracadores, muestran su alto grado la demencia con tan enloquecida resistencia, que los mantiene bajo la desesperación y la euforia, alimentada por la droga para no desfallecer, protagonizando los más las inverosímiles desafíos endemoniados con todas las consecuencias. Una exposición que reconstruye las relaciones entre los protagonistas, sus temores y motivaciones, reacciones frente al miedo y la traición, entre ellos mismos que los lleva a provocar sorprendentes monólogos y recuerdos de tiempos vividos en la desgraciada niñez y adolescencia, que marcó sino y destino de sus vidas hasta convertirlas en tragedia. Exposición que aprisiona al lector por la desazón que se manifiesta. Narrada con estilo y conciencia propio de Ricardo Piglia, que ejerce presión incluso en el lector, necesitando éste de toda concentración para no dejar escapar detalle alguno, de tan excelente narración conmovedora a extremos palpitantes y emocionales.

Temas: ricardo, piglia, autor, trepidante, y, delirante, novela, policíaca, plata, quemada, sociedad, publica,
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Capítulo Primero de esta novela.
Sinopsis
Plata Quemada
Planeta
RICARDO PIGLIA

PLANETA

Esta novela recibió el

Premio Planeta de Novela 1997 (Argentina)

otorgado por el siguiente Jurado:


Mario Benedetti

María Esther de Miguel

Tomás Eloy Martínez

Augusto Roa Bastos

Guillermo Schavelzon




 ¿Qué es robar un banco

comparado con fundarlo?


BERTOLT BRECHT

 UNO



LOS llaman los mellizos porque son inseparables. Pero no son hermanos, ni son parecidos. Difícil incluso encontrar dos tipos tan diferentes. Tienen en común el modo de mirar, los ojos claros, quietos, una fijeza extraviada en la mirada recelosa. Dorda es pesado, tranquilo, con cara rubicunda y sonrisa fácil. Brignone es flaco, ágil, liviano, tiene el pelo negro y la piel muy pálida como si hubiera pasado en la cárcel más tiempo del que realmente pasó.
Salieron del subte en la estación Bulnes y se detuvieron frente a la vidriera de una casa de fotografías para asegurarse de que nadie los seguía. Eran llamativos, extravagantes, parecían una pareja de boxeadores o una pareja de empleados de una empresa de pompas fúnebres. Iban vestidos con .elegancia, de oscuro, con traje cruzado, el pelo corto, las manos muy cuidadas. La tarde estaba tranquila, una de esas tardes limpias de primavera, con una luz blanca y transparente. La gente se alejaba de las oficinas y volvía a su casa, con aire reconcentrado.
Esperaron que cambiara la luz del semáforo y cruzaron la Avenida Santa Fe hacia Arenales. Habían tomado el subte en Constitución y habían hecho una serie de combinaciones, vigilando que nadie los siguiera. Dorda era muy supersticioso, estaba siempre viendo signos negativos y tenía múltiples cábalas que le complicaban la vida. Le gustaba andar en subte, moverse bajo la luz amarilla de los andenes y de los túneles, subir a los vagones vacíos y dejarse llevar. Cuando estaba en peligro (y siempre estaba en peligro) se sentía seguro y protegido viajando en las entrañas de la ciudad. Era fácil sacarse de encima a los pesquisas. Bastaba quedarse a último momento en el andén vacío y dejar que el tren sé fuera para confirmar que estaba a salvo.
Brignone trataba de calmarlo.
—Va a salir bien, está todo controlado.
—No me gusta que haya tanta gente metida.
—Si algo te tiene que pasar, va a pasar igual aunque no haya nadie. Si te cae la malaria, no hay quien te salve. Te parás a comprar cigarrillos, te desvías un minuto y perdiste.
—¿Y para qué quieren juntamos ahora?
Un asalto primero hay que programarlo y después hay que moverse rápido para impedir las filtraciones. Rápido quiere decir dos días, tres días, desde que se tiene la primera información hasta que se encuentra un aguantadero en otro país. Hay que pagar siempre, poner plata pero también jugarse al riesgo de que el entregador le venda el dato a otro grupo.
Iban a una posta, los mellizos, en un departamento de la calle Arenales. Un lugar limpio, en un barrio seguro, contra la cortada que daba a la fábrica de cerveza. Lo habían alquilado par«tener un centro de operaciones desde el cual organizar los movimientos.
“Es un bulín en un barrio bacán, sólo una guarida para armar el tute y esperar", les había dicho Malito cuando los contrató. Los mellizos eran de la pesada, tipos de acción, y Malito se había jugado por ellos, y les dio toda la información. Pero siempre desconfiado, eso sí, Malito, cuidadoso al mango con las medidas de seguridad, con los controles, un enfermo, nunca se dejaba ver. Era el hombre invisible, era el cerebro mágico, actuaba a distancia, tenía circuitos y contactos y conexiones raras, "la loca Mala", como le decía el loco Dorda. Porque se llama nomás Malito, ése era su apellido. En Devoto había conocido a un cana que se llamaba Verdugo, eso es peor. Llamarse Verdugo, llamarse Esclavo, había uno que se llamaba Battilana, con esos apellidos, mejor llamarse Malito. Los otros tenían sobrenombre (Brignone era el Nene, Dorda era el Gaucho Rubio) pero Malito era su propio seudónimo. Cara de ratón, ojitos pegados a la nariz, nada de mentón, pelo colorado, muy sereno, manos de mujer, inteligentísimo, sabía de motores, de caños, armaba una bomba en dos minutos, movía los deditos así, ajustando el reloj, los frasquitos con la nitro, todo sin mirar, como un ciego, moviendo las manos como un pianista y era capaz de hacer volar una comisaría.
Malito era el jefe y había hecho los planes y había armado los contactos con los políticos y los canas que le habían pasado los datos, los planos, los detalles y a quienes tenían que entregarles la mitad del paquete. Había muchos metidos en ese negocio pero Malito pensaba que ellos tenían diez o doce horas de ventaja, que podían dejarlos a todos pagando, rajarse con toda la mosca y cruzar al Uruguay.
Esa tarde se habían dividido en dos grupos. Los mellizos se fueron al depto de Arenales para repasar con cuidado todos los pasos de la operación. Mientras, Malito alquiló una pieza en un hotel enfrente del lugar donde pensaba realizar el asalto. Desde la ventana del hotel veía la plaza de San Femando y el edificio del Banco de la Provincia y trataba de imaginar cómo iban a ser los movimientos, el cronometraje de la acción, la salida a contramano y el ritmo del tráfico.
La camioneta rural IKA propiedad del tesorero iba a marchar hacia la izquierda, siguiendo la dirección de las agujas del reloj, y había que entrar de frente y pararla antes de que cruzara el portón de entrada a la Municipalidad. La dirección del tránsito los obligaba a dar vuelta toda la plaza y cortarles el paso a mitad de camino. Tenían que matar al chofer y a todos los custodios antes de que atinaran a defenderse porque sólo tenían a favor la sorpresa.
Algunos testigos aseguran haber visto a Malito en el hotel con una mujer. Pero otros dicen que sólo vieron a dos tipos y que no había ninguna mujer. Uno de los dos era un flaquito nervioso, que se inyectaba a cada rato, el Chueco Bazán, que estaba realmente esa tarde, con Malito, en la pieza del hotel en San Femando vigilando el movimiento del banco desde la ventana que daba a la calle. Después del asalto la policía allanó el lugar y en el baño encontraron las jeringas y una cuchara y los cristales abandonados. La policía supuso que el Chueco era el joven que bajó al bar y pidió un calentador de alcohol. Los testigos se contradicen como siempre sucede, pero todos coinciden en que el chico parecía un actor y que tenía una mirada extraviada. De ahí infieren que él era el que se inyectaba heroína antes del asalto y el que habría pedido la carucita para calentar la droga. Enseguida los testigos empezaron a llamarlo "El Pibe" y después hubo alguna confusión entre Bazán y Brignone y varios aseguraron que los dos eran uno, al que todos llamaban "El Pibe". Un flaco muy nervioso, que llevaba la pistola en la zurda, con el caño hacia el cielo, como si fuera un tira de civil. La gente en situaciones como esa siente que se le llena la sangre de adrenalina y se emociona y se obnubila porque ha presenciado un hecho a la vez claro y confuso. Algunos vieron un auto que se cruzaba frente a la rural IKA y se oyó un estruendo y un tipo en el suelo pataleaba al morir.
Tal vez pensaron refugiarse en el hotel después del asalto si no alcanzaban a escapar. Lo más seguí o es que había dos tipos controlando el Banco desde el hotel y otros tres que llegaron en un Chevrolet 400 "preparado", según todas la versiones. Rápido como una bala, el auto. Tal vez uno de los malandras era mecánico y lo había afinado y lo dejó hecho una seda, al sedán, con el motor a más de 5.000 resoluciones.
San Femando es un suburbio residencial de Buenos Aires, con calles quietas y arboladas, poblado de grandes mansiones de principio de siglo que han sido transformadas en colegios o están abandonadas sobre las altas barrancas que dan al río.
La plaza estaba quieta bajo la luz blanca de la primavera.
Mientras Malito y el Chueco Bazán pasaban la tarde y la noche de la víspera en el hotel de San Femando, el resto de la gavilla se encerró en el departamento de la calle Arenales. Habían levantado un auto en la provincia y lo habían guardado en el garaje del sótano y después por la escalera de servicio subieron con los equipos y los fierros y se quedaron ahí, con las persianas bajas, a esperar órdenes y dejar pasar las horas.
No hay nada peor que el día antes, cuando ya todo está listo y sólo falta salir a la calle y apretar, porque uno se pone vidente, ve visiones, cualquier cosa parece una señal de mala suerte, un buchón que caza movimientos raros y le pasa el dato a la policía y te arman una emboscada al llegar, por eso si uno tiene “mala fariña” (dice Dorda) hay que levantar todo, volver a empezar, dejar que venga el mes que viene.
La entrega era siempre el 28 de cada mes, a las tres de la tarde: la guita se movía del Banco de la Provincia al edificio de la Municipalidad. Un vagón de plata, casi seiscientos mil dólares, que daban la vuelta a la manzana, siguiendo la línea de la plaza de izquierda a derecha, en total eran siete minutos desde que aparecían con el dinero en la puerta del banco, la subían a la camioneta IKA, y la entraban en el edificio de la Intendencia por el portón del fondo.
—Te digo una cosa, hermanito —le sonrió a Dorda, el Nene Brignone—, nunca estuviste metido en una cosa tan "científica" como esta, tenemos todo bajo control.
Dorda lo miraba, desconfiado, y tomaba cerveza del pico de la botella, tendido en el sofá, en mangas de camisa y sin zapatos, de cara a la tele que brillaba sin sonido, en el living que daba a la calle Arenales. El departamento era silencioso, era nuevo, estaba limpio, los papeles en orden. Lo había alquilado el chofer de la banda, el Cuervo Mereles para su “novia” dijo y en el barrio todos pensaban que Mereles era un hacendado de la provincia de Buenos Aires que mantenía a la chica y a su familia. Ahora la familia de la novia se había ido a pasear a Mar del Plata y el depto se convirtió en lo que Malito llamaba su base de operaciones.
Tenían que andar con cuidado esa noche, no hacerse ver, no hablar con nadie, estar tranquilos. Había un teléfono, abajo, en el segundo subsuelo del edificio y desde allí cada dos o tres horas se comunicaban con la pieza del hotel en San Femando. Malito les había dicho: —Usen siempre el teléfono del garage, no llamen nunca con el fono de la casa.
Tenía varias obsesiones, Malito: el teléfono era una. Según él, todos los teléfonos de la ciudad estaban pinchados. Pero tenía otros rayes, la loca Mala, según el revirado de Dorda. No podía ver la luz del sol, no podía ver mucha gente junta, todo el tiempo se estaba lavando las manos con alcohol puro. Le gustaba la sensación fresca y seca del alcohol en la piel. El padre era médico, decían, los médicos se lavan las manos con alcohol, hasta el codo, al terminar las visitas, y a él le quedó la costumbre.
—Todos los gérmenes —explicaba Malito— se trasmiten por las manos, por las uñas. Si la gente no se diera la mano, moriría el diez por ciento menos de la población, que mueren por los bichos.
Los muertos por la violencia (según él) eran menos de la mitad de los muertos por enfermedades contagiosas y nadie llevaba preso a los médicos (se reía Malito). A veces se imaginaba a las mujeres y los chicos por la calle con guantes de cirujano y caretas antigérmenes, iodos enmascarados en la ciudad, para evitar las enfermedades y el contacto.
Malito venía de Rosario, había estudiado hasta cuarto año de Ingeniería y a veces se hacía llamar el Ingeniero aunque todos en secreto le decían el Rayado. Porque era loco pero también a causa de las marcas que tenía en el cuerpo, como costurones, porque le habían dado unos azotes, en una comisaría de Turdera, con el fleje de una cama, un bruto de la policía de la provincia. Malito lo fue a buscar y se lo levantó una noche, cuando el tipo bajaba de un colectivo en Varela, y lo ahogó en una zanja. Lo hizo arrodillar y le hundió la cara en el barro y dicen que le bajó los pantalones y lo violó mientras el cana se sacudía con la cabeza enterrada en el agua. Dicen, nunca se sabe. Un tipo simpático, Malito, entrador, un poco taimado. Hay pocos como él en este ambiente. Siempre logra que los otros hagan lo que él quiere como si fuera idea de ellos.
Por otro lado nunca nadie vio a un tipo con la suerte de Malito. Tenía un Dios aparte. Un halo de perfección que hacía que todos quisieran trabajar con él. Por eso había armado en dos días el asalto al camión pagador de la Municipalidad de San Fernando. Un asunto grosso, que no es un chiche (según el Chueco Bazán), con más de medio palo en juego.
Había un teléfono entonces, en una caja de madera, abajo, en el garaje del depto de la calle Arenales y desde ahí le hablaron a Malito, la noche antes.
Malito concebía el asalto como una operación militar y les había dado instrucciones estrictas y los complotados revisaban ahora por última vez el plan.
El Cuervo Mereles, un flaco de ojos saltones, tenía una hoja con un plano de la plaza y estaba terminando de definir los detalles principales.
—Tenemos cuatro minutos. El camión viene desde el banco y tiene que dar la vuelta a la plaza por acá. ¿Es así o no?
El entregador era un cantor de tangos que se hacía llamar Fontán Reyes; había llegado último al bulo de la calle Arenales, nervioso, pálido, y se había sentado en un costado. Después de la pregunta del Cuervo, todos se quedaron en silencio y lo miraron. Entonces, Reyes se levantó y se acercó a la mesa.
—El camión viene con las ventanillas abiertas —dijo.
Había que hacer todo a la luz del día, a las tres y diez de la tarde, en el centro de San Fernando. El dinero de los sueldos salía del Banco y era llevado al edificio de la Municipalidad que estaba a doscientos metros. Por la dirección del tránsito, el camión pagador tenía que dar toda la vuelta a la plaza.
—Tarda, término medio, entre siete y diez minutos, según el tráfico.
—¿Y cuántos son los custodios? —dijo el Nene.
—Dos policías acá y acá. Un policía en el camión son tres.
Estaba nervioso Reyes. Muerto de miedo, en realidad (según declaró más tarde). Fontán Reyes, era su nombre artístico, su verdadero nombre es Atir Ornar Nocito y tiene treinta y nueve años, había cantado en la orquesta de Juan Sánchez Gorio y había actuado en radio y en televisión, incluso llegó a grabar un disco con dos tangos, "Esta noche de copas" y "Noche de locura", acompañado por el pianista Osvaldo Manzi. Su momento de mayor gloria fue en los carnavales del 60, cuando debutó con Héctor Varela como el sucesor de Argentino Ledesma. Enseguida empezó a tener problemas con las drogas. En junio viajó a Chile formando dúo con Raúl Lavié pero al mes se le terminó la voz y quedó afónico. Demasiada cocaína, pensaban todos. Lo cierto es que tuvo que volver y empezó a andar en la malaria y terminó cantando en una cantina de Almagro acompañado con guitarras. Últimamente había tenido algunos bolos en festivales, bailes de clubes y recorridas por piringundines del Gran Buenos Aires.
La suerte es rara, la precisa llega cuando nadie la espera. Una noche, en un boliche, lo buscaron para pasarle un dato y como en un sueño se enteró de un movimiento muy grosso de plata, supo que podía sacarse la grande y se jugó. Llamó a Malito. Quería entrar y salir Fontán Reyes, pero esa tarde en el depto de Arenales sintió que se estaba quedando pegado, no sabía cómo irse, tenía miedo, el cantor, miedo de todo (en especial, dijo, del Gaucho Dorda, un chiflado, un subnormal), que lo maten antes de darle su parte, que lo entreguen, que la policía lo esté usando de pichi. Está desesperado, en la lona, quiere zafar. Su ilusión es dar el golpe de su vida, cobrar y levantar vuelo, empezar de nuevo, en otro lado (cambiar de nombre, cambiar de país), piensa poner, con esa plata, un restorán argentino en Nueva York y trabajar con la clientela latina. Una vez pasó por Manhattan con Juan Sánchez Gorio e hicieron capote en el Charlie de la calle 53 West, un restorán que regenteaba un cubano loco por el tango. Necesitaba la plata para instalarse porque el cubano le había prometido ayudarlo si llegaba a Nueva York con capital, pero todo era cada vez más peligroso porque se había tenido que mezclar con estos tipos que parecían alucinados, como si estuvieran siempre pichicateados. Se reían por cualquier cosa y no dormían nunca. Tipos pesados, asesinos, les gusta matar por matar, no se podía confiar.
Su tío, Niño Nocito, era un puntero del peronismo proscripto de la Zona Norte, dirigente de la Unión Popular y presidente interino del Concejo Deliberante de San Femando. Unos días antes ocasionalmente surtió había presenciado una reunión de la comisión de finanzas y se había enterado de todo. Esa noche fue a escuchar cantar a su sobrino a un boliche de mala muerte en Serrano y Honduras y a la segunda botella de vino ya empezó a farolear.
—Fontán... hay por lo menos cinco millones.
Necesitaban contratar una gavilla de toda confianza, un grupo de profesionales que se hiciera cargo de la operación. Reyes tenía que garantizar que su tío estuviera cubierto.
—Nadie tiene que saber que yo estoy en esto. Nadie —dijo Nocito. Tampoco quería saber quién se iba a ocupar del trabajo. Sólo quería la mitad de la mitad, es decir, quería limpio setenta y cinco mil dólares (según sus cálculos).
Fontán Reyes los tenía que esperar en una casa en Martínez donde se iban a refugiar enseguida del asalto. Calcularon que en media hora estaría todo listo.
—Si no llegamos en media hora —dijo el Cuervo Mereles— quiere decir que vamos al segundo retén.
Fontán Reyes no sabía dónde quedaba el segundo retén y tampoco sabía qué quería decir esa palabra. Malito había aprendido el sistema con Nando Heguilein, un ex integrante Je la Alianza Libertadora Nacionalista, del que se hizo amigo una vez que estuvo preso en Sierra Chica. Una estructura celular impide las caídas en cadena y te da tiempo para escapar (dice Nando). Hay que tener siempre cubierta la retirada.
—¿Y entonces? —dijo Fontán Reyes—. ¿Si no llegan?
—Entonces —dijo el Gaucho Rubio—, escondéte Catalina.
—Quiere decir que hubo algún problema —dijo Mereles. Fontán Reyes vio las armas amontonadas sobre la mesa y por primera vez se dio cuenta de que se había jugado todo a cara o ceca. Hasta entonces había servido de tapadera a algunos trabajos sucios de sus amigos. Los había escondido, después de un asalto, en su casa en Olivos, había cruzado merca a Montevideo y había vendido algunos "ravioles" en los boliches del bajo. Trabajo liviano, pero esta vez era distinto. Había fierros, iba a haber muertos, él era un cómplice directo. Claro que se arriesgaba por un paquete.
—Por lo bajo —le había dicho su tío— es un millón de mangos por cabeza.
Con cien mil dólares podía abrir el boliche en Nueva York. Un lugar para retirarse y vivir tranquilo.
—¿Tenés esta noche dónde ir? —le preguntó Mereles y Fontán Reyes se sobresaltó.
Los iba a esperar en un lugar que nadie conocía y los iba a llamar por teléfono.
—La operación debe durar seis minutos —insistió el Nene—. Más de eso es muy peligroso porque hay dos comisarías en un radio de veinte cuadras.
—La clave —dijo Fontán Reyes— es que no haya filtraciones.
—Hablás como si fueras plomero —dijo Dorda.
En eso se abrió la puerta y una muchacha rubia, casi una nena, vestida con mini y una blusita floreada entró en la pieza. Estaba descalza y se abrazó a Mereles.
—¿Tenés, papi? —dijo.
Mereles le acercó un vidrio con cocaína y la muchacha se fue a un costado y empezó a picarla sobre el espejito con una gillette. Después la calentó con un encendedor mientras tarareaba “Yesterday" de Paul McCartney. Tenía un billete de cincuenta pesos enrollado como un cucurucho y se lo puso en la nariz y aspiró con un ronquido suave. Dorda la miró de reojo y se dio cuenta de que la nena no usaba corpiño, se le veían las tetitas bajo la blusa liviana. r—Tarda, término medio, diez minutos, según el tránsito.
—Vienen dos custodios y un cana —recitó Brignone.
—Hay que matarlos a todos —dijo Dorda de golpe—. Si dejás testigos te encanastan porque son todos guanacos.
La vida de la chica había cambiado de pronto y seguía la rosca con la seguridad de que otra oportunidad como esa no se le iba a dar en la vida. Se llamaba Blanca Galeano. En enero había viajado sola a Mar del Plata a visitar a una amiga y a festejar porque había pegado los exámenes de diciembre del tercer año del Normal 1. Una tarde en la rambla había conocido a Mereles, un tipo flaco y elegante que paraba en el Hotel Provincial. Mereles se presentó como el hijo de un hacendado de la provincia de Buenos Aires, y Blanquita le creyó. Tenía quince años recién cumplidos y cuando supo quién era el Cuervo Mereles y a qué se dedicaba, ya no le importó. (Al contrario, le gustó más, se calentó como loca con el pistolero que la llenaba de regalos y le hacía todos los gustos.) Empezó a vivir con él y los tipos de la banda la miraban como si fueran perros hambrientos. Una vez había visto en un potrero una jauría de perros muertos de hambre atados a una cadena que se abalanzaban sobre todo lo que se movía y se trenzaban entre ellos y aliara tuvo la misma impresión. Cuando Mereles los soltara se le iban a venir encima. Y alguna vez, tarde o temprano, iba a pasar. Se los imaginó que la miraban mientras ella se paseaba desnuda, con tacos altos, y después se vio encamada con el Nene como a veces la incitaba Mereles. Querés que lo traiga, le decía el degenerado y elle: se calentaba. Le gustaba el morochito, tan pálido, parecía tener la edad de ella. Pero era bufarrón (según el Cuervo). O te gusta el grandote, le decía Mereles, mirá que es en un gaucho bruto y Blanca se reía, se le tiraba encima. "Dame" decía. "Papito." Desnuda, con tacos altos, se paseaba la Nena, él la paraba contra el espejo, ella se apoyaba en la banqueta, se sacaba el gusto.
No quería enterarse de lo que estaban planeando y se volvió a la pieza. Estaban tramando algo pesado (porque algo siempre tramaban cuando se juntaban a hablar en voz baja y se pasaban los días sin salir de la casa). Tenía que estudiar porque debía dos materias y quería terminar el secundario. Iba a estar con Mereles unos meses, como una vacación y después todo iba a volver a ser como antes. "Tenés que aprovechar ahora que sos joven", le dijo su madre cuando empezó a llevar plata. El padre, don Antonio Galeano, vivía en babia, no sabía nada, trabajaba en Obras Sanitarias, en el edificio que parecía un palacio, en Río Bamba y Córdoba. La que se malició todo enseguida fue su mamá, se quejaba siempre de su padre, que no ganaba más que para vivir con lo justo, y en cuanto se enteró, empezó a quedarse sola con la nena para que le contara. Las hijas hacen siempre lo que las madres quieren. Y cuando lo conoció a Mereles la madre sintió los ojos de degenerado del Cuervo en las tetas y se empezó a reír. La nena la miró y ella supo que también podía tener celos de su madre. “Parecen hermanas", dijo Mereles, "permítame que le dé un besito".
—Claro querido—dijo la madre—, me tenés que cuidar a Blanquita, mirá que si el padre se entera...
—¿Se entera de qué?
De que era casado. Casado y separado y siempre con negras baratas que sacaba de los cabarutes del bajo.
La Nena se tiró en la cama con el libro de matemáticas y empezó a pensar en cualquier cosa. Mereles le había prometido llevarla a Brasil a ver el carnaval. Del otro lado de la puerta habían bajado la voz y no se oía nada hasta que al rato le llegaron unas risas.
Dorda parecía un poco ido y era un derrotista y veía todo negro y siempre hacía chistes catastróficos y por eso al final todos se divertían con él.
—Nos van a encerrar en la salida de la plaza y vamos a quedar enganchados y nos van a matar como a cachirlas.
—No seas yeta, Gaucho —dijo el Cuervo—, que va a manejar papá y te va a sacar por la vereda esquivando a los canas.
Dorda se empezó a reír, le daba risa la visión del auto saliendo a contramano por la vereda hacia la plaza en medio de los tiros y los muertos.

jueves, 28 de agosto de 2014

Fernando del Paso Morante. Novela: Noticias del imperio.

Fernando del Paso Morante (Ciudad de México, 1 de abril de 1935) es un escritor, dibujante, pintor, diplomático y académico mexicano.

Como primera aspiración tuvo ser médico, sin embargo, como uno de sus personajes, Palinuro, sufrió por la sangre y terminó efectuando estudios de Economía y literatura en la UNAM. Ha trabajado como publicista, locutor y periodista, además de ser dibujante y pintor. Fue un conocido amigo del escritor francés Maurice Blanchot.

En 1955 comienza a trabajar como escritor de textos para varias agencias publicitarias. Es la época en que, influido por William Faulkner, James Joyce, Juan Rulfo y Lewis Carroll, del Paso empieza Sonetos de lo diario, libro que publicará en 1958.

Para terminar José Trigo, recibe la beca del Centro Mexicano de Escritores en 1965. Al año siguiente publica la novela, que recibe el Premio Xavier Villaurrutia.1 Se demoró 7 años en finalizar esta obra y le ocurrirá lo mismo en con sus dos siguientes obras.

Becado por la fundación Ford, del Paso viaja a Iowa en 1969 para participar en el `International Writing Program`, en donde reside 3 años.

En 1971 se muda nuevamente, esta vez a Londres, debido a que recibe la Beca Guggenheim, que se le volverá a otorgar en 1981.

Es aquí en donde comienza a trabajar en su siguiente novela, misma que publica en 1977. Palinuro de México obtiene el Premio Rómulo Gallegos 1982. Durante su estancia en Londres, a la par de sus proyectos literarios, trabaja como productor de programas de radio, escritor y locutor en la BBC.

Después de vivir 14 años en la capital británica, se traslada en 1985 a París donde se desempeña como consejero cultural en la embajada de México —cargo que ejercerá 3 años—, a la vez que trabaja en Radio France Internationale como escritor y productor. Ese mismo año Palinuro de México se tradujo al francés, recibe el reconocimiento de la crítica francesa y el Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia. En 1986 gana el premio Radio Nacional de España al mejor programa en español de carácter literario por su Carta a Juan Rulfo.

En 1988 publica Noticias del Imperio, que se cuenta entre las `nuevas novelas históricas` escritas en América Latina. Basada en la vida de los emperadores Maximiliano I de México y su consorte Carlota de México, esta novela enciclopédica no se conforma con una descripción monológica de `lo que sucedió`. Al contrario, del Paso mismo insiste en ofrecer, de forma historiográfica, todas las versiones posibles de los incidentes importantes en la vida de los protagonistas y de la intervención francesa en México. Esta obra tuvo decisiva influencia en otras de generaciones posteriores, sobre todo en escritores cubanos como Leonardo Padura en La novela de mi vida y sobre todo influencia testilística en Fernando Velázquez Medina y su novela experimental Última rumba en La Habana.

En 1989 es nombrado cónsul general de México en París, cargo en el que permanece hasta 1992.


En 1992 regresa a México y asume el cargo de director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz de la Universidad de Guadalajara. En esta ciudad comienza a trabajar en su siguiente novela, en la que explora el género de la literatura de suspenso, y que se publica en 1995: Linda 67.

En mayo del 2007 la citada universidad le hace un homenaje público al nombrar a la mayor de sus bibliotecas, ubicada en el Centro Universitario de la Ciénega, como Biblioteca Mediateca Fernando del Paso.

Entre los reconocimientos que ha obtenido, además de los ya citados, destacan: el premio Novela México 1975, Mazatlán de Literatura 1988, Nacional de Lingüística y Literatura 1991,2 y Premio FIL de Literatura 2007. En 1993 fue nombrado Creador Emérito. En octubre de 2006, fue elegida miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.3 Es miembro honorario del Seminario de Cultura Mexicana.4 El 12 de febrero de 1996 ingresó a El Colegio Nacional con el discurso `Yo soy un hombre de letras`, el cual fue contestado por el doctor Miguel León-Portilla.5

Además de su labor literaria, Fernando del Paso ha incursionado en el dibujo y la pintura: ha presentado sus obras en Londres, Madrid, París y varias ciudades de Estados Unidos. En la ciudad de México ha expuesto en el Museo de Arte Moderno y el Museo de Arte Carrillo Gil, y en Guadalajara, en el Instituto Cultural Cabañas y en el Ex Convento del Carmen. El día 5 de diciembre de 2013 es distinguido con el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Guadalajara.

***
Todo el mundo escuchó y fue testigo de la injusticia que cometía, en 1862, el Emperador Napoleón III con la nación mexicana. Los franceses intentaron, por mediación de una ínfima minoría, someter a los ciudadanos mexicanos que a valor de sangre, tierras e ideales, recién habían conseguido un apretado triunfo contra el Clero y la vertiente conservadurista, después de la Guerra de Reforma. El presidente Benito Juarez aún no tocaba con su espalda la silla presidencial, cuando una vez más se vio obligado a huir en su carroza. Los mexicanos recibieron la noticia en el año de 1863: Un príncipe de la Gloriosa Casa de Habsburgo sería colocado a la cabeza del poder por medio de la mano francesa y la unión de esta con las armas conservadoras. El Archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo llegaría a México para convertirse en Emperador, del triste y efímero Segundo Imperio Mexicano. A los mexicanos ni siquiera les importó. Bastante tenían con su batalla diaria contra la vida, la escases y el infortunio que les habían acarreado décadas de guerras fratricidas. O al menos eso parecía.
Fernando Del Paso nos regala esta novela trágica, triste, irónica y conmovedora, donde la protagonista es la viuda María Carlota Amelia de Sajonia-Coburgo, princesa de los belgas y duquesa de Lombardo-Veneto. El ritmo vertiginoso con que lleva sus letras y sus memorias es suficiente para hacer que el lector contenga el aire en sus pulmones unas cuantas veces al pasarlas. Y cada uno de sus capítulos es un resumén de la trágica existencia de esta noble mujer, incansable defensora de sus pueblos, que se fusionaba con la sangre que le acogía allá donde iba.
Fuente: N.N.

martes, 26 de agosto de 2014

Mempo Giardinelli. Novela: "Luna caliente".


Mempo Giardinelli es un escritor argentino, cuya obra ha sido muy bien recibida por la crítica y los lectores de diferentes culturas.
Nació en Resistencia, Chaco, República Argentina. Vivió en Buenos Aires entre 1969 y 1976, estuvo exiliado en México entre 1976 y 1984, y cuando regresó fundó y dirigió la revista `Puro Cuento` (1986-1992). Actualmente reside en Resistencia.
Su obra ha sido traducida a veinte idiomas y ha recibido numerosos galardones literarios en todo el mundo, entre ellos el Premio Rómulo Gallegos 1993.
Es autor de varias novelas, libros de cuentos y ensayos, y escribe regularmente en diarios y revistas de la Argentina, España, Chile y otros países. Ha publicado artículos, ensayos y cuentos en medios de comunicación de casi todo el mundo.
Ha dictado cursos, seminarios y talleres, y ha dado lecturas en más de un centenar de universidades y academias de América y Europa.
Es frecuentemente invitado a integrar jurados de importantes premios literarios internacionales y ha participado como invitado especial en las Ferias Internacionales del Libro de Buenos Aires, Bogotá, Caracas, Frankfurt, Guadalajara, La Habana, Madrid, Milán, Montevideo, Porto Alegre y Santiago.
Es miembro del Consejo Asesor de la Comisión Provincial de la Memoria, de la Provincia de Buenos Aires. Y del Consejo de Administración de la Organización No Gubernamental Poder Ciudadano, capítulo argentino de Transparency International.
En 1996 donó su biblioteca personal de 10.000 volúmenes para la creación de una fundación, con sede en el Chaco, dedicada al fomento del libro y la lectura, y a la docencia e investigación en Pedagogía de la Lectura. Esta fundación ha creado y sostiene diversos programas culturales, educativos y solidarios: www.fundamgiardinelli.org.ar

LUNA CALIENTE. NOVELA.
Luna caliente narra una historia de obsesión, de sexo y de crímenes situada en un contexto inusual como marco de novela negra: la Argentina de 1977, sometida a la dictadura militar, donde la lucha antisubversiva y la tortura están a la orden del día. Desde las primeras páginas, el autor nos sumerge de lleno en una atmósfera febril, con personajes dotados de una tremenda realidad y, a la par, de una dimensión casi teratológica, que se adentran por caminos de brutalidad y cinismo.
Fuente: N.N.

domingo, 24 de agosto de 2014

Elena Garro. Novela: Los recuerdos del porvenir.


Hija de padre español y madre mexicana, Elena Garro Navarro, nació en el estado de Puebla el 11 de diciembre de 1916. Pasó su infancia en la Ciudad de México. Durante la Guerra Cristera, su familia se trasladó a Iguala, en el estado de Guerrero. 

Siendo joven viajó a la Ciudad de México para estudiar literatura, coreografía y teatro en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí conoció a Octavio Paz, con quien se casó en 1937, y quien le impidió continuar sus estudios universitarios. Elena lo acompañó a España ese mismo año, regresando en 1938. Tuvieron una hija, Helena, y finalmente se divorciaron en 1959. La sombra de Octavio Paz era muy alargada, y Elena no tuvo durante su vida el reconocimiento merecido. 

Los recuerdos del porvenir.

Algunos críticos la consideran la segunda escritora mexicana más importante, tras Sor Juana Inés de la Cruz. Otros la señalan como precursora del realismo mágico, al haber publicado su novela Los recuerdos del porvenir cuatro años antes que Gabriel García Márquez sus Cien años de soledad. 

La obra, considerada por los críticos como la novela que inauguró el realismo mágico, narra la amarga historia de los hermanos Moncada. El siniestro general Francisco Rosas se enamora de una bella y misteriosa mujer llamada Julia. Su obsesión crece cuando esta le abandona. Entonces Isabel Moncada se entrega a él presa del miedo y la admiración sin intuir el drama. 
Según Octavio Paz, se trata de `una de las creaciones más perfectas de la literatura hispanoamericana contemporánea`. Sobre su autora, Elena Garro, Jorge Luis Borges afirmó que era `la Tolstoi mexicana`. 




sábado, 23 de agosto de 2014

Carlos Fuentes. Ensayo. El espejo enterrado. (Fragmento).



CARLOS FUENTES.
El Espejo Enterrado

Sinopsis 



Este ensayo del gran autor mexicano fue concebido originalmente como guión para un programa de televisión y más tarde se convirtió en un ensayo indispensable para mirar y analizar con lucidez la historia a partir del descubrimiento de América. El encuentro de dos mundos, como ha sido llamado, también revistió el carácter de una cruenta conquista militar y del nacimiento de una nueva cultura con raíz aborigen y española. El autor reflexiona sobre las magníficas civilizaciones prehispánicas, sobre los soldados y sacerdotes que llegaron a América, sobre la conquista y la colonización, para finalmente fijar la mirada en el presente. A lo largo de esta crónica va surgiendo la imagen de un vasto mundo cultural hispánico, en el cual los pueblos de América y España pueden reconocer una identidad, una historia y un destino comunes.



EL ESPEJO ENTERRADO


REFLEXIONES SOBRE ESPAÑA Y AMÉRICA

CARLOS FUENTES
INTRODUCCIÓN 



EL 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón desembarcó en una pequeña isla del hemisferio occidental. La hazaña del navegante fue un triunfo de la hipótesis sobre los hechos: la evidencia indicaba que la Tierra era plana; la hipótesis, que era redonda. Colón apostó a la hipótesis: puesto que la Tierra es redonda, se puede llegar al Oriente navegando hacia el Occidente. Pero se equivocó en su geografía. Creyó que había llegado a Asia. Su deseo era alcanzar las fabulosas tierras de Cipango (Japón) y Catay (China), reduciendo la ruta europea alrededor de la costa de África, hasta el extremo sur del Cabo de Buena Esperanza y luego hacia el este hasta el Océano Índico y las islas de las especias.
No fue la primera ni la última desorientación occidental. En estas islas, que él llamó “las Indias”, Colón estableció las primeras poblaciones europeas en el Nuevo Mundo. Construyó las primeras iglesias; ahí se celebraron las primeras misas cristianas. Pero el navegante encontró un espacio donde la inmensa riqueza asiática con que había soñado estaba ausente. Colón tuvo que inventar el descubrimiento de grandes riquezas en bosques, perlas y oro, y enviar esta información a España. De otra manera, su protectora, la reina Isabel, podría haber pensado que su inversión (y su fe) en este marinero genovés de imaginación febril había sido un error.
Pero Colón, más que oro, le ofreció a Europa una visión de la Edad de Oro restaurada: éstas eran las tierras de Utopía, el tiempo feliz del hombre natural. Colón había descubierto el paraíso terrenal y el buen salvaje que lo habitaba. ¿Por qué, entonces, se vio obligado a negar inmediatamente su propio descubrimiento, a atacar a los hombres a los cuales acababa de describir como “muy mansos y sin saber que sea mal ni matar a otros ni prender, y sin armas”, darles caza, esclavizarles y aun enviarlos a España encadenados?
Al principio Colón dio un paso atrás hacia la Edad Dorada. Pero muy pronto, a través de sus propios actos, el paraíso terrenal fue destruido y los buenos salvajes de la víspera fueron vistos como “buenos para les mandar y les hazer trabajar y sembrar y hazer todo lo otro que fuera menester”.
Desde entonces, el continente americano ha vivido entre el sueño y la realidad, ha vivido el divorcio entre la buena sociedad que deseamos y la sociedad imperfecta en la que realmente vivimos. Hemos persistido en la esperanza utópica porque fuimos fundados por la utopía, porque la memoria de la sociedad feliz está en el origen mismo de América, y también al final del camino, como meta y realización de nuestras esperanzas.
Quinientos años después de Colón, se nos pidió celebrar el quinto centenario de su viaje, sin duda uno de los grandes acontecimientos de la historia humana, un hecho que en sí mismo anunció el advenimiento de la Edad Moderna y la unidad geográfica del planeta. Pero muchos de nosotros, en las comunidades hispanohablantes de las Américas, nos preguntamos: ¿tenemos realmente algo que celebrar?
Un vistazo a lo que ocurre en las repúblicas latinoamericanas al finalizar el siglo XX nos llevaría a responder negativamente. En Caracas o en la Ciudad de México, en Lima o en Río de Janeiro, el quinto centenario del “descubrimiento de América” nos sorprendió en un estado de profunda crisis. Inflación, desempleo, la carga excesiva de la deuda externa. Pobreza e ignorancia crecientes; abrupto descenso del poder adquisitivo y de los niveles de vida. Un sentimiento de frustración, de ilusiones perdidas y esperanzas quebrantadas. Frágiles democracias, amenazadas por la explosión social.
Yo creo, sin embargo, que a pesar de todos nuestros males económicos y políticos, sí tenemos algo que celebrar. La actual crisis que recorre a Latinoamérica ha demostrado la fragilidad de nuestros sistemas políticos y económicos. La mayor parte ha caído estrepitosamente. Pero la crisis también reveló algo que permaneció en pie, algo de lo que no habíamos estado totalmente conscientes durante las décadas precedentes del auge económico y el fervor político. Algo que en medio de todas nuestras desgracias permaneció en pie: nuestra herencia cultural. Lo que hemos creado con la mayor alegría, la mayor gravedad y el riesgo mayor. La cultura que hemos sido capaces de crear durante los pasados quinientos años, como descendientes de indios, negros y europeos, en el Nuevo Mundo.
La crisis que nos empobreció también puso en nuestras manos la riqueza de la cultura, y nos obligó a darnos cuenta de que no existe un solo latinoamericano, desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, que no sea heredero legítimo de todos y cada uno de los aspectos de nuestra tradición cultural. Es esto lo que deseo explorar en este libro. Esa tradición que se extiende de las piedras de Chichén Itzá y Machu Picchu a las modernas influencias indígenas en la pintura y la arquitectura. Del barroco de la era colonial a la literatura contemporánea de Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. Y de la múltiple presencia europea en el hemisferio —ibérica, y a través de Iberia, mediterránea, romana, griega y también árabe y judía— a la singular y sufriente presencia negra africana. De las cuevas de Altamira a los grafitos de Los Ángeles. Y de los primerísimos inmigrantes a través del estrecho de Bering, al más reciente trabajador indocumentado que anoche cruzó la frontera entre México y los Estados Unidos.
Pocas culturas del mundo poseen una riqueza y continuidad comparables. En ella, nosotros, los hispanoamericanos, podemos identificarnos e identificar a nuestros hermanos y hermanas en este continente. Por ello resulta tan dramática nuestra incapacidad para establecer una identidad política y económica comparable. Sospecho que esto ha sido así porque, con demasiada frecuencia, hemos buscado o impuesto modelos de desarrollo sin mucha relación con nuestra realidad cultural. Pero es por ello, también, que el redescubrimiento de los valores culturales pueda darnos, quizás, con esfuerzo y un poco de suerte, la visión necesaria de las coincidencias entre la cultura, la economía y la política. Acaso ésta es nuestra misión en el siglo XXI.
Éste es un libro dedicado, en consecuencia, a la búsqueda de la continuidad cultural que pueda informar y trascender la desunión económica y la fragmentación política del mundo hispánico. El tema es tan complejo como polémico, y trataré de ser ecuánime en su discusión. Pero también seré apasionado, porque el tema me concierne íntimamente como hombre, como escritor y como ciudadano, de México, en la América Latina, y escribiendo la lengua castellana.
Buscando una luz que me guiase a través de la noche dividida del alma cultural, política y económica del mundo de habla española, la encontré en el sitio de las antiguas ruinas totonacas de El Tajín, en Veracruz, México. Veracruz es el estado natal de mi familia. Ha sido el puerto de ingreso para el cambio, y al mismo tiempo el hogar perdurable de la identidad mexicana. Los conquistadores españoles, franceses y norteamericanos han entrado a México a través de Veracruz. Pero las más antiguas culturas, los olmecas al sur del puerto, desde hace 3,500 años, y los totonacas al norte, con una antigüedad de 1,500 años, también tienen sus raíces aquí.
En las tumbas de sus sitios religiosos se han encontrado espejos enterrados cuyo propósito, ostensiblemente, era guiar a los muertos en su viaje al inframundo. Cóncavos, opacos, pulidos, contienen la centella de luz nacida en medio de la oscuridad. Pero el espejo enterrado no es sólo parte de la imaginación indígena americana. El poeta mexicano-catalán Ramón Xirau ha titulado uno de sus libros L'Espil Soterrat—El espejo enterrado—, recuperando una antigua tradición mediterránea no demasiado lejana de la de los más antiguos pobladores indígenas de las Américas. Un espejo: un espejo que mira de las Américas al Mediterráneo, y del Mediterráneo a las Américas. Éste es el sentido y el ritmo mismo de este libro.
En esta orilla, los espejos de pirita negra encontrados en la pirámide de El Tajín en Veracruz, un asombroso sitio cuyo nombre significa “relámpago”. En la Pirámide de los Nichos, que se levanta a una altura de 25 metros sobre una base de 1,225 metros cuadrados, 365 ventanas se abren hacia el mundo, simbolizando, desde luego, los días del año solar. Creado en la piedra, El Tajín es un espejo del tiempo. En la otra orilla, el Caballero de los Espejos creado por Miguel de Cervantes, le da batalla a Don Quijote, tratando de curarlo de su locura. El viejo hidalgo tiene un espejo en su mente, y en él se refleja todo lo que Don Quijote ha leído y que, pobre loco, considera fiel reflejo de la verdad.
No muy lejos, en el Museo del Prado en Madrid, el pintor Velázquez se pinta pintando lo que realmente está pintando, como si hubiese creado un espejo. Pero en el fondo mismo de su tela, otro espejo refleja a los verdaderos testigos de la obra de arte: tú y yo.
Acaso el espejo de Velázquez también refleje, en la orilla española, el espejo humeante del dios azteca de la noche, Tezcatlipoca, en el momento en que visita a la serpiente emplumada, Quetzalcóatl, el dios de la paz y de la creación, ofreciéndole el regalo de un espejo. Al verse reflejado, el dios bueno se identifica con la humanidad y cae aterrado: el espejo le ha arrebatado su divinidad.
¿Encontrará Quetzalcóatl su verdadera naturaleza, tanto humana como divina, en la casa de los espejos, el templo circular del viento en la pirámide tolteca de Teotihuacan, o en el cruel espejo social de Los caprichos de Goya, donde la vanidad es ridiculizada y la sociedad no puede engañarse a sí misma cuando se mira en el espejo de la verdad?: ¿Creías que eras un galán? Mira, en realidad eres un mico.
Los espejos simbolizan la realidad, el Sol, la Tierra y sus cuatro direcciones, la superficie y la hondura terrenales, y todos los hombres y mujeres que la habitamos. Enterrados en escondrijos a lo largo de las Américas, los espejos cuelgan ahora de los cuerpos de los más humildes celebrantes en el altiplano peruano o en los carnavales indios de México, donde el pueblo baila vestido con tijeras o reflejando el mundo en los fragmentos de vidrio de sus tocados. El espejo salva una identidad más preciosa que el oro que los indígenas le dieron, en canje, a los europeos.
¿Acaso no tenían razón? ¿No es el espejo tanto un reflejo de la realidad como un proyecto de la imaginación?

viernes, 22 de agosto de 2014

Rodolfo Enrique Fogwill (Buenos Aires, 1941), Los pichiciegos. Novela.


Los pichiciegos. Es una hermosa novela que revela otra mirada de una guerra en la que los jovenes fueron la carne de cañón. Fogwill lo deja bien claro, con un estilo especial de demostrar que nadie escapa a su destino.


Esta quinta edición de Los Pichiciegos es fiel a los borradores que, mimeografiados en el Hospital Albert Einstein de São Paulo, circularon entre críticos y editores antes de la rendición argentina de junio de 1982. La primera publicación se distribuyó después de la asunción del gobierno civil y fue elogiada por su realismo y pacifismo pese a que el autor hizo imprimir la advertencia de que se trataba de un experimento de ficción, compuesto antes de los primeros testimonios de los combatientes y que no era una novela contra la guerra y la literatura.

La obra debió esperar doce años para que la crítica reconociera su propuesta: en el curso de su ensayo sobre verdad e historia en el cine, publicado en 1994, la profesora Beatriz Sarlo anuncia su relectura de Los Pichiciegos observando que la novela no quiere demostrar nada y sus personajes no están en condiciones ideológicas ni discursivas para reflexionar. Los pichis carecen absolutamente de futuro, caminan hacia la muerte, y en consecuencia, sólo pueden razonar en términos de estrategias de supervivencia" y concluye su extenso análisis afirmando que "la novela de Fogwill produce esta verdad de la guerra en Malvinas".

En 1983 se publicó por primera vez esta novela ambientada en la guerra de Malvinas; escrita durante 1982, antes de que salieran a la luz los detalles más ominosos de esa trama político-militar, el manuscrito circuló entre intelectuales y escritores. Fogwill no sólo ha dado así uno de los relatos más potentes sobre la última dictadura militar argentina, sino que ha mostrado, una vez más, la lucidez casi predictiva de la ficción y la literatura.

Análisis

Antes de comenzar a comentar el libro vale contextualizarlo: año 1982, plena guerra de Malvinas entre Argentina y el Reino Unido -sucedida entre el 2 de abril y el 14 de junio-. Pensar que los borradores de este libro fueron escritos en plena guerra cuando muchos todavía ni siquiera intuían las trágicas consecuencias del conflicto lo hace, cuanto menos, revelador. El autor afirma que "sólo se trata de un experimento de ficción compuesto antes de los primeros testimonios de los combatientes y que no era una novela contra la guerra, sino contra las modalidades dominantes de concebir la guerra y la literatura".

Más allá de un gran ejercicio literario 'Los Pichiciegos' -lo quiera o no- es una novela que proyecta el conflicto desde el mismo conflicto, deja puertas abiertas hacia las consecuencias de la guerra y pinta a ésta de cuerpo entero: despiadada, brutal trágica y extrema.

De lectura rápida y muy bien narrada, trata sobre un grupo de soldados -los pichis- que se confinan en una "pichicera" -especie de cueva subterranea- para evitar cualquier participación activa en el conflicto. En la "pichicera" tienen casi todo para sobrevivir: calor, provisiones, refugio; pero también puede ser esta el lugar justo para encontrar la muerte por desertores o por que no, por mera casualidad.

"Es notable -dijo García-, los tipos mueren, pero los relojes siguen andando..." Y quizá de eso se trate todo 'Los Pichiciegos': de aprender a vivir y valorar ese instinto de supervivencia.

La analogía que marca el punto de partida de la narración y la idea en que gira la historia es por demás interesante: "El pichi es un bicho que vive abajo de la tierra. Hace cuevas. Tiene cáscara dura -un caparazón- y no ve. Anda de noche. Vos lo agarrás, lo das vuelta, y nunca sabe enderezarse, se queda pataleando panza arriba..." La escritura de Fogwill en este libro es precisa y justa, lo cual genera un realismo aún mayor ante situaciones extremas.

"Era una mañana gris, cielo de cinc..." Por momentos, en plena lectura de la novela uno puede sentir la alienación de estos soldados; el frío al que fueron sometidos; las mismas bombas parecen caer casi al lado nuestro, delante del libro que por momentos tiembla de miedo en nuestras manos.

Entre bombardeos, ovejas, poco sexo y mucha muerte. Entre descripciones escalofriantes y una mínima cuota de humanidad que trasciende fronteras. 'Los Pichiciegos' se transforma en una lectura casi obligada en busca de humanizar los actos de guerra, suprimirlos definitivamente y tratar de comprender de que se trata todo eso.

El narrador en Los pichiciegos de Fogwill

El narrador de "Los pichiciegos" es un narrador indirecto, en tanto está reproduciendo lo que dice un testigo de los hechos. Esta condición hace que, más allá de la propia construcción del relato, mucho de esa narración se base en una creencia: en creer o no en lo que este testigo presencial le está contando. La historia inicial está mediada por la escritura y por una grabación de voz que, durante las “sesiones”, hace que la historia tenga a su vez un tono de negociación: el escritor que necesita un relato valedero sobre un acontecimiento histórico reciente para su libro, y un testigo-protagonista que puede dárselo.

El narrador propiamente dicho aparece tardíamente, y esto hace que su aparición parezca una intromisión que, justamente por ser tardía, desautomatiza en gran parte el relato y hace que el lector se cuestione la figura propia del narrador y replantee lo leído hasta el momento: “Viterbo seguía hablando”, dice el relato todavía reproducido, “ya había convencido a todos de que no mentía, que era verdad”. “ – ¿Y vos Quiquito”, aparece el narrador, “creés que yo creo esto que me contás? Vos anotálo que para eso servís. Anotá, pensá bien, después sacá tus conclusiones – me dijo. Y yo seguí anotando.”

Anotar, como queda expuesto en esta primera aparición, es, junto con creer, una de las acciones principales del narrador. Pero el objetivo último que persigue con estas acciones es llegar a saber.

Yo anoto. Creer o no creer no es lo importante ahora- sugerí.

Claro – dijo él – a vos lo único que te calienta es anotar. Sí, – reconocí – anotar y saber.” (P, 80) – Yo anotar no… a mí ¡saber! – dijo mi voz grabada en la cassette.” (P, 89) Todo al fin de cuentas para el narrador se centra en eso, y justamente entre saber y creer se van a producir tensiones. Saber no es tan sencillo como anotar (tarea autómata), ni tan sencillo como creer (tarea fideísta). Vemos durante el relato que llegar al conocimiento pasa por otro lado, que no basta con creer o no creer, con haber anotado o no lo que este testigo cuenta. Hay algo que, indefectiblemente, al narrador se le escapa: “ – ¿Entendés?

- Sí – respondí convencido.

No. ¡No me entendés! Seguro a vos alguna vez habrán estado a punto de boletearte, fuiste preso, tuviste dolores en una muela, o se te murió tu viejo. Entonces, vos, por eso, te pensás que sabés. Pero vos no sabés. Vos no sabés.

Esta dificultad para saber radica en gran parte en la diferencia que existe entre el lugar de enunciación de los hechos y el lugar adonde esos hechos transcurrieron. La distancia abismal que separa la guerra de Malvinas con las “sesiones” hace que al narrador se le dificulte este objetivo primordial de saber: “- Pensá en la mierda pegada contra la ropa. Pensá en la oscuridad y pensá en la luz que cuando te asomás te hace doler los ojos. Eso – me insistía – no tiene nada que ver con lo que pasa aquí – y señalaba la ventana.

El fracaso del narrador es intentar llegar a un entendimiento pleno, a una historia total mediante el testimonio del sobreviviente. Siempre va a haber un conocimiento que se le escapa. Quiquito le dice al narrador cuando piensa en ir a Gualeguay para conocer a los padres del Turco (otro de los pichiciegos): “- ¿Sabés a cuántos viejos tendrías que conocer?” El conocimiento que se va produciendo en este narrador es precisamente el de la imposibilidad de un entendimiento pleno, y esta conciencia es un recorrido que se produce en el libro, que va de la convicción del entendimiento a la duda:

¡No entedés un carajo! ¿No viste ahora? ¡Les ofrecen trabajo a los vueltos! ¡Trabajo! Sí- volví a decir. Entendía. Debe ser muy aburrido escribir – comentó Sí, más o menos. Como todo. Si vos volverías a nacer, qué serías ¿Harías igual? Sí… – grabó mi voz- todo igual… – Después, recuerdo que dudé.”


Sobre el final del relato al narrador no le queda más que anotar y creer en lo que le dice el testigo. La historia pasa a ser un testimonio individual con la voz propia de quien se lo está contando. En su incapacidad de saber al narrador no le queda más que la escritura de esta historia parcial, que si bien poderosa, resignada de una visión totalizadora de los hechos.

Del autor

Rodolfo Enrique Fogwill (Buenos Aires, 1941). es sociólogo, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Su obra se comienza a conocer en la decada del ochenta. Ha publicado cinco volumenes de relatos, cuatro novelas y tres libros de poemas. En el perido de transicion democratica argentina tuvo una significativa actividad editorial y politico – cultural.

Sus ensayos y críticas han provocado hasta hoy día, a pesar de los veinte años transcurridos de aquellos acontecimientos, polemicas en los medios culturales argentinos. Entre sus publicaciones se encuentran: Cuentos de marineros en la Pampa, La expereincia sensible y Entre otro orden de cosas. Fogwill es considerado uno de los más brillantes autores argentinos contemporáneos.

Fuentes

Libro "Los pichiciegos". Editorial Cubana "Arte y literaura"
FOGWILL, Rodolfo Enrique; “Los Pichy-cyegos”, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1983
Biblioteca Municipal Raúl Gómez García.Baracoa
Categoría: Literatura
http://www.ecured.cu/index.php/Los_pichiciegos

jueves, 21 de agosto de 2014

Estudio crítico de la literatura de Cèsar Aira. Chris Andrews,University of Melbourne.


El discurso conceptual en la ficción de César Aira: Enunciación y función
Chris Andrews, University of Melbourne

Resumen:

En sus novelas César Aira reinstala una frontera que muchos autores modernos y posmodernos han evitado  o borrado: la frontera entre el relato de hechos singulares y el discurso conceptual. Por los pasajes de discurso conceptual se sube a un nivel de generalidad más alto,  no tanto para llegar a conclusiones como para dar pie a nuevos relatos. El relato no culmina en un discurso conceptual, y el discurso conceptual no verosimiliza retrospectivamente el relato. Actúa en sentido contrario, propulsando el relato hacia adelante. En vez de entregar un conjunto de proposiciones generales y definitivas, los pasajes de discurso conceptual nos muestran una red de conceptos en acción, enfrentados a los hechos del relato y desafiados por ellos

En dos artículos publicados en los años sesenta (“Frontières du récit” y “Vraisemblance et motivation”) Gérard Genette trazó una “frontera interna” de la ficción, entre relato puro y lo que, siguiendo a Benveniste, llamó discurso. Para Benveniste relato y discurso son dos planos de enunciación. En el relato puro los hechos se relatan como si no había un narrador, de manera aparentemente objetiva (241). En el discurso hay una serie de indicios de la situación de enunciación y la presencia del narrador se manifiesta. El relato puro se hace a la tercera persona y, normalmente, al pretérito indefinido. El discurso emplea a menudo las primera y segunda personas, y el tiempo presente. El pretérito indefinido está vedado al discurso, según Benveniste (243). En “Frontières du récit” Genette retoma uno de los ejemplos de Benveniste (un pasaje de “Gambara” de Balzac) y muestra que este fragmento de relato supuestamente puro está salpicado o carcomido de discurso: la subjetividad del narrador se hace sentir en pequeños detalles como la elección de un adjetivo, una locución adverbial, o incluso una conjunción que introduce una explicación (66).

Tal vez por haber descubierto esta complejidad casi abismal, Genette no prosiguió con el empleo de la oposición relato / discurso en su narratología posterior (desarrollada principalmente en Figures III). Sin embargo, otros críticos y teóricos de la literatura se han interesado por la frontera que él señaló y la han caracterizado en términos diferentes. Tomando la narratología de Jean Ricardou como punto de partida, Geoffrey Bennington, opone el complejo narrativo-descriptivo a lo que llama “lo sentencioso”, es decir, generalizaciones  que se desprenden de la secuencia de hechos relatados y pretenden a una validez universal (4-5). Felix Martínez Bonati señala que lo sentencioso, o la formulación de juicios universales, no es una característica necesaria de la narración, y sostiene que su función primaria es la de darnos una impresión de la personalidad del narrador (43-45).

Las análisis de Martínez Bonati, Bennington y Genette no coinciden exactamente. Para Genette el discurso es subjetivo, en contraste con la objetividad del relato; para Bennington, lo sentencioso es general, en contraste con la particularidad del complejo narrativo-descriptivo. Para Martínez Bonati los juicios universales construyen una imagen del narrador, mientras que los juicios singulares pueblan su mundo ficticio de imágenes concretas. Sin embargo los enfoques de estos teóricos son convergentes: nos permiten localizar y examinar una profunda discontinuidad en la ficción que fácilmente puede pasar desapercibida.

¿Para qué librarse a tal ejercicio? Hay razones históricas y teóricas para hacerlo. En cuanto a la historia literaria, el equilibrio entre relato y discurso (o entre el complejo narrativo-discursivo y lo sentencioso) evoluciona con el tiempo. Estudiar esta evolución podría ser una manera de objetivar la historia de la literatura reciente, a menudo nublada por la polémica. En cuanto a la teoría, examinar  el contenido de los pasajes sentenciosos o discursivos y la manera en que se engastan en el relato podría ayudarnos a afinar nuestras respuestas a la gran pregunta: ¿Cuáles son las relaciones entre literatura y saber? O como dirían los filósofos analíticos: ¿Qué es el valor cognitivo de la literatura? En este artículo, empezaré por la perspectiva histórica y terminaré por la teórica.

Al final de su ensayo “Frontières du récit”, Genette sugiere que la novela "seria" moderna ha pasado del relato puro (Hemingway, Camus, Robbe-Grillet) a un discurso que envuelve todo (Sollers, Thibadeau) (68). Pero podría haber citado ejemplos anteriores del discurso envolvente, como las novelas de Céline o Beckett (o, en el campo de la literatura hispanoamericana, las de Onetti o Rulfo). Tal vez no se trata de una sucesión sino de una bifurcación. En todo caso los escritores mencionados solucionan el problema delicado de las transiciones entre relato y discurso evitándolas al máximo.

César Aira hace lo contrario: reinstala en su ficción la frontera entre relato y discurso, entre el complejo narrativo-descriptivo y lo sentencioso. ¿Cómo caracterizar el contenido de los pasajes de discurso conceptual en su ficción y cómo se articulan con los pasajes de narración o de descripción? Para responder a estas preguntas, tomaré ejemplos de dos novelas en las que la discontinuidad se puede observar con una claridad particular: Los Fantasmas (1991) y Un episodio en la vida del pintor viajero (2000). Empezaré por la novela más reciente porque integra los pasajes de discurso conceptual de una manera más simple y más fluida.

En Un episodio el discurso conceptual se encuentra, por una parte, en reflexiones expresadas al pretérito imperfecto, en estilo indirecto libre, "compartidas" por el narrador y sus personajes, y, por otra parte, en reflexiones expresadas al presente, que tenemos que atribuir al narrador. Aira utiliza el estilo indirecto libre para colarse en la mente del personaje principal, el pintor Rugendas, y en el de su fiel compañero Krause. Entra incluso en los pensamientos de Humboldt, el maestro y inspirador de los dos viajeros alemanes (80). Utiliza igualmente el estilo indirecto libre para colar sus propias reflexiones y inquietudes en el pensamiento de sus personajes. Cuando ellos hablan del procedimiento habla también César Aira de su arte narrativa (76). Esta ventriloquia anacrónica produce un efecto de doble perspectiva característico de su ficción. (En otras novelas, el efecto se produce mediante un espejeo curioso: las circunstancias de la escritura aparecen de manera fantasmal detrás de las circunstancias del relato mismo. En La Fuente, por ejemplo, detrás de la isla utópica se puede divisar unas vacaciones al borde del mar (45-56)).

Las reflexiones expresadas al presente se encuentran típicamente al interior de pasajes en estilo indirecto libre, lo que da la estructura siguiente:


Narración y descripción: pretérito indefinido y pretérito imperfecto

 

Discurso conceptual: pretérito imperfecto (estilo indirecto libre)


 

presente

 
 
 
Las reflexiones expresadas al presente (es decir, dado su carácter generalizador, sin determinación de tiempo) parecen más definitivas, de un nivel de generalidad más alto. Pero cuando uno mira ejemplos concretos no es tan así. Quedan estrechamente ligados al discurso indirecto libre del que salen, y no toman aquí la forma cerrada y separable de aforismos. En el ejemplo siguiente los pintores Rugendas y Krause están dibujando unos enfrentamientos entre indígenas y blancos:

(1) Todas estas escenas eran mucho más de cuadros que de la realidad. (2) En los cuadros se las puede pensar, se las puede inventar; con lo cual pueden sobrepasarse en extrañeza, en incoherencia, en locura. En la realidad, en cambio, suceden, sin invención previa. (3) Frente al Tambo estaban sucediendo, y a la vez era como si se estuvieran inventando a sí mismas, como si manaran de la ubres de las vacas negras. (75)

Las referencias anafóricas y las repeticiones (subrayadas) suavizan el efecto de los cambios de tiempo verbal. Y la generalización de la segunda frase, al presente, en vez de ser una conclusión definitiva, es una etapa en un proceso de razonamiento que no ha terminado. De hecho, la oposición propuesta en la segunda frase (invención / suceso) se pone en duda en la tercera, porque invención y suceso parecen coincidir en el relato (o en la realidad, si adoptamos el punto de vista de los personajes). La oposición, producto del pensamiento, no da cuenta de lo vivido.

Esta falla entre pensamiento y experiencia aparece de nuevo en el ejemplo siguiente. Rugendas y Krause están mirando sus dibujos del malón:

(1) Desde un nivel de la fragmentación se reconstruía otro nivel. (2) Para entender la reconstrucción, hay una sola equivalencia, y bastante imperfecta, aunque puede dar una idea. (3) Supóngase un policía genial haciéndole un resumen de sus investigaciones al marido de la muerta, al viudo. Con sus deducciones ha podido "reconstruir" precisamente cómo se llevo a cabo el asesinato [ ... ] (77)

En vez de llegar a una proposición general con el cambio de tiempo verbal en la segunda frase, el narrador da con un concepto: la reconstrucción. Se trata de una reconstrucción artística y narrativa: hilvanar las tomas sueltas para formar historias. Pero esto es un proceso casi interminable, porque el resultado de la reconstrucción es siempre un fragmento a otro nivel. En la tercera frase, el narrador propone un relato para ilustrar otro aspecto de la reconstrucción: la discontinuidad entre los niveles. Esta vez la palabra “reconstrucción” toma su sentido forense.

Hay un abismo tal entre una historia y otra, o entre una historia y la falta de historia, entre lo vivido y lo reconstruido (aun cuando la reconstrucción está hecha a la perfección) que directamente [el marido asesino] no les ve relación alguna: con lo que se convence de que es inocente, de que él no la mató (78).

La reconstrucción tiene el efecto opuesto a lo esperado: en vez de obligar al asesino a confesarse, lo convence de su inocencia. Entre lo vivido y lo reconstruido hay un abismo infranqueable. Si tratamos de reverter la parábola sobre la reconstrucción artística, podemos decir que las historias que van a armar Rugendas y Krause a partir de sus dibujos no tendrán nada que ver con la documentación, el dibujo en acción. Serán “otro cantar” y sin duda, para César Aira, menos interesantes, porque se situarán del lado del resultado y no del proceso, del acabado y no del inacabable.

En este segundo ejemplo, en vez de subir a un nivel de generalidad más alto y quedar allí, el narrador propone un pequeño relato como “equivalencia” del problema de la reconstrucción artística. El concepto general de reconstrucción, bajo el cual se reúne las artes gráficas y la deducción forense, articula dos relatos. Más que una culminación o fin, es un medio que facilita el desarrollo horizontal de la historia.

En Los Fantasmas las relaciones entre relato y discurso conceptual son un poco más complicadas. La mayoría de los pasajes conceptuales son cortos, a veces de tipo aforístico, pero hay una excepción muy notable, de tipo ensayístico, que analizaré más adelante. Entre los pasajes cortos, muchos son formulaciones de estereotipos o seudo-estereotipos nacionales. El narrador y los personajes no dejan de decir: los chilenos (o los argentinos) son así. Algunos de estos estereotipos son más o menos verosímiles en el sentido de que no desentonarían en una conversación cotidiana:

“Los chilenos eran diferentes, más pequeños, más serios, más compuestos. Y algo más que eso, pudo decir el arquitecto: respetuosos, laboriosos, muy especiales trabajando” (16).

A veces la utilización de la palabra todo viene resaltar la lógica aberrante del estereotipo que transforma frecuencias estadísticas en leyes causales:

"los chilenos, todos los hombres chilenos, hablan bajito y con un acentito de mujer ¿no? Los argentinos, en cambio, gritan en gran forma" (101)

En ciertos casos las generalizaciones  tienen un carácter paradojal. Atribuyen una característica bastante específica a un gran número de ciudadanos chilenos o argentinos :

“Como muchos chilenos, tenía el hábito secreto e inofensivo de darle largas explicaciones casuísticas a un interlocutor imaginario, o mejor dicho real pero presente sólo en pensamiento” (36).

A diferencia de estereotipos corrientes, que benefician de un asentimiento irreflexivo, tales seudo-estereotipos nos dan una pequeña sorpresa y nos obligan a reflexionar sobre su fundamento. Una puesta en duda más frontal de la lógica estereotípica puede observarse en el ejemplo siguiente:

"Era bastante casera, como todos los chilenos, cuando no son viajeros por excelencia" (40).

Las excepciones que "confirman la regla" también desautorizan su formulación absoluta ("todos los chilenos"). Hacia el final de la novela, los personajes mismos ponen en duda la validez de las generalizaciones que han venido proponiendo o transmitiendo:

"¡Hay tantas especias de chileno! dijo Elisa. Es lo que digo yo, repuso Roberto" (87)

El ejemplo de los estereotipos nacionales muestra la naturaleza no definitiva de los pasajes cortos de discurso conceptual en Los Fantasmas. Aunque muchos de estos pasajes tengan formas relativamente cerradas y se prestan a una lectura "antológica" (como diría Geoffrey Bennington), no son autosuficientes, y en ellos puede leerse una crítica implícita de la lógica que los ha generado.

El más largo pasaje de discurso conceptual se encuentra a mitad de la novela y abarca unas ocho páginas. El discurso se cuela en un sueño de la Patri, el personaje central de la novela, una chica chilena que vive con su familia en un edificio a medio construir en Buenos Aires (su padre trabaja allí de sereno y albañil). La Patri sueña con el edificio en el cual duerme, lo que da pie a unas reflexiones oníricas sobre lo construido y lo no construido en las artes, que a su vez conducen a un elogio de la literatura, el arte que supera, quizás, la distinción entre hecho y no-hecho (47). Siguen unas divagaciones etnológicas sobre los campamentos de los pigmeos mbutu, los bosquimanos, los zulúes y los nías, los itinerarios míticos de los aborígenes australianos y la geometría cosmológica de los polinesios.

El narrador recuerda el marco onírico no solamente al comienzo y al fin, sino en el transcurso del ensayo, marcando así sus etapas y cambios de nivel:

“Pero en el sueño de la Patri la analogía arquitectónica proseguía un poco más.” (48)

“La joven soñaba con ese propósito” (50)

“Pero el sueño de la Patri se iba más lejos, más alto, a sistemas distintos, cada cual más original y extraño.” (53)

Por añadidura, el sueño es un tema recurrente del sueño de La Patri. Soñando, ella cita a unos antropólogos: “'Quien habla en el centro, es oído por todos’ dicen los antropólogos, en una involuntaria referencia a la ventriloquia onírica” (48). Aquí hay una referencia voluntaria a lo que está haciendo el narrador: ventriloquia onírica, precisamente, hablar a través del sueño de la Patri, hablar en el centro de la estructura engastada del relato, en el lugar más íntimo (48). Por su parte, "los antropólogos también sueñan" (48), mientras que los zulúes se mueven entre lo simbólico y lo real de manera involuntaria "como suceden los sueños" (50). Más adelante sueño y arquitectura están ligados por una analogía: “el sueño es espacio puro” y “tal exclusividad es la que hace de la arquitectura un arte”, lo que permite afirmar que “el [sueño] de la Patri no por capricho era una arquitectura” (50). Cuando La Patri toca al tema de los aborígenes australianos no puede faltar una referencia a su “época de sueno” que convierte la vida diurna en una ensoñación “pues la historia verdadera [ ... ] tuvo lugar mientras dormían” (52). Finalmente, el sueño figura como “modelo más acabado” de la fiesta unipersonal que es el fin lógico de un proceso que lleva del potlatch, cuya función es atraer a la mayor cantidad de gente posible, a la fiesta moderna y exclusiva, cuya función es atraer a la gente que importa (54).

La Patri tiene quince años, no ha terminado el secundario, y no es una niña superdotada. Que conozca las costumbres y cosmologías de los pigmeos mbutu, los bosquimanos, los zulues, los nías, los aborígenes australianos y los polinesios, que cite a Lévi-Strauss (50) o mencione el Dublin de Joyce (51), no cuadra con el verosímil realista, aunque todo esto sea en sueño. La recurrencia del tema del sueño y los recordatorios del marco onírico, en vez de tapar la improbabilidad, la resaltan. Esto no debe de sorprendernos demasiado porque Los Fantasmas es una novela que infringe las convenciones del verosímil desde la segunda página, con la aparición de los “otros” que “subían y bajaban flotando, inclusive a través de la losas” (8). Y hay toda una serie de guiños al lector que subrayan el carácter no realista de la historia, por ejemplo: “Ver una decena de hombres desnudos, con las vergas colgando, mientras una lavaba la ropa en la cocina, no era precisamente lo más realista que podía pasar” (58).

Sin embargo hacia el final de la novela, el narrador se adelanta al desconcierto de un lector hipotético: “Puede parecer extraño que esta joven más bien ignorante, que ni siquiera había terminado el secundario, llegara tan lejos en sus pensamientos. Pero no es tan curioso que parece” (103). La explicación que sigue toma la forma de un aforismo (“El pensamiento se absorbe de otros; los otros a su vez tampoco piensan y lo toman de otros, y así sucesivamente” (103)), seguido por un relato ilustrativo propuesto a modo de equivalencia. Como el relato del policía genial y del culpable que se creía inocente en Un episodio en la vida del pintor viajero (77), este empieza por un “supóngase” de demostración lógica:

supóngase una de esas personas que no piensan, alguien cuya única actividad sea la de leer novelas, actividad para él muy placentera y en la que no pone ni una sola gota de esfuerzo intelectual, sólo el de dejarse llevar por el placer de la lectura. De pronto, en algún gesto, en alguna frase, por no decir “en algún pensamiento”, muestra que es un filósofo malgré-lui. ¿De donde le ha venido el saber? ¿Del placer? ¿De las novelas? Absurdo, tratándose de ese material de lectura (si por lo menos leyera a Thomas Mann, todavía). El saber viene por la vía de la novelas, claro, pero no exactamente de ellas. No son el anclaje, eso sería esperar demasiado de ellas; se sostienen en el vacío, como todo lo demás, pero están, existen: no puede decirse que hay un completo vacío. (Con la televisión, el ejemplo se habría hecho un poco abusivo) (104).

La última frase pone en duda el valor explicativo de la analogía, porque La Patri y su madre son, precisamente, adictas a los teleteatros y no a las novelas (60). ¿Pero se trata realmente de una maniobra de verosimilización? ¿Es que Aira propone esta parábola para convencernos de que La Patri sí hubiera podido llegar tan lejos en sus pensamientos? ¿Está haciendo algo similar a lo que hizo Balzac, según Genette: inventar máximas y citarlas como si fueran lugares comunes para verosimilizar unos comportamientos determinados por la lógica narrativa?  (78-86) No creo que sí. Porque si fuera tal su objetivo, habría hecho la maniobra al momento en que la inverosimilitud está a su máximo: después de la larga enclave ensayística, es decir al mitad y no al final de la novela. Se trata más bien de un desvío de la estrategia balzaciana. Aira supone una reacción escéptica de parte del lector porque el supuesto escepticismo abre un camino hacia adelante y da pie al relato del lector filósofo malgré-lui. Como en el caso de la parábola del policía genial, el pasaje conceptual articula dos relatos. Aquí la “verosimilización” relanza el relato (y el discurso), asegurando su continuidad, pero no tiene el efecto retrospectivo que tendría en una novela realista. Finalmente no verosimiliza. Aira retoma el procedimiento y cambia su función, transformándolo en mecánica propulsora del relato.

Volviendo al contenido de la parábola, podemos preguntarnos como el saber puede venir por la vía de las novelas pero no exactamente de ellas. O más generalmente ¿Cuáles son las relaciones entre la ficción y el saber? Terminaré indicando como la ficción de Aira puede situarse con respecto a unas respuestas recientes a este gran interrogante.

Hay novelas “teóricas” en el sentido de que ejemplifican y ilustran teorías previas, pero para ver la teoría hay que cavar, ahondar el sentido. La teoría es como la “estructura profunda” del comportamiento de los personajes. Ellos no la conocen. Solo la conoce el autor y los lectores despiertos. Los personajes son casos. Para el filósofo John Searle, las buenas novelas son así, y sólo los cuentos de niños con su moraleja al final o las obras de autores "fastidiosamente didácticos" como Tolstoy representan explícitamente los actos de habla que las obras de ficción transmiten en serio pero solapadamente (117). Tal afirmación supone que la novela evoluciona desde su infancia  didáctica hasta una madurez discreta, como si la evolución de la literatura no procediera a veces por vueltas selectivas y desviadas al pasado. Sin duda, para Searle, la novela “madura” mantiene un buen equilibrio entre lo general y lo particular. Pero justamente por estar en equilibrio se expone a objeciones absolutistas. Para algunos el equilibrio no sería más que un entre dos decepcionante: ni la particularidad y el espesor de lo real, ni la estimulación  intelectual de un discurso conceptual.

Para Juan José Saer, por ejemplo, una novela que ilustra ideas previas falta al ideal de la narración-objeto: una secuencia de figuraciones particulares máximamente abierta a interpretaciones diversas (17-29). En cuanto a la particularidad, Leo Bersani es aún más exigente . Sostiene que en los últimos volúmenes de En busca del tiempo perdido, los personajes y las situaciones se vuelven ejemplares en el sentido peyorativo que acabo de sugerir: “inventados según las necesidades de mi demostración” en las palabras del propio Proust (citadas por Bersani 12). ¿En busca del tiempo perdido sería una novela de tesis? Para Bersani, sí, en gran medida, y en esta medida precisamente una novela fallida.

La opinión de Searle  puede ser criticada también desde el otro lado. Los que piensan que no sólo los filósofos tienen derecho de manejar conceptos e ideas generales podrían objetar que la obligación de “enterrar” los actos de habla serios empobrece el mundo de la ficción además de no ser muy realista. Una objeción de este tipo está implícita en las novelas de César Aira, que son teóricas pero no en el sentido de la novela madura de Searle. El narrador maneja conceptos y hace generalizaciones, y los personajes también, en un pie de igualdad. Todos o casi todos tienen derecho de construir teorías y las de los personajes menos educados no son necesariamente teorías pobres, como hemos visto en el caso de La Patri. Aquí se ve un rasgo utópico de la ficción de Aira: el juego de los conceptos no está reservado a los intelectuales. Como en las novelas de Balzac según Baudelaire, todo el mundo tiene talento (120).

Las teorías aparecen en la superficie del texto. Los conceptos manejados (la reconstrucción, la repetición, la representación, la improvisación etc.) son recurrentes más que previas. Tejen una red conceptual (por no decir sistema) que liga los libros los unos a los otros y que el lector asiduo va recorriendo, pero no sirven de puntos de partida para la narrativa. El relato da con ellos, y ellos ayudan a dar un sentido a lo que está pasando en el relato. En vez de mediar entre conceptos y particularidades, ilustrando los unos por las otras, las novelas de Aira dramatizan su enfrentamiento. Desafiada por la particularidad de los hechos relatados, la red conceptual tiene que desanudarse y reanudarse, modificando su topología.

¿Hay que dejar atrás el cuento con su moraleja y las generalizaciones  de Tolstoy? Para Walter Benjamín, el hecho de que lo estamos haciendo no es un signo de progreso. Al contrario, estamos remplazando el saber práctico por la información inútil (86-89). Sandra Contreras ha mostrado que la narrativa de Aira va en contra de la tendencia deplorada por Benjamín, volviendo de manera desviada a la fábula, no sólo en el sentido que dieron a este término los formalistas rusos (es decir, el relato) sino también en el viejo sentido genérico: un cuento con moraleja, relato más discurso (287-296). La vuelta al relato de Aira analizada por Contreras es también una vuelta al discurso en el sentido de Benveniste. Es una manera de recobrar para la ficción una región discursiva abandonada (o enterrada, escondida) desde el auge del realismo. Es un anacronismo pero no por tanto una tentativa de restauración. (El anacronismo deliberado y asumido como tal es una estrategia vanguardista bien probada, como lo muestran el medievalismo temático de Ezra Pound o el formalismo medieval de Jacques Roubaud.)

¿Qué hay del “valor cognitivo” de las novelas de Aira? En un ensayo lúcido, Catherine Wilson ha rechazado la idea de que la literatura sería el vehículo de un “saber que” inaccesible a otras disciplinas o de un “saber cómo” (técnico o de autoayuda). Sin embargo la literatura tiene que ver con el saber: transmite lo que Dorothy Walsh ha llamado un “saber lo qué es” o “saber como sería” (“to know what it is like”). Saber, por ejemplo, como sería perder a un hijo o estar perdido en un bosque. Sin embargo, para Wilson, sólo se puede hablar de saber propiamente dicho cuando la experiencia ficticia del lector lo lleve a revisar sus conceptos. Este proceso no tiene que ser consciente y probablemente no lo es en la mayoría de los casos (327-328).

La ficción de César Aira nos permite, entre otras cosas, imaginar las experiencias de una adolescente chilena en Buenos Aires pasando una velada de fin de año en un edificio a medio construir (pero encantado) o las de un pintor alemán que, fulminado por un rayo y transformado en monstruo, sobrevive y sigue diseñando y pintando, fiel “monigote” de su procedimiento artístico. También propone una gama de conceptos, una caja de herramientas conceptuales, con las que podemos tratar de comprender lo narrado a un nivel de abstracción mas alto. Poner así las herramientas a nuestra disposición no nos obliga, por supuesto, a utilizarlas, y aun antes de haber establecido el índice de conceptos airianos, habrá que resistir la tentación de interpretar a Aira exclusivamente en función de ellos.

Si el hecho de exponer la teoría en la superficie del texto puede llevar a cierto desencuentro receptor (para citar a Pablo Decock) también puede tener dos consecuencias positivas para el lector. En primer lugar nos permite tomar prestados algunos conceptos para otras ocasiones: fomenta la revisión de los conceptos del lector en que reside, según Catherine Wilson, el valor cognitivo de la literatura. En este sentido la ficción de Aira no es esotérica: los conceptos están al alcance de todos (conocer su genealogía  es otro cantar, y dará lugar a muchos estudios eruditos como el de José Mariano García). Luego, la red de conceptos, al ser accesible, tiene valor de modelo. No se trata ya de ensayar conceptos individuales pero de ver como actúa la red, como se engancha con los hechos singulares del relato. Por supuesto, todo el mundo tiene su propia red conceptual, pero tiende a hacerse rígida (como una reja) y a dejar escapar sectores crecientes de lo real. Tiende a conformarse a la mecánica de los lugares comunes y estereotipos. El discurso conceptual en la ficción de Aira obra en sentido contrario, subrayando irónicamente los lugares comunes, fabricando seudo-estereotipos y, sobre todo, desafiando nuestros hábitos de pensamiento con desarrollos y desvaríos conceptuales de una agilidad excepcional.

Bibliografía

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Bersani, Leo. The Culture of Redemption. Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1990.

Contreras, Sandra. Las vueltas de César Aira. Rosario: Beatriz Viterbo Editora. 2001.

Decock, Pablo. “Desencuentro receptor y valor literario en la poética de César Aira: análisis de dos relatos”. Septiembre 22, 2004 .

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Martínez Bonati, Felix.  La ficción narrativa: Su lógica y ontología. Santiago: Lom, 2001.

Mariano García, José. “Las curas milagrosas del Doctor Aira y El juego de los mundos”. Espéculo: Revista de estudios literarios 23 (2003). Septiembre 22, 2004 .

Searle, John. “The Logical Status of Fictional Discourse”. Ed. Eileen John and Dominic McIver Lopes. Philosophy of Literature: Contemporary and Classic Readings.  Oxford: Blackwell, 2004. 112-118.

Walsh, Dorothy. Literature and Knowledge. Middletown: Wesleyan University Press, 1969.

Wilson, Catherine. “Literature and Knowledge”. Eileen John and Dominic McIver Lopes, eds. Philosophy of Literature: Contemporary and Classic Readings.  Oxford: Blackwell, 2004. 324-328.





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