jueves, 14 de abril de 2011

MARIPOSAS NEGRAS PARA UN ASESINO. TERCERA REIMPRESIÓN.

Hacia una tercera reimpresión.




A todos los amigos blogueros de Latinoamérica y Europa les agradezco sus visitas a mi blog, asimismo, quiero compartir dos fragmentos de mi novela “MARIPOSAS NEGRAS PARA UN ASESINO”, ganadora del Premio UNA-Palabra 2004 y que pronto saldrá a la venta la tercera reimpresión.


Sin embargo, antes deseo transcribir el texto que el escritor Carlos Cortés incluyó en su NOVELA- ENSAYO “La gran novela perdida” ( Ediciones Perro azul, 2007 y Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en ensayo) de Mariposas negras para un asesino.



Mariposas negras para un asesino. La nueva novela policíaca costarricense.
 Por Carlos Cortés.

Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,
Como nace un deseo sobre torres de espanto... (...)
Todo es bueno si deforma un cuerpo;
Tu deseo es beber esas hojas lascivas
O dormir en esa agua acariciadora.
No importa;
Ya declaran tu espíritu impuro.


Luis Cernuda



Jorge Méndez Limbrick, a los 52 años de edad, no ocupa el lugar que le corresponde en la literatura costarricense, o entre sus compañeros de generación, a los que con propiedad podría llamárseles la generación de Chelles o de la soda Guevara, porque hace 20 ó quizá 25 años se propuso escribir una novela que ya había escrito Carlos Fuentes. García Márquez dijo alguna vez en son de homenaje y a la vez de chota que deberían otorgarse becas para leer Terranostra del novelista mexicano. Jorge Méndez no sólo la leyó sin beca sino que también leyó En busca del tiempo perdido de Proust, La muerte de Virgilio de Broch e Insaciabilidad de Stanislaw Wietkiewicz y se becó a sí mismo para emular la novela total. El resultado no es esa Terranostra de bolsillo que es Noche sonámbula, que publicó la Editorial de la EUNED en 1997, en su colección Vieja y Nueva Narrativa Costarricense, sino la suma hipertextual de todos los esfuerzos, desmanes, tachaduras, borrones, papeles rotos, versiones, subvervsiones y diversiones que entre 1980 y 1995 Méndez Limbrick compuso alrededor de Carlos V muriéndose en Yuste, Hernán Cortés conquistando el imperio Azteca y todas las palabras de su universo personal que intentaron componer una épica propia, autorreferencial y cerrada en sí misma, a la manera de una “pequeña sinfonía del Nuevo Mundo”.

A mí me gusta exagerar, si no no sería, no podría ser novelista, que es el arte de modular la exageración, y exagerando podríamos emular a Faulkner cuando dijo que “todos nosotros fracasamos (en el sentido de que ninguno de nosotros tiene ya la estatura de Dickens, Dostoievski, Balzac, etc). Que Wolfe – hablando de Thomas Wolfe – supuso el mejor fracaso porque fue el que tuvo más valor. Que Dos Pasos fue el siguiente pues sacrificó parte del valor al estilo y que Hemingway fue el siguiente porque no tuvo el valor de arriesgarse como hicieron los otros”. En la generación a la que pertenezco – y me reservaré las comparaciones correspondientes- , Méndez Limbrick fue el que arriesgó más y por esa razón, en un paciente desespero, publicó su primera novela 12 ó 13 años después de La estrategia de la araña (1985) de Rodrigo Soto, la primera que publicó un autor de nuestra generación.



La narrativa embriagante y totalizadora.

Recuerdo que en los ochentas, cada vez que entrábamos a la soda Guevara, saliendo de clase, o que llegábamos a la UCR, había un hombre solitario en una mesa que nos atormentaba a todos leyéndonos fragmentos de un largo poema narrativo dedicado al águila de la Casa de Habsburgo y a la epopeya de la caída de México –Technotitlán. ¿Aguila o sol?

No era un hombre mucho mayor que nosotros, pero que parecía mayor, se tomaba las cosas con una seriedad apabullante y frenética, que a simple vista era un poco engreído y solitario, que amaba la poesía del 27 y la dicción clásica, la civilización clásica, la literatura clásica y las mujeres modernas. Un hombre un poco aparte de todos porque parecía que ya tenía algo que decir, lo cual era totalmente inusual para la época y para un escritor joven.

Ese hombre, un poco petulante y pagado de sus lecturas, soez en la intimidad del bar y entrañable en casi todas las circunstancias de la vida, y que yo no sé por qué desde joven contrajo el virus de la literatura en una de sus peores cepas, que es el sometimiento a una narrativa épica, totalizante y embriagadora, que lo quiere decir todo- por lo que cualquier resultado necesariamente es fragmentario, trunco, no terminado- era, es, está siendo Jorge Méndez.

Por todo lo que vengo de decir se entenderá la sorpresa mayúscula que me llevé, como jurado del Certamen UNA-Palabra 2004, al saber que detrás de la plica y de la espléndida novela que es Mariposas negras para un asesino (Premio UNA -Palabra Heredia: EUNA, 2005) se encontraba mi amigo después de una brutal cura de “desinfuentización”, ya no en las fuentes ni en el Fuentes del boom sino en las fuentes de la literatura policíaca y de la narrativa urbana.

Tantos años después, frente al pelotón de fusilamiento de la computadora, Méndez Limbrick nos entrega una novela inolvidable y paga no solo su deuda pendiente con su generación sino con una parte no dicha de la noche josefina. En este sentido, Mariposas negras para un asesino se une con sus propias particularidades a lo que podríamos calificar como el género policíaco costarricense, con obras precedentes significativas como Después de la luz roja (2001) de Mario Zaldívar y Enclave de luna (2004) de Oscar Núñez.

Epopeya de la noche.

Méndez es, desde Noche sonámbula, un narrador de la noche. En Mariposas negras para un asesino es un narrador de la noche jofefina y de la noche subterránea. ¿Qué ha quedado del novelista total de hace 20 o 25 años? Un juego de interconexiones, vasos comunicantes, intertextos y fisuras hacia otras realidades que poco a poco van entretejiendo el relato policíaco lineal y progresivo que es el hilo conductor de la trama, que nos parece siempre trepidante y lacerante, y que es al mismo tiempo otra forma de contar y desmontar la trama principal y de vislumbrar las tramas secundarias que se nos van abriendo delante de nuestros ojos alucinados.

No pretendo explicar Mariposas negras para un asesino, pero sí me gustaría señalar algunos posibles senderos para que el lector entomólogo “mariposee” a su propio riesgo. Pero antes de hacerlo quería puntualizar mi admiración por el extraordinario trabajo narrativo que se lleva a cabo en la novela, el ritmo sostenido que nos ofrece el relato y el microcosmos de la sociedad prostibularia josefina de principios del siglo XXI, en una “divina comedia” alrededor de un Hotel del Rey transfigurado, metamorfoseado en sus repentinos espectros de submundo – infierno debajo del infierno-.

Mi primer hallazgo es simplemente el de lector que admira, y quiero agradecerle a Jorge por su tenacidad, perseverancia y voluntad de riesgo al asumir una novela que pretende hacer el viaje a los infiernos del putero viviente que es el centro de San José y hacerlo, además, de una manera literariamente ambiciosa, compleja y elaborada.

Con esta novela vuelve a asumir el lugar que le correspondió ocupar con Noche sonámbula dentro de la narrativa de su generación y dentro de la literatura urbana contemporánea.

Nueva policíaca, existencial y de misterio.

Los senderos para la cacería de Mariposas negras son tres: la temática, la estructura y el estilo. Sin embargo, la temática, aunque no lo queramos, se traga a las otras dos, y Méndez Limbrick logra fundir, en una sola, una novela policíaca, una novela de misterio – con ciertos elementos en la tradición de la literatura fantástica del siglo XIX- y una novela existencial – sobre el sentido de la vida-, a partir de la investigación de una serie de asesinatos con tres fuertes implicaciones erótico- sexuales y criminales.

Esta novela nos hace descender hasta un territorio desconocido para la literatura costarricense y centroamericana y lo hace con un inquietante poder de evocativo y admonitorio: el de los asesinatos en serie, el de las prostitutas de lujo, el de los hoteles y nightclubs que le sirven de tapadera al comercio carnal.

Y no lo hace sin correr riesgos: no lo hace con el bisturí del novelista social sino con los personajes descompuestos, inciertos y desgarrados del novelista existencial. Los riesgos, deslices y exageraciones forman su cosmovisión. De ahí la galería de personajes macabros, góticos, dudosos de sí mismos, grotescos y al mismo tiempo inolvidables, con los que recorremos las escenas, pasadizos, sótanos, mazmorras y laberintos que componen la trama policíaco-existencial de esta “comedia humana” de la inhumanidad del fin de siglo que Méndez Limbrick compone de las tribus josefinas.

Sin embargo, Méndez Limbrick es, oh paradoja, un narrador clásico y su regusto por el exceso siempre está atemperado por la sosegada meditación de la literatura clásica y las lecturas de Virgilio, Horacio y Lucrecio.

Diciéndolo en dos palabras: Mariposas negras es un Apocalipsis que sucede después de haber leído las Memorias de Adriano, la decadencia del imperio romano y la incierta caída de la humanidad en la noche del mal.

Con Mariposas negras para un asesino no estamos delante de un documento social sino de un texto literario de magnitud que nos enfrenta a experiencias nuevas como lectores y que se incorpora, con derecho propio, a la novela costarricense catártica, visceral y esperpéntica que varios de nosotros hemos trazado en la última década.

Carlos Cortés.



FRAGMENTOS DE MARIPOSAS NEGRAS PARA UN ASESINO. GANADORA DEL CERTAMEN UNA-Palabra 2004.


(EUNA 2005)

CAPÍTULO XI
EN EL CENTRO DEL ABISMO
(Fragmento)

(2)



Las risas y los murmullos callaron con sus pasos por el corredor, y antes de tocar la puerta, se encontró frente a frente con el Efebo que la abría un poco curioso un poco asustado.

-Ayy, licenciado, qué hijueputa susto me pegó, - exclamó en forma irreflexiva el Efebo.

Antes de contestar a las últimas palabras del Efebo, Henry miró hacia el fondo de la Sala de Autopsias luego le preguntó si el doctor Rodrigo estaba en el edificio del Organismo o ya se había marchado.

-No, qué va, hace media hora se fue el doctor, respondió el Efebo con una curiosidad que no podía disimular.

El Efebo le daba las explicaciones del caso, Henry en el umbral de la puerta pudo otear a uno de los zopilotes de la morgue al otro lado del salón que con un periódico hacía que leía.

Los zopilotes eran los camilleros y los morgueros, que así eran bautizados por los años sesentas debido a la faena cruenta de estar llevando a los muertos de la Morgue Judicial al depósito de cadáveres.

-¿Por qué, licenciado, le urge verlo... acaso es acerca del asesinato de ayer en la noche?, y el Efebo calló. Detrás de sus gruesos lentes sus ojitos continuaban escudriñando el comportamiento de Henry. El Efebo prosiguió con el parloteo:

-Mire, ahí tenemos a la joven... nosotros le hemos repetido que ya terminamos de curarla y que se puede poner la ropa para que se vaya para la casa, pero idiay... parece que la chica está muy contenta con nosotros porque nada que nos hace caso. Diciendo esto y abrió la puerta de par en par para que Henry pudiera mirar: al fondo y a la izquierda del salón, una joven yacía en una plancha de metal. La luz de un gran lamparón - como diez años atrás iluminara a La Bella sin Marcas- ahora iluminaba el cuerpo de Medias de Seda. Henry no caminó, se contuvo, pero una fuerza irresistible lo empujaba donde estaba aquella mujer. La blancura de su cuerpo desnudo era más intenso con la luz del lamparón y hacía juego con una cabellera larga, abundante, lacia y de color caoba que se derramaba hacia atrás de su cabeza hasta los mismos bordes de la plancha metálica.

- Pase, pase, licenciado Henry, venga, venga, acérquese para que vea qué belleza tenemos aquí.

Entró. A las palabras del Efebo, escuchó una risita que provenía del rincón donde estaba el “Zopilote sin nombre”.

- Yooo, sooolo deseaaaba haaablar con el doctooor Rooodrigo Caaastilleja paaara...

No pudo terminar la frase, estaba completamente anonadado por la belleza de la mujer, parecía que dormía y que no estaba muerta, y un pudor algo absurdo y un enrojecimiento de su cara lo sentía cada vez que la miraba, imaginaba que espiaba como un depravado a la muchacha y que ésta los iba a increpar y a insultar por estarla espiando así: desnuda.

-Pooor suuupueessto- exclamó el Efebo con una risita observando de soslayo al Zopilote- eso lo entendemos que usted quiera hablar con el doctor don Rodrigo... y de paso... no es malo ver un cuerrpeciiito como éste... mire, mire usted licenciadito, no ve qué desperdicio - y decía esto último, tocando los pechos de la muerta -, venga acérquese.

Lo que estaba sucediendo le pareció dantesco, burdo, escalofriante, vulgar, se avergonzaba de sí mismo, quería recriminar al Efebo y al Zopilote que reía a todas las frases prosaicas y de doble sentido que hacía Oscar con la mujer que permanecía en la plancha metálica pero por alguna razón no lo hacía.

-Mírela... ¿Quién diría que está muerta a no ser por la herida que tiene en el pecho?

Instintivamente y sin razonar lo que decía el Efebo Henry miraba a la mujer diciéndose a sí mismo que en verdad parecía estar dormida y que no se le veía la herida.

Y levantando y acariciando el busto señalaba una herida diminuta debajo del seno izquierdo.

Continuó:

-Ahh no, licenciadito, lo que soy yo, estoy enamorado de esta mujer. Ya siento que la quiero, ¿verdad que sí, Juancho? - y decía lo anterior, mirando al Zopilote que ahora estaba literalmente en las espaldas de Henry, riendo las gracias del Efebo.

-Ah no, que tiene gusto este asesino, tiene gusto, style, como dicen los ingleses. No ve qué cuerpo, está muy blanca, si estuviera bronceada, bueno una modelo de la Play Boy no tiene nada que veeerr con esta mamacita, ¿ verdad, Juancho?

-Ajá -respondió- el Zopilote.

Henry, por su parte, estaba como en estado cataléptico: oía, respiraba, razonaba lo que sucedía a su alrededor pero no podía moverse, no podía articular palabra, únicamente era un espectador, era como una marioneta que le mueven los hilos a voluntad y que ahora su amo no deseaba moverla hasta nuevo aviso.

-Mire qué cuerpo, vea por usted mismo, qué pantorrillas, gruesas ¿verdad?, y qué rodillas redondeadas y nada huesudas, ¿para qué le voy a decir más, si usted mismo lo está comprobando verdad, doctorcito? Ah no, ni de qué hablar con ese ombliguito y esos pelitos, mire qué panochita, ufff, no, definitivamente es un mujerón, qué va, esta chica si tiene las tetas y el mico bien puestos, no como muchas putas que andan por ahí, por la calle cerca de la Plaza de la Cultura, porque ya nos llegaron con el chisme licenciadito...dicen que era una puta de esas, de las finas, de las que cobran en dólares, de las que hacen aeróbicos, de las instructoras.

Azorado, el espectáculo era cada vez más macabro, parecía que las horas se hubieran detenido como la primera ocasión hacía diez años atrás, cuando miró a La Bella sin Marcas en la sala de autopsias. Sin embargo, ahora la escena tenía otros protagonistas aparte de Henry, y muy en su interior, sentía repulsión por lo que estaba sucediendo, pero una cierta morbosidad le seducía a las palabras del Efebo y de las risas entrecortadas algunas y otras alargadas como un orgasmo del Zopilote Juancho.

-Ayudame Juancho - exclamó el Efebo al Zopilote - para mirar de medio lado a esta mamacita......

Era inevitable que murmurara alguna palabra o algún comentario... ya no eran dos hombres macabros haciendo actos lascivos con un cadáver, sino que Henry al no evitarlos, se hacía cómplice de lo acontecido en la sala de autopsias. Debía de parar la escena y no lo hacía, dejaba que el Efebo continuara con la perorata para saber que era lo próximo, lo siguiente, lo que podía acontecer.

Al instante, Medias de Seda estaba de costado y aún parecía dormida, bella de perfil con su cabello largo y derramado siempre hacia atrás, se vislumbraba su cuello blanco, alargado como el de un cisne. Unos pies perfectos, con las uñas pintadas de un rojo encendido eran gotas de sangre que resaltaban aún más la blancura de sus pies desnudos y la premonición de su propia muerte.

-Ah no, a esto hay que tomarle una fotografía, Juancho tráeme la cámara pa’ tomarle unas fotos a la chiquilla, qué va... de esto hay que tener un recuerdo.

Al momento, estaba Juancho con una cámara que le dio al Efebo y este, como si se tratara de una sesión de fotografía a una Top Model, comenzó a tomar instantáneas de Medias de Seda.
Los flashes a veces enceguecían a Henry que, inmóvil cerca del planché, miraba cómo la luz plata invadía el lugar congelando el tiempo en su color metal.
Ahora, observaba cómo el Efebo se ubicaba por la cabecera de Medias de Seda seguido de frases y murmullos del Zopilote que le proponía algunos ángulos - según su opinión, mejor que otros -, y cambiaba a Medias de Seda de posición como hacen los fotógrafos con las artistas porno.
Henry, no supo cuánto duró la sesión de fotografías, terminó cuando inevitablemente se agotó el rollo de película. No podía salir del asombro, varios segundos pasaron para que se pudiera mover.

Lo sucedido le daba vergüenza, y a la vez, un placer extraño - aunque sabía era enfermizo- no lo podía evitar. Razonaba que se hacía partícipe de un juego macabro y sucio junto al Zopilote y el Efebo. Que había mirado y entrado a un mundo paralelo que no era el suyo, que visitaba un universo o una dimensión de la realidad colindante con la necrofilia y la puerta se había abierto y cerrado dejándolo dentro con dos hombres condenado por siempre.
En los minutos posteriores a la sesión de fotografías, no podía decir nada, reaccionó al oír una voz a sus espaldas:

- Es solo un juego inocente, perdónenos.

Era la voz del Efebo que casi en súplica le tomaba por el brazo y le repetía la frase: “es solo un juego - llevándolo a un rincón de la sala de autopsias.

-Sí, nosotros a veces lo hacemos para poder enfrentar la muerte, - escuchó otra voz que venía de sus espaldas: era el Zopilote Juancho, que con una voz gruesa y pausada quería justificar lo sucedido.

Miró a los dos - ahora de frente a su persona - y le pareció que estaban más que avergonzados, estaban asustados de haber tenido con Henry una indiscreción, de haberse dejado llevar por la orgía de una necrofilia en desbandada. Supo en el instante que le ofrecían disculpas que no eran sinceros con él, que sus frases y sus disculpas eran el sentirse pillados en un acto anormal, que quizá Henry no les iba a perdonar y que los podía delatar a sus superiores jerárquicos.

Suspiró el Efebo para continuar mientras introducía las manos en su gabacha blanca:

- Es la presión... usted no puede saber qué es trabajar jornadas de doce horas, y si acaso puede uno dormir bien. No por los muertos, sino por los dolientes, me enferman, me crispan los nervios estarlos oyendo sollozar algunas veces y otras gritar por sus familiares, allí: - y señaló los pasillos- he visto escenas de gente tirada en el piso histérica llorando, y otras veces los llantos son tan fuertes que se oyen por todo el subnivel. No lo puedo soportar. Por otra lado, me gusta mi trabajo, los clientes nunca se quejan. Hizo un alto con el diálogo, continuó:

-De todas maneras, nadie tiene por qué saber...

A la última frase del Efebo, Henry se dio cuenta de que ambos morgueros, realizaban sesiones fotográficas a algunas muertas y que indirectamente lo estaban haciendo partícipe como miembro honorario de una cofradía, que ahora se engrosaba la lista por un simple accidente de lascivia a tres miembros.

La curiosidad golpeó los instintos de investigador de Henry: tenía que saber hasta dónde habían llegado con los juegos obscenos el Efebo y el Zopilote en las salas de autopsias. Y así, como si se tratase de un juicio penal, comenzó a dispararles una serie de preguntas antes que pudieran reaccionar.

Miró de reojo a Juancho y sus ojos se querían salir de sus órbitas ante la ansiedad de lo que ocurría. No decía palabra, se figuró que estaba aterrado por una indiscreción del Efebo que iba más allá de lo narrado e imaginable por cualquier persona normal y sensata. Henry dejó que la tensión llegara al límite para así presionar a ambos por el desliz cometido.

-Bueno, - sentenció Henry riendo un poco - espero que no sea con todas las clientas, de ustedes que hacen estas sesiones de fotografías...

-¡Noooo, - exclamaron los dos al unísono - jamás!

-Licenciadito, por favor, ¿qué clase de personas cree usted que somos? - terminó diciendo Juancho, ahora que tomaba más confianza-. Los dos rieron, los tres rieron.

Henry continuó:

-Y, a decir verdad - argumentó mirando a ambos - la “nena”, no está mal como dice Oscar. Es una modelo, es una muñeca, ¡de verdad que, así es!

-¿ Y qué, solo ustedes hacen estas sesiones de fotografías, o hay otro grupo de aficionados a las Top Model?

Por un momento ambos morgueros callaron, hasta que Juancho quien tenía más años de trabajar en la Morgue Judicial, interrumpió el silencio:

-Dicen... que...

-Sí, Juancho, ¿qué dicen? - interrogó Henry al Zopilote con una voz lo más modulada que podía para que el hombre no se sintiera presionado.

El interrogatorio, lo hacía mirando a Medias de Seda. Al contestar Juancho, Henry se movía lentamente hasta el planché donde se encontraba Medias de Seda.

El hombre continuó con un hablar pausado arrastrando las frases:

-Dicen que antes, cuatro o cinco décadas atrás, existió un grupo de personas, de morgueros en el Hospital San Juan de Dios, que... que... tomaban fotografías... de... de algunas mujeres.

-¿De algunas mujeres, fotografías?, volvió a cuestionar y preguntar a Juancho.

-Sí, sí, siempre se comentó que era un grupo de morgueros que trabajaron en el Hospital San Juan de Dios, que se dedicaban a ciertas prácticas con algunas muertas que llevaban a la morgue. No sé, esto debió de pasar por los años cincuenta. No estamos seguros de la fecha.

¿Verdad, Oscar, que eso fue lo que nos informaron ?

El Efebo, que se mantenía distante al diálogo entre Juancho y Henry, al escuchar la pregunta de seguido contestó:

-La verdad y para ser justo con las fechas, no lo sabemos con exactitud, esa fue la fecha real que nos dieron, los años cincuentas.

-Y ustedes, ¿cómo saben del asunto de las fotografías, que eran unos morgueros y que pasó en los años cincuentas?

Un nuevo silencio se hizo en la sala de autopsias. Henry sintió estando al borde del planché donde yacía Medias de Seda, un frío intenso que le puso la carne de gallina. El ambiente era gélido a su alrededor, hasta el mismo aire que respiraba al pasar por las ventanillas de sus fosas nasales le dolía. Entendía que aquellos instantes, eran sobrenaturales y que la realidad a su alrededor giraba cadenciosamente a un ritmo anormal.

-Porque... tenemos evidencia de eso. Nosotros conservamos tres álbumes donde están las fotografías - adelantó a decir Oscar como quien desea vomitar un fuego que le quemaba la boca -.

-Sí, nosotros las conservamos, ¿verdad Oscar?

-Verdad, - contestó Oscar, levantando la mano como si estuviera ante un Tribunal de Juicio y con una pequeña sonrisa más de terror que otra cosa ante las confesiones que ahora daban los dos hombres.

-Es para que se dé cuenta licenciadito, que nosotros no somos gente extraña, que antes, mucho antes de nosotros ya existían estos juegos, estos hobbies, exclamó Juancho como para tener una atenuante ante aquella situación nada normal.

-En otras palabras, ¿ustedes quieren decirme que esto no es una práctica anormal?, cuestionó Henry.

-Mire licenciadito, sabemos que esas prácticas se daban y se dan. Nosotros, las hacemos, punto. ¿Es un juego macabro? Pueda que así sea, pero lo hacemos y... nos gusta.

Henry quedó perplejo ante la seguridad que ahora ponía en cada palabra Juancho, el más veterano de ambos en la práctica de fotografía de muertas, continuó:

- Existen personas que maquillan a los muertos, ¿verdad, doctor? Y, sin embargo, nadie dice nada de ese oficio. El culto a lo fúnebre y a lo mortuorio, se ha expandido en nuestra sociedad occidental y nadie ni por asomo dice que eso es macabro o morboso.

¿Usted se ha fijado cuando alguien fallece cómo se agolpan las personas para mirar cómo quedó fulano o zutano en la caja, lo ha visto doctor? ¿No es acaso esto un acto morboso? ¿Y qué me dice de las velas? Y no le estoy hablando de las velas de las iglesias, no, le estoy hablando de los velorios, sí señor... ¿qué mayor culto a lo fúnebre y a la muerte que ese?

-¿Y los álbumes, quién los conserva? interrumpió Henry, dejando inconclusa la teoría sobre la adoración a los muertos, que exponía como en una cátedra universitaria Juancho.

-Ninguno de los dos, -exclamó ahora el Efebo y le dirigía la mirada con su sonrisa habitual a Henry- le explico de inmediato.

Cinco años antes que yo iniciara mis labores como morguero del Organismo de Investigaciones Criminales, Juancho que tenía ya para entonces siete años de trabajar aquí, me comentó de un morguero que por razones laborales lo trasladaron del Hospital San Juan de Dios a Medicatura Forense a principios de los años sesenta.

-Noviembre del sesenta - interrumpió Juancho.

-Correcto. Fue entonces - que Juancho - y que no me deja mentir - conoció a este hombre para aquel entonces de cuarenta y cinco años. Decían que el hombre lo trasladaron a Medicatura Forense por incompatibilidad de caracteres y desavenencias con sus superiores, la verdad era otra. Juancho se enteró por boca del mismo hombre que lo trasladaban porque un médico-patólogo lo encontró desnudo y dormido encima de una jovencita de escasos veinte años que había fallecido como consecuencia de una peritonitis. Aclaro el punto mejor: en esa época para operar se ocupaba el cloroformo el cual hacían que el paciente lo inhalara para dormirlo, fue así que el morguero al estar en tocamientos inverecundos con la muerta y tener un contacto íntimo con la joven inhaló también el cloroformo y se durmió.

Por otra parte, el patólogo jamás reportó el caso a sus superiores inmediatos, sino que obligó al morguero de cambiar de institución y fue así que el mismo hombre pidió traslado a Medicatura Forense.

-Ahora comprendo, ustedes han seguido las prácticas...

-Es correcto, licenciadito.

-Y el hombre que dicen ustedes a dónde está, dónde vive?

-¿El hombre? Querrá usted decir lo que queda de él, porque es un anciano y está muy enfermo.

- Un perfecto octogenario - Vive en San José de la Montaña, nosotros lo visitamos poco, solo si tenemos “algo” que llevarle entonces vamos... - terminó diciendo Juancho.

-¿Algo que llevarle?

- “Porfa”, licenciadito, no siempre se tienen buenas modelos...

- Es decir, ¿él todavía sigue coleccionando fotografías?

- Licencen... usted parece que no ha entendido nada... obvio... él se deja unas y nosotros otras fotos... algunas. Además, nos las paga muy bien. Es un caballero, es un gentleman.

-¿ Y cómo no iba a ser un gentleman si es de origen inglés, ¿verdad, Juancho? - interrumpió con una sonrisa el Efebo- .

-Como usted licenciadito, que es de origen inglés - terminó diciendo Juancho -.

Escuche, licenciado De Quincey, para terminar la historia de este octogenario, le podemos decir que el hombre no duró demasiado en la Morgue Judicial, porque varios años después recibió una herencia de su abuelo materno muerto en Inglaterra, y así ha podido llevar una vida bastante holgada y punto. Dejó de trabajar, se construyó una casa en San José de la Montaña...

-No, no la construyó, la remodeló - corrigió en voz alta el Efebo-.

-Bueno, la remodeló como acaba de decir Oscar y allí se recluyó. Ahora a sus ochenta y tantos años está enfermo por haber fumado toda su vida con un enfisema pulmonar que no le permite dar más de veinte pasos sin que no tenga la imperiosa necesidad de usar su tanquecito de oxígeno que lleva siempre.

-Esa es la historia, doctorcito- acabó diciendo el Efebo.

Henry quedó aturdido con el relato. Fantaseaba con aquél hombre, deseaba conocerlo a cualquier precio. Quería conocer aquel padre de la necrofilia en persona, porque estaba seguro que ese hombre podía arrojarle algunos datos sobre el asesino en serie. Era probable que por manejarse en mundos paralelos o iguales al asesino, a La Sombra, podría orientar su investigación.

-¡Increíble historia!- exclamó a ambos.

-¿Increíble? ¿Por qué? A veces, las cosas supuestamente increíbles son más reales que usted y que nosotros- afirmó en protesta Juancho.

- Lo que acabamos de contarle es la puritica verdad - ratificó el Efebo.

-¿Quiere conocer al señor Casasola Brown, a don Julián ? Pues lo llevamos, eso no es problema - susurró Juancho.

- Pero...

- No hay pero que valga licenciado, nosotros lo llevamos y punto.





***



CAPÍTULO XIII
DIARIO NOCTURNO.
(Fragmento)



Noviembre- diciembre de 1999.

Hoy he visitado a Casasola Brown, al llegar estaba en su enorme biblioteca. Apenas me atisbó dijo que me sentara en el gran sillón de las visitas. Me pareció que estaba enfermo y un poco agitado aunque su voz decía todo lo contrario. Uno no sabe con don Julián si está bien o si está mal de salud.

Su cara lucía muy blanca, esa blancura marmórea de las personas que no reciben sol. Unas enormes ojeras delataban el cansancio de una larga vigilia. Pero, sus ojos negros estaban como siempre: vivísimos, atentos a todo lo que mira.

Me manifestó que estaba interesado releyendo un libro de la Edad Media que había adquirido en un anticuario en la vieja Europa. “Es un libro sobre esoterismo” comentó mientras me lo mostraba. Me preguntó si tenía una idea clara de lo que significa el “esoterismo”.

“No es que crea en todo lo que se dice, pero es interesante, muy interesante. Siempre debemos de tener lo ojos bien abiertos ante la realidad. Además, la gente tiene un concepto equivocado de lo que es el “esoterismo”, en buen castellano significa lo que está oculto. No lo incomprensible, sino lo que está vedado a los demás por razones o circunstancias que la gente común no puede y no debe conocer.” afirmó.

El libro era auténtico, de la Edad Media. Sus páginas amarillentas y el encuadernado confirmaban lo manifestado por don Julián. Unas figuras de animales míticos ilustraban cada capítulo. Era un libro de tapa dura, de color café y con el lomo rojo. No me cupo la menor duda: el libro era medieval. A don Julián siempre le interesan los documentos antiguos de todo tipo.

También me comentó que estaba leyendo un texto sobre los inquisidores españoles e italianos.

“Querido amigo si estuviéramos en el medioevo tú y yo estaríamos cerca muy cerca de la hoguera. Es increíble como podemos pasar de un estadio del pensamiento a otro. El dualismo del hombre no tiene fronteras lo que deja hacer y lo que prohibe” farfulló, y calló con un gran suspiro.

A veces no entiendo algunas cosas que comenta porque yo no soy culto como él, pero no me importa, me gusta cómo habla y lo que dice. Mis estudios llegan hasta un primer año en la Universidad de Costa Rica, lo que llaman Estudios Generales.

Con él he aprendido muchas cosas, al contrario de Juancho, que no le presta demasiada atención a los discursos de don Julián. A mí siempre me ha gustado oír a la gente inteligente y culta hablar y creo que don Julián lo es, no me cabe la menor duda. Diría que posee un saber enciclopédico. Es indudable que la herencia la ha ocupado para enriquecer “su visión de mundo” como llama él a la realidad.

Hoy cuando lo visité estaba como siempre:

con su cabello gris cenizo hasta los hombros que le da cierto aire de hierofante. Además – lo debo confesar- que así de negro cuando gesticula con esas finas y delgadas manos blanquísimas parecieran que tienen vida autónoma e independiente respecto a los demás miembros de su cuerpo. Al hablar, ellas son las que dictan las pausas a toda su conversación. Quizá por eso las tiene siempre a la vista de su interlocutor, jamás las esconde como hacen muchas personas, con don Julián es todo lo contrario. Si las manos se pudieran clasificar en clases sociales como los hombres, diría que don Julián posee unas manos aristocráticas, porque no son esas gruesas y burdas manos de campesino que tienen la mayoría de los hombres.

Don Julián posee un bastón con empuñadura de plata y cabeza de lechuza que utiliza para poder caminar. No cabe la menor duda, que don Julián es todo un personaje...



Nos dirigimos al jardín interior de la mansión. Es un pequeño ritual que tenemos, charlar cerca del agua, cerca del bosquecillo interior. Don Julián sabe cuánto me gusta esa área de su casa. Es hermosísima la cascada. El agua se desliza en una delgada lámina de cristal que va a depositarse directamente a la fuente y de allí es engullida por cuatro cabezas de delfines para luego ser arrojada al aire.

En un sendero del jardín buscamos unos asientos de piedra y conversamos sobre acontecimientos cotidianos y de la menor trascendencia.

Don Julián es un verdadero mimetizador, un verdadero camaleón: se acomoda a cualquier plática. De seguro que si dejara su mundo, tendría muchos amigos. Pero, no es así. Vive aislado del exterior, es un autoexiliado. Lo mejor es que él no lo lamenta. Juancho y yo sospechamos que hace unos años atrás salía de noche. Nunca nos lo confesó. Ahora no recuerdo quién o quiénes nos hicieron el siguiente comentario de don Julián:

“-¿Sabés a quién hemos visto anoche en el nigth club con las putas del Colt 45?, vociferaron unos amigos cincuentones y que eran veteranos al igual que nosotros en Medicatura Forense en son de chisme.

-¿A quién?, respondimos con curiosidad.

-Pues a don Julián. Eso creemos, debió ser él, eso sí: nos pareció menos viejo. Estábamos un poco borrachos y por eso no nos interesó demasiado averiguar si era don Julián o alguien que se parecía demasiado. Además, el hombre al sentir nuestras miradas en un abrir y cerrar de ojos desapareció en medio de las putas y de las sombras”.

Esa es la duda que tenemos: ¿era don Julián? Juancho argumenta que es imposible, que fue por culpa de la borrachera que creyeron ver nuestros compañeros a don Julián. Que don Julián vive como en otro Universo, en otra dimensión de la realidad. Y por eso a él no le extraña que no salga. Yo, me resisto pensar que alguien pueda vivir así aislado. Don Julián dice que el mundo exterior es un asco, y que en su mansión no le falta nada. En efecto todo lo tiene: fax, Internet, antena parabólica, celular, teléfono inalámbrico y unas altas murallas con cámaras de televisión que miran al mundo que desea negar y que lo protegen de todo y de todos. ¡Pueda que en otra época haya salido de su mundo, de sus sombras!

Ya para el período en que dejó de trabajar y heredó una gran fortuna salía poco de día según sus propias palabras. Fue en esos años, que tuvo una transformación increíble tanto física como mental. No sé cómo explicarlo. Física porque sus rasgos se volvían muchas veces duros y envejecidos y otras veces cobraban una lozanía única como la de un chico dependiendo de su estado anímico. Mental porque parecía adivinar las preguntas y respuestas de Juancho y mías en una conversación. Creo que esto comenzó en el periodo en que viajó a Europa por espacio de varios años. En esos años compró la mansión.

Nunca nos quiso decir el por qué permaneció tanto tiempo en Inglaterra, argumentó que la razón fue para aprender inglés y otras lenguas y así lo hizo. Aprendió inglés británico que da un gusto oírlo hablar con ese acento tan elegante y golpeadito de los “british” y nada de arrastrar vocales y hablar con la nariz como lo hacen nuestros amigos del norte. ¡Juancho y yo creemos que tuvo otras razones para una estancia tan prolongada en Inglaterra!

Después de su regreso, lo fuimos viendo menos, se fue aislando. Solamente una llamada telefónica, una carta y unas esporádicas invitaciones a la mansión y “pare de contar”. Don Julián pasó a ser un recuerdo, una memoria dentro de otra memoria desperdigada en el pensamiento de compañeros y patólogos aquí en Medicatura Forense. Y de ser un hombre real, una existencia física, pasó a ser una leyenda, un ser imaginario y fabuloso. Fabuloso por su historia, por su fortuna que heredó y dejó a todos boquiabiertos. Quizá la mayoría en el fondo deseamos tener un abuelo paterno o materno que nos herede como a don Julián, de allí su leyenda.

Sabemos que tuvo contacto con otras personas en otro tiempo que lo visitaban en la mansión. Nunca nos quiso decir quién o quienes eran. Siempre mantuvo en reserva sus nombres. Nada de referencias o alusiones a nombres y apellidos o sitios. Tampoco nosotros hicimos preguntas, la discreción siempre ha sido nuestro lema. Si hay algo que a don Julián lo irrite son los interrogatorios o las preguntas indiscretas. Siempre hemos dejado que él haga las preguntas o que él cuente “su historia”. Su vida presente y pasada son terrenos inexplorados por nosotros, son territorios que no ingresamos y que respetamos su decisión.

Al licenciado Henry, le mentimos al descaro: no es cierto que Juancho y yo tenemos una comunicación cotidiana con don Julián. A decir verdad, teníamos muchos años sin verlo. La broma de los álbumes es cierta en parte y en parte no. No es cierto que don Julián coleccione fotografías de chicas muertas, sí es cierto que le gusta mirarlas y en alguna ocasión se ha dejado una que otra. Nosotros pensamos que tiene ciertas inclinaciones necrofílicas, esa fue la razón de no molestarse con nosotros y nos siguió el juego que le hicimos al doctorcito. Entre las fotografías de las chicas muertas tiene una que es su preferida, La Bella sin Marcas, de esta mujer, sí que tiene varias fotografías, lo volvió loco desde la primera foto hasta la última que le llevamos.



La historia de la chica muerta y que don Julián se quedara dormido mientras profanaba su cadáver, no sabemos si fue así. El lo niega, nosotros no sabríamos decir si la crónica es verdadera o falsa y ante la duda mejor lo absolvemos, como dicen los jueces.

Que la necrofilia es práctica común y documentada entre los morgueros en todo el mundo a pesar del repudio del común de la gente es una verdad innegable. Es una enfermedad que va pudriendo el alma de todos los morgueros. Nosotros no hemos llegado a tener contacto físico con los muertos o muertas. No negamos que sí nos gusta tomar fotografías a mujeres bellas que han dejado este mundo.



Nuestra comunicación con Casasola es por medio del E Mail, o por medio del chat en Internet, este es el mayor acercamiento que hemos tenido los últimos años con don Julián.

Es cierto – no cabe la menor duda- que nos quiere como si fuéramos sus hijos, pero es un padre poco amoroso, somos los desheredados de sus conocimientos, no ha querido hablarnos de lo que aprendió en Europa. Dice que nos haría más mal que bien. En ocasiones se arrepiente – eso me parece - y manifiesta todo lo contrario. Nos dice que debemos de estar “preparados” y él entonces nos contará. ¿Que querrá decir con esto? ¿Esoterismo? ¿Estudios paranormales? No lo sabemos.



***

Nota (Sin fecha).

La mansión tiene lugares proscritos para todos. Incluso para Adriano, ese muchacho que trajo siendo un niño desde Grecia y que ama a don Julián como si fuera su padre. Su historia es triste, al niño lo encontró en la orfandad cuando don Julián visitaba las islas griegas. Allí hizo una serie de papeleos y lo adoptó. El administra la fortuna de don Julián. Eso es lo que dice don Julián respecto de su bello joven.

Volviendo al asunto de las zonas proscritas de la mansión decía que nadie puede llegar a esos “parajes”. En medio del túnel púrpura y el zaguán de las estatuas existe un aposento con una gran puerta de bronce, está al lado izquierdo. No se mira a simple vista, está cubierto por una gruesa cortina negra. Sé que existe porque don Julián lo llama el útero de bronce. Nos ha confesado que lo cubren gruesas láminas de bronce, con esto quiere decir cielo raso y paredes. Dice que le dio ese nombre porque allí son fecundadas sus ideas y crecen sus pensamientos. Además, está aislado de cualquier ruido, no deja escapar ni el aliento de sus propios pensamientos. Allí –según sus palabras- medita durante largas horas, preferentemente en las noches. En el útero de bronce están sus libros más queridos ocultos a la vista indiscreta de cualquier persona que lo visite.



Con tres horas de conversación en la biblioteca pasamos al comedor para una exquisita cena “a la griega” con bastante ajo y aceite de oliva que Adriano nos preparó. El joven no nos acompañó. Solo sirvió la cena y se retiró.

Al filo de las dos de la mañana y después de tomar don Julián su brandy y yo un roncito con Coca Cola, me despedí.

La velada fue maravillosa.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

LOS PLACERES DE LA LITERATURA LATINA PIERRE GRIMAL FRAGMENTO

 CAPÍTULO I La primera poesía La literatura latina comenzó con la poesía, que debutó al mismo tiempo que la epopeya y el teatro. Hay múltipl...

Páginas